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SARAAHMED

FENOMENOLOGÍA QUEER:
ORIENTACIONES, OBJETOS, OTROS

Traducción de Javier Sáez def Álamo

edicions bellaterra
Consejo ediioral

María Eugenia Aubei - Manuel Cruz Rodríguez • Josep M. Delgado


Ribas * Oscar Guasch Andreu * Antonio Izquierdo Escribano > Raquel
Osboriie - R. Lucas Platero - Oriol Romání Alfonso - Amelia Sáiz
López ■> Verena Sluicke - Olga Viñuales Sarasa

Serie Gcne.Tii L’niversitaria * 224


hiseilo tic la coíecaón: Joaqn'n Moodih

DiscAo de te cabieru SOvIo Gcrtia A|«irre


WWW xanmvlcjo mt

lOiUo ongtBil. <^(rrr Pkttttmfnolfíírf

C San» Ahnwd. 20IS


Fteteicado por Duke Vnivcnity He*». 2006

O Sáe/ <ld Álamo por ta ttadiicódn. 2019

€ Edioooi Bdlaitfrni. S>L. 2019


N*a»a> de ToIom. 2B9 tea. OB02Í Barvvlona
*a»* ^'bcllairmucon

QMdac peotetaMloa, lAmon «Ir hM imaie» cMIccido» en ka lo > apoaHmMAo» tafalmcnic


b icTvtalacckdo uval o paiCMl 4c oía ofera n* makiiibr nwdio <» yw«c*dhiió>wi.*-
«c» atcraroaDCD o mabMM». «I irmimiraai» iolonralüoi. «< «kyuibt oalqaiei ocia ínrm ilr caaMo
4r U otea Ma te MkvuMíóa u Xpv raonte <te lo* Mulwo dd Dinjate a CWRO
rCcaac BafMílüi «k DcrMrf* Rapeofftficm, tet)K/<*«*«w jcoüa AVgM accMMta kaocnpiar o «Kaacar
alfÉa fcaimoalo de cau otea

impreao en bspaAa
in Sipittüt

ISBN; 9784U-7290.92< 7

(mprco por Roauayl Valí» Capella^ei (Barceltma)


He disfrutado mucho escribiendo este libro. Nunca pensé que acabaría
escribiendo sobre mesas queer, me divení con algunos visitantes ines'
perados. Amplío mis agradecí nienios a todas las personas que me han
ayudado, especialmente a mi hmilia y a los amigos y amigas de Aus­
tralia. He sido muy afortunada por pixier estar en un grupo de escrito­
ras con Miml Shellcr e Imogei Tyier. Gracias a ambas por haber sido
unas agudas y cuidadosas lectoras de todo el texto, así como verdade­
ras amigas. Sarah Hranklin ha compartido numerosas conversaciones
conmigo sobre mesas, líneas y otros puntos, y he aprendido mucho de
sus reflexiones sobre las ovejas. Mi agradecimiento también es para
Ken Wissoker y Courlney Bergcr por su excelente apoyo editorial.
Saludos a quienes me han visitado en Londres, especialmente Simón
O'Sullivan. Jonathi^ Kcane, Elena lx>izidou, Catarina l.andstrom y
Manain Era ser. Gracias también a mi equipo del proyecto de diversi­
dad: Elaine Swan. Sevgi Kílie. Sltotta Hunter y Lewis Tumor. Ha sido
genial estar involucrada en un proyecto empírico mientras escribía
este libro porque eso le ha dado un fundamento diferente a mi trabajo.
Asumí un nuevo puesto en el Goldsmiths Collcge durante la época en
que escriW este libro, y me gustaría agradecer a mis nuevos colegas
por propcveionanne un espacw tan agradable y atractivo para trabajar.
Y. finalmente, gracias a tcxlas las personas que asistieron a los semina­
rios que impartí en la Universidad de Lceds Metropolitan, la Uiiivci-
sidad de Stony tírot^k. el Instituto Universitario de Dublín. la Univer­
sidad l.ondon Metmpoliian, la Universidad de Durham. Five Collegcs
Women's Studies Research Center, la Universidad de Essex.el Insti­
tuto Goldsmiths, y el Kings Collegc por sus aportaciones en diferen­
tes partes de este proyecto. Estoy especialmente agradecida a uxias
los personas que me ctiniaron historias, anécdotas y retérencias sobre
mesas.
índice

Introducción. 11

I. Orientaciones hacia los objetos. 43

2. Ijt orientación sexual. 95

3. Oriente y otros otros. 155

Conclusión: Desorienución y objetos qucer. 217

Referencias bibliográficas. 345


Introducción

Encuentra tu camino

¿Qué significa estar orientado? Este libro comienza con la cuestión de


la orientación, de cómo llegamos a encontrar nuestro camino en un
mundo que adquiere nuevas formas, dependiendo de qué camino siga­
mos. Si sabemos dónde estamos cuando vamos hacia aquí o hacia allá,
entonces estamos orientados. Tenemos nuestras referencias. Sabemos
qué hacer para llegar a este logar o a aquel. Estar orientado también
supone dirigirse hacia cienos objetos, aquellos que nos ayudan a en­
contrar nuestro camino. Estos stxi los objetos que reconocemos, de
modo que cuando estamos alte ellos sabemos en qué dirección va­
mos. t\)cdcn ser puntos de referencia u oíros signos familiares que nos
dan nuestros puntos de anclaje. Están dispuestos en el suelo y crean
un terreno sobre el cual podemos reunimos. Y. sin embargo, los obje­
tos se disponen de muy diferentes maneras, creando diferentes terre­
nos. ¿Qué diferencia manca ^eso* hacia lo que estamos orientados?
Mi interés en esta amplia cuestión de la orientación está motiva
do por un interés en la cuestión específica de la orientadón sexual.
¿Qué significa vivii la sexualidad cijiiiu uriciUnda? ¿Qué diferencia
supone hacia «qué* o hacia «quién* estamos orientados en la propia
dirección de nuestro deseo?
Si la orientación es una cuestión de cómo habitamos el espacio,
entonces la orientación sexua también podría ser una cuestión de re­
sidencia: de cómo habitamos los espacios, así como «con quién» o
«con qué» liabitamos los espacios. l>cspués de todo, geógrafas queer
nos han mostrado cómo se sexualizan los espacios (Bell y Valeniíne.
12 FeTKxnencMof ta qurcf

1995, Brcwning, I99H. BeU, 20011, Si xnicmos en primer plano el


concepto de «orientación*, entonces podemos teorizar de nuevo esta
sexudiización del espacio, así como tamiiién la espacialidad del deseo
sexual. ¿Qué significaría para loe» eMüdios queer plantear hi cuestión
de «la orientación* de la «orientación sexual» como una cuestión fe-
nomentMOgtca? hn este libro alxxdo el concepto de oriaiiación como
una forma de situar los estudios queer er un diálogo más cercano wn
la fenomenología. Exploro el concepto le «orientación* a través de
diferentes luganes.espacuH y temporalidades. De este modo, intentaré
plufilear una nueva forma de pensar sobre la espactalidad de la sexua­
lidad, del género y de la raza. Además, ea este libro ofrezco una apro­
ximación a cómo los cuerpos toman foriia dirigiéndose hacia objetos
que son alcanzables, que* son accesibles Centro del liori/oiiie corporal.
Este enfoque deriva de mi compromiso cm la fenomenología, aunque
no es «propiamente» íenomenológico: y,de hecho, sospecho que una
fenomenología queer podría más bien disputar de ese fracaso en ser lo
apropiado. Aun así. es apropiado pregunur. ¿por qué comenzar con la
fenomenología? Comienzo con ella porq.ie la fenomenología hace de
la «orientación* algo centntl, en su propia idea de que la conciencia
siempre está dirigida «hacia* un objeto, y por su énfasis en la expe-
riaicia vivida de habitar un cuerpo, o lo cue iSdmund Husserl llama el
«cuerpo viviente* (LeihK* lus fenomenología puede ser un recurso

I feootiMranioyú nm aporU im conjunto dc hcmunicnUA para pensar wbre lii


oncniackSn Dado que b oncmación ^c Mick docibir cn<m^ tma conciencta tKpncUI
por medio dei cuerpo (conto uii «^ciio ^(Uido*> y e»wi rrloctonuda con la ptopioccp*
cióti > üi docdcsia. imponanlc scilalar que otra» miu hiK iradieloort dc la p^iculo
dc Us ciencia^ cociaie* también ban conlributdo a loa dehaiet aobrr edmo w
orientan loa cuerpoc ba concreto, ei trabojo en ncuroctcncia puede *er de inieke para
to» lectores > lectoras, en especial poique ¡a neurvxteiKia > la Ícnomcaología compar
ten historias. intcre>e> ) preocupaciones comunes > porque ws textos clasei se ali­
mentan entre ai de su» trahajix Ver (¡alfagher (20<3> res^mne algunos de los pritKlpa
ki debates sobre la onentadán > La pmpiocrpción en las. neumciencla* > en la
mctedíRügU. Aporte, debo decir que mi punto de prltda para rrílcxioitar sobre la íc-
iKMnenologia queer nn e< tanto explicar la orienüicián como formación sensorial dife­
renciada (donde el debute principal es s<»tMe mis orígenes > mecanismos», sino mdx
bien proponer otra forma de pensar sobre la oneflUrción. que te ceotm en cómo las
di«lociones espocUles y la conciencia juegan un popel en el modo que tienen Un cuet-
pes de ser dir gidos de ciertas formas I n otras palabras, pora mí la orientación trata de
cómo u* atuttrlan la carp(.iralidad, lo espacial y lo vxiflJ. Sin embargo, esto no signifi­
ca qce no podamos aprender de tnibq>os que pros tesen de otros piintio de pottida. Ver
también Weiss {I99<>, pf) K-XS» para un resumen de los debates mis releíanles sobre
los orígenes del esquema corporal
lútwdttVCiÓA 13

pâni los estudios queer en la medida en que enfatiza la importancia de


la experícncia vivida, la imencionahdad de la awtencia, la iinpcxtan*
cía de la cercanía o de lo que está a mano, el papel de laís acciones re­
petidas y habituaJe!k en la íorniación de los cuerpos y los mundos. Lle­
gué a la fenomenología porque, en pane, el concepto de orientación
me llevó allí. Es importante cómo llegamos a los lugares que creamos.
También llegué al concepto de orieniudones lomando umi ruta deter­
minada. mi libro anterior. F/ie Cultural Palitiex of Efnatuf» (La
política cultural de las emociones), el concepto de la orieniación tam­
bién fue crucial. Aquí trabajé con un mcxlelo fenomenológico de las
emociones como algo intencional: como algo que estaba «dirigido»
hacia los objetos. f^>r ejemplo, cuando sentimos miedo, sentimos mie­
do de algo. Coloqué este modelo de intencionalidad emcKional junto
con un iTUxielo del alecto como contacto: nos afecta «con qué» entra­
mos en contacto. En otras palabras, las emociones se dirigen hacia
aquello con loque entramos en ccxitacto: nos mueven «hacia» y «le­
jos» de tales objetos. Y así. podemos temer un objeto que se nos acer
ca. El enfoque no es siinplcnienic sobre la llegada de un objeto: es
también sobre la forma en que nos volvemos hacia ese objeto, sen­
sación de miedo se dirige hacia ese objeto, mientras que también aprc*
hende el objeto de cierta manera, a>mo temible. El momento de esta
aprensión importa. Para que un objeto logre esta impresión, depende
de historias pasadas, que aprecen como impresiones en la piel. Al
mismo tiempo, las emociones moldean lo que hacen los cuerpos en el
presente, o cómo s<m afectados por los objetos a los que se acercan.
|ji atribución de sentimientos hacia un objeto (tengo miedo porque
eres lemiNel aleja al sujeto del objeto, crearklo una distancia a través
del registni de la proximidad como una amenaza. l,as emociones im­
plican tales formas afectiva; de (re)orientación. No es solo que los
cuerpos se muevan por las orientaciones que tienen: más bien, tas
orientaciones quií tenemos hacia los otros moldean los contornos dcl
espacio afectando las relaciones de proximidad y la distancia entre los
cuerpos. Es importante deslacar que incluso lo que se maniiene a dis­
tancia aún debe ser lo suficientemente próximo como para crear o de­
jar una impresión. Este punto puede explicarse de manera ba-siante
simple: las orientaciones implican diferentes formas de registrar la
proximidad de los objetos y k>s otros. I-as txieniaciones configuran no
solo cómo habitamos el espacio, sino también cómo aprehendemos
14 hvtiamcnolog/ii querr

este mundo que habitamos de forma compartida^ así como «a quién* o


«a qué* dirigimos nuestra energía y atención. Una fenomenología
queer. tal vez, podría cennenzar redirigiendo nuestra atención hada
diferentes objetos, aquellos que son «menos próximos* o incluso
aquellos que se desvían o que son desviados. Y, sin embargo, yo diría
que una fenomenología queer simplemente sería una cuestión de ge«
nerar objetos queer. Una fenomenología queer podría recurrir a la fe­
nomenología preguntando no solo sobre el concepto de onentación en
la fenomemMogía. sino también sobre la orientación de la ferk^meno-
logía. Por lo tanto, este libro analiza cóno los objetos que aparecen en
la escritura fenomenológica funcionan como «dispositivos de orienta­
ción*. Si tomamrw el primer volumen de Ideas de Husseri, por ejem­
plo, comenzamos con la mesít de escribir. La mesa aparece, podríamos
decir, porque la mesa es el objeto más cercano al cuerpo del filósofo.
El hecho de que la mesa de escribir aparezca, y no otro tipo de mesa,
podría revelar algo acerca de la «orientación» de la fenomenología, o
incluso de la filosofía misma.
IX*spués de tcxlo, no es sorpréndeme que la filosofía esté llena de
mesas.- Al fin y al cabo las mesas sem eso ^sobre lo que* se escribe la
filosofía: se encuentran frente al filósçifj, imaginamos, como una su-

2. Mi inniií de cierihr f>o wa d único upo de meiai que «parveen en U ntosoTÍJ


Tal y c<Miic> cwpendre en relación con el imbaju de Martin Heidegger > Hannah Arendt.
las mesas de comedí»f lambién aparecen, pero nc como una convención. > crean uno
impeeMón inav diíerenle No todas lav mcw nos remiten al oentido convenaonat dd
mobiliario, o si lo hacen, es de íonna mis oblicua Ln «índice» |»lahtr oí conienu» en
el uíifinal ingJéw. |kJY la referencia a lable^mcM .V drZ TI umbién es un elemenbi
convencional en la cscHiura ftloióTica. Tal > coriHi nos muestro Michel hnucault, «la
mesa* caando ve utili/a en este sentido foncicNiacomo un dispositivo de orden, que
penniie «al i>ensairl€ntp liesar a cabo un ordenanaenio de los seres, una repanición en
clases, ngrupomicnto nominal por el cual ve denitiun sus semejan/av y sus diferen
cías* t2OO2. p. tix: No es casualidad que la paltbni «mesa» apunte a esta función
colocar cusas r«« ur i.shkro en ya un» de or4c(wi« vb/elus, de reunlrlos a su alre­
dedor, O de dnKes uu luyar. en tomo al cual podemos irobapir Tambión es útil recordar
que la mesa es un apoyo puro la filiMcilfa como ui» metáforo esencaal IVxr ejemplu. la
propia concicncir. ha sido repceseniada por medio de la metafoni de la mesa: tabtãla
nuij, la piearro en blanco l/o^u/er ca latín, tahle en Inidós. mew en castellaoü A' de/
T.|. M mesa es lo q je «espera» una escritura, esas «morcao* que transfueman la poten
ctalidad de b vida en la ncahdad del M:r. la * ida wmienro con una escntuni sobre la
mesa,que evocad futuro como una marca dd presente; cuando dccinu* «b esenturo
está er ia nc»» eso implica que un futuro espeoti.xi >ii ha sido decidido. La aparición
de 1m mesa coose dispositivo de apoyo torna difcxnies forma*», dependicodo de qu^
Upo de upes o se <e pide que aporte
15

pcrticie honzcHital <dcstinadtti^ a la escnlura La mesa podría incluso


tomar la forma de esta inicación t ver capítulo I). Como apunta Ann
Banñeld en su maravilloso libro The Phojiíífm Table: «Mesas y sillas,
tas cosas más cercanas pura el filósofo scdentarío» que viene a ocupar
las cátedras' de filosofía^ son los muebles de **esa habitación propia**
desde la cual observamos el mundo real» (2(XM), p. 66L Las mesas
están «cerca, a mano», junto con las sillas, como muebles que asegu­
ran el «lugar» mismo de la filosofía. Ll uso de las mesas nos muestra
en parte la orientación misma de la filosofía, mostrándonos lo que está
píiSximo al cuerpo del filósofo o filósofa, o «eso que» entra en contac­
to «con» su cuerpo. El modj en que aparece la mesa puede depender
de los diferentes orientaciones que la filosofía toma respecto a los ob­
jetos con los que entra en cnniaao?

5 Juego Uc paUbras coo thair,(ue Mgruíicji silU, pem ui<nbi¿n cáiedn (hl M t i
4 En mocliot coso» «la meM» apiree dmpUmeme como un objeto. Jumo con cHrot
objetoi* nio«óíic<n iin niiigiitvi rcíerrncui prtvtia. fino como eso qnc está «antes» del
niófoío en el momento de ncñbir Tal > como es|x>ndné en el capfudo 1, Huwsetl Itace
una descripcián de la mcMi como la mesa de escñbir que Ueoe ame &í. ames de que la
mesa se convieru en un objeto que le uiitira pan íltiilnr su método íefiomennlógico.
finciMiiramot también ima «lea paicckda en la obra de otros fllósoíoa. t n bnen ejemplo
lo tenatias cu Liu pn/bUma^ tit fiioiájfla de Bertnnd KusscU. quien cotocA a «la
mesa» como su objeto prí murió y comienza coa una descripóóo de una escena de es­
critura «Vzt este momento me parece que estoy scniodo en una silla, firnte a una mesa
de í<xma determinada, sobre la cual veo bojas de papel manufcrito» o impresfiis. Si
s ucho la cabeza, observo, por la ventana, edificios, nubes y el wt» (|99>1, p. Ij. Izi
mesa funciona como una forma de iluMrar un tema filnsóTKo «¿dwe el cxsnccimíenlo y
la exigencia de la materia como djr> independiente de la precepcidn (datos senfon»-
lesl. Cuando los mesa» aparecen aa el fin de ilustrar ideas, entonces tienden también
a desaparecer como objetos con m propias tilMorios. Hay que seílalar que cuando los
mesas aparecen en textos fik>s6ficns poco convencionales, entonces los utos sobre su
aparición también cambian Pora Gilíes Ikleuze y Félix (¡uatUn. por ejemplo, la mesa
redonda es mencionado como una meso no filosófica; «Ijis discusiones están muy bien
puro las mesas redondos, pero el filiSsofo echa sus dados cifrados sobre otro tipo de
mesa» (lOíM.p. 28i. i*ara Mu bel Senes, la mean inten iene como unacdUca del urde-
iMjníceio d* las nHHi4k».*iabta«c «írOTile • la m^Mv UibU clamen d« la» conrespondeactas o
equivalencias, el lenguaje como ma economía restringida, tenemos la mesa en la que
tiene lugar la coñudo y la bebida, que excede la oconofiiia» talado en Connoí, 19991
lionui en la dta de Ocleuze como la de Serves se juega con ci doble sentido de «laMe»
en inglés y en íroncés. que signitico airsu pero también tabla, como la labio de los
elcmenUM» una tabla de correspondências, etc juego que se pierde en castellono. V deí
/.| V tal y como anoli/aré en el capftulo 1. la distancia que loma Hetdegger dd méio
du íenunicBológico de Husserl siirufico que coa dirigirse a im tipo de rneva ba*4aiiie
diferente. lu> que sugiero es que lo forma en que aparecen los mesas en la filoaoíia
iTMiesira Id orientación de la íilosnfia. asi como otras formas de escribir, lo cual tam*
biéa ptxino decirnos algo sobre la orientación de este libro. En Banficld. 2000 enson-
16 hcoomcnolc^'a qtieer

Aunque no sea soqxvndente que el otyeio sobre el cual se produ­


ce la escritura aparezca en la misma. umNói podemos señalar que
esta escritura le da la espalda a la mesa. Así. incluso si la mesa apare­
ce. parece que lo hace solo como los rasgos de fondo en un paisaje
que está lleno de muchos ofijcios que se entrevén. Tal y como propon­
go en el capítulo I. este destierro de la mesa al fondo es ev idente en la
obra de Husseii. aunque este nos haga volver al objeto. Aunque la mesa
se materialice» a menudo desaparece de la vísta» como un objeto *<dcs’
de* el que pensar y hacia el cual dirigimos nuestra atención. Fn este
IíIko coUko Iu mesa «en la pane delantzra* de la escritura» en pane
para mostrar cómo esc «qué* pensado «desde* es un dispositivo de
orientación. Al llevar al frente lo que está «detrás» ixxJemos queeri-
zar‘' la fenomenología creando un nuevo ángulo, en pone leyendo desde
el ángulo de la escritura» en el «qué» que aparece. Queerizar la íeno
menología supone paiponer un «punto de vista*" diferente del con­
cepto mismo de orientación.
Queenzar la fenomeixáogia también es projxmer una fenomenolo­
gía quecr En otras palabras, lo queer no tiene una relación de exterio­
ridad respecto a aquello con lo que entra en contacto. Una fenornetto-
logia queer puede ideniiftcar lo que hay ce queer en la fenomenología
y usar esa cualidad queer para proponer puntos de vista bastante dife-
rentcíb l>es|)ués de todo, la fenomenología está llena de momentos
queer: por ejemplo, los momentos de destinen ración que propone
Mauritv Mericau-Ptmty implican no solo «la experiencia intelectual
del desorden, sino la experiencia vital dd vértigo y de la náusea que
es la cx^nsciencia y el hcirror de nuestra contingencia* (2002, p. 296).
FenoniefMiopía de ía ffen epdón nos expücd cómo esos momentos se

u^fTxn liUy cxpuMcidn del papel específico de en b inidición niosóricA


bdiiruca. como «i ejemplo bócico de un í>bfe<o exifroo > famílbr. y Además »e inlcre-
SB por el iw que hrtce Virginia Wnolf <1«* )*« <?• «u e^criiur». oom<> mim» formA de
diBlopr eco e<» iradicióo
5. I rAdveirnos el verbo m por queenzur. daio que esu patabra mt utiiizji y» en
mtKbin eo caMrltiBo Este verbo tiene dov ugnifivBdot en logks, malofimr o
estropear <aquí, irnunm o subvertir la fenomemlogia), hacer que algo se vueha
•raro*, y lambían aplxar una lectura críUca desde la dhidenciJi sexual raUiol. im> he
tenxív-ceatrada. de minorías racintn o de clave bu}a (aquí, iransimncoiiiw. bollen’
zar b íer>omeooln/b> I ji autora lo uiili/a en lo» dos sentido» n b ser. tN, dri f I
6. Juego de palabras con iltwt. que Mgaifica punto de v|»u» perv también InclKKi
cián. La auconi ut4hzA muchas pBl»bnis topológica^ o de posicróo con doble «entido
6V de/r.
Imnxluccit^n 17

superan cuando los cuerpos $c reorientan. Pero si nos mantenemos en


esos momentos pedemos lograr una orientación diferente respecto a
ellos: tales momentos pieden ser una fuente de vitalidad, y también de
sértigo. Incluso pixlemos eneuntiar placer y excitación en el horror.
hn esta propuesta de fenomenología queer» estoy en deuda con la
obra de feministas, queer y antirracistas de la academia que han traba-
jado de forma creativa y crítica con la tradición fenomenológica. fcste
incluye a filósofas del cuerp) feministas como S«mdra Bortky (19<X)).
Iris Manen Young (1990,2(X)5). Rosalyn Di prose (1994, 2O()2ji» Jydilh
Builer (I9^ah y Gail WcÍ55 (1999); trabajos anteriores de mujeres
fenomenólogas como Editi Sicín (¡9ít9) y Simone de tíeauvQjr
CW7i: obras rccicnics sobic tcnomcnología quccnEacr. 2005); y
ícnomcnólogos de lajaza como hrantz£ünofl tlSSóKLcHjs R. Gor-
doo iI985j.y UndaAküfLUáSÍ^^
lo largo de la redacción de csie trabajo, he aprendido no solo u
pensar cómo la fenomenología se puede universalizar a partir de una
vivencia corporal específica, sino también qué se deriva «<de forma
creativa» a partir de esta critica, en el sentido de lo que penniie
pensar y hacer. Filósofos y filósofas feministas, queer y críticas de la
raza nos han mostrado que las diferencias sociales son un efecto de
cc^to los cuerpos habitan los espacios con otras personas, y han hecho
hincapié en los aspectos intercorporules de habitat un cuerpo, lam-
bién estoy en deuda con generaciones de escnioras feminisuts que n<^
han emplazado a pensar desvie los Kpuntosi» en los que estamos sitúa*
doSt y que han reivindicado una política del lugar como una fonna de
habitar situada (Lorde. I9M; Rich. 1986; Haraway. 1991; Collins^

1 K Umnaiivo, por cjnrplo. queb obf» de Htiih Slcin wbre b cmputui tonsidcne la
«uwnUu'ión algo crucial l^oponequc la empatb implica oñeiUMtctKs cambiasiies:
«(^Muiidn aflora lo ittirqircU> como un cuerpo vivicnic senúbk y me prmeclo rmpdli
t aUKiMv <i> <1, obtengo una image» nue* a del mundo espucial y un noavo punto eero
de oricntaciócia 4 rW9. p 61). Fjt ü:il recordar el trabajo de eMas primeras mujeres fe
Romendlogac, que de hecho ahonbrofi Ich iiUertMc <lc fcmimenólofm coa Husseri con
ideiiA <pie a rnenudo noise han reconocida, Edith Steln fue aJumna de Hu^i^ert. y loba
fd (.Kwi él en el manuMnio que fue publicodo póMiíniamente como el Mgundo volumen
de Idra^ Siein hace hincapié en les aspectoik intereoqxifalev de la expeucneia vivida
rn ^xxKrcto. inirvxluee la idea del rcocfpo exlraflo» como «viviente» y como »co*da
do* 419Í49. p 571 En muebov áspalos. íemimvu* povieriore* como Gail Weix» y Ro*
«alyn Diprn^. quienc* dcMacan iov dimeniuonev liMetcoiporafes de b evperieixia vi
V (da. pueden lerve como veguidumv del trabajo de Strin. aunque la inflncncia no es
directa
IR t-ecMxnnudogii qucrr

I9W)» y con las escritoras íeminisias negras que han afrontado la difí­
cil tarea de pensar en cómo se articulan la raza, el génem y la sexuali­
dad, corno líneas que se cruzan y se encuentran en diferentes puntos
(I/srde. 19H4. Brcwer. 1993; Smith, 1998). Mi tarea aquí es basarme
en este trabajo reconsiderando la naturaleza •orientada* de estos pun­
tos de punida.
luí fenomenología no es el único material utilizado para formular
un mexielo queer de las orientaciones: además de los estudios queer, la
teoría feminista y la teoría crítica de la raza, este libro también toma
ideas del marxismo y del psicoanálisis por su interés en cómo los ob­
jetos y los cuerpos adquieren orientaciones en pune por cómo »apun*
tan* unos a otros. Por medio del uso de Jos estrategias simultáneas
—queerizur la fenomenología y llevar la teoría queer hacia la fenome­
nología— el libro quiere mostrar cómo Io4 cuerpi^ son marcados por
el género, sexualizados y racializados en funaón de cómo se disponen
en el espacio, como una disposición que diferencia entre «izquierda»
y «derecha», «delante» y «detrás», «arritx»» y «abajo», así como «cer­
ca» y «lejos». Lá> que propongo, en otras palabras, es un modelo de
cómo los cuerpeas llegan a orientarse en función de cómo consideran
el tiempo y el espacio.
Mi objetivo no es decidir qué tipo de fenomenología debería
adoptarse, como si ese encuentro mismo tuviera que tomar la forma de
este libro. Después de lodo, lamo los estucios queer como la fenome­
nología implican diversas historias intelectuales y políticas que no
pueden estabilizarse como objetos que putfiemn darse a los demás, fcn
su lugar, mi tarea es trabajar desde el concepto de «orientaciones» tal
y ctxno ha sido elaborado en algunos textos fenixnenológicos, y hacer
de CSC concepto mismo el lugar pura un cicucntio. ¿Y qué ocurre si
empezamos desde este punto?

Puntos de panidu

Para lograr oricntarrx^s, podemos suponer que primero tenemos que ex


perimentar la desorientación. Cuando estamos orientados puede que
ni siquiera nos demos cuenta de que lo estamos: ¡njcde que incluso no
pensemos en •pensar* sobre este hecho. Cuando cxperimeniamo.s la
IntrudiKXión 19

dcsonenuiciõn. pcxiemos senur Ia oriemación como algo que no leñe­


mos. Después óc iodo, los conceptos a menudo se muestran a sí mismos
como cosas «con» las que pensar cuando no consiguen ser traducidos
en una realidad o en una acción. Con csie tipo de desorieniación po­
dríamos empezar a pregunurnos: ¿qué significa estar orientado?
¿CeSmo empezamos a saber o a sentir dónde estamos, o incluso a dón­
de vamos, alineándonos con las características de los territorios que
habitamos, el cielo que nos rodea, o las lincas imaginarias que atravie­
san los mapas? ¿Cómo saberos hacia qué lado girar para llegar a
nuestro destino?
Si entendemos cómo logramos orientamos en momentos de de­
sorientación podemi^ aprender en primer lugar qué significa estar
orientado. Kant. en su ensayo clásico «¿Cómo orientarse en el pensa­
miento?* (1786. citado en Casey. 1997) comienza precisamente con
este punto. Utiliza el ejemplo de andar con los ojos vendadlas en una
habitación desconocida. N(7 sabes dónde estás, o cómo se relaciona tu
posición con la forma de la habitación, entonces ¿cómo encontrarías
tu camino a través de la habitación? ¿Cómo encontrarías el camino
hasta la puerta para salir de la habitación? Kant explica que lograr
orientarse en esta situación depende de conocer la diferencia entre el
lado izquierdo y el lado dcredio del cuerpo. Esta difcreiKia. a su vez,
muestm que la orientación no depende tanto de la relación entre los
objetos dispuestos en el espado (por ejemplo, entre la silla y la mesa),
sino de cómo el cuerpo ocupa ese espacio. Solo |xxicmos encontrar
nuestro camino en un cuarto oscuro si conocem(.n la diferencia entre
los Indos del cuerpo: «no tardo en orientarme gracias al mero senti­
miento de una diferencia entre mis dos lados* (citado en Casey. 1997.
p, 20; ver tamlMén Kant. 1992. p. 567|. El espacio por tanto se con­
viene en una cuestión de «onentarse*. de las direcciones lomadas, lo
que no solo permite que las cosas aparezcan, sino que además nos
habilita pura encontrar nueslm camino a lr«vés <lel mundo al situamos
en relación ccxi esas cosas.
El concepto de «orientación» nos permite así repensar la feno-
menaJidad del espacio —es decir, cómo el espacio depende de la vi-
V encia corporal. Aun así, pura mí. diferenciar izquierda y derecha, este
y oeste, delante y detrás no necesariamente significa que sepa a dónde
estoy yendo, hiedo estar perdida aunque sepa cómo orientarme, a este
lado o a aquel lado. Kant describe las condiciones de posibilidad para
20 Kcoomrmiloins qiKcr

Ia orientación^ no cómo conseguimos onen(anK»s en situaciones con­


cretas. En Ser y tiemp<n Manin Heidcgger irioma el ejemplo de Kam
de andar con los ojos vendados en una habitación a oscuras. Para Hei-
degger la orientación no se basa en di'erenciar entre los lados del
cuerpo, que nos permite saber hacia qué lado giramos, si no en la fa­
miliaridad con el mundo: «Yo me oriento necesariamente en y por un
ya estar siendo en medio de un mundo «(.on<x:ido->)> (1975, p. 144).
familiaridad es —pix así dedrio— lo que % iene dado, y al venir dado
«le da- al cuerpo tu capacidad de orientarse en este sentide^ o en aquel.
Por tanto, la orientación se convierte no solo en una cuestión de cómo
«encontramos nuestro camino*, sino de cómo llegamos a «seniirtKJS
en casa».
Analicemos la diferencia que supone caminar con los ojos ven­
dados en una habitación que nos es fami iar en comparación con una
que no lo es. En una habitación que nos es familiar ya nos hemos des­
plazado antes. Ptxiemos tocar algo, y al sentir eso que sentimos —por
ejemplo. la esquina de una mesa— desetbrimos en qué dirección es­
tamos orientados. Orientarse implica alitcar el cuerpo y el espacio:
solo sabemos en qué dirección girar w/ui rez que cabemos en qué
lido estamoi orieMado\ Si estamos en una habitación desconocida,
una cuyas formas no forman pane de nuestm mapa mental, b ubica­
ción rK> es tan fácil. Kxlemos tocar algo, pero lo que sentimos no ne-
cesjiriamente mis fiermite saber en qué sentido estamos orientados; es
una carencia de satx;r que supone una insegundad sobre hacia dc5nde
girar. Al mismo tiempo, nuestra fumilioricad con ciertas habitaciones,
incluso a oscuras, puede permitimQis determinar nuestm nimbo. Pode­
mos e:^tcnder la mano y sentir una pared. Saber etSmo es el tacto de
una pareti. o incluso lo que hace (que marca, por así decirlo, el límite
de la habitación) ya hace que esa habitación oscura nos resulte fami­
liar Podemos andar lentamente, siguiéndola, hasta que llegamos a la
puerta. Entonces íuiliemrH. qué hacer y hacía dónde mmvrrws.
[>c esta forma la diferenciación entre lo extraíki y lo familiar no
se mantiene. Incluso en un entoriH) e.xtraAo o desconoci^Q podemos
orientarnos, por nuestra familiaridad coi las ftnmas por
cómo está dispuesto lo social. Esto no quiere decir que no nos perda­
mos. o que a veces no lleguemos u ntiestn destino. Y esto no quiere
decir que en algunos lugares no nos sintan'os desconcertados, incapa­
ces de recon^Ker dónde estamos. Pero aun así «perderse» rx>s lleva a
Inlmduccián -21

alguna parle; y estar perdido es una forma de vivir el espacio regis-


irando lo que no nos es familiar; estar perdido puede a su vez conver-
(irsc en un seruimicnio farnihar. familiaridad a>bra forma por me­
dio dd «sentir* el espacio o por cómo los espacios «impresionan* los
cuerpos Knr tamo, esta familiaridad no está «en*> el mundo como algo
que viene ya dado. I n familiaridad es un efecto de la vivencia; no es­
tamos simplemente en lo familiar, sino que lo familiar es configurad*^
piM acciones que llegan a entrar en contacto con objetos que ya están
a nuestro alcance. Incluso cuando las cosas están a nuestro alcance,
tenemos que acercamos a csjs cosas para alcanzadas. El trabajo de
habitar los espacios implica una negociación dinámica entre lo que es
familiar y lo que es desconoddo. de tal míxkí que aún es posible que
el mundo cree nuev as impresiones, dependiendo de hacia dónde nos
dirijamQVS. algo que afecta lo que está a nuestro alcance. Ampliar nues­
tra ocupación del espacio también amplía lo que es -casi* familiar o
lo que está «casi* a nuestro alcance.
Si logramos orientarnos por medio de una tendencia hacia el
«casi*, entonces estar oriemado es también ampliar el alcance del
cuerpo. Si tomamos nota de la importancia de este punto podemos
volver a la cuestión de los lados del cuerpo planteada por Kant. Es
interésame obsenar que para Husserl. aunque las orientaciones no
implican simplemente diferenciar los lados derecho e izquierdo del
cuerpo, sí que implican la cuestión de los lados Tal y como Husserl
expone en el segundo volumen de idear. «Si consideramos la fonna
característica que tiene el cuerpo de presentarse a sí mismo y hacemos
lo mismo para las cosas. eiKcntranvos la siguiente situación: cada Ego
tiene su propio dominio de cosas perceptuales y necesariamente per­
cibe las cosas con una cierta orientación. Las cosas aparecen, y lo
hacen desde este lado o desde aquel, y en esta forma de aparecer está
incluida irrevocablemente una relación a un aquí y a sus direcciones
hásicaN* 11989, pp. 165-166). I^> iMiciiiaviones tratan de cómo empe­
zamos: de cómo continuamos a partir de «aquí*, lo cual intluye en
cómo aparece el «allí», en cómo se presenta a sí mismo. En otras pa­
labras, nos encontramos con wlas cosas* como algo que viene de dife­
rentes lados, y como algo que tiene diferentes lados. Husserl relaciona
las cuestiones sobre «este lado o aquel* con el punto del «aquí», que
también describe comt* el punto cero de la orientación, el punto desde
el que el mundo se despliega y lo que crea lo que está «aquí* respecto
22 - Fctkxncnnliif ia queer

a «allí» (1989, p. 166; ver también Hu>scr1, 2602, pp. 151-153). ts


desde este punto corno cobran imponan;*ia Ias diferencias entre «este
lado» y «aquel lado*. I s uilo porque estamos «aqui» cn este pumo, el
punto cei\), por lo que cetra y lejos son experimentados como marca­
dores relativos de la distancia. Alfrcd Schutz y Thomas Luckmanti
laiiibiéii describen la orteniacidn como una cuestión que depende del
punto de partieb de cada uno: «el lugar en el que me encuentro, mi
"aqur actual, es el punto de ponida para mi orientación en el espa­
cio* (1974. p. 36). El punto de punida para la orientación es el punto
desde el que el inundo se despliega, el «aquí» del cuerpo y el «dónde*
que habita.
Pór tanto, las orientaciones tienen que ver con la intimidad de los
cuerpos y los lugares que halátan. En fenomenaiogía de la percep­
ción MerleaU’Ponty propone que «las turmas espaciales o las distan­
cias no son tanto relaciones entre diferentes puntos del espacio objeti­
vo como relaciones entre estos puntos y un centro de perspectiva:
nuestro cuerpo» (1964, p. 5). El cuer¡x) nos da una perspectiva: el
cuerpo está «aquí» como un punto de partida desde el cual el mundo
se despliega, está a la vez más allí y mervos allí. El «aquí» del cuerpo
no se refiea* solo al cuerpo, sino a «dónde» vive el cuerpo. El «aquí»
de la vivencia corporal es por tanto lo que saca al cuerpo de sí mismo,
dado que está influido y es mixielado por lo que le rtxiea: la piel que
parece contener el cuerpo es también donde la atmósfera crea una im­
presión; pensemos por ejemplo en la carne de gallina, texturas en la
superficie de la piel, como huellas corporales de lo frialdad del aire
Los cuerpos pueden orientarse por medio de esa respuesta al mundo
que les rodea, dada su capacidad de ser influidos por él. A su vez. a
partir de la historia de esas res|>uestas. que se acumulan como impre­
siones cn la piel, los cuerpos no viven en espacios que son exteriores
a ellos: más bien los cuerpos les dan forma al vivir en ellos, y cobran
su forma ul habitarlos.
Si las orientaciones tienen tanto cuc ver con sentirse cn casa
como con encontrar nuestro camino, entonces resulta importante con
siderar cómo «encontrar nuesim camino* implica lo que p^xkmos lla­
mar «dispositivos localizadores». En cieno sentido, aprendemos lo que
significa el hogar, o cómo íKupamos el espacio en casa y como un ho­
gar. cuando abandonamos el hogar. Retlexionar sobre las experiencias
vividas de la migración puede permitimos plantear de nuevo la cues-
Ininxhiccián 23

lirtn de la orimtneldn," migración puede describirse como un pnxx?-


so de desorieniación y de re*>rienu>ción: los cucrpt^is «se van* y lam’
biói «llegan*, vuelven a habitar unos espacios. Como ya he comentado,
la fenomenología nos recuerda que los cspocios no sori^xienores a k>s
cuerpos: en realidad los espacios son como una segunda piel que se
piiegut^ del cuerpo.^n S/runye Encounten: Emfhf-
despliega en los pliegues Embo^
¿OOO^nalizo cómo la migración im-
plíõi babiíâr de huevo la piel* las diferentes -impresiones* de un nue­
vo paisaje, el aire, los olores, los sonidos, que se almacenan como
punios, fxira crear líneas, o cuc se almacenan como líneas, para crear
nuevas texturas en la superficie de la piel. Tales espacios se «impri­
men» en el cuerpea, apt^riundo la marca de impresiones desconocidas,
lo que a su vez redefine la superficie del cuerpo. Lo social también
tiene su piel, como un bordeque se siente y que está fixmadojjqr las
«impresiones* dejadas por otros_(Probyn. h296, p. 5j^Ahmed.^0tMi0.
La piel de lo social podría verse afectad por las Idas y venidas de dife­
rentes cuerpos, creando nuevas líneas y texturas a partir de la disposi­
ción de las cosas. Esto no quiere decir que uno tenga que irse del hogar
para destKicniar o reorientar las cosas: los bogares también pueden ser
lugares «venigimisos* donde las cosas no siempre se mantienen en su
lugar, y las casas se pueden mover, como nosotros lo hacemos. Des­
pués de lodo, los hogares so# efectos de las historias de llegádacÁvtar
Brah)en sus reflexiones sobre el espacio diaspórico analiza «la imbri­
cación de las genealogías de dispersión con las de “quedarse quieto***
(1996. p. 16). Los espacios diaspóricos no comienzan a tomar fonna
simplemente con la llegada de cuerpos migratorios, lo que ocurre es
más bien que solo notamos la llegada de aquellos que parecen «fuera
de lugar*. Los que están «en su lugar* también deben llegar, deben
llegar «aquí», pero su llegada es más fácil de olvidar, o incluso no se
mxa. Ui dcscxientación del sentido del hogar.^mo el efecto «fuera de
lugar» ó «jWsõí^Uc la jaya» de las llegadas íiiquietanies, hiipliva lo
que podríamos llamar una orieniación migraioria. Esta orientación po­
dría describirse como la experiencia vivida de enfrentar al menos dos
diiecaones: hacia un bogar que se ha perdido, y hacia un lugar que aún

H Para un de la relación íntima entre el hogar y la migración, ver el libro


4 /iriwi<^ivX//fr<7rr>M/uAng.' ant/ Kfiifration C'astaóeda. H>r-
her Slwllcr |2on3|),
24 Feunmcnuio^j q«rer

no es un hogar. Y, sin embargo, la onentación migraiona no neccsariu-


mcntc se ubica daun) del cuerpo migírnie, como el npunto doble*» de
su punto de vista, hn cierto mcxJo. rcfleyionaf sobre la migración nos
ayuda a estudiar cómo llegan los cuerpos y cómo son dirigidos.en esta
o enjiquella dirección como una condición de llegada, lo «lucajuLviíJ^
tiene que ver con cómo se establece el *en el lugar». No quiero decir
qiK ios puntos de vista de los cucrjxys migrantes no importen. Después
de lodo, es mi propia experiencia como sujeto migrante, y coiik) al­
guien de una familia de migrantes, lo qae me ha llevado a pensar en la
orientación y a preguntarme cómo llegamos a habitar los espacios
como si ampliaran nuestra peí. De hcchc^. pxlría comen/ar la historia
aquí, lo que recuerdo, lo que me deja sin aliento, no son lauto las ex
IXíriencias vertiginosas del movimienD y l«i desorientación de estar
fuera de lugar, sino las formas que tenemos de asentamos: es decir, de
habitar espacios que. en primera instancia, no nos son familiares, pem
que podemos inuiginar. a veces con miedo y otras veces con descki. que
llegaríamos a sentir como un hogar. Esie prcKcso no es inevitable. No
siempe «rs obvio en qué lugares pxlemi^ sentimos como en casa
Nos asentamos de estas formas. Cambiar de casa. Odio hacer las
maletas: recogerme, separarme. Desnucar el cuerpo de la casa; las pa­
redes. los suelos, los estantes. Luego llego, una casa vacía, un
caparazón. Cuánto me gusu deshacer Us maletas. Sacar las cosas, p>-
ner las cosas alrededor, desplegarme por uxtas las paredes. Me muevo
por allí, tratando de distribuirme uniformemente entre las habitacio­
nes. Me concentro en la cocina, hl olor familiar de las especias llena
el aire IX'jo que el comino se demiine. y luego lo recojo de nuevo.
Me siento como si me enviaran de vuelta a otro lugai. Nunca estoy
segura de dónde me lleva el olor de las especias, ya que me ha seguido
a todas panes. Cada olor que se acumub me deviH:lve a alguna parte;
no siempre estoy segura de dónde está ese lugar, A veces el regreso e.s
bienvenido, u vece^ rto A veces e€ el I anto o la nsa lo que me hace
darme cuenta de que me han arrastrado a otro lugar y a otro tiempo.
Tales recuerdos pueden inqMicar un reconocimiento de cómo se siente
ya el propocuerpo. después del evento. La sorpresa cuando nos sen^
timi^ emocionados de esta forma o aquella tnionces formulamos la
pregunta, más larde, y a menudo parece ser demasiado larde: ¿qué es
lo que me ha alejado del presente, a oirvlugar y a otro tiempo? ¿('<5mo
he llegado aquí o allá?
lotrodsccióo 25

Después de la CíK’iiUb la habitación en la que espero vivir es


siempre el estudio. Ü el lugur que he decidido que sea el lugar donde
vov a escribir Ahí. ese será mi escritorio. O podría ser simplemente
la mesa de escribir. Es aquí donde recopilaré mis pensamientos. Es
aquí donde escribiré, c incluso escribiré sobre la escritura. Este libro
está escrito en diferentes mesas de escritura, que me orientan de diíe*
rentes maneras o que vienen a «materializarse* como efecto de di­
ferentes orientaciones. Sobre las mesas se agrupan diferentes objetos.
Hacer que un lugar .se convierta en un hogar, o sentirme en casa en un
espacio, para mí es estar en mi mesa, ñenso con cariño en Una hahi-
tacián propia de Virginia Wcx>lf. Qué imponnnte es, especialmente
para las mujeres, reclamar ese espacio, ocupar ese espacio a través de
lo que se hace con el propiocuerpo. Y cuando estoy en mi mesa, tam­
bién reclamo ese espacio, me convierto en escritora al ocupar ese es­
pacio.
Cada vez que me mudo, me estiro. ¡Kobando esta puerta, miran­
do aquí, mirando hiKia allí. Al estirarme, mudarme de casa para mí es
lograr habitar espacios, incorporarlos, donde mi cuerpo y las habita­
ciones en las que se recoge —sentado, durmiendo, escribiendo, ac­
tuando como lo hace, en esli habitación y en esa habitación— deja de
ser distinto. Se necesita tiempo, pero este trabajo de habitar llega n
producirse. Es un proceso llegar a intimar con el lugar donde se está:
una intimidad que se siente como vivir en una luihitación secreta que
está oculta a la vista de los demás. Amar su propio hogar no supone
estar fijo en un lugar, sino n*á.s bien convertirse en parte de un especio
donde uno ha desplegado si propio cuerpo, saturando el espacio con
la materia corporal: el hogar como desbardamiento y /luja sabré
tas casas. IVir supuesto, a veces no nos sentimos como en casa; pode­
mos sentir incomodidad y extrañeza en un espacio que todavía está
lleno de íecuertk^. O pcxienos sentir m^talgia: distanciados de nues­
tra ubicación actual y anhelando un espacio <pie alguna vez habitamos
como hogar. O puede que no te sientas como en casa, y bailes de ale­
gría ante d anonimato de las ¡xtredes desnudas, que no han sido kx:a-
da.s por los rostros de los seres queridos que remiten el cuerpo a otra
época y a otro lugar.
U< tarea de habitar in plica dispositivos de orientación; formas
de desplegar los cuerpos en los espacievs que crean nuev os pliegues, o
nuevos conn^mos de lo que pcxlríamos llamar un espacio viviNe o
26 _ hcnocncaologM qacn

habitable. Ja ofi«^ntación es hacer que lo exuuño.sca faíniiiaf.ajca-


vés de la disposición de los cuerpos en el espacio, entonce la deso­
rientación ocurre cuando esa disposición falla. O podríamos decir que
algunos espacios disponen cienos cuerpos, y simpdemente. no dejan
espacio para oto». Ahora, al vtvir una vida queer. el acto de irme a
casa o volver al lugar donde me ci iaron Jene Cierto efecto desorienta-
dor. Como analizo en el capítulo 2. «el hogar familiar» parece tan
lleno de huellas de intimidad heterosexual que es difícil ocupar mi
lugar sin sentir esos huellas como puntos de presión. En esos momen­
tos, cuando los cuerpos no se despliegan en el espacio, pueden sentir­
se «fuera de lugar»* allí donde se les ha dado «un lugar»». Tales senti­
mientos a su vez apuntan a otros lugares, incluso aquellos que aún no
han sido habitados. Mi propia historia de orientación constituye preci­
samente un punto muy queer.

luneas que nos dirigen

Si pensamos cn los cuerpos > los espacies como orientados, entonces


reanimamos el concepto mismo del espacio. Como concluye Henn
Lefebvre en La pn^íucción del espadou «Hablamos de una onen/ti-
cián nada más y nada menos. Es lo que I amaríamos un ""sentido'*: un
árgano que percibe, una dirección que se concibe, un movimiento vi­
vido que camina hacia el horizonte»* (1991. p. 425; el entrecomillado
es nuestro). Si el espacio está oneniado. entonces lo que aparece de*
pende de nuestro punto de vista. En la geograí ía cultural y en las teo>
rías síKialcs del espacio, lu idea de que ;l espacio es dinámico y de
que es algo vivido está muy extendida i ver Crang y Thrifi. 2000.
pp. 2.6. Massey. 1995. p. 156; Soja. 1989). Tal y como afirma Benm)
Wcricn: «el espacio no existe como un objeto inateriaJ. o como un
Kít^eio teórico (consistente)» < 1998. p. 2). ¥ aun así. la importancia del
término ««orientación», a pesar de su lugar central en la obra de l^eb*
vre. en realidad no ha sido tenido en cuenta. Sí concebimos el espacio
por medio de la orientación, tal y como pro^xaidré. entonces nuestro
trabajo adoptará una nueva dirección, que se abre a entender cómo las
percepciones espaciales llegan a materializarse y u estar dirigidas
come» materia.
iBtmducaóft 27

El espacio adquiere «dilección» al ser habitado por los cuerpos,


de igual modo que los cuerpos adquieren dirección al habitar el espa­
cio. Añadir *oncnución* a la imagen da una nueva dimensión a la
crítica de la distinción entre espacio absoluto y espacio relativo, que
también se describe como la distinción entre localización y posición.
Tal y como animan Neil Smiih y Cindi Kaiz: «En términos gecgnifi
eos. la “localización** fija un punto en el espacio, generalmente por
referencia a algunos sistemas de coordenadas abstractos como latitud
y longitud, mientras que “l’bsición*’, en cambio, implica una localiza-
ción frente a otras kx:alizac¡cnes e incorpora un sentido de perspecti­
va sobre otros lugares» (1993, p. 69; ver también Cressweil. 1996.
p 156). Entonces podríamos distinguir «izquierda» como un marca­
dor relativo, o una posición, de «el este», que se refiere a un sistema
de c<x>rden»das que, para funcionar, debe ser absoluto.
Ptxlcmos estar en el este, por ejemplo, o en el ^xrste, incluso si el
este y el oeste también pueden usarse como posiciones relativas («ha­
cia el este*» o «al este de aquí»). I -a distinción entre espacio absoluto y
relativo, o incluso entre kxalización y posición, no siempre se cum­
ple. Sin embargo, esto no supine hacer que uxlo d es|>acio sea relati­
vo a «mi posición». Los espacios no solo dependen del lugar en el que
me encuentro’ dicho modelo, a su vez, supondría que el sujeto es ori­
ginario, como el conleneik^r de espacio en lugar de estar contenido por
el espacio. Lo social depende en parte de un acuerdo sobre cómo me­
dimos el espacio y el tiempo, por lo que el conflicto social a menudo
puede ser experimentado etm los otros como «fuera de plazo» y «fue­
ra de lugar». Pero la dependencia social de medidas consensuadas nos
dice más sobre lo social que sobre el espacio. O si nos dice algo sc^e
el espacio, nos recuerda que el «espacio absoluto» es algo inventado,
es una invención que tiene rectos reales y materiales en la dispos i'
ción de los cuerpos y los mundos. Es posible que no |x>damos imagi*
luir el inundo sin dividirlo en licmisferios, que a su vez se crean me­
diante la intersección de líneas (el ecuador y el meridiano principal),
incluso aunque sabemos que :iay otras formas de habitar el mundo.
Es necesario complicar la relación entre las líneas que dividen el
espacio, como el ecuador y el meridiano principal, y la «línea» del
cuerpo Después de ttxio. la dirección solo tiene sentido como una re­
lación entre el cuerpo y el esxieio. Por ejemplo, una definición de la
dirección izquierda es: «en o hacia el lado del cuerpo humano que
2« Fenomenokif r4 quecr

concspondc a Ia posición dei (xstc si ino sc sitüa minindo al nonc»/


i:l cücrpo se orienta alineándose con la dirección del espacio que ha­
bita (por ejemplo, girando a la izquierda pora salir por la puerta «en el
lado izquierdo de la habitación^), izquierda es a la vez una direc­
ción en la que podemos girar y un lado de nuestro cuerpo. Cuando
giniino» a la Izquierda, giramos en la dirección que «sigue» un lado
del cuerpo.
Es útil recordar aquí que la distinción entre derecha e izxfuicrda
no es neutral. Kant sugiere, por ejemplo, que la derecha y la izquierda
solo se convierten en direcciones en lu medida en que los lados dere­
cho e izquierdo del cuerpo no son simétricos. Él no le da el mismo
peso a cada lado del cuerpo. Como él dice, el lado derecho «goza de
una ventaja indisculiUe sobre el otro :n cuanto a habilidad y quizá
también a fuerza» (1992, p. 369). De hcclx'i. podemos observar .*H|uí
que la etimología de la palabra izquierda es «débil e inútil», y el pro­
pio Kant describe la izquierda en términos de «más sensibilidad». I-as
mujeres y los caos raciatizados se asocian con el hemisferio izquierdo
del cerebro. Además, solo tenemos que pensar acerca de «la izquier­
da» como un indicadev de lealtad política, o de las asociaciones que se
reúnen alrededor del término «el ámbito de la izquierda». La derecha
se asocia con la verdad, la razón, la normalidad y con «ir ditxxto al
grano». La distinción entre izquierda y derecha está lejos de ser neu­
tral, como Roben Hertz (1973) muestra de forma contundente en su
clásictv ensayo antropológico sobre esta distinción. Esta falta de neu­
tralidad es lo que fundamenta la distinción entre deracha e izquierda:
la derecha se convierte en la línea recta.y lo izquierda se cotiviene en
el ongen de la desviación.
La distinción entre este y oeste tampoco es neutral: no existen
ctxno atributos espaciales independientes, a diferencia de derecha e
izquierda. M distinción entre este y vieste es asimétrica. Como sugiero
en mi análisis del «orientalismo» en el etpftulo .^.siguiendo a las acó
démicas feministas poscoloniales. Orierle se a.socia con las mujeres,
la sexualidad y lo exótico, con lo que está «detrás» y «debajo» de
Occidente, así como con lo que está en «el ixro lado» De hecho, el
meridiano principal, como la línea que divide al oeste del este como

9, fcsu drfmict6(i csU lotruda <lc MfícqtMrtf .Afif Dicfífmarr. 1 od»* 1» dcriiiicume^
pírtlcnoít^ rUiín õc c*«te libto
InimdutvKW, 29

«dos lados» dcl globo, se imagina y se dibuja a través de Grecnwich.


cn Londres. Como dice Pava Sobel cn sus reflexiones sobre esta If*
nea. «la ubicación del meridiano principal es una decisión punimente
política» (1998, p. 4). Entonces, qué es el mEsIc» en realidad es lo que
está al este del meridiano prirKipal, el punto cero de longitud. El liste,
como la izquierda, está por lo tanto orientado; adquiere au dirección
Sida cuando ¡anta cieno pumo de vina coma objetiva.
En este libro intentaré analizar lo que significa que las «cosas»
estén orientadas, mostrando cómo las «orientaciones» dependen de
KHníir puntos de vista como >i fuenin (’ibjetivos. El hecho de tpie este
punto ha sido decidido se oculta en el momento en que se plantea
como objetivo. Tal punto se acumula como una línea que divide las
cosas y crea espacios, c imaginamos que podemos estar «cn» esos es-
pacios. En cierto modo, son las líneas las que dan forma a la materia y
crean la impresión de «su^Kríicic. fixmtera y permanencia» (Butler.
1993, p, 9>.*^ Para Wlluun James, las líneas son sensaciones: «Cuando
hablamos de la dirección dedos puntos uno hacia el iMro, nos referi­
mos simplemente a la sensación de la línea que une los dos puntos»
IIK90, p, I49>. Así que el espacio en sí mismo es una sensación: se
(rata de cómo las cosas dan la impa*sión de estar aquí o allá, de este
lüdi^ o del otro lado de una línea divisoria, o como estar a la izquierda
o ii la derecha, cerca o lejos. Si el es|)acio siempre está orientado,
como afirma Lefebvre, entonces habitar los espacios «decide» lo que
se visualiza. Iji clave de tales decisiones puede ser precisamente que
las hemos perdido de vista: tue tomemos como objetivo simplemente
lo que resulta que está «enírente» de rxísotros.
l JLS líneas que nos permiten onentamos, las que están «delante»
de rKwotros. también hacen que ciertas cosas, y no otras, estén a nues­
tro alcance. Lo que está a nuestro alcance es lo que ptxiría ubicarse
como un punto en esta línea. Cuando seguimos líneas es^xrcíficas.
•dgunu:^ vuelven alcanzable^ y permanecen o incluso
quedan fuera de nuestro alesnee láles exclusiones —la constitución
de un campea de objetos inalcanz.ables— son las consecuencias indi­
rectas de seguir líneas que están ante nosotros: no tenemos que ex­
cluir conscientemente aquellas cosas que no están «en línea». La di-

^1(1 HuUer aftrmii qur hi inutcnili/ociótt pmducr d devto4>r (naJcnai, o de «fnxitcni,


ü< prntiiinriKU. de MipcrTioc*. p 9
30___

rocción que lomarnos excluye las cosas para nosotros, incluso antes
de llegar allí."
lun líneas que seguimos también pueden funcionar como rnmtas
de «alineación» o como formas de estar alineados con los demás. Ho
dnamos decir que estamos oríentados cuando estamos alineados. Esta­
mos «alineados»» cuando (ornamos la dinxcfOn que ya tuin tomado los
demás. Estar «alineado» permite a los cuerpos desplegarse en espacios
que, por así decirio, ya han tomado su forma. Tales extensiones po­
drían redefinirse como una extensión del alcarwe del cuerpo. Un argu­
mento clave en este libro es que el cueryo ve dirige hacia algunas di­
recciones más que hacia cxras. Solemos estar acostumbrados a pensar
en la diaxción simplemente como hacia dónde giramos, o hacia dónde
nos dirigimos, en este o aquel momento en el tiempo. La dirección
entonces sería un asunto bastante casual. Pero, ¿qué pasaría si la direc­
ción. como la forma en que rK’6 giramos o nos movemos, estuviera
organizada en lugar ser algo casual? Ptxkíamos hablar entonces de di­
rección colectiva: de las formas en que las naciones u otras comunida­
des que imaginemos podrían estar «yendo en una determinada direc­
ción*. o tomando el mismo camino, de manera que solo algunas cosas
«captan nuestra atención». Convertirse en miembro de tal comunidad,
entonces, también podría significar seguir esta dirección, lo que podría
describirse como el requisito político de que nos giremos de algunas
maneras y no de otras (ver el capítulo 3). Seguimos la línea seguida
por otn>s: la repetición dcl acto de seguimiento hace que la línea desa­
parezca de la vista como el punto desde el cual «nosotros» surgimos

11 Eun c» cfipccbjmente cierto para U% de la4 diKCiplinu. o las. lincas que se


suman para pnxlucir formanunes de coBodmlcnto. A vecei me asambru ttauuk) me
encuentro cim pcrworuüi que uo eonoccB el tnbaíodevanollodo por ac^drínicot y aca
détnicut femlnisUH negras y pmcoloiiialev sobre temas relevanies para los debatei
pnncipales de !<'>% otiuJicn culturales o de lo fitosofía. Me dan fonos de prefiuitarlcs-
^( Orno pueden no conocerlo? V pnUeMo ^.Cómo es que ou los han citodo? IjO que he
aprendido es que no saber sobre ciertas cosas es m efecto de Las líneas que las perso­
nas ya lun escogido, lo que significa que «otiendrn» a aeruis cosas soto porque han
renunciada a ocerearM* a afras, k» que a su se/ supone renunciar a ciertos luitiivs Esu
«renuncia» no es etmseienie. o ni siquiera una pérdida que podamos recuperar Afo m
hemos h çae re derivo de Im línetu que heimn lee^do como eferfo de deríiio
nes qite heoua /rintodo Dudo que algunas líneas s<M) m4o pris ilcgiadas que otras (por
cxnqslo. porque seguir cieñas líneas «nos dei uehe» una recompensa, estatus y reco­
nocimiento) la pdrdtda de ciertos futuros se convKrte en una perdida potíUca y en un
lugar necesano de lucha política. ;Por eso «lebemos sertalax esas exclusiones*
(■tn^Kción 31

Podríamos recordar aquí que Jiidiih Butler, siguiendo a Louis


Ahhusscr, considera que «girarse* es crucial para la formación del
sujeto. Uno se conviene en un sujetí» a través de ese «darse la vuelta*
cuando le llama la policía, Piira Butler. este «giro* toma la forma de
escucharse a uno mismo como el sujeto de una dirección* es un gim
que en realidad no tiene que ver con aspecto físico del movimiento
(1997c. p. 33). Pero podemos hsHxr que esta cuestión de ta dirección
sea crucial para d surgimiento de la subjetividad y la «fuerza* de re>
cibir un nombre En otras palabra.s, podnamos reflexionar sobre la
diferencia que supone hacia ¿á/uic se giran ¡os su/efoK la vida, des­
pués de uxlo. está llena de puntos de inflexión. Girarse podría consti­
tuir sujetos no solo en el sentido de que el «giro* permite a los sujetos
reconocerse ernSneamcnic en la dirección del policía, sino que tam­
bién pexiría llevar a los sujctcis hacia diferentes direcciones. Depen­
diendo de la forma en que une gire, diferentes mundos podrían incluso
aparecer a la vista. Si tales giros se repiten con el tiempo, los cuerpos
adquieren la forma misma dedicha dirección. Por tanto, no es que los
cuerpos simplemente tengan tina dirección, o que sigan direcciones, al
moverse hacia aquí o hacia allá. Por el contrario, al moverse en esta
dirección, en lugar de aquelb. urw y otra vez, las superficies de los
cuerpos a su adquieren su forma. Ixis cuerpos son «dirigidiM* y
toman la forma de esta dírecdón.
Merece la pena señalar aquí la etimología de «dirección». Como
palabra, se pierde muy fácllnvinie en un referente: citando pienso en ta
dirección, pienso en esta o en aquella dirección, o en ir por este o
aquel camino. Pero la dirección no es un asunto tan simple. Una direc­
ción es también algo que uno da. Cuando le dices a alguien que está
perdido cómo encontrar su camino, les indicas direcciones para ayu­
darle en su camino. Cuando dis una orden o una instrucción (especial­
mente un conjunto de instrucciones que guían el uso de un aparuto).
das direcciones. Las direcciones son Instrucciones sobre «dónde*,
pero también se refieren a «ciSmo* y a «qué»: las direcciones nos lle­
van a algún lugar por el requisito mismo de seguir una línea que ya ha
sido dilxjjada unleriormenie. Por lo tanto, se pnxiuce una dirección a
lo largo del tiempo: una diretción es lo que se nos pide que sigamos.

