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Ciudad de México
Antropología Mexicana
1er Ensayo
2016
Incurrir en una disciplina que se desarrolló a partir de lo que se concibe como indigenismo,
basado en el/lo indígena, implica una reflexión sobre cómo se ha construido a una otredad
que está, en el caso de México, presente en todos los niveles y dinámicas sociales que lo
constituyen como nación y cultura. Por lo mismo, en muchas ocasiones, parece que la
pretensión o el deseo por no tocar el tema indígena en una investigación para las ciencias
sociales en el país será una mera ilusión o una paradoja. Incluso parece necesaria la
pregunta ¿qué tanto se puede evitar tocar lo indígena si se analiza cualquier manifestación
cultural en México? Parece que el indígena ha pasado de asumirse como un sujeto concreto
y real a ser a un adjetivo incluso una metáfora. Esto se puede deber al hecho de que el
mismo carácter epistemológico de los estudios sobre el indio ha generado una discusión
sobre qué es lo que se debe asumir como tal y qué no.
Para entender la construcción del sujeto indígena o el indigenismo se debe tener presente el
cómo se ha creado una figura que más que real parecería mítica, por su mismo carácter
epistemológico; que se aleja bastante de la realidad en muchas ocasiones, y que se ha
vuelto, más allá de una mera línea de investigación o un estilo, una especie de estructura y
posicionamiento político muy específico. Usualmente ser o asumirse como indigenista es
adoptar una posición política y social, que comúnmente se encontrará en la clase media-alta
e intelectual, sea conservador o liberal; por lo tanto se puede llegar a dar por hecho que este
debe su existencia a la Academia y la administración política, de cualquier época. Para esto
se puede tomar como referencia el libro de Luis Villoro Los grandes momentos del
indigenismo en México (1950) –sin olvidar que él fue otro académico y filósofo de clase
media-alta.
Según Villoro el Indigenismo comenzó con el gran descubrimiento e interés por el otro en
América, que no sería, como se podría pensar en un principio, la llegada de Cristóbal
Colón, sino más bien el arribo de Cortés a Tenochtitlán y el proyecto de conquista colonial.
Así fue que Hernán Cortes y Fray Bernardino de Sahagún fueron seleccionados como los
primeros personajes de los que hay registros sobre qué dijeron y pensaron hacer respecto al
otro identificado como indio/indígena1. Entre conjeturas filosóficas trata de explicar cómo a
partir del contacto con el español, el indio, se vio en la necesidad de reflexionarse y de
pensarse a sí mismo en relación con los nuevos sujetos que habían llegado y lo habían
sometido. Pero esto fue una transacción reflexiva de dos vías ya que también hizo al
español pensar sobre su condición de “descubridor” y ser “elegido” para traer la
providencia a los pobres seres que vivían en pecado y en el atraso moral, cultural,
1
Ángel Palerm en su Introducción a la teoría etnológica también señaló que podrían considerarse a los
frailes y evangelizadores, entre ellos el ya nombrado Sahagún, como una especie de proto-antropológos o
proto-etnógrafos (1967: 29).
económico, tecnológico, etc.. Obviamente esto justificaría, a través del indio y su condición
de sujeto precario y primitivo, la implementación y validación de todo el sistema político,
económico y social de la Colonia o la sociedad de castas.
Más adelante, en lo que sería el segundo momento del indigenismo, parte de la importante
influencia del pensamiento ilustrado, y todo lo que aconteció en ese siglo en Europa y el
resto el mundo (occidental). Este pensamiento sería el eje articulador de los personajes
elegidos como representantes de ese momento. Los personajes elegidos son: Fray Servando
Teresa de Mier, Manuel Orozco y Berra y Javier Clavigero. Los tres compartían un
humanismo renovado que reconocía a todos los seres como iguales, pero con sus
respectivos grados diferentes de desarrollo. Estos supieron reconocer las facultades
humanas que todo ser humano e “hijo de dios” tenía en su ser. La fundamentación de la
existencia a través de la razón del positivismo hacía que se perdiera la justificación
religiosa que se fundamentada en una teología de la subordinación y el sufrimiento como
redentores y liberadores de las condiciones del alma para colocar el énfasis por la ciencia y
el conocimiento como el método de liberación y realización del ser humano.