12 Juqio de pabbrrv ctwi irt tum.ntít ugitinoi «a lU > «al girante», que e> el
icriM del que imta el pdnafnten decr. «a tu vcf». > «al girarse»). de/
32 F‘etKnncno4ofm

La etimologia de «direvio« $c refiere a *esiar recto* (o $er heterose­


xual)** o a "ir direcuimenie al grano» Ir directamente cò seguir una
linca sindesv Ris. hin mediación» Dentro dei concepto de dirección hay
un concepto de «rectitud*» Seguir una línea puede ser una forma de
volverse recto [heterosexual!, sin desviarse en ningún punto»
U< relación entre «seguir una lí^ca* y las condiciones pura el
surgimiento de líneas a menudo es ambigua. ¿Cuál viene primero?
Siempre me ha impresionado la frase *un camino muy pisado*?^ Un
camino se crea por la repetición del acó de «pisar* el suelo. Ptxlcmos
ver el camino como un rustrid de viajes ante ñores, ti camino está he
cho de huellas, rastros de pies que «pisan* y que al «pisar* crean una
línea en el suelo. Cuando las fx:rsonas dejan de pisarlo, el camino pue­
de desaparecer. Y cuando vemos la línea del sendero delante de noso­
tros. tendemos a caminar sobre ella, >a que un sendero «des,)eja* el
camino. Así que caminamos por el senJero tal y como está ante noso­
tros. pero solo está ante nosotros como efecto de que > a se ha camina­
do sobre él. Surge la paradoja de la huella. Las líneas se crean al ser
seguidas, y son seguidas porque están creadas. Las líneas que nos di­
rigen. tanto las líneas de pensamiento como las lincas de movimiento,
son por tanto períormativas: dependei de la repetición de normas y
convenciones, de nitas y caminos tomados, pero también se crean
como un efecto de esta repetición. Decir que las líneas son performa-
tivas es decir que encontramos nuestm camino y sabemos en qué di­
rección vamos solo como efecto de un trabajo, que a menudo está
oculto a la vista. Así. al seguir las direcciones, llego al destino, wmo
por arte de magia.
Las direcciones tienen que ver con la magia de la llegada. En
cierto modo, el trabajo hasta llegar a un sitio se olvida por la propia
sensación de que la llegada es mágica. El trabajo implica seguir iiis
iruccíones. Llegamos cuando las berros seguido correctamente; si
las intcipretamos mal simpleinrnif rn nos llevarán allí. Podemos
pensar en ese seguimiento como una forma de compromiso, y como
una inversión social. Seguir una linca no es algo desinteresado: se-

13. HfaiKfrí tairbiéo ájjnirivá bcUfroscxiuL Loe <l(M>le anuido de «roclo»


y de «^elrrufcsimJ» ua juego de pnUbrjub d«%e ea ludu el libro. «.V </r/ Tj
14. WtH-ffitdtifn pritk «ífaifKn unobVén aíga irrio iniíaíh, algo que Mn beebo
imxlui prrwcijK aatrs deZ Z.l
liiUixhKción 33

çuir una linca requiere tiemp<’>, energía y recursos, lo que significa


que la «línea* que uno ton a no se apana de la línea de la propia
vida, como la forma en que nos movemos a través del tiempo y el
espacio. Asi llegamos a «tener una línea», que podría significar una
«toma» específica del mund>. un conjunto de vistas y puntos de ob­
servación. así como una ruta a través de los contormu» del mundo,
que le da a nuestro mundo ius propios contornos. Seguimos las lí­
neas, y al seguirlas nos comprometemos con «a qué» nos llevan, así
como a «diSnde» nos llevan. Un compromiso es también un compro­
miso^ hecho como efecto de una acción. IX-cir «ya estamos compro­
metidos» no es simplcmcríe un compromiso o una promesa que
apunta al futuro, lal afirmación podría sugerir que es demasiatlo lar
de para dar marcha atrás, s que lo que sucedení «sucederá»*, dado
que ya estamos «detrás» de ello. Si ya estamos comprometidos con
una acción corporal (como un golpe específico en el tenis), entonces
el cuerpo >a está «detrás» de la acción. Comprometerse también pue­
de ser una forma de describir cómo nos orientamos hacia objetivos,
metas y aspiraciones específicos a través de lo que «hacemos» con
nuestros cuer|X)s.
Seguir líneas también supone formas de implicación social. Ta­
les implicaciones «promeieii» un retomo (si seguimos esta línea, en­
tonces vendrá «esto» o «aquello»), lo que podría mantener la volun­
tad de seguir adelante. A través de tales inversiones en la promesa de
retomo, los sujetos repaniucrn kis linva\ que úf^uen. En cierto modo,
pensar en la política de las «líneas de vida» nos ayuda a repensar la
relación entre la herencia (las líneas que se nos dan como nuestro
punto de llegada al espacio familiar y social) y la reproducción (la
exigencia de que devolvamos el don de la línea extendiendo esa lí­
nea). No es automático que reprcxluzcamos lo que heredamos, o que
siempre convirtamos nuestn hcameia en posesiones IXíbcmos pres­
tar atención a la presión p^ra hacer tales conversiones. Aquí |xxlc-
mos recordar los diferentes significados de la palabra «|>resión»; la
presión social para seguir cierto rumbo, vivir cierto tipo de vida e
incluso reproducir esa vida puede sentirse como una «presión» física
en la superficie del cuerpo, que crea sus propias impresiones. Esta­
mos presionados en líneas, al igual que las líneas son la acumulación
de esos momentos de presión, o lo que llamo «puntos de estrés» en el
capítulo 3
54___ Penóme rwio fía queer

Qué inSnico resulta que «una línea óc vida»'’ también pueda ser
una expresión de algo que nos salve. Una cuerda de salvamento (línea
de Vidal que nos lanzan es lo que nos da la capacidad de salir de un
mundo imposible o de una vida inviviW:. Esa línea sería un tipo diíe*
reme de regalo: uno que se arroja sin la expectativa de retomo, en la
Inmediatez de una situación de vida o rouerte. Y. sin embargo» no sa­
bemos qué sucede cuando llegamos a cuerda |línea| y sobrevivi­
mos al agarramos a ella. Si nos sacan» n;> sabemos a dónde nos puede
llevar la fuerza del tirón. No sabemos loque significa seguir el regalo
de la línea inesperada que nos da la opcrtunidad de una nueva direc­
ción e incluso una oportunidad de vivir de nuevo.
Una línea dc vida también puede ser algo que expresa nuestra
identidad, como las líneas grabadas en ti piel que se crean por efecto
de la repetición de ciertas expresiones: las arrugas de los ojos al reír»
el pliegue creado por el certo fruncido» etc. luis lincas se convierten
en el rastro externo de un mundo interior como signos de quiénes so­
mos en la carne que se pliega y se despliega ante los demás. Lo que
seguimos, lo que hacemos, se «muestra» a través de las líneas que se
acumulan en nuestras caras, como la acumulación dc gestos ai la su­
perficie dc la piel a lo largo del tiempo. Si se nos pide que reproduzca­
mos lo que heredamos, entonces las lincas que aparecen en la piel se
convienen en signos del ¡Jasado, así como en orientaciones hacia el
futuro, una maneni de enfrentarse y de ser enfrentado por los demás.
Algunas líneas pueden ser marcas de la negativa a repnxiucirse: las
líneas de rebelión y resistencia que se acumulan con el tiempo para
crear nuevas impresiones en la superficie de la piel o en la pid de lo
social.
Es importante recordairque la vida ro siempre es lineaLoque las
líneas que seguimos no siempre nos llevan al mismo lugar. No es cu'
sual que el drama de la vida, esos momentos de crisis que demandan
que lomemos una decisión, estén representados por la siguiente esce
na: te enfrentas a una bifurcación en el camino y tienes que decidir
qué camino tomar, este o aquel. Y tomav una dirección siguiendo su
camino. IVro tal vez no estés tan segum. Cuanto más se avanza en
este camino, más difícil es retrcxxder incluso ante esa incertidumbre.

15. Lf/eíénf. «lincii dc vida» htcmlmcmc, significi «cuerda de *uUv»mentii«, la que ve


osa ca loa rescates en el mar rN. Ti
InLroduccióíi 35

Tú te implicas para ir hacia allú y esa ida amplía la implicación. Si«


gues >cndo con la esperanza de que vas a llegar a algún ludo, espe
ranza es una inversión en qi>c as alineas* que seguimos nos llegarán
a algún lado?* Cuando no nos damos por vencidos, cuando persisti­
mos. cuando esiamm <hajo presión» para llegar a algún lado* nos en
(regamos a la línea l>ar marcha atrás corre el riesgo de ser una pérdi*
da de tiempo, un tiempo que ya se ha gastado o abandonado. Si
renunciamos a la línea a la que hemos dedicado nuestro tiempo, en­
tonces renunciamos a algo mis que a una línea: rcnunciami^» a una
cierta vida que hemos vivido, lo que pintemos sentir como una renun­
cia a nosotros mismos.
Y así sigues. Tu viaje aúa puede estar tleix> de dudas. Cuando la
duda se interpone en el camino de la esperanza, algo que a menudo
(juede suceder en un momento, tan repentinamente como encender un
interruptor, luego retrocedes, l; rinden. Incluso le apresuras a regresar,
ya que el tiempo invenido sia esperanza es tiempo que se resta a la
bü^ueda de otro camino. Sí, a veces vuelves A veces llegas allí.
A veces simplemente no sabes. Tales monventos no siempre se presen­
tan como opciones vitales de forma consciente. A veces, no sabemos
que hemos seguido un camino, o que la línea que hemos tomado es
una línea que despeja nuestro camino solo marcando espacios que no
habitamos. Nuestras inversiones en rutas cspccíTicas pueden cKultarse
a la vista, ya que son el punto desde el que vemos el mundo que nos
rvxlea. Podemos ser dirigidos al perder nuesinn sentido de esta direc­
ción. 1.a línea se convierte simplemente en una forma de vida, o inclu­
so en una expresión de lo que somos.
Entonces, en un nivel, no encontnimos aquello que está «sin
rumbo»; lo que está fuera de la línea que hemos tomado. Y. sin embar­
go. acontecen encuentros casuales o fortuitos, que nos redirigen y nos
descubren nuevos mundos. A veces, tales encuentros pueden ser el re­
galo de una cuerda salvavidas, y a veces puede que no; pueden ser
vividos como una pura pérdida. Esos momentos laterales podrían ge-
ncRtr nuevas posibilidades o no. [>espués de todo,a menudo es la pér­
dida lo que genera una nueva dirección; cuandi^ perdemos a un ser
querido, por ejemplo, o cuanco termina una relación con un ser queri-

Ib VcT rl vapttMlú g de La et/lfuntí ku emon itme» (Alimed. 200<U> para


(ifi nnAliwi* ór la ctpcranra. que trau lo rdaciófi cTMre eiprraa/a r mvmión,
36 Fcih<mraulo(ui que«r

do, es difícil simplcnwnic maniencr el rumbea porque el amor cs lam-


Nèn Io que nos da una cierta dirección .<o que sucede cuando estamos
«sin rumtx)»» depende de los recursos psíquicos y MKialcs «delris* de
nosLXros. Dichos momenios pueden ser un regalo, o pueden ser un
lugar de trauma, de ansiedad o de estrés por jn pérdida de un íutun'
imaginado^ormalmente. reflejamos esos momentos con la ventaja
de hacerlo u cuando se abre una bifurcación en el camino
que tenemos ante rx^sotros y tenemos que decidir qué hacer, aunque el
momento no se presente wmo una demanda de decisión. H «trasero* ‘
no siempre nos da un punto de vista diferente, pero sí permite que
esos momentos sean re visitados, sean revividos, como momentos en
que cambiamos de rumbo.
Creo que una de las razones por las que me interesé en la cues*
tión de la «dirección* fue porque en el «medio* de mi vida experi­
menté un drástico cambio de dirccción: dejé un cierto tipo de vida y
asumí uno nuevo. Dejé el «mundo* de la heterosexual idad y me con­
vertí en lesbiana, a pesar de que esto significa permanecer en un mun­
do heterosexual. Pañi mf, esta linca era una ctKrda de salvamento, y
sin embargo, también significaba dejar u^ndc^>s ya trillados, lis inte­
resante observar que cn la arquitectura del pais^ie usan el término «lí­
neas de deseo* para describir caminos no oficiales, esas marcas deja­
das en el suelo que muestran las idas y venidas dianas, donde las
personas se desvían de los caminos que se supone que deben seguir.
1.a desviación deja sus propias marcas en el suelo, lo que incluso pue*
de ayudar a generar líneas alternativas, que cruzan el suelo de forma
inesperada. Tales tincas son. de hecho, huellas de deseo; donde las
IKrsonas han tomado diferentes ruta.s pura llegar hasta este punto o
aquel Ciertamente, es el deseo lo que ayuda a generar un paisaje lés-
bictK un terreno mcxletaik^ por los caminos que seguimos para desviar
nos de la línea recta Ihetenvsexuall. Y. sin embargo, convertirse cn
lesbiana sigue siendo una línea difícil de seguir. R1 cuerpo léíibico no
se corresponde con la forma de este murdo, que es un mundo organi­
zado en tomo a la forma de la pareja heterosexual. Habitar un cuerpo
que no se corresponde con la piel de la sociedad significa que el mun­
do adquiere una nueva forma y que crea nuevas impresiones. Conver-

|7 loefo de puiábnuk con hind <troseroi y à/ztx/uç/ir Uj pos^mori. a U)h> pasado) (,V
dr/n
Introducción 37

lirme en lesbiana me ensefteS acerca de ese pumo, cómo se dirige la


vida y cómo ese *punio* a menudo se ocultó de la * istó. La reorientó-
ción. que implica la desorieniación de encomrarse con el mundo de
forma diferente, me hizo reOecionar sobre la orientación y sobre que
«sentirse en casa», o saber hacia dónde nos dirigimos, llene mucho
que ver con la creación de mundos.
Hablamos de perder nuestro camino y también de encontrar
nuestro camino. Y esto no es simplemente una referencia a momentos
en los que rx) pexiemos encontrar nue.stro camino a este o a aquel des-
tino: cuando estamos perdidos en las calles« o en habitaciones que no
nos familiares: cuando no sabemos cómo hemos llegado a domle
estamos. También podemos penler nuestra dirección en el sentido de
que perdemos nuestro objetivo o propósito: la de.sorientacióri es una
forma de describir los sentimientos que se acumulan cuando perdemos
el seniidi^ de quiénes somos. lalcs pérdidas se pueden convertir en la
alegría de un futuro que se ha abierto. La «vida misma* a menudo se
concibe en términos de «tener una dirección», que decide desde el
presente cuál debena ser el futuro. Después de ttxJo, adquirir una di­
rección lleva tiempo, incluso si nos sentimos como si siempre hubié­
ramos seguido una línea u oirs, o como si «comenzáramos» y «termi-
náranKis* en el mismo lugar. De hecho, es siguiendo algunas líneas
más que tvtras como podemos adquinr nuestro sentido de quiénes so­
mos. 1^ temporalidad de la orientación nos recuerda que las orienta­
ciones son efectos de hacia dónde tendemos a ir. donde el «hacia*
marea un espacio y un tiempo que están casi accesibles en el presente,
pero no del todo.
I\>r tanto, la cuestión de la «orientóción* no es solo una cuestión
espacial. Podríamos señalar aquí que «habitar» se renere al proceso de
llegar a residir, o lo que Heidegger llama «hacer sitio»'* (1973. p. 146),
y también al tiempo: detenerse’* |liabitar| en algo es quedarse, o inclu-
M> retrasar o poner. SI la or entación es una cuestión de cómo habí*
tumos, o cómo limpiamos el espacio que nos es familiar. eiii(.xnces las
orientaciones también llevan tiempo y requieren tomarse su tiempo.

IK Ka initlts 11 expresión tnakíng rmtfn es «hacer sirio»; la palabra rvTom (habila^


oónl rnnite i esa rrfcrrncia al hogof > i la vimi. un man/ que te |ncrde en ouacHioo
r/V ad l.i
i’> Tn M^íici Alaiane, demorarse hnblnodo de al^» y nmbten residir, vivir.
Iinhtof 1ÍM decir, (leiw un sijriiiflcadiHemp^eaL > o<n> ewpadal tN. tid T í
3K bnxMneno^of ia quccr

l^s ofieniaçiones nos permiten ixrupor el espacio en lu medida cn que


toman tiempo. Incluso cuando las oricnaciones parecen tener que ver
con qué camino tomamos cn el presente, también nos señalan hacia el
futuro. 1-a cspcran¿a al cambiar de dirección es que no siempre sabe*
mos a dónde nos pueden llevar alguno* caminos; arriesgarnos □ salir
de lo recto |hcteixvsexual | y lu cstrccUr" |de mcntc| hace posibles
nuevos futuros, lo que puede implicar cMraviarnos, perdemos o inclu­
so volvenKis queer, como analizo en el capítulo 2.
En el caso de la orientación sexual, no se trata simplemente de
que la tengamos. Volverse heterosexual significa que no solo delxmios
acercamos hacia los objetos que nos da la cultura heterosexual, sino
también que debemos «alejamos» de ks objetos que ru^s separan de
esta línea. El sujeto queer dentro de la cvltura heterosexual se desvía y
se hace scxnalmcnie presaue como un desviado. Lo que trato de plan­
tear en este libro ex el argumento de que lo que está «presente» o cerca
de nosotros no es casual: no adquirimos nuestras orientaciones sim­
plemente porque encontram;^ cosas aqw o allá. Más bien, cienos ob­
jetos son accesibles para nosotixis debido a las líneas que ya hemos
tomado: nuestros «cursos de vida» siguen una cierto secuencia, que
también es una cuestión de seguir una dixcción o de «ser dirigido» de
cierta manera inacimiento, niñez, adole«icenda. matrimonio, repro­
ducción. muerte), como Judith Halberstam nos ha mostrado en sus
reflexiones sobre la «temporalidad» de 1¿ familia y el gasto del tiempo
familiar (2005. pp. 152*153). El concepto de «orientaciones» nos per*
mite exponer cómo la vida es dirigida en ciertas direcciones más que
cn otras, a través del a’quisiin de seguir b que ya se nos ha dado. I’ára
que una vida cuente como una buena vida, debe devdver la deuda de
su vida ad(?ptando la dirección prometida como un bien social, lo que
significa imaginar su propio futuro en lérminas de alcanzar ciertos
puntos a lo largo de un curso vital. Una vida queer puede ser la que
fracasa a la hora de hace tales gestos de devolución
Este bbrtJ es modesto, está compuesto por tres capítulos. Cada
capítulo sigue el concepto de oríentaciunes: comienza con una rc-
Hexión sobre el coiKcpto dentro de la fenomenología, luego pasa a la

20 Stimw s /(bíTicb e*üTcí». cn cvpacuj. pcrt» urhàn cMiv^hotSc mcmc.


iniúieramr Li auuira jc^a m ü> íruc coa I<a «cciida» cwpadaie^. atuolcs > sexuales
de esus pabhras Íítnuflu s. recto y hnen)* elt '5 dcl T,f
Imrtxiacriòn 39

cuestión (k ia orientación ‘¿cAual, y finalmcntc a Ia orientación dei


orientalismo como punto de curada para reconsiderar cómo el meis*
mo *orienia* k>s cuerpos dc formas específicas.
Aunque en este libro sig«^ el concepto de orientaciones, es im­
portante seáitlar que comienzo con la fentMnenología. Y. sin embargo,
incluso en este punto de partida parece que pierdo mi camino. Quizá
mi propia orientación hacia la orientación se revela por el estilo del
libro, que tiende a alejarse de la filosofía hada otros temas. Mi escri-
tuni se mueve entre el análisis conceptual y la digresión personal.
¿Pero por qué llamar a lo personal una digresión? ¿Ptir qué lo personal
a menudo entra en la escritura como si nos desviara del curso apro­
piado?
Mi escritura toma desvías, da vueltas y se mueve de un lado a
otro. Como se señaló anieriormente. me volví hacia la mesa por ca­
sualidad. En cuanto percibí la mesa en la escritura de Hus.ser1. que se
revela solo por un momento, no pude evitar .seguir las mesas que me
rodean. Cuando sigues las mesas, puedes terminar cn cualquier lado.
Así que seguí a Husscrl en su giro hacia la mesa. pen> cuando se apar­
tó de ella, me llevó por el mal camino. Me encontré sentada en mi
mesa, cn las diferentes mesas que importaban-' en diferentes momen­
tos de mi vida. ¡Quería tanto lograr que estas mesas fueran importan­
tes! Así que seguí volv iendo a las mesas, incluso cuando parecía que
la fenomenología había tomado otro rumbo. Irónicamente, fue la apa-
nción dc la mesa de HusserI le que me llevó por este camino, a pesar
de que me condujera hacia los objetos que se acumulaban en casa, y al
potencial de esta acumulación.
Tal vez mi preferencia p'ír tales giros queer se deba a que no
tengo una línea disciplinaria a seguir: fui <«educudu» entre disciplinas
y nunca me he sentido cómoda en los hogares que aportan, luis líneas
de las disciplinas son cienamertc una forma de herencia. Pór ejemplo.
In linca que posa dc filósoíc a filósofo es a ineiiudo (vaiernal: la lí­
nea comienza con el padre y es seguida por aquellos que ««pueden
tiwnar su lugar. Creo que sabemos que no «cualquier cuerpo» puede

21 fn matter impnrur. prhi üinthi^n mauñalinuK. La autora jue|ta con


fM doHc ^filkSo. que bc picrüc cfi cantcltano (cn eMe «cn Ias difcrcnic* mesa^
qac m: matrnaJi/nhan» y lucfo «¡querfa tanUi lograr que mewu» u: matenilizn'
nm’«í 4.V í/r/ T t
4() ____ hmomcnolofífl qiuccr

recibir ui herencia o puede convertir lo que recibe en una posesión.


Las disciplinas también (ienen líneas en el sentido de que tienen una
«toma» especifica del mundo, una forma de ordenar el tiempo y el
espacio a través de las decisiones mismas sobre lo que importa en la
disciplina. Tales líneas marcan tos límites de las casas disciplinarias,
que imnNén marcan a los que «se han pasado de la raya».
Escribo este libro como alguien que no vive dentro de la filoso
fía: siento que me he posado de la raya incluso desde mi punto de
partida Es un riesgo leer la filosofía como un no filósofo. Cuando no
tenemos los recursos para leer ciertos testos, corremos el riesgo de
entenderlos mal. de no devolverlos a la plenitud de las historias inte­
lectuales de donde surgen Y sin embargo, leemos. 1.a esperanza de un
estudio intenbsciplinar es que esa incapacidad para devolver los tex­
tos a sus historias producirá algo. Por supuesto, no tcxkis los fracasos
son creativos. Si no tenemos cuidado con los textos que leemos, si no
prestamos atención, enioitces no leerlos ^correctamente» no servirá
para nada. Cuidar implica trabajo, y es trabajo lo que debemos hacer
si queremos crear algo mis que otro punto en una línea. Debemos re­
cordar que «no volver» exige un acto de seguimiento, tenemos que
seguir con algo sí vamos a apartamos de ello, luí acción de seguir nos
lleva en una dirección diferente, ya que continuamos percibiendo
otros puntos.
Comienzo el capitulo I explorando el concepto de orieninción en
fenomenología y. en pánictilar. la relación entre perccpciiSn. acción >
dirección. Mi tarea en este capítulo es trabajar estrechamente con tex­
tos fenomenológicos para desarrollar un enf(X|ue del concepto de
orientaciones, que luego analizo con -efcrencia a ejemplos más con­
cretos en los siguientes capítulos. En el capítulo 1 también trato de
pensar en c<5mo los objetos que aparecen dentn> de la fenomenología
nos muestran que la fenomenología puede ser dirigida en algunas di­
recciones. en lugar de otras. Usando cJ marxismo y la teoría feminista,
analizo cómo la orientación de la fen<vncnología hacia la mesa de es
cribir podna depender de las formas de trabajo que quedan relegadas
a un segundo plano. El capítulo I eslucia ctVmti las orientaciones espa­
ciales (las relaciones de proximidad y distanciai están configuradas
por otras orieiitacuxies sociales, como el género y la clase, que influ­
yen en «qué» aparece, pero que tampoco se dan sin más. ya que son
efectos de lu repetici^Sn de acciones a largo del tiempo.
lairaduccMka 41

En el segunde capítulo, pregunto mas di rectamente: ¿qué signiH-


ea la fenomenología queer? Ei mi respuesta, comienzo señalando que
en lu Fenomenología de la pereepcidfi de Mcrlcau-Poniy hay momen­
tos queer, momentos donde el mundo aparece *oblicuamenie*, Mer-
leau-l’oniy describe cómo este mundo queer es «reorientado», lo que
podemos describir como una perspectiva que se «vuelve vertical».
A la luz dc la discusión de Merleau Kmiy sobre esos momentos queer,
en este capítulo exploro cómo los cuerpos se vuelven heteix)sexuales
|rcctos| al «alinearse» con líneas qtfcc ya están dadas. Muestro cómo la
hctenvsexualidad obligatoria funciona como un dispositivo de heteav
sexuali¿ac¡i5n |endefezamienD|. que relee los signos del deseo queer
como desviaciones de la línea recta |heterosexuaJ |. Prvipongo que una
fenomenología queer podria aportar un acercamiento a la orientación
sexual al repensar el lugar del objeto en el deseo sexual, prestando
atención a cómo la dirección corporal «hacia» tales objetos afecta la
manera en que cuerpos habitan los espacios y cómo los esfiacios
habitan los cuerpos. Es aquí donde priesento la figura de la «lesbiana
contingente», donde la contingencia apunta aJ papel dcl contacto y el
tacto en la generación del espacio y dd deseo.
Comienzo el capitulo 3 reflexionando sobre la importancia de
-Oriente» en la «orientación», y sugiero que las orientaciones impli­
can la racialización del espavio. Considero cómo el racismo es una
lustona continua e inacabada; cómo funciona como una forma de
orientar los cuerpos en direcciones especíricas, lo que afecta la forma
en que «ocupan» el espacio. Nos «rucializamos» por la forma en que
«Mtpamo.s el espacio, del mismo mtxlo que podemos decir que el es-
(Mcio ya está ocupado como efecto de la racialización. También abor^
do lu cuestión de cómo podemos considerar la.s orientaciones de los
vuerpos «en el hogar» que no viven en la Nanquitud, para lo cual re­
turro a mi prvipia e.x|)eriencia en el hogar siendo de raza mestizit. con
«iHii nuidre blanca ingletia y un podre poquistaní, y cómo cstu genealo­
gía mestiza determinó qué objetos están a mi alcance. Ser mestiza
también puede implicar un alejamiento queer de las líneas dc la ge*
ueulogía convencional, L(m cuerpos que no despliegan la blanquitud
tie tales espacios son «detenidos», lo que produce, podríamos decir,
efectos dcsorieniadcxes.
Si |)ensamos con y a través de la orientación, podemos permitir
«|ue los momentos de desorientación sse junten, casi como si fueran
42 heiKMnefwrfofia queer

cuerpos alrededor de una mesa diferente. Podríamos, en esa reunión,


lomar un camino diferente. Los objetes queer pueden llegamos a los
límites mismos de la reunión social, incluso cuando nos reúnen a su
alrededor, o incluso cuando nos llevan a reunimos en una mesa. De
hecho, vivir una política de desorientación puede suponer mantener el
encanto de las formas de la reunión social.
I.
Orientaciones hacia los objetos

En €4 percibir «Gewolirenl prapiimcfilc «licbu o en cuanlo a tal,


e»to> * uclk> haõB el objeto, por ejemplo, el papel, apreheodieo-
dalo CORK* esta vosa qt>e exiMe aquí > ahora El aprehender ew un
destacar, todo pervepto tiene un fondo empírico. En lomo ai papel
lu> líbtm. lápices, un tintero, etc., en cierto modo también «per
cibidús>. perceptivamente ahí. en el «campo de la intuáción»

Edmund Hui5erl, Zdrai

La fcnomcncMogín a menudo ve caractenza como un «giro hacia* los


objetos, que aparecen en su "ser allí* perceptivo como objetos dados a
la conciencia. En lugar de ver la conciencia como dirigida hacia sí
misma, se entiende como algo que tiene objetos a su vista, como si es^
tuviera conformada por lo que aparece ante ella en «este aquí y ahora»,
hrro al volverse hacia los objetos, ¿qué aparece realmente cn la escri­
tura fenomcnológica? Si la leromenología aixehende lo que se le da a
la conciencia, ¿qué se da dentio de la escritura sobre esa aprehensión?
O, ai términos más simples, ¿qué objetos aparecen dentrr» de la feno­
menología como objetos qiH? d lector, a su vez. puede aprehender?
En la obra ideas de Husscrl los objetos sin duda aparecen, aun­
que iH> podemos suponer que registren una experiencia, cn el sentido
de que no podemos suponer que Husseri viera o incluso «pudiera ver»
el ol^eío cn el momento de escribir. Corm^ ocurre a menudo en la filo­
sofía. el objeto aparece en el lenguaje del «decir» o «por ejemplo*: es
decir, «digamos que veo esto»: o «por ejemplo, yo veo eso». Esas pa­
labras preceden al ejemplo cemo ilustración y no como anécdota: lo
importante no es si esto realmente sucedió o no. El objeto no aparece
como algo a lo que deberíannis. como lectores, dirigir nuestra aten­
ción: no es tanto una cosa como una forma de decir algo. Y. sin em­
bargo. los objaos son entendidos en la lectura ama si el propio Hus-
scrl se dirigiera a ellos: el cario si hace que los objetos no importen
«en sí mismos» o incluso «pam sí mismos», sino como aquello que la
escritura «rodea». Los objetos no conforman un acontecimiento, en el
sentido de registrar algo que sucede o está sucediendo, aunque permi­
ten que la fenomenología dé uia apariencia de que sí sucede.
44 Fcfiomcft.ílof !•

\ sin embargo, como señala Husserl. el objeto que se «destaca^


o aparece como algo evidente y singular, es *el pupek, descrito ame-
riormcnic como -este papel blancc *» (p. II6|. hl objeto es un objeto
que uno imagina que «pcxlríu habría estado» delante de Husserl cn el
momento de escribir, o incluso que «debe haber estado» antes que ¿1.
si el cscnio iba a escribirse. Sabemjs lo suficienic sotne cl *momen-
to» de ta escritura de Husseri para saber, por ejemplo, que lo que tenía
delante era un papel en lugar de una pantalla. Por supuesto, el ptrpel
que Husserl podría aprehender no es accesible al lector. El papel solo
puede estar «desaparecido» dado (|ue primero es aprehendido como
un objeto en la escritura, que a su vez depende de la accesibilidad de
papel. Este papel vincula el libro que leo conto el libro de Husserl, y
no era accesible o no había sido «arrojado» al mundo de Husserl cotno
lo que se le podía aparecer a éU Es’e papel, que no le fue entregado,
debe, sin embargo, serle entregado para que me sea entregado a mí cl
escrito de Husserl. Leo un escrito inpreso sobre papel, y .Tfzéwr el pa­
pel leo acerca del papel que es aprehendido por Husserl. EJ está
también «en» la escritura, y por lo tanto la escritura esta «alrededor»
del papel. Alrededor del pujiel hay oros objetm, que no están destaca­
dos y que forman el «fondo» sobre cl cual y por medio del cual apare­
ce el papel. Estas son nuevamente lierramientas de escritura: tintero,
libros y lápices. EJ campo de la intuición de fondo, sobre el cual el
objeto aparece como objetivo (el |mpel) proporciona a Husserl las
«cosas» para escribir, los materiales mismos de los cuales nace su íe-
nomerK)logía,
¿Cómo se hace «materia» cl popel?' ¿Cómo funciona ta orienta­
ción del papel, que está «sobre» el escritorio, también como un dispo­
sitivo de orientación, que muestni la «dirección» de la fenomenología
y también la lleva en una determinada dirección? E.n este capítulo,
analizo el concepto de orietitación profundizando en cl tnibajo soba*
los objetos realizado por Huss«*rl. Heidegger y Merleau-Ponty, así
como también por Marx, Al aflexionar especiTicamente soba* «la
mesa» ct>mo un objeto que impona Ise materializai dentro de la feno­
menología, también pnjpongo una e.xplicación del género como orien­
tado. Mi objetivo no es desarrollar una fenomenología de la diferencia

l JiKgvi (fe pabbfu^ can tfirtfírr fmaicnn c àmporur). fk*t T.l


C fnmtaçboncs bacio Un 45

sexual, dad<^ que esio ya ha sklo hecho dc forma convincente por filó­
sofas fcministxx f\fct fírauvoèr. I9ít9; Young, IWO. 2005: Heinamaa,
2003: Fisher y Embree. 2í»00). En cambio, muesta) cómo la feno«Tie-
ruMogía sc enfrenta a una dirección determinada, que depende de rele­
gar otras «cosas* al trasfendo, para analizar cómo la fenomenología
puede estar marcada por el género como una forma de ocupación.

Objetos de percepción

La afirmación radical que la fenomenNogía hereda de la psicología de


Eran/. Bremano es que la omciencia es intencicmal: cstd dirigida hacia
algo, hsla afirmación vincula inmediaiamente la cuestión del objeto
con la de la orientación. Primero, la conciencia misma está dirigida u
orientada hacia los objetos, que es lo que le da a la conciencia su di­
mensión «mundana*. Si la conciencia trata de cómo percibimos el
mundo «que nos rodea*, entonces la conciencia también está encarna­
da. es scnsiWc y está situada. Esta tesis no funciona simplemente
como una tesis general, sito que también puede ayudamos a mostrar
cómo los cuerpos están dirigidos lucia algunas direcciones y no hacia
otras, como una forma de habitar o vivir en el mundo.
Nos volvemos hacia las cosas. Tales cosas crean una impresión
en metros. Las percibimos como cosas en la medida en que están
cerca de nosotros, en la medida en que compartimos una residencia
con ellas I a percepción, por lo tanto, implica orientación; lo que se
percibe depende de dónde nos encontremos, lo que nos da una cierta
percepción de las cosas. Mrrieau-Puniy señala este punto directamen­
te cuando sugiere que «la palabra percepción indica una dirección más
que una función primitiva^ (IQ62. p. 12). 1^ percepción es una forma
de enfren(ar>e u algo. Puedo percibir un objeto solo en la medida en
que mi orientación me ixmnite verlo (debe estar lo suficienteinente
cerca de mí, lo que a su vez significa que debo estar lo suficientemen­
te cerca de él), y al verlo, «k esta forma o de aquella, se convierte en
un «eso*, lo que significa que ya he ttxnado una orienUKión hacia él.
til objeto es un efecto del «hacia*; es la cosa hacia lu que me dirijo y
que a) estar situada como tina cosa, como si fuera algo o un otro para
mí. me lleva en algunas ditecciones en vez de en otras.
46 F*eiiomrn<»logía queer

ejemplo, digamos que percibe algo ante mí. Al percibir el


objeto como un objeto, percibo el objeto de eierta numera, como si
fuera una especie de cosa. Pea‘ibir un objeto implica una forma de
aprehender esc objeto Así que no es soloquc la conciencia esté díngi-
da hacia los objetos, sino también que tomo diferentes direcciones Iw-
cía los objetos: me pueden gustar, puede admirarlos, odiarlos, etc. Al
percibirlos de esta forma o dc aquella, también tomo una posición so-
bre ellos, (o que a au ve: me da ufui poaiádn. I*odria percibir un obje­
to como bello, por ejemplo. Esa percepción afecta lo que hago: si ten­
go esta iinprcsitWi. entonces podna coger el objeto, o acercarme a él. e
incluso traerlo más cerca de mí. I^s orientaciones implican direccio­
nes hacia objetos que afectan lo que haix^mos y cómo habitamos el
espacio. Nos movemos hacia los objetos y los alejamos dc ellos según
las emociones que nos producen. I’ara Husserl. la interpretación del
objeto como algo que tiene esta propiedad o aquella es un acto secun­
dario que implica lo que él llama una «doMe dirección» (I9f>9. p. 122).
Primero, me oriento hacia un objeto (estoy frente a él), y luego tomo
una dirección hacia él (por ejemplo, ptxlha o no admirarlo). Mientras
que la direccionalidad puede ser doble, esta «duplicidad» no implica
necesariamente una secuencia cn el tiempo: al ver el objeto ya lo apre­
hendo de cierta manera, como un «eso» concreto que tiene cualidades
que pexirían atraerme o repelerme, o incluso dejarme indiferente, lo
cunl ptxirfa afectar a cómo «eso» entra en mi visión, y si pcnnanece en
ella o pasa inadvenido.* Girarse hacia un objeto «me» gira en esta di­
rección o en aquella, aunque ese «giro» no implique un acto conscien­
te de interpretación o juicio.
Kxiríamos preguniarnos. entonces, ¿hacia dónde se gira Hus­
serl? Si Hus.scrl se vuelve hacia ciertos objetos cn su escritura, ¿qué
nos dice esto a sw vre’ sobre su fenomenología? Comencemos donde
él comienza en su primer volumen de Idtas, que es con el mundo tal
como se da «desde el punli'» tU* vista natuml». Tal mundo es el mundo

2. Ver nti nxxlclo «icbre esc desluMnieato entre «OMKióa, pctcepción > juicio en La
paíftiva tie tuí emrKiower «ZOtUii. pp 24-25). Aquí pmpungo un repUnlc»-
mienlci de Us «iroprtsiswies» comKkrande çéino lot objeioa» «crean impresiones sobre
los cocfposr y cómo cuas iinpresioneK impliein cornado Icón objclos» e iniencionah-
dad (sobre los objetos), htra un lesamcn más dcuilido. ver la mtmdnecióri de csle li­
bro.
.t Jaejode pabbms c»-»»! m nm. que signiGcii «a 'U *ez«, > «giro*. (N tlel T i
I )nen(«cioQet .•wki» Ic» objeto* 47

«en>* el que esuimos, oomo el nundo que tiene lugar a nuestro alrede­
dor. *Soy ponsciente dc un mundo, diseminado cn cl espacio intermi­
nablemente* (IS>69, p. lOl). tste mundo n<i está simplemente disper­
so: más bicn. ya ha tomado cicitas formas, que son Ia forma misma de
Io que es «<más o menos fami iar*: como HusserI afirma: «Para mf
están allí objetos reales, como objetos determinados, más o menos co-
ncKidos. a una con los actuahraite percibidos, sin que ellos mismos
est¿n presentes, ni siquieni inivitivamente presentes. I^iedo dejar pe­
regrinar mi atención desde la mesa de escribir en que acabo de fijarla
justamente con la vista, pasando por las pones no vistas del cuarto que
están u mi espalda, hasta el balcón, el jardín, los niíkis que juegan en
el cenador, etc,, hasta Kxlos los objetos de los cuales ju.stamente *sé*
que están acá o allá en el contorno inmediato que entra cn mi campo
de conciencia* (p, 101).
El mundo familiar comieiz,a con la mesa de escritura, que está
en «la habitación*; pixlemois nombrar esta habitación como el estudio
de HusserI o como la habitación en la que escribe. Es desde aquí des­
de donde el mundo se despliega. Comienza con la mesa de escritura y
luego se dirige a otras partes de la sala, las que están, por así decirlo,
detrás de él. Para hacer este giro, pixlcmos suponer que tendría que
darse la vuelta para ver lo que esta detrás de él. Pero, por supuesto,
Husseii no necesita darse la vuelta ya que «sabe» lo que está detrás de
él. Y. sin embargo, su nveme peregrina, como si los pensamientos fue­
ran acciones que exigieran que él se girara para ver o «atender* lo que
está detrás de éh El verbo «peregrinar* nos ayuda a rastrear el signifi-
cack^ de «atención» como un modo de «girarse hacia*. «Peregrinar*
puede significar vagar sin una dirección precisa, ir sin rumlx). tomar
una dirección sin intención o control, apartarse de un camino, o inclu­
so desviarse de una conducta o creencia. Entonces. HusserI. cuando
presta atención a lo que está detrás de él, se está desviando de su curso
El detrás es aquí el xpunto* de de&viación, de modo que
cuando HusserI cvmsidera lo que está detrás de su espalda, está des­
viando su atención de lo que tiene enfrente.
Se nos recuerda que lo que podemos ver en primer lugar depende
de qué camino tenemos delante Ixv que llama nuestra atención depen­
de también de la dirección que tenemos delante. Las cosa.s que están
detrás de HusserI también están detrás de la mesa que tiene delante: es
«autoevidente* que está de espiildas a lo que está detrás de él. Inclaso
48 Koomcholopâ queer

pcxlríamos decir que es esc detrás el que ;xinvrerte a <-la espaída» en el


plano de fondo. Me pregunto si una ícnomcnoloRía queer podría ser
aquella que tuviera sí la es|)alda. que mirara «detrás» de la fenomeno­
logía, que vacilan) ante la visión de la e»|)alda del filósofo. Habiendo
comenzado aquí, con lo que está enírenic de su frente y detrás de su
espalda, Hussert luego se dingc a otros espacios, que él describe omno
habitaciones, y que él «salxr » que están allí en la medida en que ya le
vienen dadas asmo lugares (x^r la memoria. Estas otras salas son co
percibidas: es decir, no están diferenciadas y rx'» captan su atención,
incluso cuando las recuerda para el loe or. Nos son accesibles solo
como características de fondo de este paisaje domésiicc^,
escritura de HusserI me impresiona cuando otrece esta visión
de la dornesticidad de su mundo. Cuánto anhelo que él viva allí dete­
niéndose en los pliegues de los materiales que lo rodean. Cuánto anhe­
lo escuchar sobre los objetos que se concentran a su alrededor, como
*cosas» con las que hace «cosas». No es un interés por la biografía, o
incluso por una intimidad imposiWe con un escritor que ya no está con
nosoirc-is. Es. más bien, un deseo de leer ticerca de la particularidad de
los objetos que se concentran alrededor del escritor. También es un
deseo de imaginar la filosofía como si empezara aquí, con la pluma y
el papel, y con el cuerpo del filósofo, que escribe en la medida en que
está *en casa» y en la medida en que el hogar proporciona un espacio
en el que Nice su trabajo.
Sí, estamos invitados, al menos temporalmente, a imaginar el
mundo que es su hogar: pura darle una cara y una forma. Vcx> su escri­
torio en la esquina. Lo veo en su escritorio, inclinado, escribiendo,
presionando la pluma sobre el papel, creando las líneas que hacen que
estas impresiones estén a mi alcarxx. Veo una silla de cuero a un lado.
Tengo esa imagen, ya tengo esa impresión en mente, El estudio, la
sala dedicada a la escritura o a atra.s formas de contemplación, evocan
una imagen muy vivida de un dominio niasculino en I» imrie frontal
de la casa. Imagino los muebles toscuros, pulidos), los materiales
(cuero, modera.i, y la sensación de lu habi’4ición (grave, intensad aun­
que sé que no sé y no sabré cómo organizaba su habitación. Sus pala­
bras ayudan a crear estas impresiones. Pero mi impresión de este estu­
dio no comien/4i con las palabras escritos en ese papel. Mis
impresitmes se ven afectadas por otros lltfos que he leúlo en mi pro­
pia genealogía literaria, especialmente la escritura de mujeres ilel si-
OíMfCiivMKir* bavi« — 49

gin XIX. que está saturada de imágenes dei espacio doméstico. El estu­
dio. el salónt la cocina: estas s¿ías proporcionan los escenarios para el
drama: son donde pa.san las cwas.
El hogar familiar piopor^iona, por así dedrio» el fondo sobre el
cual aparece un otéelo (el cscnlorio) en el presente .trente a Husserl.
Por lo tanto, el hctgar familiar udo se a^priribe > le pemtitc al filóso­
fo hacer su trabajo. Este lugar familiar» el hogar familiar» también es
un mundo práctico: «En su forma inmediata hay ahí cosas que son
objetos de uso, la ‘mesa* con sus “libros**, “el vaso’, el “florero”, el
“piano**, cto {p. IO5>. Si HusserI está de cara al escritorio, esta
«dirección* también nos muestra la naturaleza del trabajo que hace
para ganarse la vida. Es la mesa, con sus libios, la que pnmero capta
su atención. Como Diana Euss nos nxuerda, «el teatro dc la composi­
ción no es un espacio vacío sino un lugar animado por los aparatos,
los momentos, las máquinas, los libros y los muebles que enmarcan
cualquier trabajo intelectual» <2004. p. I).
Los otéelos que aparecer primero como «más y menos conoci­
dos* funcionan como signos de orientación: estar orientado hacia lu
mesa de e.scritura puede garaniizar que habites ciertas habitaciones y
no otras, y que hagas algunas cosas y no otras. En las siguientes sec­
ciones abordaré d significadodc este ejemplo en términos de «hacer
cosas* y de «habitar espo&cios* Estar orientado hacia la mesa de escri­
tura no solo relega otras habitaciones de la casa al fonckK sino que
también puede depender del ír<iha/o rraíizjodo para mantener ei esert-
tono despejado. El escritorio que está despejado está listo para escri­
bir. Ptxiríamos incluso considerar el trabtqo doméstico que debe haber
tenido lugar para que HusserI se dirija al escritorio, y escriba sobre la
mesa, y mantenga esa mesa como el objeto de su atención. Ptxicmos
aprender aquí de la larga historia de estudios feministas sobre la polí­
tica del trabajo doméstico: sobre cómo las mujeres, como esposas y
sirvienUas, hacen el trabajo requerido pon* que ew.>^ etipacios etitén dis
pon i bles para los hombres y el trabajo que realizan (Gilman. 2002).'*

4 Podrianun Aquí reivindicar tnclmo uim fílosofí» dei iralMiiü óomésiko. que pon­
dría en ew trabajo el ceniro dc alcíici<Wi. como una ortcnlación eapeeíTica dei cuidado
de objeu» que >-a eMdn presente» en U um, L1 trabajo doméstico > a aparece en Ia obra
de Hacbelard úi p^hca dei xro en una forma que suspende el «trabajo- dcl
trabajo dom¿Mko: «Lti cuanto »c inCraduce ua fulgor de conciencia en el geslo maqui­
nai, en cnanto »e bace fenomendof la ItMiramlo un mueble vie|o« sc sienten nncer. bajo
50 qiacer

.SlanicrKT una oncniación hacia el escritorio podría depender de tal


trabajo, mientras que Ixara los signos de ese trabajo, como signos de
dependencia. En la crítica de Ruth Madigan y Metra Miinro a la cosa
de la ciudad, observan cómo su diseño interior «rreflejaba la jerarquía
interna de la familia burguesa con el dominio público *‘masculino*^ en
el frente de la casa, y el dtrniinio privado ‘"femenino*^ relegado a la
pane trasera*» (1990. p, 7). Lo que está deltas de la espalda de Husserl,
lo que no mira, pcxlría ser la parte trasera de la casar el espacio teme-
nino dedicado al trabajo del cuidado, la limpieza y la reproducción.
Tal trabajo a menudo se eiipenmcnta como *la falta de tiempo libre»
(Davies. 2001, p. 141 i: por ejemplo, la falta de tiempo propio o fiara la
contemplación. ¿En quó medida la filosofía depende de la ocultación
del trabajo doméstico y del tiempo de trabajo que se necesita para re­
producir los «materiales» mismos del hogar?
Es Inieresanic observar, por ejemplo, que en los escritos de Hus-
serl. lo concK'ido se desliza hacia lo familiar; el hogar es un hogar fa­
miliar, una residencia habitada por niños y niñas. Están cn el cenador,
nos cuenta. Los niños evocan lo familiar soto por estar «allá», por es­
tar a distancia del filósofo que al escribir «sobre» ellos está haciendo
su traliajo. Están fuera de la casa pero también forman parte de su in­
terior. cerca del «halcón», que marca «el borde», una línea entre lo
que está dentro y lo que está fuera. En cierto modo, los niños que es­
tán «allá» señalan lo que es accesible a trarés de la memoria o incluso
del conocimienlo habitual: se sienten como si estuv ieran allí, cietrás de
él. incluso si no son vistos por él en este momenio del tiempo. Ixis
niños pueden estar en el fondo porque otras personas (esposas, ma­
dres. niñeras) se pretxmpan por ellos. No Ir distraen de su trabajo.

tft duke rutitio doméitioi, Impfvstono ourva» l ji c( ik knda Io rvjm enecc lodo Da a
Im acUK mtU f»m»liarr« un valor de inieiación Dcaiíim Ia mcmoíla. IMimbro
> a ser realmente el autor del acto nitinario* Asi t uamlt? un poeu fmta un muc Me
Aunqoe sea valiéndose de lercem personacuando pone con el trapo de lana que
calienta bxfto In que toe», un poco de cera intente cn «u meta, crea un nuevo objeto^
onmenu la dignidad humana de un objeto. iiiKnbe diclio objeto en el estado ch il de la
c»a humana» (I9<M. p 671. Hachelard introduce el trabajo doméstico cn w íenomeno
lofta «do ri;4odú«e en la creatividad que hav «bajo*el trabajo, en vez de prestar «den-
eión a la forma del trabajo Pbdemos imaginar que rOa lectura rtimdatica del trabajo
doméstico es más accpcaMc cuando e^te ao es una iiifta obligatoria. Ver Morles. 2000;
SiWey. I9*)5 y Bowlb)\ IW5 pra las cnticas de lo qur Sibley llama «la alegre feoome
nolográ del bogar de Bochelard» (p. 94)
OñcTitdciaiKi ÍUK -> lew objeto» 51

Podemoi pensar, cn otras palabras, en el irasfondo no «mplc-


menie en términos de lo que csá alrededor de lo que tenemos delante,
como lo ^débilmente percibido»», sino como lo que es producido por
actos de relegación: algunas cosas quedan relegadas a un segundó pla­
no para tnanfener una cierta dirección; cn otras palabras, para mante­
ner la atención en lo que se tiene delante, luí percepción im|>iica tales
actos de relegación, que se olvidan en la preocupación por lo que se
tiene delante. Podemos plantear una pregunta simple: ¿Quién está ante
el escritorio? ¿El esentorio tiene una cara, que apunta hacia algunos
cuerpots en lugar de otros? Si tales actos de estar enfrente dependen de
relegar a los niños o a otras personas a cargo a un segundo plano, en­
tonces la respuesta a esta pregunta no implicaría simplemente un enfo­
que biográfico, sino que consideraría cómo otras formas de orientación
social afectan la forma en que los cuerpos llegan a la mesa. Podríamos
leer a Husserl junto a otros escritores que han escrito sotare ta escritura.
Consideremos el relato de Adncnne Rich sobre escribir una carta:

Desde los aikn cincuenta y pnncipim de los scseiitn. recuerdo un ckIo.


Comenzó cuando cogí un libro o comencé a traur de escnbir una car*
u... El niño (o los niños) pcxlria estar absorto en sus cxisas. cn su propio
mundo de sueños, pero en eianto rnc veía deslizándome hacia un mun­
do que no lo incluía, venía n tirar de mi mano, pedía ayuda, giM^iealva
las tedas de la máquina de escribir. Y yo sentía sus deseos cn ese mo
mentó como írsiudutcnUn, más bien como un intento de impedirme vi»
vir ineluw durante quince n*ínuun coino yo misma (Rich. 1991. p. 25).’

Podemos ver desde cl punto ce vista de esta madre, que es también


una escritora, una poeta y una filósofa, que prestar atención a los ob­
jetos de la escritura, estar deUntc de esos objetos, se vuelve imposi­
ble* los niños, aunque estén detrás de ti, literalmente te sacan de tu
espacio. Esta pérdida de tiempo para escribir se siente como una pér­
dida de tu propio tiempo, dado que debes volver al trabajé’ prestar
atención a los niños. La atención implica una economía política, o una
distribución desigual dcl tiempo de atención entre quienes llegan al
escritorio, que afecta lo que pueden hacer una vez que han llegado allí

5 Mi Agnidctinwcau) a Imogcn Tajicr. que roe dio a conocer esta cita > UeHwé* roe
animó a pencar más wbre cómo las iradncs podrían haber tenido una relación dtíeren
te COCI las mcMs de escribir y par tantu con el cuerpo de la fllo^afín.
52 —

(y por supuesto, muchas personas ni siquiera lo logran!. Para algunos,


tener tiempo para escribir —que significa tiempo para ponerse ante
los objetos sobre los que se escribe— se convierte en una orientación
imposible, debido al trabajo coniínuc en (Xras tareas, que literalmente
los separa de allí, l-ntonccs. pcxler maritener nuestra orientación liácia
lu mesa de escritura defiende de otras orientaciones, que afectan lo que
podemos observar en cualquier momento dado en el tiempo.
Cuando leemos los t>bjetos que aparecen en el texto de Husserl.
entendemos que estar <xicntado hacia algunos objetos y no hacia otros
implicn una orientación más general baria el mundo. Ixis objetos a los
que dirigimos nuestra atención revelan la dirección que hemos tomado
en la vida. Otros objetos, y de hecho ctros espacios, son relegados al
fondo: son solo copercibidt^vs. hsta relegacicSn de las panes que no se
ven y de las habitaciones al fondo, cono el límite de lo familiar, que
no es otéelo de atención, es seguida por un segundo acto de rdegaci(5n.
(Virque aunque Husserl dirige nuestra atención a estas otras habitacio*
ncs. aunque solo sea como el foiuio de .tm escritorios también sugiere
que la fenomenología debe «poner entre paréntesis* o dejar de lado lo
que parece objecivo, Io que es accesiblepar Ia perce|x:ic^ ordinaria.
Propone que. si la fenomenología es ver la mesa, debe verse *sin* la
actitud natural, quejios mantiene dentro de lo familiar —de hecho,
dentro dcl espacio ya «decidido* como «lo quel^^ él hogar familiar
Así que este gini hacia ios objetos dentro de la fenomenología
(que como vemos trata de algunos objetos y no de o(n>s) no trata de
las características de tales objetos, que podemos definir en términos
de tipología, el ide objetos que son.o por su función, que nombra
no solo la «tendencia» de los objetos, lo que hacen, sino también lo
que nos permiten Imcer; el |xi)vel (en el que escribo), el lápiz (con lo que
escribo), etc. El carácter sixrial y familiar de los objetos es «puesto
entre paréntesis» por Husserl, como lo visto por la actitud nutural, una
actitud que a su vez es heredada por el psicologismo y que dn pir !»en’
lado lo que le viene dado al sujeto como obvio (Husserl. IM69. p. 16).
La actitud natural no «ve el mundo», ya que da por sentado lo que
aparece; lo que aparece desaparece raudamente bajo la manta de lo
familiar. En un mundo tisí, lodo está orientado a mi alredeikx, es acce­
sible y me es familiar (Schutz y Luckmann. 1974, p. 4) Ver el papel.
pt>r ejemplo, simplemente como el material M.>lxe el que se puede es­
cribir (el painel es (xipcl blanco, incluso pa|)el en Naneo, como lo que
OncntBCÍ<i(K% liMÍa hn 53

está Híío para escriba Mjbrr él), no sería percibir d papel ciwio un
fenomenología, en la formulación dc HusserI. solo puede
llegar a >er una filosofía priocipal si suspcixk iodo lo que se considera
como una actitud naiural. no a través de la duda canesiana sino a tra*
vés de una manera de percilír el mundo «como si» no asumiéramos su
existencia tomando algunas formas en lugar dc otras (I9fi9, pp. Kl?-
110). Si los objetos de la fcttomcnología son tibjetos domesticados, es
decir, objetos que uno imagina como ««accesibles» dentro dcl espacio
familiar pnoptircionaík^ por cl bogar, entonces no se permite que se
revele la domesticidad del entorno. O. si aparecen signos de domesti-
cidad. también desaparecen rápidamente. > aparentemente así debe ser
si lu fenomenología quiere hacer su trabajo.
Kste inunck^ domésticu. que rodea ol filósofo a medida que des>
plaza su atención «hacia airás» desde cl espacio cn cl que escribe,
debe «dejarse dc lado* o incluso «hacerse a un lado», a su vez. cuando
se gira hacia los ^ibjctos como objetos de percepción, fcs este mundo,
que le es familiar, lo que prcce objetivo en forma de familiaridad.
¿Qué significa suponer que poner entre paréntesis puede «trascender»
cl mundt^ familiar de la experiencia? Tal vez poner entre paréntesis no
significa trascender, incluso si dejatnos algo de lado. Scguinuvs dcpcn>
dictulo dc lo que ponemos entre paréntesis; de hecho, la actividad de
pt^ner entra paréntesis puede sustentar la fantasía de que «lo que deja*
mos de lado» puede ser trascendido cn primer lugar.* ti aclo dc «de­
jar dc lado» también podria confirmar la fantasía dc un sujeto que es
trascendente, que se coloca por encima dcl mundo contingente dc la
materia social, un mundo que diferencia objetos y sujetos según cómo
van a|>arccicndo. Pudríamos cuestionar no solo los aspectos formales
dcl paréntesis (que crea la fantasía de que podemos actuar sin eso que
dejanu>i a un lado), sino timbién cl contenido de lo que está entra
paréntesis, «lo que» se -deja de lado». Lo que üejsdeja de ladp»,_go-
dríamos decir, es cl propio espaciCLde lo fomihar, que es también lo
que despeja la mesa dcl filósofole permite hacer su trabajo.

6, c* ütiú maocn «Ic rccordxr ia críuca dc Heidcf^r (20011 > (jadomcr 11995)
a Ia fcnvíncflolíif ia dc Hu&vrH wbrr Ia b«Mr dc que esu a^ume que puede percibir
im objeto sin la mediación de pmupnociaoei, o que podemos dmplemefite dejartai
aparte En otras palahnK. abandonar ta faiMaUa dc loa pur^niCMs ilesa la Iroomrmvlo-
fía hacia U bermcMuiiea. con suéftfuais cn ia imerprctacióo como una ínuancia que
da forma a lo que se ha aprrbendiéo en pnmer i ufar.
54 FenomcfKMofiii queer

L<m objetos que apareven dentn^ dc la íencxncnología también


desaparecen en el *trasp«soM de lo que se da como familiar (primero
se le da un nombre al papel, y luego se convenina en algo más que
cr>mo si fuera eso, luego estaría escribiendo sobre el papel, en
lugar de verlo). Esta desaparición de los objetos familiares podría su­
poner algo más que la desaparición del objeto. El escritor que hace el
trabajo de la filosofía podría desaparecer, si queremos borrar los sig­
nos de «dónde» trabaja. Las filósofas feministas nos han mostrado
cómo se evidencia la masculinidad de la filosofía en la desaparición
del sujeto bajo el signo de lo universal (Bordo. I9K7; Ingaray. 1974:
Bniidotti, 1991 >. 1^ masculinidad también puede ser evidente en la
desaparición dc la materialidad de los objetos, al poner entre parénte­
sis los materiales a partir de los cuales, y sobre los cuales, se escribe la
filosofía, corno una fcKma de aprehender el mundo.
Pixiríamos llamar a esto la fantasía de una filosofía «sin papel»,
una filosofía que ru’» depende de los mcieriaics sobre tos que está es­
crita. Como dice Audre Lorde: «Un habitación propia puede ser la
necesidad dc escribir en prosa, pero tanibién pueden ser montones dc
ixipel, una máquina de escribir y mucho tiempo» (I9ÍW. p- 116). La
fantasía de uno filosofía sin |KipeÍ puede entenderse como algo cnicial
no solo para la naturaleza marcada por el género de la ocupación de la
filosi^ía sino también para la desaparición de la economía politica.de
los «materiales» de la filosofía así come de su dependencia de las for­
mas de trabajo, tanto domésticas como ce cMro tipo. En otras palabras,
el trabajo de escribir podría desaparecer junto con el papel. El papel
aquí importa, tanto como objeto sobre el que se escribe la escritura,
como condición dc posibilidad para esc irahajo. Si la suspensión de la
actitud natural, que se ve a sí misma como viendo más allá de lo fami­
liar, o irKiuso viendo a tmvés de ello, implica dejar el papel a un latió,
entonces eso puede suponer la ocultación del trabqjo de la filosofía,
así corno dd irabqio que pemiiie a la fil^flcofía tomarse su tiempo. En
lugar de considenir lo familiar como aquello que debe suspenderse
pura poder ver, podemos con.siderar qu<f es «eso» que «pasamos por
alto» cuando vivimos dentro de lo familiar/ Entonces miraríamos a lo

7. hita aliuiMn críticos e&ta iBvesíigneión wbrt el mundo de l> famíliA es e^ca^
raenie Io que promete li fenomeexMopia. Rourdiei. por e)cniplo. Migiere que Ia íeno*
mconlo^tji •buMn horef expKeiU Ia verdad de U rMpcneocia pnmarui dd mundo m>-
:>ricnl<K)OC<^ hacia k» objcíoi _____ 55

que hacemos cotí los cosas, a cómo la llegada de las cosas puede estar
determinada [xx el trabajo que hacernos, en lugar de dejar de lado lo
que hacemos.
Volvamos a la mesa. Kusserl comienza de nuevo retomando el
tema de la mesa. Ha dejado de lado la mirada de saber de la actitud
naturaL que vena la mesa como un escritorio, en esta habitación, en
esta casa, en este mundo. ¿Cómo aparece el objeto cuando ya no es
familiar? Él lo describe así: «Panamos de un ejemplo Viendo seguido
esta mesa, dando vueltas en tomo a ella, cambiando como quiera que
sea de posición en el espacio, tengo continuamente la conciencia del
estar ahí en persona esta una y misma mesa, como algo que permane­
ce de suyo completamente iialterado>* (1969. p. I3O|.
Podemos ver aquí cómo Husserl se gira hacia *la mesa» como
un objeto minmdo hacia ella, en lugar de inspeccionarla detenidamen­
te. El escritorio, si queremos seguir esta línea, no se vería (aunque lo
tengamos delante, esuí en el fondo como algo más o menos más fami­
liar). I*ara HusserI, ver la mesa significa perda de su fufidán. El
pnréntesis significa que «esta mesa» se convierte en «la mesa». Al
comenzar ctm la mesa, por if sola, el objeto aparece entonces igual a

ctal. por ejemplo, lodo lo que to%críbe en lo reUción de U /amíliaftdad coa el


entorrw* fimilinr, la apreheiksión n* cüeitiooáda del mundo social que. por deftnicidn.
no se leHeja en inhinn y exdu^^r la cuesnón de bw condicione* de mi propia powbo
lidad» (19T7. p 5. ver también ¿iiutx. 1970). Pm> si lo fanuliar dcGnc como «lo
que nn se reOeja en d momo*, enlonue* lo que cata versión de La fcnnmenologia tiene
a la V lua e* algo que e« diferente o lo familiar, Sin embargo, las dllimas obras de Hus-
sert. especialmeuce /411 de ia\ drnctax eurrfpfax y larnuicendew-
ftti, donde Irata uibrr el «certa», t lo que puede akanzatte en el «mundo de La v ida»,
tuponen ima reonemaeión de su ímomenologü hacia lo familiar, hacia la apianeocia
de lat cCMa* que apaiecen en casa Ha> que destacar que este Uabojo hace un énfasis
importante en el papel de la corpoodidad > de la ínlerMibietividad. que es recogido por
McrIeauTonty. Hasseri lo expresa así «Oesde el pimío de vista del mundo de la vido
eso quiere dedr que un cuerpo, qir de antemano se puede elucidar con cu sentido de
expeneiscbi por sus propia» cansciírfstlca» esenciales, es siempre al mismo he»npo un
cuerpo, en su sef>así. bq|o -ctrvusstancíus» partKulares Primeru; pertenece a la es*
tructura mds general del mundo de la v Ida que el cuerpo tenga, pix oaí decir, sus bóbi
ten de ser en el ser-así. que pertenezca a un tipo que es conocido o, que si es «nuevo»
pana nosutrus, adn esté por conocen*, un tipo en d que las caracleristicas expUcaMes
tienen su pertenencia común de forma llpica. Wro de la tipología formal del mundo de
la V ida también forma parte que los cuerpos tengan una forma líptca de estar juntos, en
la coexiuenda (ante todo en un campo perceptivo dudo) y en sucesión» (170 15í0. V'er
Steinboci, 199$ paro un excelente análisis de este «muiúlo hogareño» en la última fi­
losofía de Husserl y cómo esta se desplaza hacía una fenomenología de «generoii
vidad»
56 Fcoomcnntngiii Quetr»

sí mismo. No es que la identidad del otéelo se pueda captar a primera


vista. Husscrl se mueve alrededor de la mesa, cambiando su pisidón.
Para que tal movimiento sea posible. laconcieiKia debe fluir, no de­
bemos ser interrumpidos por otros asunt.'is. Este flujo de conciencia es
posible por tener el tiempo y el espacio pura prestar atención a la
ineü.a. Poniendo c.sc punto a un lado (podemos insistir sobre algún
punto, también, después de lodo), pcxicmos seguir su mirada. Apre«
hender la mesa como un otéelo significa que del» caminar a su alre­
dedor y acercarme a ella como si no la hubiera contx’ido ames: verla
como un objeio significa no describir la mesa como algo que ocupa un
orden familiar, como el escritorio o cualquier otro tipo de mesa. Tal
ciXHKimicnto biográfico o práctico debe estar entre paréntesis, lo que
HusserI describe como «pt^ner fuera dc lu acción* (1969. p, 110). Y al
ponerla entre paréntesis, no veo la mesa como mi campo de acción,
sino más bien la veo como un objeto, eomo n no la conociera de unte
mano o ni siquiera supiera qué hacer con ella. No «la* veo con una
mirada, sino solo como una serie de perf les de «ella*, que sin embar­
go me permiten plantear «eso* awio más dc lo que veo con una sim­
ple ojeada. Como explica HusserI;

Cicrrci los ojos. Mis sentidos restantes no cUin en lelación con la mesa.
Ahora no tengo dc ella ninguna |5crtc|Kíón. Abro los ojos 5 tengo de
nuevo la pcrccpcnm. pcrvepcióo ? Seamos más ouurtos. Al retomar,
no es, en ninguna circunstancia, indi vi dual mente la misma, la
mesa a la míirna, en cuanto tengo de ella conciencia como idéntica en
la conciencia sintética (|ue enlaza la nueva percepción awi el recuerdo
l a cosa percibida puede existir sin percibirla, sin ni siquiera tener con
ciencia |MiCencial de ella (en el modo de la inactualidad antes dcscnia):
> pueble existir sin alterarse Pero la percepción misma es lo que es en el
fluir cxinstanie de la conciencia > ella misma es un Puir constante cons­
tantemente se cons lerte el ahora de la pcaetKÍón en la coiKiencia de lo
pasadas hace un instante que le sigiw sin solución de continuidad a la
vez que destella un nuevo ahora, etc. (p. 154); énfasis añadido).

Este arguinento sugiere que lu mesa camc objeto se da como «Io mis-
mo*» como uiia entrega que «contiene» oque está conhxmada pc>f el
*flujo» de Ia percepción. L>e hecho, esta es precisamente Ia idea cen­
tral dc Husseri: el objeto adquiere una inunción por medio de la per­
cepción. Como dice Roben Sokolowski, «cuando percibimos un obje-
nñotucuxie* ñjbcu bft obleu* 57

lo, sdo tenemos un flujo de perfiles, una serie de impresiones: en y


a iravés de lodos ellos, tencnios un objeto > el mismo objeto que se
nos ha dado, y la identidad del objeto está destinada y dada* i 21XX>.
p, 20). 1-a *inienciónw del objeto a través del cual se eonv ierte en algo
más que solo una impresión implica, en términos de Husserl. concien­
cia sintética, es decir, la conexión de la nueva impresión con lo que ha
sucedido antes, cn la forma de una «recolección» activa o síntesis.
significativo que el objeto se convierta en un objeto de percepción
solo a partir del trabajo de reailección, de modo que lo «(nuevo* exis­
te en relación con lo ifue ya ha i ido recolé ido por la conetencia: cada
impresión está vinculada a la otra, de modo que el objeto se convierte
en algo más que el perfil que es accesible en cualquier momento.
Pt>r todo ello, la historia de lu identidad del objeto implica el es-
pcciro de la ausencia y de la lo presencia. Porque a pesar de la auto-
identidad del objeto, no lo veo como «el si'-mismo*. Nunca lo veo
como tal: lo que «ello es* no puede ser aprehemlido ya que no puedo
ver la mesa desde todos los puntos de vista a la vez. Ioí necesidad de
moverse alrededor del objeto, para capturar algo más que su perfil,
muestra que el objeto no me es accesible, por eso debe ser supuesto.
Es una mesa, así que no me sorprende caminar a su alrededor, y desde
cada vista, ver un [Xíiíll que coincida con lo que espero ver. Puede te­
ner cuatro patas o una superficie de madera, todas las cosas que puedo
esperar que tenga si es una mesa.
I..a identidad de la mesa solo puede ser supuesta. Husserl hace
entíxices una afirmación extraordinaria: solo la mesa sigue siendo la
misma. Esto es, en parte, extraordinario ya que se supone que todas
las demás cosas fluctúan. 1.a mesa es lo único que mantiene su lugar
en el flujo de la percepción. Esto ya hace que la mesa sea un objeto
bastante queer (como explica'é cn la conclusión de este libro). Pode­
mos tomar lo más potente de esa la tesis de la suposición de Husseri y
sugerir que la identidad de lu mesa es es.pectrah lu mesa solo es la
misma pvirque hemos hecho ;.paaxer los lados que faltan. O, incluso
podemos decir que hemos hecho aparecer su detrás. Quiero explicar
lo que ««falta* cuando «echamos en falta» la mesa en la espextralidad
tie la historia, lo que falta puede estar detrás de la mesa en otro senti
do: lo que está detrás de la mesa es lo que ya debe haber sucedido t>ara
que la mesa llegue.
58 ------ htoomenoiot» «^ucer

Objetos que llegan

Como se señaló antericurneiKe* la fenomenología para Husserl signifi­


ca a|wehender cl objeto eterno si no fuera eoíRK'ido, para poder ¡xestar
atención al t1ujo de la percepción cn sí mismo. Lo que muestra este
flujo de percepción es la parcialidad de li iiusencia y de la presencia:
lo que no vemos (por ejemplo, la parte posteriex y la parte trasera del
objeto) está oculto a la vista y soto puede ser supuesto. La parcialidad
de la percepción no es solo acerca de le que no está a la vista (por
ejemplo, cl frente y la pane ¡xnterior ilcl objeto), sino también lo que
está ««a su alrededor’*, que pojemos describir como el fondo. 1^ figura
«tfigura» cn la medida cn que cl fondo está y no está a la visuk. Elegi­
mos este objeto solo cuando desplazamos otros objetos hacia los bor
des o «límites^ de la visión.
Husserl sugiere que habitar cn lo familiar hace que las <cosas»
se conviertan cn fondos para la acción: csán ahí, pero están ahí de tal
manera que yo no los veo. hl fondo es uaa **pn}fundi(ltíd o borde de
realidad indetermtnada vaganienie aprehendida^» (I9W, p. IO2l. Así
podemos ver que, aunque Husserl esté trente a su escritorio, esto no
significa que ta mesa sea percibida como un objeto. Aunque la mesa
está delante de él. también podría estar cn un segundo plano. Es posi­
ble que ni siquiera veamosx» el escritorio cuando escribimos en él. Mi
explicación de la seccit5n anieritx, por lo unto, necesita alguna aclara­
ción: incluso cuando Husserl está frente al escritorio, de esto no nece
sanamente se deduce que la mesa esté «frente» a él. Lo que está en*
frente de ncwtros también puede ser parte dcl fondo, lo que sugiere
que cl fondo puede incluir objetos más o menos próximos. No es ca­
sual que cuando Husserl lleva «la mesa» al frente cl esentorio desapa­
rece. Esiaj (orientado hacia cl escritorio peería incluso proporcionar la
condición de posibilidad de su desaparición.
|ji apawmación de Husserl al fondo como lo que es ^inadverti­
do» cn su «tser allí» o «familiaridad» es extremadamente útil, incluso
si pcxic lo familiar a un lado. Nos permite entender cómo lo familiar
toma forma al pasar desapercibido. Quicio aquí ampliar su mcxiclo
(icnsandó en cl «fondo» de la mesa de escritura en otro sentido. Hus-
scrl analiza cómo esta mesa podría estar en cl fondo, así como también
el fondo que está alrededor de lá mesa, cuando «ella» aparece a la
vista. Quiero tener en cuenta que la mesa cn sí puede tener un fiando.
f Meituçkxves hxi» Uh ob^to* 59

El fondo se entenderá como locjiic debe existir para que algo aparezxa.
Podernos recordar los diferentes significados de la palabra «fondo*.
Ln fondo puede referirse al «sjclo o a las partes situadas en la parte
ptvsterior* icomo las habitaciones en la parte posterior de la casa), o a
las pttnes dc la imagen representadas en tina distancia, que a su vez
permite que lo que está «en» ti primer plano adquiera la forma que
tiene, como una figura u objeto Ambos lignificados apuntan a la ««es^
pucialidad» del fondo. Tambiái podemos pensar que el fondo tiene
una dimensión temporal.* Cuando contamos una bistona sobre alguien,
por ejemplo, podríamos dar información sobre sus antecedentes: este
significado dc «antecedentes» se refenría a «lo que está atrás», donde
*lo que está atrás» se refiere a lo que está en el pasado o lo que sucedió
«antes». Ptxlríamos hablar también de «antecedentes familiares», que
se referirían no solo al pasado de un individuo, sirKi también a otros
tipos dc historias, que configuran la llegada de un individuo al mundo,
mediante lo cual «la familia» se convierte en un hecho social < véase el
capítulo 2). De hecho, los acomeetmientos pueden tener antecedentes:
un antecedente es lo que explica las condiciones de emergencia o la
llegada dc algo como la cosa qtic aparece para estar en el presente.
Entonces, si la fenomenología es prestar atención al fondo, po­
dría hacerlo explicando las condiciones de emergencia de algo, que no

HiKscrf atM?r<lo Ia iemp(»ralidad dcl íondo por (nrdto dc U oucióti dc -hirrizonic


intcnu>». que desanvlla a 1o largo dcl ;oq>ü* dc su obra FJ «ahora» dc Ia percepción
supone recendón «upi^ne el «reeidD potado», que está «antes» dcl «aheo» pero que e>
representado coitw» «luurw» «olo en el «atuira» Ksto nc< recoenh que ia inicncionalt
dad {ser dirigido hacia algo que no se revela «dc ima vez») supone una compleja tetiv
pomhdad. donde el presente >a se wlrepuva a sí niiuno «aunque me detenga en la
pcrrepcidn. aun así sigo teniendo plena conciencia de l« cosa, como la tengo ya con la
primera mirada, cuando la veo como esa cosa Al verla siempre ‘'quiero hacerlo** con
lodos l<n lados que de ntngün modo me vienen dados, ni siquiera de forma de presen
taciones intuitivas o anucipaionnv l\>r lanío, cada percepción tiene, "para la concicn*
cía"", un bortznme que penenece a su Uijcio» (IVZli. p. I5Wi. O, como lo empresa mis
adelante. «M percepción solo está relactonada con el presente l*ero este presente
siempre es entendido como m luv iera ut pasaja sin fin tras <1, y un/irruAi abierto antes
que û <p. 160). Como podemos ver. la fenomenología en su giro hacia el presente de
lo que percibimos non v uelve hacia lo ipie estd «detrils» en un sentido espcaciaJ y lem
pora!, lo que nos lleva de «v uelta» al «fondo», y también nos lleva hacia el futuro,
como aquello que esti ante nosotros, pero sin estar UAalmente accesible en el prrsenie
1‘nni Husserl esto se derribe principalmente como «tiempo consciencia». pero pode
mos ver urna importante conexión entre una fenomcnologia de la percepción > una
concepción más matenalista de las hisonas que están «detrds» o incluso a la «espal
da» de lo que es «i^rrsentado» o lo que está en el presente
KcnnirxnoktgU uuret

seria necesariamente accesible por cómo esa cosa se prcsenui a la con­


ciencia. Si no vemos (|x*ro suponemos! la parte posterior del objeto,
pueden que tampoco veamos (pero suponemos) su antecedente en este
sentido temporal. Para ver loque ia «actitud natural» tiene a la vista,
debemos estar frente al fondo dc un oé^cto. redefinido como !a^ con­
diciones p;ira el surgimiento no solo del objeto (pcxlnamcs preguntar,
¿cómo llegó?) sino también del acto de percibir el objeto, que depende
dc la llegada dcl cuerpo que percibe. El fondo dc la percepción podría
involucrar estas historias entrelazadas de llegada, lo que e.\plicaría
cómo HusserI se acercó lo suficiente a su mesa para que se convirtiera
no solo en cl objeto sobre el que escribe, sino también en el objeto
alrededor del cual está esenta su fenomenología. Después de todo, la
fenomenología tiene sus propios antecedentes, sus propias condicio­
nes de emergencia, que pidnan incluir la materia misma de la mesa.
Entonces, ¿cómo llega cl objeto a nuestro campo de visión?
¿Qué hay detrás dc su llegada? Tal pregunta implica que la «^accesibi­
lidad» dc los objetos es un efecto de aoriones. que no son necesaria-
mente perceptibles en la superficie tkl objeto, pregunta no es nada
simple; no se puede responder aporta:ido una biografía dcl objeto
como si el objeto tuviera una e.xistencia ndependiente dc los «puntos»
desde los que es visto. A pesar dc esto. h>s objetos se mueven dentro y
fuera de la vista, dc tal manera que ticren una existencia que es más
que la forma en que se presentan o se revelan. Como sugiere Arjun
Appadiirai. -tenemos que seguir las cosáis mismas, ya que sus signifi­
cados están inscritos en sus fcKmas. sus usos y sus trayectorias» (1988,
p. 5). Si la fenomenología nos dirige hacia Itis cosas, cn términos de
cómo se revelan en cl presente, entonces también podemos necesitar
«seguir» a esas cosas que nos rodean Es posible que necesitemos
complementar ia fcnoinenologíu con unr ««etnografía de las cosas». La
ctiesttón de dónde -va» un objeto» no omitiría la posición dc los suje­
tos. uquelloK que presentan como una figuro o fondo dentro de for­
mas familiares de lo social. 1.a historia dcl viaje dcl objeto implicaría
una «copcrcejxrión» pura usar el término de HusserI. Entonces nuestra
pregunta «ctnofenomenológica» sería: ¿Cómo llegué yo o llegamos
nosotros al punto cn que es posible presenciar la llegada dcl objeto?
¿Cómo es la llegada una forma dc testimonio en la que «lo que llega»
se conviene cn un «qué» solo en el case dc ser aprehendido ctnno un
«qué»?
(lrícnl>CKmc4 hocti lu^ 61

Al merk)s dos entidades tienen que llegar para crear un encuen­


tro, un ^surgimiento» en el sentido de una ocupación. Entonces, esta
mesa y Husserl tienen que *ccincidir>. para que él escriba su filosofía
sobre «la mesan. El guión en «coirKideneia» debe resaltarse aquí para
evitar convertir la llegada compartida en una cuestión dc azar. ^Coin-
cidir* sugiere que diferentes cosas sueeckn cn el mismo momento, un
suceso que acerca unas cosas a otras, por lo que la cercanía configura
la forma de cada cosa, l^s llegadas simultáneas no son ncccsariamen-
ic una cuestión dc azar; las llegadas estén determimidas, al menos de
cierta manera, como una determinación que puede determinar lo que
se acerca, aunque decida qué sucede uno vez goe esnwtos cen o. Si
estar cerca dc este o aquel ol jeto no es una cuestión de azar, lo que
sucede cn el «ahora» de esta cercanía permanece abierto, en el sentido
de que no siempre sabemos que las cosas se aí’ectan entre sí. o cómo
nos afectarán las cosas (l^leuzc, 1992, p. 627).*
Entonces, podemos pregunianKvs: ¿Cómo llegó la mesa a ese
punto donde Husserl podríu estar ante el papel que está en ella?
¿Cómo llegó a la mesa como a lierramienta que «crea* su filostifía y
que a su vez es «creada» como los materiales mismos sobre los que
está escrita su filosofía? ¿Cómo es el objeto, cn el término dc Dcrrida.
un «arrivant»?’"' Para Derrida. el arrivant significa el «quizá» del
«¿qué llega?» Él lo e.xpresa así: «Lo que va a venir, tal no es solo
esto o aquello; al final es el pensamiento del niZ vez mismo. El arrí^
vaní llegará tal ve:. >a que uno nunca debe estar seguro dc cuándo va

9 lol > como cwnbr Dcletizc. Mpicndo • .SpirxvA: «No nabcj* «k antemuno lo qwr
una menlr o un coerpo puede lueer. en un encuentro dado, en tina di^pOMciiSn dada, en
una combinación dada» (1992. p 627). Yo diría que «mente > cnerpo» clausura las
€0*05 prematuramente: podnamoa reptanlear la formuloción de l)eten/c «ugincndo
que no podenvn ^aber lo que pueden l>aver Us cxjmis cuando w acercan a otra* coxa%«
10 que puede Incluir cucipos) mentes, (le modo que no podemo» Miber aün lo que un
fMnlüf pw«dr »Í lainfK>«<e I» fae»*. waa * e4 qu« nwlwt es-tán lo basUnce ccrea
Sí la euritum pticde producirse. O puede que iw?. No aiempee sabemos lo que ocunirtí
M la e^rnioro nn 5e produce o e<e •n.'*» *e Mente como un Moqueo, o bien proporciona
un opocio vacío que el cuerpo rclicni con otrai* cown PodrfuB hacer farabaiuc. crean
do algunas impresionen mán bien tam/queer. Y m «e produce la cM:nturB. enumeen no
«abenxn qui^ línea» tefin creada» sobre el papel, que quedan M^re la «uperficie de la
meta, entre la piel y la madera, o en cualquier malenal con el que llegue a entrar en
contacto En *u itujavenlo legrecaré il «puede hacer* > propongo que lo que lo« ciier<
pm hacen» rcMtrtnire cupucidade^en el prevente, aunque no decida exactamente lo
que ocurre
10 En írincév en el original hV Jrí T i
62________ - HnnmrnoloipA queer

a llegar; pero el arnvani también pcxlría ser quizá la misma experien-


da inaudiia y totalmente nueva del lal zez> (1997, p, 29, ver también
Derrida. 1994b, pp. -U-34). Decir que el objeto es un arrivant es seña­
lar no solo que está cerca sino también que su cercanía no se da por
supuesta simplemente. El «surgimiento* del objeto implica, sin duda,
su llegada: al llegar a existir, llega «aquí», lo suricieniemenlc cerca
de mí o de ti ya que debe hacerlo si lu de ser percibido como este
objeto o aquel. No se crea nada «sin» venir a residir en algún lugar,
donde el lugar (por ejemplo, la casa, la habitación o la piel) da fcvma
a la superficie del «qué es» creado, Al «haber llegado», ¿cómo se
convierte el objeto en «qué», donde el «qué» está abierto ai «quizá»
del futuro?
Heidegger recurre a la etimología del objeto cuando considera
cómo el objeto «es» en la medida en que <es arrojado». La palabra
«arrojado» cone el riesgo de convertir la llegada del objeto en un
acontecimiento, un suceso, que esta aquí en la medida en que está
«ahora». Ixfebvre hace una crítica del concepto de «arrojamiento» de
Heidegger, que entiende la producción ;x>mo «causar que aparezca»
(1991, p. 122). Yo además diría que la llegada de un objeto no ocurre
simplemente en un momento; no es qu; ct objeto «haga una apari­
ción», aunque ptxíamos ser arrejados pc»r la apariencia de un objeto.
Una llegada lleva tiempo, y el tiempo que lleva da forma a «lo que»
llega. El objeto podría incluso describirse como la transformación del
ticm|X) en forma, que a su vez podría redcfintrsc como la «dirección»
de la materia I» que llega no solo de^^eode del tiempo, sino que está
ctmformado por las condiciones de su llegada, por cómo llegó hasta
aquí. Piensa en un objeto (wgajoso: lo que recoge en su superficie
«muestra» por dónde ha viajado y con qué ha entrado en contacto.
Cuaixlo llegas, traes tus encuentros pasados contigo. En este sentido,
una llegada no ha sucedido simplemente; una llegada señala hacia un
futuro que podría suceder o que «quizá» wcederá. dado que no siem­
pre sabemos de antemano con -qué» entraremos en contacto cuando
sigamos esu línea o aquella. Al mismo tiempo, la llegodÁt solo se con­
vierte en una llegada en lu medida en que lia sucedido; y el objeto
puede «aparecer» solo como un efecto cel trabajo que ya ha tenido
lugar,
Nuestra pregunta pexína reformula^e de la siguiente manera:
¿qué trabajo intervierw; en la producción de las cosas, pora que tomen
i tiícmnctofKx hacia lo» ob^eU» 63

lomia ctMTK> esta cosa o aquella? El marxismo proponnoaa una rilcso>


fía para repensar el objeto no u)lo cii la historia, sino como un efecto
de la historia. La crítica marxista del idealismo alemán comienza des­
pués de todo con una crítica a la idea de que d objeto está *cn el pre­
sente*, o que el obieto está ««delante de mí-. Como lo expresan Marx
y tngels, en su crítica a Feuerhach:

No ve que el mundo senumaJ que le nxiea no e% algo directamente


dado desde toda una eierniáid y címstontemente igual a sí mi.smo, sino
d producto de la indusina y del estado social, en sentido en que es un
producto histórico, el resultado de la actividad dc Uxla una sene de ge-
ncradones, cada una dc las cuales se encarama sobre los hombros de la
anterior, sigue desarrollando su tndustna y su intercambio y modiftea
su organización social con arreglo a las nuevas necesidades. Hasta los
objetos de la «certeza senstnol» más simple le vienen dados solamente
por el desarrollo social, la mdustna > el intercambio comercial. Asi' es
sabido que el cerezo, como casi IskIos los árboles frutales, fue inuiplan-
tado a nuestra zona hace pocos siglos pw obra del avmercio y, por me
dio de esta acción dc una detenniruda sociedad y de una determinada
época, fue cntregivdo a la «certeza sensorial» de Feuerbach <1975,
p 1701.

Si los fenomenólogos fueran simplemente a -mirar* el objeto que tie­


nen delante, entonces estarían borrando los «signos* de la historia,
ñcrcibirían el objeto como simplemente allí, como objetivo en su cer­
teza sensorial más que como «habiendo llegado aquí*, una llegada
que es a la vez la forma en que los objetos .son vinculantes y cómo
asumen una forma social. Así que los objetos (como el cerezo) uxi
-trasplantados*. Toman la forma de una acción social, que se olvida
en la aparente factualidad del objeto, tui temporalidad de «lo que vie­
ne antes» se borra en la expenenctu del objeto como «lo que está un
tes» en el sentido espacial. Kara Marx y tngels. las acciones son gene­
racionales e intergeneraciorales (lo importante no es la acción
individual I. Lo que pasa por la historia no es solo el trabajo realizado
por generaciones, sino que U «sedimentación» de ese trabajo es la
condición de llegada para las generaciones futuras. Los objetos toman
la forma dc esta historia: los objetos ««tienen valor» y toman forma a
través dcl irabiyo. .Se forman a partir del trabajo, pero también «toman
la forma» de ese trabajo. Ixique el marxismo nos permite hacer es
64 F<ch^wi*eiit4o|ú queer

volvera anicular la historicidad de los muebles, entre otras cosas?' La


historia no puede simplemente percibirse en la superficie del objeto,
incluso si la forma en que los objetos emergen o toman forma es un
efecto de tales historias, hn otras palabras, la historia no puede con­
venirse simplemente en algo que es objetivo cn su certeza sensorial,
como sí pudiera ser una pn^piedad de tn i^bjcto.
Si el idealismo loma el objeto como un hecho, entonces no tiene
en cuenta sus condiciones de llegada,que no son simplemenie hechos.
El idealismo es la conirapurte filosófici a lo que Marx describiría más
urde como fetichismo de la mercancía. Quiero plantear que no son
solo las mercancías las que son letich zadas; los objetos que percibo
como objetos, que teniendo propiedades intrínsecas, per así decirlo, se
pnxlucen a través del proceso del fetichismo. El objeto es «creado*
como una cosa que es «ella misma* solo en la medida en que es sepa
rada de su propia llegada. Entonces se convierte en lo que se presenta
ante noM^iros. solo si olvidamos cómo llegó, como una historia que
involucra múltiples formas de contacte entre otros. Los objetos apare­
cen sepanidos de tales historias de llegada, como historias que impli
can múltiples generaciones, y el «trakijo* de los cuerpos, que es, por
supuesto, el trabajo de algunos cuerpos más que el de oirxis.
Volvamos al modelo de Marx del «fetichismo de la mercancía*
En El capiuát, plantea que las mercandas están formadas por dos ele­
mentos, «materia y trabajo», donde e trabajo se entiende como «lo
que cambia la forma de la materia* (1887, p. 50). Se asume que la
mercancía tiene valor, o una vida propia, solo si olvidamos el irubajo:

11 Jc4*vFr4.'>ç«q% hace U Mfujcotc «li la cuadkiáa pon la (utara


tr/a hiMónci dcl no esti en d muebk. cn la naiitmic/,! hauórica dd mun
óü hucttmi donde cUc miicKc (u*c w lugar.¿qeí vondkícnn oim goíantizon que eyc
dccneole hiqóncú (c*c» lu lugo/?» (|9M|. p II2V l.yntonl rwn niucstra aquí que
la historia stM asumir qiuc < vacAc «IacIm, mía convertir U»
htxkiriu misTO cn «ahbldnca». Mi propucsji v>brT la relación cn:rc la hHuwia > U*»
mrv» di^rirnle. pv rira qu< lu btUixio no *clo evU onto que ti tncM (^uv Ctiodi-
ckxncs de llc^^aca], vino um^ión cn la íorma dt la mesa rtmbajo* y en el trabajo que
enUMKts c» teqxrido a b nrcM que realice (cx-rw» anih/aré en el »gii>en(e
1^ ruiU'rU dxno *.al r«i» o «ok* ki que iricne <lad^ sin<.> que lorna %u h^ma y es reconfi
gurada como tn efeem de lo dijo Ver UimSíéfl loa xílecrones de Heidegger sobre la*
utile y lA bitstooa. cum.do ^ujttrrr que a* sillo» rcUwi eoofomiida» por la hiMoria aun­
que nc AJntamoá e«a a sUmxíl unto deciixua que uno ve en ia wllo miMua que
tiene de una fihrca aunque lengamoe^ ni ijcjno sensación de una fibnca o de amia
parecido* 2002, p 22ro
íJnriMM iotte* bacia los ohjciou 65

K<Se convierte en valor al solidiricarse. al pasar a la forma objetiva»


<p. 57), La mercancía, en otras paJabrxs. irunsforma el trabajo en un
objeto y ^idemás toman la «íorma» misma dd trabajo. Curiosamente.
Marx lambían usa el ejemplo de «la mesa» (aunque no sabemos a qué
upo de mesa se refiere). Plantea que la mesa está hecha de madera
(que proporciona, por así decirlo, la materia), y que el trabajo de la
mesa, cl trabajo que se necesita para «hacer la mesa».cambia la forma
de la madera, a pesar de que la mesa todavía «está» hecha de madera.
Lo expresa así: «Es evidente que In actividad del hombre hace cam<
biar a las materias naturales de forma, para servirse de ellas. La forma
de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No
obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto físico
vulgar y comente, l'ero cn caanto empieza a comporuin»e como mer­
cancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metaf ísico»
(p. 76i.
crítica marxista del letichismo de la mercancía se ba.sa en
|)articular en una distinción entre materia y forma, entre la madera y la
mesa. El «convertirse en mesa» de la madera no es lo mismo que con­
vertirse en mercancía. La mesa tiene valor de uso. incluso después de
haber transformado la «forma» de la madera, l a mesa se puede usar, y
al usarse, el valor de la mesa no se intercambia y se hace abstracto. La
mesa tiene > alor de uso hasta que se intercambia. Ln problema de este
modelo es que d dinamismo de «hacer forma» se ubica en la transfor­
mación de la naturaleza en valor de uso: también pçxJrfamos sugerir
que la «madera» (naturalezamateria) ha adquirido su forma a lo lar­
go del tiempo, fui natunilczái entonces no estaría simplemente «allí»,
esperando ser formada o cobrar forma. I41 primera crítica de Marx y
Engeis al idealismo implica una visión más dinámica de k)s «hechos
de la materia»: incluw los árboles, que proporcionan la madera, son
«creados» como efectos de b acción generacional. I a rruidcra es en sí
mi^iiiu «materia formada» en la medida cn que los árixáes no se dan
simplemcntc, sino qt>e usma» forma como un efecto del trabajo («tras­
plantados por cl comefcio» !.’- La orientación de esta mesa, cómo apu-

(2 Esto no qtMcre dcar qur b nntcnn llcfi a molrriali/Bnc m4o por medio dri tr«>
beyo de la acin tdad humatu. E>i(e xrgiunrnio pomiría a lo humano rn rrn/rr? de ta%
i como la piMocia aúnenle ei (oriM) a la cual se concentran lodas las com* < hnn
(ipot de trábalo conforman cóotxi tos «ibjelcn pueden llegar a emerger de una u otra
forma Merleau l\inly uiih/a el ejempto de un eaniu, y qu¿ hace a un canto ter un
rwi __ <íi>ter

h tc viMim urui rncsa jiura inihiijandepende dc eslau mültkpies historias


«k iuiImjo, redcftnidus como materia que toma forma, ’
No cs sorprendente que Derrida ofrezca una crítica dc Ia distin­
ción marxista entre cl valor dc uso y el valor de cambio (1994a,
p. t49h dirigiéndose hacia la mesa. Pixipone lo siguiente; mesa es
familiar, domasiodo familiarPara Dcriidu, lu mesa no CS simple^
mente algo que usumos: «La mesa ha sido desgastada, explotada, so­
breexplotada. o se la ha dejado de lado, ya sin uso, en tiendas de anti­
cuarios o salas de subastas» (p. 149). t^ir lo tanto, sugiere que «la
mesa en uso» es tan metafísica cotno « a mesa como mercancía*: el
valor de uu> y el valor de cambio implican el fetichismo (p. 162L
Aunque estoy de acuerdo con este argumento, podemos observar que
para Marx la mesa en uso no es algo simple: implica la -transforma-
cii5n» de la mutería en forma. Li valor de uso por tanto no es una

canto. Él lo cxprrui así: «nUU allá dc cierto nivel de niK ciimbtos. dejannn de <er este
canto o enu coocha. incluso dejarími de set un cario o una concita» 1196H, p 161). txn
cantos de las pla>av. por ejemplo, me sorprenden cuando ímairino cCmo «e ecUn con
viniendo en arena; pero es una cooverxióci qoc noe« accesible a la coasoeneia. o que
no ha llegado, en el presente. B1 canto se conv ictv en arena por un efecto del tiempo
El canco podría ^erw como «convirtiéndose ea areiu» pero nosotros no podrtaimss ver
esta conversión simplemente en la superAcie del canto. Incluso podríamos ver la arena
como un «habiendo ddo un canto», pero eso también bm lleva ntíb allá de to que es
accesible en el presente. ¿Qué hace el tiempo, siio hacer accesible la posibilidad de
ver lo que no a la vista? El tiempo esU ocupado no solo en el sentido de que hace
mos algo con él. sino porque wIn nos es accesible po< medio de lo que hacemos. C'on
el tiempo, el canto pue<le convertirse en arena; deta de tener las cniaclrtíviicafi que le
hacen rcvonocible como un canto l>em el canto adquiere su forma por medio det con­
tacto. y es este contacto el que revonfigura el cania de modo que le hoce cunv ertirse en
algo «otro» de lu que es. £1 tiempo «da forma», loque sugiere que «la matenn» no es
inerte ni viene dada, vino que está siempre en un proceso dc - matenait/ación» (RuUer,
1993. p I'J canto toma su forma por su cuniact^ cint el agua; y las ol» que lu agí
tan. que lo lacen «eso» (> no una roca) también Jan forma a su conversión en algo
diferente a lu qne es en la actualidad. El objeto aume la Exma del contacto, como un
cociULto que se produce en el tiempo, pero también es un efecto del tiempo. El «con­
vertirse» o «lu llegada» del objeto lleva tiempo y necesita de un contacto con otros
objetos, y es una llegada que. qvñrá. puede llegar a ser la iipertuni al futuro de las for­
mas que adn tienen que emerger Ver la conclusión Je este libro, que trata dc los cantos
volv iendose queer
15 Es importante que cuestionemos la jerarquía aiatenalorma. que coloca lo que es
dinámico en la huma y deja la materia «como muerta» ¡al > conav nos han mostrado
tars filósofos feministas, este binan uno está marcMlu por el género; las mujeres han
sido asociados a la materia, > ios hombres a la forroa, de modo que la mauulimdod ve
convlerte en el regalo de la vida, ol dar forma a la materia tser Ingaray, 1974. p. 172;
Builer, 199.x, p. 29. .51 yGr<M/. 1995 p. 1211
t'MctiUdror* liMt4 kn ____ 67

cuestión sencilla para Marx, aunque kxzalice lo irascendental cn la


ineicancfa *<queer*>. *
Ln que un enícxiuc marxkia podría permitimos hacer, m amplia­
mos la crítica de Marx de la mercancía a la cuestión misma de la ma­
dera así como a la forma de la mesa, es considerar la historia dc «lo
que aparece* y cómo está cenformada por historias de trabajo. I>a
mercancía puede ser un memento en la «historia viial» o en la carrera
de un objeto (Appadurai, 1988. p. 17). |..a mesa como objeto tamláén
se mueve; adquiere nuevas formas: es cokxada para usos diferentes.
Por ejemplo, compro la mesa (por esta o aquella cantidad dc dinero,
como una mesa «para» escribir. Tengo que llevarla al espacio donde
estará (el estudio o el espacio designado en una esquina de i^ra habi­
tación), Otros me ia traen; transportan la mesa. I ji suben por las esca­
leras. Me altero cuando cl borde de la mesa golpea la pared, dejando
una marca en la pared y cn la mesa, lo que muestra, también, con qué
cntnS en contacto la mesa durante el momento de su llegada. La mesa,
una vez que ha llegado, es situada en la esquina de la habitación. La
utilizo como escritorio Cuanco llego, me dirijo a la mesa y me siento
en la silla que está colocada a su lado, silla me permite llegar a la
mesa, cubrirla con mis brazos y escribir sobre ella. Y. sin cmbargi^, no
estoy segura de qué le pasará £ la mesa en el futuro. Podría disponer la
mesa para un uso diferente (podría usarla como mesa dc comedor si es
lo suficientemente grande «para uiportar» este tipo dc acción), o in­
cluso ptxJría olvidarme de la mesa si dejara dc escribir, con lo cual
podria ser «apartada*», estar inaccesible. El objeto no es reduciWc a la
mercancía, incluso cuando sectimpra y se vende: de hecho, cl objeto
no es rcduciWe a sí mismo, loque significa que no «tiene» un «sí mis-
mo* que exista separado de su contacto con otros, l^is acciones reali­
zadas sobre cl objeto (así oomo con cl objeto) dan forma al objeto. El
objeto a su vez afecta lo que lacemos, como analizaré cn cl capítulo
siguiente.
Volviendo a la mesa, recordemos que la mesa fue hecha por al­
guien: y que hay una historia en su llegada, como una historia de trans-
ixvric. que ptxlria ser recscriu como una historia de eambiar de rna-

14 R«tM-man Heoncscy <2000) «fimiA que lo queer »e Im convenido en una mercan­


cía. Ea llamolivo que Marx deccriha la memneía misma como queer. Del mismo
mrxk'» que lo queer punk «er una mereancía. U metcancia puede %er queer
68 ------------ Ffoiimctwlogf* queer

wn. Como dice Igor ptxkmos tener una biografía cullural


dc las cosas, que rnoslrana cómo *sc redcfincn culturalmente y se po-
nen cn uso» (1988. p. 67h'^ Fodna decirse que esta mesa tiene una
historia. Qué historia podría contar. Lo que tenemos que recordar es
que el »ser esta»'* de esta tabla no le pencncce. por así decirlo, a ella:
lo iwnicular de esta mesa, lo que podemos contar través de su biogra­
fía. es también lo que nos penniie coitar una historia más amplía: una
historia no solo de «acosas» que cambian de manos, sino de cómo las
cosas llegan u materializarse tomando forma a través del trabajo de
otros.*’
Estas historias no son solo accesibles ptir la superficie del objeto,
apune de los arañazos que podrían quedar allí. Las histerias dan forma
a *lo que» emerge: están detrás dc la llegada de *el qué» que emerge,
luis historias son en este sentido espectrales: como los «lados que fah
tan» de Husserl No sabemos, por supuesto, la historia de la mesa de
Husserl. cómo llegó, o qué pasó con la mesa después de que dejara
de escribir. Pero una vez que llegó. p:xlemos seguir lo que la mesa le
permitió hacer al leer su filosofía como una filosofía que se dirige a la
mesa. Entonces, incluso si el *scr esta» de la mesa desaparece en su
trabajo, podríanu^ permitir que su «seresta» reaparezca haciendo que
esta tabla se «materialice» en nuestra lectura.

Hacer cosas

bl objeto ha llegado, Y. una vez que lia llegado, ¿qué hace entonces?
Quiero plantear que los objetos no solo son moldeados por el trabajo,
sino que también loman la forma del trabajo que hacen. I^ra pensar

15 ■ lanibién wn rcIcvanU^ »quí la» obra» wWt b cullam material, c^pcefrioimeotc


wbre cómo loa motehahran* y cMán «artivtilQNkn» con Ámbitos dc acdó«i
humana Migniftcativa o de dMema» de Inteaanbio simbébeo (ver por ejempto Dniil.
1999. BiMdriltard, 19%; nom». 1991).
16. «rhónryx», neolo^ÍMno imcatado por Ib aoiora La cualidad de «esto», el ser
euo. lo euo. ^V. tíft T <
17. Emo ca uní rcíormidación del MgiuGcado de «ki pannrulor». como aquello que
no rcMÍde en Im indhidiMn (»er mi libro Srrtmfte t'mbatíkd Otbrn in
|2CXM)1, cspectalnurnie el cap<;ulo titulado «EUúcal Encounterx^ fbe
<)thcr. C>bcr>and StroJij^eoi»).
Oôrfluciooct lUMzia los iibiccot 69

cómo están «ocupados* luç>objeiost podemi^ comenzar considerando


cómo estamos ocupados «can» dios. «lomar» diferenies objetos de­
pende de si ya estamos ix;upados y ckel tipo de trabajo que realizamos.
IX-cimos que (Kupamos el espacio; que tenemos una ocupación. Lsta*
nios ocupados con objetos, que se presentan como hcmimienias para
ampliar el «alcance* de nuestras acciones. Estamos chupados cuojxlo
esiamt^ atareados. Estamos reservados; estamos consumiendo tiempo
cuando estamos ocupados con algo. P(xlríami>s estar preocupados por
algo, lo que significa que n? nos damos cuenta de otras cosas, l a pa­
labra «ocupar- nos permite vincular la cuestión de habitar o residir en
el espacio con d trabajo, o incluso con tener una identidad a través del
trabajo (una ocutiacii%t]|; con el tiempo (estar ocupado con); con soste­
ner algo; y con tomar posesión de algo crwjo una cosa. ¿Cómo esta­
mos ocupados con los objetos? ¿Cómo nos orienta una ocupación ha­
cia algunos objetos y, en esa dirección, hacia ciertas lormas de vivir
en lugar de otras? ¿Cómo ocupa esta orientación tanto el tiempo como
el espacio?
No es casualidad que Heidegger plantee esta cuestión de la ocu­
pación. de qué es lo que hacemos, volviendo a la mesa, fcn Ontolaf^ta:
HermenéuíUa de ta factU tdad (I999>‘* Heidegger compara dos for­
mas de describir mesas. En el primer mcxlelo. la mesa se encuentra
como «una cosa en el espiicio. en cuanto lal cosa espacial* (p. 68).
Aunque Heidegger evoca lu descripción de HusserI de «la mesa*.
HusserI no se menciona, o al menos no en este momento. Como dice
Heidegger; «Los diversos aspectos se muestran > se descubren uno

18 muy nfradccidn it ISkI Humsoa. que me ciKamiaó Ontaí&gia \ ha­


cia U mesa de Heidegger durante m» seminário de tKiiilxe óc 2005 «Uneas. ponlm y
otras impresiones* tn le %er^»6t inicial de este capítulo me has4 en el eiemplo del
maftilio propuesta <o Ser y y de*piiéii ptaiMeé roH pn»p«iw conexione* endre el
irnirüllo y la meni Por reMiltS v^rprrndraie dr«¿ubnr qoc el del numllo
de Ser I ítteta un de lo me» de Oníniogia. Tal y como .sédalo John Vjia
Burén en ws notas de traductor del lítxo de Heidefpcr: «Lo que se bahía quedado al
margen era el potente ejemplo tcnomenolófkco de quince pafina*^ de tieidegper de
demorarse i«i rato* en tu casa, '‘esiar-efi-uiia-babitación** allí, y el **e<»er de cu expo-
•a**, el -jugar" de au* hijos, sa propia ■’esentura y las comida» dianas en b mesa en
reta haWbdófl. Este ejemplo central fue rcempbzado por un ‘•maiUUo*' >^lo <|ue M>bfe
vivió de evo íue una curiosa meoridn de una “mesa” en una "habitación" con moicnal
de •eM.ntura** y de “cottura" sobr ella» (VW. p Quó apropiado resulta que cuan
do yo estaba cscnhiendo sobre un manlllo «en realidad» estaba escribiendo vohie una
mesa perdida.
7()_ _ hcnomcnoiugia quMr

(ni5 otro dando sueltas en tomo a Ia cosa» (p, 68). Heidegger plantea
que esta descripción cs inexacta no porque sea falsa (Ia mesa podría,
después de uxk). aparecer de esta maDcmi sino porque no descnbe que
el signineado de tales cosas no está simplemenle «en>» Ia c<^sa. sino
que más bien es una «ícaraclerístiea dc ser» (pp. 67-68). Para Hcideg-
ger. k» que luicc que «Ia mesa» sea loque cs, y no otra cosa, es Io que
lu mesa nos permite hacer.
siguientes palabras de Hcidcgger forman una de las desenp-
dones fenomenológicas más ricas de a mesa tal como se experimenta
desde los puntos de vista de quienes comparten su mismo el espacio:
«En ta habitación ésta. aquí, está la mesa (no «una» mesa entre mu­
chas otras mesas en otras habitaciorx^s y casas) u lu cual uno se sienta
para cscñbir. para comer, coser o jugar. Es algo que se ve en ella in-
medialamenic. por ejem|>lo,at ir dc visita: es una mesa dc escritorio,
dc comedor, de costura. I mesa en sí misma aprece de primeras así:
no es que se la adjudique esc rasgo de ser «para algo» dc resultas de
una comparación con algo distinto de lo que ella es» (p. 69).^* En otras
palabras, lo que baecmos con la mesa, o lo que la mesa nos permite
hacer, es esencial para la mesa. L¿i mesa proporvionu una superficie
alaxlcdor de la cual se retine una familia: Heidcggcr describe a su es­
pedí sentada junto a la mesa y leyendo, y a «los chicos» ocupados en
la mesa.^ El «con el tln dc» estructura la mesa, en otras (wlabras.
significa que las (personas que están «en» la mesa también son parte de
lo que hace a i a mesa misma. Hacer cesus «en» la mesa es lo que hace
que la mesa sea lo qi>e es y no otra co*a.
Quizá podríamos redefinir la mesa cumu una herramienta, como
algo con lo que hacemos algo. En Ser y nempa, Heidcggcr nos ofrece

19 Meirvr la pena cccnenuir laquí I» rrl.u:YÓD entir «rtía* > «U» En mi Icctuia Uc la
mc«i de Huvflçr que el pruEftema cuntí paráihte^t*. > lo qnc xc deja un todo,
es que «eMd mesa- »e uomierie en «la meia». (x*mu iMia mexa que no «ptmtB a I&*
cooüickxncs de cóikm) tas cumx llrgan.o «e t uch :n cercanas Para Hcidegger. «la tueM*
o lu que aiice a I« nxsa «cMa» y no oiral. dc modo que ai un aeoládo iitacwi expe nen
cía de «la meso» (s que «o» esta Fji ulni» polahras. Htídegger e«(A diciendo implíciia
mciMc que el aftícalu detUivu ex pievuuunetitv «esln» donde «esui» se utiliza puro se
AoIm «a uno persiana, com c idea, de . uxnu deunenda. presetite o cercana». De modo
que pora Hekiegfrr. tí «esu» se cunsierte en tí «:a», lo que ugiM; la mixma direevtcVn
que Husxerl pem can tí r>n de lueer una conimpropaieal» wtxv lu que Ui me^a «es»
20 Ver mi dcwnpáór. ea el eupAulo 2 de U nvia de cumedov como un objeto que da
supone a rcirián ÍMnliar. pon ello ate he latpiradü en ta desenptídn que hoce
Hannah. Arvndt de la me vi
(Mcoiaciooei bacia los objcU» 71

una pcHcntc Icciuni de Ias hemimienias, a>mo hace cn su trahujo


lerior s<>brc Ia tecnologia. K® Ia primera obra. Hcideggcr considera el
canícter *pragniáiico* dc Ias cosas, que se ve oscurecido por Ia pre­
sentación dc Ias cosas como <mcras cosas*, y considera tales cosas
como tipos dc herramientas. Explica que *en nuestnis relaciones, en­
contramos herramientas |)Qra escribir, coser, trabajar, transportar»
11973. p. 97). Al plantear su fenomenología cn lomo a las herramien-
las. Heideggcr se aparta de Husserl al sugerir que la orientación prag
mútica de las cosas se ascKsa dentro de su ser. o lo que él describe
como la «hcrramenialidad» de los objetos, l-a lierramentalidad trata de
lo que las «cosas» u *objeic>s*> permiten hacer a los cuerpos: tienen
una estructura de «con-el-ftn-dc», que adjudica algo o se refiere a
algo. Entonces, lo que hace que el objeto sea «sf mismo» es lo que nos
permite hacer, y ese «hacer» saca al objeto dc sí mismo y le hace
«apuntar» hacia aJgo. ya sea ese algo una acción u otros objetos. En­
tonces. la mesa de escritura la herramienta de Hu.sscrl: día «apunta
hucia» la escritura, así como a txros objetos, que se juntan alrededor
de la escritura como herramientas que f>erm¡ien este tipo de trabajo; el
tintero, los lápices, etc. El escritorio también podría apuntar hacia el
cuerpo que escribe, como aquello que se conviene en «sí mismo» una
vez que «ocupa» la herramirnla» y que vKupa» el tiempt> y el espacio,
al hacer el trabajo que la herramienta permite hacer al cuerpo.
Lo que hacen los objetos es lo que le.s da la forma que tienen. I-a
ruedu puede rodar, el escritorio puede sostener un ordenador, la pluma
puede escribir, la jarra ixietfc servir agua. El uso de «puede» aquí po­
dría ayudar a recordamos que la «utilidad» no es meramente instni-
mental sino que se trata de capacidades que están abiertas al futuro.
141 capacidad no está «en» la herramienta, sino que depende de cómo
se utiliza o «se pone en uso». Hcidegger señala exactamente este pun­
to en su trabajo posterior sobre la tecnología. No es solo que el objeto
(ivnda hacia algo, donde la tcndencio apoya umi acción, sino que la
forma del objeto está moldeida por el trabajo para el cual está destina­
do. Para Hcidegger, la cosa «no es simplemente una suma de rasgos,
m una acumulación de propiedades por las cuales surge el conjunto»,
sino que «es aquello alrededor de lo cual se han ensamWado las pro­
piedades» (1975. pp. 22-23». Ptxlemos ver en este modelo de la pro­
piedad como ensamblaje, cómo la cosa se conviene cn algo que «tie­
ne» propiedades. l4i cosa sería una cosa cn la medida en que se usa
72 FcfKNncmMug(4 queer

como lo que se trajo al mundo para ser: «</{/< botas eampexinas /«a
lleva la labradora cuando trabaja en cl campo y ip/<» en ese mamenta
son precisamente lo que son» ip. 55).
La tecnología no se icficre simplemente a los objetos que usa­
mos (Xtra ampliar las capacidades de acción. Ixi tecnología (o
se conviene en cambio en cf proceso de «surgimiento» o. como dice
Hcjdeggcr. «para hacer que algo aparezca, dentro de lo que está pre­
sente, como esto o lo otro, de esta o deesa manera» (p. 159). El objeto
es un efecto de «surgimiento», donde cl «surgimiento» es una cues­
tión de la determinación de la forma: el objeto mismo ha sido formado
pura algo. /<> que sitonifica guc toma Informa de eso ¡rara lo que sirve.
El objeto no es solo maten al. aunque es material: el objeto es materia
dada de una forma u otra donde la forma «tiende» liacia algo. La mesa
tiene una superficie horizontal, que «da soporte» a la acción fxira la
cual fue diseñada. Este «tender hacia» es lo que configura $u forma,
que luego nos permite recomxer cl objeto como este objeto y no como
otro. Lu forma toma su forma a través de la «dirección» de la materia
hacia una acción. Así que hacemos cosas «sobre la mesa», que es lo
que hace que la mesa sea lo que es y que tome la forma que toma. Im
mesa es ensamblada alrededor del »soporte» que da,
Y, sin embargo, los objetos no solo hacen lo que queremos que
tugan Heidegger diferencia entre usar algo y percibir algo, que des­
cribe en términos de captar esc algo temáticamente (p. 98). R ejemplo
que usa es el manillo. Cuando el martillo martilla, entonces está «a-
mano», las cercanía del manillo, cl hecho de que esté disponible para
mí, está relacionado con su utilidad: está cerca ya que me permite
realizar un tipo específico de trabajo. Este «esiar-a-mano» es intere­
sante pora Heidegger. en la medida en que el martillo «es» ese algo
con lo que hacer algo. (>e hecho. Heidegger sugiere que el objeto
como práctica, como algo con lo que hocemos algo, implica «.vu pro­
pio itpo de vista>* (p. 99) que es uno vista diferente que mirar ol marti
lio como si nc fuera algo que simplemente martilló. Así, Heidegger
sugiere que cuando el estar-a-mano no es «práctico», lo vemos de nu
ñera diferente; *e contiene en «prcscnie-a-mano». Entonces cl marti­
llo se rompe, y no es que ya no vea lo que realmente es el objeto
(porque «es* un manillo), sino que lo veo de una manera diferente,
como algo que no se mueve hacia algo: «Cuando la herramienta no
puede ser utilizada, esto implica que la tarea constitutiva del ""con el
(Irtcoiacioort hada l>» iitijeU» 73

fin de'* al *^hacia-esto" ha sido perturbada.., Pero cuando una tarca ha


vido perturbada —cuando algo no se puede usar para ningún propósi­
to— entonces la tarca se vuche exrrfícila» (p. IO5>. ¿Qué diferencia
supone este «hacerse explícito»? Heidegger continúa;

1.a entidad que se mantiene en nuestro lencr prevío, por ejemplo, d


m«irtillo. está prv^xima a-mano como herramienta Si esta entidad se con­
vierte cn el «objeto* dc uní afirmación, entonces tan pronto como co­
mencemos esta afirmación,>a habrá un cambio en el tener-prec io. Algo
a-mano e*xt lo que tenemoí que hacer algo o repreventur algo, coo-

icrie cn algo «sobre lu cual* se liace la afinnación que lo señala Nues­


tra \*i!íiõn precia apunta a algo presente-a-mano en lo que está a-mano.
Pix —y para— esta forma 4c dirigir la mirada hacia ello |Hin-Mcht|, lo
a-mano queda velado come a-rnano. Ikntro de este descubrimiento de
la preseruria a mano, que e» al mismo tiempo un encubrimiento del a-
mano, a algo presente-a-mono que encontramos se le da un carácter de­
finido en su Kstar-presente a-inano-dc-esta-y-dc-oquclla-manera. Solo
ahora tenemos algún occesc* a propiedades o similores (p. 200).

l>c modo que cuando el martillo se rompe, o cuando no puedo usado,


es cuando soy consciente del martillo como un objeto-en-si-mísmo» cn
lugar de como un objeto, que se refiere más allá de sí mismo a una
acción que pretendo realizar, iintonces. cn este momento de *tallo»,
se percibe que el martillo tiene propiedades; como, por ejemplo, «de­
masiado pes4ido>. El martilla deja de ser un medio |Kira hacer algo
(d^xtde cl objeto es la acción) y se convierte en el objeto al que alen­
demos, o del que nos preocupamos. Si bien este modelo no designa la
utilidad dc los objetos y su familiaridad como cosas funcionales como
«la actitud natural», que debe ser puesta entre paréntesis por la feno­
menología. Sí distingue entre rsar algo y percibir algo, aunque al uso
se le da su propio tipo de v isión
¿Qué se revela cuando lis tecnologías ya no están listas píira la
acción? Para Heidegger. son lus pmpiedades las que se revelan. Sugie­
re que cuando cl martillo deja de martillar, es decir, dejamos de ptxier
martillar con él. nos damos cticnta dc que tiene una forma específica:
««El martillo es demasiado pesado*. En otras palabras, solo sentimos
la |)esadez del martillo ai cl momento cn que no podemos usar el mar­
tillo para realizar la acción: cuando cl martillo no manilla. I\:n~> está
claro que esta afirmación profosicitxial sobre el martillo: «El martillo
74 Fcnocnenoi ogb querr

cx demasiado pesado*, sigue siendo una afirmación que «apunta* ha­


cia lo que «deberla* hacer el martillo, bn otras [xilahras. la pesadez
del martillo mln sigue refiriéndose e la acción haaa la que se dirige
el martillo mismo. ¿H martillo es demasiado pesado para qué? bs de­
masiado pesado para martillar «con» él. después de t^xlo. El -dema­
siado pesado* sugiere que el manilb no me permite maíllllan El jui­
cio sobre d martillo, que le da una p-opiedad de ser ese tipo dc cosa o
aquel, todavía percibe el martillo cn términos de lo que puede o debe
hacer, incluso en el momento en qte el martillo falla en realizar su
acción.
I>c este modo, cuando algo yt no está listo para la acción, se
deriva que tenemos acceso a sus |xopiedadcs« como si fueran indepen
dientes de las historias de acción que crean a tales otéelos, como el
«qué* que está cerca. Esto no quiere decir que dio no marque una di­
ferencia en la forma en que percibimos las cosas cuando esas cosas
son y no son -puestas en uso-. Más bien, quiere decir que el fracaso
en pçiner en uso las cosas no significa un acceso a propiedades de las
cosas que son independientes de su uu>. I)c hecho, podríamos cuestio­
nar la presunción de que las cosas tienen propiedades, lo cual no
apmta a su -asignación» en un orden familiar y social.
Entonces, ¿qué significa decir que un t>b}eto falla en hacer el
trabajo para el cual fue disedado? Este fallo podría no ser simiMemen
te unn cuestión de que el objeto en sí falla. Porque el martillo puede
ser demasiado pesado para que tú lo uses pero perfectamente adecua­
do para mí. Un martillo podría estar rexo y no permitirme hacer una
cosa, pero aun así podría dejarme hacer otra cosa. El fallo, que trata de
la pérdida de la capacidad para realizar una acción para la cual el ob­
jeto fue diseñado, no es una propiedad de un objeto (aunque tiende a
atribuirse de esta manera y no hay duda de que las cosas pueden salir
mal}, sino mas bien del fracaso de u» objeto para ampliar un cuerpo,
que podemos definir cn lérmimvK <lr la umptiación dc las capucidodc.s
corporales para realizar acciones. El cuerpo no puede ampliarse por
medio del objeto de la manera prevista, aunque por supuesto la «prc'
visión» no debe convenirse en una propiedad presunta de las cosas
(un niño que coge el martillo rolo y comienza a jugar sigue haciendo
algo), l4i cxfienenc’.a de esta -no ampliación» podría llevar a que al
«objeto* le sean arribuidai propiedades, cualidades y valores. En
otras palabras, lo que está en juego en los momentos de fallo no es
< IkKiM Io» objeto* 75

tonto cl acceso o Ias proptctbües como Ias ainhiKiores dc los pfopie-


dades» Io que se convienen <n uno cuestión dc córno nos <iccr<’a/w/?s ai
objeto. Entonces, sl afinno: *EI martillo cs demasiado pesado»* quie­
ro decir. «El martillo cs denasiado ¡Ksado para que yo martille con
él», hl momento de «no-uso* es el momento en que se atribuyen el
objeto propiedades, y es el mismo momento en cl que los objetos pue­
den ser juzgados en la medida en que son inadecuados para una tarca,
ci momento en el que «culpamos a la herramienta*?*
Volvamos abora a la mesa. 1^ mesa tiene una cierta forma, como
sabemos. Está hecho de alge (quizá dc madera). La materia y la forma
de la mesa dependen de historias dc trabajo, que se consolidan en y
como la misma «cosa* de la mesa. 1.a mesa es un efecto del trabajo, y
también se remite al trabajo en la propia forma que toma. Las diferen­
tes mesas tienen diferentes funciones: hacemos cosas con ellas reali­
zando acciones sobre ellas. Si nuestro objeto es una mesa de escritura,
entonces nuestra mesa está cspcciTicamcnte adaptada para facilitar la
escritura o la lectura, quizá con una parte superior inclinada y p<?r lo
general con cajones y compartimentos adecuados.
Rxlemos destacar que la palabra mesa se denva dcl latín tabula,
que significa principalmente un «tablero*, especialmente uno usado
para juegos o para escnbir. fcn sus primeros usos ingleses, «mesa*
significaba una «superficie*, en ptirticular una «superficie para escri­
bir*. antes de que la «mesa* se convirtiera en el nombre de un tipo de

21 Mi rezoiMittiemo 4qu( kc relaoofia co<i el que ponen Im euudio» dc c>cn-


eia > tecnología en como lo» cnetpH y Lu* teemMogÍM nfecdom ctitrc mí. utmdu w eMu*
Vieran, en lérminoM de Andrew Pickring. •imbrie*liw> < 1995. p. 26). O, como plantea
Bruno Ijiiour. que I<m obicto» y los scqetos von tiempre «cuavi» objeto*» > «cuasi» su*
jeuis. ft^rman «nuevu» hOindo» eiirailm» (1995, p. 5b. (Tuno herramientas, lo» ob)e-
lUM no existen «aparte» de los sujetes, y son por lauto sociales. Si las (eenotogías apun­
tan hacia la acción, entonces ta ifábricadde de los cuerpos y las tecnotogías trata de
qué lapacida&lrs activan o de ctuUe, no logran nriivar t*«4n vignirica que la ogencui no
rsti «en» el cuerpo ni en la bermmienta, como m pudieran actuar por su cuenta, por así
decir por el contrario, la agencia tala de edrno los cuerpos entran en contacto eo<t los
objetos, como un contacto que nunca es simptemcnte entre dos entidades (este cuerpo
y esta berramienul. dado que cada entidad ya ha lomado forma por su contacto con
otros, dentro de lo que los estudios de cienaa y tecnología denommortan ogencui actor
red. y ln que yx> Itamaria un cmlen social y familiar. Las acciones son potenciadoM y
limitados por cdnio entran en conu.'to los cuerpo» y las tecnologías; el tnibqjo tamlMán
es una cuestión de «lo que funciona» y lo que no cuando personas y cosas traboijau
luntas Ver Ihde. 1990. quien combina loe estudios de ciencia y tecnología con lo
fenomenolngirt
76 PrnomciwMof quccr

mueble familiar que podríamos describir como un «objeto ctm una


superficie horizcnial». forma de la mesa depende, ai menos hasta
cierto punto, de lo que nos permite hacer la supertkie horiaxiial debe
estar a la altura apropiada para su trabijo. I ji mesa de escritura es más
alta que la mesa de café, por ejemplo, como una difercncín determina­
da en parte por la función o por lo cue se le pide a cada mesa que
haga. Una mesa de café a la altura de mi cintura equivaldría a una
orientación fallida, ya que no pcxlría prolongarme gracias a ella, usán­
dola como algo sobre lo que coloco mi taza de café mieninis estoy
sentada en el sofá mesa es un efecto del trabajo y también lo que
nos permite tnibujar: si la mesa «funciona» depende de si cuando la
usamos pexiernos realizar d trabajo que tenenuis la intención de hacer
El fracaso de los objetos para itabajar puede describirse como
una cuestión de encajar: sería un fracaso de sujetos y objeten pura tra­
bajar junuis. De mrxk) que lo apn^piadn de la altura de la mesa depen­
de a su vez del cuerpo que la utiliza: la mesa de HusserI puede ser
demasiado alta o demasiado baja para mí, dependiendo de nuestras
diferencias de altura, luí mesa de escribir de HusserI sería funcional
para él solo si estuv iera colix-ada de ura forma que le permitiera escri­
bir, Si esta mesa no me es funcional a mí, me «dirigiría a» ella de una
forma diferente. IV>r tanto, puedo atribuir a la mesa mi fnKraso para
escribir, de mrxJo que ella se convierta en la causa de ese fracaso. Este
enhxiuc sería percibido como una fruMracicSn, por medio de la cual la
mesa puede ser percibida como «demBisiado esto o demasiado aque
lio», o incluso como un objeto malo, l percepción del objeto como
algo que tiene cualidades no es por ta»to una percepción de lo que es
propio del objeto. El fracaso seria el fracaso del objeto para permitir la
acción con la que se le identifica. La mesa es «demasiado alia», lo que
significa que no puedo escribir en esc mesa: ese «demasiado» no se
leficre a la presencia misma de la mesa, sino a si a mí me sirve o no.
No estoy planteando .«pií que Ici^ ofyetos no tienen propiedades
que pueden ser descubiertas cuando son puestos en acción (un «poner­
se en» que también puede implicar un fallo al actuar). Los objetos sí
tienen cualidades que les hacen tangibles en el presente Pero estas
caracteristicas rx^ están simplernenie «en» los objetos, sino que depen
den de cómo los objetos funcionan o son puestos en funcionamiento
por otras personas. El ejemplo del martillo que es demasiado pesado o
de la mesa que es demasiado alta nos muestra que la posición del ob-
t )hCtllMÍOOCM ItM M IsH Tf

jtflo. c incluso Ias cualidades oercibidãs cn un objelo coino alga dado«


nos remiten a Ias relaciones entre los objetos y los sujeita que los uti­
lizan. hsio no vacía el objeto» como si fuera «solo» un vehículo para
los sujetos. Estas cualidades solo llegan a materializarse en función de
cómo irabojan juntos los objetos y los sujetos; no pueden ser asigna­
das al sujeto o al objeto, aunque en la experiencia cotidiana estas asig­
naciones se producen. El fallo por supuesto puede atribuirse tanto a
sujetos como a otéelos: el sujeto puede distanciarse del objeto y diri­
girse hacia sí mismo. Yo ptxlría decir, por ejemplo, que soy demasiado
baja para esta mesa, y también que esta mesa es demasiado alta para
mí. Orientarse a sí mismo puede significar ajustar la posición dc uno,
o la de otro, de modo que estemos «mirando» en la dirección correcta:
sabemos dónde estamos por cómo nos posicionamos en relación con
los otros. El trabajo también necesita de ajustes: podemos movernos
en esta o en acjuella dirección, de modo que podemos tral»jar con este
objeto o aquel: el trabajo imp ica una dirección hacia el objeto, el cual
entonces trabaja para nosotros. El fallo dcl trabajo no está, por tanto,
•en» la cosa o «en* la persona sino más bien depende de si la persona
y la cosa están alienadas mutuamente en la dirección correcta.
Cuando las cosas están orientadas están mirando en la dirección
correcta: en otra.s palabra.^, los objetos alrededor dcl cuerpo permiten
al cuerpo mismo expandirse. Cuando las cosas están orientadas, esta­
mos «‘Upados y atareados. El «punto» de esta ocupación puede inclu­
so hacer que la cara dcl objeto dcsaparez-ca de la vista. Por tanto la
txrupación no trata solo dc «cualquier cuerpo», dudo que un objeto
tiende hacia algunos cuerpos más que hacia otros, dependiendo de
«las tendencias» de los cuerp’s. Los objetos pueden incluso adoptar la
íexma de los cuerpos a los que están «destinados», la dc aquello que
fiermiicn hacer a un cuerpo. La mesa dc escribir por tanto «tiende ha­
cia» el escritor. Una acción es posible cuando el cuerpo y el objeto
«encajan». Dc míxJo que no es que simplemente ulgunoo. cuerpos y
herramientas logren generar acciones específica-s. Los objetos, así
como los espacios, están hechos para ciertos tipos de cuerpos más que
pura otros. Los objetos están hechos de tamaáo, a.sí como de orden:
aunque vienen con una serie de tamaños, los tamaños también presu-
jxmen que detttvs tipos de cuerpos tienen «tamaños» que «correspon­
derán». En este sentido, los cuerpos y sus objetos tienden los unos
hacia los otros, mutuamente; están orientados entre sí. y ti^man sus
78 Permmcnolnffji qurcr

formas de esta orientación. Cuando la orientación «funciona*, esta­


rnos cKutxHtos. id fracaso del funcionamento dc algo es una cuestión
dc orientación fallida: una herramienta es utilizada por un cuerpo para
el que no estaba destinada, o un cuerpo ttiliza una herramienta que no
amplía su capacidad dc acción.

Habitar los espacios

¿Cómo «se materializan*^^ los cuerpos cn lo que hacen los objetos?