Considero que de estos tres personajes el que más sobresale es el jesuita Clavigero. Con un
aparente espíritu nacionalista (más bien americanista) este toma al indio como estandarte
para discutir con los intelectuales europeos que despreciaban a América y sus pobladores,
señalando las virtudes del indio y su hábitat frente a las del europeo. El problema fue que
no se refería al indio vivo que estaba alrededor de él, con el que convivía diario, sino que se
refería a un pasado indio glorioso e idealizado que se había encargado de construir imperios
y someter a otros pueblos, el del indio prehispánico. Este tipo de pensamiento e
instrumentalización del indio como agente particularizador de América, lo que la hacía
diferente, fue utilizado en parte por los mestizos para lo que eventualmente sería la
Independencia de la Nueva España. Que “Suerte [la] de los indios: [que] hasta del pasado
se les ha despojado para servir a los intereses de sus más directos y reales opresores”
(Warman, 1970: 17). Al final parece que el indígena sólo era mencionado o invocado a
manera de justificación de un posicionamiento político que buscaba aliados frente a una
oposición. Por estas circunstancias se mantiene la duda sobre qué tan genuinamente
humanista era el interés de Clavigero y estos otros personajes respecto al sentir del indio,
una posible consideración del enfoque emic del sujeto indígena.
En el tercer y último momento que señala Villoro, elige como punto de partida a Francisco
Pimentel, un filósofo que durante el porfiriato preguntó abiertamente sobre lo que se debía
hacer con el indígena. Y es que en el período entre la mita del Siglo XIX y las primeras
décadas del Siglo XX sucedieron muchas cosas en el país: invasiones, guerras civiles,
movimientos separatistas, perdida de territorios, la constitución de 1857 y eventualmente la
Revolución mexicana y el período posrevolucionarío, de los que Villoro, me parece, no
desarrolla lo suficiente. Justo en ese tramo se puede encontrar al abogado y sociólogo
Andrés Molina Enríquez, que formó parte de los redactores de la constitución del diecisiete,
y fue un crítico importante del gobierno de Porfirio Díaz y su distribución del territorio por
la manera en que favorecía a los caciques hacendados que dejaban al indio en calidad de
esclavos. Sin embargo, a pesar de su crítica y desaprobación hacia Díaz, Pimentel, seguía
concibiendo a los indígenas como un elemento negativo que se tenía que resolver.
En este “tercer momento”, Villoro se dedica más a hablar de las líneas e intereses que se
van moviendo y desprendiendo en lo que va aconteciendo respecto al indígena. Llega a
hablar de un impulso del amor, del reconocimiento del otro:
El mestizo indigenista busca recuperar su ser por un movimiento de dos dimensiones: la acción es la
una, el amor es la otra. Y lejos de oponerse, ambas se complementan; más aún, se exigen mutuamente.
Porque la acción sin amor arriesgaría hacer violencia al indio, tratarlo como objeto, dirigirlo desde
fuera sin respeto para su libertad. (Villoro, 1950: 283)
Sin embargo, era un amor muy condicionado, una relación de poder que pone de nuevo en
evidencia la tendencia a la instrumentalización del sujeto indígena para legitimar el nuevo
discurso que se requerirá en determinado momento. Para esa etapa el discurso fue el del
nacionalismo pos-revolucionario.