Rtra analizar esta cuestión podemos volver a la mesa. Ya sabemos
cómo se mueve la atención dc Husseri: desde la mesa de escribir y solo
entonces hacia otros espacios; la oscuridad de las panes de la habita*
ción no observadas. Lo que ve está conformado por una dirección que
ya ha tomado, una dirección que conforma lo que le es accesible en el
sentido de lo que eru:ara y lo que puede llegar a tocar. Lo que encara
también conforma lo que está tras él, y le que es accesible como fondo
dc su visión. Así, su mirada puede recaer sobre el papel, que está en la
mesa, dado que <9 está sentado cn el esentorio, en la mesa dc escribir,
y no en otro tipo de mesa, como la mesa dc la cocina. Esas otras mesas
qujzá no serian el tipo de mesa «adecuado* para producir filosofía La
mesa de escribir puede que sea la mesa «para él*, aquella que aporta d
tipo adecuado de superficie horizontal pura d filósofo. Una mesa así, a
su vez., estaría ante él; como mesa dc escribir, estaria frente a aquel que
escribe. También hay objetos que están xunidos cn tomo a la escena
dc la escritura, como si «pidieran ser* herramientas del filósofo, y
esos objetos están oa lu vista* del filósofo, y quizá deben estarlo, para
que la filosofía perdure Por tanto, el filósofo se enfrenta a estos obje­
tos, más que a otros, cn el trabajo de hacer filosofía, aunque el enfoque
que se tome hiiga que )o« abyeto^ desaparezcan.
He planteado que la orientación de los otyetos está determinada
por aquello que los objetos me permiten hacer. En este sentido un olv

22 Zb tnniupr umbien lener imponancia. ser importante, imporur. la autor* juega


con Oí doble scniidn de maienaJi/^rse*importar Pbt ello la (raie también «ignifkA
•<*Cófno "ecidfan tmponancM"' los cuerpo* en lo <üí hacen los «ibicioik?*. Se trata de
un ;U)Ao al hbto cubico de Judith Butler sobre trurU queer. tbta tnatirr íCner-
(/ue c Itlulo contiene el mismo uego de paUbms. tS’ tírí t' i
í tnciiUK'kxoes hada Im 79

teto es dquello hada lo que se dirige una acción, hn este apartado


quiero analizar cómo las acdooes tienen lugar cn el espado. Obvia*
roen te. la acción depende de que cl otyeto esté lo basiunic cerca: *Lo
veo solo si está dentro de mi radio de acción* (Merleau-Poniy. 1968.
p. 7). Al mismo tiempo, aunque los objetos tienen que estar lo bastan­
te cerca para completar acciones específicas, son tales acciones las
que me acervan los objetos. Kk utnio. solo puedes escribir cn la mesa
de escribir si la mesa esuí a tu dcance. pero que la mesa sea alcanza-
ble puede que sea un efecto de -o que ya haces para vivir. Existe para
ti en la medida en que está cerca. En otras palabras, la cercanía de
ciertos objetos es un efecto del trabajo que hace el cuer|x>. y el irabojo
que luKc cl cuerpo es lo que hace que algunos objetos estén cerca. 1^
acción defxmde de cómo vivimus en el espado con los objetos: lo que
Husserl denominaba cn su obra posterior «la esfera cercana* y «la
esfera nuclear*, como «la esfera de las cosas que puedo alcanzar*
(2002. p. 149).
1.a relación entre acción y espado es por tanto crucial. No se
trata simplemcntc de que actuemos cn el espacio; las relaciones espa­
ciales entre sujeten y otras cosas se produce por medio de acciones,
que hacen que algunas cosas sean accesibles y se pueda llegar a ellas.
O. tal y como propone Lefcbvre: «la actividad cn el espacio está res­
tringida por dicho espado; cl espacio **decide* lo que puede ocurrir
realmente, pero incluso esta ‘*ílccisión* tiene limites por encima de
ella» (1991. p. I43>. Así. el espacio del estudio está determinado por
una decisión (que esta habitación es ¡nira este tipo de trabajo), la cual
a su vez «determina* qué dccionc.s «suceden» en esc espado. 1-a cues­
tión de la acdón es una cuestión de cómo habitamos el espacio. A par­
tir de esto, la acción implica una cohabitación íntimu de cuerpos y
objetos. Esto quiere decir que los cuerpos sean meros objetos como
los demás objetos. Tal y como nos enseáa Merlcau-Ponty. los cuerpos
«no SiW lo mivmo» que oirtvi tipos de objetm. precisámente debido a
su diferente relación con el espacio. Sugiere que el cuerpo «ya no es
un mero objeto en cl murKfo». más bien «es nuestro punto de vista en
cl mundo» i 1964. p. 5). Volvienco a la mesa de Husserl, ptxJemos con­
siderar cómo se mueve el cuerpo alrededor del objeto; y esa misma
movilidad es llamativa por su diferencia con aquello que mueve a su
alrededor. Tal y como propone Merleau-Pónty; «captamos los espa­
cios extcmt>$ ptK medio de nuestra situación corporal. Vn esquema
80 FeiKHiKftcilof áfl qucri

pcKiijr.il o "coqjorar nos da una noci<*n gkibíil. prácuca c implícita dc


Ia relación ciitrc nuestro cuerpo y las cosas, y nuestra percepción de
ellas- Un sistema de movimientos posibles, o "projectos motores’*
emana de nosotros hacia el cntonx). Nuestro cuerpo rK> está en el copu­
do como las cosas: habita o persigue cl espacio. Está relacionado en
sí mismo con cl espucio. como una meno con un instrumento, y cuan­
do queremos mosemos de un lado a oro no movemos el cuerpo como
movemos un objeto» (p. 5í.
hl lenguaje aquí implica que los cuerpos nos proporcionan una
herramienta, como aquello con lo que «percibimos» o «captamos» las
cosas, pero en enro texto Merleau-Poniv sugiere que el cuerpo no es en
sí mismo un instrumento sino una forma de c.xpnrsión. que hace visi­
bles nuestras intenciones t IQM. p. 5), 1 jO que hace a los cuerpos dife­
rentes es cómo habitan el espacio: el espacio no es un contenedor para
el cuerpo; no contiene cl cuerpo como si el cuerpo estuviera «en él».
Más bien los cuerpos están sunwrgidos. de modo que se convierten en
el espacio que habitan; al ocupar el espacio, los cuerpos se mueven a
través dcl espacio y se ven afectados pK el «dónde» de ese movimien­
to. Es por medio de este movimiento como la superficie dc los espa­
cios y los cuerpos cobran forma. Recordamos a HusserI: su encuentro
con la mesa implica moverse alrededor de ella. Por supuesto, los cuer­
pos no son los únicos tipos de objetos que se mueven. Pero cuando se
mueven, nosotros nos movemos. La nle^a me será accesible, estará a
mi alcance, solo en la medida cn que mi postura corpçxal me txienie
hacia ella e incluso me despliegue sobre ella. El |Xírfil de la mesa es
determinado por cl ixrrfil del cueqxi. aunque este perfil «desapurczxa»
de Id vista.
Por supuesto, cuando HusserI «percibe» su mesn dc entre In serie
dc imt)resiones. como algo más que loque ve en cualquier punto tem
poral. son sus «ojos* k>s que están haciendo el trabajo: él «ciciTa su.s
y «ubre vu« ojoK» (1060. p. ) .10). tu» parcialidad del objeto se ve,
aunque el objeto no es accesiMe con una sola mirada. Curiosamente,
en el segundo volumen de /Jeai HusserI se interesa por la experiencia
del cuerpo vivo(Z.e/b) y por la intimidad del contacu^.’* l4i mesa vuel-

25. Pai» una exvtlcou ícuura dci «leguitóa wroeti dc /dnu. ver AbS^ji, 2<MK). que
SC dedica c>pecílicameiilc ol piifc) drl afeeto cn d modde de llu^veti dcl cucqx»
viclHC
< )ncHLak tocir» Iiku 81

vc a aparecer, corno pixiíairos esperar. Pero qué mesa lan diferente


encontramos si accedemos a cila dc forma diferente. En este momen­
to. son las manos, en vc¿ de los ojos, las que contactan con la mesa.
*Mi mano reposa sobre la mesa. Siento la mesa como algo sólido,
frío, ^uave-» < I98M, p. 15.Í>. Husserl expresa la proximidad entre cuer­
pos y oíalos como «cosas» que se convierten cn algo más que * mate­
ria» en la medida en que pueden ser sentidas y KKados; en la medida
en que generan impresiones. Los cuerpos son «algo que toca > que es
tocado» íp. I55l La localización de la sensación sobre la superficie dc
la piel muestra que la sensación no está *<en> el objeto o el cuerpo,
sino que aparece como un efecto de su encuentro, fal y como sugiere
Rosalyn Di prose, el mundo descrito por la fenomenología es un «in-
lermundo», o un «circuito abierto» entre el cuerpo perceptor y su
mundo (2002. p. 102),
La fenomenología por Linto muestra cómo los objetos y los otros
ya han dejado sus impresión» sobre la superficie de la piel. El objeto
táctil es lo que está cenca dc mí. o lo que está a mi alcance. Al ser to­
cado. el objeto no «permanece aparte»: es sentido «por» la piel e in­
cluso «sobre» la piel. En otras palabras, percibimos el objeto como un
objeto, como algo que «tiene» integridad, y que está «en» el espacio,
solo aJ ocupar esc mismo espacio: es decir, al cohabitar el espacio de
tal nxxio que el límite entre los cohabitantes del espacio ik> se mantie­
ne. 141 piel conecta y tamNéi contiene. La ausencia de imposición entre
los cuerpos que se mueven alrededor de los objetos, y los objetos alre-
tledtx de los cuales se mueven los cuerpims. nos muestra que las orien­
taciones implican al menos un «enfoque» en dos direcciones, o el
«más de uno» de un encuentro/* Las oricntacitmes son táctiles, y ne­
cesitan de más de una superficie de piel; cuando nos acercamos a esta
mesa o a aquella, también la mesa se ntms acerca, y nos uxra cuando la
tejamos Tal y como nos muestra Husserl, la mesa puede estar fria y
ser suiive, y lu euolidod de íu superficie solo se puede seniir una vez
que he dejado de estar separado dc ella. Este cuerpo con esta mesa es
un cueipo diferente a lo que sena sin ella. Y la mesa es una mesa dife­
rente cuando está conmigo a lo que sería sin mí. Ni el objeto ni el

24 Ver U iinnulucorto de mi hb-n Srran^e êncownffrj. donde luiali/o cdmo Io» cn-
vuemro% ímpliaio má^ dc un çocrpo (2000, pp. 6-9k ver tambtéo cl captlulo 7 wbec Ia
étua de estov enctrcntroft-
82 l-eoômeBo4ofi« qitecr

cuerpo tienen integridad en el sentido dc ser «la misma cosa» con y


sin otros. Tamo los cuerpos como los objetos se configuran al ser
orientados unos hacia otros, como una orientación que puede ser ex-
perimentada como la cohabitación o como compartir el espacio?*
Por tanto, los cuerpos cobran forma por medio del contacto con
objetos y con otros, con alo que« está lo bastante cerca como para to­
carse. Los cuerpos pueden incluso cobrar forma por medio dc este
contacto, o tomar la forma de ese contacto. Ijo que está cerca es con­
formado por lo que hacen los cuerpos, y eso a su vez influye en lo que
tos cuerpos pueden hacer, bl trabajo dc Paul Sehilder sobre la imagen
corporal pone el énfasis en cómo los cuerpos son amformados por lo
que se les acerva y por lo que no. Tal y como él dice: *ei csfXicio aire*
dedor de la imagen-cuerpo puede acercar los objetos al cuerpo, o bien
acercar el cuerpo a los objetos, l-a configuración emocional determina
la distancia de los objetos respecto del cuerpo»* (1950, p, 2I6L Acercar
objetos a cuerpos, lo que a su vez. ace*ca cuerpos a objetos, implica
actos dc percepción sobre «qué» puede acervarse a mí. Por ejemplo, la
cercanía del filósofo a su papel, su tinta, y su mesa, no depende solo
de «dónde» realiza su trabajo y del e:)piacto que habita, como si el
«dónde» pudiera separarse dcl «lo que» hace. 1.a cercanía de tales ob­
jetos es requerida por su trabajo, que es además «lo que» hace para
vivir. l>e modo que los objetos están cerca como los instrumentos de
la filosofía, lo que conforma el tipo dc cuerpo que adquiere la filoso­
fía. así como el cuerpo del filósof o.
Podemos continuar con cl ejemplo de la mesa. Como objeto tam­
bién aporta un espacio, que en sí mism.i es el espacio para la acción,
para cienos tipos dc trabajo. Como sabemos, la mesa de Husserl en el
primer volumen dc lika$ es la mesa de escribir, y su orientación hacia
esa mesa, y no hacia otras, muestra la orientación su filosofía, incluso
en cl mismo momento en que «esta» mesa desaparece,-'* Alrededor de

25. En cl capítuk» 5 «porRi un «náliMs dcl ctimpanir como umi íomw dc divisiòo o
cxMtc, ttâí como un modo de pantdpAtión
26 bi impórtame leftaltf que en ci »egi>mk> voiumen dc /</mi La mc^a no et demerita
como U mesa de escribir no sabcnxn «qué» tipo de mesa ci. t4i mesa aparece en mi
proximidad eco el cuerpo de Hu^rl como d ob|clo qne ¿t teca. > que tiene ciertas
cualidades En cierto sentido la recrientaCK^a de Husserl Hada laa cuestiones del cticr'
po «i^tniGca que la mesa «se matcfiah¿a> de íoma muy diferente en «u obra posterior
No dcheriaoKn «obres alorar esta diferencto: la mesa sigue íuockmaodo aquí como una
iiuMiadón de una filosofía del cuerpo, que deja xras cosas al fondo. Atender a estas
OfientMKXMs hacia k* obtectn 83

Ia mesa un honzonte o límite de percepción es ^vagamente* aprchen-


dido. Cuando HusserI escnbe» la mesa misma solo puede percibirse
vagamente» El honzonic es b que está <atredcdor>» cuando cl cuerpo
hace su trabajo» Tal y eexno señala Don Ihdc: alos hcvizonics pertene­
cen a los límites del ámbito del enlomo expeñmcniudo. Al igual que
los ‘‘bordes” del campo visual» ellos sitúan lo que está presente dc
forma explícita, mientras que en los fenómenos en sí. el horizonte de­
saparece* (1990, p. 114). El horizonte no es un objeto que yo aprehen­
do: no lo veo. El horizonte es lo que da a los objetos su contorno, e
incluso permite que estos objetos puedan ser alcanzados. Los objetos
son objetos en la medida en que están dentro dc mi horizonte; es el
acto dc estirarse * hacia ellos* lo que les hace accesibles como objetos
pura mí. El horizonte corporal muestra que los cuerpos pueden estirar­
se hacia algo estableciendo tna línea más allá dé la cual ya no llegan
a tocarlo: el horizonte marca cl borde de lo que puede alcanzarse con
el cuerpo. El cuerpo se vuehe presente como cuerpea, con superficies
y límites.cuando muestra los «dimites» de loque puede hacer.
I^xlríamos pensar que tratamos de alcanzar todo lo que llega a
ser visible. Pero lo que allega a ser* visible, o lo que está dentro dc
nuestro horizonte, no es simplemente una cuestión de lo que encontra­
mos aquí o allí, o incluso de dónde nos encontramos cuando ixxs mo­
vemos hacia aquí o hacia allá. Lo que es alcanzare está determinado
precisamente pi>r orientadores que ya hemos lomado. Algunos obje­
tos ni siquiera se convierten en objetas de la percepción, dado que el
cuerpea no se mueve hacia dios: están «más allá del horizonte* del
cuerpo, y por tanto fuera dc su alcance, l^s superficies de los cuerpos
están conformadas por lo que está a su alcance. l>e hecho, la historia
de los cuerpos puede ser rcescrita como la historia de lo alcanzaNe.
¡jts orientaciones tratar de la dirección que tomamos, que pone
algunas cosas a nuestro alcance y otras no. I>c modo que cl objeto,
que es apreheiwiblc stáo pcvriie excede mi mir^a. puede ser aprehen­
dido solo en la medida en que ha llegado a serme accesible: su accesi­
bilidad no es simplemente una cuestión de lugar o localización (el

orcnLKiüoeA no e« uoo íorma üc cnuca ne^jx a; máx bien se (nUi dc mostrar có<no I»
euninni cn está •dinpda*. como uaa dirección qiie dn fonrui a 1» «fuc Us coms ba*
ceo «urgir en cl texto escnto. En oiru palid}fii, esunxH leyendo por «ei Angulo» de Ia
etaiittm
84 ícnomeociofiji queer

papel blanco en la mesa, por ejcmpi >). más bien es conformado por
las orientaciones que be tomado, que bace que me oriente en algunas
direcciones más que en otras (hacia e>te tipo de mesa, lo que scAala el
espacio que tiendo a habitar).
La fenomenología nos ayuda a analizar cómo los cuerpos están
determinados por historias, que esto» representan en sus compona-
mienu>s. sus posturas y sus gestos. Después de todo, tanto HusserI
como Merlcau-I^xity describen los horizontes axporales como «his-
lorias sedimentadas^ (ver Steinbock, 19Q5. p. A6). Hste modele de la
histeria como una sedimentación corporal ha sido adoptado por algu­
nos lcx5ricos uxriales: para Pierre Bourdieu, por ejemplo, estas histo­
rias se pueden describir como el hahiNs, un *sis<ema de disposiciones
duraderas, tnmsferiWes* (1977. p, 72i que integra experiencias pasa­
das por medio de una «matriz de percepciones, de apreciaciones y dc
acciones» que son necesarias pnra el cumplimiento de «tareas infiniui-
mente diferenciadas» (p. 83).^’ Para Judíih Buller, es precisamente
cxWno la fenomerKilogiá expone la «sedimentación» de la historia en la
repelicíón de la acción corporal, lo qtr la convierte en un recurso útil
para el feminismo (l99*Si. p, 406). Ix que los cuerpos «tienden a ha­
cer» son el efecto de historias, más que algo originario.
Kxiríamos decir que la historia «;uccde» por lu propia repetición
de gestos, que es lo que le da al cuerpo sus tendencias, Pixlemos des­
tacar aquí que el trabajo de esta repetición desaparece por medio del
trabajo: si irabajamos duramente cn algo, entonces parece hecho «sin
csfuer/A>». Esta paradoja, que el esfuerzo se convierta en sin esfuerzo,
es precisamente lo que hoce que la bis nria desaparezca en el momen
i<^ <lc su representación. Es la repetición dcl trabojo lo que hace que el
trabajo desaparezca fcs importante que no pensemos solo en ío se
repite, síih) también en cómo la repetición de acciones nos lleva en
ciertas direcciones: también nrjs estamos orienundo hacia algunos ob­
jeto* más que hacia otros, incluyendo no solo i>bjcKis físicos líos dife­
rentes tipos de mesas) sino también lacia objetos de pensamiento.

2-7 hl lérmiRw hatntuji emplemln por Hii^vd cn d Kgundu libro dc /</rtís, para
ojijLAar cómo «e adqiiicrcri lo» v se comlencii cn «tiabilualo» (tMK9. p 11Kj
Sin emKjitfu. llcjh^ j la leoífa micial princi ful mente por mediode Pjcnc Buurdtcu. lo
cua lu polcndado lo que pxSrinix Ihtnnr una lernimcnologiá aociiU o rcUeumal Ver
AUKins y Skeg^. 2(>CU pura viu excelente cdcccióo iSc artículo» feminiUa» cobre
RM'trdicj.
OiciujM^toets hacia los __ 85

scntimienio y juickb así como hacia objetos cn el scnlido de Tines»


aspiraciones y objetivos. Yo puedo «crienianne» cn tomo a la cscrilu-
ra. por ejemplo, no solo como cieno tipo de trabajo (aunque lo es. y
requiere de ciertos objetos para ser posible), sino también como obje
livo: escribir se convierte en algí;^ lo que 5«s.pim, iiiciitso tximn iden­
tidad (convertirse en escrit:x>. De modo que el objeto al que aspiro.
que fefienios a la vista, también nos llega a la vista al ser eoltKado
como lo que deseamos ser. a acción busca la identidad como la marca
dc un logro (el escritor <se conv ierte* en escritor por medio del traba­
jo dc la escritura). Podemos preguntar «hacia* qué tipo de objetos
«tienden» los cuerpos cn sus tendencias, y también cómo estas ten
dcncias configuran hacia qué tienden los cuerpos.
Por supuesto, yo también estoy escnbiendo en una mesa, aunque
para mí tanto la mesa de la cocina como la mesa de escribir proporcio­
nan el recurso pura la accién: para c<KÍnur. comer, y también para es-
eribir. Tengo un espacio de estudio, y trabajo en una mesa cn ese espa-
CIO. Mientras tecleo esto, estoy utilizando un teclado cokxrado en una
mesa de ordenador que está en el estudio, que como ya he seflaJado
antes es un espacio que ha rido colocado apane para Iwcer este tipo dc
inibajo. Esta mesa ai concieto está diseñada para el ordenador, y para
trabajar con un ordenador. Encajo en este espacio dc cierta forma al
ventarme en la silla, que está delante dc la mesa. Los objetos y los
cuerpos «trabajan conjuntamente» como espacios pora la acción; por
ejemplo, aquí tecleo mientras estoy ante este objeto, y es con lo que
estoy trabajando. Estoy Uxando el objeto, así como el teclado, y soy
consciente de ello, como m dato sensible que me es accesible. Al re­
petir el trabajo de teclear, raí cuerpo lamhén se siente dc cierta mane­
ra. Mi cuello se pone rígido, y me estiro para aliviar la incomodidad.
Echo mis hombros hacia atrás dc vez en cuando porque la postura que
adopto (seguro que es una mala postura) es encorv ada. me encorvo
sobre la mesa según repito la acción (presionar las teclas ton lav jum-
las de mis dedos); la accióa me conforma y deja sus impresiones, por
medio de sensaciones corporales, sensiiciones punzantes en la superfi­
cie dc la piel, y una sensación más intensa de incomodidad. Yo escri­
bo. y al ejecutar este trabajo, puedo convertirme en mi objeto: llegar a
ser una escritora, con un cuerpo de escritora, y con tendencias dc es­
critora (el cuello agarrotodo. los hombros agarrotados, son signos cla­
ros de haber hecho este tipo de trabajo).
86 Femimeticilofía qurcr

Ijí lesión por esfuerzo repcülivo |LhR> puede ser eniendtdü


como el efecto de esta repetición: repetimos algunas acciones, a veces
una y otra vez. es en pane la naturaleza del trabajo que pcxfemos ha­
cer. Nuestri'» cuerpo toma la forma d? esta repetición; quedamos arra*
pados en ciertos ptnicionatmenfos romo efecto de este trabaio^ Por
ejetnplo, mi dedo corazón derecho ha adquirido la forma de su propio
trabajo: el uso constante de un bolígrafo, al escribir, ha creado un bul*
to. que es la forma que es formada por el trabajo de esta repetición: mi
dedo casi parece «como si* tuviera la forma de un bolígrafo, como
una impresión sobre él El objeto st^hre —y con— el que trabajo deja
asi su impresión: la acción, como intención, y como tendencia hacia el
objeto, da forma a mi cuerpo de esta o de aquella manera. El trabajo
de la repetición no es un trabajo neutral: orienta el cuerpo en algunas
direcciones más que en otras. El bulto de mi dedo es un signo claro de
una orientación que he tomado, no iolo hacía cl objeto-bolígrafo, o
hacia el teclado, sino también hacia el mundo, como alguien que luice
cierto tipo de trabajo para vivir, la escritura de Husserl también
«muestra* su orientación: las mesas que aparecen primero son las me­
sas de escribir, como un objeto propio de la filosofía, que a su vez es
conformado por las orientaciones que ha tomado hacia sus objetos,
como objetos de pensamiento, l.as crientaciones dan forma a lo que
hace el cuerpo, mientras que los cterpi>s son conformados por las
orientaciones que ya tienen, como efectos dcl trabajo que debe produ­
cirse para que un cuerpo llegue a ser como es.
1a>s cuerpos por tanto adquierer su orientación por medio de las
repeticiones de ciertas acciones en lugar de G(ra.s. como acciones que
tienen ciertos «objetos* a la vista, ya sean objetos físicos que son ne­
cesarios para hacer el trabajo (la meía de escribir, el bolígrafo, el te
ciado) o los objetos ideales con los que uiki se identifica. La cercanía
de tales objetos, su accesibilidad denlro de mi horizonte corporal, no
es casual* tUf es que los t^n/'uentre alli. sin mOs. La cercanía de esos
objetos es el signo de una orientación que ya he tomado hacia el mun­
do como una orientaciiSn que eonfo<ma lo que llamamos, de forma
inapropiada, «carácter* cuerpos tienden hacia ciertos objetos
más que hacia otros, según sus tendencias. Estas tendencias no son
originales sino que son electos de la repetición dcl «tender hacia*.
Comentaré en el siguiente capítulo la temporalidad paradójica de estas
tendencias cn relación con lu orientación sexual; aquí basta c<xi decir
OneoiAcinaei hjttj» Io» 87

que nene sentido considcrtir cómo lo& cuerpos llegan a «icner» ciertas
orícntaciones con el tiempo, y que van tornando sus formas al adoptar
algunas direcciones más que turas y al dirigirse hacía ciertos objetos
más que a tXros.
El campo de la acción psisiliva, de aquello que este cuerpo o
aqud hace, también define un campo de inacción, de acsiories qt>e son
(KisiMes pero que no son ejecutadas, o incluso de acciones que no son
posibles por lo que ya se ha ejecutado. Estas historias de acción o de
«ejecución» configuran los horizontes corporales dc los cuerpos. l,os
espacias no solo están habitados por cuerpos que «hacen cosas», sino
que lo que los cuerpos «facen» les lleva a habitar algunos espacios
más que otros. Si los espacios amplían los cuerpos, entonces podemos
decir que los espacios también amplían la fvirma de los cuerpos que
«tienden» a habitarlos. Así, por ejemplo, si la acción de escribir está
asociada con el cuerpo muiculino. entonces es este cuerpo el que üen*
de a habitar el espacio de la escritura. Por tanto, el espacio de la escri­
tura —por ejemplo, el estudio— tiende a ampliar estos cuer(K>s y puede
incluso lomar su forma, H género se naturaliza como una pnipiedad
dc los cuerpos, los objetos y los espacios en pane por medio del «bu­
cle» de esta repetición, que lleva los cuerpos en certas direcciones
más que en otras, como si aquella dirección viniera de dentn> del cuer*
po y explicam en qué dirección se mueve.
Aquí dc nuevo pcxleiios volver a la mesa, más en concreto a la
mesa de escribir En cierto sentido, la mesa de escribir e.spera el cuer-
(XI dcl escritor, Al esperar al escritor la mesa espera a algunos cuerpos
más que a oir)s. Esta espera «orienta» la mesa hacia un tipo específi­
co de cuerpo, el cuerpo que «realizará» la escritum. Ya he descrito
antes ese cuerpo como un cuerpo masculino recordando la forma mar­
cada por el género de su ocupación. Está claro ahora que el género no
está «cn» la mesa ni necesiriarnenie «en» el cuerpo que se dirige ha­
cia la mesa. El género es un efecto dc cómo los cuerpos vKU(xtn k>s
olvjetos, lo que implica cómo ocu(Mn,et_es|)acio al ser ocupados de una
forma o de otra. Podemos seflalar, por ejemplo, cn la obra Ontologia
de Heidegger (1999) que h mesa en tanto cosa sobre la que hacemos
CKHas permite ser ocufiada de diferentes formas. Por ejemplo. Heideg­
ger escribe en la mesa, su nujer cose, y sus hijos juegan, Ix) que hace*
inos en la mesa tiene que ver también con que se nos dé un lugar
dentro dcl orden familiar (como analizo en el capítulo siguiente). lx>s
88 ^uecr

cucrpcvi «no cnofonnados por cl trabajo que hacen cn Ia mesa, donde


el trabajo implica formas de ocupación viarcadas pnr el gCncm
A Ia luz de es<o podemos considerir Ia obra de Charloiie Perkin
Gilman sobre Ia *casa», donde habla de Ia configuración de lo$ cuer­
pos de Ias mujeres a de lu fonna eii que hubitan lus iiiieriurrs
domésticos. Escrilie Io siguiente: vemos en los muebles. L'na pis'-
dra o un bloque de madera sobre el que sentarse, una piel sobre ia que
tumbarse, una estantería donde poner Ia comida. Mira cómo este blo­
que de madera cambia ante iils ojos, y transmite Ia historia de Ias patas
que vendrán: un taburete, una silla, un sofá, un canapé, y ahora mira
los incontables tipos de muebles para sentarse con los que lleitamos la
casa para mantenemos a distancia del suelo... Si estás confinada en
casa no puedes andar mucho, por lo tarto, tienes que sentanc. espe­
cialmente si tu trabajo es estático. De es:e modo, la mujer destinada a
la casa pasaba sentada mucho tiempo, y sentarse mucho tiempo de­
mandaba asientos cada vez más blandos^ (2002, pp. 27-28>. Gilman
está escribiendo aquí específtcamenie sobre los muebles cn Oriente, y
compara los cuerpos y las sillas blandas dc este interior imaginario
con los interiores domésticos de Occidene. que dan más movilidad a
las mujeres. Abordaré el tema del orien'aJismo en el capítulo 3; aquí
basta con decir que Gilman nos muestra cómo las cMicntacioncs impli­
can liabitar cieñas posiciones corporales: sentarse, andar, tumbarse,
etc. Tales formas de ocupación o de ser ocupado dan forma ai mobilia­
rio: las sillas se vuelven blandas para dír asiento a un cuerpo que se
sienta. A su vez. el cuerpo se vuelve blando al txuprir el asiento blan­
do, ocupando el espacio que el asiento lu hecho accesible, festos posi-
ckmes se vuelven habituales: son rcpcticas. y con esta repetición con­
forman d cueqx) y lo que puede hacer. Cuanto más se sienta el cuerpo,
más tiende a estar sentado.
La idea es simple: lo que «sí hacenos* afecta lo que «pedemos
hacer»», fesio no supone afirmar que «hacer* simplemente limita las
caiucidades. Por el contrario, lo que «sí liacem^^>* abre y amplía algu­
nas capacidades, como una «expansión» en algunas direcciones que a
su vez podría limitar lo que puedes hacer cn otras. L'n ejemplo de esta
idea podría ser «el uso de las manos»: cumio más usamos un lado del
cuerpt). más difícil es usar el otm. Tal y como sugiere Roben Hertz, la
preferencia cultural por el lado derecho significa que «la mano iz­
quierda es reprimida y queda inactiva» (197.^. p. 5), mientras que a la
I kicnucÍGQo bacia '.o* obfclret 89

mano derecha «c le da *un trabajo más intensivo». Io que «favorece su


desarrollo* (p. 4). Adquiriin<fS nuesinis tendencias como un efecto dc
ia dirección de energia hacia este lado o aquel. Cuanto más trabajamos
ciertas partes del cuerpo, como este músculo o aquel, más podemos
lidLVi con él. Al mismo licmpj,cuanto menos trulxijcmos otroci múscu­
los. menos ptxlrcnios hacer ton ellos. I>e mtxio que si el género con-
forma lo que *sí hacemos», entonces conforma lo que podemos hacer.
FU género podna por tanto describirse como una orientación corporal,
una forma en que los cuerpos son dirigidos ptK sus acciones a lo largo
del tiempo.
Conviene señalar aquí que el modelo fcnomenológieo de Iris
Marión Young sobre la corporalidad de las mujeres pone un gran énfa­
sis en cl papel de la laientación. Dc hecho. Young afirma que las dife­
rencias marcadas por cl género son diferencias de orientación. Sugiere
que «incluso en las onentaciones corporales más simples de hombres
> mujeres cuando se sientan, están de pie y caminan, podemos obser­
var una diferencia típica en el estilo del cuerp) y en su alcance* (2ü<l5,
p. 32>. Esto no significa que las orientaciones vengan dadas simple­
mente por sí mismas, o que ellas «causen* estas diferencias. I^s
orientaciofKS son más bien un efecto de estas diferencias y tamlvién un
mecanismo píira su reproducción. Young sugiere que las mujeres tie­
nen una -intencionalidad inhibida» en parle pexque no respaldan sus
cuerpos, dado que las mujeres ven sus cuerpos como «objetos» y
como -capacidades* (p. 35). IX mtxlo que llegar a ser una mujer sig­
nifica «lanzar como una mujer*. I-as mujeres pueden lanzar objetos, y
son lanzadas por objetos, de tal forma que ocupan meruv» espacio. Di­
cho de manera mis simple, adquirimos la forma de cónu) lanzamos,
así como la de lo que hacem*3s. O como proponen I jnda .McDovvell y
Jo Sharpe: «El cuerpo, su timaño. forma, gestos, el propio espacio
que ocupa, esas normas masculinas y femeninas que hacen que los
hombres abran las piernas y as mujere.s no; las diferencias físicas que
construyen y reflejan las nonnus de género crean formas de estar en el
espacio* < 1997. p. 205).
W género es un efecto dcl tipo de trabajo que hacen los cuerpos,
lo que a su vez «dirige* esos cuerpos, afectando lo que «pueden ha­
cer*. Al mismo tiempvi, no sempre está decidido qué cuerpos habitan
qué espacios, aunque los espacios amplíen la forma de ciertos cuerpivs
V no la de otros. Julia Wjirdhaugh plantea que «hay un recontxrimiento
90 Pcacrocudogía queer

cada vez mayor dc que las habitaciones o los espacios del hogar fami­
liar no están marcados por cl góncrodc una forma efectiva, aunque
estén diseñados para responder a las necesidades dc hombres y muje-
res 4 por ejemplo, la altura de las endmeras dc las cocinase Vhis bien
son las actividades que son realizadas en c:>tot> espacios en cienos iiu>
meneos y en cienos contextos de relaciones lo que refleja y/o subvier­
te las ideas sobre cl género»^ 11999. p 92>- lin otras palabras, aunque
lo que *sí hacemos* afecta lo que *pcxlemos hacer*, otras cosas si­
guen siendo posibles. Por ejemplo, les cuerpos pueden ocupar espa­
cios que no amplían su forma, lo que a su vez sirve para «rajrienur»
los cuerpos > el es^vacio. En los dos capítulos siguientes analizaré
orientaciones fallidas como el ««cfcctoqucer* de líneas oblicuas o diu-
goruiles. creadas ptv cuerpos fuera dc ugar. Aquí quien) plantear sim­
plemente que cuando las mujeres cscñbcn. cuando ocupan el espacio
como escritonts. sus cuerpos a su vez adquieren nuevas íorma.s. aun­
que el efecto ya no sea ton queer.
Tal y como nos mostnS Virginia WrxMÍ en Una habifacúinprth
pia. que las mujeres demanden un espacio pani escribir es un acto
político. I\>r supuesto, hay mujeres que escriben. Eso lo sabemos. I
mujeres han (xrupado espacios orientados hacia la escritura. Pero aun
así. la mujer escritora sigue siendo sob eso: la mujer escritora, que se
desvía de la inxma somática de «cl escritor» como tal. También sabe­
mos que hay mujeres filósofas, y cóno siguen causando inquietud,
como ^cuerpos fucni dc lugar* en la «casa» de la rilosoTía. que está
configurada asumiendo ciertos cuerpoi y no oinvs como su norma so­
mática (Alcoff, 19S>9>. Entonces, ¿qué ocurre cuando la mujer filósofa
coge su pluma? ¿Que ocurre cuande cl estudio no es reproducido
como un ámbito masculirH? por la repetición colectiva de estos mo­
mentos de desviación?
Incluso lus mesas pueden aparecer de una forma diferente $i se­
guimos esov monKittos dc desviación y las líneas que crean. I\ira Vir­
ginia Woolf, lu mesa aparece con ella misma escribiendo en la mesa,
como un mensaje feminista inscrito en el papel: «Os pido que imagi­
néis una habitación como millares de tiras, con una ventana que daba,
por encima de los sombreros de la gente, los camiones y los coches, u
cxros ventanas, y encima dc la mesa de la habitación una hoja de pd|X^I
en blanco, que llevaba el encabezamiento /xm mw/errji y la navela es­
crito en gnuidcs letras, y nada más* 11991, p. 24k luí mesa no es solo
OtKnLxiooe» lucia lo* objete» ___ 91

lo que está anic Woolf. sino también el *lugar* sotxe el cual ella plan-
lea su idea feminista: que n? podemos abordar la cuestión dc las mu­
jeres y la ricción sin plantear la ciK*stión previa dc si las mujeres tie­
nen espacio para escribir. Merece la pena recordar aquí la editorial
temtnista que se llamaba Mesa de la Cocina tKitchen lableb Podría­
mos decir que la mesa de la codita aporta d tipo de superficie sobre la
que suelen trabajar las mujeres Utilizar la mesa que sostiene el irabu-
jo doméstiett para hacer trabajo político <incluyendo el trabajo que
hace explícito la política dd trabajo doméstico) es un dispositivo de
rcorientación. mesa de la cocina sostiene la escritura feminista, y
libros feministas aparecen con su nombre.
Aunque hacer esta reflexión feininisia nos remite de nuevo a la
mesti, los términos dc su aparición serán diferentes. Kxlria ocurrir que
mesas bastante diferentes se hicieran visibles. En d libro dc Iris Ma­
rión Young On Feniale Bod\ Rxperienee la mesa llega a su escritura
de la siguiente manera: <*A(|uí la mella en la mesa se produjo durante
aquella discusión con mi hija* (2()O5, p. 159|. Aquí la mesa registra la
intimidad dc la reladón entre madre e hija: tales intimidades, como el
surgimiento del conflicto, no se «ponen a un lado* ni tienen lugar «en
otro lado* de la mesa.^ ftra las filósofas feministas puede que las
mesas no ptmgan entre paréntesis o dejen a un lado la intimidad de los
vínculos familiares: estas intimidades están en un primer plano: están
«sobre la mesa<>, cn vez dc estar detrás. Podríamos incluso decir que
las mesas feministas son conformadas por estos vírvculos: estos víncu­
los dan forma a la superfice de la mesa y a cómo las mesas aparecen
en la escritura feminista.
PtK supuesto, la mujer filósofa aún tiene que llegar allí, tiene que
acercarse lo suficiente a la mesa de escribir. Esta llegada a la «escena»
de la escritura lleva su lienipo, como nos lleva tiempo y trabajo man­
tener la atención en la mesa dc escribir. Esta llegada depende del con­
tacto con los otros, e incluso acceder a la «ocupación de escribir*,
algo que también viene determinado por economías políticas así como

28 Aquí (TIC estoy rrt iñcndo a lo óc^npción qiK hace Hcidcggcr dc su mu^cr seaui
(lo cn Ib mesa. l>o encube asi: «este lado no es el lado Este, ni este lado «trecho, mu*
ellos ccatímcinM corto que el otro, sino mis bien d lado en el que se sienta mi
mujer por la noche cuando quiere quedarse kvaniMb y leer» r PW9 p 69). Yo plantea*
ria que cala forma de dar una pretencia a la espota en ta mesa es muy diferente a
Aportar los v ínclitos a la superficie de la mesa la apartí f e« otro Aldo
92 Fcmxncnoltt^ú queer

|xir biogrüíías personales. I’tn^ aun así. llega?* L’na vez que ha llega
d(\ ella puede hacer un tipo de trabajo diferente, dudo que puede que
no coloque esos oíros vínculos «detris* de ella.
De m<xlo que sí. podemos recordar que algunos espacios >a es­
tán ocupados. Incluso toman la forma de los cuerpos que los ocupan,
cuerpos también toman la forma dc los espacios que ocupan y dcl
trabajo que hacen. Pero a veces llegamos a donde no esperábamos.
Ocurre que un espacio está <wpado pero por otra persona. Cuando
los cuerpos ixrupan espacios qtie no solían tender a habitar, ocurre
algo distinto a la reproducción de los hechos materiales. La esperanza
cn que la nrproducción fracase es la esperanza dc nuevas impresiones,
de que surjan nuevas líneas, nuevos objetos, o incluso nuevos cuerpos,
que se reúnen al juntarse cn tomo a esta mesa. Lo «nuevo» no implica
la pérdida del fondo. Dc hecho, que los cuerpos lleguen a espacios cn
los que ya no están en casa, donde no están «en su lugar», implica un
arduo trabajo; de hecho, a los cuerpos les cuesta un enorme trabajo
habitar espacios que no amplían su forma. Una vez que han llegado
allí, estos cuerpos a su vez pueden udquinr nuevas formas. Y los esp0-
cios a su vez adquieren nuevos cuerp<>s. De m<xlo que sí, deberíamos
celebrar estas llegadas. Lo «nuevo» es lo que es posible cuando lo que
está detrás de noscHros, nuestro espacio dc fondo, no stáo nos respalda
o nos mantiene en el lugar, sino que nos permite movemos y seguir
otras cosas diferentes a las líneas que ya habíamos tomado. Sí, las
mujeres filósofas se reúnen y se han reunido, cacando sus impresio­
nes. Nuestra tarea es recordar las hisl<TÍa.s de su llegada, y cómo esta
historia abre espacios para otras mujeres a las que aún hay que despe­
jar el camino-
El fondo del objeto, que permite que se le ponga a trabajar, de­
pende de un trabajo que es lepetido cn el tiempo y que a menudo está

29. Omícto Aquí que no tv4a> pUntcosdo que la llc^Kb dc la» muiercs a b
ftiosüfm vea tdgu nuevo o rvcietUe, como alguno* lectcxcs han cacsttcnadr* Mi idea es
qae udo mManiiM la llegada <tr cuerpo» que habitan ctpaao» que no amplían %u forma,
h) que ptiede incluir e»paei<» d<«ciplinano% enrao la fliowíía Que la mujer fitówía
MgA vtemio algo reseiUble e» un ladieodor de la cnentación dc la filuaofíu, má> que un
iadreador del trabajo que día haya hecho o no. Nuestra tarea no es aprender a no noui
estas llegadas, uno cooverUr esa coisciencta en an Upo de trab^ diferente que cam
bén rcgtsue la ooentacióa dcl «en su lugar», induso cuando celebra nuevos llegada»
Ver tambtàn el eapílulo 3. que analtza (a llegada ée los cuerp^n negros co<iv> «cuerpos
fuera de tugar* en espocioa onentadkv» aifcdedcx de la Manquilud.
OficniíKicws hxis 1<m objctm 93

«ocullo a Ia vista*. Quizá Ia mirada de Husserl omitió en su recorrido


otros espacios, como cl espcio de la cocina, es decir, espacios que a
menudoestún asociados con el «trabajo** que tiende hacia el cuerpo en
lérmiryos de cuidados y de sostenlo. ¿Quizá la mirada de Husserl evitó
pasearle por allí porque eses espacios están configurados por un tra­
bajo escondido, porque es d trabajo que les da la capacidad de pen­
sar»» sobre la mesa de escribir? En cierto sentido, una fenomenología
queer debe implicarse en d proyecto de «devolverle la jugada*^* a la
fcnomenolckgía. dirigiéndose a otro tipo de mesas. Darle la vuelta a las
mesas Idevolver la jugada] también nos permitiría retomar, incluso
podnamos decir un retorno encantador, a los objcu>s que ya aparecen
en la fenomenología, como la mesa de Husserl, ahora tan desgastada.
Estas mesas, cuando les demos la vuelta, renacerán como algo «con*
lo que pensar, y algo «sobro lo que pensar.
Podríamos preguntamos qué líneas cubrirán ta página cuando la
mujer rdósofa habite cl espacio junto a la mesa de escribir y coja su
bolígrafo. Sí, ¿qué pasa cuando ocupo mi espacio, al escribir en la
mesa sobre la mesa, cn mi nido, en cl rinc<5n de la habitación? ¿Qué
ocurre cuando escribo sobre la escritura, cuando escribo sobre las me­
sas que aparecen como objetos en la fenomenología? No es casualidad
que yo esté escribiendo sobre cómo estos objetos se materiali7.an. Me
vuelvo hacia mi mesa, y comienzo a escribir de nuevo.

30. <k patubnis coa en ingU» «luming tbc Ubie», litenlmenie


«darle la vuelta a la mea*. Mgnifica dar U vuelta a la tortilla, devolver la jugado a al*
guien, pagar con la imvna taonedi. dr/ T.l
t Jd *
2.
U) orientación sexual

Si hacemos que un indis iduo no pueda ser la habitación en la que


se encuentra alto por medio de un espejo que la nctlcjc Inclinda*
(Ma 45 grados respecto a la vertical, el individuo vení primero ta
bahiiaaón «oblicua», tn hombre que ande por ella parece como
u anduviera de lado, l'n pedazo dc cartón que cae a lo largo del
tma*o de la puerta, parece que cae según una dtreecióa ohitcua H
conjunto es «nuo» (queer)

Hn Fenomefuflogia de lu penepción de Mcrleau-Pt^niy. hay rrxnnnik>s


queer. Son momentos que hay en el texto en los que el mundo ya no
aparece <«de la forma correcu*. A partir de una serie de experimentos
espacíales que -disefiarw una situación de forma que el sujeto no vea
de forma nccta? Mcrleau-Pon:y se inicrroga sobre cómo se reorienta la
relación del sujeto con el espacio: «Al cabo de unos minutos, se produ­
ce un cambio brusco: las paredes, el hombre que se pasca pcx la habita­
ción. la direccióti de la caída del cañón se vuelven venicales» (2002.
p. 289). Esta rcorieniación, que podemos describir como el «volverse
vertical* de la perspectiva, significa que el *<efccto raro [qiieer|* se ha
superado y que los objetos dd mundo ya no aparecen como si estuvie­
ran «descentrados* u «olMicjos*. Hn otras ptilabras. Merleau-Ponty
analiza cómo los sujetos «enderezan* cualquier efecto raro |queer| e
investiga lo que esta tendencia a «ver recto fvirníg/irl* indica sobre la
relación entre los cuerpos y el espacio. Responde a esta cuestión no con
un modelo del espacio como algo determinado [xw eexadinadas objeti’
vas (como si «arriha” y «abao* existiesen dc forma independiente dc
la orientación corporal dc cada uno), sino amformado por el propósito
del cuerpo: d cuerpo hace cosas, y el espacio toma así una teuma como
un campo de acción: «lo que mporta para la acción del espectáculo no

l Suaifikí. EkUi pdabra signifivN «recio, dcnxho. directo, en urden», pem Umtxén
«hcccruwxuat». En todo el texto la autora juega con e^e doHc sentido. espnciaJ y se-
xudil. que se pterde eo caitcltano, pero que c« importante como te^i* del libro. Cuando
leamos las paUbras «recto» o «derecho» cn el texto coevicoe recordar que tiene Mcm
pre ese doble sentido (heterosextul recto), lombién juega coa el doble sentido de
qufrr raro, y disidente sexual (marica. btMIcna. trans, etc ) fN, deí T t
96 __ Ftitemcedoiui qixxt

es mi cuerpo tal como de hecho es, como cvtsa cn el espacio objetivo,


sino mi cuerpo como sistema de accionas posibles, un cueqx) virtual
cuyo “lugar” fenomenal viene definido pir su larca y su situación Mi
cuerpo esta donde hay algo que hacera p. 2911. Esto implica que ct
momento nwo, cuando los objetos aparecen oblicuos y los ejes vertica­
les y borizAxitaies aparecen como «no alineados*, dclx* ser superadla no
pexque esos momentos contradigan las leyes que gobiernan cl espacio
objetivo, sirui porque Moquean la acción del cuetpo: inhiben el cuerpt^
de mrxio que deja de entenderse en el espacio fenomenal. I)c mexio que
aunque Merleau-IMnty se atreve a decir que la «vertical es la dirección
* definida por d eje de simetría de nuestro cuerpo* tp. 291), en realidad
su fenomenok?>gía asume un modelo del espacio corporal cn el que las
lincas espaciales «se alinean* solo como efecto de acciones coqxxales
Mibre —y cn— el mutkR>, hn cxnts palabras, cl cuerpo «endereza* su
visión con el fin dc extenderse cn cl espoco,
A la luz dcl debate de Merleau-Pcniy sobre estos momentos
queer, podríamos atrevernos a reconsiderar la relación entre el eje nor­
mativo y el vertical. Tal y como planteó cn cl capítulo I. lo normativo
puede ser considerado un efecto dc la repetición dc acciones corpora­
les a lo largo del tiempo, que produce lo que podemos llamar cl liofi-
zonte corporal, un espacio pora la acción.que eahwa a¡f:uni)K objetos
a nues/ro aicanee y otms fio. La dimensión normativa puede ser des­
crita de nuevo en términos dcl cuerpo recto, un cuerpo que aparece
«en linca*. Las cosas parecen «rectas* (sobre el eje vertical), ctiando
están «en línea*, lo que significa que están alineadas con otras lincas,
hn lugar de presuponer que la línea vertical es simplemente algo obje­
tivo. ptxicmos verla como un efecto dc este pr(x:es<i dc alineamiento.
Pensemos ai el papel de calco gráfico: cuando las líneas dcl papel de
calco están alineadas con las líneas que har sido calcadas solare el otro
papel, las lincas del papel de calco desaparecen: solo puedes ver un
conjunto dc líneas. Si unas lincas son calax de las oirus, es porque esc
alineamiento depende dc dis{x>sitivos para endere/ar que mantienen
las cosos cn línea, en parte «sujetando* la^ cosas en su lugar. Las lí­
neas desaparecen por medio de ese procese de alineamiento, dc mixto
que si una sola cosa deja dc estar «en línea*» con otra cosa, cl «efecto
general* parece «torcido* o incluso «raro*
El eje vertical es cn sí mismo un efecto de estar «en línea*, don­
de la línea adofXada por cl cuerpo corresponde con otras líneas que ya
La oncntAción «cxuai 97

vienen dadas. Le vertical es por lanío runmaiivo; está determinado por


la repetición dc acciones eorpomles y sociales a lo largo del tiempo.
El cuerpo que está «<en línea* es aquel que puede desplegarse en el
espacio, y al mismo tiempo estos espacios son cl resultado de volver a
trazar esas líneas, que es otra forma de describir «la extensión». Las
cosas y los cuerpos aparecen *dc la forma correcta» cuando están «en
línea», lo que hace que el momento en que el espacio fenomenal «se
alinea» parezca más bien «raro». Es importante señalar que cuando
una cosa está «desalineada», no es solo que esa cosa parezca oblicua,
sino que el mutKto mismo puede parecer inclinado, lo cual desorienta
la imagen e incluso desplaza el cuerpo. Si tenemos en cuenta que los
espaci<.is aparecen siguiendo las líneas dcl eje vertical, podemos em­
pezar a ver cómo las onentacíores del cuerpo determinan no solo qué
objetos están a nuestro alcance, sino también el «ángulo» en el que lo
están. Las cosas parecen c«rcctiis cuando nos son accesibles desde el
ángulo correcto.
í*or supuesto, cuando Mcr eau-Roniy analiza los efecttvs queer?
no está considerando «queer» orno una orientación sexual, pem no-
soiR^kS SÍ pcxicmos hacerlo. I^xlemos acudir a la etimología de la pala­
bra «queer». que v iene de la ptihbra indoeun^pea -torcer».* Queer es.
después de tixto, un término esyxtcial. que después f ue traducido a un
ténnino sexual, un término pan una sexualidad tcKcida que no sigue
una -línea recta», una sexualidad que está inclinada y torcida (Cleto,
2002^ p. 13). especialidad de este término no es casual. l,á sexuali­
dad misma puede ser considerada una formación espacial no sdo en
el sentido dc que los cuerpos haVitan espacios sexuales (Bell y Valcn-
tíhc, 1995). sino también en cl sentido de que los cuerpos son sexuah-
zados según cómo lubitan el cspocio. LJ cuerpo se onenta en cl espacio.
poFejemplo, diferenciando entre «izquierda» y «derecha», «arriba» y
-ubíqo». y «cerca» y «lejos», y esta onentación es crucial para la
st'jtátahzacián loj La fenomenología nos ayuda a entender

2 Ln el oríginat de dc ia p^ntfHiôa en írancé> MerleauPoniy un Ib


jui la palabra «étrange» lexLraAo, raro) La vcrsiOo ingiesa lo traduce con la palabra
•queer*, que además de •‘raro*, tiene es# accpcidn de «oíientKióii sexual miouriuina*
que DO úeae el orifioal írancés- de/ fj
5 Iji palabra o raíz imb^curopca es •icrk* •. que pasa a «twiM» en ingiéis (y al verbo
•tb*an»), a «Urequere* e» biíii. y a «uxter» en casicllaao íiV. de/ F)
4. Kn el (iqqtulo 3 analizo s^Mno Iüa onenük:iones cd las que los otros son pervibtdos
98 10 qucci

cómo Ia M:ximlidad implica íonnas dc kabitar y de ser nabitados por cl


espacio.
Es imporlanie destacar que Mericau-Poniy reflexiona sobre ia
sexualidad en / e/wwiewWog/à de Ia percepción proponiendo que ia se­
xualidad no es un dominio distinto que pueda ser separado dc la expe­
riencia corporal en general. Escribe lo siguiente: «si la historia sexual
de un hombre da la clave de su vida, es porque en la sexualidad del
hombre se proyecta su manera de ser respecto del mundo, eso es. res­
pecto del tiempo y respecto a los demás hombres»* ip. 183). I*ara Mcr-
Icau-Ponty cl cuerpo se.xual muestra la oncntación del cuerpo como
un «objeto que es senubíc a lodo lo demás* (p. 183), un cuerpo que
siente la cercanía dc k>s objetos con lus que coexiste. Judiih Hutler
(1989) plantea una imponantc crítica al modelo de la sexualidad de
Mcrlcau-PtHUy mostrando que presupvne una orientación general o
universal haaa el inundo. Aunque reconocemos el riesgo de caer en cl
universalismo, pxlríamtvs queerízar el <cuerpt> sensiNe» dc Mcricau-
IV>nty, o incluso proptwier que este cuerpo ya es queer en su sensibili­
dad «a ttxlo lo demás*. El modelo de sexualidad de Mcrleau-P<Hity
como forma de proyección corporal puede ayudar a mc^strar cómo las
orientaciones «exceden* cl objeto al que se dirigen, convirtiéndose en
formas de habitar y de coexistir en cl mundo. Si presuponemos que la
sexualidad es crucial para la orieniaci.5n corporal, para la forma de
habitar los espacios, entonces las diferencias entre cómo estamos
orientados sexuulmenie no son solo una cuestión de hacia «qué* obje­
tos estamos onentados. sino también cc cómo nos desplcganu^ por
medio de nuestros cucrpin» en el mundth Ijí sexualidad no estaría de­
terminada solo por la elección de objeto, sino que implicaría las dife-
a*ncias en la relación de cada uno con el mundo, es decir, en ctSmo
uno «se enfrenta* al mundo o cómo se dirige hacia él, O más bien
ptxiríamos decir que las orientaciones hacia los objetos sexuales afec­
tan a cosus que hacemos, de modc que las diferentes vMieiitacio-
nes, las diferentes formas de dirigir nuestros deseos, implican liabitar
mundos difcienies.
En este capítulo quiero formular una «ferhimenologm queer* re­
pensando la espacialidad de la orientaci5n sexual. En la literatura que

como -cervinos» o «Ictoncn* Min crondir* pMira d ducuno ücl onenuti^nu^ \ Li twcio-
h/ACUSn de) cKpiKto curfKxml
La onentactóA sexual .99

existe sobre la sexualidad, la fenomenología ha sido adoptada como


una perspectiva principolrnerite con el ftn de ubicar dentro de un mar­
co teórico las experiencias cotidianas de los sujetos sexuales. Tal y
como afirman tJsabetb During y Terrs' Fealy: «para utilizar la feno­
menología en til teoría lesbiana y gay debemos comcnzai con la ex|x:-
riencia cotidiana de los sujetos homosexuales, considerar su situación
en cl mundo y sus relaciones con los demás» (1997. p. 121)? Aunque
esta visión es clave, yo también quiero trabajar con la fenomenología
con cl fin de «quecrizar» cómo enfocamos la orientación sexual, re­
planteando la «orientación» cn la «orientación sexual». En otras pala­
bras, quiero aportar un enfoque fenomenológico a la pregunta misma
de qué significa que uno se «oriente» sexual mente htKia algunos otros
y no hacia otros otros. Una fenomenología queer ptxlría a|xirtar un
enfotiJ^^ sobre la orientaciór sexual al replantear cómo la dirección
corporal «hacia» los olqeiois determina las superficies del espacio so­
cial y corporal.

Entre líneas

Merece la pena reflexionar sobre la propa expresión *orieniación se-


xi«il». Esta expresión tiene su propia genealogía dentro de la sexdo-
gía, y ha reemplazado gradualmente otros términos antiguos, como
inversión o preferencia sexual, lu orientación sexual a menudo es
descrita en términos del sexode la elección de objeto de cada persona:
si CSC sexo es el «mismo sex:^* o *cl otro sexo», de modo que. según
Janis Bohan, «la orientación sexual de cada persona es definida por cl
sexo (el mismo o el otro) de las personas hacia las que se siente atrae-
ckSn emocional y sexual» {1M96, p, xvi). Aquí la sexualidad es enten­
dida en términos de «icíkt» una orientación, lo que se entiende como
estar «dirigido» cn una dirección o en otra. El modelo de «los dos se-

5 Para una explicación exceleni? de cómo La femxncnología puede «cr utilizada


como método en kn «cuudioa tninv» x«r Rubén, 1998 Tengo que decir que mi propio
enfoque aquí aobrt tai tentaciones queer »e haxa en Im raxgoa especíTicm de Im v^i'
dM lesbianas Oras vidas qiaccr pueden tener diferentes msgot, aunque compartan un
ángulo oWicuo respecto a la línea TCtaTickro. 1.a fenomeiMsIogía puede ofreerrnen
unaik gaÍM con las cuales analizar k que se despliega dcMk esUn diferentes pumos.
100 Fenonienoiofu queer

xos* se conviene rúpidainenic cn un m xiclo dc dos oricniaciones: he­


terosexual o queer, donde «queer* se uirivierte en un término «pura*
giui.SA para todas las sexualidades no heterosexuales > no normativas
Üagosc. 1996. p. I).*
Es imponunte señalar que la oriemaetón sexual llega a ser enten­
dida como algo integral pura el sujeto como una cuestión de identi­
dad. Los historiadores del sexo nos hai mostrado que la idea de «te­
ner» una orientación sexual, donde «icrcr* se traduce cn una forma de
ser, es una idea moderna (Foucault. 1990; Wecks. 1985; Haipcrin,
1990). Wecks lo describe así: «la idea de que hay una persona que es
un *homo$cxiuil« (o también un heleresexual) es un fenómeno relati­
vamente reciente» (1985, p, 6), l-a pos ción de Wecks sobre la figura
dcl homosexual junto con la figura en re paréntesis dcl heterosexual
es crucial. EJ surgimiento de la idea de ta «orientación sexual» no co­
loca las figuras del homosexual y del heterosexual en una relación de
equivalencia. .Más bien es el homosexu.il quien es constituido cnrmi el
que tiene una «orientación»: el heterosexual se supone que es neutral.
El surgimiento de la expresión «onentación sexual» coincide con la
producción de «el homosexual» como un tipo de persona que «se des-
Vía» de lo que es neutral. O tal y como lo expresa Eoucauli cn la famo­
sa frase de su obra sobre la historia de b sexualidad, la sexología mo­
derna transforma las llamadas prácticas sexuales desviadas (como la
sodomía) de ser una «aberración temporal» a ser una «especie» {I9<M).
p.43).
Si la orientación sexual se convierte en una cuestión de ser. en­
tonces el *ser» mismo se convierte cn algo orientado (sexualmcnte).
¿Qué significa pensar cn «estar oricnudo»*? Esta pregunta exige que
consideremos la «orientación» de la «orientación sexual» como algo
que tiene su propia historia. Tal y como mxistré en el capítulo 1, el tér­
mino «orientación» es cn sí un término espacial: designa cómo se ubi­
ca la persona en relación a los objetos:, en el &cnitdo de «la dirección»

6 Existen nuDwro^i crílicOí a c%(c uw dc tii palabru queer. porqiw omite las dife
rmcia^rmre K^nalkUaScB no nomuiiiaaEs pcir ejemplo Suice>. 1^'7. AiuiIímt^
lo» límilc*» dc ]o Quecr como una onemacióo «afiLinormaiiva* en ta coacIttMán de e«tc
libro, donde McfUlo la ncccxtdad de coninierar cómo lix diletciitet condicione» de
ouckira llriada como petvona» queer determiiia nuestra relación con tas normas Ver
uunhen el capitulo 7. «Queer herí inga», en política ettititfaf de emneutnrt 4 Ab
med. 2004»)
(.« mirâua<5n scxluü_______ _ 101

que se llene y que se adopta hacia los objetos. Dentro de los estudios
de la sexualidad, «u^rprvndeniímenie ha habido pcxxi debate sobre la
espacial i dad del léninno orientación»» aunque la espaeialidad de
çXnis ténninos. como queer. sí se ha destacado (ver Cleto, 2002. p. 13:
.Scdgwick, 1993, p. xii: l^ob>n. 1996. p, 141. Sin cmhorgo. encontra­
mos una excepción cn el trabajo de Kictor Norton, quien analiza el
término «orientación» cn profundidad. Escribe lo siguiente: dado que
el término -orientación’* ahornes algo habitual en los discursos legales
y psiquiálrict*. pensamos que es un término científico. Pero está claro
que es una mera metáfora dirvccional lomada del magnetismo y de la
navegación, que ha sustituido gradualmente las metáforas di rece ¡ona­
les utilizadas antes de los añoi 70: inclinación, dcsviado. perverso, in­
vertido. gusto, tendencia, lorado.’ pulsión. El amor sexual a menudo
es expresado con metáforas direccionales. Por ejemplo, la flecha de
Cupido vuela en dirección al objeto dcl deseo» (2002. p. I).
¿Qué diferencia supone poner de manifiesto la «direccionalidad»
de la orientación sexual? La inmsformación de la orientación sexual
en «una especie» implica la traducción de la «dirección» en una iden­
tidad. Sí entendemos la orientación sexual como algo que uno «tiene»,
de modo que uno «es» lo que «tiene», entonces lo que uno «es» viene
definido según la dirección dcl propio deseo, como una atracción que
lira de urK> hacia los otros. O podemos decir que con la orientación
sexual, la dirección «sigue» la línea dcl deseo, como la dirección de
las flechas hacia el objeto amado. I>e modo que el deseo sexual orien­
ta al sujeto hacia ciertos otms (y cn consecuencia, íh) hacia otros
otrosí esiaMeciendo una línea o dirección, l-a orientación sexual im­
plica seguir diferentes líneas,cn la medida cn que los otros hacia
que el deseo se dirige ya han sido con.struldos como del «mismo
sexo», o del «otro sexo». No es sdo el objeto lo que determina la «di­
rección» del desev) dc la persona: más bien la dirección que uno toma
hace accesibles a algunos otros convo objetos que pueden ser desea­
dos. Dirigirse hacia el mismo sexo o hacia el otro sexo llega a verse
como un mov ¡miento que sigue difercnics líneas.
Cuando se es heterosexual, por ejemplo, el deseo de la persona
sigue una línea recta, que se suptvne que conduce al «otro sexo», a^mo

7, ffrnf, lorvido. vnrv ado. doblrnSo Unihién cs itn insulto hnmAfoho pno doèf lur a
lot gais coo pluma, cQuhalente n «nitthcón» (<V dfl TJ
102 hcoomcniMOf » queer

si eso fuera a lo que *upuntaH la línea I>a orientación queer no se di­


rige sinipleinenic hacia el «mismo sexo*, sino que se la ve como no
siguiendo la línea recta. tVxJemos leroómo íuiK*iona esta disünción
en las primera.s obras del sexólogo Havclock bilis. Su modelo de la
inversión sexual ha sido crucial»y fue xiomado por Freud, en su obra
posterior sobre la sexualidad^ Kara bilis, la inversión sexual trata sin
duda de la «dirección» de lo que Ó1 denomina instinto sexual? Lo
expresa así: «cuando el instinto sexual se dirige hacia personas del
misino sexo estamos en presencia de una aberración que se considera
de diferentes formas corno una **inversión sexuar\.. en oposicicín a lu
heterosexualidad normal» (1^0, p I8^k Aquí la «dirección» del ins­
tinto o deseo hacia »el misrmi sexo» es una «aberración». Una aberra­
ción se puede referir al «acto de apunarse de la dirección habitual o
del curso normal» o incluso a una «desviación de la verdad o de la
rectitud moral», la orientación hacia el mismo sexo por tanto se des­
vía o se sale del camino: al seguir esta orientación, abandonamos «la
dirección habitual o el curso normal», Ptvr el contrario, el deseo hete­
rosexual es entendido como «alineado*, no solo como recto, sino tam­
bién como correcto y normal, mientras que otras líneas son descritas
simplemente como «no siguiendo» esta línea y por tanto como «desa­
lineadas» de la dirección misma de su deseo.
Inormalización de la Iteteavsexualidad como una orientación
hacia «el otro sexo» puede ser redefinida en términos de un requeri­
miento de seguir una línea recta, donde la rectitud está vinculada a
otros valores que incluyen la decencia,lo convencional, lo directo y lo
sincero. I-a naturalización de la heterosexualidad implica la presun­
ción de que existe una línea recta que lleva a cada sexo hacia el otro
sexo, y que «es/u h'/tra de deseos eafd •alineadas cffn ef sexo de codo
persona, bl alineamiento del sexo con las orientaciones se Imce de la
siguiente manera: ser un hombre significaría descara unn mujer, y ser
una mujer significaría desear a un hombre (Builer. 1997b. p. 23). M
línea de la orientación heterosexual lleva al sujeto hacia lo que «no

S. Debemos srftabr *qui que esa «invcnuón» <m ijunlN^n «m (¿rmino espacial > difre
douf que den%4 <ld latín «finir». Puede teoet diferemet qfnillcadm. incluyendo
aunblir de posición, dirección o tendencia, fi'ar kacin o/nho. de dentro n nfiiera, o
hacio dentro Como explica Jtidlih Builer «el tndichma) invertido toma ese nombre
porque el dc su deseo se ha salido íuem de la vía de la hetcnMCXualidad»
p 556^
M orimtMión mm uai------ 103

y Io que *no es»> confirna dc cs(e modo lo que *es*. Para EIHs.
Io$ cucrpcH dc cada vexo $c «dingen* hacia cl otro, tziwto f>or un dhe*
ào. Por ejemplo, describe e fluido vaginal como lo que «facilita Ia
entrada dei órgano masculino* (PM(). p, 17). IVKicmos recordar Ia cri­
tica feminista a cxSmo los cuerpos de las muieres son percibidos como
«coniencdores* o recipientes que están «listos* para ser llenados por
los hombres (Irigaray, 1985; Dworkin. 1987). El cuerpo dc la mujer se
convierte cn la herramienta donde el hombre «se despliega», luí natu­
ralización de la heterosexual dad como una línea que dirige a los cuer­
pos depende dc la construcción de los cuerpos de las mujeres como sí
estuvieran «hechos* para los hombres, de modo que la sexualidad de
las mujeres es vista como oigo que se dirige hacia tos hombres. En
otras palabras, las sedales del deseo de las mujeres, como lubricar, son
interpretados como «dirigidiis» hacia los hombres e incluso hacia la
«ocupación» por los hombres. Volveré a este tema cuarnlo analice lo
que significa para la heterosexual idad ser una «orientación obliga-
uxia».
De mcxlo que los deseos queer o invertidos se salen fuera del
desarrollo normal, ya que utilizan el sexo para diferentes objetivos,
sin seguir lo que se ha establecido como el «objetivo» de la disposi­
ción sexual, lal y como seóala Elliot, la honKisexualidad «es la defini­
ción más clara de todas las desviaciones sexuales, dado que muestra
un impulso que se ha transfermodo completa y fundamentalmente, de
un objeto rHxmal a un objeto que normalmente está fuera dc la esfera
del deseo sexual, pero que aun así posee todos los atributos que en
otros aspectos tiene el afecto humano» í 1940. p 188). Aunque el de­
seo por el mismo sexo tiene los atributos del deseo heterosexual, se
dirige hacia un objeto que esta «normalmente fuera de la esfera» de
ese deseo. En oirás palabras.alcanza objetos que no siguen la línea de
la subjetividad sexual normal.
t^ discontinuidad dc los deseos queci puede cxplieaise cii téimi­
nos de objetos que no son puntos de la línea recta: el sujeto tiene que
salirse «fuera de la linca» para alcanzar esos objetos. Salirse «fuera de
la línea» es moverse hacia *d propio sexo» y alejarse del «otro sexo».
Alejarse del «txm sexo» también supone abandonar la línea recta.
Pero volverse hacia el propio sexo es interpretado como un tuno que
amenaza con poner el propio sexo cn cuestión. La prí>pia lectura que
hace FJlis 11975, p. 94) de la inversión en las mujeres como producto
104___ _ KcnnmeiHMc^ÍB queer

de una masculinidad congéniu es una forma de devolver cl deseo


queer a la línea: si la mujer invenida es en realidad un hombre, enton­
ces ella, por supuesto, sigue la línea recta hacia lo que no es i in mujer
femenina). l>e modo que la cuestión es solo cómo cl deseo queer es
Interpretado como fuera de la línea, sino también cómo se ha interpre­
tado cl dcMXi queer con el fin dc devolver ese deseo a la linca, que es
dirigida por el deseo hacia *el (Xro sexo», o hacia lo que *no*> somos.
Estas interpretaciones funcionan cemo «mecanismos de endereza­
miento» que siguen la línea recta o qje incluso «solo pueden ver rec­
tamente». dado que mezclan esta Iíne4 con lo que es correcto, bueno o
íKKmal.
En otras palabras, la interpretación recta «corrige» la dirección
oblicua del deseo queer. Con el fin de analizar el significado de nues­
tra interpretación de la inclinación queer, quiero releer cl análisis dc
un caso de homosexualidad en una mujer. Este caso ha sido descrito y
criticado de forma brillante en vanos textos críticos lesbianos y queer
tRoof, l99l.<rConnory Ryan. 1993;Merck. 1993; de l^ureiis, 1994;
Jagose, 2002), Sin embargo, creo que cer este caso por cómo «dirige**
el deseo según diferentes líneas apona un «ángulo» diferente a la me*
lodologj'a de hreud para interpretar el deseo homosexual. El método
dc Ervud para interpretar se basa, después dc todo, en ir hacia el pasa­
do: él mira a través del caso buscando signos más antiguos para expli­
car la adquisición de la tendencia queer; o. según sus palabras, «cxptv
nemos cl desarrollo desde su resulado rmal hacia atrás» (1955.
p. Ib?).* Dc hecho, el psicoanálisis no solo va hacia el pasado, es un

9. L.a iniemreucH5fi r»tvtianalflic« parece mu) difeirfiie de la rcncKnenotdgtca. que


CKxncm^ en cl capítulo I. cuando temo» eUa teiideitcia de if hacia el pasado o de ir
detrás, dunde etc «dcini^» irmã de U desapartedn > también de la apandón. Bn gran
de I» ubra dc t rt-ml, lu que vq hacia Cl |Uiuido O lo que et «el hada atnh» un ec
un efecto de lo que ha pasado antes, lo que csU «detrás» determina e) prevente, pero
por medio de h* que desaparece Después dc tod». el psicoiinálists ikb» ofrece un mode-
io de 11 hisKxia como dcsapahcidn por medtode su OMXlebi de la represión. Freod
utiliza el ejcmphj del mistenoso panel de esentura (que tosí no» remoe a la mesa) para
describir la rrpre»tón: U desaparición de las nn/au deja su huella «sobre» > «debajo»
dc la «upcrficie Dado que el marxismo pone cl ocento en la 4ks.spar>ción dd tmbajo en
el íeti^bismo de b meeoincía. lomhtén apxta ur ím*delo de la histona como desapari
cidn t na fenccnenolof ía queer. donde la fenomeiKáogia está en dtáit^go con cl psicoa
nábof y el itumismo. debería ir «detrás del pasado» puru cspliear lo que dc»apureec
por cómo aparecen las cosas Ver en cl «ipuienle apartado mi explicación de lo que
desaparece en la producción de «un campo dc oHiehu bctcrou'xuales»
105

cnRxjiic que presta atención a lo que está «detrás». h>te énfasis en el


detrás puede que sea lo que hace atractivo el psicx^>anáiisis para alga-
nos lectores queer. Pcxkmos preguntarnos: ¿qué pnxluce el ir hacía
ainis\^ l-reud Migiere que. ileide esta perspectiva «hacia atrás*. *la ca­
dena de los acontecimientos aparece continuamente* (p. 167). Esta
interpretación hacia atrás presupone que la historia de la sexualidad
sigue una línea, aunque Fread anteriormente admite los límites de lo
que él llama «una presentación lineal» y no puede evitar hacer una
digresión (1955. p. KX)). Fot supueslo« podemos ínierpaHar aquí los
«puntos» dc la digresión, que es lo que hace leresa de l^uretls dc
forma muy potente cuando recupera el modelo freudiano de la pen ci­
sión. Al mismo iiem|K). sigue siendo im|x>rlanic leer siguiendo las lí­
neas. como una forma de leer lo que se extravía. Al leer hacia atrás,
Freud no está simplemente «encontrando una línea» sino también le­
yendo «por una línea». ¿Pero y si leemos entre sus lincas?
Fn «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad feme­
nina» Freud comienza con ui intercambio: el caso mismo surge dc un
intercambio. El objeto dcl intercambio es el caso: cl caso es «sobre» la
homosexualidad de una mujer, y se mantiene en una interpretación dcl
caso de una mujer homosexual. 1^ mujer aparece en la namición
como cl objeto que pertenece a una familia, para quien cl deseo de ella
repreventa un prt^blcma o crisis que debe resolverse: «Una muchacha
de diecitxzho ark)s,bonita, inteligente y de elevada posición social, ha
despenado cl disgusto y la preocupación dc sus ¡xidrcs por cl carifk)
con el que persigue a una señora de la **bucna sociedad' unos diez
años mayor que ella» (1955. p. 147),
1^ entrada del caso en el caso es muy sigiiiHcativa. Inmediata­
mente, la mujer es «reenviada de vuelta» a su familia al presentarla
como pcrwnecientc a esta, y ella es representada como la fuente dcl
malestar, hn otras paJatxas. d caso «asigna» a la mujer con un sentido
al asignarla a la familia. El malestar esta asociado a la amenaza que su
deseo plantea al buen nivel social de la familia: el caso se convierte en
un caso porque puede desprestigiar la reputación dc ln familia. En lu­
gar de leer este caso como una explicación de lu homosexualidad dc
una mujer, podemos leerlo como un caso dc familia, que trata «sobre»
cómo el amor de la familia exige «seguir» una cierta dirección, o in­
cluso tener ciena orientación. Por tanto, el problema que plantea (xv
dría ser inicrpreiiible en téminos de Id amenaza que la homosexua
106 Frcomeitolof.'a c jcct

Hdiid planten a la continuación de la línea familiar» cíxno línea de


descendencia. En lugar de 'ier una historii de amor mmár.tica, se tra­
taría de una historia sobre el amor de la familia» un amor que e$ eleva­
do a un ideal que solo puede ser ««devuelto* por medio del amor hctc-
msexuaL
Ptxlemos incluso decir que el caso de homosexualidad desafía d
«ideal dcl yo* de la familia. En Psiealogfn de las masas Ercud propo­
ne una teoría según la cual el amor es cnctal de la formación de las
identidades grupales Aunque mantiene que el fin dd amor es ta
«unión sexual*. Freud plantea que otros amones.cuando se desvían de
su fin, comparten la misma energía libiJinal que impulsa al sujeto
hacia el objeto amado (1922, p. 58). Para Freud. cl vínculo dentro de
un grupo se fundamenta en la transferencia de amor hacia el líder,
donde la transferencia se conviene en la «cualidad civmün» del grupo
(p. 66). Otra forma de decir esto sería plantear que los grupo(>¡ se for­
man por medio de una orientación com|Xirtida hacia un objeto. Más
en concreto, los grupos se forman cuando *lo$ individuos... han
reemplazado su ideal del Yo {x>r un misino objeto, a consecuencia de
lo cual se ha establecido entre elkis una general y recífxtKu identirica-
ción del Yo* (p. 80). Sin embargo. Freud no considera del todo a la
familia como un grupo en este texto. Más bien la familia es el espacio
íntimo y primario en cl cual se forman bs energías libidinales. por
medio de la ¡dcntificación o el deseo hacia la madre y el padre, que
son luego desplazados por otras formas sociales?® Por tanto, podría­
mos considerar la familia como un grupo tocial artificial en el sentido
descrito anteriormente: para ser leal a la familia, la persona ha identi­
ficado su ideal del yo con un objeto, o lo familia se conviene en el
ídfjeto que es cobn^ado en el lugar del ide:íl del yo. Esa cosa imagina­
ria llamada «la familia* está. piH* supueste, asociada con el cuerpo del
padre: su cuerpo está asociado mcionímícamente con el cuerpo de la

10. La posterán de I irud un cucstionamicnilo d recto de Km argumentos de la p«i


cología gruptal que presuptxnen que «d inMinto sodil» (lo* vfnculcvi que extMen entre
MJ)etcw que de n(m modo serian de«connc»dn«) puede ^pomirtc de otrm imoinUM que
determinan nue*ini% íntimas. Pero, al misn» tiempo, el argumento de freod
mantiene uno ditiinción entre d vínculo fimiihar y el vocíhL dimde ve a este último
como denvacionc^ del primero, como «des* iodov de mi fin* (p. .Mt» Mi interprctoclán
implica que tamlñ^ podemot ver el vínculo familiar como una desviación, donde kn
miembriH de la familia llegan a identifKarM; a 4 mi «moa con tos demás miembros por
el amoc a un obielo Lxwnportido
Lk crloitiKUÍo sriuul 107

lumilin^como cl *lídcr* está asociado con «la sociedad*. Así la idcH’


lihcación con cl padre (cl desee de su amor) se conviene en una leal­
tad a la forma de la familia en cl sentido del deseo de continuar su
«líneas, donde esta lealtad debe también alinearse con otros, o incluso
«apovar* a otros« que t^irnhién han adoptado *lu familia»- como su
ideal del yo.
ti deseo homosexual de una mujer se conviene en *im caso» en
lu medida en que cuestiona lu línea familiar y la imagen que la familia
tiene de sí misma, o lo que pexiríamos llamar su «reputación*, que es
ai mismo tiempo una imagen que es dirigida hacia los otros y que de­
pende de los otros, desde el punto de vista dc la «buena sociedad». Al
causar un escándalo, la mujer «alimentó lu desconfianza > la ira de su
padre** (1955. p I4K). fcJ escándalo del caso es que la mujer actúa de
una forma que es «muy dañina para su reputación» (p. I48> lo que
significa que no pone a la familU y a su reputación en el lugar adecua­
do. un fallo que es descrito principalmente como um henda ai padre.
Dicho de forma más sencilla, la mujer no asume el ideal del yo de la
familia como .suyo. Es esta carencia lo que garantiza el intercambio:
la mujer es enviada por el pada* al «médico», a quien se le encarga «la
tarea de devolver a su hija a un estado mental normal» (149; la cursiva
es nuestra). El intercambio de la mujer entre los hombres se establece
en términos de traerla de vuelta. □ de traerla «de vuelta alineada» con
la familia: adi'ipCtir a lu familia como el objeto de amor de la persona
sería llevar una vida que «sigue» la línea familiar viviendo de acuerdo
a unos ininios que tienen una continuidad. En otras palabras, estar «en
línea» es dirigir los desei^ de la persona hacia el matrimonio y la re-
producción: dingir los deseos hrcia la reproducción de la línea fa­
miliar.
Esto es ya una lectura bastante queer. el drama de la identifica­
ción y dcl deseo iradicionalmentc se interpreta según la relación de la
vriutura con la madre y el padre, como los «puntos» de la diferencia
sexual, cn lugar de e^ idcntidac imaginaria de «la familia». En mi
interpretación, la identificación sena con la familia y con el padre cn
la medida que él representa la farriilia, cn lugar de serlo con el padre o
la madre como sujetos que están a ambos lados dc la línea imaginaria
que divide los sexos. En otras palabras, la identificación no estaría
necesariamente detenninada por el eje del génerxi. sino por valores y
cualidades que se atribuyen u la figura del padre y. por medio de él. a
108 „ I cnamenoxifia qoccr

Im forma dc Ia familia (el bien social h Idcnhficarsc con la familia su­


pondría desear su aprobación Ulcgar a ser un hoen sujeto) y por lanío
desear lo que «la familia»» desea < «irncr una tendencia* hacía los
hombres): en lugar de identificarse con la miulrc > desear al padre.
d<>nde oíros hombres slmi sustitutos dc éU
Es esencial que la mujer objeto del cas(> sea presentada como
(feliz* con su sexualidad, *1 -a muchacia no intentó engaflamie con la
afirmación de que sentía la imperiosa necesidad dc ser libertada de su
homosexualidad- (1955, p. 153), l\>r el contrario, como recoge el pro­
pio breud, «no podía imaginar amor ninguno dc otro género- (p. 153).
Sin embargo, la mujer sí transmite a Freud un deseo terapéutico; no un
deset^ de redirigir su orientación sexual, sino el deseo de no causar
una |xrna tan grande a sus pudres (p. 153). Fn otras palabras, para la
hija, ser la fuente de la herida es en sí mismo «tk^loroso*. Este dolor
puede ser interpretado como una identificación con los padres: la hija
homosexual puede incluso asumir el ideal dd yo de la familia, aunque
simultáneamente se resiste a seguir ese ideal cn la dirección de su de­
seo Fila desea lo que está fuem de la familia y al mismo tiempo
siente dolor porque el deseo se wnvicrie en el origen dc la herida fa­
miliar. Fn ixras palabras, su dolor noeslil causado por el fracaso en
seguir la línea familiar (que haría qiw el dolor estuviera más cerca de
la vergüenza), sino por ser testigo de «la pena* que su deriva queer
causa a los ocros. Es esta intimidad de su dolor y su pena, como el
«punto» cn el que se encuentran los malos sentimientos, lo que n<^
recuerda que las vidas queer no intsdendcn simplemente las líneas
que no siguen, dado que estas líneas también son la acumulación de
puntos de a|x:go.
La propia interpreiacióin dc FreuJ intenta «explicar» esta mani-
fcstación de deseo queer donde inclUM^ la pena parece mal dirigida.
Aiimtiie él cuestiona el mtxlelo sexológico ilel invertido congênito,
vuandõ sugiere que el hermaf roditismo psíquico y ol físico no coinci­
den (p. 154). interpreta el caso como un ejemplo de inversión seftalan-
do que «sus rasgos faciales cnin más enérgicos que suaves o femeni­
nos»: su «penetrante inteligencia y la fría claridad dc su pensamiento»
y que -prefiere amar a ser amada» (p, 154). Todos estos «atributos»
son interpretados como signeys de maseulinidad. Para Freud el amante
es siempre masculinn.como figura que encama la inasculinidad de la
libido. Podemos recordar la descripción inicial de Freud de la mujer
1 ji odeatavrótt míxuaI 109

hcmosexual «cn busca>» de su umanie: esui de^^cripción inmcdiaianien>


te ia «ve» vomo el ainaiite iniisculino en Iwsoí dei objeto amado feme­
nino. Aquí dc nuevo Freud «heterosexualiza* el deseo queer releyen­
do esle deseo como si se dirigiera hacia «el otro sexo».”
Iji explicación de Freíd de la homosexualidad en la mujer se
basa cn metáforas direccivimiles. ñ;>r ejemplo, veamos la descripción
siguiente

Ia cxplicaeuWi es cixmi sigue; la inuelmcha se cncontrabu cn la fase de


b ro itixeencia del cumplcjo dc Fdipo infantil en la pubertad cuando
sufnd «u primera gran decepción. El deseo de tener un hijo, > un hi|o dc
scx<» masculino, se hizo ca ella claramente consciente, lu que nu podía
liallar acccMi a ^u cofucieocia era que tal hijo había de ser de su propio
padre c imagen ^ iva del mismo ñero cntnnccc MKcdió que no fue ella
quien tuvo el nirUb vino cu madre, competidora Kxliada en lu irwcxtscien*
le. Indignada \ amargada ante esta traietón. la sujeto se apartó del podre
y en general del hombre l>espués de este primer doloroso fracaso re­
chazó cu feminciilad v tendió a dar a su libido otro destino.

Nos tierna la idea de proponer una «inclimición» diferente a la lectura


que hace aquí Freud. I’ara Frrud, el desexv dc la joven por el hijo de su
padre es un desplazamiento de su deseo por el padre: el hijo ya es
consitleriKlo como «una imagen de él». Este deseo se ve frustrado, lo
que conduce a un acto de rebelión, luis mujeres homosexuales son
interpretadas como personas que sufren decepciones y rabia: su deseo

II Tal y como scAala Terewi dc buiteUs, Freud es ineapaz de le<xizj*r a la lesbiana


femcfiina (1994. p. xiü); o solo es capaz de teorizar a la lesbiana femenina buscando
Signos de masciiliPKlad en «u cuerpc o en cu psique Hay que seflalar que Freud dewri»
be a la mujer en esle coso como femiaiua. lo que equipara al fetniabmo y al ksbuims'
mo con el deseo por La masculinidad y el falo Sin embargo, ec imputante destacar que
aunque Freud Interpreta a la lecbtant como moceullna como una forma de heícrosexoa
hzut su dcMv. dc ello («u »e deriva bi moscultmdad funcione de esta manera pava
las lesbianas o pata las mujeres en general. La masculinidad femenina no Mgnifica
Idcniificarse con loa hombres, ni siquiera ocupar su lugar Tal y como plantea Judith
Halberstam. la masculinidad fcntcnina puede mtv «un género especíTico. con su propia
historia cultnraL más que un simpe den vado de la masculinidad de los hombres»
(199b. p. T7>. Su análÍMs de este gÍDcm implica una crítica directa a «los eBÍiM}ucs
psicoanolftlcos que asumen que la masculinidad de las muieirs imita la masculinidad
de los hombres* (p. 77). Merece la peiM destacar que la lesbiana masculina aM como
la lesbiona femenina desaparecen cuando se utiliza el enfoque púcoonalílieo; la prime­
ra es interpretada como un hombmheterosexual), y la segunda no existiría o serio
algo falso
lio queer

de reproducir la línea del padre se ve írustnkdo. lo que crea raha y


lleva a una huida de la línea familiar <oa «alejarse* de los hombres).
Nos gustaría interpretar de forma diferente esta explicación del dcsc<7
original de la joven, es decir, como el deseo de darle al padre lo que
este deu*ji (su pnvpi.i imagen). Rl deseo de ella, en otras palabras, «si­
gue la dirección* del deseo dcl padre Es el deseo dcl padre lo que
determina la dirección de la historia. Esta historia podría inierprelarse
como el deseo del podre de re|x<xJucir su propia imagen, donde es el
deseo d que *a su vez* produce el deseo homosexual como una heri­
da personal y social. Quizá esta «decepción*.que se convierte rápida­
mente cn rabia, no describe la experiencia de la hija queer. sino más
bien la del padre heterosexual así como la de otros sujetos hetero­
sexuales que ocupan su lugar.
Lo que está cn juego cn la «explicación* de Freud. dtmde el de­
seo lesbia no es interpretado como un rechazo dc los hombres causado
por la decepción, es en pane el Jeseo de Freud por la verdad,
su propia «búsqueda* del caso. Como persona que está buscando.
Freud está en la ptssición del amante que investiga cómo «otros* se
alejan de «lo heterosexual y lo estrecho*, donde ese alejamiento es
visto como un alejamiento del «otro seso». Esta metáfora del «aleja­
miento* sugiere que el deseo queer se convierte en una forma de «des­
carrilamiento*. dc hacer el giro inadecuado. Si la «línea recta* es el
«giro correcto*, entonces puede operar como un deseo psicounalttico
más que como lo que es «descubierto* como una verdad dentro de la
interpretación. En la interpretación dc Freud. el deseo dc la mujer de
tener el hijo del podre se ve decepcionado, lo que la lleva a apartarse
del padre y de los hombres en general?’ I^sta interpretación considera
el deseo lesbiano como una compensación por el fracaso dc un deseo
heterosexual Tal y como explica Judith Rtx<. «la sexualidad lesbiana
es definida como un derivado del hombre, un prexiucto o una afirma-

12. iúi Ib imdictán pAkoanalfUca lo que debe cxptk&fM c< cómo la jo^en vn primer
Iu|t3if apatU» de U midíc, que e« «u primer objeto irnomw «M pregvniB má*
«orprmdeote de todas: ¿cdiao iogm la jenen mitmciar al anxx hacia U madre y dtnsir>
*e a MI podre*'» (Grigg.Hecq y Smilh. I’W. p l>; %ef también Kamafi. 2001, p. I). |ji
pregmits en este cd>o no leHa pix qué »e oporti de él. dno por qué «c upanti dc w
madre y dinge hacia él cn primer lugar Kodemoñ reformular la pregunta psicoanoJf
liCB Bií; ¿por qué rila oc aleja de ta madre y di^igcb ét. u)k> pora dc»piiés akjone de
él dc nuevo^
Lu ¿tncrttaoán til

dóo dc un deseo incestuoso íallido por el pudre* (1991. p. 2O3l Por


tamo. CMOS deseos.que están afuera dc la línea», se consideran causa­
dos por d f racaso de un deseo También podríamos leer esta narración
en términos de la identificación de Freud con el padre y con cl deseo
del padre. Dc hecho, ta historia del deseca dcl podre, y su sentimiento
dc herida por cl fracaso de su retorno, puede ser releída como la histo­
ria del psicoanálisis. Si vemos cl deseo dc Freud como lo que genera
la narrativa, entonces pexiemos plantear una lectura diferente dc qué
es lo decepcionante en este cauo. Es el deseo del propio Freud por una
línea recta lo que lleva a la decepción de la narración: en otras pala­
bras, la línea marca cl deseo dc heterosexual idad en lugar dc operar
como un deseo hctcn^sexual. Freud anhela la continuación de ta tírKa
del iKHire. para la rcpnxiucción dc la familia, que él proyecta en la
mujer homosexual; es su deseo que ella desee una «imagen de él*, lo
que significa que él interpreta las tendencias queer dc ella solo como
una confirmación dcl deseo de ella (quien «tiende hacia* las mujeres
como un efecto de la decepción). En otras {xilabras, Freud desea que
este caM> le penniia repnxlucir su propia imagen. Su lectura del amor
queer como algo causado por d fracaso del padre en corrcsporidcr a su
amor itencr un hijo «a imagen de él*) puede ser interpretada como
una forma de cumplimiento dcl deseo, un deseo que ella «realmente*
deseaba para él.
Por tanto no es sorprendente que Freud se reponga de su decep­
ción releyeníhi el caso en términos de un deseo iH^moscxual que es un
deseo p^>r «el otro sexo». Aunque ella se ha «alejado* dc los hombres,
al final se ha etmvenido en uno; «se volvió un hombre, y tomó a su
madre en tugar de su padre como objeto de amor» (p. 158). Ese giro
que «gira» el cuerpo alejándolo det «otro sexo» es releído como un
giro que te convierte en el «otro sexo*. 1.a mujer se identifica con cl
padre, y ama a la madre, lo que significa que amenaza con convertirse
en él. ocupando su lugar. A p^snr de tu reeupcrsición que hace dc ta
aberración queer, ese alcjamictlo dc la línea recta, cl propio deseca de
Freud se convierte en una especie dc deseo de muerte: al rechazar de­
sear a los hombres, lu mujer también rechaza cl deseo de Freud de re­
producir la imagen ideal dcl padre: ella no desea terurr «una imagen de
él*, c incluso amenaza con ocupar su lugar (Freud, 1955. p. 157), luí
amenaza de lo queer es una «amenaza dc muerte»: hn deseoi queer
amenaztin con interrumpir la línea del padre» Devolver ese dcse<i
112 Friuxnroulof úi .fuerr

quccr a Ia línea es cttntinuar lu linca dei pudre, y dc hecho lu lú>ea dei


psicoanálisis mismo.
Por supuesto, en la obra de I rcud hay muchas lineas diferentes
sobre la sexualidad. Es evidente, por ejemplo, que en sus escritos de
madurez, sobre la sexualidad rechaza de forma explícita la idea de que
cl instinto sexual ve dirija exclusivamente hacia objetos espcciTicos:
plantea que el instinto sexual tiene In «libertad de dirigirse tanto hacia
objetos masculinos como femeninos* (l‘íT7, p. 57), y de hecho recha­
za lu idea de que las personas homosexuales puedan ser separadas
*como una especie particular de seres humanos* (p. 56). Tnl y como
señala reresa de lnurctis, Ereud plantea que las orientaciones helero
sexuales y homosexuales suponen una restricción en la elección de
objeto que requierett una explicación, fcn un nivel, cl mixlelo dc per­
versión que plantea en su trabajo, con su fundamento espacial, man­
tiene una línea entre sexualidades normales y desviadas. Ereud define
la |x?rvcrí»ión como una «relación con el fin sexual* que ocurre cuan­
do ha> «unas transgresiones anatómicas respecto de las zonas del
cuerpo destinadas a la unión sexual - o •hay unas demoras en relacio­
nes intermediarias con cl objeto sexual» que «normalmente se reco­
rren con rapidez como jalones en la vía hacia la meta sexual definiti­
va* < 1977. p. 62). En cuanto un punto se desvía de esta línea recta
hacia la unkSn heterosexual, estamos ya creando un punto perverso.
Este punto hace a la línea misma algo perversa. Para Ereud. «uxlas las
condiciones externas e internas que dificultan el logro de la meta se­
xual normal .. refuerzan, como es l(>gico que acontezca, la inclinación
a demorarse en los actos preliminares* <p. 68).
1.a penersión es también un término espacial, que puede referir­
se a la decisión voluntaria de oponerse o ir contra la ortodoxia, pero
también a lo que es desobediente y por tanto está •^alejado de lo que es
correcto, bueno y apropiado*. Para algunos teóricos queer. esto es lo
que conviene al -pcncrío* en un inmio de punida útil para rcticxio
nar sobre las «desonentaciones* de lo queer, y cómo picde cuestionar
no solo lívs pnrsupuesRis heteronormativos. sino también las conven­
ciones Mxriales y las ortodoxias en general?’ Tal y como ha platiteado
Mandy Merck, la perversión no solo describe la sexualidad desviada

f\njillraní ciiji dcMKÍcntaciófi > kn objcRt^ i|<ie<r cr Ic cinKtiiMón dc c»tc Iibn>


l^a on<iii*cidn 113

sino también una *oposición má!> ;iniptia a lo que se espera o lo que es


aceptado* (1993. p. 2) o incli»so una -deserción de Ia doctrina* (p. 3).
P<x lo ianio> merece Ia pena releer lo «penenido* címuo lo que -se
extravia* o se sale de Ia línea recta. I línea recta seria lo que se mue­
ve aití niniítina Jovfhciíln havia el -ponto* de Ia unión hetenxsexuuJ o
de la cópula sexual: cualquier acloque demore la unión hetefvsexual
Cí perverso, lo que incluye por tanto prácticas heterosexuales que no
están -destinadas* a la penetiación de ta vagina por el pene, tui demo*
ru o -retraso* amenaza la línea de la heterosexualidad. en la medida
en que puede -desacoplar* el deseo y la reproducción; podnamos es­
pecular que cl objetivo de la inca recta es la repnxiucción de «la ima-
gen del podre*. Es importante recordar que Freud diferencia la neuro­
sis de la pen ersión. e incluso plantea que la neur(.)sis es el negativo de
la perversión < 1977, p. 80). Es decir, la neurosis es causada por d Mo­
queo de -sentimientos sexuales anormales*, incluyendo los senti­
mientos -queer» hacia -el mismo sexo*. Como resultado, para Freud
a menudo el coste de «lograr» la heterosexualidad es la neurosis. El
fin sexual podría -de forma natural- tender hacia la unión hetea*-
sexual en este mixlelo. pero Freud también sugiere que la teiulencia
del deseo cuando nr/ se dirige hacia su ñn no puede negarse Un un
coste psíquico: es la persona heterosexual que Moquea el sentimiento
homosexual, y otras Tramas perversas de deseo, quien corre el riesgo
de volverse neunSiica.
¿Vemos aquí a Fieud hjscando -desMoquear» su profáo deseo
por la línea recta? tscribe lo siguiente, «una de las tareas que plantea
la elección de objeto consiste en no equivocar el sexo opuesto. Como
es sabido, no se scáuciona sin algún tanteo» (1977. p. 152; la cursiva es
nuestra). Es cn este punto de tanteo donde pueden siKcder cosas. Es
en este punto dimde el propio Freud «tantea* y pierde su camino don­
de pcxlcmos empezar a ver que la «línea recta* es io que determina la
fcnííeni'M móma de c-itrai'iune, Lo que íc cxiruvía ni> nos lleva de
vuelta a la línea reciac.sino que nt^ muestra lo que se ha perdido al
seguir esa línea.
114 FtncimcorU-jí» qitce’

Llegar a ser heterúsexuaJ

Comienzo aquí parafraseando a Simonc dc Bcauvcun «No mí nace he-


ten^xuai, se llega a serlo*.’* ¿Qué significa plantear la rectitud (he-
tcroscxualidadí como un llegar a ser en ugar de un ser? Ya hemos
visto cómo Freud apuesta por la línea recu al recuperar el deseo queer
como cl desplazamiento de la pena y la rabia ante el fracaso para cum­
plir con un deseo heterosexual. Interpretarei deseoqueer en estos tér­
minos supone devolver a la línea lo que está «inclinado* La línea fa­
miliar es reprxxlucida en cuando se ve amenazada. Aquí vemos ya que
la «línea recia* se logra por medio del trabajo, que reínierpreta los
momentos de desviación de la línea familiar como signos del fracaso
dcl sujeto homosexual para «encontrar su camino*. Ln cxras palabras,
cl sujeto homosexual es interprehvdo come aquel que se lia perdido cn
d camino «hacia» el «otro sexo».
El hecho dc que cl sujeto «llegue u ser heierosexual» como un
efecto del trabajo se puede describir como una visión propia de la
construcción social de la orientación sexual, cn lugar de ser esencialis*
ta (Jagose, 1996. p. 81. Sin embargo yo nc definiría mi argumento en
esos términos. Eso es cn parte porque la discusión ha permitido que se
encuadre el debate sobre el tema de la orientación sexual bien como
una cuestión dc elección («decidimos» ser homosexuales o hetero-
se.xuales) o biológica (donde lo «biológiccr* se entiende como una lí­
nea que ya está trazada, como una línea de la naturaleza!, principal­
mente por quienes se oponen a la teoría queer (ver IxVay, 1996L Por
supuesto, la construcción social no tiene que ver con la elección.** y
cuando se le define cn términos de ciccció» pierde casi ttxio su rigor o
su fuerza explicativa. Pero para mí la palabra «construcción», incluso
si se define en términos no voluntanstas. no explica bien de qué mane­
ra la onentación sexual puede ser sentida como inherente y corporal o
tnclu&o como esencial. No explica cómo las oricniaciones se |xjedcn
sentir «cxxno si» vinieran del interior y nos movilizara hacia los obje­
tos y hacia los otros, l\>r ejemplo. Janis Bohan defiende el término

14 I.A fra%e ongjttal c* «ito k iticc mujer, *c llejpa serlo». (A*, ikt T f
I5 Ver la obra <le Judilli Hotler Câirr/joi lyiir imptman (I993| pam tina excedente
ctphcadóci de cóm-> cl comiructivikna) aociul implica uim erflka del mcdclo volunta*
nvia de b elecclóii.
Li oríracaciôn JKiual 115

«orieniación sexual» en lugar dc *prefcrcncia sexual* porque *su uu)


Ihí^cu expresar que la identidad Igb {lesbiana, gay y bisexual| no es
(simptenicnte) una preferencia sino que ex un hecho, como ucr diedro
o zurdo» (1996. p. 4. cursiva lucslrah Plantea que muchas personas
cx|>enmcnüin su sexualidad «como algo intrínseco, fijo y permanen­
te* <p. 229). l>e modo que necesitamos aportar explicaciones de cómo
las onentaciones pueden funcionar simultáneamente como efecto de
algo y ser vividas o experimentadas como si fueran originales o una
cuestión de cómo el cuerpo kibita el mundo, orientándose hacia un
lado, como ser diestro o zurdo. Podemos señalar aquí que «ser diestro
o ¿urdo* también se percibe como relacicMiadi^ con la dirección: ser
zurdo o diestro es favorecer un lado del cuerpo) u <Mro. * Estas direccio­
nes son eíecuis de la forma cn que son orientados los cuerpos. Com­
prender el prcxxso de «llegara ser heterosexual* supone reconocer
que las onentaaones sexuales se sienten como si fueran algo intrínse­
co a estar en el mundo, y que los cuerpos «se despliegan* en el espa­
cio al ser dirigidos cn esta dirección o aqudia. donde «esta* y «aque­
lla* se perciben como estar a un lado o a otro de una línea divisoria.
Quiero analizar el trabajo de «llegar a ser heterosexual* contando
dos anécdotas. Ambas tienen que ver con mesas. Esta vez no es la
mesa de escribir la que aparece, sino la mesa del comedor. La mesa dcl
comedores una mesa alrededor de la cual se reúne un «nosotros». Es­
tas mesas funcionan dc forma muy ditcrcnic a la mcíia de escribir: no
solo porque sostienen un tipo de actividad diferente, sino taitibiéii por­
que se destinan a reuniones colectivas; es decir, se desvían del muncRi
solitario dcl escritor. L,a mesa del comedor es una mesa alrededor de la
cual los cuerpos se reúnen, se cohesionan como grupo por la «media-

16 íaJ y como cn el capitulo anterior, pcdcnwn vxr «xr dicMto o /urdo» no


como un beeSo que va v*a«i« «UJo. láao iwiw un cfc^lv <k laa on«ou«;iun<«. CiMiolv
iná'* «uMimos^* un Udo dcl cuerpo miU no* ortcnunuxü bocia m lado > meno* lucia el
ouo. U ensayo cláMCo dc anirofiologii de Roben Hciu (1975) «obre la mano derecha
dice ciactamcabe ecio; las culturas c>tún «orientadas hacia» el lado derecho. k> que
equivale a una prohibición del uso dc la maao izquicrUa. al|eo que aíccU lo que puede
hacer etc lado Etia avinietrúi ur^Anica enlte la derecha y la izquierda *e condene en
La bate dc oinu íormas de aviroeiría (iocluycodo hombre**mujer, hliioccx'iiefn>) tstn no
quiere decir que «set dietlro o zurdo» tea algo culiuml (> menot aún una elecciónl.
mi» bren quiere decb que la orieataciCn hacia los lado* $e convierte en un hecho, por
que ya henxH «heredado» e^ onentacián hiUiSnca hacia el lado derecho Ser zurdo
supone ya MCt dr%^ todo
116 Fmt)<nefii4u|ptt queer

aón>> de su superficie, compkinicndo Ia comida y Ia bebida que está


«sobre» lu mesa. Esie papel de lu mevi cckuo mediación entre los cucr
pos que se reúnen alrededor para formar una «nrunión» es dcscriia por
Hannah Arcndt en La condición humané'. «Vivir junios en el mundo
significa en esencia que un mundo de cosas csiá entre quienes lo tienen
en común» aJ igual que la mesa está kx:alizada entre los que se sientan
alredeckx de ella» (1958. p. 53)?" Lo que jiasa cn la mesa establece lí­
neas de conexión entre las personas que se reúnen, mientras que la
mesai misma «apoya» el acto dc que se pasen cosas a su alrededor?"
Janei Cursen, en su obra Afier Kinship, analiza la mesa aimo un
objeto de parentesco, centrándose específicamente en la mesa de la
cocina: «mis propios •'recuerdos caseros** más potentes se centran en
una gran mesa dc cocina donde no solo se cocinaba y comía sino don­
de tenían lugar la mayoría dc las discusiones familiares, las tareas do*
mtSticas colectivas, y muchos juegos* (2DO4, p. 31). La mesa de la co­
cina ««apoya» lo reunión familiar al aportar una superficie «sobre» la
cual «nosotros» podemos hacer cosas. Li orlen loción compartida hacia
la mesa permite a la familia cohesionarse como grupo, incluso cuando
hacemos diferentes cosas «en» la mesa. Es interesante señalar que
Hannah A rendí sugiere que la desaparición dc la mesa significaría la
pérdida de esta sociabilidad, cuando las personas no se reúnen o no se
sienten «parte» de una reunión: «Esta cxmña situación se parece a una
sesión dc espiritismo donde cierto número de personas sentado alrede­
dor de una mesa pudiera ver de repente. p<K medio de algún truco má­
gico. cómo ésta dcsajxtrcce. de modo que dos personas situadas una
frente a la otra no estuvieran separadas, paro tampoco relacionados
entre sí por algo tangible* < 1958. p> 54). Iái mesa aquí es algo «langi-

|7 tinictav a Hcna Ixiiridnu. qur me animó a ker lo qar Hannah Arcndt díte siibrt
tai meiM
Ia l>e Ivecho. I»< meMM una tunrtón •4.p*c*«l d*nlro <W la* tuMoria* rehgKM*».
pnxiMimcnic |xw eximo ircncnui eipacios pora que loa ctierpot ic rcOnao, y pora que
ocurmn comw alrededor de ellai. Pbr ejemplo, la rveia ex un momenin iimbólieo cru-
vial en (a iradidón re]i|i»ow judeccnUiaiui que »e tma en la Pascua Judía, como te h e
en lu ühima eeaa > tal > como te oclehra cado prmavera en muchos hogare» judíos
l a enmuia se ditlnhute tobre la mesa y *c fc/an omclonet tohrc ella, etc acto de putar
la enmida vincula y acerca a las personas. No sor solo los cuerpos que te resinen en
lomo a evta meta o aquella lot que se t4nculan. uno que cada reunión eMtf t iiKulad» a
ucrat rruntaoes, pu< medtn de esta orientación conparúda hacia la mesa, pora íormor
una reunión mis ampha que se retine <uibre» las metas (iradas a Mimi Sheller por
este optmte. por otras historms de mesas comunales.
M onemacUifi scxisiil 117

ble>* que crea un sentido de relación posiNc. I^s mcsas« cuatxlo $c


utilizan de esta manera, sonobjeu» de (xuentesco: nos relacionamos
con otros pancnlcs por mcdiición de Ia mesa, Kxíriamos incluso decir
que Ia mesa se convierte cn «n pariente. La pérdida de Ia mesa supon­
dría Ia pérdida dc una conexión -^tangiWc^. fcs evidente que Aa^ixlt
lamentaria Ia pérdida de Ia mesa, como si esa pérdida hiciera írn|X>sí
ble la reunión social. Pero aun así debemos pregunlanios: ¿hacia dón­
de «apunta** esta reunión? Iji mesa en su misma función de otéelo dc
parentesco puede fomentar íormas de reunión que nos dirijan cn un
sentido es|xxífico o que haga posibles ciertas cosas y no otras. I-as
reuniones, en otras |>alabras, no son neutrales sino directivas. Al reu­
nimos. se nos puede exigir seguir líneas especíTicas. Cuando las fami­
lias y otros grupos sociales se reúnen «en uimo> a una mesa, ¿qué está
haciendo esta «reunión*? ¿(Jué dirccciortes tomamos cuando nos reu­
nimos de esta manera, reuníéndonos «cn torrto* a la mesa?
Así que estoy sentada en una mesa. Es la mesa del comedor y la
familia se reúne en tomo a ella, l-a mesa proporcima la escena para
que esta familia se reúna: estamos comiendo, hablando y haciendo las
tarca.s familiares, como ese trabajo dtxnésiico que tiende hacia los
cuerpos. Mi hennanu hace un comentario, que me saca de ese modo
de la vivencia doméstica. Dice: «¡Mira, hay un pequeño John y un
pequeño Mark!*. Se ríe. seftilando con el dedo. John y Mark son los
nombres de las parejas dc mis hermanas y los padres de sus hijos Mi-
ranuvs y vemos a los chicos, como una |)equeña versión de sus padres.
I ras escuchar sus palabras nuestros ojos siguen su niaiK). que
¡ipiinin en dirección a su objeto Así. al seguir la dirección de su mano,
nos giramos para tener ame nosotnis el objeto de sus palabras: dos
niños pequeños, sentados uno junto a ^Hro. cerca de la mesa, en el
césped. Somos dirigidas por gestos: si seguinuxs a lo apuntado, signi­
fica que prestamos nuestra atención al mismo objeto Lo apuntado
umbtéii es un regalo, que hoce que el objeto sea «compartido*. Todo
el mundo se ríe con cl comentario; vemos a los dos hijos como peque­
ñas versiones de sus padres, y cl efecto es a la vez serio y cómico. Un
chico más moreno y uno mits blanco: una pareja más morena y otra
más blanca. La diferencia ciare los chicos se convierte en umi heren­
cia compartida, como si ia diferencia se estableciera siguiendo la línea
paterna. En estas reuniones familiares, el acontecimiento de una risa
companida. que a menudo es devolver una risa con otra, implica
118 I cnomcnUcjin qixtr

«compartir una dirección* o seguir una línea. 1^ repetición de esios


gestos marca un punto, un punto que crea sus impresicoes. para aque­
llos que están sentados en la mesa. La risa es un «sí*, aunque se pro­
nuncie en desacuerdo con los términos dc esta lwa*Rcia.
Otra escena de otro momento: lejos de casa, mi pareja y yo esta­
mos de vacaciones en un complejo turístico cn una isla. lK>ras de
las comidas reúnen a todo cl mundo, bniramos cn el comedor, donde
vemos ante noMXras muchas mesas situadas unas junto a otras. Todas
las mesas preparadas para la acción, esperando que lleguen los cuer­
pos y ocupen .su espacio, que se sienten. Al (Kupar el espacio, vuelvo
al pasado. Veo ante mí una imagen chocante. Frente a mí. en las me­
sas, las parejas están sentadas Mesa tras mesa, pareja tras pareja,
adoptando la misma forma: un hombre sentado junto a una mujer, al­
rededor de una «mesa redonda*, um^ frente a otra «sobre* la mesa.
I*or supuesto, «conozco* esta imagen, me es familiar, después dc
todo. IVro me asombra la simple fuerza Je la regularidad de eso que
me es familiar: cómo cada mesa jxescnia ta misma forma de sociabili­
dad en la forma de la pareja heterosexual . ¿Cómo es posible, con ttxio
lo que es posible, que la misma forma se repita una y otra vez? ¿Cómo
se cierra la apertura del futuro en algo tan pequeño cn el presente?
Nos sentamos. Miro hacia abajo, totalmente consciente de que
estoy habitando una forma que no es la misma que la que se repite a lo
largo de la línea, de las mesas, aunque por supuesto mi pareja y yo
permanecemos en línea ya que somos una pareja. Sin embargo, el tipo
de pareja equ¡v<x:ado. hay que decirlo, bstar fuera de la línea puede
ser incómodo. Nosturas lo sabemos. Este caso de incomodidad se ve
activado por una sensación de asombro F.n lugar de ver simplemente
lo familiar, que por supuesto significa que posa inadvertido, siento
asombro y sorpresa ante la regularidad de su forma, de la forma que
ha llegado a la mesa, como formas que son repetidas, una y otra vez.
hasta que son «olvidadas» y se ronvíerter simplemente en Rirmos dc
vida. Asombrarse c^recordar cl olvido y ser la repetición íte tu kicma
coino cl «lomar forma» de lo familiar?'* bs difícil saber por quà pode-

'19 hini iHiB exiKMkiói) del tivombro. qtic v «limcnUi <k Osearte* c Irifaniy. ver d
eapíittl» a dc La ptíifttca cttftura^ lat <2017 |2O(U4|). Tmducdón de
Cccihe <)Hviire% Muayy.CiiMbd dc México Pnofnnui t nivcrsiuirio dc Esiudiov Uc
(Wrecro de la t FN AM
Iji anentwióa maiibI 119

mos estar «sorprendidos» por lo que pasa ante noscxros como fami­
liar.
Estos dos ejemplos de mi experiencia mc animan a repensar cl
trabajo de In «hnca recta». Eii estas anécdotas tenemos una relación
cniie dos líneas, las líneas vertical y horizontal de la genealogía con’
vcncional. Consideremos d árbol familiar, que está compuesto de lí­
neas venicales que «muestran» los lazos de sangre, la lírK*a de la des-
cetKlencia que conecta padres y madres e hijos e hijas, y las líneas
horizontales que «muestran» el vínculo entre marido y mujer, y entre
hermanos y hermanas.*^ I.á -esperanza» del árbol familiar, también
conocida aimo el «deseo» de reproducción, es que lu línea vertical
produzca una línea honzonial, de la que partirán más líneas verticales.
La enunciación «¡mira, hay un pequeño John y un pequeño
Mark!» expresa esta esperanza como un deseo, al trazar una línea dcl
padre al hijo. El niño »a|)arece> en línea al ser visto como el que re­
produce la imagen del padre e mcluso es imaginado como un punto en
otra línea, que todavía tiene cuc formarse, en la medida que él puede
«llegar a ser un padie» de futuros hijos. Esta narrativa de «llegar a ser
padre» significa que el futuro del niño ya ha sido imaginado como
continuador de la dirección dcl padre; esta dirección requiere que se
forme una línea horizontal (matrimonio) de la cual se derivarán futu­
ras líneas verticales. Podemos pensar en esta enunciación como loque
escenifica el trabajo del alineamiento: las enunciaciones ubican al
niño como el aün-no adulto ai alinear el sexo (el cuerpo masculino) y
el género (el carácter masculino! cem la orientación sexual (el futuro
heterosexual). Por medio de la enunciación, estos aún-no-pero-scrán-
sujetos son «conducidos a la linea» al «darles» un futuro que está «en
línea» con la línea familiar. Loque me intriga aquí no es tanto cómo el

30. Debo M-ãAlof «4W1 que tuy lOM sene <lc «.XMifoi para representar el matrimonto en
lo» Arbtíte» familiares. En ilgumu caios.cl matrimonio n representado por línea» pa
ralela» hocinmUiles (como ct «pm igual 1. y en oUo» por una sota línea KoñzonLal. El
primer código m: utiliza pana diferenciar los vínciUn^ mainm<Miiates de loa relaciones
comanguíneos entre hermanos y henmna* 1 que o imponoMe e» que el moinminrio
e» representado titiuido en el eje horicootal. y como un punco de partida de tas líneas
vehicales Inatas «hacaaM» ayudan a crear e^ miunas forma» de conesión que aparen*
lenienlc tepre^nlan. Tal y carao ba explicado Sarah franktin (ZOOSi, la» •línea»» de la
genealogía uwi performaiiva»; por mc4>o de la repelición.crean lo» nUMUOs vínculos y
concxiioitc» que después son ívido» oonio algo ruimario, Ver tamhién ta tercera parte
del eapaulu j. que anatira las línea» genealógicas en velación con familias raestizos.
120 I ciK^rnôlo^ía querr

sexo, el gênero y la orleniacíón sexual pjcdcn «sabrse de la línea*?’


algo que sin duda pueden y ya «hacen», sino cómo son mantenidos en
líneík a menudo por la fuera, de forma q je cualquier no alineamiento
produce un efecto queer
La escena dcl complejo tiinsíico transformó esta secuencia tem­
poral. este horizonte de reproducción social, que podemos también
describir como el trabajo intcrgeneracioinl de la historia familiar, ha
cia una forma social, congelada en el presente, como cuerpos que sim­
plemente «se reúnen» en tomo u mesas. En otras palabras, la línea
horizontal solo aparece, como la «arinidaii* de la pareja, al ser coruKÍa
y separada de la linca vertical, que repnxluce la forma misma de la
pareja como el «fundamento» para futures acoplamientos, (ji palabra
«afinidad», después de todo, no solo se refiere a la «relación por el
matrimonio», que por definición son las relaciones que no son lazos
de sangre (consanguinidad), sino también al «parecido o similitud», e
incluso a «una atracción natural o química», como «la fuerza que atrae
a los átomos entre sí y los junta cn una ndécula». 1.a afinidad de la
forma de la pareja está vinculada socialmenie; está basada en (a seme­
janza y cn la «naturalidad» de la dirección del deseo, que produce la
pareja como una entidad, como un «uno social» (a partir de dos).^ La
imagen de las parejas como «doses» que se convienen en «unos», que
brilla ante nosotros cn el presente, es un efecto del traliajo que coloca
al sujeto futum en la línea, y como otro punto sobre la línea vertical.
En otras palabras, las parejas heterosexuales que se reúnen en tomo a

21 14 trnría qurcr a nxfiudc» rrprc^uidá ctxru lo que iinaliu cl no alinearmento


del %exo. cl fáocn» > b odcaüKiáa vcxual. y por ata icmícucb a incnudo r* cufisióc'
mda •mejor» que hn e^tixlioa feminrius, lc*>biiim y gaii (*cr Corber y Vilocchl.
2003. p. I) Pañi mi. b pregunu más difícil ca cóm< cl wxo. d genero y U «icniociófi
«cxuaI < afincan cn cl proccwo miMnode «llegar a »cr hctcimcxual». Aunque co CAtc
proy ecto ccmoo qoccr. umbtdn * eo e-*tc proyecto óenim Uc Im ámbitot de it» esludun
de Im y* <le I<m ectudkOA y g«i*< kan «ponadu cnrcialcs
sobre lo* aliucamiaimi y iw alincanueido* del ^xo. d género y la orientación texua)
22 Cuando ptomeo que la pareja hclctowxual *e en la «emejanu. estoy propo*
Hiendo dot idcA* Pnmcm, eMny cueMiouamto la p^uución üc que b hcierDscxuali'
dad tmu dcl «omnr por b difcrriKta». que cruad cn cl ntodclo de hrcud del amor
anoctílko. I a «dirección» micma dcl dnco hctcroMí^iial a mcniMio tiene que \cr cem
•U buena concsp^xidcncia». e* decir, buscar un obi;u> de amor que pueda «devolver»
la imagen ideal de uno a ai mi«motver Abmed. 200-a, pp 125430). SeaundoJa repe
lidóci de la íorma ile la pareja ixoduce el eíceto d< la iemejan/A: tan pareja» betem*
sexualcfi llegan a verMr como «semcjantcT- porque wn colocadas como punió* comí
num a k» largo de una línea hori/oniaL
La crimim iôo *c^ual 121

la mesa pueden ser ¡nierpreudns exano *arrivants»^ cn los términos


que planteé en cl capítulo anterior, ha llevado tiempo y trabajo lograr
esa forma, aunque ese trabaja desaparece en la tainiharidad y en cl
*ser uno* dc esa misma forma. Ver la forma de la pareja cn esta *’Ccr-
leza sensorial* (Marx y Engcis, 1975. p. I7()> como un «objeto» que
puede percibirse, sup^mdría no ver que esta forma adviene como efec­
to dc un trabajo intergcneracional.'^
Es crucial que comprendamos la bistorícidad que se esconde y se
muestra a la vez cn la repelicidn dc esta forma dc la pareja como lo que
se reúne en tomo a la mesa. I^ra ello> propongo que consideremos la
hercfoscxualidad como una or»en(ación obligatoria. La obra pionera de
Adricnne Rich sobre la «heterosexualidad obligatoria» es útil aquí
Kicb analiza la hcteroBiCXualidad como un conjunto de prácticas insiitu<
dónales que exige a hombres y mujeres que sean heterosexuales. Escri­
be lo siguiente: «esperamos desde hace mucho tiempo una crítica femi­
nista de la heterosexualidad obligatoria para las mujeres» (1993,
p. 229h Que algo se exija, por supuesto, es una «txueba» de que no es
necesario o inevitable, luí heterosexualidad es obligatoria ¡irecisainente
porque no viene determinada por la naturaleza: la pareja heterosexual
es «instituida» por lu fuerza camo una forma de sociabilidad. Rich lo
explica así: «Es más fácil de reconocer la manera en que algunas de las
formas en que el poder masculino se maniftesta obligan a la l>e(en>
sexualidad más que en otrus. S n embargo, cada una de las que he enun­
ciado contribuye al conjunto de fuerzas dentro de las cuales las mujenes

23 Eli ínuK^ cn cl un^tmU Significa «k» o tasque llegan». («V. dd fj


24 E& intefcsantc cr que cl argumrnto de qiw orientacionr* qnecr «m •biológi-
dependia de interpretar ule* pruntoctone» cormi d dguicraA la linea familiar.que
cndcrcM cl efecto queer, > cüiabtccc lo queer como un «punto» en una linea eoniinua
Por ejemplo, el trabajo reciente de alguno» dcnlfTiem s^re 1<» gene» queer implica
buuar dc algo queer dentro dcl árbol familiar Dean Hammcr y IVtcr ( opeland
M* ptcgunüm «M M;r hofnoMzxual cimda en las HimlUa»» 4 1994. p 74: ver umtwen Ix
X'ay, 1996, p. |75). Su método ev directo cito» «vimptemente tnuan>n bacia el posado
lo» s incalo» dc hombrea gaiv, bauanJo ugno» dc homosexualidad cn todas las rama»
y bifiirvaciones del árbol fnmitiar» <p. 20). Ij*.» línea» dc cvUh árbole» siguen la línea
habitual utilizan Mcuadrudo» para representar a loa vorone» y eírculo» pam reprevenur
a las mujeres, las parejas eran ciaictiadas pa medio de líneas hori/ontales, y los pa*
dre» ) lu» hijo» por líneas vcfticalcs» (p. 7Ã). No e» casualidad que la búsqueda de la
escocia homosexual. repre<enrada d< difcrcnies Íítrmas como htología. gen. cerebo».
etc , teprodu/ca lo» s íncubn vemeaks y bonronulcs de la genealogía convencional
h»ta búsqueda devuelve lo queer a la línea, ptantcando que lo queer eircub. como un
Unte, por dctdm dc la famihn cn cl •l«do« aiatcmo dc la líneu fanúliar
122 I cíXMUCOfiljfwi qitcer

han sido convencidas dc qüc el matrímcnio y la odcnlación sexual ha­


cia los hombres son amponenics iixviiAbles dc sus vidas, aunque sean
insarisfaciorios u oprcsis’osio (254; ver umtwén Wjuijj, 1992. p. xiii>.
hsu obligación no significa que las mujeres sean *víclimas» de
la hclenxscxualidad (aunque pueden serb). más bien significa que para
llegar a sa uii >ujeio dentro de la ley. la persona debe hacerse un suje-
lo de la ley que decide qud formas deben tomar las vidas para ser con­
sideradas vtdas «que merecen la pena ser vividas». Ser subjetivado es,
en este sentido, «llegar a ser heieroscxuil», ser ubicado bajo d Estado
de derecho. ílespués dc lodo, la naturalización de la IwtenHcxualidad
imi^ka Id naturalización dc la heterosexualidad como una orientación
hacia el «otro scxoi». Rich muestra esto citando a un cienuTico que
afirma lo siguiente: «btológicanienle los hombres solo tienen una
orientación innata, una orientación que es sexual y que les lleva hacia
lãs mujeres, mientras que las mujeres tienen dos oneniaciwes innatas,
una sexual hacia k>s hombres y otra reproductiva hacia sus criaturas»
(citado en Rich. 1993. p. 228). l>c hecho, lu orientación es una tecno­
logía poderosa dado que construye el deseo como un campo magnéti­
co: puede implicar que somos atraídos por ciertos objetos y por otras
jjersonas como eso se diera por la fuerza ile la naturaleza: de modo
que las mujeres son mujeres en la medida en que están orientadas ha­
cia los hcHnbres y tas criaturas. I,a fantasía de la orientación natural es
un dispositivo de orientación que organiza los mundivs en tomo a la
forma dc la pareja heterosexual, conto s¡ el mundo se desplegara desde
este «punto». Aquí puedo volver a mi críica a Ellis del a(>aruido ante
rior, donde interpreta la excitación sexual dc las mujeres como «apun­
tando» hacía los hombres, en el sentido dc preparar el cuerpo de la
mujer para la penetración del pene: cn otiis palabras, él ve los cuerpeé
de las mujcre.s como dirigidos hacia la cópula heterosexual. Aquí hay
una fantasía de la correspondencia natural entre los cuerpos de los
hombres y de las mujeres, como si «estuvieran hechos el uno para el
otro» en el sentido de que se dirigen hacia el ouo. o inclusi> que están
disponibles mutuamente, la propia ideade que los cuerpos «tienen»
una orientación natural se muestra como una fantasía por la necesidad
dc lu imposición dc esa orientación, o de su mantenimiento como un
requisito social pora que la subjetividad sea reamoctblc.
IVidemos replantear cómo se «llegan ser heterosexual» reflexio­
nando sobre ctSmo una orientación, como dirección (tomada) hacia los
M orirnUçidn «exanJ 123

objetos y loti t.xrus< se convierte cn oblígatona. En otras palabras» a los


sujetos se les que «tiendan hacia- algunos objetos y no hacia
otros como condición dcl amor familiar y también dcl am<x sociaJ>
Pura que cl nifto siga la tinca familiar «dclxr** orientarse hacia las mu­
jeres cíMTin objetos dc amor. Pana que la niña siga la linca familiar
«debe» tomar a los hombres como objetos dc amor. Es la presunción
dc que cl niño debe heredar la vida del progenitor lo que obliga al niño
a seguir la línea heterosexual Iji herencia por lo general es presentada
como un bien social: después dc todo, heredamos kvs bienes de nues­
tros padres, y si heredamos sus deudas entonces es el signo dc una
paternidad fallida y una amenaza a la línea dc descendencia. Cuando
los padres imaginan la vida que querrían para sus hijos e hijas, tam­
bién están imaginando lo que le «darán^ al hijo como un regalo que se
convertirá en un vínculo social. Tal y c<ymo plantea Judith Halbcrs-
(am: -cl momento dc la herencia supone un resumen del momento
generacional en el cual los valores, la riqueza, los bienes y las costum­
bres pasan por medio dc Iqzj'k familiarc-s de una generación a la si­
guiente* (2005. p. 5).
V^imos en el relato de Freud cómo la heterosexuaJidad puede fun­
cionar como el regalo más íntimo y mortífero dc los regalos |)arenia-
Ics. El regalo, cuando se da. demanda un retomo Tal y como muestra
Mtuxcl Mauss, cl regalo es «en teoría* voluntário, pero cn realidad es
«dado y recibido bajo una obligación* (1969, p. I>.^ Y pregunta:
«¿qué fuerza hay en la cosa regalada que obliga a quien la recibe a
devolver algo?* (p. I). Iji fuerza no está, ciertamente, «cn» la cosa; es
un efecto de cómo las cosas circulan y vuelven. Lxa demanda dc devo-
luciiSn adquiere fuerza, mientras que ta devolución acumula «la fuer­
za- dcl regalo. Sin embargo, debemos señalar que la demanda de de­
volver el regalo no vuelve al adn-no sujeto, cuya deuda no puede ser
saldada. El fracaso de la devolución amplía la inversión. De modo que

25. Dcnida (1992) > Dtprosc (2(K2) plantean crítica» al nwMiclo de Mnim porqiM
sifue ewtando dentro de Ia lófica econórmea de U devolticiòn. AunqiM* eMcn* de acuer'
do con ftUk críliciM, (ambi6i creo qiM el modelo dc Mauis e» extrentadHinefice impor
tiuKe dada Ia (orma cn que cl re^ab puede operar «como S4« ao fuera económico
(como d xe (mura de geaeroMdad soeia >* pcnaonal)« cuando en realidad denuadu extas
devoluciones como formas de obli|x>án El uso del (cjtalo como un lenguaje, como
cugiere Diprove. a menudo puede funcionar pata ocultar Uv mivinax relaaooe* «ocíales
de deuda que estas ejercen Para un anàlisiv alternativo del rególo y dc lo que viene
dado cn ta fennmcnología de Huvvcrt ver Marión. 2(M12
124 FmMncnulofi*

cl regalo, cuando se da. deja a quien lo rectbc cn deuda, y demanda


una devolución interminable. hcieroscMialidad es imaginada como
el futuro de Ia criatura porque lu hetenisexualidad es idealizada como
un regalo uxrial e incluso como el regalo de ta vida misma. BI regalo
se convierte en una herencia; lo que >a se ha dado o se ha dado previa­
mente.^ heieroscxualidad se conviene en una herencia s<x:ial así
como familiar a través de ese rvquerímíerito incesante dc que el hijo
vuelva a pagar la deuda de vida con su vida. Y así. el hijo que rechaza
cl regalo es visto como una mala deuda, como desagradecido, como el
origen de un mal sentimiento.
HOí supuesto, cuando heredamos también heredamos la proximi­
dad dc ciertos objetos, que rx>s son accesibles, que nos vienen dados
por cl hogar familiar. fiíUos objetos no son solo materiales: pueden ser
valores, capital, aspiraciones, proyectos, y estilos. Dado que hereda­
mos lo que está lo bastante cerca como pon» estar accesi We en el hogar,
también heredamos orientaciorves. es decir, heredanvos la cercanía de
ciertos objetos mds que la dc otros, lo que significa que heredamos
formas dc habitar y dc mov emos cn cl espacio. El wquisito mismo dc
que la criatura siga una línea parcnial pone a su alcance algunos obje­
tos y otros no. De mexio que la criatura tiende hacia lo que csid lo bas­
tante cerca, dorxie la cercanía o la proximidad es lo que ya «reside» cn
casa. Una vez que ha tendido hacia lo que está a su alcance, la criatura
adquiere sus tendencias, las cuales a su ve¿ llevan a la cnatura a estar
en línea 1.a paradoja dc esta temporalidac ayuda a explicar cómo las
orientaciones jwm efectos de un trabajo, y 3l mismo tiempo se sienten
«comt> si* fueran «ser diestix^ o zurdo», como una forma dc estar cn el
cuerpo, al dirigirse más hacia unas direexiones que hacia txras Los
cuerpos se vuelven heterosexuales al tende* hacia objetos heterosexua­
les. de mtxio que así adquieren su «dirección» c incluso sus tendencias
como un efecto dc esc «tender hacia». Las orientaciones sexuales tam­
bién son pcrforiTiativtts: al dingir el deseo Je uno hocíu ciertos otnis y
no hacia otros ivtrivs, los cuerpos a su vez a.tqüieren su forma-
Ia>s objetos que están «lo bastante cerca» pueden ser descritos
como objetos lieteroscxuales dentro dcl hogar familiar convciKioiial.

26. Afiali/Are cmc ceccepto dc hcrcoaa cn proíundxlod cn cl capitulo L cn pnr-


U¿u 4f • la luz dcl dcH^axanitcnU} cnUr Í<n óm Mgnifivadoob de hcrcncín recibir
«ccr.
La orittiUxidn «cxuaJ 125

Tal y como explica Judilh Butkr: *los géneros hete rx^sexuaJ i zades se
fonnan renundantk^ a tu posibilidad dc lu hoiTKisexnulidad, a través de
un repudie que pnnJuce un campo de objetos Heterosexuales y el cam­
pe de aquellos otros a los que sena imposible amar» (1997b. p. 21; la
cursiva es nuestra). Ptxlemos ver cn este ejemplo que la «cercanía«»
del objeto de amor no es casual: ntv encontramos objetos ahí. así como
así. bl mismo requisito de que la criaiura siga una línea purenul pone
a algunos objetos a su alcance, y otros no. La heterosexualidad oMiga-
loria produce un *campo de objetos heterosexuales» por medio del
requisito mismo dc que el sujeto «abandone-^ la posibilidad de tener
otnvs objetos dc amor.
Us interesante especular sobre que puede significar para Judith
Builer -un campo dc objetos heterosexuales». ¿Cómo ptxlrían llegar a
verse esivs objetos por medio dc actos de repudio? Debemos analizar
el significado del término -campo». Un campo puede definirse como
un terreno abieno o despejado. I\vr tanto, un campo de objetos haría
referencia a cómo cienos objetes se convienen en accesibles por me­
dio de una limpieza, por la delimitación del espacio como un espacio
para algunas cosas en lugar de otras, donde -cosas» puede incluir ík-
ciones («haciendo cosas*). 1.a rjcterwexualidad en cierta manera se
convierte en un campo, un espacio que da sopone a, o que iivcluso
fundamenta, la actividad heterosexual por medio de la renuncia a lo
que raí es. y también por la producción dc lo que «es». Tal y como nos
mostró Foucauli de forma tan brillante, «hay una incitación al discur­
so» donde los objetos son nomhnidos y convertidos en realidad por
medio dc la propia demanda de darles una forma, en lugar de por me­
dio dc una prohibición 11990, pp. 17-35). O podriamos decir que tanto
las demandas como las prohibicones son generativas: crean objetos y
mundos. Pór tanto la hclcrosexitalidad no está simplemente «en» los
objetos como si -eso» pudiera ser una propiedad de los objetos, y
I2imp<x:€'» crmgisie Rimplementc vn lo* objetos de amor o en la delimi­
tación de -quién» es accesible para ser amado, aunque estos objetos sí
tienen imp(.>rtancia, Y los -objeKn heterosexuales» tampoco se refie­
ren simplcmenie a objetos que describen la heterosexualídad como un
bien social y sexual, aunque estes objetos también tienen importancia.
Más bien la heterosexualidad sería un efecto de cómo los objetos se
reúnen para f ormar un campo, cómo los objetos están dispuestos para
crear un tondo. Siguiendo a Husserl. podemos decir que la helero-
126 hrcciiKoologte quccr

sexualidad funciona como un fondo, awo aquello que está detrás de


unos actos que se repiten en el tiempo y con fuerza, y que al estar de*
trás no llegan verse.
IX’ modo que ¡xxJemos volver dc nuevo a HusserI y a su mesa.
Rec(«kmos que HusserI se dinge hacía mesa de escribir como
aquello que tiene delante, y es lo que hace que otras cosas queden de*
irás de él. Al dirigirse hacia la mesa de esenbir, cxras cosas —el imlC’
ro, la pluma, etc,— quedan a la vista comocosas en cl fondo «alrede­
dor* dcl objeto.^ Estos objetos están «cerca» de lo que HusserI tiene
delante, aun(|uc no llamen su atención. 1^ cercanía de esos objetos es
una cuestión de «coincidencia», su llegada tiene que ser temporaliza­
da de cierta manera, aunque no es una «coincidencia» que «ellos»
sean lo que él ve. 1.a acción (escribir) es loque pone unas cosas cerca
de oirás, al mismt^ tiempo que la acción rescribir) depende de la cerca­
nía de las cosas. Lo que está enjuego aquí lo es solo la relación entre
el cuerpo y «lo que» está cerca, sino tambiín la relación entre las co­
sas que están cerca. Que el tintero esté «so?re» la mesa, por ejemplo,
tiene algo que ver con cl hecho de que tanu) él como la mesa apunten
en la misma dirección. 1.a cercanía de los objetos entre sí se da porque
tienden liacia una acción compartida. Unos objetos pueden estar cerca
dc otros objetos como signos de orientación, que determinan la dispo­
sición de los objetos, creando a.st la forma de su reunión. Las orienta-
cíoítcs son vinculantes porque vinculan y juntan los objetos. El movi­
miento de objeto a objeto está determinado por la peaxpción —la
mirada que se dinge a un objeto, pone otros objetos a la vi.sta. aunque
solo se les perciba vagamente— así c<xno por cómo las onentaciotics
acercan los cosas, lo cual afecta lo que piede ser percibido.^ Tal y

2?. IXidemoi ^cr oquí unn diMinción nurr cl «rooOo* y c) «drtnk- H foodo oo
AfNircce a 1a pero aun euá en ta dirección 4c lo que tenemos delaaie: en el
«nudo de qoe el fondo esU «alrededor» de k) que tehene delame. I£n Hnisctl
eomica/n fijándose en la mesa de cicHbtr qued4 claro que aunque parece que la
mesa de eunbtr ilama tu aiencióa, forma pane del foido l^^demot dear que el detnk
es lo que eitá «en el olm lado* de lo que tieoe delante Aun ati. empujar hacia el
fondo puede ter empujar alfo deuát: en cierto seaiido aunque el fondo está en el lado
de enfrente, uunbrdn se le puede «convenir en detrás». IXxirfa ¡«er la míMiui ilovidn de
que lo leaemco deUnie. lo que mantiene lo que está a fondo «deinb»
2X Laa palabnts pueden estar cerca de otrus palabras. Sabenxn por el psicoanílisH
que la cercanía de Ia5 cosas no es umpocu algo cawal de-pulabru-a-palabra Inneloní-
iiiia) y palttbta*p<.Y-pidabra (metítforal dependen de ki«tonat que te pegiin > que nos
llevan hada aUis > también hac» los lodos Verei carguío 2 de Ím¡Httifna i-wítitrnfdf
l-J ortcnUkri^Si lexiMd 127

como demostré en el capítulo I, la ccrcanín no es simplemcntc una


cuestión de -lo que* se percibe. La cercanía de unos objetos respecto
a otros se llega a experimentar tomo algo t>bvio. como una cuestión
de c(5mo eshi dispuesto lo doméstico. Lo que coloca los objetos cerca
det>cnde de hislonus. de cómo «las cosas* llegan, y de cómo se reúnen
en su propia accesibilidad conx) cosas con las que «hacer cosas*.
El campo de los objetos heterosexuales es producido como un
efecto de la repetición de una cieña direecieSn. que loma la forma del
«fondo* y que puede ser personalizada como «mi fondo* o como
aquello que me permite llegar y hacer cosas. En lo referente a pensar
sobre mi hogar familiar, estos Míos de pensamiento se sienten como
«ir hacia atrás», o como un «volver hacia atrás* al «ir hacia atrás».
Estas líneas retroceden a través de la memoria. Algunos objetos tiesta-
can, incluso salen fuera, y llaman mi atención. Vuelvo a pensar en lu
ccKina y en el comedor. Cada una de estas habitaciones tiene umi mesa
alrededor de la cual la familia se reúne: una para comidas informales,
otra para ocasiones más formales. La mesa de la ctxrina está hecha con
una madera de colores vivos, y está cubierta con un mantel de plásti­
co. Nos reunimos alrededor de ella cada mañana y cada tarde. Cada
cual tiene su propio sitio, EJ mfoes al final de la mesa, enfrente de mi
podre. Mis hermanas están las des a mi izquierda, mi madre a la dere­
cha Fji cada ocasión nos reunimos de esta forma, como si la disposi-
dtSn estuviera asegurando algo rrás que nuestro sitio. Rara mí, habitar
la familia es (xnipar un lugar que ya está dado. Me deslizo en mi
asiento y <Kupo este espacio. Me siento fuera de lugar cn ese lugar,
pero tlejo esos sentimientos a un lado. RxJemos pensar en ctSmo las
familias a menudo se basan en elegir lados (un lado de la mesa u otrol
y cómo esta demanda «de lado* exige dejar otras cosas de lado. Un
«lado* se refiere a «su|)erficies o líneas que limitan una cosa» o a «re­
giones o direcciones respecto a una línea, espacio o punto central*, así
como al hecho de apoy ar o de op¿ii>erse u un argumento. Es iniercsan-
te señalar aquí que la genealogía ha sido concebida cn términos de
lados: el materno y cl paterno son dos «ladt>s» en la línea de descen­
dencia.^ Una cuestión que me interesa es cómo ciertas direcciones, e

tai rFi<tc«Mr) (Ahmrd. 2017 (20(Ma0 pm an análiMi de Im «Mgoo» cn


(MintcQiflf d (fibojo «pegajosio» <k b mcionintia
29 (tracuit a Sarah Fnifikitn por chU idea.
128 Feniiir cialo/ís. qvecr

implíciunicnie Ias relacitxics dc proxiiiidad o ccrvunú. son interpre­


tadas como formas dc lealtad uxiaJ y polfbcn. ¿Cómt'» nos exige Ia
família «elegir un lado*, dar nuestra leiltud a su fonna ocupando un
lado, y quê dejamos de lado cuando elegimos lados? Solo podemos
responder a esta pregunta percibiendo cómo las reuniones familiares
«dirigen* nuc^tni a(efici(5«i.
l4i mesa en la haMtadón formal tema la forma de la habitactán.
Es una mesa formal con madera oscura y pulida. Un mantel dc encaje
cubre la madera, pero solo parcialmente, de mtxJo que pueden verse a
través de él fragmentos de la oscura nradera. Utilizamos esta mesa
cuando tenemos invitados, luí mesa viere determinada por lo que ha*
cernid ccHi ella, y toma su forma por medio de lo que hacemos: esta
mesa tiene menos marcas, dado que se itilíza menos. Las superficies
pulidas nos reflejan a nosotros y a otros el «reftejoi» de la familia, la
familia como imagen y como es imaginada, luí impresión de ta mesa
nos muestra que la familia se está mostrando. La habitación siempre
está fría, oscura y vacía: y sin embargo está llena de objetos. Cuando
miramos la habitación desde la puerta, detrás de ta mesa vermes el
aparador. En él se reúnen los objetos. Ostaca un objeto, un aparato
para hacer fondue. No recuerdo haberlo utilizado nunca, pero es un
objeto que. dc alguna manera, es iinporunte. Fue un regalo de boda,
un regalo entregado para señalar la celebración del matrimonio. El
acontecimiento público del matrimonio implica dar regalos a la pareja
heteaisexual. dar a la mujer como un regalo al hombre, e incluso dar a
la pareja como un regalo a los demás, a ;u|uellos que actúan como
testigos de los regalos donados? F^ie objeto adquiere su fuerza por
medio de esta sucesión de regalos donados: no se trata solo de que
llega ahí. como regalo, sino que al llegar hace visibles los otros rega
los que dan a la forma de In pareja su «certeza sensorial*.
Y entonces, cubriendo las paredes, eítán las fotografías. íolo-
grafía de la kxla. IX-bajo están las fotos de la familia. alguna<> forma­
les (realizadas por fotógrafos) y otras más inf<xmales. Las fotografías
son objetos cn la pared. Convierten a la pared en un objeto, algo para

30 Sobre Ia naturaleza miuvatla ^Kir tl gênero dc U5 economías dcl dun, ver Làvr
Slrauss. 196i9; Ruhin. I<>75 c trigaray. 19X5 Ivrfot trabajos noí kan mostrado cómo Ia
mufc^ €0<no regulo'mcrcaiKia n intcrvambiada cn^rc Ich hombre» para aMtgurar Ias
nrlavioncs dc poicnicx-o esto bacc dd regalo una cucuido de reproducción dc la s ida.
asi como dc reproducción dc Ia cultura
La vrxntacJAn texaal — 129

ser apxhcrKJido: algo dífcrcnlc al Umite de la habiución. Y así la |)a-


red a su %ez desaparece como límite cn la medida que aprehendernos
los objeu» en su supertlcie. lodos los sitios hacia los que me vuelvo,
incluso en los fallos de memoia. me recuerdan cómo el hogar familiar
coloca objetos a la vista que miden la sociabilidad en términos del
regalo hetcmsexual. Que estos objetos estén a la vista, que hagan visi*
ble la fantasía dc una buena vkia, depende de devolver esa dirección
con un *sí». o incluso con gestos dc amor, o de ser testigo dc esos
objetos como el ámbito de intimidad prefenda de uno mismo. Tales
objetos no solo registran o irnnsmiten una vida: demandan una devo­
lución. Esiste la demanda de que volvamos a ellos asumiéndolos
como encarnaciones de nuestra pajpia h¡.sioria. como el regalo de la
vida. 1^ cercanía de esos objetos (mesas, aparatos de ftfndue, fotogra­
fías) nos llevan de vuelta al fundo familiar, así como a los lados, por
medio de la proximidad que cada uno tiene con el otro, como eio que
la familia ocupa ^alrededor*. Se reúnen como reuniones familiares
Se reúnen en mesas y sobre otros objetos con superficies horizontales,
lo cual despeja el terreno.
Delante de lo que aparece, debemos preguntar qué desaparece,
hn el hogar familiar convencional lo que aparece exige seguir cierta
línea, la línea familiar que dirige nuestra mirada. pareja helero*
sexual se conviene en un «pinto» en esta línea, que es donada a la
criatura como su herencia o fondo. El fondo por tanto no está soto
detrái de la cnafara: es hacia lo que se le pide a la criatura que aspi­
re. El fondo, donado de esta manera, puede orientarnos hacia el futu­
ro: es hacia donde se le p^de s la criatura que oriente su dese<^. acep­
tando la línea familiar como su propia herencia. Hay una presión pam
que herede esta línea, una presión que puede haNar el lenguaje del
anuM*. la felicidad, y el cu¡dad:>, que nos empuja por caminos concre­
tos. No salxmtos en qué podríamos convertimos si no siguiéramos
puntos de presión, que imúnen vn que la felicidad llegará si hace­
mos esto o lo íxro, Pero estos lugares en los que estamos bajo presión
no siempre significan que nos mantengamos en línea: en ciertos pun­
tos podemos rechazar la hea«icia. en puntos que a menudo se viven
como «puntos de ruptura*. No siempre sabemos lo que se rompe en
estos puntos
Después de Uxk), esta lín^a no nos cuenta toda la historia. Debe­
mos preguntar qué queda de lado, o puesto a un lado, cn la narración
130 hc3i»<i>c<x4c|^U quccr

dc Ia historia familiar, l.o que queda dc iado, o poesio a un lado, no


llega tras cl aconiedmientc sino que rnáj bien determina la linca, per*
mitiéndolc adquirir su fuerza, l^s fotos dc la familia dan una imagen
dc la familia, a menudo como familia feliz (los cuerpos que se reúnen
sonríen, como si la sonrisa fuera cl objeto de la reunión). Al mismo
tiempo, las fotos dejan de lado lo que no sigue esta línea, aquellos
sentimientos que no encujan cn una sonri<a. hste «no*, tal y como nos
recuerda Judith Bullcr (1993h también genera una línea.
La heterosexualidad no es por tanto solo una orientación hacia
los otan, es también algo alrededor de lu cual nos orientamos? aun­
que desaparezca de la vista. No es que el sujeto heterosexual tenga
que separarse dc ios objetos queer aceptando la heterosexualidad
como un regulo pareniab la heterosexualidad obligatoria hace que esta
separación sea innecesaria (aunque llegara ser heterosexual puede xer
vis ido como una «separación*). Los olycios queer. que no permiten al
sujeto acercarse a la forma de la pareja hetcn^exual. puede que ni si­
quiera estén lo bastante cerca ctxno para «estar a la vista»• como posi­
bles objetos hacia los que dirigirse. Creo que Judith Butler (1997b)
lleva razón cuando plantea que la heteronormativ idad demanda que no
haya un duelo por la pérdida dcl amor queer; esta pérdida no deberia
ser odmitidti ni siquiera como una pérdida, y la posibilidad dc tal amor
queda fuera de akonce. Los objetos queer no están «lo bastante cerca*
dc la linca familiar como para ser vistos aimo objetos que se puedan
perder, hl cuerpo actúa sobre lo que está terca o a mano, y después es
conformado por sus direcciones hacia tales objetos, lo cual mantiene
^xros objetos más allá dcl horizonte corporal dcl sujeto hctertisexuak
Podríamos incluso afirmar que la liet^rosexuahdad obligatoria es
una forma dc lesión por esfuerzo repetitivo (LHRh Iji heterosexual i •
dad obligatoria determina lo que los cucqxY> pueden hacer. Los cuer*
pos loman la forma dc normas que son repetidas en cl oemp^t y con
fuerza. Al repetir ciertos gestos y no otros, o al ser orientados cn algu­
nas direcciones y no en íxras. los cuerpos se ven contorsionados: son
retorcidos cn formas que permiten cicna actividad udo en ia medida
en {fue iimifan la capacidad f/ara oinn dpoi de aedvidad. La helero
sexualidad oMigatoria disminuye la preipta capacidad de los cuerpos

51 OeuuToUaT^ está d'Uinciófi cfilir e^ur orientado «alrcdrdix» Ur algii > esur
.xtenudn -rM'ta* «Igt^ m d copayto siguiente
tu oncnueór mkimI 131

dc alcanzar lo que está fuera dc la línea recta. I^etcrmina qué cuerpos


-pueden* acercarse legítimamMiic como potenciales amantes y cuáles
no. Ai determinar el acercamiento de uno a ios demás, la heterosexua-
lidad oMtgatoria también determitm el cuerpo de uno m/v/
rüí eanneltídtí de acerrtímterios paiadoi. Ror tanto, el fracaso en
orientarse uno mismo «hacia» el objeto sexual ideal afecta cómo vini­
mos en el mundo; este fracasa es interpretado eotno una negativa a
rcpaxfücirse. y por tanto como una amenaza al mismo orden social de
la vida. I criatura queer solo puede, cn este deseo por la línea recta,
ser inierpreuKla como la fiienk de la henda* un signo del fracaso en el
pago dc la deuda vital de llegar a .ser heten)scxual.
Pcxiemos ver que el *tcader hacia» ciertos objetos y no hacia
otros ( aunque estos no se res'hícen necesanámenle, puede que no estén
lo sufidentemenic cerca) pnxiice lo que ptxlemos llamar «tendencias
heterosexuales», es ttecir. una forma dc actuar en el mundo que presu-
|x>ne a ta |)areja licteroscxual como un regalo social. Tales tendencias
motivan la acción, en el sentido de que permiten que cl cuerpt^ hetero­
sexual. y la pareja hetcrosexuil. se desplieguen en cl espacio. Desde
este punto de vista el cuerpo queer se conviene en una «orientación
fallida»; el cuerpea queer no se despliega en este espacio, dado que este
espacio despliega la forma de b pareja heterosexual. Por ello, la pareja
queer cn el espacio heten^xuol parece ctxno si estuviera «inclinada»
o fuera oblicua.*^ Los cuerpos queer, que se reúnen alrededor de la
mesa, están fuera dc la línea Esto no quiere decir que los cuerpos
queer estén inactivos: tal y como explicaré en d siguiente apartado, el
deseo queer «actúa» trayendo otros objetos más cerca, aquellos que no
serían -acercados» por las formas heterosexuales dc orientar cl cueqx).
Por tanto, lo que tenemos que analizar es cómo los cuerpos hete­
rosexuales «se despliegan» cn espacios, ya que aquellos espacios
se han formado adifpiando í¡uíí formas. Los espacios pueden así des
plegarse en los cuerpos, al igcal que los cuerpos se despliegan cn los
espacios. Tal y como escribe Gilí Valcntine: «las performances repeti­
tivas de la.s identidades de género asimétricas hegemônicas y dc los
deseos heterosexuales se solidirican con el tiem|x> para producir la

.t2 La mirado l>ck;ro(^\(uil pticdc iidtMeomegir e-ue eícclo quccf vicndno lo porr-
ja corax> si dcsplcgim lo fotmo heterasexuol <pi>r ejemplo. > ivndo o b Icsbtono huKh
como «el hombre* de la parejo i Ver el tercer aportado de este capitulo
132 ícenme.ic>45gük q#ntr

apariencia de que la calle es normalmente un espacio heterosexual»


(1996» p» 150, ver también Duncan. 1**96. p. 137). Los espacios > los
cuerpos se convienen en heterosexuales como un efecto de la nepeti’
ción. Es decir, la repetición de actos, que tienden hacia cienos objetos,
determina la <su(K*rficie“ de los espacios. Los espacios se vuelven
heterosexuales, lo que permite a los cuerpos heterosexuales desplegar­
se cn ellos, de modo que d eje vertical aparece alineado con el eje del
cuerpo. Tal y como señalé cn el capítulo I, la repcticitVn de acciones
(cvHno una tendencia hacia denos objetos! determina los contornos
del cuerpo. Nuestro cuerjxi adopta la forma de esta repetición: queda-
atrapadoí en ciertos ahneanúetuc^ como un e/eefo de este trol>a*
/tt. Á punir dc esto, el trabajo de la pcnepción ordiiuina, que erxiereza
todo lo queer u oblicuo, no trata solo de corregir lo que está fuera de
la línea. Más bien, las cosas pueden parecer oblicuas al principio solo
en la medida que no siguen la línea de lo que ya viene dado, o de lo
que ya se ha desplegado en el espacio cirigiéndose en ciertas direccio­
nes más que en otras. Los esiMcins y los cuerpos um los efectos de
estos dispositivos dc enderezamiento.