Otro de los que se preguntó esto fue José Vasconcelos, el secretario de educación pública
que impulsó el establecimiento de las escuelas rurales. Pero él abogaba y creía en una
inclusión voluntaria del indio para la construcción de una identidad universal concebida a
través del mestizaje, la denominada mestizofilia (Race and nation in Modern Latin
America, 2003). Toda la síntesis de su pensamiento se fundamentaba en la concepción de
un súper hombre que, según él, representaba al ideal del humanidad del futuro, de ahí su
famoso ensayo La raza cósmica (1925). Dentro de algunas de sus argumentaciones se
podía vislumbrar una persona sensata que sentía (casi) el mismo respeto por las diferentes
razas encontradas alrededor del mundo. La raza de bronce o cósmica, una especie
Frankenstein genético y cultural, un súper hombre nietchszeniano, debía contar con todas
las cualidades buenas y que valían la pena de las otras razas. Justo en esa selección
comenzaban a surgir los problemas de valoración respecto al indio (y el negro, el asiático y
el caucásico). Las únicas características que Vasconcelos realmente esperaba rescatar del
indígena eran su carácter leal, su honradez, su solidaridad y tal vez, en el aspecto físico, su
color de piel. Qué reacción hubiera tenido Vasconcelos si hubiera contado con las
tecnologías de hoy en día y hubiera descubierto que genéticamente esa raza cósmica, por la
que tanto abogaba, se encontraba a su alrededor; que venía de África y que el
genéticamente los americanos estaban más cerca de los asiáticos que de los europeos.
Hasta aquí, tras un intento por sintetizar un recuento histórico de la línea que recorrieron la
antropología junto con el indigenismo se hace evidente que de la Conquista a la primera
mitad del Siglo XX, no se podría encontrar un intento real por dejar que eso a lo que se le
denominó indio o indígena de cierta forma hablara o se manifestara. A través del Estado o
el agente político que se encontrara a cargo se siguió llenando y llenando de teoría un
concepto que, en vez de hacerse más concreto, se fue volatilizando tanto que ya no se sabría
con certeza qué era el indio o lo indio. Se hizo tan complejo que al ser tan sustraído en
diferentes disciplinas (la economía, la sociología, la historia, la biología, etc.) se llegó a la
inevitable cuestión de ¿cómo se podría definir al indio o lo indio si este ha sido atomizado
en los diferentes estratos y niveles de la sociedad como manifestación cultural, como
elemento histórico, como gen y como otro tipo de cualidades? Pareciese que el indígena iba
encaminado, en parte por el levantamiento de su voz y su autodeterminación, a dejar de ser
sustantivo y ahora sólo ser adjetivo, una característica, o una manifestación de algo que
existió hace mucho tiempo o algo en cierto modo despectivo.
Uno de los pocos que se dio cuenta de esto y dio una de las repuestas más acertadas fue el
antropólogo Alfonso Caso, quien para tratar de definirlo se apoyó, de alguna manera, en la
voz y mente del mismo sujeto investigado. ¿Cómo lo hizo? pues señalando que se tenía que
partir de cuatro enfoques que dependían de cómo se asumía el mismo sujeto denominado o
categorizado como indígena. Esos enfoques fueron: el biológico, el cultural, el lingüístico y
el psicológico (Caso, 1996). Este último, me parece, es muy importante, ya que da cierto
tipo de protagonismo al mismo indígena respecto al sentido de considerar si tiene
consciencia de pertenecer a algo, de identificarse con ello. De nada sirve tener la lengua, los
genes, los elementos culturales (tecnología, arte) si éste se siente ajeno a ellos.
A pesar de toda la teoría que se ha hecho, los intentos de definiciones concretas, el aparente
protagonismo del denominado y autodenominado indígena en la teoría y la academia, y el
intento de abandonar estas denominaciones, impulsadas en parte por las nuevas corrientes
decoloniales y hermenéuticas, la constante utilización y definición del término sigue
generando conflictos y dudas respecto a que es, era o será lo indígena y por qué es difícil la
categorización. Toda la teoría indigenista a pesar de la aparente autonomía de la
antropología en la actualidad, por ya no depender o estar sujeta a intereses políticos y
económicos del Estado y otros organismos, sigue siendo retomada y revisitada
constantemente. Uno podría adoptar una posición crítica y señalar que toda esta teoría ya
no debería de tener valides y debería de comenzarse a estructurar una teoría más ontológica
de los sujetos catalogados como indígenas, pero el problema radica en que el indigenismo
ha permeado, ha fundado y ha influido en tal alto grado los diversos niveles de la estructura
nacional del país y la misma Academia que, aunque se considere o no que hay indígenas, el
corpus teórico sobre éste es una realidad histórica que no puede desecharse así nomás, y
esto se puede ver en cualquier biblioteca de centros de investigación en ciencias sociales y
humanidades, o en los discursos políticos de integración nacional que se siguen
pronunciando.