Lesbianas ocasionales

He planteado que el caso de Freud de homosexualidad en una mujer


debería inierjiretarse como un caso familian ya que trata dc la deman­
da de que la hija devuelva el amor familiar reprtxluciendo la línea del
padre. De hecho, he vmculadt> la obligatoriedad dc vdverse hetero­
sexual ai trabajo de la gencnlogía, que conecta la línea de la descen­
dencia entre padres c hijos con la afinidad con la pareja heterosexual,
como el punto de encuentro entre las líneas verticales y horizontales
del árbol fnmilínr. Al redirigir nuesiru uteneicvn olcjámlolu de lu ««figU'
ra desviada» de la mujer homosexual, pxiría parecer que me he salido
dc mi profáo camino. En este apartado quiero analizar las orieniacio
nes udcl mismo sexo* entre mujeres y reflexionar sobre la direceiona-
lidad de este deseo, que era después de todo el deseo que impulsaba
mi p<c3jño des4X) dc escribir sobre las orientaciones cn primer lugar.
En este apartado quiero introducir lu figura de la ^lesbiana oca­
sional* Por «lesbiana ocasional* me estoy refiriendo en píine a una
La OíitT.Laciófi «eiuaJ 133

dc las eatcgonas dc Rcud.d <»inveriído «xasionaU. que es una de las


ires categorias de la inversión, junto con el «invertido absoluto* y el
«invertido anfígeno* < IS>77. p. 47h Freud describe cl «invenido oca­
sional» de la siguiente manera: «bajo determinadas condiciones exte­
riores —dc las cuales ixupan el primer lugar la carencia de objeto se­
xual normal y la imitación— pueden adoptar como objeto sexual a
una |x:rsona de su mismo sexo» (p. 47). PodeniQ>s ver en esta desenp-
ctón que el «invenido ocasional* es una formulación pri>íundamenie
heterosexista: este argumen;o está basado en la presunción de que el
invertido, la invertida, «no es realmente* una invertida, y que ella se
«dirige* bacía «su propio sexo* solo pvN* una imposibilidad de acceder
al «objeto sexual normal*. Este modelo está cerca del estereotipo dc la
lesbiana como aquella mujer que «no puede ligar con un hombre*, y
nos recuerda la descripción de bilis de la lesbiana íemenina invertida,
que es inverso absoluto dc 5U amante: «por lo general no son atracti­
vas para el hombre medio* (197S. p. 87). Esta representación tan fa
miliar de la lesbiana txasioaal como «no atractiva* para los hombres
asocia el lesbianismo con la decepción por no ser objeto del deseo dc
los hombre.x.
Quiero cuestionar la heteronormatividud de lu categoría «inveni­
da ocasional/lesbiana* utilizando esta figura (Xira hacer cKro tipo de
trabajo diferente. ¿Qué sigrifica plantear a la lesbiana como ocasio­
nal? ¿No sena una figura bastante nira? Podemos recordar la reflexión
más bien humorística de Judith Butler sobre «salir de Vale para ser
lesbiana*, aunque ella ya «lo era*. En lugar dc ver el lesbianismo
como algo que ya se es. Butler muestra cónxi «llamarse» lesbiana a sí
misma es también hacerse lesbiana a sí misma «de una forma más
completa y total, al menos por ahora* (1991. p. 18). De mxxlo que no
se trata de que una sea simplemente lesbiana antes del momento mis­
mo en que habla de si misma como «sien<ki* una lesbiana: y al mismo
tiempo tampoco se trata de que una -no- Kea Ic&biana antes del acto
de enunciación. Llamarse a sí misma lesbiana es por tanto un efecto
de ser lesbiana (en cierto mudo), lo que de poi sí produce cl efecto dc
ser lesbiana (de otro mxxlo). Después dc todo, declararse lesbiana no
es lo que hace que se experimente un desetj Icsbiano: tender hacia las
mujeres como ol^etos de deseo es lo que impulsa a esa acción arries­
gada de autonombrarse en primer lugar. Si cl k^sbianismo lucra gene­
rado pi^r la palabra «lesbiana». enioiKcs una potíiica lesbiana sería
134__ FcfKxncnoíogüi qacer

más fácil: ¡se irutaría simplemente de difurdir la paJabra; Si


a ser lesbianas, cnionces Ias inclinaciones c inclu&o Ias tendencias no
solo precxisicn cl acio de llegar a ser. sun también lo qoc movería a
Ias mujeres hacia el nombre mismo de •lesbiana^» cn primer lugar.
Tales tendencias pueden ser bloqueadas y también como activadas: tu
lictciLx^xuaJidaü obligatoria puede incluso dcscnbirse como un bio-
quev».
Sabemos que (afortunadamente) la heterosexualidad obligatoria
no siempre funciotw. Debemos preguntar cómo las tendencias lesbia­
nas dan forma y son formadas poi cómo los cuerptts se despliegan en
los mundos; y si este deseo no reside simplemente dentro del cuerpo
Icsbiani), etSmo Ul deseo llega a sentirse <x>mo si» fuera una fuerza
natural, que es lo suficicniemcnte persuasiva como para resistir la
fuerza de la heterosexualidad obligatoria. ¿Rir qué cl scmimiento de
desear a una mujer como mujer se siente como si eso le ocuniera al
cuerpo, como si este cuerpo y aquel cuerpo «simplemente» se atraje
ran mutuamente? Las historias del deseo lesbiano a menudo tratan del
tirón de la atracción: por ejemplo. Joan Nestle habla de sentirse atraí­
da por las butehes: «puedo detectar a una butch a cien metros y ya
siento la emoción de su pixicr» (1987, p. ICO). Tener cn enana el «ti
rón» del deseo lcsb<ano es importante. Espem poder mostrar cómo la
lesbiana (Kasional es alguien que está influida por el tirón de su deseo,
que le pone en contacto con otras personas y con objetos que están
fuera de la línea vertical. Nos convenimos cn lesbianas al estar cerca
de lo que tira.
Esta idea de «sexualidad de contacto* o de volverse lesbiana por
el contacto con lesbianas*' puede utilizarse para desacreditar estas
orientaciones como «menos reales». Por ejemplo, cn la explicación de
bilis de los invertidos ocasionales, plantea que «hay razones pant
creer que algún acontecimiento, o un entorno especial, en los primeros
artos de vida tuvo cierta influencia cn transformar los instinim seuiiu-

55. «npenniM» dcl cixiLaclo está netooocioda con cl «miedo» de U culmni líele*
ronoemolivj « que bu le^biiuias icciuicn a muje^ heleros alcjémlolaik de los hombres
En otras paUbr». el mteda ccwifintiB la esqieranu de que la cercanía a taa lejana*
poedr generar posibiltdades pora otras mujeres Aunque deberoo* cueMiooai cl eMe
rtoíipo de la lesbiana rccluiadota. también puede representar la promesa de una vocia^
btlidad Icsbiami como una sociabilidad basada cn veate afectada por el contacto con
<Mnu penonas.
I ji seiuâl - 135

les cn canales honi<ií»exuales»« í I975, p. |08) Buscar Ias eircunsUncias


que expliquen ese «canal* implica que et canal es una desviación que
(íe íum no se habría producido» o sea que si este hecho o aquel
no hubiera ocurrido nos hubiéramos mantenido «en el curso*.** En
cierto xentidí^. qiiieni plantear que hay algo de «veniad* en esta ideo:
podemos volvernos lesbianas debido al coniacio que leñemos con
(Mras personas así como con objetos, wmo un contacto que determina
nuestras oricnuiciones hacia el mundo y les da su forma.
E&ta afirmación solo puede funcionar para cuestionar el helero-
sexismo si también reconocemos que la beteh^sexualidad es una for­
ma dc «sexualidad dc contacto*: tas orientaciones hetcíosexuales es­
tán determinadas pc^r el contacto con otras personas que son
construidas como accesibles como objetos dc amix por las líneas dc Ia
herencia social y familiar. El «hetemsexual ocasional* desaparece
solo cuando olvidamos que la heterosexualidad también necesita ser
explicada y que también está determinada por el contacto con los de­
más. Dc hecho» he planteado que la heterosexualidad obligatoria fun­
ciona como un fondo para la acción social al delimitar quién es acce­
sible para el amor o «con quién- entramos en contacto. Ijo ocasional
de la heterosexualidad se olvida en la misma «ceneza sensorial* de la
pareja heterosexual
Aun así» no se trata simplenente de que la «pareja lesbiana* en­
tre cn contacto. También sucede que el «contacto lesbiano» es inter­
pretado dc formas que realinean las líneas oblicuas del deseo lesbiano
con la línea recta. Hemos señalado cómo se pnxluce esto analizando
la interpretación que hace Freud dcl deseo homosexual. Es importante
ainplíur mi análisis para mostrar cómo las interpretaciones hetero­
sexuales están «dirigidas* hacia las lesbianas de formas que afectan
cómo habitamos el espacio o cómo el espacio impresiona nuestros
cuerpt>s.
Me acuerdo ahora de otra anécdexa. Llego a casa» aparco el co­
che» y camino hacia la puerta principal. Un vecino me llama. Miro
hacia arriba un poco nerviosa porque aun tengo que estaWecer «bue­
nas relaciones* con los vecinos. No llevo mucho tiempo viviendo en

54 Para una exúdente Icvtura de esta rneuUoni de U hctcroscxualidad ecxno una


curnenu o un cacuil ique cuamio bicvpca couduee a ixrvn Qi4ialef> ver Kooí» 1991»
pp 185-lW»
136 ___ KftorBciK*<3fü qvecr

este sitio y aiín no mc siento cómoda en el espacio 'iemiptiHieo de la


calle, hl vecino musita algunas palabras que no loga» entender, y Itic-
gil pregunta: «¿Esa es tu hermana, o tu marido?». Entro nipido en la
casa sin responder, l-a frase dcl vecino es bastante exiraordinana. Hay
dos mujeres, viviendo juntas, un por de personas solas en una casa.
¿Y lü que ves?
La primera pregunta interpreta a las dos mujeres como herma-
ñas. ubicadas una junto a otra en una línea horizcmial. Al ver una rela­
ción entre hermanas en lugar de una relación se.suul. ta pregunta cons­
truye a las mujeres como «iguales*, como st son hermanas. De esta
forma, la interpretación evita ta posibilidad del lesbianismc». y a la vez
la reclama, porque repite, aunque de diferente forma, la construcción
de las parejas de lesbianas asmo parientes: las lesbianas a voces son
representadas •como si» pudieran ser hermanas debido a su •parecido
familiar». 1^ fantasía de la «semejanza» de las hermanas (que es una
fantasía en el sentido de que «buscamos» una .semejanza como «sig­
no» de un vínculo biológico^ toma el lugar de otra fantasía, ta de la
pareja lesbiana como iguales, y como «tan» iguales que amenazan con
fundirse en un solo cuerpo. Una vez comí esta anécdota en una confe­
rencia. y otra mujer me dijo: *Péro es sorprendente, ¡sí sois de dife­
rente ni/a!» Aunque yo no lo hubiera plomeado así. el comentario me
dio que pensar. «Vemos» como iguales significaba ^pasar
(os sif^nox de (a diferencia^ aurK)ue estas diferencias no es algo que los
cuerpos tengan simplemente en forma de posesiones.
Pero el iiuivimiento de la primera pregunta a la segunda pregtin^
ta. sin ninguna |xtusa o sin esperar una respuesta, es realmente e.x-
tnaordinario. .Si no es hermana, entonces es marido. La segunda pre­
gunta rescata al que haMn al colocar a la pareja r>o como una mujer (lo
cual inclusc» en la forma dc los parientes xcorre el riesgo» de exponer
eso que no se nombra) sino como un van^ 1^ figura dc «mi marido»
funciona como otro sexual Icgílimn. «lu ora mitad**, una pamja .sexual
con una cara pública, Ptu- supuesto, podríi estar haciendo mis pn»pias
presuposiciones al tMantcar esta lectura. 1.a pregunta podría haber sido
más compleja, una pregunta en lu cual «marido» no fuera necesaria­
mente una referencia a «varón», es <kcir. <el marido» podría rderirse
a la amante buich. amante butch sería visible en este enftxjuc solo
en la medida que «ocupara el lugar» dcl marido. En ambos casos. In
fra.se relee la forma oblicua de la pireja lesbiana, dc un modo que en
La oncfUariÒA «exuAl 137

dereza esa forma dc tal manera que parece heterosexuaL De hecho, ni


siquiem se ir&tu de que la frase se mueva desde un ángulo queer a una
línea recia. La secuencia de b frase plantea dos lecturas de la pareja
heterosexual, y ambas tuncioram como dispositivos de endere/amien-
to: rf no son /femkrrwj. enrí>zir^s iOn nutritlny mujer La pareja lesbia,
na cn efecto desaparece, y yopM supiiesio salgo de la escena. Pode-
mos volver a mi cita inicial de Merleau-Ponty: es el trabajo ordinano
de la pcrcepctán lo que endereza el efecto queer: en un ahnr y cerrar
de ojojí, la inclinación del deuo lesbiano ha sido enderezada.
Esta anécdota es un recordatorio de que la forma en que son ¡n-
terpreiadas las lesbianas a inerudo busca alinear su deseo con la línea
dc la pareja heterosexual o incluso con ta línea familiar. I desapari­
ción del deseo lesbiano simultáneamente implica el Ixirrado de los
signos de la diferencia. Cuando las lesbianas son representadas conn^
deseantes de una forma que está fuent de la línea, este deseo a menudo
es considerado como falso o como una caameia, por la presunta
ausencia de «diferencia». Que el deseo lesbiano por lo general sea
descrito como «deseo dcl mismo sexo» (por ejemplo, /tpmascxual>
funciona de formas muy cspcciTicas, Esta asociación entre homose­
xualidad y semejanza es crucid para la patologi¿ación de la homose­
xualidad como una |)erversió<i que deja el cuerpo apane. Esta idea,
que las lesbianas desean *el mismo (sexo)» al desear a las mujeres,
debe ser cuestionada. Tal y como afirman OXonnor y Ryan: «otra
forma en lu que el género puede ser interpretado demasiado literal­
mente es que se convierta en Ia figura que define las relaáoncs lesbia­
nas I .a acusación de que las relaciones homosexuales ««niegan la dife­
rencia*» nos es familiar. Algunos psicoanalistas ven la semejanza de
géneni como una barrera en sí misma para el deseo sexual •‘real*, que­
riendo decir que estas relaciones con inevitaNemente narcisistas y que
niegan la diferencia» (1993, p. 190), En otras palabras, que las mujeres
deseen a las mujeres no significa que deseen lo mismo: la semejanza
así como la diferencia son inventadas por una fantasía (l^illips. 1997,
p. 159), La pa>pia idea de que las mujeres desean a las mujeres por la
«semejanza» se basa en la fantasía de que las mujeres son «lo mis­
mo».
EJsta fantasía también se escenifica en los enfoques psicoanalíti-
cos de la «fusión lesbiana», con la idea dc que las mujeres, cuando
tienden unas hacia otras oírno objetos de deseo, tienden a perder cual-
13M Fraurcef^elofoa queer

quier sentido de diferenda?’ Tal y coitk» explica Beveriy Burch: *hi


explicación psicoanalítica tradicional dc h fusión cn Ias parejas lesbia­
nas se basa cn asunciones de la patología: lu homosexuahdad es un
•‘retraso cn el desarrollo”. o una fahn de límites personales, resultado
de unas carencias en la primera infancia* (1997. p. 93). I\xtemc» ver
esto cn cl trabajo dc Margarct Nichols. quien describe la icndencia *de
los cmpoicjamlentos mujer-con-mujer a ser ceivunos c íntimos, a veces
con un exceso patológico* (1995, pp. 396-397». Más adelante sugiere
que <>en una relación fusionada, soloexiste una entidad, no dos)» (1995.
p. 398). Esta fantasía dc la fusión lesbiana puede incluso funcionar
como un caso de coniratransfcrencia: ur deseo de fusionarse con la
lesbiana, de incorporar su fuerza, de deshacer ia amenaza que plantea a
la linca que se asume para dividir los sexos y para llevar cl uno al otro.
La amenaza dc la fusión es atribuida a fó pareja del mismo sexo más
que a la pareja heterosexual, en pane conu) una respuesta a la presun­
ción de que la «diferencia*, descrita cn té minc^is dc oposición, mantie­
ne cada sexo en línea. Además, la idea deque sin hombres las mujeres
se fusionarían, construye a las mujeres como carentes, cn la medida en
que valora conceptos dc separación y de autonomía que aseguran al
sujeto masculino y heterosexual como un ideal social y corporal.
1^ fantasía que determina esta línea argumentai es que lu hetero­
sexualidad implica amor por la diferencia, y que este amor es ¿tico
por su apertura a la diferencia e incluso al otro (ver Warner. 1990,
p. 19; Ahmcd. 2004a). El sujeto heteanexual «<sc alinea» al ser un
sexo (itientiricación) y tener al otro (dcMx». Ya he cuestionado esta
presuposición ni plantear que la obligatnnedad dc ta intimidad hetero­
sexualidad produce una semejanza social y familiar. Podemos cuestio­
nar la presuposición dc que el deseo exige «sigmvs» de diferencia,
como algo que coda cuerpo debe «tener* en relación con «otro*. Al­
gunas personas Iwn planteadn que debenamos croiizar la semejanza

35. Bh MipuciiQ. rsu fonuua dr fu&ión le^biau or» «c repite wtiínmu cn U lite
raium pMvoimalñtcu. Moo umbi^n tkntm <k Ui cukuni lesbtaiiA. tji míe IJic ¿ Word
por eiempto juega rcpctidantcntc coo eiu ÍAniatía «wno un nesgo uxud lura las pare­
jas y |Mni la coenunidad Para algunos, fundirve puede dc hecho ser experímeniudo
como un nesgo autéctico en ta* relaciones íntima* mire mujeres, quienes pueden estar
más cnentuda* kncia la intimidad dado el «irabajo» social que e* asignado a la íemini-
dad lx> que estoy* cnUcandó aquí es cdnto la fantasía de la fusión lesbiana funciona
para patoíogtxar el lesbiani smo como la pérdida de ta diferencia
Lil crttnlAción «cAuaJ 139

«en líneas difercnies» como fonna de cuestionar lu ecuación de deseo


y diferencia (Bersani. 1995). Vo propondría que ta distinción misma
ieuaidad.diferencia puede ser cuestionada, especialmente en la medi­
da que la distinción se basa cn diferencias que se supone que son inhe­
rentes a la forma corporal y a caerpoí» que ya son coheamtes.
En scxülogía. la idea dc que el deseo necesita de signos de dife­
rencia se ha asumido a priora Por ejemplo. Filis plantea que * incluso
en la inversión la imperiosa necesidad de una cierta oposición sexual
—el anhelo por algo que el amante no ptwe él rnis/no^ sigue funao-
nando con mucha fuerza* (1975, p. 120, la cursiva es nuestra). Podría­
mos señalar, en pnmer lugar, qx la diferencia se convierte cn desea-
We sNo si hay una fantasía de posesión: que hay cosas que poseemos
y otras cosas que no. de tal modo que las cosas que «no*, pueden ser
poseídas para completar nuestras posesiones. En cierto modo, el deseo
por el «no* sostiene esa fantasía dc posesión, de orientación sexual
como una relación dc «tener», aunque $i uno «tiene* lo que «no* es.
este «tiene* amplía lo que uno <es>.
E«s en este contexto en el que Ellis interpreta lo que ahora llama­
mos huteh-femme como un intento dc crear diferencias por medio de
la adopción de roles masculinrs y femeninos < 1940. p. 120). Es útil
recordar su insistencia en la diferencia sexual eexno origen dcl deseo.
1^ ixxrión de txjtch-femine ha ndo un lugar de conflicto intergenera­
cional dentro del feminismo Icsbiano y tamiáén entre el feminismo
lesbiono y las políticas queer (ver Ncstic, 1987. pp. 543-545; Munt,
1988b. p. 2; Roof. 1991. p. 249; Case. 1993: Gfwz. 1995. p. 152; New.
ton, 2000. p, 64). La crítica feminista lesbiana de la mvión buteh-
femme (como algo que asimila el modelo de la hcten>sexualidad como
vanSn-mujer) ha .sido interpretada por las leckicaíi queer como «antise­
xo* y como una forma de prejuicio clasista contra las lesbianas de
clase trabajadora, para quienes la cultura de los bares «buteh-femme*
era y es una realidad vivida como algo importante (ver .S’cstic. 1987).
Pero si recordamos el modelo sexológico. que ve la necesidad dc la
ncKitki butch-femine en la «ausencia» de umi diferencia (.sexual) entre
mujcre.s. pcxlcmos ver el fundamento de la crítica lesbiana feminista.
La crítica a la noción buich-fcfrmc era una crítica a la posición ideo­
lógica que asume que las lesbiana.s tienen que crear una línea que no
tienen «naturalmente*, con el fin de crear lo diferencia y de experi­
mentar el deseo.
140 FcTomencKo/íii quccr

A Id luz de esta historia* yo diría que las feminislas leshiunas


llevaban razón al hacer esta crítica, pero fd/^ntíficahtut dv ftfrma
el ohjrra de su críuca en los cueqpos dc las lesbianas buteh y
femme. Ijt crítica debe ser entendida como una crítica dc la presupo
sición de que la noción buichdcmmc es rirersaría pora el deseo les-
biano. Podríamos pensar al leer la obra de Ncstle que las lesbianas
feministas inventaron la idea de que las tuich-fcmme eran «estúpidas
réplicas hetcn>sexualc5» (1997. p. lOOr* Sin embargo, no lo hicieron;
esta lectura dc la noción buteh-femme (definida de forma problemáti’
ca en términos dc lo congéníltvlo abs<4utc y de la invertida ocasional)
era parte de la tradición sexológicu que has feministas lesbianas se
arriesgaron a asumir. Criticar el modelo scxológico de la ncK'ión buich-
femme como algo necesario para el deseo Icsbiano íue un acto de ge­
nerosidad. Por supuesto, la lectura queer dc la noción buteh-femme
como algo que im^ es una copia de mascuhno/'fcmcnino —como algo
que no sigue la línea recta que divide los cuerpos— es vital (Butler,
1991, p. 22). Lu noción buteh-femme no es una copia dc una cosa real
que exista en alguna parte, más bien es un espado importante para el
juego erótico y la performance. Me gustaría pensar que la crítica femi­
nista lesbiana y la lectura queer pueden compartir cl mismo horizonte
político y sexual, y si es así. planteo que lo butch y lo femme son para
las le.sbianas posibilidades eróticas que pueden generar nuevas lincas
de deseo solo cuando son simplemente eso: posibilidades y no requi­
sitos.
Después dc todo, la idea de que el deuro Icsbiano exige una línea
entre butch y femme fue objeto dc una crítica Interna dentro dc las
culturas buteh-femme Fji las novelas y ci otros textos sobre la cultu­
ra de los bares de lesbianas en Estados Unidos, por ejemplo, las pare
jas buteh-femme no solo aponan «complejas declaraciones eróticas y

56 Al kcr la nbra dc cnirc otras cscntonu rodicaks dc lcnia% qucct > sexua­
les. inc ba sorprendide» ver çuânlu poder se atribuye i Ia Hx^ni de b «ícmiaíMa lesbia
na» Kta f tfura ex coastrutda de forma muy similar a como e« veprescatadA cii Ia eul
tura po|*t«lar mavoritaria: como Indopodcrova. n>oniliMa»afuafiesUx. puritana y nada
«cx> Ya cs hora dc eoata* olra hssuina. una historia que al menm apare/ca loo cierto
reconocimiento a nuestra deuda ciw los feminisüiK lesbianas que íucrxm tan v uJicnies
como pura denunctar loa lormaa dcl poder heicroscsuol y masculino en lo«( aftni 64) y
70.1-Mf» au quiere decir que tendamos que ideali/or estos íeminisnxH, sino más bien
que deberiamos evitar dcmociiyarto* Ver Rubín. 1991, p. ¿8. quien deaenbe a los íemi-
nnU» «autiscxo» y «antipurno* como priivipantex dc una •dcmotxdoyin»
Ij| <xirnurià>fi sexual 141

sociales» (Nesde. 1987» p. lO:)). también son descritas como formas


sexuales y scvialcs potencial neme restrictivas, fcn la obra de Leshe
Feinl>erg Srone fíuteh Blues^ la protagonista buich transgénero Jess
reacciona con un horror coqxral cuando su amiga hutch sale del ar­
mario declararuto que tiene ura amanto butch: «Cuanto mds penMtm
en ellas dos como amantes, más me molestahu. Era como dos tíos.
Bueno, dos tíos gais estaría bien. ¿IVro dos butehes? ¿Quién era la
femme cn la cama?» (2003, p, 202). En la obra de Lee Lynch The
Swtííhbuckler, la protagonista butch Hienchy no puede gestionar su
destx) por ntni butch, Mercedes: «Quizá esta Mercedes podría camitiar
su rollo, porque ella, Frenchy, no podría sentirse atniída por una
butch» (1985, p. 45). Ese deseo de buteh-a-buteh se sierne como impo
siWc, como st eso dejara el cuerpo butch sin nada que liacer, casi cor­
tando en estas novelas con amistades, relaciones, y con la comunidad.
Esto iKi supone una crítica a la loción buteh-íemme como si fuera una
forma ilegítima de pareja erótica (aunque podna sen ir como una pre­
caución para evitar cualquier idealización de una forma de contacto
sexual sobre otra), sino mostrar que trazar «una línea divisoria», pue­
de a stí vez hacer que sean inwiviblcs otras formas de deseo sexual,
aunque esa linca no siga la línea recta
Es significativo que Ellis también mencione «la raza» como otro
signo de diferencia «utilizado» por las lesbianas para generar deseo.'-
En una nota al pie afirma que le han dicho que «en las prísiones de
HE.UIJ., son habituales las relaciones lesbianas entre mujeres Naneas
y negras» (1975. p 120). Utiliza este ejemplo para apoyar la tesis de
que las lesbianas tienen que inventarse una diferencia con el fin de
desearse mutuamente. Por supuesu^. podemos señalar lu naturaleza in­
ventada de todas las diferencias, incluyendo las diferencias que son
cacadas por la línea que diside los sexos. Pero lo que necesitamos es
una crítica aún más profunda de la idea de que la diferencia solo adop­
ta una forma morfológica (razív.scxo) y que esta morfología viene
dada al mundo. Una fenomenologíu de la raza y del sexo nos muestra
cómo los cuerpos son racializados y sexualizusdos según cómo se
•«despliegan» en cl espacio: las diferencias vienen determinadas por
cómo ocupamos cl espacio, o por cómo nos crientanios hacia los obje-

57 Ver Slartiii, 1996. p S6 para una :ni>ca óe (a anolonia enue el coeceplo butch-
íemme y la intimidad IcUxaiM intrmiciúl
142 l-eiKmranl<i(u qu«r

los y hada los demás (ver también capítulo 3). Como tal. el deseo
lesbiano, el contado entre cuerpos Icsbianos. implica diferencias, que
toman su forma por medio del omtacto y que están determinadas por
contados pasados con otros cuerpos. La^ lesbianas además itcnen di*
fercnies puntos de llegada, diferentes formas de habitar el mundo. Fl
deseo lesbiano se dirige hacia otras mujeres, y *dada*» esta dirección,
este deseo encuentra la diferencia. Esa< otras mujeres, sean cuales
sean nuestras diferencias, son otra cosa ^ue una misma: al dirigir el
deseo propio hacia otra mujer, una está dirigiendo su deseo hacia un
cuerpo que es diferente al cuerpo propio. De hecho, tal y como nos
muestra la obra de Luce Irigaray (1985). la idea de los sexos como
«opuestos» es lo que construye la hctcR«sexuaJidad tal y como se la
describe habttualmente. como la negación de la alteridad de (otras)
mujeres. El contacto lesbiano inaugura posibilidades eróticas para las
mujeres al negarse a seguir la línea recta, lo que requiere que «aposte­
mos por un lado-, estando en un lado o en otro de una línea divisoria.
Eodemos recordar la distinción dc Teresa de l^urctis (1994.
p. xlv) entre lesbianas que *siempre fueron así» y aquellas que «se
vuelven lesbianas». Esto no significa que las que «siempre fuenxi así»
no tuvieran que «volverse lesbianas»: simplemente se volvíenm les­
bianas de una forma diferente. Aunque las lesbianas pueden tener di­
ferentes relaciones temporales pura «volverse lesbianas», incluso las
lesbianas que sienten que «siempre fueron así», tienen que «volverse
lesbianas», lo que significa reunir eutx teudencias en formax sexuales
y .sociales ejfpecíficaa. Esta reunión requiere un «cambio-de-costum-
bres», tomando el término de Teresa de Lauretis (199*1. p. .300): requie­
re una nroriemación del propio cuerpo dc tal nuxk) que otros objetos,
aquellos que no son accesibles en las líneas verticales y honztmiales
de la cultura heterosexual, pueden alcanzarse.* FJ trabajo de reorien-
Uición debe hacerse vi.slble como una foma dc trabajo.
O podemos decir que las oncniaicioncs también implican trabajo,
un trabajo que está oculto hasta que las orientaciones ya no funcionan.

híU reílcxióo sotifc rí «cimbio dc cosrumbrvs^ supere que las lesbiana, al do


ngirx iMcia Im muicres deben también tfmrar otras tifun de diwri/wj, Lo» kftbüiia^
iw> neeesanamcnic >c alcjait dr hombre*, pero d^ben alejarse de la obligacióo cul-
lunü que define «u «exuaiidad como dingida hada Im hombres, te que exige más de
ima rrdinecebóQ. va qtie evia nbtigactóa e» «Impsiesta» por medio dc la ley. la cultura >
(a eennomía pothica
La comucjóo «luü__ 143

Algunos crüKos han planteada que rvenipkKcmos cl término *onen-


lación sexual» con d término «sexualidad* porque el primero está
demasiado €eriiradi> en la relación entre el deseo > su objeto. Como
señalan Badén OlTord y LeonCantrell: «el término sexualidad se uti­
liza aquí en lugar de orientacuSn portiuc implica autonomía y fluidez,
en vez de estar oricntiukí hacia un sexo» (1999. p. 218)?’ Yo diría que
estar orientado en diferentes sentidos importa precisamente en la me­
dida que estas orientaciones determinan lo que hacen los cuerpos; no
es que cl «objeto» cause cl deseo, sino que ul desear ciertos objetos
siguen otroÁ anai, dado que k familiar y lo social ya está organizado.
Sí que «marca la diferencia» para las mujeres estar scxualmente orien­
tadas hacia las mujeres de una orma que no se basa sdo cn la relación
pn^pia con un objeto dc deseo. En otras palabras, la elección dcl obje­
to dc deseo de cada uno marca una diferencia con los otras cosas que
hacemos. En cieno mtxio. estoy planteando que el objeto en la elec­
ción sexual de objeto es pegajoso: otras cosas «se pegan» cuando nos
orientamos hacia los ot^etos, especialmente si estas orientaciones r>o
siguen la línea familiar o social.
Entonces, sí que impona cómo estamty> orientados sexualmentc:
ser queer también importa, aunque ser queer no se puede reducir a
objeu» o a malas elecciones dc objeto. Una tetkica queer sugirió una
vez que la idea de que el sexo dc la persona amada marque la diferen­
cia es tan «tonta» como la idea de que marque la diferencia el tipo de
mercancía que uno compra en cl supermercado. Ademá.s, argumentaba
que «cambiar el sexo» de la pe?iona amada no supondría una diferen­
cia. ya que nuestras propias historias psíquicos no dependen de ese
sexo. Este argumento se basa cn una analogía débil, como si las perso­
nas «cambiaran» de orientaciones como pueden cambiar de marcas.
Tal y como he planteado, puede llevar mucho trabajo cambiar la
orientación propta. ya sea sexual o de otro tipo. Este trabajo es nece-
precisamente |xjfquc algunas orientaciones vienen dadas social-
mente al ser repelidas a lo largo dcl tiempo, en una repetición que a
menudo está oculta. Desplazar la orientación paipia dc heterosexual
a lesbiana, por ejemplo, exige habitar de nuevo el propio cuerpo, dado
que cl propo cuerpo ya no se despliega en el espacio ni tampoco en la

59 Ver tambidfi Sedfwick pnia uiu inticA «Je lu <qui|uinivió<i cnlrc •nncniiKkHi Ae-
xiaaI» y el •fíeurin de b eleccU>n de otieU>* (1990. p 55).
144 Fcrx’mcnoí i& queer

piel dc lo social Por ello, el sexo de la eleccióo de objeto de ia perso-


rui no irala M)loóo¿>Fr el objeto, ni siquiera cuando el deseo se «dinge»
hacía CSC objeto: afecta lo que podemos hacer, dónde podemos ir.
cómo se nos percibe, etc. Estas diferencias en cómo dirige la persona
el deseo, y cn cómo es viMa por los denás. puede wimovemos* y por
lamo puede afectar incluso los patrones más arraigados de cómo nos
relacionamos con los demás.
Un ejemplo que me viene a la cabeza nos remite a la facilidad
con que Uis cuerpos heterosexuales pnicJen habitar cl espncio público.
Cuando yo vivía en un mundo heicro^xual (conviviendo con otro
cuerpo, lo que significaba vivir la forma social de una buena pareja! y
había aceptado mi herencia por medio Je lo que hice con ese cuerpo,
mi relación con el espacio público fue en cierto modo al menos bas^
tante fácilPodía besar y cogerme de la mano con un amante sin
pensar, sin dudar. No veía otras formas de intimidad, aunque se estu­
vieran mostrando. Estas intimidade** estaban ccxno un telón dc fondo,
como un modo de ver a los demás y de ser vista. En una relación les­
biana tuve que habitar de nuevo el espavio, en parte aprendiaido cómo
ser más cuidadosa y viendo lo que antes estaba en cl fondo, ronw
cuerpos y cosas reunidos de formas eipecfftcas. Para mí. fue como
vivir en un nuevo cuerpo, ya que este ponía algunas cosas «fuera de
mi alcance»», cosas en tas que ni siquiera me había fijado cuando esta­
ban a mi alcance. En cierto mtxio. mi cuerpo ahora se despliega me­
nos fácilmente en el espacio. Dudo, porque me dtn cuenta de lo que
está delante de mí. Esta vacilación no s; ^pçira» ahí, sino que ha redi
rígido mi relación corporal con el mund;>. e irKiuso le Iva dado al mun­
do una nueva forma
E.S10 no quiere decir que cambiar de oricntacitSn sexual signift
que que ^trascendamos* o rotnpamos con nuestras historias: quiere
decir que este desplazamiento en la oneniación sexual no se puede
vivir ccimo una continuación dc una linca antigua, dado que c€tas
orientaciones afectan a oims cosas que hace el cuerpo. I>csputfs de
todo, sí la heterosexualidad es obligatoria, entonces incluso el movi­
miento positivo del deseo lesbiano sigue determinado por esa obliga-

40. ksiti en *cr<lad en alguno*» a&pccu». perú o> cn ocro^. Mu pnmeras cxpchcocia^
del cspaicio ptiWico hnplKarcxi enífenurme «I racUmo Ver el capñulo siguicnic puní
bi) AfUlíM» 4e hl rM'MiUxiiciófi del cspaviü
Ua txitrtüic ac iuMl - 145

loriedad» que inicrprelu Ia expresión de eic deseo como una herida


familiar > social«o incluso como una dirección errónea de Ia pena y
dc la pérdida. Enfrentarse a la homofobia, así como a la orientación
del mundo ^alrededor* dc la iKteroscxualidad. determina las formas dcl
contacto Icsbiano como un contacto que a menudo está oculto dentro
de la cultura txíblica. Actuar según el deseo Icsbiano es una forma de
reorientar la relación propia no solo hacia las parejas sexuales, sino
también hacia un mundo q«e ya ha «decidido* dc antemano cómo
detKn orientarse los cuerpos.
Vemos que lleva iicmpj y trabajo habitar un cuerpo Icsbiano: el
acto de dirigirse hacia otras mujeres debe repetirse, a menudo frente a
la hostilidad y lu discriminación, para agrufsar esas tendencias en una
forma st>steniblc. Como tal. las tendencias lesbianas no tienen un orí*
gen que pueda ser idcniificaJo como «externo» al contacto que tene­
mos con los demás, como un contacto que determina nuestras tenden­
cias y les da su forma. I^s tendencias lesbianas se ven afectadas por
una combinación de elementos o acontecimientos que son imposibles
dc representaren el presente y que nos activan «volviéndonos lesbia­
nas* para salir de la línea y estar abiertas a posibilidades que no son
accesibles, o que incluso se han hecho imposibles, por la misma línea
que divide los sexos y orienta a cada uno hacia «el i.Mro*. I^ra re­
flexionar sobre las tendencias lesbianas —y cómo las lesbianas «tien­
den haciUM <Mras lesbianas en lo que puede describirse como los place­
res de la repetición— ¡xideíiios analizar cómo el deseo lesbiano está
determinado por el contacto con los demás, y cómo ese deseo activa
puntos de conexión que son discontiniKis respecto a la línea recta.
El deseo lesbiam^ puede ser repensado como un espacio pañi la
acción, una forma de despicharse de forma diferente en el espacio por
medio de esa tendencia hacía «otras mujeres*. Esto hace que «volver­
se lesbiana* sea una experiencia muy social y nos permite repensar el
de^eo como una forma de acción que conforma los cuerpos y los mun­
dos. Sal 1 y Munt. por ejernplc, sugiere que «el deseo está implicado en
t(xlos los aspectiM de vivir una vida lesbiana: es la gasolina dc nuestra
existencia, un movimiento de promesa* (p. IO|. EIspeth Erobyn
describe el deseo como «pnxluctivo. es lo que lubrica las líneas de lo
social* (IW6, p. 13), El deseo es, después dc lodo, lo que hace que
nos acerquemos a los cuerpos. Digamos lo rná.s obvio: el deseo lesbia-
no pone a las mujeres en un xconiacto* maís cercano con las mujeres.
146 _ Fetuimennlofí» qurer

Tal y como plantea Elisatxih Gnosz. « as relaciones sexuaJes son con-


liguas con erras relaciones y una pane de ellas —las relaciones del
escritor con el bolfgrato y el popel, el cullunsia con las |)esas, el buró-
crala con los archivos» (1995, p. 181 >. La intimidad del contado deter­
mina los cuerpos, ya que orienta el uno hacia el otro haciendo diferen­
tes tipos de trabajo. Al estar orientados hacía otras mujeres, los deseos
lesbíanos también acercan algunos ol>jetos, incluyendo objetos sexua­
les así como otro upo de objetos, (/ue de otro modo no hubieran sido
accesibles dentro del horizonfe corporal de lo social.
ti contacto lesbiano oscila entre formas de proximidad social y
sexual. El argumento de que el contacto lesbiano es »más que sexual»
puede verse como una declaración «aniisexo» o «antierática**. o un
regreso a la noción de ««identificación con la mujer» o incluso al con-
tinuum lesbiano/' Coincido con Teasa de Laurctis (1994. pp, 190-
198) en que estas ideas, que están bellamente expresadas en la obra de
Adrienne Rich. subestiman los aspectos sexuales tkl lesblanismo ya
que presuponen que las mujeres que se identifican entre sí. sin contac-

41 Lji erftíçA lednaiia a la idmüficaciófl como muíer y la enhot qtircr a U cnuci 4el
femifUMnn lesbiano dc tas pniebeas sadomosociiutai han sMo ton cxtawtidM que hoy
o dlficU muginar qac hu feminiMot Icdnano^x^ di\ irticroin dc alguna manera m kn
70. Aunque camt>aru> la símód dc que cl IcibMnumo es una onentacióo acxuoI. que
tiene que ^cí con el dcKo mis que coa la idcflifM;ación (o eo<i cl deseo y coa la idcfb
dílcaciófii, >o cocstioMría la distinción enue • prosexo» > «antisexo» que hoce en
algunm tnihnjai^ queet. Lalos trabajos ttenden a plaoteair un nuevo conjunto dc «xlcale*
Kxuaic» basados en la libcracióa de lo que ab^ni se conoce como los Unninos mora
lizaotes del íemimsmo lesbiano radical, como explica Dianc Richardson (2000, p. 64)
De beebü. lev endo harta atrás desde lot estudios queer a las obro» iniciales del femi­
nismo nadjcai. me sorprendió descutsrtr que las obras más eróticas y atrevidos, las
obras que mi» me emocionaron, fueron los tc.sUs iniciales. Las otxoM de Las femintsus
lesbianas odkale» me poreelemn erótteav y tanbiCR exigentes iocluu* en la forma dc
criticar la relación entre sexo y poder Estas Icministas lesbianas, ol escñbir sobre el
poder de k» hombres, también buscobun más alá dc tu» criucas un nuevo socobulono
sexual donde el deseo dc las mu/eres hacia las nujeres pudiera ser expresado con otros
paUbfw». Mariisn Fr\e. por ejemplo, deoMicitie wa v<HM»bsdiuno scMual que abierto
a los diferentes posibiltdodcs dc actívidnd cuando loa cuerpos de las mujerev se acer­
can «que hayo no concepto abierto, gcucrow > amplio que comptetxia todos los ocun
y aclis idudes con los que generamos unas con otras placeres y emociones, ternura >
éxtasis, pasajes dc carnalidad apasroiiada o dc diversa duocidn o profumlidod Todo
drsde la vainilla al regutu. desde lu )wrt* hiuta la cahuretera. desde cl icrvtupelo bada
el hielo, desde las caricias Itoxta Ich codos, desde las carcajadas hasta las lágnmoss
< 1990. p JI4) Al proponer tin vocabulario para el sexo lesbiano. Eryc v otras fem}i>Í!S-
(aa lesbianas rodiadea asumen que las onenucuiues lesbianas pueden adoptar muchas
formas wciolca y sexuales preetsamenu porque no dependen de kn téraniocn que apa­
recen en los vocabulario sexuales existentes
[ji oriratactóo srxiul 147

IO sexual, pueden ser pun.os de Ia misma (oblicua o diagonal! línea


del deseo Icsbiano. Sin embargo, al mismo tiempo no necesilamos sa­
car el «sexo* fuera del lesbianismo pora explicar que la sociabilidad
lesbiana tiende lucia otras mmervs de otnis formas además de las se*
xuaies. o de las basadas únicamente en el deseo. Los vínculos lesbia-
nos pueden implicar orientaciones que tienen que ver con luchas com­
partidas. orígenes comunes, y aspiraciones mutuas, como vínculos
que se crean pcx medio de las expenencias vividas al estar <$¡n línea»»
y «fuera de la linea/». Estar orientadas sexualmente hacia las mujeres
como mujeres at'ecta a otrtis cosas que hacemos.
Es en este sentido eri el que planteo que cl deseo lesbísino es
contingente, como una forma de reflexionar sobre la relación entre
el contacto sexual y social Es útil recordar que la palabra «contingen-
te> tiene la misma ruíz launa que la pulabrB «contacto» (connngere:
eom-, con. tangere, tocan. Iji contingencia está vinculada a este tipo
de sociabilidad dc estar «con* otros, de acercarse lo bastante como
para tocarse. Comenzar a pensar cl lesbianismo como contingente es
proponer no solo que nos solvemos lesbianas sino que este devenir no
es algo solitario; está siempre dirigido hacia otras personas, aunque
sea imaginariamente.
El contacto Icsbiano por tanto implica una acción social y corpo­
ral t ver Hart. I W(»; implica una forma diferente de desplegar el cuer
po en el mundo por medio de una reorientación dc la relación cxm los
demás. 1.a figura de la lesbiana lectom puede ser útil aquí. De nuevo,
se trata dc una historia familiar, pero merece la pena contar lo fami­
liar. Cuando me «volví lesbiana» comencé a leer ávidamente. lx*ía
tcxlo lo que llegaba a mis manos. Cuando leí por pnmera vez £7 poo/
de la soledad, que leí tra.s haber leído obras muy posteriores, me sor­
prendió lo mucho que me emocionó; este libro es citado en muchas
novelas posteriores no solo como «la biblia lesWana» (como una no­
vela que adquiere su carácter social al circular, al cambiar de ittanasK
sino también como una historia más bien deprimente. 1.a ntwela narra
la historia de Stephen Gordon. quien es descrito en la niévela como un
invertido, cuya vida se precipita hacia el «final trágico y terrible* que
parece ser la única trama posiNe para la inversión (Hall, I9H2. p. 411).
Como sabemos dc las lcctara.s de Ellís y Ereud. la inversi<Sn fue utili­
zada como una forma de iiterpretar la sexualidad lesbiana (si ella de­
sea a las mujeres, debe ser un hombre). I\>r ello, cl invertidla represen-
14« Fcnomcnoíof ú queer

Ca y sustituye a la vez la figura de la lesbiana, es una forma de


presentarla que también la bona. lo que no quiere decir que debamos
asumir que el invertido solo pueda significar esto.^' A lo breo de la
novela Stephen tiene una serie de aventuran amorosas triigicas \ des*
graciadas, que terminan con su relación con Mar) Irwellyn, que es

42. Iji cfilK* ha |M>ntcadi» U ptrjuni.a de m cUji un* tuivrU Mibrr Km


ejemplo. Ja) Pro^&er ha plaoleado que debidrumes leer esta norria oo como st iraura
del deseo kvbiBnn. sino de l« ólciiUfkcació* trdmexuil * 1998. pp 135 169» No creo
que tenjiB *ettud«.> debatir «obre cómo anaJtzar a Siephen. como «í huhera una «>er
dad* que podieni leerte en tu iotenof,qiK pudiera denubrirse por medio de Ui leetum
de b muración como li bstoni de un cow tx) que podemos decir et que debido pre­
cisamente a lo imbricadas que estiban b hcnx*wxualidad y la invcrstón eo loa eteritos
sexolóficQs de b época. *«l invenido» era uiu de las formas en que cm pinubk artku-
br ptiblicamenie b homosexualidad a el lesbxanismü Al mismo tiempo, dado que «b
íntcrUiSri* no tiene neceuriamente un referente, him^ién podía representar otras for-
iivis de no «epiür las líavas de la heterosexualidad ) Jet género, tua novela puede ser
leída buscando seriales dcl de^o ksbiano. )^n de la experiencia inins hslos lecturas
sigiuficnn que no proponemua que la novela trate de lo pnmen} o de lo segundo, sino
que más bien muestra una vcMuntad de pasar la mneU a los demás. IjO que hace a los
novelas lesbtanas o transgénero ex en parte lo que m» permiten hacer, al leer, hablar,
pensar sobre ellas Koí ejemplo. Prosser interpreta el final de b ooseb, cuando Ste
phen en eíeclo «da» Sbr) a Martín, como un rechazo del deseo lesbiaoo y una identí*
flcacióo con d hombre heterosexual (p Ibbt Ptto oiiis lecturas son posibles Bl final
podrb miecpreiarse como un gesto de deseo Icsbiano. un deseo de que b perwona ama­
da se libere del doloruso peso del estigma social - Aunque el gesto permanece articula
do dentro de las líneas del nxnance heleft>se\u*l (la prexona amada se convierte en un
objeto que se ofrece, o que ve rinde!, también seáala a preseivcia de otro figura, la de
b amante lesbiana, bdu figura serta interpretada cmw falsa, como el signo de uiui
ideoüficaeión masculino, solo si siguiéramos uno I5gica betemscxuoJ. como hoce
Freud cuando interpreta el caso de homosexualidad et uno mujer- Fxtó no quiere decir
que las amantes lesbianas no puedan ser masculinas (Halbentnm. 1998). de hecho
pueden serlo, al igual que pueden ventirsc alienadas en la vituacidn corporal de la femí
ntdad. Después de todo, esta mosculitudad no aigntfka que elb ocupe el lugar de un
hombre; la negotíro a ocupar el lugar asignada a la mujer asumiendo rasgos de b
masculinidad {o rasgos que hon «ido hífilóncamciue nterprvtadofi como mosculinoe)
apunta a una rconentación de lo que significa tei uno mujer > de que tipo de cuerpo y
de deseos pudiera tener. También es importante detiacsr que ser una amante lesbiana
no imptk*® mrwcot(n>dad. aunque pudiera ser el eaoo. Después de ludo, la teshíanu fe
menina siciiie deM^o. Kidnomos leer b uweb tmoginsiMk* a Mory de otra forma, como
una amonte > como uno personu amada, como aquella persiana cuya historia «aún üene
que ser contadla iNeuron. 2000, p 1881 l a desgracia del fiiul. corno consecuencia
del gesto de Stephen. es en parte la piesuación de que la fdiadod de Mar) depervde de
que se le de acceso al mundo que es infeliz con su anvnr hn este sentido. £/ de b
soMüd compuzir elementos importantes con el cuso de Freud de la homoisexualidad
en una mujer Podemos decir que b infelicidad en ambas historias no ve debe a una
infelicidad derivada de estar ertamorada. siuo a un rmndo que es inleliz con estas ex-
preMonev queer de amor La esperanza implícita en ía ufítdad es que com
partir el peo de ser el origen de la tristeza Mwcial ) íamihiM puede llevamos a alguna
lâORCiMakión «rxual 149

descrita como *la niAa. Ia amig>. Ia amada»* (p. 503). La novela no nos
ofrece un final feliz, y pnrecc que este es en pane su objetivo: Sicphcn
deja a Mary como una forma de aliviarle dei peM> de su muluo amor.
Sleplien se imagina diciéndole a Mary. «Soy una de esas personas a
las que Dios marcó en la frente. Como Caín, cstor marcada y mancha*
da. Si vienes a mí, Mary. el mundo le aborrecerá, ic perseguirá, te lla­
mará sucia. Riede que nuesiivi amor sea fiel incluso basta la muene y
más allá, penv aun así el mundo lo llamará sucio» (p. .W3).
Esta es una hisioria de un amor condenado, dc infelicidad y de
vergüenza. Me impresionó mucho el título. Parece *apuniar» a la so­
ledad de la vida lesbiana, donde la lesbiana está «sola», separada de la
familia, y donde su cuerpo es rivido como una herida a los demás, y
es «consciente de sentirlo todo mal» (p. 17). Pero aun así, loque resul­
ta conmovedor de este libro es cómo la soledad permite al cuerpo des
plegarse de forma diferente en el mundo, un cuerpo que está solo en
este estrecho espacio de la familia, que coloca algunos objetos a nues­
tro alcance y otros no, también es un cuerptv que se estira hacia otros
que pueden atisbarse a lo lejc<s en el horizonte. Cuando Siephen y
Mary llegan a una fiesta, esto es lo que encuentran; es una reunión
queer, con otras personas que comparten los signos de la inversión,
una *compañía muy exiraáo» (p, 356). Estas reuniones no parecen di­
vertidas: de hecho, la novela describe un bar como «ese lugar de en
cuentro de los más desgraciados dc los que componen el ejército de
los desgraciados- (p, 393) Pero aun así cc^partir la desgracia produ­
ce algo, y esto se contrasui con la «felicidad» de aquella.^ personas del
mundo heterosexual, que ik» piensan en pensar en aquellos que mho
cuentan etm ninguna simpatía- (p. 395). luí felicidad para algunos im­
plica la pcrsecuciíSn de otros: nv se trata simplemente de que esta feli­
cidad produzca un malesiar social, sino que incluso puede depender
de ello. l>a infelicidad del desviado representa su propia demanda de
justicia. Aunque debemos tener cuidada para no crear un romance a
partir dc esta infelicidad, podemos señalar que no solo muestra injus­
ticia. sino que también puede permitir a aquellos que se desvían que

parle, al permitu que connuyaa nueve» mundo» y ntiesm cuerpo». Set aipcutado» de la
feUctdad ptiede ser reescrito como oricnumos hncta <el qué> asi como «el quién» que
esa felicidad niega Es cuc giro bach lo negado lo qtjc determina la evtmdeza del
munde^ donde la» pcrvmas queer w reinen
150 Fencrau-odo^U qiaecf

SC encuentren mutuamente, como ciMírpo*. que no siguen o no pueden


seguir las líneas que se supone que conducen u los riiioles felices. Así.
aunque la novela parece tratar dd peso de ser una invertida, una per­
vertida o simplemente ser dejada de lado, también muestra cómo in­
cluso la vida **negada» nos lleva a alguna parte, por medio de ese
movimiento hacia esos otros que también son considerados fuera de
los contornos de la vida buena.
Podrías buscar a otras personas que ccinparten tus puntos de des­
viación. o podrías simplemente llegar u espacios (clubes, hores. casas,
calles, habitaciones) donde las sombras de bienvenida caen y sobrevi­
ven. indicando que también otros han llegado. Podrías sorprenderte
por la coincidencia de estas llegadas, por qué rrsulta que te encuentras
habitando estos espacios. Tal y como lo expresa Judith Schuyf. *y
aquí ya encontramos un sentido de lo socid: la compañía de otras si­
milares —no solo una ‘"amiga especiar— era esencial para la vida
lesbiana» (I9Q2. p. 53h Es la misma experiencia social y existencial
dc la soledad la que empuja al cuerpo lesbiano a desplegarse en otro
tipo dc espacio, donde hay otras personas que te devuelven lu deseo.
Lx> que es conmovedor, por tanto, es cómo esta historia dc la soledad
del descx> lesbiano busca una forma de sociabilidad diferente, un espa­
cio cn el que el cuerpo lesbiano puede desplegarse, como un cuerpo
que se acerca a otros cuerpos, que tiende hacia otros que son semejan­
tes, solo en la medida en que también desvían y perv ierten las líneas
dcl deseo
La sociabilidad del deseo lesbiano viene determinada por el con­
tacto con lo hetcninormativo. aunque este contacto no «explique* di­
cho deseo. Ptxlnamos considerar esta «<zona dc contacto* del deseo
lesbiano ikj como una fantasía de semejanza (o dc encontrar a otras
que son «como yo*), sino como una apertura de líneas de conexión
entre cuerpos que se atraen mutuamente per la repetición de esta ten­
dencia a desviarse de ta línea recia.
Los deseos Icsbianos activan la histoia de la «salida del arma­
rio* como una historia de «salir hacia*, de Segar a estar cerca de otros
cuerpos, como un contacto que crea una historia e inaugura otras for­
mas de enfrentarse al mundo. deseos lesbianos nos mueven de
forma lateral: un objeto puede ptmer a otra a su alcance, al entrar en
contacto con diferentes cuerpos y mundos Este contacto implica se­
guir más bien diferentes líneas de conexión, asociación e incluso de
La tincnución xximI 151

Inicrcamho, como líneas que son a menudo invisibles pora otros. Los
desees lesbianos crean espacios, a menudo espacios temporales que
van y vienen con el ir y venir de tos cuerpos que los habitan. I jOS pun­
tos de esta existencia no se actmulon fácilmente en líneas, o si lo ha­
cen, pueden dejar diferentes impresiones en el terreno.
Hay algo que ya es queer en los puntos efímeros de la existencia
lesbiana. De hecho, podemos reflexionar aquí sobre las formas aher-
nativas de crear mundos denla de las culturas queer. Tal y como pro­
ponen l.aurenl Berlant y Michael Warner, cl «mundo queer es un es­
pacio dc entradas, salidas. I neas no sistemáticas de conocidos,
horizontes que se proyectan, ejemplos representativos, rulas alternati­
vas. bloqueos, geografías inconmensurables» (2005» p. I98h Es ím*
portante que no idealicemos lo» mundos queer o que simplemente los
localicemos en un espacio alternativo. Después de todo, si los espa­
cios que <Kupamos .son efímeras, si nos siguen cuando vamas y veni­
mos. entonces esto es un signe de que la heterosexualidad determina
los contornos de los espacios habitables o vivibles, y también de la
promesa queer. Es un hecho que el mund<^ hctcnvscxual ya está insta­
lado. y que los momentos queer. cuando las cosas se salen de la línea,
son efímeros. Nuestra respuesta no necesita ser la búsqueda de la per­
manencia, como Berlant y Warner nos muestran cn su obra, sino escu­
char el sonido de «ese qué» que Hola,
He mostrado cómo la percepción ordinaria corrige aquello que
no «se alinea», irKluycndo los signos efímeros del deseo lesbiano. Por
eso los descÁis lesbiam^ ya eran, por así decir, queer antes de que lle­
gara lo queer: dada la orientación del mundo en tomo a la hetero-
sexualicbd. y dada la hcmosociabilidad de este muixlo (ver Sedgwick.
19851. los mujeres que desean a las mujeres pueden ser una de las
fonnas más oblicuas y queer del contacto social y sexual. Este contac­
to queer puede remi tumos a lo que hay de queer en la íeiKxiienología
de Merleau-Ptmty y la «sensibilidad» del cuerpo de su obra y cn su
obra. Ijo que es queer nunca es, después de todo, exterior a su objeto.
Dado que Merleau-I\>nty explica cómo se enderezan tas cosas, tam*
bién explica cómo las cosas se vuelven queer. o cómo «lo recto» po­
dría incluso depender dc «inclinaciones queer» para aparecer como
recto. De hecho, en el texto de Merleau Ponty los cuerpos ya s<m más
bien queer. En Lo vhiblg y io ifwisibie nos plantea una reflexión sobre
el tacto y sobre las formas de contacto entre los cuerpos, así como
152 RncmcMiof ta qacrr

enirc los cuerpos y el mundo. Lo expresa así: *mi mano, aunque se


siente desde dcniio, también es accesible desde fuera, es tangible en sí
misma. p(>r mi titra mano por ejemplo, si ocupa un lugar entre las co­
sas que tiKa** (1968. p. 133). Lo que toca es tocado, pero *el que loca*
y *<lo locado» no se alcanmn mutumnente: no se funden para conver­
tirse en uno.
Este nHxlelo del laclo nos muestra rówo los cuerpos se llegan a
Kxar entre sí, y cómo este «llegar a tocarse- ya se siente en la super­
ficie dc la piel. Aun así. be sugerido que nc todos los cuerpos están a
nueslno alcance. Tocar también necesita de una economía: una dife­
renciación entre los que pueden llegar a KKarse y los qiíc no.*’ Ttxar,
por tanto, abre los cuerpos a algunt’wí ciwrpns y no a otros, l^s oríen-
tacioncs queer son aquellas que ponen al alcance cuerpos que se Han
hecho inalcanzables por las líneas de la genealogía convencional. Uts
orientaciones queer podrían ser aqtkrllas que no se alinean, y que al
ver el mundo «de forma inclinada» permiten que otros objetos aparez­
can a la vista. Una orientación queer puede ser ac|uclla que no pasa
por alto lo que está «fuera de la línea», y por tanto at tiki furra de la
línea con oíros. No es casualidad que las orientaciones queer h4iyan
sido descritas por Hoi^cault y por otros como orientaciones que siguen
una línea diagonal, que corta «de forma inclinada» las líneas vertical
y horizontal de la genealogía convencioral (Bell y Binnie, 20(X),
p. 133), quizás incluso desafiando el «volverse vcnical» de la percep­
ción ordinaria.
Para las lesbianas, habitar la inclinación queer puede ser una
cuestión dc negociación diaria No se (rata del rt^mance de estar fuera
de la línea o el placer de la política radical (aunque puede serlo), sino
más bien del trabajo diario de tratar con las percepciones de los de­
más. con los «dispositivos de enderezamienio* y la violaicta que pue­
de derivarse cuando estas percepciones se convienen cn formas socia-
IrK Fn esitt forma de amar y de vi% ir aprendemos a «entir lo oblicuo
en lo inclinado de sus inclinaciones como u(ro tipo de regalo. No In­
tentaremos superar la desorientación del mcmenlo queer, sino vivir lu
intensidad de su momento. Sí, mvs llaman b atención; no* rectifican

4.1. Lipiico ortr «rgumcniu rn Üitanftr Othm ut Pant-Cok^'


nuítitif I icKM)! 5U|t<nriK>o que un modelo fcnomcnoló^ieo de Ia gtncnnjdad corporal
neceiHa *cf efimplciudo por uiu e<^tpren*iòn de b *<ç<j<»<wni» dei loeto» 148-491
(ü odtalMiófi stexual 153

cuando dirigimos nuestros dcxos como mujeres hacia mujeres. Pura


una política queer lesbiana, la esperanza es volver a vivir el momento
después de que nos llamen la itención: esta política no superará la
fuerza de la vertical, ni nos pedirá vivir nuestras vidas como si estas
líneas no abrieran ni cerraran espacios para lo acción. En su lugar, es­
cuchamos la llamada dc atención, e incluso sentimos su fuerza en la
superficie dc nuestra piel, pero no nos giramos, aunque esas palabras
se dirigen a nosotras. Y al no giramos, quién sabe a dónde podemos
dirigimos. No girarse también afecta lo que podemos hacer. La con­
tingencia del deseo Icsbiano hace que las cosas ocurran.
3.
Oriente y otros otros

V ««ilistH;**. IWM íiM dado «I aírcnvlar la marada blanca. V^na pettade/


dc^acoMumbrada npnme. (:l ventadem mundo nm diipulolM
ntiesiini parte I ji cl mundo blanco, d hambre dc colar se topa <xm
ditkultad» en la etaboracu^ dc >u ciqucnui tuffXMal. FJ conod-
micnto dcl cuerpe tma actividad üoicamcnU; negadora. & un
conocimicnio en urvern perfuma Alrededor de todo el cuerpo rei­
na uita atmósfera dc nKCfltdambre eieru Sé que d quiero íumor,
tCMhé que alargar cl brazo derecho y eofct el paquete de ógarri-
ilos que cud ol otro lado dc la meia. ccrilla» e«Un cn el cajón
dc la izquierda, ictdre que reclinarme un poco. Y lodos ey<n ge*-
loft (x> loa hago por costumbre, xino por tin coaocimienlo implícito

FniiMZ hiooo. Pm*/ negrn. tndj^arai hlancaj^

Franiz Fanón expone una escena infcKwal que nos lleva de vuelta a la
mesa Mientras especula sobre lo que tendría que hacer si quisiera fu­
mar. Fanón describe su cuerpo preparado pora la acción, ti sentimien­
to de deseo, cn este caso el deseo de fumar, lleva al cuerpo a estirarse
hacia *el otro lado dc la mesa» para coger un objeto. El cuerpo se
mueve, y se mueve hacia objetos, con el fin dc ejecutar estas acciones.
Esta acción es una orientación hacia el futuro, en la medida que la
acción es también la expresión de un deseo o intención. Tal y como
sugiere Fanón, los cuerpos hacen este trabqjo. o tienen esta capacidad
pura trabajar, solo gracias a la familiaridad con el mundo que liabilan:
fxira decirlo de forma simple, saben dónde encontrar las cosas. «Hacer
cosas» no depende tanto de una capacidad intrínseca ni tampoco de
disposiciones o hábitos, sino de las formas en que cl mundo es accesi­
ble como un espacio para la acción, un espacio donde las cosas *<tie-
nen cierto lugar» o están «en su lugar» Ixw cuerpos habitan cl espacio
para pixlcr alcanzar los objetos, y a su vez los objetos amplían lo que
podemos alcanzar. No tenemos que pensar dónde encontrar estos ob­
jetos: nuestro conocimiento es implícito, y nos movemos hacia ellos
sin dudar. Por esta razón, perder cosas puede llevamos a momentos dc
crisis existencial: esperamos encontrar «eso» ullí, como una expecta­
tiva que dirige una acción, y si »cso» no esuí allí. fKxIcmos incluso
156 - í cmimciKiJoKÍa (|uecr

preocupamos porque csicnuTS perdiendo Ia catxrza junio con nuestras


posesiones. Los objetos amplían los cuerpos, es verdad, pero parece
que también miden la compclenda de loscuerpois y su capacidad para
^encontrar su camino»,
Fanón sugiere que esta escena esta lejos de ser casual. Aunque
podría encontrar los cigarrillos, y las cerillas, esto no (Kurrc solo por
él. Lste ejemplo no trata analmente de un acontecimiento, I>criva,
después de todo, de una declaración extraordinaria. 1^ declaración
toma la forma de un debate con la fenomenología. Fanón más adelan>
te escribe: «Yo había creado, por encima dcl esquema corporal, un
esquema histórico-racial. Los elemento* que había utilizado no me
los habían proporcionado *^105 residuos dc sensaciones y percepcicxies
de orden sobre Kdo táctil, vestibular, qiinestésico y visuaP. sino el
otro, el blanco, que me había tejido con mil detalles, anécdotas, reía-
tos» (p. 111>.*
Rn oinis palabras. Fanón está suginendo que prestar atención al
esquema corporal no es suficiente porqie no está construido ptir el
tipo dc elementos adecuados. .Mientras que la fenomenología se fija
en el carácter táctil, vestibular, quinestésico y visual de la realidad
corporal. Fanón nos pide que pensemos cn el esciuema «hislórictvra-
cial», que está —y esto es importante— «¿Icbajo de él». En otras |xila-
bras, las dimensi(.iines raciales e hist(5ricas están debajo de la superficie
del cuerpo que describe la fenomenología, que se coan ierte. cn virtud
de su propia orientación, en una forma de pensar el cuenx) que tiene
un atractivo superficial.
Fanón da a entender que. en cl caso dcl hombre negni. debemos
mirar más allá dc la superficie. Kxlemos volver un mtimcnlo a la ex
posición de Fanón de loque debería hacer si quisiera fumar. Conviene
señalar que cl propio ejemplo de Fanón, u pesar de su tono espcculatí*
vo. está describiendo una acción que tiene éxito. Más adelante. Fanón
describe lo experiencia vivida de ser objete de la niirudu blanca hostil
(el niño qtte exclama. «¡.Mira, un negro!>). FJ desplazamiento de un
ejemplo al otro implica un desplazuimienio de un cuerpo activo, que se
despliega por medio de objetos, a uno que es negado o «parado>^ en su
camino. Escribe lo siguicnie: «Yo no pod a más. porque ya sabía que

I Hta cil* óciilm de U cila c%bt lotttAdd dr U oWu dc Jeaii Ihcnninc éf


ftütrt earp3 iciudocn Faiioo. 19S6, p. 171
Oricnic y 157

existían leyendas, historias, b historia y, sobre todo. Ia hisiohcidad.


que mc había enseñado Jaspers. líntonces et esquema oxporal. ataca­
do en numerosos punios, se derrumba de/a/fJtí a un esquema
epidérmica raciah (p- 112: Ias comillas de Ia segunda frase sen mias,
% cr también Weaie. 2001 r Por tanto, vemos claramente que el ejertuMo
de Panon dc lo que haría si quisiera fumar, que es un ejemplo de estar
orientado hacia un objeto, es una descripción dc un cucrpo-en-casa en
su mundo, un cuerpo que se despliega cn el espacio según se mueve
hacia objetos que ya están *ei su sitio». Estar en su sitio, o tener un
sitio, implica Ia intimidad de cohabitar espacios con otras cosas. Po­
dríamos decir Incluso que el ejemplo de F anón muestra el cuerpo an-
res de ser racial izado o de ser convenido en negro cuando se vuelve
objeto dc la mirada Narren IhwIíI, Es este tifxi de orientación lo que el
racismo hace imposible. Para Hanon.el racismo «para* a los cuerpos
negn^s que habíinn espacios desplegándose por medio de objetos y dc
los demás; la íamiliaridad del «mundo blanco*, como un mundo que
conocemos implícitamente, -desonenta* a los cuerptvs negros, dc
modo que dejan de saber dónde encontrar las cosos —ya que han sido
reducidos a cosas entre otras cosas. El nteismo garantiza que In mirmia
negra vuelva al cuerpo negro, pero no es un retomo amable, sino que
más bien sigue la línea de ia mirada hostil blanca La desorientación
afectada por el racismo dismiruye la capocidad de acción.
F\ira Fanón, el racismo «interrumpe'* el esquema corporal. O po­
demos decir que «el esquema corponil* ya está racializodo; en otras
palabras, la raza no solo inierramiK este esttuema, sino que estructura
su forma de funcionar. EJ esquema corporal es el del «cuerpo en casa».
Si el mundo es construido cono blanco, entonces el cuerpo en casa es
aquel que puede habitar la blanquitud. Tal y como muestra la obra de
Fanón, después dc itxhv, cuerpos están determinados por historias
de colonialismo, lo que conviene al miindív en «blanco*, como un
mundo que es heredadv) o que ya viene dado. Este es el muixlo fami­
liar. el muiKÍo de la blanquitud. un mundo que conocemos implícita­
mente. EJ colonialismo vuelve «blanco* el mundo, un mundo que por
supuesto está «preparado» pon cieno tipo de cuerpos, dado que es un
mundo que pone ciertos objetas a su alearle. Los cuerpos recuerdan
e^ias hi.storias,aunque nosotros las olvidemos. Estas historias, podría­
mos decir, salen a la superficie del cuerpo, o incluso determinan cómo
el cueqx> emerge (ver Ahmed. 2(MV4a). En cierto sentido, la raza se
158 FcfKKtxnAQfía

txinvieric en un objeto social y corporal, o en lo que recihímoA de los


demá5 como una herencia de esta historia.
En este capítulo quiero reflexionar sobre estos pr<xx:so5 de ra-
cialización. Quiero considerar el racismo coitm) una histona en ¡hocV'
so e inacabada, que orienta los cueqxis tn direcciones especiHcas,
aíectando amo «ocupan» el espacio. Estas lomuis de orientación son
cniciales para entender cómo los cuerpos habitan el espacio, y la ra-
cialización del espacio corporal y social. Para desarrollar mis ideas
me baso en los trabajos de Frantz Fanón, así como de h>s filósofos
que han intentado proponer una «fenomeíiología de la raza», como
David Maccy (1999). Unda Martín Alcoff (1999) y txwis R. Gordon
(1995.1999)? En esuts obras, un punto de partida es la refutación dcl
nominalismo, y de la idea de que las razas no e.xisten o no son reales.
Estos filósofos sin duda aceptarían la idea de que la raza es «invenía^
da« por la ciencia eamo m fuera una propiedad de los cuerpos, o de
grupos, y por tanto participan de la critica a la reificación de ta raza.
Pero también muestran que de esta crítica no se deriva que la raza no
exista. fcnonwnología nos ayuda a mostrar que la raza es un efecto
de la racialización. y a investigar cómo la invención de la raza como
algo que estuviera «en» los cuerpos determina lo que los cuerpos
pueden hacer».
Con el fin de abordar mi interés sobre cómo funciona et racismo
por medio de la orientación comenzaré un análisis de las fonna*
cienes espaciales del oriental i smo. y las formas en que el espacio geo­
gráfico es fenomenal o está orientado. M ol^etivo aquí o mostrar
cómo «la proximidad» y «la distancia» llejan a vivirse por medio de
la asociación con cuerpos y lugares específicos. Después analizaré
cómo la blanquitud se reproduce en tos espacios domésticos y piiMi*
eos. con.siderando en primer lugar las formas en que heredamos la.s
pn^ximidades qiK* permiten a los cuerpos Mancos desplegar su alcan­
ce, y después analizando cómo estas herencias determinan quiénes no
«poseen» —o no pueden poseer— esta blanc|uitud. Mi tarca es lam-

2 Eii esU imwhicción. un* inHixiKÜi da^c d rxhiowbiliMnü. cn concreto cl cotí


ccpiode RuU fe (k JcftivPmil Sartre Ver. ««pedalmente, tiorUcni. 19QS para un anált*
«u del racisiTH* animegro como una ínrmA de mata íe. M obra de Gotdoa «obre el
cMHlcncialiMiK» .'tegni también ve basa en caeritorev conno Du Boiv y Fanón, de este
modo ve abfc el camino pam otn artictibcidn de ta rrtaddo cnire filovorúi. ruza > ni
a«n>'
Orieate ) otnxs o<nx 159

bién describir los efectos dcl racismo en cuerpos que están identifica­
dos como «no blancos*, o incluso como «no lo bastante* blancos.
Más en concreto, analizo cómo las orieniacitmcs mestizas pueden per­
mitimos investigar dc nuevo las «alineaciones* entre cuerpo, lugar,
nación y mundo que permiten que se den las líneas raciales El
«lema** de lu nizu tiene mucho más que ver con la realidad corporal:
verse a sí mismo o ser visto como blanco o negro o mestizo, sí que
afecta lo que une «puede hacer*, o incluso a dónde se puede ir. lo que
puede describirse de otro modo como la que e.vrd a nuestro alcance y
lo (fue no. Si empezamos u ctvnsiderar lo que hay dc afectivo en lo
«inalcanzable*, ptxiemos incluso comaizar la larca de hacer de la
«raza* un asunto más bien queer.

Orientalismo y espacio fenomenal

PtKlemos recordar los diferentes significados dc la palabra ««orientar-


se*. |ji palabra no solo nos remite al espado o a la direccionalidad,
también nos lleva en una dirección específica. 1^ palabra puede signi­
ficar: cokKuirsc mirando al este; colocarse en una posición definida
por la referencia a los puntos de la brújula o a otros puntos; adaptarse
a nuevas circunsiandas o cniomos; girar un mapa de forma que la di­
rección en el mapa sea paralela a la dirección en el suelo; girarse hada
cl este o en una direcdtSn espeaTica. La amplitud de estos significa­
dos es instructiva. Nos muestra que el concepto de orientación «apun­
ta» a ciertas direcciones más que a otras, aunque recuerde la lógica
general de la «direccionalidad»: «hacia el este o en una dirección es­
pecífica*. Pixlríamos decir incluso que el este se conviene en la direc­
ción que no necesita ser espedricada» dado que el este sería la dircc-
ctóii que iciiemos enfrente, a no ser que tengamos otra dirección, fcn
i^ras palabras, aunque las orientaciones nos permiten establecer qué
dirección tenemos, cl concepto nos «apunta* una dirección más que
otras: «apunta» hacia «el este*. Es el momento de considerar el signi-

5 VfcHrrr ra instes lamtMán «motcna». odermt dc tema, b iurtnra utihu b paia^


bm con cwc doble miUhIo. dado que le iiiiere*ii lu «maicnaÜibd* dc ta raxa. cónMi se
matcñaJI/a f V drlTj
160 F-cncwnerialo^ü queer

ficado de <«cl oncniocn Ia orientación.o incluso «loonental»: loque


se rduciona con. o es caraciensxico dcl Oneme r* F.mc. incluyendo
«los nativos» o habitantes del Este.
No es casualidad que la palabra «onentarp se refiera tanto a las
prácticas dc encontrar el pn>pio camiro. estableciendo la dirección
propia (según los ejes de luxte. sur, este > <M:stc> como al este mismo,
como una dirección privilegiada sobre las demás. Debemos recordar
al sertalnr esta no-casualidad que la etimologta de la palabra «orienta-
ción* es dc «el Oriente», y de hecho, el Este como «el horizonte» so­
bre el que sale el sd. hxlemos decir que todo el mundo tiene un este;
está en el horizonte, una linca visible que marca el comienzo dc un
nuevo día. Hay múltiples horizontes, dependiendo del punto de vista
de cada uno. I*uede que haya un este para ti, pero también está la parte
este de la ciudad donde vives, o la parte este dcl país. Pero el «este**
de C5>da uno se convierte en «el Este», como lado del mundo. El impe-
mtivo cunográrico de hacer mapas como tecnologías para la navega­
ción muestra cómo normalizar Implica la normalización no solo dc
cieno tips"» de cueqx>s. sino también de direcciones especiTicas: «lo
que es este (para mí/nosotros) se convierte en «cl Este» al tomar algu­
nos puntos dc vista como un dato objetivo. En otra.s palabras, al colo­
car la línea (el meridiano principal) en in lugar, por medio de Green-
^ich. el «este» se convierte en «el Este», como si el este fuera una
propiedad de ciertos lugares y personas. El espacio cartogrsUlco es.
por supuesto, «un espacio plano» que convencional mente describe lu­
gares determinados por ejes de c<x)rdeBadas que son independientes
de la localización dc nuestro cuerpo. EJ espacio cartográfico, como el
espacio que hemos hcrcdibdo de la getvnetría euclidiana, desde este
punto dc vista no estaría dirigido u orientado. Pero n<^ seria radical o
nuevo afirmar que esta «¡Manitud» está en sí misma «orientada», en el
sentido de que sigue dependiendo de ur punto de vista, un punto que
í;e pierde en el horizonte.o que e^tá oculto en su propia íorma de lun
cionamientoívcr Lefebvrc. 1991). Orientarse mirando a una dirección
es panici|)ar de una historia más larga en la cual cieñas «direcciones»
«se dan» a ciertos lugares; estos se cvnn erten en el Este, el Oeste, etc.
Edward Said ñas recuerda que las geografías están «hechas por
cl hombre» (1978. p. 5). Si nos rcmitlnios a la obra clásica de Said.
Onr/i/u/tinw?. pixlemos cennenzar a rastrear el significado dc la «fa­
bricación» de fxs distinciones geográficas y ct%no se relacionan con la
Orenle > 161

dincccionalidfld o intencionalidad del espado fenomenal. Como sugie­


re Said. Oriente nc se rerierv simplemente u un lugar espedfieo^ aun­
que podamos encontrarlo en el mapa. Tal y como señala* «Onentc era
casi una invención europea y, desde la antigüedad, había sido escena­
rio dc romance, seres exóticos, recuerdos y paisajes inolvidables y
experiencias extruordinarias^^ (p. 1). Oriente es la *rio Kurvpa», por
medio ella los límites entre huropa y lo que «no es Europa»» son esta­
blecidos como una forma dc «localizar»» una distinción entre el yo y el
ota) «’huh y Shimakawa, 2<XM, p. 7). Como «exterior constitutivo* dc
(kcidente* Oriente pennile que lo que está «dentro* se convierta cn
algo objetivo, Y lo que es mái importante, la creación dc «Oriente» es
un ejercicio de poder Oriente es construido como oriental por una
sumisión a lu autoridad dc Occidente. Convertirse en oriental es reci­
bir una orientación y Uimbiéi ser determinado |xx la orientación de
este regalo.
Oriente no es un espacio vacío: está lleno, y está lleno de todo
aquello que «no e.s Eun>pa* c no es Occidental, y que en ese «no ser»
parece apuntar a otra forma dc estar en el mundo, a un mundo de ro­
mance, sexualidad y sensualidad. En cieno nvodo. el orientalismo im­
plica la transformación de la Klejanfa» como marca espacial dc la dis­
tancia en una propiedad de las personas y de los lugares. «Ellos*
representa lo que está muy Iqos. Por tanto «la lejanía» toma la direc­
ción de un deseo, o incluso sigue la línea de un deseo. 1^ «lejano* a
menudo se desplaza hacia lo exótico. Lo exótico no es solo allí donde
no estamos, sino que también es un futuro orientado, un lugar que
anhelamos y que podriamos habilar. Tal y como nos han mostrado las
teóricas feministas poscoloniales, Oriente está sexualizado, aunque
cómo está sexualizado implica la contingencia de «quién* llega a su
encuentro t ver Yegenoglu, 1998; l.,cwis. 1996. 2004). Oriente no solo
está llcfK) de signos de deseo por cómo es representado y por cómo se
le ^conoce*- doide Occidente (por ejemplo, por medio de la imagen
del harem), también es deseado por fkcidenic. como si tuviera cosas
que «tXcidente* mismo asume que le faltan. Esta fantasía de ta caren­
cia. de lo que «no está aquí»,determina el deseo de lo que hay «allí»,
de mcxlo que ese «allí» se hace visible en el horizonte «aportando» lo
que falla. Oriente se conviene cn lo que pixlemos llamar un «punto de
abastecimiento*. Las lírveas dcl deseo nos llevan cn una cieña direc­
ción. despiés de lodo. El deseca dinge los cuerpos hacia su objeto: con
162 Fcfioco^clcf ú queer

el deseo, miramos lo deseado y queremoí estar más cenca, bl deseo


confirma eso que no somos <el objeto de d:seo>. míeiurus nos empuja
hacia ese <no». que aparece como un objeto en el honzorile. en el lí­
mite de nuestra mirada, siempre acercándose aunque no llegue a estar
aquí. Aunque Oriente es deseado, está siempre muy lejos, y a la vez es
lo que CXeidenie quiere acercar, como un deseo que apunta al Iutuno o
incluso a «nu ffcyptíctán futura» La dirección hacia esc otro ixis re­
cuerda que el deseo implica una cconomn política en el sentido de
que está distnbuido: el deseo de poseer, y de ocupar, configura a los
otros no solo como objetos dc deseo, sino umbíén como recursos para
la constnKXión del mundo.
A partir del ejemplo del ortenialismc podemos comenzar a for­
mular una disiirKión en la «orientación* misma de la «orientación*.
I j) distinción que quiero plantear aquí es entre «hacia* y «alrededor*.
Decimos que estamos orientados hacia algo. Al decir esto, la cosa
hacia la que estanxn orientados está delante de nosotros, o nos es ac>
cesible dentro de nuestro campo de visión. Eso hacia lo que estamos
orientados está determinado por nuestra ubicación, es una cuestión de
la fenomenalidad del espacio. I\xiemos recordar que Husserl, en su
propio interés por la conciencia, está orientado hacia su mesa dc escri­
bir. aunque esa mesa deje dc «importar* tumo un tipo específico de
cosa, Estamtvs orientados hacia objcii^s, y esos objetáis son «diferen­
tes* de nosotros. Son diferentes de nosotros y así debe ser para estar
accesibles dentro de nuestro campo de visión. Así lo plantea Edward
Cosey; «orientar, al fin y al cabo, es orienUrsc hacia algo diferente de
eso que se está orientando* (I9Q7. p. 234), El concepto dc «hacia* es
un modo de direccionalidad; trata dc la dirección que tomo cuando
estoy frente a un otro, como dirección que puede referirse al movi­
miento y a la posición. Si ln dirección trata de la posición que tomo
hacia algo, entonces aún estoy frente a esa cosa; está delante dc mí cn
la medida que tiene mi atención. Uno ve ante sí un lugar donde no
está, pero es un «no* que es accesible desde donde estoy. y de hecho
de este modo siempre me devuelve un rcHcjo o me muestra donde
estoy ubicado.*

4 hl nomsumo nen remite al acU) dc ruar hucia fflthw/?. dc modo que


cl >o c« cl dcl dcMt» dc la pcrwoa Deienbtr d onmtahsmo como narcishmA
uipp.'ic plnmcar que al mirar al «nneate* Induwo al dinprcl deseo propio hacu
Oneate y otros otros 163

Es cl hecho dc que aquello hada lo que estoy orientado *no soy


yo» lo que me permite hacer esto o aquello, 1^ (Mredad de las cosas es
lo que me permite hacer cosas Hcon» ellas. Eso que es otra cosa que
yo mismo es también lo que rae permite ampliar el alcance dc mi
cuerpo» En vrz de ver la í^tredacl simplemente como una formn <1c ne­
gación, [xxlemos describirlo también como una forma dr amphaeián.
El cuerpo amplía su alcance ocupando aquello que «no»* es. donde ese
-no* implica la adquisición de luevas capacidades y direcciones, en
otras palabras, convirtiéndose •no» simplemente cn lo que «no» soy,
sino en lo que puedo «tener» y •hacer» El «no yo» es incorporado cn
el cuerpo, ampliando su alcance»
Y entonces ¿qué significa estar orientado alrededor de algo? No
quiero hacer uno distinción demasiado fina aquí o plantear que esta
distinción se maniendní siempre, Pero el «alrededor* puede remitir­
nos a la pregunta de cómo «se tacen a>herentes» los cuerpos. Estar
orientado alrcdedcM- de algo no es tanto ocupar esa cosa, como ser to­
mado por algo, de modo que um^ puede incluso convertirse en eso que
está «alrededor*. Estar orientado alrededor de algo significa hacer dc
eso lo central, estar en el centro dcl ser de uno mismo, o de la acción
de uno mismo. Yo puedo estar orientada alrededor de la escritura, por
ejemplo, loque me orientará hada cierto tipo de objetos (el bolígrafo,
la mesa, el teclado). De hecho. «ála*dedor« nos remite a «redondo»»’ y
sugiere un mc^vimicnto circular. Quizá estar orientado alrededor de
algo es lo que nos permite «manicrxrr el centro*, o incluso colocarnos
cn el centro de otras cosas. Si estamos en cl centro de las cosas, enton­
ces no solo tenemos delante esas cosas, sino que esas cosas nos tienen
delante. En otras palabras, estar orientado alrededor de algo es hacer
«esa cosa« vinculante, o convenirse uno mismo en esa cma.*
Volvamos al ejemplo del orientalismo. Oriente aquí será cl obje­
to hacia el que somos dirigidos,como un objeto dc deseo» Al ser diri-

d— Oncme MiMiiuyc a Ckcidcnie. como una dcsolucidn dc vu imagen, o como una


escusa. La crfttca poscolontal de la intnpotogú como uno fonno de iurrisa<imo ptan-
leo e^Ktomentc esto ideo Ver l>ler. 2005 para un rxcetcntr onálisis de diseunoa
dd noTCistsin»!
5. Eo itiflás K ve más fácilmeme lo simdihxl: unHtnd — «hetkd<x— > mttnd ^re-
dcwtdo. eirvutor /.V dei T.)
6 Otra formo dc describir este poKeso serio recordar lo distinción psicoonolíliai
entre identiíicocsón > deseo, o entre ser > tener Vet «In itic Ñame oí Une* en Ahmed.
2CMM«
164 rerwmvrMMogú qocrr

gidcH hacia Oriente, estames orientados «alrededcr» de (kcidente.


O, pura ser inds precises. Oír/e/rn/r 54» amforma crvno tufudh airedr-
dor de lo aial nos organizamos, por medio de la dirección misma de
naesira mirada hacia Onenie. Volsierdo a la mesa, diríamos qiK' la
minid;t del filósofo está orientada hada la mesa (incluso cuando la
mesa retrocede hacia el fondo), como una orientación que «reselai»
aquello alrededor de lo cual está orieUade el filósofo. Quizá en la
imaginación canngráfica ünente es ia mesa, la «materia*» de la que
está hecha el coniKÍmiento y hacia la q je se dirige la atención. Orien­
te aporta el objeto, así como el instrumento, que permite a Occidente
cobrar forma, convertirse cn un sujeto, como aquello alrededor de lo
cual estamos «nosotros». Occidente sería aquello alrededor dc lo cual
nos orientamos. O podemos incluso decir que «el mundo» llega a ser
visto como orientado «alrededor)* dc Occidente, por medio de la
orientación misma dc la mirada hacia Oriente, el este, y el otro exótico
que solo puede verse cn el horizonte.
Por supuesto, el hecho dc que podnnos ver Oriente en el horizon­
te pone dc manifiesto que Oriente es alunizabie, o que de hecho, a pe­
sar de su «lejanía», ya ha sido alcanzade*. El mtxlelo de Said nos mués*
Ira que Oriente es a la vez extraño y familiar, o incluso que el
orientalismo conviene lo extraño en fumiliar. Él lo explica así: «ya en la
obra dc Esquilo, Im persas. Oriente deja de tener la categon'a dc otro
lejano y a veces amenazante, ¡xtra encamarse en figuras relativamente
familiares» t I97R. p. 21). Otra forma dc considerar este pfXKCso sería
pensar en la política de la domesticaciÓB: el «Xm es alcanzaNe, porque
ya ha sido «traído a casa». Que el otro sea alcanzabic. ya sea Oriente u
oin>» otros, no significa que se vuelvan *cümo Más bien,
son traídos cerca de casa, pero la acción de «traer» es la que mantiene
la diferencia: el sujeto, que está orientado hacia el objeto, es quien apn-
rentemente hace el trabs^o, cuya agencia está «detrás» de ia acci<Sn, Si
repen«.sin>o^ el espacio doméstico como un efecto de las historian dc
domesticación, podemos empezar a entender cómo «el hogar» depende
dc la apropiación de la materia como una forma de constnilr lo que aun
no es familiar o alcanz^bie. En (.«ras palabras, lo familiar es «am|Xia'
do» al diferenciarse a sí mismo de lo extraño, haciendo lo que parece
extraño «casi» íamiliar. o transformando «lo que es extraño» en un ins­
trumento. Podríamos preguntamos, quizás alisurdumente. si la mesa dc
Husserl era oriental, si Oriente aportó el estilo o incluso la materia.
l >r cnic y oOm otm 165

Oriente es aJcanzablc, dcspiiés dc todo» Ya está en cl horí/xmtc;


yo ha sido percibido ruiw/ Oliente. Oriente no solo cs aJcanzablc. sino
que «eso* ya ha sido aicanzaJo si «eso* va a ser accesible como obje­
to dc percepción en ¡mnicr lugar. PtxIríanH^ asumir que llegamos a
alcanzar lo que está a la vista. Pero, tal y ctmo expliqué en el capítu­
lo IJo que es alcanzahic está determinado precisamente por orienta­
ciones que ya han sido tomacas y que han sido repetidas en el tiempo.
Si la historia en cierto sentid? trata de lo alcanzable (ya que las cosas
deben alcanzarse para que «entren» en los registros), entonces la his­
toria también puede ser descrita como un proceso de domesticación,
de hac er que aJgunifs objetos y no otros sean accesibles como aquello
a lo que ^ptnle/mfs» acceder l^t función dc objeto de Oriente, enton­
ces. no es simplemente un signo de la presencia de Occidente —de
donde este «encuentra su camino»— sino también una medida dc cómo
(k'cidente ha «dirigido» su tiempo, energía y recursos.
Los actos de domesticación no son privados: im|)liain dar forma
a cuerpos colectivos, lo que permite que algunos objetos y no otros
estén a nuestni alaince. Después dc todo, si ta dirección hacia objetos
como Oriente es compartida.entonces. Occidente y Oriente se confor­
man como un efecto dc esta repetición de la «orientación hacia», i>e
hech<\ podemos comenzar aquí a repensar cómo se forman los grupos
a partir de una dirección compartida, l^ara decirlo de forma sencilla,
hay un «nosiMrus» que surge como efecto de una dirección compartida
hacia un objeto.
Por ejemplo, podríamos decir que la nación «encara esto» o «en­
cara aquello»; o incluso podríamos decir «el mundo entero estaba mi­
rando». hn cierto sentido es .ina falsedad, ya que la nación (y menos
aún el mundo) no es recomvible como alguien que tenga una cara.
Pero, en otro nivel, tiene algo de verdad: es por medio de la repetición
dc una dirección compartida aunó se crean loo» colectivos. Tomemos,
por ejemplo, la siguiente cita de Hegel: «India como Tierra de! Deseo
forma un elemento esencial dc la Historia General. íksde la antigüe­
dad hasta alKxa. todas las naciones han dirigido sus deseos y anhelos
a lograr acceder a los tesares de esta tierra de maravillas^ (Hegel.
citado en Prashard. 2000, p. 1. la cursiva es mía). Aquí la «dirección»
del deseo scKrial es por el acceso, y esta «dirección» también hace a
los otros accesibles. Puedo reformular este punto de la siguiente ma­
nera: no se trata de que las iliciones simplemente hayan dirigido sus
166 I cnmncnalcfid qtiecr

deseos y anhelos hacia Onetnc, sino más bien que lo nación «se hace
coherente»* como un electo de la repeticiór de esta difx^ceión*
Lo que el modelo de Hcgel nos muestra es que esta repetición no
es I noce me. sino estratégica: la dirección de estos deseos y anhelos
hace que los otros sean accesibles como recursos, para ser utilizados,
como los malcríales a |wnir de los cuales los coteciivos pueden «es*
cribirve* a sí mismos para existir. El Orientalismo es, al ün y al cabo,
un archivo o un terreno de escritura: Oriene puede ser eso «sobre* lo
que se escribe, y también proporcionar les materiales sobre los que
esa escritura se escribe. I jo$ archives están hechos de papel y de otras
cosas que -inqxjrian*. y cobran «forma»» en la medida que están des­
tinados a una acción Y podemos recordar aquí, siguiendo a l>errida,
que los archivos son «residencias*, formas de reunir material, alrede­
dor dcl cual los mundr^s se reúnen: «Así es como los archivos tienen
lugar: es esta dontuitiacián^ en esta asignación de residencia. 1 resi­
dencia. el lugar donde residen de mexio permanente, marca el paso
institucional de lo privado a lo público* (1995. p. 2; ver también
Hlunt, 2005). Si los archivos permiten que los documentos tengan una
residencia, entonces también son dispositivos de orientación, que al
reunir cosas a su alrededor no son neutrala sino directivos.
Podemos decir incluso que cl Orientalismo implica una forma de
•mirar cl mundo*; es decir, una forma de reunir cosas alrededor de
manera que «miran* en una detenniiiada Jirecciórr Al pensar cn cl
orientalismo como una forma de mirar el mundo, quiero platear que
cl orientalismo también implica el espacio fenomenal; es una cuestióti
de cómo los cuerpos habitan los espados por medio de orientaciones
compartidas. Tal y como planteé en el capitulo 2. colectivos como la
familia así como la noción implican onentaciones compartidas hacia y
alrededor de objetos. El colectivo seria un efecto de la repeticuVn de
está dirección u lo largo del tiempo, una repetición que se consolida
«alrededor* de ciertos cuerpos y que crea d eíecio mismo de la cohe­
rencia corporal. Por ejemplo, Freud afirma que cl vínculo dentai de un
grupo .se basa en la transferencia de amcr hacia el líder, donde la
tranvíerencia se convierte en la «cualidad común» del grupív (1922.
p, 66). No es solo «el lidera quien puede .ser el otéelo de lu transferen­
cia. Si un acto compartido de transferencia es lo que crea «la cualidad
común*.entonces en cierto sentido no importa «qué» o «quien* sea el
objeto: es el hecho de que la transferencia «ea dirigida hacia «el mis*
Onemt v otro» mm* _ 167

mo objeto* (real o imaginario) lo que produce cl efecto de grupo. Los


grupos están fonnados por su orientación compartida haaa un objeto.
Ptx supuesto, ya hay aquí una pradeja evidente, porque tener *algo*
que puede ser reconocido como -el mismo objeto»» es un efecto de la
repetición de la orientación hac a «ello*, de modo que ta oneniarión
parece dirigida hacia el objeto que existe «antes» que nosotros fcn
cierto sentido, «lo que* es mirado por un colectivo es también lo que
lo hace existir. Como tal. d objeto «cn frente- del «nosotros» sería
descriU) mejor como «detrás» dc él, como lo que permite que el «no­
sotros* aparezca.
Podemos describir este proceso de ^Hra f orma, en lénninos de las
líneas de sociabilidad, que comentó cn la introducción de este libro.
Los colectivos llegan a tener «IfneasM, como si fueran formas dc se­
guimiento: habitar un colectivo puede su|x>ner seguir una línea, que ya
ha sido dada de antemano, las líneas también marcan límites, que
despejan espacios y también los delimitan mareando sus bordes. Estas
líneas establecerían quién está en un colectivo dado y quién no: la
función espacial de las líneas marca los tx)rdes dc la pertenencia, in­
cluso cuando permiten a los cuerpos atravesarlos. También podemos
pensar sobre las líneas como un efecto de cómo la energía, cl tiempo,
y los recursos son «dirigidos» h&cia objetos. Estas líneas son tanto dcl
mundo como sociales, no son solo acumulaciones dc puntos, sino
también formas dc seguimiento. El propio aclo de lu atención —de
prestar atención o de moverse en esta o cn aquella dirección, o hacia
este objeto o aquel — podría serlo que pnxiuce «un sentido» para un
coleclivo o un grupo social.
Por ejemplo, pxlemos conuderar el rrkxJclo de Benedict Ander-
son de la nación como una comunidad imaginaria, donde él pone el
acento en el significado del surgimiento dcl capitalismo impreso
ÍIWl). 1.a propuesta de Andersem nos muestra cómo orientaciones
compartidas pueden set paxlucidas sin una presencia física colectiva:
la circulación de puMicaciones es lo que crea líneas comunes o inclu*
so lo que mantiene ese vínculo. Cuando los ciudadanos Icen un perió­
dico concreto, no están leyendo necesariamente la misma cosa (exis­
ten difeamtes copias del periódico, y mientras que algunos pueden
leer ciertas f^áginas. otros pueden saltarse esas páginas), y tampoco
leen la misma cosa de la misma forma. Pero el acto mismo de leer
significa que los ciudadanos están dirigiendo su atención hacia un ob-
168 __ Fcc*Kr.c«Ki4t»fía qurer

Jeto compartido, aunque tengan una visión diferente de ese objeto, o


aunque esc objeto descubra mundos diferentes. I>e modo que pode­
mos mirar en la misma dirección. Podemos incluso decir que nuestras
canas «encaran» de la misma manera, creando una fuerza colectiva.
Pero no es que el colectivo tenga una cam. en el sentido dc una perso­
nalidad y una agencia. Rl colectivo se corfigurd por medio de la repe­
tición del acto de «mirar hacia». In dirección de lo atención de uno le
coloca cn línea con otros, cn una línea que depende de cómo se mue­
ven los objetos alrededor, lo que a su ve^* crea líneas horizontales de
comunicación. Michael Warner considera el papel dc la atención en su
análisis de los públicos y los püNicos de oposición. Lo expone así:
«l.á dirección de nuestra mirada puede constituir nuestro mundo so­
cial» (2005. p 89).’ Para Warner, dirigir la atención hacia un objeto
compartido es suficiente para crear el pjblico. que existe por estar
dirigido.
Las lineas que vinculan también son las que están creadas por el
movimiento de los objetos que circulan como bienes comunes. La cul­
tura pública es así generalizada aírededof de ciertos términos y obje­
tos. Volviendo al orientalismo, pixiemos ver que .se crean líneas por
las propias «rutas» de circulación de los textos orientales, que es lo
que conviene oJ orientalismo en un campo social con sus propios lími­
tes. Tal y cumo planteé en el capítulo anterior, un campo puede ser
definido como un terreno abierto y despejado. Al dirigir la atención
hacia Oriente, al mirar «eso» por medio de los mismos objetos que
circulan como si «lo tienen», el terreno queda despejado para la ac­
ción.
¿Cómo r>os ayuda esto a teorizar de nuevo la «orientación» del
orientalismo? I>irigir la propia mirada y atención hacia el otnj.comv
un objeto de deseo, es indiferente, neutral o casual: podemos des­
cribir de nuevo «el hacia» como energético. Al dirigirse hacia otros,
une actúa, o se compromete con acciones es|x:cífica»« que apuntan
hacia el futuro. Cuando los cuerpos comparten un objeto de <leseo,
IxxJentos decir que tienen una «afinidad» o que están yendo en «la
misma dirección». Además, lu afinidad de estevs cueqxvs implica iden-
tiflcación: al dirigirse hacia un objeto compartido, como una direc

7 Grácil» t Imo^cn bkr, qi>c nw rcctwcndó cn mM>n óe Wamrr


(Iriroic V olrm aliw _ 169

ción que se repite en cl tiempo, también se orientan en torno a un ob­


jeto compartido Así, por ejemplo, al dirigirse liada el objeto oriental
o aJ otro, pueden estar orieniadós en tomo a «Occidente», como aque­
llo en lomo a lo cual d mundo se consolida. El orientalismo, cn otras
palabras, implicaria no solo hacr«r distinciones imaginariiu entro Occi
dente y Oriente, sino también ceterminar cómo tos cuerpos se conso
lidan. al mirar cn la misma dirección. Los objetos se convierten ai
objetos solo como efecto dc la repetición de esta tendencia «hacia»
ellos, que produce al sujeto corlo aquello «cn tomo» a lo cual está el
mundo. Oriente por tanto está «orientado»; es alcanzablc como objeto
cn función dc cómo el munde se conforma «alrededor» de ciertos
cuerpos.

Rcpnxiucir Ia blunquitud

Mi análisis det orientalismo subiere que los espacios se racial izan en


función de cómo están dirigióos u orientados, como una dirección que
sigue una línea especifica dc deseo. Nos muestra cómo Oriente no
solo es imaginado como algo que «está» distante, como la otra |)ane
del mundo, sino también como algo que es «traído a casa» o domesti­
cado. como «algo» que amplía el alcance de Occidente. Ahora quiero
abordar la espacialización de la raza considerando cómo «los hoga­
res» y tas familias son racializadas en la misma «dirección* que to­
man. TaJ y cierno explica David Thco Goldberg: *IX*I mismo modo
que distinciones espaciales como *'CXxídenie*’ y '•Oriente** están mcia-
lizadas en su concepción y aplicación, también las categorías metales
han sido espacial izadas más o menos desde su creación* <1^3.
p. 185). El alineamiento de la raza y el espacio es cnicial en su mate­
rialización como hechos, como si cada uno «ampliara» al otro. En
otras palabras, mientras que «el otro lado del mundo» es asociado con
la «otredad nurial*. los otros raciales son asociados con «el otro lado
del mundo». Se convienen en una dixtancui Esta coqx)rei-
dad de la distancia es lo que cmiviene la blanquitud en «cercana»,
como cl «punto de partida» para la orientación, luí blanquitud se con
vierte en lo que está «aquí», uní línea desde la que cl mundo se des­
pliega. y que también construye lo que está «allí», en «el otro Uulo».
170 hcotxrrrxMojfí» qjrrr

Ptxlcnios considerar cdmo ta blanquiiud se configura por nvedic


dc oneniadoncs hacia los otros. La bianqii tud puede incluso orientar*
se «alrededor» dc sí misma, donde cl <sí misma» solo surge como un
efecto dd «alrcdcdon*. Tal y como han explicado ya much<j(S autores,
la blunquitud es invisible y no está marcada, es ese cenim ausente
respecto del cual los otnvs aparecen soto como desviados o como lí­
neas de desviación (Dyer. t W7; Frankenbcrg. 1993). Cuando me refie­
ro a ta blanquitud, estoy hablando precisamente de la producción de la
blanquitud como una linca recta, no dc la Manquitud eexno una carac­
terística de tos cuerpos De hecho. p<xicmos hablar dc cómo la Wan-
quitud es «atribuida» a los cuerpos como si fuera una propiedad de
estos; una forma de describir este proceso es descnbtr la blanquitud
como un dispositivo dc enderezamiento Podemos plantear que la
blanquitud se reproduce por medio de actos de alineación, que son
olvidados cuando recibimos su línea.
IVxkmos hacer esto pensando la blanquitud como una forma dc
herencia corpc^ral l\vr supuesto, puede ser difícil pensar en la raza y
cn la herencia de forma conjunta, cn parte porque cl concepto de he­
rencia ha estado muy presente en los modekvs biológicos dc la raza,
donde la jerarquía racial es vista como un producto natural dc una di­
ferencia en la especie. Hn este mexielo, ta raza tiene que ver con la
repnxiucción: In niza sería una serie de atributos que son reproducidos
medio dc la reproducción y que pasan de una generación a otra
como cl regalo dc su línea Alys Weinbnuni (2CX)4. p. 5) llama a esto cl
vínculo «ra/areproducción». donde la «reproducción sexual»^ y ta
«reproducción de lu especie» se mezclan. Puede ser útil separar estos
términos, incluyendo reproducción, herencia y generación, dc la histo­
ria de estos vínculos.
Podemos cntorKTs volver a In cuestión de las líneas rectas. En un
mixiclo. la raza seguiría la línea vertical dcl ártxil convencional de la
famiha 1.a genmiogía misma puede ser entendida como un dísposiii-
vo de enderezamiento, que crea la ilusión de la descendencia como
una línea. Tal y como sugiere Sarah Eranklin. «Para Darwin. la vida
en sí es propiocéntnca vcrticalmente; su orientación progresiva esta
siempre en la marcha hacia adelante, y su constitución ontológica
como fuerza o principio de la vitalidad animal está siempre compuesta
de lírtciS descendientes, que se cru/4in en cl punto dc lu repnxlucci<5n»
p 218). El punto en el que las línctis se encuentran es el «|Xjn-
Ckwflle y olro^ otrcH. 171

IO» dc Ia reproducción . Tal y como nos han enseñado las antropólogas


rcminisuis» Ia rvproducdón no solo implica Ia reproducción de Ia vida
misma, sino también dc los propos «(atributos** que se espera que pa­
sen siguiendo la línea ivcr Franklin y Ragonc. 1997; Yanagisako y
l>elaney. 1995). Es en este momento de «paso» cuando lo familiar y lo
racial se alinean. En el árbol familiar, la linca dc descendencia se cru­
za con otras lincas, que juntas forman el árbol familiar o la «cuadricu­
la genealógica» (Povinclli. 2002i. Esta línea familiar establece loque
podríamos llamar una línea racial, que «dirige» ia rcpr<.x1ucción hacia
la continuación dc esa línea. Elstadirección significa que la línea fami­
liar se consolida «alrededor» dc un grupo racial, que se convierte en
una linca de vínculo: casarse con alguien de una raza diferente es ca­
sarse «afuera».
No es casualidad que la raza haya sido representada por medio
de metáforas familiares, en el sertido de que las «razas» se ven como
si tuvieran «ancestros comunes» (Ecnlon. 2003. p 2). 1.a raza cn este
modelo «amplía» la forma familiar; otros miembros de la raza son
«como de la familia», y a su vez la familia es definida en términos
raciales. 1^ analogía funciona poderosamente para producir una ver­
sión particular de la raza y una versión particular dc la familia expre­
sada como «semejanza», donde la semejanza se convierte cn una
cuestión dc «atnbuios compartidos». El primer rasgo dc una conexión
familiar es el parecido: asumimes que el parecido es el signo de una
conexión, en cualquiera dc las formas en que la cone.xión es descrita o
explicada. I3c mtxlo que podemos decir: «Se pttrece a su hennana»,
«tiene la nariz dc su padre», etc. el deseo de semejanza imagina los
cuerpos ctxno si tuvieran los mismos rasgos, como si el regalo de la
vida fuera el don de un atributo. El deseo de conexión genera la seme­
janza, y al mismo tiempo la .semejanza es interpretada ctmio el signo
de la conexión. Sieve Fenton lo expresa así: «l.as personas o los luga­
res^ no soto po&cen culturáis y antepaiiado^ comunei^; los claborsin en
una idea dc cotnunidad fundada en estos atributos» (200.3, p. .3). PixJe-
mos hacer una afirmación todavía más fuerte: es la idea de comunidad
como «estar en común» lo que genera «atributos compartidos», que
son entonces considerados dc forfna rctrtnpeetiva como una prueba de
comunidad.
Nuestra tarea no es solo reflexionar sobre la generación de los
atributos, sino también considerar la p<Mítica de compartir. Aunque
172 rrn<wvm)o<a|U«

ci>mptínir a menudo c$ descrito como lu panicipíición en algo {com­


partimos esta cosa o aquella, o tenemos esta cosa o aquella en comiín).
c incluso como el placer de panidpur, conpunir también implicu una
división, o la posesión de purfes. Tener una fxirtici^tación en algo es
estar implicado en cl valor dc esa cosa. Podemos señalar que la pala­
bra misma, viene dcl inglés antiguo, In pn abra rrrtín/? que se refiere
a cone o división. De modo que la palabra ^«compartir***, que parece
remitir a lo común, depende de un corte ) de una división, donde las
cosas son ctxtadas y disinbuidas entre lo« demás. Si compartimos en
la familia, y la familia es un efecto de compartir, entonces In familia
logra compartirse solo cuando se divide entre aquellos que tienen par
tes en ella. De este modo, el regalo de la > ida es a menudo un regalo
dc partes, que están distribuidas de forma desigual (cl hijo tiene mi
nariz, o tu boca, etc.). De otro modo, la familia se convertiría en un
dispositivo de clonación: el clon es una patología social porque hereda
demasiado: lo hereda todo, de forma que Jeja dc ser una cosa nueva.
EJ clon por tanto amenaza la demanda misma dc individualidad, que
después de todo se refiere a lo que *no se puede dividir». Existe una
conexi(ki entre lu demanda de indi vi dual ithid > del concepto de gene
ración, no solo en cl sentido dc que el irdivíduo es generado como
algo nuevo, sino también en el sentido de que la generación llega a ser
percibida como «^similar» a un individuo, como la suma de sus partc.s.
Una nueva generación se crea por la parcialidad de su herencia de
generaciones pasadas. A la luz de esta idea, aunque la reproducción es
*<reproduciiva», depende de mimientos de desviación, donde lo que se
desvía no nos lleva fuera de la línea, sino que en su lugar crea ««peque­
ñas diferencias*" que se aproximan a las ctalidades que se supone que
tmsan con la línea.
En las coítversaciones cotidianas sobre estas conexiones familia­
res, la semejanza es un signo dc lu hcrcncii; parecer de lafami
ha ^jc ^<par<^cer %emejantír**. Quiero plantcor otni forma de pensar so­
bre las relaciones entre herencia y semejanza: herodamtv}» proximidades
(y psK tanto orientaciones) ctwno nuestro punto de entrada al espacio

h Se refiere a ia palabra cn d cnfinai Srran* a w \€t. * leoe <lel prulo


indo csrvpeo (partir, disidir, cortari. En castellano U propia palabra de la
Iraduccíón de ihart^ «eompurtír*. revojir prcfrelaoKfiie eMa idea de «pArtir* ) de co­
munidad C€om-‘ i («V
OrKHic ) otn* <Mix» 173

familiar, como *<una pane» de ana nueva genemeión Esta herenaa a


su vez genera «semejanza», liMe argumento se basa cn mi propuesta
de Im pí^ítfca cuburuí de Ias emaeionex (2017 |2004a|), donde plan*
tet) que la semejanza es un efecío de la proximidad o dcl contacto, que
cs «aceptado» entonces como un sigm) de la herencia. También plan­
teo que la semejanza es más un efecto de la proximidad que su causa,
con la propuesta adicional de que heredamos proximidades, aunque
esta es una herencia que puede ver rechazada y que no determina total­
mente una línea de acción. Mantear que heredamos proximidades es
también señalar que esc pasado que está «detrás» de nuestra llegada
limita y a lu vez habilita la acdón humanar si estariK^s determinadlas
por «aquello» con lo que entramos en contacto, entonces también es­
tamos determinados por lo qiK heredamos, que delimita los objetos
con los que pixlríamos entrar en contacto.
Mi objetivo no es cuestionar cl discurso del «parecido familiar»,
sino proponer una explicación diferente de su poderosa función como
dispositivo legislativo. Un dicho que siempre me ha intrigado es el de
«como dos guisantes en una vana»? Ser como dos guisantes en un,i
vaina es ser iguales. Cualquien que haya pelado guisantes sabe que
estos no vun iguales y que verlos como iguales ya supone pa.sar por
alto algunas diferencias importantes. Pero es la vaina, no los guisan
les. lo que me interesa aquí. Eqe dicho pttra mí sugiere que la seme*
janzü es un efecto de la proxtmdad de tata residencia comptirtida,
Esto no es simplemente un debotte entre alimentación > naturaleza (ya
que la vaina es un dispositivo de alimentación^ ya que esta forma de
pensar se basa en una lógica denasiado simple de causalidad (la vaina
causa los guisantesI. Más bien se trata de que es la proximidad misma
de un guisante con otn), así como la intimidad de la residencia que los
nxku como una piel, lo que determina la forma misma de los guisan­
tes. 1.a semejanza no esüí por tonto «en» los guisantes, y menos aún
«en» la vaina, síiky que es inOs bien un efecto de su contigüidad, de
cómo se uvean entre sí y se envBclvcn mutuamente. O si decinKvs que
los guisantes «comparten» la vaina, entonces piulemos ver inmediata­
mente cómo la «vuinu» no solo genera lo que es «coinpariido» cn cl
sentido de lo que hay en común, sino también lo que los divide o dis-

Dkliu bk4r ptai 4m a pod SignificA qiic «Sm com parrccn iguale*, algo
parecido a1 dicbc cn caMetlam» </ct rrAkti dr ajtttft fN dfl T,l
174 hcnomrnülcf £a quccf

Iribuye en partes, En vez de pensar la cuestión de b herencia en térmi­


nos de naturaleza contra alimentación, o biología contra cultura, po-
dnamos concebirla cn términos dc contingencia o contacto <tactn>; las
cosas están determinadas por su proximidad con otras cosas, donde
C5ta proKimidad mi.>ma o Itcrvdad» cn cl «cutido dc que es la condi­
ción dc su llegada al mundo. Ijos ptocesos biológicos y sociales impli­
can cl conflicto y la contingencia dc estas proximidades.
En el caso de la roza, podemos decir que los ctierpos llegan u ser
vistos como <p<arccidois*. por ejemplo «compartir la blanquitud>
como una «característica*, como un efecto dc estas proximidades,
donde ciertas «cosas* ya están «cn su lugar*. Por tanto, lo familiar-
hereditario’^ es en cieno sentido la «vaina* un espacio compartido dc
residencia donde las cosas surgen. «Lo familiar-hcteditarioM trata, al
fin y al cabo, dc «lo familiar*: este es cl nundo que implícitamente
conocemos como un mundo que está organizado de cierta manera. Es
el mundo dcl que habla Eanon cuando derribe el «comxnmienlo im­
plícito* que podemos tener de «dónde están las cosas*, como un co­
nocimiento qt>e se ejerce por medio de orientaciones hacia ot^eu^.
Los objetos son familiares, por supuesto, pero la familiaridad trata
también dc nuestra capacidad para utilizar objetos y dc que estén a
nuestro alcance como objetos con los que hacemos coevas. Pensar cn
este conocimiento implícito como heredadiv es pensar en cómo here­
damos una relación con el espacio y con lu ubicación: en casa, «las
cosas* no solo se hacen de cierta manera, sino que lo doméstico «pone
las cosas* cn su sitio «1.a familia* misma se convierte cn lo que eo-
ntxremos de forma implícita, y también cn lo que nos rodea, un lugar
dc residencia
Podemos decir iikIuso que «heredamos* la familia como una
forma, como una herencia que se ve conformada por medio dc un tra­
bajo intergcneracional: la «familia nuclear* solo aparece como un «fe­
tiche», accesible cn su «certeza sensorial*, cuando olvidamos esta
hisuxia de trabajo que permite que se produzca la forma de la familia
(ver capítulo I). No solo heredamos «cmis* que descienden p<vr la

10. Eo etlc párrafo l* «otoni utílira fo» ndjcüto* 4e) /amiiiut y ftimiíw/- FJ
prmen) jíc utilun «obre iodo eti fcttétka. Minifica/amihar pero como hcrediiano (una
etifermrdad hrrrdtUina. |«<w cjcmido^ H «cfundo tèmino lietic d mismo sehtido que
cfi cas)dlM>n. flamilior, rdathn o 1a familia Para tlícrenciar esc moll/, traducimen
fiunifittl por familiar hereditario, y /ttfnítíaf p<v familiar íA/ dri
4 ktcfitr \ i<rvH tMn» 175

líiwa dc la latntlia (los «bteoe&j» que pueden pasar de padres a hijos),


también heredamos la familia corno una tinca que viene dada. Esta lí­
nea también puede describirse como la línea familiar; después de
todo, la llegada dc cada cual >a viene narrada como otra línea que
amplía la línea del árbol familiar Cuando ce nos da esta línea se nos
pide que la sigamos, lo que podemos redefinir como ta «presión» so­
cial para la reproducción, que «presiona» la superf icie de los cuer|X>s
de ciertas formas. Heredar la blanquitud supone quedar investido de la
linca de ia Manquitud: supone participar en ella y también transformar
el cuerpo en una •<parte» de clla.como si cada cuerpo fuera (Xro «pun*
to» que se acumula pura ampliar la línea, la Nanquitud se convierte
en (imi herencia social; al recibir la blanquitud como un regalo, los
cuerpos blancos —o aquellos cuerpos que pueden ser n?conocidt)s
como cuerpos blancos— llegan i «poseer» la blanquitud cvnu» si fue­
ra un atributa camparlida.
La herencia puede ser entendida conK> corporal y como históri­
ca; heredamos lo que recibimos como la condición de nuestra llegada
al mundo, como una llegada qtie deja y crea una impresión. Es útil
recordar que la herencia es crucial para la concepción marxista de la
historia. I^ira Marx, aunque «hacemos historia», este hacer está deter­
minado por la herencia: «Los hombres hacen su pfx)pia hi^nxia. pero
no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos
mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se enaientran di­
rectamente. que existen y les han sido legadas por el pasado» (1996,
p. .U)?* Si las condiciones cn que vivimos han sido heredadas por el
Irisado, entonces «pasan descendiendo» no solo por la sangre o ptvr
los genes, uno también por medo del traba/o o del esfuerzo de ftene-
racionen. Este «paso» de la histona es una forma social y material de
organizar el mundo que determina los materiales de los que se hace la
Vida así como la «materia» misma de los cuerpos.'' Si la historia está

II Hanmay (2005) hiicc una afirmackVn ailn fná% rcMumUa pn^pooc que Ia
htkUMia ri herencia.
12 Si pemamo» en ta herencia cinno hiatonu, y como Io que recihiau>c (>c o(m.
eiuofice» podemos recomiderar tos aspectos biotóficos y wctutes dc la herencia: el
cuerpo toma ta forma de su hiMcwia Tnido ta hermeta Nolójjica como la social se po­
drían describir oo como Umptes líoeac que «elimos, «no como ta cortiafcncia dcl
conlaclo, donde to coaas al entrar eo cottaclo con otra cosa determinan k> que recibí-
iiuH Dc este modo. Us hisionas prnliuai tratar tanto sobre la piel, b rniolofb. > la
sangre como ya lo hacen sobre cMitos, ptbbras» vestimentus y (ecoalogUs 1^ historia
176 FcRomenolof ía ^ucer

hecha «a partir de* Io que ha pasado en la descendencia, es decir, la


condición en la que vivimos, entonces la historia está hecha de lo que
viene dado no solo en el sentido de lo que * siempre ya» ha estado ahí,
d/tm </e pn^pia Uef^ada, sino cn el sentido activo del regalo:
la historia es un regalo dado que, cuando se dn, eu recibido. Quiero
plantear que la herencia puede ser repensada en términos de lo que
recibimos dc los otros, como nuestro «punto de llegada* aJ orden fa­
miliar y social. l>a recepción no tiene que rer con la elección, aunque
tampcxxi es algo sim|>lementc pasivo. De hecho, la palabra herencia
tiene dos sentidos: recibir y poseer. En cieno modo, convertimos lo
que recibimos en posesiones, una conversión que a menudo «escon­
de* la condición de que se ha recibido, como si la posesión simple­
mente «yn estuviera allí*. Recibimos posesiones materiales, u otro
tipo de objetos, como una creenciu compartida o incluso un amor
compartido por el ideal del yo dc la familia, lo cual reproduce la fami­
lia como aquello que deseamos reproducir (ver capítulo 2).
Esta herencia puede ser repensada cn términos de txientaciones:
heredamín la aec€oibilidad de ciertas abyeias, de aquellos que nos
son «dados» o que al menos se nos han hecho accesibles cn el hogar
familiar No estoy sugiriendo con esto que «la blanquitud* es uno de
estos «objetos alcanzables*, sino más bien que la Nanquitud es una
onentación que pone ciertas cosas al alcance. Entre los objetos, no
incliiinamos solo objetos físicos, sino también estilos, capacidades,
aspiraciones, técnica.s. c incluso mundos, Al poner ciertas cosas al al­
cance. un mundo adquiere su forma, el mundo blanco es un mundo
orientado «alrededor* de la Manquitud. Este murxlo. además, es «he­
redado* como una resideiKÍa: es un mundo configurado por historias
coloniales, que no s<Mo afectan cómo están dibujados los mapas, sino
también los tipos de orientaciones que tenemos hacia los objetos y
hacia los demás. En este modelo la raza se convierte en una cuestión
de lo que está al alcance, lo que está dispvnihie pora percibir y para
hacer «cosas*.
Kk ejemplo, volviendo al onenialismo. podemos ver que con­
vertir «lo extraño* en familiar, o lo «distante* en cercano, es lo que
permite que «Occidente* amplíe su alcance El cxientalismo. además.

nu fc<wk rn r^cn mírtenile*. qiK determina cnrw> llcynn a cxi«<ircn ewt (onnan.
y mo también trauí dc «aqoclln» ctm b* qtie cniran rt cuntaclo
OncBtí j (xnw «tp» . __ 177

rciinc objetos alrededor dc $i. Y también diferencia entre los obfctos:


entre aquellos que están cerca y los que están lejos, los que son fami­
liares > los que son extraños, aurique esta diferenciación simultánea-
inciue convierta lo lejano en cercano y lo extruAo en lainiliar Esta
diferenciación se produce com? una cuestión de dirección. En un n¡
vel simple, podemos decir que tendemos hacia aquello que está cerca,
y también que lo que está cerca muestra nuestras tendencias, t^ul
Schlíder sugiere que la pniximidad y la distancia son cruciales para la
permeabilidad dcl espacio ccKpvral. Ixis cuerpos que están «distantes»
tienen menos probubilidodes dc ser incorporados a lu imagen del cuer
po (1950. pp. 235-236). O podemos decir que lo distante también está
incorporado (conviniéndose en parte de nuestnv horizonte corporal),
como una incorporación que «los» coloca cn el límite de nuestra piel:
«la distancia* es también el efecto de una orieniachSit que ya hemos
tomado, que hace que lo que está «cerca» este más prú.ximo a noso­
tros, en un sentido más que espacial. Si heredamos proximidades cn
vez de atributos, entonces también heredamos «quién» puede ser
«traído a casa» y quién no. Esto significa que hcrcdannvs tamlñéii for­
mas dc distancia corporal y social: aquellos que están «en casa» (de­
ben estar lo bastante cerca), pero que están marcados como «cmás leja­
nos» a pesar de estar ante esta proximidad. Tal y como HusserI nos
recuerda, dentro del ámbito de lo aJcanzable, podemos diferenciar
cosas cercanas de cosas lejanas, donde estas están «en el borde más
extremo del horizonte» (2C)()2. p. 150) y que a menudo son percibidas
como «acervándose*
Podemos analizar cómo as orientaciones se reproducen de la
misma forma en que «los otros* son accesibles cotTHi objetos de amor.
Traer a un amante a casa, por ejemplo, es mostrar a tus padres tu elec­
ción de un objeto annwsxi. Supine esperar una aprobación social, que
cuando es otorgada paga de nuevo la deuda al progenitor. Tal y como
planteé cn el capítulo anterior, la heterosexualidad como campo, como
fondo de la accitSn, delimita quién está disponible pura el amtx*. Esta
delimitación no trata simplemente de la reproducción de la hetero­
sexualidad (el requisito de que iraigam<is a casa al «txro sexo»), sino
también de la reprcxlucción de a cultura como un ^atributo comparti­
do» por medio de la demanda misma de que el amor heu*rosexual
vuelva a la familia, en el sentido de devolver su imagen reflejada (el
re(|uisito de que traigamos a vasa ta «misma raza»), tai demand4i es
178 FciMMnenoúof t» quwr

que este amor se dirija de vuelta a la familia producierKk^ una *des-


cervdcncia» que pueda heredar su t'onna teniendo un «buen parecido*,
cn otras palabras, un parecido çue et ini^rprejodo cofm't u/Ftí posesión
famüiar, fe interesante ohscrs ar. por ejemplo, que cuando una criatu­
ra recién nacida es morena y nadie lo espen^ba, a menudo aparece una
liisioria para explicar esc tono moreno, cono si hubiera que pnxcger
la línea familiar de ia mancha de su color una historia que podemos
describir como la implicación íamiliar en la •eoveja negra* como aquel
que «queda apartado*. Aunque algunos puitos de desviación pueden
ser necesarios para la continuación de una línea, otros puntos amena­
zan esta línea ul no recibir las «cualidades* que se supone que pasan
por ella, luí oveja negra y otros desviados familiares pueden incluso
ser considerados como la otérta de una línea aliemativa de descenden­
cia: de hecho, el desviado familiar es inierpietado fácilmente como un
extraho, o incluso como un extranjero, cu>a proximidad amenaza la
línea familiar. Por supuesto, esta proximidad también es «exigida*, ya
que es lo que permite defender la línea. Una forma de defender lu lí-
nea es hacer del desviado «un punto final*?* Incluso se podría trazar
una genealogía mestiza y queer a partir de estos puntos.
Podemos ver que la heterosexualidad obligatoria es la base para
la reproducción de esta Nanquitud normativa (ver Stokes, 2001).
prohibición del mestizaje y de la homosexualidad pertenecen, por así
decir, al mismo registro, aunque la relación entre estas prohibiciimes
es compleja y contingente (Somerville. 2CO5. p. 336). Este registro
adopta la forma del amor familiar, expresado como la demanda de
devolver este amor por la forma en que se ama* en otras palabras, el
amor que recibes, narrado como el regalo dc la vida, se conviene rápi­
damente cn una presión |Xira continuar la.s «buenas líneas* de la fami
lia. En el bogar un cuerpo blanco puede ser privado del acceso a cuer­
pos no blancos dado lo «aJcanzable* de estoi cuerpos: una prohibición
solo tiene sentido cuando algo es aJcan/able. feta prohibición está
basada cn la fantasía de que los cuerpos blaiKos deben estar orienta­
dos sexualmente hacia cuerpos blancos con el fin de mantener su

13 Pudenun tc&idar aquí la implkición hiuódai en la nocida dc cuerpos de ram


meitin y queer como «pufiioe linaks» por medio de b «crccncta uxiat» de que eucw
ceerpot son cMCnlc* y nu-repnMlueUun. cMos ciiei|xn Itefaroo a reprrvenur uim
preixupBcidn tobfe ta muerte, que a mi %ez aaocu «In vida nusma» con la blanqutliid
hetenisexual VcrCioodman. 200)
Onmir y cafnn trtnM ___ 179

Wanquílud. Demasiada cercaníavon k)s otros, podnamos decir, puede


amenazar la reproducción de ta Nanquiiud como atributo social o cor*
poraL La existencia de esta amenaza es necesaria para reforzar la
pn>ximtdad como una obligactón ética; defendemos lo que está en
riesgo. En este sentido, se manáene la blanquitud como demanda de
volver a una línea, donde esa vuelta loma la forma de una defensa. No
es que la blanquitud exista simplementc como una posesión, sino que
$e convierte en una posesión por medio de esta demanda de volver,
que loma la forma de una de/eriw contra la perdida imafttnarta de
ana linea futura}^
Esto no quiere decir que las «devoluciones*» de la blanquitud exi*
jan que los cuerpos blancos cslén orientados hacia cuerpos blancos.
La blanquitud dcl cuerpo blanco está en pelignv por algunas de las
proximidades que hereda, pere están permitidas algunas formas de
proximidad con cuerpos que están marcados por la diferencia: la
proximidad con estáis otros puede incluso «confirmar» la blanquitud
dcl cuerpo. «Los otros*» pueden así convertirse en recursos pura cxien
der el alcance de cuerpo blanco, es decir, pueden funcionar como
«dispositivos de orientación», fcn algunas fantasías de la intimidad in-
terracial. cl cuerpo blanco se tuelvc aún más blanco por su pn^pta
orientación hacia los otros raciales como objetos de deseo. En su
obra, bell hooks (1992) analiza cómo el deseo del cuerpo blanco por
los otros raciales es una tecnologia para la reproducción de la bliinqui*
lud, que ella describe como «comerse al otro». Si cl cuerpo blanco «se
come» a esos oíros, o los loma consigo, entonces no se pierde a sí
mismo; el cuerpo blanco adquiere color por medio de estos actos dc
incorporación; se reproduce al volverse un otro diferente a sí mismo,
Vohene negro por medio de la proximidad con los otros no es ser
negro; es ser «no negn» p^r medio de la propia extensión del cuerpo
hacia la negritud. Ese «vohcrbc» confirma cl no-ser extcr>diendo la
superficie misma dcl ser hacia aquello que se es.” Al ser una

14, Pâf» una ktium ikullada dc cjcnuMp* de csu Mnnquitud dcfcauva. *er lo miro
diuxtón > loi capitulo* 2 y 5 de Im pdttictí de lot rmoriíwi (Ahincd, 2017
|2OO4iih
15. fcAlo> íorntutando dc otra forma U idea que planteZ en el 6. «Going
Slnange.CJoinf NjiUve».dc Stran^r Ka<-<iw«/rri t-Mwdifd i^iheri in Pofi'Caíoniailfv
(20001 sobre «volvcrve oim* como una íumui «k «oo lei» por medio de la proximidad
en vez de por U diuancin Ver también el capsulo 5 de La poíitU'o adtnrai de tai emrr*
180 Icfkviwaolo^U qucci

orieiiuición hacia los o<rus. la Manquitud « reproduce incluso en cl


momento en que adquiere algo de cdor
Otra forma de describir la reproducción de la blanquitud sena
considerarla como una política de la devolución. La blanquitud se
convierte en una moneda* que da una devolución al ser devuelta. Eli-
sabeth Spelman sugiere que la blanquitud es una inversión «tanteen
cl sentido arcaico de un vestido** o un sobrcRxlo. como en cl sentido
de algo que promete una devolución* < IW9, p, 214). La Nanquitud
implica ambas economías, la política y la afectiva: está distribuida
entre los cuerpos y las cosas sin ser nada cita misma, como una distri­
bución que da a los cuerpos y a las cosas ^afecto* y «valor*. Cuanto
más circula la blanquitud. más grande es la devolución, o más puntos
acumula a lo largo de su línea.