Creo que, como sucede con el arte y su significado, el concepto y teoría del indígena o
indigenismo es algo que está y estará siempre en disputa. Un elemento dialógico que tiene
un carácter de agencialidad aparentemente neutralizada, listo para que cualquier persona,
con cualquier interés personal, sea activista, sea un cerdo capitalista, sea un mixe o un
tzotzil, lo pueda utilizar a su antojo para entablar puentes de comunicación,
autodeterminación y legitimación en las mismas instituciones que los crearon.
Personalmente considero que cualquiera que pretenda investigar o tratar al sujeto
denominado como indígena, la comunidad indígena, al indio, al pueblo originario, al
marginado, etcétera, deberá estar haciendo siempre un ejercicio de sinceridad y autocrítica
muy fuerte respecto al porqué de su interés en estos sujetos. Si uno pretende dar voz a los
que han sido callados, si uno pretende hacer un ejercicio de registro histórico ante la posible
extinción de una cultura o manifestación cultural, si pretende que sean reconocidos, si a
partir de hacer su investigación sobre ellos adquirirá fama y fortuna, si cree en la
solidaridad y le gustaría vivir en un mundo regido por ella, si sólo quiere hacer una
investigación para aprender algo de ellos o si pretende hacer la investigación para ver que
aprende sobre sí mismo, al final seguirá siendo una manera más de pretender acercarse a lo
que concebimos como verdad, que puede ser compartida o muy personal, y que puede
ayudar o destruir (ojalá no se el caso) a otros.
Conclusión
Regresando a la pregunta del principio sobre qué tanto se puede evitar tocar lo indígena si
se analiza cualquier manifestación cultural en México, su respuesta está ligada, como ya lo
he mencionado antes, a la construcción del discurso nacionalista que fundó gran parte de
las instituciones y dinámicas culturales del territorio conocido como México. La respuesta
en un primer momento sería negativa: no, no se puede evitar tocar lo indígena en cualquier
manifestación cultural del país. Tal vez se deba a los más de quinientos años de sincretismo
cultural. Somos tan mestizos en todos los sentidos que no hay elementos puros. Pero
además de esto también creo que esto se puede deber a la constante valorización y
categorización del contacto y la relación con el otro como un problema, como una situación
en la que por las diferencias y los juegos de poder habrán los conflictos.
Por lo tanto cualquier problemática cultural en México que es lo que se estudia en las
ciencias sociales tendrá una relación análoga con todo lo que ha acontecido con el indígena.
Evidencia de ellos se puede ver en todas las manifestaciones y reclamos sociales que se han
desatado en los últimos años. Aunque el conflicto nazca en espacios o nichos alejados o
aparentemente aislados de cualquier característica o elemento identificado como indígena,
este buscará apoyo o pretenderá sumarse a los reclamos y exigencias del siempre
marginado y “conflictivo” indio. Entre más se sumen mayor será el reclamo. El problema
en esas sumas y conglomerados de reclamos es que en muchas ocasiones los iniciadores de
este son dejados de lado y marginados en el mismo, como sucedió con los padres de los
asesinados en Ayotzinapa, los cuales tuvieron que luchar no sólo por ser escuchados sino
también por no ser cooptados por agendas políticas de otros sectores.
Caso, A. (1996). Definición del indio y de lo indio. En Homenaje a Alfonso Caso. Obras
Escogidas. Patronato para el Fomento de Actividades Culturales y Asistencia Social a las
Comunidades Indígenas. México, Revista Americana Indígena, vol 8, pp. 275-280.
Molina Enríquez, A. (1983). Los grandes problemas nacionales: y otros textos, 1911-
1919. México: Ediciones Era.
Villoro, L. (1950). Los grandes momentos del indigenismo en México. (3ª ed.). México:
Fondo de Cultura Económica.
Warman, A. (Ed.) (1970). De eso que llaman antropología mexicana. México: Editorial
Nuestro Tiempo S. A.