Hábito'"^ y espacios

He planteado que la Manquitud es una orientación social y corporal


que amplía lo que está al alcance. Hanon, c^mo señaló anteriormente,
habla sobre cl «mundo Manco* y qué se siente al habitar un mundo
blanco con un cuerpo negro. Por tanto, podemos decir que el mundo
amplía la forma de alguno.s cuerpos más que otros, y que estos cucr-
p<.>s a su vez se sienten en casa cn este murdo. Ahor^i podemos anali­
zar cómo la Nanquitud es de este mundo, repensando la cercanía entre
los hábitos y el espacio. Puede que estemos acostumbrados a ixmsar
en los cuenxís como algo que «tiene* hábitos, por lo general, malos
l^xlemos incluso describir la blanquitud como un mal háWto:” como
una serie de acciones que s<in repetidas, olvidadas, y que permiten a

<20P ptKMap «obre el tcm« tkl lunot ntuJiuaUunü.doiak la nacido ««e *aet
ve» difenrnte por «u agrior a kn otro* q«e «wo» dircftrnei
16. I Ji polobm írnTUMrnr en inglés llene la fníz latina de venido, de ropa que cubre
(-tetf. de «eirlfur). y de hecho ho> en dí/i una de *uh «ecfKtooe^ C5 «eáscara». adenuH
de imersldn íA. de/ M
p tucfo de palabra! cao hMNlo > habitar i/iurbiO. <)uc «c dewirrolla en este
aponado (A\de/ fJ
IK ha caatellano OMirai^b m» «coatumbra* que -tibiio» tmol» coirfttmbrew. etc./,
pea» (raducinuM Mut por bébiio para maotefier tu coherencia léxica «xi la* relereo
CIO* poMeriofta a la* pálabni* «habitual« y «tiabltar» /«V «íe/ T)
Oricrtic V otKM otnH 181

algunos cuerpos ocupar cl espacio limitando la movilidad dc otros»


Quiero analizar aquí cómo los espacios públicos se forman pcK medio
dc los acciones habituales dc los cuerpos, de modo que los contornos
dcl espacio pueden describirse como habituales. Recurro al coiKepto
dc hábitos para teorizar no lann sobre cómo los cuerpos adquieren su
forma, sino sobre cómo los espacios adquieren la forma de los cuerpos
que los «habitan». Podemos reflexionar sobre cl «hábito* en el «ha­
bitar».
Necesitamos analizar no siMo cómo los cuerpos se vuelven blan­
cos. o fracasan cn ello, sino tanbión cómo los espacios pueden adop­
tar las mismas «cualidades» qu; se han dado a esos cuerpos. En cierto
sentido, podemos pensar en lo habitual como una forma de herencia.
No se trata dc que heredemos hábitos, aunque también podemos ha­
cerlo: más bien lo habitual puede ser concebido como una forma cor­
poral y espacial dc herencia. * En este libro planteo que los cuerpos
están determinados por aquello hacia lo que tienden, y que la repeti­
ción de ese «tender hacia» produce ciertas tendencias Podemos des­
cribir dc nuevo este pnx?eso en los siguientes términos: la repetición
del tender fineta es eso alrededor dc lo cual la identidad se consolida
(= tendencias). Por tanto, no heredamos nuestras tendencias; cn su
lugar, adquirimos nuestras tendencias de aquello que heredamos.
En el capítulo anterior planteé la hcteroscxualiíbd como una for­
ma dc LER (lesión por esfuerzo repetitivo). Ahora quiero analizjir la
blanqtiltud como un mal hábito. Tal y como Bourdiou (1977) nos
muestra en su nnxlelo del habitas (tomado en pane de los primeros
trabajen dc HusserI), podemos vincular los hábitos con lo que es in*
consciente y rutinario, o con lo que se conviene cn una «segunda
naturaleza».^ Oscribir la Nanquitud como un hábito, como una se­

to aitalirar p»p«l 0* U «o lu inuk^miMÓn <le U»


forma* tubiunlc* la acción Lo* báMtos »on lo« efectos de acciones repetidas. Esto»
accione5 vin wciate* y se dirigen hacia I<h demã* mí como alrededor dcl >o 1 .a *ncta-
bltidad puede %er descrita como la invoción dc «devolver» hábitos con Mbiiov: repe
tir lo que los demás «hacen» hasta que cl «habito» ve convierte en un ceneno comiin
(lo que noev neccsorianicnte un acto cixivcientc dc dcvcduciónl. tuu relaeioncv pueden
inclUM^ orientarse n/zrdedor dc los báhiuis No es casualidad que cuando una pervini
en una relación íniimo rornpe un hábilJ conipatiidu. eue acto puede afectar la inúrai-
dod de la relacióti e ineluMv «n^mperU» La herencia es tamban lo que recibimos dc
tos otros oí compartir un hábito, companinun una í<vma de habiiiu el cuerpo
K» Mfruna* obras que itiih/an el concepto dc hohrito dc ^vunheu para explorar cl
182 IcnnmefxMogíi qoerr

guíKla imturalezii. supone sugerir que la Manquiiud es lo que hacen los


cuerpos, donde el cuerpo loma la forma de la acción. Estos hábitos no
son ^exteriores* a los cuerpos, como cosas que uno pudiera «ponerse
encima* o «quitarse de encima». Si los hábitos dependen de loque los
cuerpos hacen* de una forma re|XMida. enion;es también pueden deter­
minar lo que los cuerpos pueden Hacer. Cuando Deleuzc (IW2.
p. 627) plantea que aún no sabemos lo que el cuerpo puede hacer, sin
duda lleva razón, IVro, lal y como propuse en el capitulo I. los cuer­
pos también toman lu forma de lo que «sj qu: hacen», donde el *5f que
hacen» no solo mantiene el tuturo abierto, sino que también (imita lax
poíibdidoilet para la acctón en el presente,
M palabra «hábitos» se reñere a disposiciones y tendencias, ad­
quiridas }x>r la repetición frecuente de un acto. Ya he analizado la tem­
poralidad paradójica de las tendencias: son producidas atmo un efecto
de la repetición dc «tender hacia» y al mismo tiempo adoptan la forma
de aquello hacia lo que los cuerpos tiendei (si yo soy escritora, yo
«tiendo hacia» la mesa dc escribir. pcn> sola llego a ser escritora por
medio de la repetición de este «tender hacia*). Ahora ptxJemos repeU'
sar el concepto de «hábito» para rearticular esta paradoja reflexionan­
do sobre el modelo de Meiicau-Poniy del cjcrpo habitual. Para Mer­
leau-Ponty. el cuerpo habitual es un cuerpo que actúa en el mundo,
donde las acciones acercan otras cosas. Lo explica así: *Mi cuerpo se
me revela como postura en vistas a una cierta tareti actual o posible.
Y. en efecto, su espocialidad no es. como la de los objetos exteriores o
como la de las «sensaciones es|)aciales». tna espaeialidad de posi­
ción, sino una espaciatidad de siiuaeián. Si. de pie delante de mi
mesa, me apcvyo en ella con mis dos monos, solamente estas quedaran
acentuadas y todo mi cuerpo seguirá tras ellas como una cohi dc co­
meta. No es que yo igixve lu ubicación dc mis hombnjs o de mi espal
da. lo que ocurre es que esta queda envuelta en la de mis manos y toda
mi postura se lee, por aííí decir, en el apoyo que estas toman sobre la
mesa» {2(X)2. pp. II4-II5).
De nuevo, volvemos a la mesa. Aquí, e> en lu direccionalidad del
cuerpo hacia una acción (que hemtvs descubierto que también signifi­
ca una orientación hacia cierto tipo de objetos) como «aparece» el

cuerpo nKtaJ)Zd<loMMi Im Ufuimiev Smn/e. IW7; Widtcr. I9Q7, H>gc. 1998; Puwaf,
20(M
(hieoic > otro» otron 183

cuerpo?' El cueqxi es *habHual» no solo en el seniido de que realiza


acciones dc f orma repetida, sino también en el seniido de que cuando
realiza esias acciones wo presta atención, aparte de en la «superficie»
cuando «encuentra» un objeto externo (como las manos que se apoyan
cn el escritorio o en la mesUe que sienten el «estrés» de ln acción). Kn
otras palabras, el cuerpo es habitual en ia medida en que «se deja lie
vur» en la realización dc una acción, siempre y cuando el cuerpo no
sea «un problema» o un tMustáculo a la acción, o no se vea -estresado»
por «lo que» la acción encuentra. El cuerpo postural para Merleau’
Pimty es cl cuerpo habitual: cl cuerpo que «no interfiere en el curso de
una acción», sino que está, corro si dijéramos, detrás de la acción,
lui raza puede ser entendida como una cuesiitSn dcl «detrás». Tal
y como sugiere Linda Alcoff. b raza constituye cl «fondo necesario
desde el que me conozco a mí misma» (1999, p, 20), En otras palabras,
la raza se conviene en un algo obvio, en la medida en que no llama
nuestra atención. Si la raza esUi detrás de lo que hago, entonces es lo
que hago. I\xlemos analizar la relación entre lo que está detrás de la
acción scxrial y la promesa dc la movilidad social. Merleau-Ponts uti*
liza como ejemplo objetos que permiten a los cuerpos ampliar su mo­
vilidad, como el «bastón del ciego».^ Cuando el bastón es incorpora­
do al cuerpo, se vuelve pane de lo habitual: «El bastón del ciego ha
dejado de ser un objeto para él.ya no se percibe por sí mismo» (2002,
p, I6S). Podemos apreciar aquí la ampliación de la movilidad por me­
dio de objetos significa que cl objeto ya no se percibe como algo sepa­
rado dcl cuerpo. El objeto, como pasa con cl resto dcl cuerpo, sigue
detrá.s de la acción, incluso cumdo está literalmente «enfrente» del
cuerpo. Cuando estoy escnbienckí. puede que no sea consciente dcl bo­
lígrafo, aunque está antes que yo, como debe ocurrir para que yo es­
criba. Cuando algo se conviene en pane de lo habitual, deja de ser un
objeto dc la percepción: simplemente se pone a funcionar. Estos obje­
tos están incorporados en el riirrptr ampliando la movilidad del euer«
po, o ampliando lo que está a sa alcance: «La posición de los objetos

21. Mertvc ln pendí seAalar aquí que la palabra «hábito» viene <ld lutín, y Mgfiíri»
condici^ ■pancncia y vcuimentn
22 EiKuatnunoit aquí al|^ irúaico. (lado que la froameaologta de MrricJiu-tMiilv
uMime la moMlidad. en la fuerza de lacouitciación. «>o puedo», vu ejemplo eun una
diuapucMÍad es inunKiivo, El «euerpocapaz» ec un efecto de tccnoiofias que. px así
decir, muestran ln movilidad mKitui como im dhpoaitivo
184 FcnomcnoleriJ queer

viene inmcdiaiamenie dada por la ampliiüd del que la afecta y


cn la que están iximprendidos, además del pxler de extensión del bra­
zo. el radio de acción dcl bastón. Si quieto habituarme a un bastón, lo
pruebo, tiKX) algunos objetos y, al cabo de un tiempo, lo tengo pu la
mano**, veo qué objetos fitdn al aleance de mi basídn a fuera de su
alcance^ í 2()O2. p. 166. la cursiva es mía), fcn otras palabras, los hábi­
tos no implican solo la repetición del «tender hacia», también impli­
can la incorporación de aquello «hacia lo qte se tiende* en cl cuerpo.
Estos objetos amplían el cuerpo ampliando lo que ptxxk alcanzar. Lo
alctinzable es por tanto un efecto de lo habitual, en el sentido de que lo
que es alcanzable depende dc lo que los cuerpos «toman» como obje­
tos que amplían su movilidad corporal, continiéndose en una especie
de segunda piel.
Tal y como planteé en cl apartado aiterior sobre cl lema del
orientalismo, «la iMrcdad» puede ser redef nida como una forma de
ampliaaón, que amplía el alcance corporal pc^r medio de actos de in­
corporación. Estos procesos dc otredad pueden describirse ahora
como habituales. Ia»s objetos «hacia los que tendemos* se convierten
cn habituales en la medida que son asumidos por el cuerpo, rdtacien-
do su superficie, Mericau-Ponty lo describe así: «El hábito expresa el
poder que tenemos de dilatar nuestro scr-del-mundo o de cambiar de
existencia anexándonos nuevos instrumentos» c2üO2. p. 166). EJ pro­
ceso de iivcorp^ración sin duda tiene que ver con lo que es familiar,
pero también es una relación con lo familiar. Lo familiar es aquello
que está «en cosa*, peni también cómo se siente el cuerpo en casa cn
el mundo: «Cuando el bastón se vuelve un instrumento familiar, cl
mundo de los objetos táctiles retrocede, no empieza ya en la epidermis
de lo mano, sino en la punta del bastón» íp. 1761, Cuaitdo los cuerpos
están orientados hacia objetos, estos objetoí pueden dejar de aprehen­
derse como objetos, y en su lugar convertír?r en extensiones dc la piel
eoqxMnl
IVw tanto, podemos establecer un vínculo entre estas formas dc
apropiación corporal y la am|áiación de la movilidad del cuerpea, l^s
cuerpos blancos son habituales cn la medidh en que «siguen ini.s» las
acciones: no se «csiresan» en sus encuentros con objetos o con los
demás, porque su blanquitud «no se nota*, luí blanquitud disminuye
detrás de estos cuerpea. Los cuerpos blancos no tienen que enfrentarse
a $u blanquitud; no están orientados «hacia» ella, y ese -no» es lo que
< hkme > ocrtx (Hrm _ __ 185

pcrmiic a la blanquiiud t\>nsolidar^e. como aquello alrededor de lo


cual se orientan los cueqx^s. tomo no tienen que enfrentarse a ser
blancos como un obstáculo, dado que la hianquitud está «en linca*»
con lo que ya viene dado, los cuerpos que pasan por blancos se mué-
ven con facilidad, > esta movilidad se amplía por aquello hacia lo que
se mueven, fci cuerpo blanco, dc esta forma, se amplia: los objetos, las
herramientas, los instrumentos, e incluso *los otros* permiten que el
cuerpo habite el espacio al ampliar ese cuerpo y lo que puede alcan­
zar. l-d blanquilud se vuelve habitual en el sentido de que los cuerpos
blancos amplían su alcance incorporando los objetos que están a su
alcance Para expresar esto de forma sencilla: lo que está «al alcance*
también «amplía el alcance* de estos cuerpos.
Por tanto, es ^xisiblc haNar dc la blanquitud del espacio dada la
acumulación misma de estos «puntos» de extensión lxv$ espacios ad­
quieren la «piel» dc los cuerpos que los habitan. Lo que es importante
destacar aquí es que no son solo los cuerpt>s los que adquieren sus
tendencias, lal y como expliqué cn el capítulo I. los espacios y las
herramientas también loman su forma al orientarse alrededor de algu­
nos objetos más que alrededor de otros. También pixkmos considerar
«las instituciones* como dispc«ilivos de orientación que toman la
forma de «lo que* reside dentro de ellas ílespués de todo, las institu­
ciones facilitan espacios colectivos o públicos. Cuando describimos
una institución diciendo «que es» blanca, estamos señalando que los
espacios institucionales están cenformados por la pn^ximidad de algu­
nos cuerpos y no de otros: los. cuerpos blancos se reúnen y se consoli­
dan pnra formar los límites de esos espacios. Cuando vo)* a reuniones
académicas es eso lo que me eitcueniro. A veces me acostumbro. En
una ccnfereiKia que estaba ayudando a organizar, sucedió que cuatro
feministas negras entraron en la sala al mismo tiempo. Nos dimos
cuenta de su entrada. El hecho de que notemos esta entrada nos dice
tU* 1(1 ()ur está en juego qiir «lel quién» está entrando Alguien
dice; «Es como adentrarse en ua mar de blanquitud». Esta frase surge
y se sostiene cn el aire como un objeto esperando su caída. El acto de
habla se convierte en un objeto.qite nos reúne a su alrededor.
Entonces, estas feministas negras entran en la sala y me doy
cuenU deque no estaban allí ¡mtes.conH^ una nueva ocupación retros­
pectiva de un espacio que yx> ya habitalxi. Miro alrededor y reencuen­
tro el mar de blanquilud ht blanquilud solo es invisible pura aquellos
186 Haumeaolcyii qucct

que Ia habitan, o para quienes se han actis umbrado tanto a habitaria


que aprenden a no veda, aunque no scan Hanco(>. Tal y comii señala
NinnaJ Puwar en Spaee Invaeíeti, los cuerpos blancos son ixmtius so­
máticas que hacen que los cuerpos no blancos se sientan «fuera de
lugar*, como extranjerías, en cienos espucins (2004. p. S; ver también
Ahnied, 2(X)0. ppr 58-54). supuesto, los espucjos están ixientados
•alrededor* de la blanquitud. lo que signinca que la blanquitud no e^
«aquello* «hacia* lo que estamos orientados. No tenemos enfrente la
blanquitud: esta «sigue detrás» de los cuerpos como lo que está asu­
mido. El efecto de csiti «blanquitud alrededor» es la iiisiitucionaliza
ción de cierta «semejanza*, que hace que los cuerpos no blancos se
sientan incómodos, expuestos, visibles, y diferentes, cuando ocupan
ese espacio.
la institucional i zación de la blanquiiud implica un trabajo: la
institución llega a tener un cuerpo como efecto de este trabajo. Es
importatue que no rcifiquemos las instituciones presuponiendo que
simplemente son un Itecho objetivo y que deciden lo que liaccmos.
Más bien las instituciones se convienen en una realidad como efecto
de la repetición de decisiones que se han tomado a lo largo del tiempo,
que determinan la sui>erHcie de los espacios institucionales, luis insti­
tuciones se basan en líneas, que son la acumulación de decisiones pa*
sadas sobre «cómo* asignar los recursos.as*como «a quién* seleccio­
nar. La selección funciona como una tecnoogfa para la reproducción
de la blanquitud. KxJemos recordar el modelo de Althusser de la ideo­
logía basado en la selección: «la idetáogísi **actüa*^ o ‘'funciona** de
fonna que “selecciona” sujetos entre los individuos (los selecciona a
lodos), o “traitsforma” los individuos en sujetos (los transforma a to­
dos) por medio de la misma operación que he denominado inteqjela-
ciáft o llamada, y que puede ser entendida por medio de la llamada de
atención más habitual y cotidiana que hnce la policía (u otro): “Eh
tu * (1971. p. 165).
Tal y como planteé en la intrxxlucctón de este libro, el sujeto es
seleccionado girando alrededor, lo que innediaumente asocia la se­
lección con seguir una dirección, como la dirección que sigue la linca
de una destinación. Seleccionar puede sigiíficar renovar y restaurar.
El acto dc seleccionar, de traer nuevos cuerpos dentro, restaura el
cuerpo de la institución, la cual se basa en leunir cuerpos para que se
consoliden como un cuerpo. Convenirse en «parte* dc una institu­
OrIctiK 5 <xr04 oww 187

ción, que píxiemos considerar como ta demanda de compartir dentn)


de ella, o incluso de tener una parte de clin, requiere no soto que habi­
temos sus edificios, sino también que sigamos su línea: pexiríamos
ccimenzar diciendo ^nosotros»: lamentando sus fracasos y celebrando
sus éxitos: leyendo h>s documertos que circulan en su inienor crean-
do líneas de comunicación: y con los cncueniroui casuales que tenemos
con aquellos que comparten sus fundamentos. Incluso cuando nos de­
dicamos a la cntica, la queja o a oposición, o cuando decimos «no»
cn vez de «sí». *lu** mantenemos como centro de atención, lo que nos
alinea con «ella* y con otros que comparten este alineamiento. Que le
seleccionen no supone solo unirse, sino apuntarse a una institución
específica: habitarla girando airrdrdor eomo una dnxducidn de 3u
direcvidn.
Además, la selección crea el ideal del yo de la institución, que
se imagina el ideal de que trabajar «en» la institución signifteu «tra­
bajar hacía», o que incluso imagina que expresa su «carácter»."
Cuando empezarnos a fxmsar en la institucionalización de la Manqui*
tud, estamos preguntando cómo la blanquitud se conviene en el ideal
dcl yo de una organización?^ Tal y como nos han mostrado intelec­
tuales de los estudios críticos de la gestión, las organrzaciones «tien­
den a seleccionar el personal a ^u prc^a imagen» (Singh, 2OO2>. Hl
«eh tú» nc se dirige a uxioci mundo: algunos cuerpos son selecciona­
dos más que otros, aquellos que pueden heredar el «carácter» de la
organización devolviendo su imagen con un rcHejo que refleja de
vuelta esa imagen.aportando loque podemos llamar una «buena se­
mejanza* No es solo que haya un deset^ de Nanquitud que hace que
los cuerpos blancos entren: más bien, la blanquitud es aquello «alre­
dedor» de lo cual la institución está orientada, de modo que incluso
cuerpos que pueden no parecer blancos deben habitar «la blanquitud»
si quieren «entrzir*.

25. íkbcmcM prrgununxnqi>é ocurrecuaixSu b dtienicUd incorpora cn d «ideal


dd de una orgam/jicidn. ^xlemo^ awmir que si »e rcüneo •kufictctaes cueqxK no
bUncos. entonces d «cn tu lugar» puede «er meno% «cfuro y la orgaiilzación puede
volverac mri«v% blanca La ptopia demnrda de cueqx» que «can difencnicic. «in embar­
go. puede aikn maniencr los cotas en «u lui^ar. (diversiilad «e convierte en algo que
esos cuerpos «son», lo que Minifica que la organiracidn puede «teneria» si se ve que
•U*»« iiicorpura
24 Para un análisis de la relacióe entr; btiuiquiliMl > racbmo intfktaeional ver «l>c-
clanitions oí Uliiictievv The Soa Perf^MnuiUvity oí Anh Ruetsm» < Ahmed. 2í>O4b)
ISX queer

l4)s instituciones también necesitan dispositivos de orientación


que mantengan las cosas en su sitio. El afecto de estas ubicaciones
puede ser descrito como una forma dc coirixlidad, Estar orienudo. o
sentirse como en casa en el mundo, también supone sentir cierta co-
m<xlidad: solo podemos notar la comodidad como un afecto cuando la
perdemos, cuando nos sentimos incómodos. La palabra <co<nodidud*
sugiere bienestar y satisfacción, pero también sugiere algti retajante y
un relajamiento, comodidad tiene que rer con un encuentro entre
más dc un cuerpo, que es la promesa dc un sentimiento *dc acomcxhi-
ciónw. Estar cómodo es estar tan a gusto con su enlomo que es difícil
distinguir dónde termina el cuerpo propio y dónde comienza el mun­
do. Encajas, y en el acto de encajar, las superficies dcl cuerpo desapa­
recen dc la vista. Ix>» cuerpos blanavs están cómodos porgue huhifan
espacios que anipliafí su forrua. Los cuerpc'S y los espacios **apunian*
los unos hacia los otros, como un *punu> que no se ve, ya que es
también -el punto* desde el que miramos.
En otras palabras, la blanquitud puede funcionar como una for­
ma de comixíidad pública al perntirir a los cuerpos desplegarse en
esj^actos que va han tomado su forma. Estes espacios son vividos con
comodidad porque permiten que los cuerpos encajen en ellos; las su­
perficies dcl espacio stKÍal ya han sid4v impresas por lu forma de estos
cuerpos. Kxtemos pensar en la silla junto ala mesa. Puede adquirir su
forma por la repetición de algunos cuerpos que la habitan: casi pode-
nuvs ver la forma de los cuerpos como «impresiones» cn la superficie
I>e modo que los espucios amplían los cuctxvs y los cuerpos amplían
los espacios; las impresiones adquiridas per las superfícies funcionan
cxxno huellas de estas ampliaciones Ijis superficies del espacio social
y dcl cspttcio corpivral «graban» la repetic¡»5n de los actos, y el «pasar
pK alto» de algunos y no de txros.
Puede ser problemático describir la vlanquitud como algo que
'<atrave&amo6>«: este argumento podría convertir la Nanquitud en algo
sustantivo, como si lu blanquitud tuviera ina fuerza ontológica cn sí
misma que nos determinara y qi>e incluso «dirigiera» la acción. En
otras palabras, podemos rcifícar la categoria misma que queremos cri­
ticar, E$ imptvrtanle recordar que la Nanqtitud no se puede reducir a
la piel Manca o ni siquiera a «algo» que pidamos tener o ser. aunque
tusemos a través de la blanquitud. Cuando invs referimos a un «mar dc
Nanquitud» o a un «espacio Nanctv» estamos hablando de la repeti-
tJncflie > «(M otro» 189

ción dc pttsar por últo alpinos cuerpos y oíros no. Y aun así. cuerpos
no bhincot» luibilun de hecho e^ipacio» Mancos, f^os cuerpn se awi-
% icrten en invisibles cuando vemos espacios que nos parecen blancos,
al mismo tiempo que se suelven hipervisibles cuando no pasan por
Mancos, lo que signiricu que «destacan» y «quedan apartados* como
la oveja negra de la familia. Aprendes a desaparecer en cl fondo, pero
a veces no puedes. Ij>s moinemos en que los cuerpos parecen «fuera
de lugar» son momenios de penurbación política y personal. Tal y
como muestra Fuwar, cuanio llegan cuerpos que parecen «fuera
de tugar*, eso implica drjíPnen/ur/dn: la gente parpadea y vuelve a
mirar. La proximidad de estos cuerpos hace que los espacios familia­
res ptfire¿can exiraftos: «1.a gente se siente ^'desconcenada” porque
toda una visión del mundo se ve alterada» (2004, p. 43), En otras pa­
labras, esta proximidad tiene un efecto queer: las anas ya no están
«en línea». O. como sugiere Roderick Ecrguson. la presencia de mir>O'
rías y de otros racializados tiene un efecto «excéntrico», dado que
esos cuerpos son ubicados fuera de la lógica de la blanquitud normati­
va (2004. p. 26; ver también Mañoz. 2000, p. 68).’^ Cuando «llegan»
cuerpos que no amplían las líricas que ya están ampliadas por los es­
pacios. entonces estos espacios pueden incluso aparecer como «incli­
nados» u oblicuos.
Ix>s cuerpos destacan cuando están fuera de tugar, ksta forma de
destacar confirma de nuevo la blanquitud del espacio. 1^ blanquitud
es un efecto de lo que se hace ctberenie. mis que el origen de la cohe
rencia, hl efecto dc la repetición no trata, por tanto, solo de contar
cuerpos: no es simplemente una cuestión de cuántos cuerpos hay
«dentro», hn su lugar, lo que se repute es el estilo mismo de la c<xpo-
ralidad. una forma de habitar el espacio, que reclama el espacio p</r la
aeuniulaeiáft gestas de ^aco.WKÍación^ en eie empurro. Si la blan-
quitud permite a los cuerpos moverse con comodidad a través del es­
pacio, y habitar el mundo como si estuvieran en casa, entonces esos

2$. Afirmar que la prvsencui de cuerpos de eotor puede tener ua «efecto queer» ao
%ik|>n<}e pUntei» una equi^aleneia enirv mtí uiu pcrwona de color y «er queer. lo qoe.
ob^ (ámenle, negaría la espcciricidad dr las experieoctos de tas pervKios queer de e<>'
lor MAt ben «e Imta de seAalar que *<iiccr» ao solo ae refiere a I» seMiahdadct ao
oormativa*. >(no a lo* mo<ncni<n en que la«- wirmat frueasati cu *u tettrodueviàti. Ne>
ceMtnmiM anoltrar cómo lo queer y Ia m/a (ntersecetonon en diferentes puntos Ver
Haraurd. 2004
190 qurer

cuerpos ocupan más espacio. Esu movilidad física se convierte en la


base de lu movilidad social. Esta ampliaei.^ dc la movilidad blanca
no debe confundirse con la libertad. Moverse con facilidad no es mo­
verse libremente, y sigue siendo una forma de limitar lo que los cuer*
pos hacen ^hacer>». Los cuerpos que no están limitados por el racismo,
o por otras lecnotogias utilizadas para asegurar que el es|vacio sedé a
algunos en vez de a otros, son cuerpos que »o tienen que luchar contra
las limitaciones de esta fantasía dc movilidad. Estos cuerpos no solo
están determinados pcv la movilidad, sino que puedan incluso turnar
la fortna dc esta mui didad.
Es aquí donde podemos empezar a complicar la rdacitSn entre ln
movilidad y las líneas institucionales. Algunos cuerpos, incluso aque*
líos que (xisun por ser blancos, pueden seguir estando «fuera de la lí­
nea» con las instituciones que habitan. Después de todo, las instiiueio
ncs son puntos de encuentro, y umbiéti es allí donde ínierseccionan
diferentes «líneas* y donde unas lincas se cruzan con otras líneas para
crear y dividir los espacios. Podemos recordar aquí la importancia de
la «interseccionalidad* para la teoría feminista negra. Dado que las
relaciones de pcxler «interseccionan*, cómo habitamos una categoría
dada depende de cómo habitamos otras (Lorde, 1984, pp. 114-123;
Brewer. 199.3; Coilins, 1998; Smith, 1998). Hay «puntos* cn estas in­
tersecciones, son los «puntos* donde las líneas se encuentran. Un
cuerps) es un punto dc eiKruentro de este t.po. Seguir una línea ipor
ejemiáo la blanquitud) no te aportará necesariamente demasiados pun­
tos si uno no sigue o no puede seguir otros, forma en que uno se
mueve por las líneas institucionales se ve afectada por las otras líneas
que sigue.
Plir eso hay cueqxís que, aunque «aperecen* ctm una superficie
blanca, o una superficie que quizá tiene solo un poco de color, tienen
que pasar por blancos con el fin de pasar al espacio blanco: el cuerpo
blanco debe además ser un cuerpo respetabe y limpto. Por tanto, este
cuerpo es de clase media y heterosexual es un cuerpo que está «en lí­
nea* con las «líneas* que se acumulan como signos de la historia para
convertirse en hechos instituaonales. De nnxio que podríamos espe­
cular que a un cuerpo blanco que se desvía de la línea heterosexual, le
resultaría quizá más «estresante* seguir oims líneas institucionales. Al
mismo tiempo, los cuerpos que pasan por Mancos, aunque sean queer
o tengan otrcH puntos de desviación, siguen leníerKfo acceso a lo que
(íricírtc V o<rw mrw 191

SC tlcnva dc acfias líneas: ser baiKo. aun siendo qiicer, permite acce­
der a algunas cosas que no son alcanzables para los que somos de co­
lor. Lo que ocurre cn estos «pjntos* dc intersección —aunque nos
saquen dcl camino si no seguimos una línea determinada— puede que
no esté determinado antes de que lleguemos a ese punto, y puede tam­
bién depender de qué más hay «detrás* dc nosotros.
En cierto sentido» la Manquitud en sí misma es un dispositivo de
enderezamiento: los cuerpos desaparecen en el «mar de la Manquitud»
cuando se «alinean** con las líneas verticales y horizontales de la rc-
prtxlucción social, que permite a los cuerpos ampliar su alcance, l-os
cuerpos pueden incluso «ascender* si se alinean» lo cual exige que
dejen cl propio cuerpo atrás, algo que es más fácil para unos que para
otros, relación entre movilidad y privilegio implica no solo movi­
miento «a través de* (sistemas culturales dc transporte y transmisión),
sino también movimiento «hacia arriba*: no es casualidad que los dis­
cursos de la prosperidad s<xriaJ siempre son concebidos cn términos de
«ascender*, mientras que la pérdida soda! se concitie como «un movi­
miento hacia abajo». Dc modo que al alinearse, el cuerp€> taniMén
sube. Aquí podemos recordar las formas dc segregación vertical y ho­
rizontal que se dan en cl mercado laboral: la forma cn que los cuerpos
están distribuidos indica una jerarquía. Dentro y entre diferentes insti­
tuciones algunos cuerpos están sobrerre presen lados en los espacios
que están «arriba» y otros en los espacios «dc abajo». En cierto senti­
do, si la blanquitud se convierte en lo que está «arriba*, entonces la
Manquitud es lo que permite a ilgunos cuerpos moverse «hacia arri­
ba». Esto no equivale a «natura izar* «el encaje* entre los cuerpos y
los espacios: los cuerpos Mancos <se alinean* con las lincas verticales
y horizontales que dividen los espacios institucionales stáo si pueden
seguir las líneas que heredan. Este seguimiento requiere pasar por
blanco; para ello debemos seguir las líneas de la Manquitud.
Decir que tixKís los cuerpes delxm pasar por Mancos no sufxme
neutralizar la.s diferencias entre los cuerpos: ta Manquitud también es
una cuestión de lo que está detrás dc los cuerpos: su genealogía, que
les permite entrar en diferentes espacios y mundos. Aeumuhanoi
del niuríio modo que h que está ^detrdsf^ ea un efecto de
tícumulaetone^ Algunas personas tenernos más detrás de no­
sotras que otras, cn el momento mismo en que venimos al mundo.
Esta es otra forma de descríMr cómo la clase social impliai la lempo-
192 Feao<nrc<>k>f LO qurrr

ral i dad «de las antecedentes)», como algo cue determina las coadieio-
nes de la llegada: si heredas privilegias de clase, entonces tienes más
recursos «detrás» de (i. lo que puede ecxivenirse en un capital que
puede «impulsarle» hada adelante y hacia arriba. Volverse blanco
como una línea institucional está muy reí acunad o con la promesa ver­
tical de la movilidad de clase: soto puedes ascender acercándote al
habilus del cuerpo burgués blanco (ver Skcggs. 2005).* «Ascender^
exige habitar ese cuerpo, o al menos acercarse a su estilo, y ahí tu ca­
pacidad de habitar ese cuerpo depende de lo que tienes detrás de ti.
Señalar esa conexión entre el •tleirás» y el -arriba* es forma de
descnbir cómo las jerarquías se reproducei a lo largo del tiempo. Por
supuesto, la reproducción fracasa. Hay cuerpos que ascienden aunque
no tengan mucho detrás de sí. lo cual exige el estrés dc «pasar por- cn
líneas específicas. Lo que tienes detrás dc ti no siempre «decide* las
líneas que sigues, incluso cuando determina lo que haces.
Ptxicmos decir que los cuerpos «ascienden» cuando su blanqui­
lud no está cn cuestión. Y aun así, la Wancuitud no siempre se queda
atrás en la temporalidad dcl curso vital. Cuando la Munquitud de al
guien se cuestiona, la persona se ve «estresada», lo que a su vez ame­
naza la movilidad del cuerpo o lo que este «puede hacer». Podríamos
considerar, por ejemplo, cómo la fenomewlogía de Husserl parece
implicar una facilidad de movimiento, de ser capuz de ocupar el espu-
cio alrededor dc la mesa. Quizá podemos umbién ver este cuerpo mó­
vil como un cuerpo que «puede hacer» cosas en términos de blanqui­
lud. Sin embargo, esto no supone colocar esa blanquitud en el cuerpo
dcl filósofo. Aquí nos puede ser de utilidad lu biografía de Husserl.
Cuando la Nanquilud de Husserl se vio ctestionada. que fue cuando
se le identificó como judío, perdió su cátedra y con ello. Icmporal-
mente, el reconcxrimienlo público de su posición como filósofo.^ No
es casualidad que este recoiRKimiento se ciorgue de forma simbólica

26. Pnr cMa nuófl lúa curr|xn btaruxn dc la clmc (nbapduta pueden verwe cckqu no
• rvaliDfiMe» blincos. y cuerpos negroíi de clase me4ia pueden ver^ como mv «real
menie» de clax tnedtit Al míMno heinpr). la* claM;^ irabajaduta^ btanea!^ mi están «ea
la mhma linea» que las clames irebajadoreíi negras. > Iv elaaei medüui negras no están
<en b nstsffu línea» que lasda*cs trnhapdnra» negras Lm «ponUH» de inlerMeeciona*
lidad hacen que el mapa social sea muy confuso.
27. t>i> b» gracias a Imogcn T>kr por animarme a pensar sobre el significado de la
pérdida de la eiledni de Hasx*ft para mi rcficxióai siiire b blauquitud. y a Micni She
lie» por sus apoOaciones «obre la política de la mov*il4ad.
Õvicntc > oUt** otro*________ 193

por medio de un objeto del mobihano:* ocupar el espacio supone que


le den un objeto, que permite que el cuerpo esté ocupado de cierta
manera. El filósofo debe tener su asiento, después de todo. Si decimos
que la fenomenología trata de la blanquitud. en el sentido de que ha
sido escrita desde este «puntodc vista*.entonces loque la fenómeno
U>gía describe no es tanto cuerpos Mancos, sino el nuxki en que los
cuerpos llegan a sentirse como en casa en los espacios al orientarse de
esta forma o aquella, donde estos cuerpos no son apuntos» de estrés, o
lo que podemos llamar puntos de icnsiiSn.
IX’ este modo, podemos redefinir la fenomenología del «yo pue­
do* como una fcníxnenología dc la blanquitud. En otras palabras, esta
fenomenología describa la cantadidad con la que eZ cuerpo blanco se
desplicfía en el nnauiv ^^racUa a la forma en que se orienta hacia lo\
objetos y hacia los demás. Dicho de una femw más sencilla: la blan­
quitud se convierte en una onentación social y crvporal debido al he­
cho de que nlgunc^* cuerpos se sentirán más como en casa en un mundo
que esté orientado en u>mo a lu Hanquitud. En cambio, si comenzar
mos con la desorientación. <‘<w el cuerp^t que pierde su silla, entonces
las descripciones que hagamos serán muy diferentes,^
iVxJemos tomar como unu ultemaiiva al trabajo de Fanón, que
cuando comienza con la experiencia de un lK>mbfe negro en un mundo
blancí' comienza con la pérdida de ta orientación, cuando cl cuerpo se
conviene en un objeto junio coa otros. 1.a experiencia es la de la náu-

28 Se refterc « la «Uta. ponitic en inpá* «cátedm*» %e dice r^ujir. que lambíén iigfiv
Oca ftiUa En cl origiiuit mulé» la aalant uiiluu |tara referirle a la cátedra dc
Hu*5crt. y maní umbi^n ciie juego de Rlot>nis ciModo *e rcficrsi al «cuerpo que pierde
lu lilla ((.áicdraV», nt d párrafo liguieale fN. del T i
29 La Íenomenotogía dr Mcrieau Rwty. como nwntré cu cl capUulo afiicnor. cMá
liciui de nKNnctUtH quccr.a nkcnudo uiamSo dcicnbc cvpcrimenlo* dc ocuroctentíñem
que se basan en perturbar las fuacieme^ urditiaíta» dc la pcrcepcido. E* imponiuitc »c-
qiK «« ierr el -yo exige cl eiwlcre/BmfeiHo <le la
percepción (la» functonc» espuciatc» »c vuch en a alinear, dc nvudo que cl vuerpo puede
aeitur) y que c* un efecto de la acción «Nos mantciKmo?. dc pie no por la mccánka
del esqueleto, ni liquiera por Ib rcgulición ner^ icna del tono muieular, mdo poique
estamos compromeUdos en un mundo. Si este eompíoiroso se deshace, el cueqx> se
hunde v se * uehe objeto» (2(M>2. p 29í»> Si ccMncnumm a |>cnor sobie la» condicio­
nes dcl cóinpromiso. y en cómo el musdo está determinado por algunos «compromi■
sm» más que por otros, entonces podemos comeo/ar a desarrollar una poUtiea de La
dcsorirtilBClón, es decir, una políUca que veo la rrdut dtin de afuuncu < arrpíu a fdf/e’
14» (twfn efet ta de cánai sr e^m/^^nnit ei fnafidtt wuowo Ver las conclusiones de este
libro para una amplitauln de eue piriiiu
Fenofrcnolcgu quecr

sca, y la crisis dc |x:rdcr cl prx>pio lugar encl mundo, como la pérdida


dc algo que aún sc íhjs licne que dar. Para el hombre negro, la con­
ciencia dei cuerpo es <una conciencia en tercera persona» y el senti­
miento es el de la negación t p. 110}. Sentirse ncg*Kla es sentir
presión sobre la superficie del propio cuerpo, donde cl cuerpo siente
el punti* de presión como una limitación en lo que puede hacer. lal y
como sugiere Lewis Gordon en su crítica a Hegel. *se dice que las
personas Mancas son universales, y que las personas negras no» (199^,
p. 34). Sí ser humano es ser blaixx), entonces no ser blanco es habitar
lo negativo: es ser «no». 1.a presión de este «no» es otra forma de des­
cribir las realidades sociales y existenciaJes del racismo.
Si el mtxielo del cuerpo de Merleau-Ponty cn la Fenomenutugía
de la pen epciáfi trata sobre la «motilidad», expresada cn la esperanza
de la enuncitición, «yo puedo», la fenomenología de Fanón del cuerpo
negro puede ser descrita cn lérmiiHM de la experiencia corporal y so­
cial de la limitación, de la inseguridad y de bloqueo, o quizás incluso
en términos de la falta de esperanza de la enunciación «yo no puedo».
El hombre negro, al convertirse en un objeto, ya nt^ actúa ni se des­
pliega; en su lugar, está amputado y pierde su cuerpo (Fanón, 1986.
p. 112). En cierto modo. Merleau-Ponty describe cl cuerpo como
«exitoso», como «capaz» de desplegarse (por medio dc objett>s) con
cl fin de actuar en el mundo y dentro dc él Fanón nos ayuda a expo­
ner este «éxito» no como una medida de competencia sino como la
forma corporal del privilegio: la capacidad de movemos por el mundtt
sin perder el propio aimino. Ser negro o no blanco en «el mundo
blanco» significa volverse hacia uno mismo, volverse un objeto, lo
qtie significa no solo no ser ampliado por los contornos dcl mundo,
sino ser reducido como un cíecio dc la ampliación corporal de los
o<n;s.
Para los cuerptis que no son ampliados por la piel de lo social, cl
movimiento corporal no es tan fácih Estos cuerpos son paraden. > b
parada es una acción que crea sus propias im|iresiones. ¿(^uién eres?
¿Por qué estás aquP ¿Qué estás haciendo? Cada pregunta, cuando se
hacc.es una especie de dhpoíitivo de parada: eres parado cuando se le
hace la pregunta, al igual que hacer la pregunta necesita que se te pare.
Una fenomenología de «ser parado» puede llevamos en una dirección
diferente que una que comience con la moiilidod. con un cuerpo que
«puede hacer» al fluir en el espacio.
Ünerir y <xn» ocah 195

Parar**’ implica muchos significados: cesar, acabar, y también


cortar, arrestar, frenar, prevenir, bkx|uear. obstruir o cerrar. El act¡ vis-
mo negro nos ha mostrado que la práctica policial plantea una econo­
mía diferenciada dc la parada: algunos cuerpos son «parados» más
qnt* raros, al ser objeto de la atención del agente de policía. El *eh tó>*
aquí rK> se dirige ol cuerpo que puede heredar el ideal dd yx) de una
organización,o que puede ser seleccionado para seguir una línea dada,
sino al cuerpo que no puede ser seleccionado, al cuerpo que está «fue­
ra de lugar* en este lugar. En iHras palabras, aun así el cuerpo «inele­
gible» debe ser «seleccionado» cn su lugar, en parte por medio de la
repetición misma de la acción de «ser parado» como una forma de
interpelación. 1.a «parada e identificación» es una tecnok'igía del ra­
cismo. como bien sabemos, luí parada e identificación ik) siempre ter­
mina en esle punto: la Ideniificación misma puede ampliarse a prácti­
cas de detención iixlefinida. Fa*ar es por tanto una economía política
que se distribuye desigualmente entre los otros, y también es una eco­
nomía afectiva que deja sus impresiones, afectando a los cuerpos que
son objeto dc su interpelación,
¿Qué se siente aJ ser paraco? Que te paren no solo es estresante,
además hace que el «cuerpo» nismo sea el «lugar» del estrés social
Déjenme que utilíce un ejemplo personal reciente de cuando me pa
ruron:

Llego a NuevB York. sujetanJo mi paMporte brilánico. Ijo entrego. EJ


fuíKioniino det aen*piierto me mira, y despué> mira rru pasaporte. Ya mí
lu pregunta qiK me va a hacer* «¿l)c dónde es usted?» Mi pasaporte
indica mi lugar de nacimienlu. »|)el Reino Crudo» le respondo, Me dan
ganas de añadir «(.Es que no sabe leer? Nací en Solíord». pero me con­
tengo. Mira u mi puMiportc, raí a mi. «¿Ik dónde es >u padre’’» Ocurrid
lo mismo la ultima % e/ que llegué a Nueva York Es esa pregunta que se
me hace ahora la que parece situar lo sospechoso no en mi cuerpo, sino
en eso que ha descendido fKx la línea familiar, casi como una mala he­
rencia. «Paquistán» respondo lenlarneiitc ÉJ pregunta: «¿Tiene usted
un p(isá|K>rte paquistonf?» «No», respt^ndo. Finalmente, me deja pasar
FJ apellido «Ahmed». un apellide» musulmún. me ralentiza Bloquea mi
puso, aunque sea dc forma temporal Me quedo atascada, y luego sigo
andando. Cuando cojo el vuelo pvm dejar Núes a York mih tarde esa

50 ingle* M wo/» iM’ne hMfcu MintOcodo* f.V 14


196 Frn*)fn<fK4<?gti qtx^r

seinanA. mc vuchén a parar. Kvui ve/ es un encuentro mAs amable, h-sta


V ez descülvfo que ealuy en «lu listu de p«»aÍCTUí> ^ospech^isos**^ >■ enu>n-
ees icngo que llamar p«m pedir permiso gani que mc dejen v tajar. E^io
lleva tiempo, por supuesto «.Vo «c pre<KUpe« me dice el agente, «raí
madre también está en evu livta>. Siento uau extnulu catnuraderta oun su
madre, Enüendti lo que me está diciendo: quiere decir que «cualquiera»
puede estar en esa lista, que es casi como decir «incluso mi madre»,
cuya incKencia por supuesto es indudable. Sé que ev una forma de de^
eirme; «No es culpa suya. Vo se lo tome como algo persorud», l\>r su­
puesto. no es € ulpa mta Pen> aun asi me a' ceta Mi mxmbrr me mmihra.
111 fin y al cabo. Puede que no sea pers^mal, pero tampoco es sobre
«cualquiera» Es mi iKxnbre lo que me ralentiza

l^ra algunas personas, cl *<pasapodeí* es ur objeto que amplía la mo-


tilidad y les permite pasar a través de las fronteras. Para otras, los
«pasaportes* no fundonan de esa manera. En su lugar, el documento
cambia la mirada liacia su propietario y convierte su cuerpo cn sospe­
choso, trtcluso en un «posible lerrorisla* (ver Ahmed. 2017 |2üO4a|).
El movimiento dc algunos im|Mtca bl<x|uca*cl movimiento dc oln>s.’^
Si la nacionalidad del pasaporte prece no seguir la línea del apellido,
y estos juicios sugieren historias de un pensamiento no mxmativo,
entonces el cuerpo es sospechoso. I’odemo» ver aquí que la experien-
da dc ser «detenido» no supone simplemente una demora o un retraso
seguido p^vr un comienzo o una continuación. En su lugar, «ser deteni­
do* cambia la orientación propia: vuelve la atención sobre uno mis*
mo. como un cuerpo que no «sigue cl movimiento* sino que te delata.
En el encuentro que he descrito antes, me convierto de nuevo en
una extranjera, d apellido que he recibido me convierte en extranjera.
En cl lenguaje cotidiano, un «extraík>«“ sena alguien que no conoce­
mos. Cuando no rcovHKcmos a las personas, son extraftas, Em Stratt-

51 Nn py bit: Imto dc una h^ül dc pcnona» crcuda por cí (iobtcrao dc fch.Ul


(m lin «Laqocx dc) 11 S. n )at^ que mi %c auuxira a eiirar o %«)ir de E.E IX’ cn s i*c)o»
comeixioles íA'. M ÍJ
52 c*U ICM% sobre Ias «economias de) iro* inucnin» (cómo d movimirn
IO dc algunos Moquea d mov iimenlo dc otrosí cn ¿<4 golínca cuintrai dt ias
<2<)P |2OO4m|j Ver Umbtfn Ia uMroducctón a Ahmcd. ( asUAeda. Eortíer > Scbclkr,
2005, quichCH cntican cómo se ha cooiidcrado Ia movilidad dcnim de Ia teorfo cuhural
y social
51. Aquí > en (odo d pdrralo Ia autora iMili/a d doble tlgnificadu de Ia palabra srram
cn Inglés, entraño > cxlninict^ dei I i
Orccfilc y oifOH «Mr» 197

xr Encíwntrrs^ pianteo un moddo Aliernaiivo que sugiere que recono­


cemos a algunas personas com^f extrañas. > que «algunos cuerpos-
más que oíros son reooraxibles como extraños, como cuerpos que es­
tán «fuera óe lugar» (Ahmcd. 2()(X1). Si volvemos al volumen primero
de Ideas de Husserl. vemos que incluye a los «extraños» y a los «ami­
gos» como parte dd mundo de vaUxes y utilidades, como d mundo
que coneveo impltcitamente o que ya me viene dado, ^vuélvame o no
a ellos, y a los objetos en general» (I96H, p, 103). Por supuesto, esto
¡Hiede significar simtHementc que sabemos que existen «otras perso­
nas» «incluyendo aquellas que no conixemus) en el mundo «junto
con» nosotros, de mtxlo que dincilmenle vamos a sorprender
cuando ¡Msen a nuestro lado, inclusión dcl extranjero dentro del
campo del conocimiento práctio puede avalar un punto aún más fuer-
le: que conocemtvs ol extranjero, que el extranjero ya está «en cosa» y
que es familiar en su «extranjería». El extranjero tiene un lugar, al
estar «fuera de lugar» en casa. Las tecnologías (|ik* enuncian la dife­
rencia entre amigos y extranjeros indican que esta distinción es
solo práctica sino que se ha transformado en una ética, por medio de
la cual la proximidad del extranjero se ve como algo que pone en pe­
ligro la «vida» misma dc la fam lia/comunidad y la nación. Esta proxi­
midad es necesaria para establecer el derecho a la defensa.
No todas la.s personas que están en las fronteras, como los turis­
tas, migrantes o ciudadanos extranjeros, son reconocidas como ex­
tranjeras; algunas paracerán citar más «en ca.Mi» que otras, algunas
pasarán por medio de sus {pasaportes ampliando lu inotilidad física en
una movilidad social. No se plantea ninguna pregunta sobre su origen.
La genealogía del extranjero siempre está bajo sospecha. El extranjero
se convierte en un extranjero pwvr alguna huella de un origen dudoso.
Tener el po-saporte «correcto» no importa si tienes cl nombre o el cucr-
fkí cquivíKado: y de hecho, el extranjero con el pasaporte «correcto»
pui:dv causar un molestar ¡xirticular, por ser aqi>el que intenta cruzar, o
pasar desapercibido. El discurso del «peligro extranjero» nos recuerda
que «peligro» a menudo se plantea como lo que se origina fuera de la
comunidad, o como lo que viene de los marginados, de aquellas perso­
nas que no están «en casa» y que han venido de «algún sitio, de o<n^
sitio* tel «sitio* de este «otro sitio» siempre marca la diferencia).
A los extranjeros siempre se les pregunta «¿de dónde eres?», y si esta
pregunta no (obtiene una respuesta que explique lo que es sospechoso.
198 Fenorr.cnoluiia queer

entonces se lc$ prcgunia de dónde son sus pudres, o incluso se hacen


preguntas que van más ««atrás** hasta que «el qué» que es sospechtvso
es revelado. Aunque el extranjero puede que* no esté «en cosa», solo se
convierte cn extranjero cuando se acerca demasiado a la casa. La polí­
tica de la movilidad, dc quién logra moverse con comixlidad entre las
líneas que dividen los es|M<.ios, puede ser redeílnida como la política
de quién logra estar en casa y quién logra ampliar su cuerpo cn los
espacios habitables, corno espacios que son habitables en la medida
que amplían las superficies dc estos cuerpos.
Las personas a quienes se Ies para quizá se ven movidas de una
fifnfM diferenir. He planteado que mi apellido me ralentiza. Un apelli­
do musulmán. Hay que señalar que cl apellido mismo se convierte cn
una «mala herencia». Sabemos que los apellidos se heredan de dife­
rentes formas. Yo recibí cl apellido dc mi padre, como un apellido que
amplía la línea paterna. Pero también es un apellido que me conecta
con mi parte paquistaní. Podemos ver con este ejemplo que si bien es
verdad que heredamos hábitos, también pcxlemos heredar lo que no
logra ser habituaJ: heredar un apellido musulmán cn Occidente es he­
redar la imposibilidad dc un cuerpo que pueda «seguir detrás», o in­
cluso heredar la imposibilidad de ampliar c alcance corporal. Para el
cuerpo reconocido como «fxxln'a ser musdmán» la experiencia co­
mienza con la incomodidad: los espacios que ocupamos no «amplían»
las superficies de nuestros cuerpos. Pero nueslras acciones anticipan
más cosas. Tras ser señalados en la línea, cn las fronteras, nos ¡xme-
mos a la defensiva adoptamos una postura defensiva mientras «espe­
ramos» que la línea del racismo r>os quite los derechos dc paso. St
hereda/nax el fnteaiu} de que las cosas sean habituales, entonces pue>
de que también adquiramos una tendencia a mtrar detrás de nasatn/s.

Oñcntacíones mestizas

Comenzar con los experiencias vividas de aquellas personas que fra­


casan en heredar la Nanquitud nos lleva dc nuevo a la cuestión de la
llegada, cuando nos enfrentamos a lo que cx:á detrás de nosotan. Nos
giramos, volvemos. Si los diferencias raciales son un efecto de cómo
se agrupan los cuerpos en la actualidad, detemt^ seguir preguntnntkv
OricrMc y oircM <Mim 199

qué hay *detr<ís>* de Ias agrupaciones^ Cna fencmenotogía que pueda


explicar la$ diferencias raciales, por tanto, nos devolvería a lu tempo*
rali dad dei ^antecedente* (ver caprtulo I): a cómo Ia morada racial de
lâ persona está determinucti p'ir la$ condiciones de llegada dc cada
una. Pura proponer esta fenomenología puede que necesitemos co*
menzar con una «genealogía mestiza», tsia genealogía sería mestiza,
dado que abordaría que las cosas no se mantienen separadas de otras
cosas: una genealogíu mestiza es aquella que se mantiene «alejada* de
las líneas de la genealogía tradicional. Una forma de plantear una ge*
nealogía mestiza sería comenzar por los múltiples horizontes del cuer­
po de raza mestiza. Esto no quiere decir que solo los cuerpos dc raza
mestiza tengan genealogías mestizas, o que haya cuerpos que sean
puros o «no mestizos*. Más bivn se trata dc plantear que describir el
mundo vivenciul que se despliega para aquellos prí>gcnitores que tie­
nen diferentes <-antecedcntes* raciales —que vienen de diferentes
mundos y que son concebidos como si v inieran de «lados diferentes»
(un imaginario que tiene efectos reales y materiales en lu forma en que
están dispuestas las cosas)— pnicdc ayudarnos a mostrar que la genea­
logía misma es mestiza. Cuando la genealogía se endereza, cuando
establece su línea, básicamente perdemos la visión de esta mezcla.
Cuando analizanu>s las genealogías mestizas, debemos reflexio­
nar sobre las diferentes historias de racializacuSn que ya han interpre­
tado el cuerpo mestizo llevándolo a una línea. Tal y como nos muestra
el importante trabajo dc N:iomi Zack (1993) sobre la filosofía de la
«racialidad** mestiza, el cuerpo de raza mestiza no existe histórica­
mente: si alguien tiene un «intccrsor no blanco, entonces no es mestizo
sino negro. Con esta lógica es imposible heredar más de una linca ra­
cial. uno es o blanco o no blanco. Como explica Zacks, el esquema
racial «elimina lógicamente la posibilidad de la raza mestiza porque
los casos de raza mestiza, donde hay personas con antepasados negros
y bluncos. mhi de^ignado^ automáticamente como ca-sos dc raza ne­
gra» (p. 5). Progresivamente, la racialidad mestiza se ha convertido en
una categoría de |>n>pio derechn. aunque la forma cn que esta catego­
ría se hecho reconocible depeade de contextos nacionales diferen­
tes."^ En el Reino Unido, el censo más reciente venía marcado por una

54. Iji UsícreiKia rntrc Ui uitcgod/iKicki nu ial <n hh lM! > cti el Reino t m<lo
iifnitkativ». y |inr topurM<» lui) dikicnirt rwiruiM Hmes haem <b nua»
200 FetipmrnoloiHt queer

proliferucíón de cuiegunas óe raza mcstizj« aunque el •<denominadcx


cximün* es «blancow. Para ser mestiza la persona debe ser blanca
algún otro, donde el ««algún otro» vana pero siempre aporta
algún tipo de «color.
IX’bemos prestar atención a las formas en que el cuerpo de raza
mestiza entra progresivamente en la cultura pública a>mo un espcc-
lóculo. El cuerpo de raz^ mestizn se suele imaginar de dos formas. En
la primera, el cuerpo de raza mestiza es idealizado como la nueva hi­
bridación; como cl punto de encuentro emrv las razas, que crea una
línea entre ellas (ver Ahmcd, 2(X>4a. pp. 156-137), Estas «razas- ya
están espacial izadas e incluso son ideniiricables como dos «lados»,
como ya sabemos por los discursos del orientalismo. Es emú como si
la criatura «de raza mestiza» se conviniera en un punto de encuentro
entre dos partes del mundo. Como muchos han observado, este discur­
so mantiene la presunción de que la pureza racial es onginaria (ver
Ifekwunigwe, 2004. p. 2). El origen del híbndo sería entonces la mez­
cla de líneas puras. Además, esta versión también subestima la cons­
tante prcoeu|wión social sobre la mezcla interracial: el cuerpo de
raza mestiza se conviene cn un lugar de placer, o en un buen objeto
que sostiene ta fantasía del «multiculturaRsmo» como una «mezcla
cultural», soto cuando está separado de s gnos de intimidad sexual
inierracial (Wiegman, 2(X)2, p. 873). Una versión más antigua del «lu­
gar- del cuerpt^ de ruzxi mestiza es menos entusiasta y vería ese cuerpo
en lénninos de la lógica del negativo doble; como algo que «no» es
blanco, ni negro, y perseguido por todo lo que no es- Esta segunda
versión dc la raciatidad mantiene la craencia de que entrar en una
identidad pura es la única manera de asegurarse un lugar en el mundo
En esta visión del mundo, el sujeto de razÁi mestiza estaría cotKknado
a una vida de depresión. En ta pnmera versión, una criatura de iiua
mestiza hereda ambas líneas o incluso los dos lados de su genealogía
y los mantiene unid<>Sb. En lu segunda ver&ión, la criaiun* de raza me&>
tiza no hereda ninguna de los líneas y no tiene «nada» que .seguir

AlgBnaH de mi* eJipheackme* pixde que no *e pueani traducir, lo que apunta a la dífi
cullad dc trabajar cod «objeto** que adqiüencn difc’vnics sentidos dependiendo del
«ponto» de *w rcMdetwin, l^x MipcieUo. lodo* to* objeto* *e tran^íonruif) cuand<» te
tniduLcn. o cuando viajan tJn enfoque puede *er ver o que no *e traduce como un re
falo, eo el menudo de que geoera nlfuna* nueva* imprevioncv. Ver Spi^ak. 1995 pam
un anáItMv de loque w denva de aqueltv que im» x trnluee o «m: mueve a trové*».
Oriente > o(ni« «Mn» 201

Para mí, cl fracaso de la herencia no significa que no tengamos


nada que seguir, más bien nos abre a otruQ> mundos ol aportar un ángu­
lo diferente de «lo que» se hereda. Recuerdo los sentimientos de ser
mestiza como una experiencia afectiva dc estar entre mis progenito­
res. pero sin llegar a alcanzar ninguno de esos lados.

Camino entre vtnotnM. Ambos estáis conectados conmigo. Camino en»


tre vosotros pero quiero oslaren un lado. Cieiro los ojos > deseo que él
desaparezca. ¿Qué aspecto tendría sin él? ^.Sería Manca como mi ma­
dre? Me sieiilo culpable |x>r tií fantasía asesina, pero el pensamiento
del cuerpo Manco de ella mc buce temblar de esperanza. Quizá uve |ki-
recería a ella, si él se fuera.

¿Qué iígnífica *iio 5>er Manco» habitando un cuerpo dc raza mestiza


«en casa*?’* Mi punto dc partida aquí son mis propias experiencias dc
«esiar-en<asa>» con una madre Nanea y un padre moreno, y fx>r tanto
tener «en casa» una demostración visible de intimidad interracial. Si
tenemos en cuenta que los lazos familiares se confirman muy a menu­
do por medio de signos de semejanza, entonces es interesante pregun­
tar cómo se establecen estos lazos en cl caso de familias dc raza mes­
tiza, ¿En este caso el cuerpo híbrido de la criatura se sigue «viendo-
como «parecido* a ambos prc^genitores. en cl sentido <k una aproxi­
mación a ellos? La aproximación produce una fantasía de «medianía».
¿La herencia de la criatura de raza mestiza toma la fonna de cuerpo
aproximado, como un cuerpo que parece «como si» pudiera ser la
criatura dc un progenitor negro y un progenitor blanco, en la medida
en que mezxia sus colores? ¿Cómo afecta la idealización del cuerpo
Manco a la criatura de raza mest za? ¿O llega a plantearse la «familia
mestiza» como un ideal social?
Quiero sugerir aquí que la íarnilía mestiza no es incorporada fá­
cilmente como ideal social, precisamente porque las dos partes no
crean necesariamente una nueva línea. En mi experiencia de tener una

55 bs4o> ulilizflodo mi propia cspcnoiofi dc gci>cal()gia racid que oa se


ccwrrq^isdc nccesariamenie coo la» eiip<iicndm dc «rw personas. Ha) uno5 excelcn-
lev andliKái de ícmmhuu* britáfiioit i>efri% sobre la raeiahdait mcMirn a partir dc im
UgocKMies empíncoK Al». 2003; llckwuni<»e, l<*99. j ht«d y l*hoeni.\. 1993. Ver
umhién irekwuoifue, 2004, que recofe una boena «rlecciód dc onículov hi^róncov )
eontemponinexM de enltMlii^s <lr la rara meMba
202 Fcnomraolofúi queer

madre Manca inglesa y un padre paquistaní, mis prtmems punios de


tdenlificadón fueron con mi madre y esiabin ligados a la blanquitud y
al deseo dc ser vista como blanca y como «pane* de la comunidad
blanca ( ver Ahmed, 1997). Este deseo puek ser reaniculado como el
dese<n de «tCíMnpartir» la Nanquitud o incluso de tener una participa-
ción «en ella». Por supuesto» esta imagen de la blanquitud era fanta­
siosa. La fantasía se conviene en vinculante como un efecto de la
identificación. Cuando recuerdo ir paseanjo calle abajo en medio de
mis padres, no sietnpn* me ítentíü en medio de elio^. Me sentía más en
un lado que cn otro. Quería estar en el lado de mi madre; de hecho, mi
deseo me puto de sn lado No era un momento de identificación dc
género, en el sentido dc que no se trataba dc que quisiera ser una chi­
ca. Más bien se trataba de que quería ser v sia como blanca y no tener
al padre presente, dado que «su cuerpo» amenazaba mi deseo de Man-
quitud. Me recuerdo pensando que si mi padre no estuviera allí, podría
parecer blanca. Esta desideniiñcadón implica el deseo dc renunciar a
la pro.ximidad que me venía dada por los antecesores. Recuerdo que
deseaba que él desapareciera, pora poder e¿lar al lado dc mi madre, dc
su tadft. con ella. ¿Qué significa querer ser blanca al orientarse dc esta
forma?
La relación entre identificación —qu:rcr ser «como»— y la for­
mación de alianzas —al lado de quién— es crucial. Para mí. una pre­
gunta que queda por responder es: ¿cómo «me» pone en relación
«contigo» lo que considero que es «mío>? Ya he explicado que las
familias se ba.san en estar de un lado, y que esta demanda de «estar de
un lado» supone dejar exms cosas de lado Una dc las cuestiones que
me interesan es cómo ciertas direcciones, como relaciones dc proxi
midad o cercanía, se convierten en formas de lealtad social o política,
tui familia nos exige «elegir un lado», ser leales a su forma eligiendo
un lado, que es «su lado». Cuando consideramos el orientalismo como
un caso de fonnación de un mundo, que crea dos lados y los alinea
con cuerpos, podemos mostrar que «elegir lados» es importante. Ele­
gir el lado de mi madre supuso también «eiegir el lado» de la btanqui-
lud. y de este modo convertir lo que em «noreno» en «el otro lado»
Pora la criatura de raza mestiza, querer ser blanca tiene que ver
con la experiencia vivida de no ser blanca, aunque la Manquilud esté
«cn casa». I*ara la criatura de raza mestiza, cuya herencia parece cru-
Z4tr la línea de la genealogía ccmvcncional, el deseo de blanquitud.
Oricnit * ucnn oUm __ 2ü3

como deseii que confirma su «inaccesibilidad*» se expresa como una


rabia asesina contra pane dc Ia terencia o Ia genealogía de Ia persona.
En mi propia memoria corporal» ese deseo dc desaparición tomó la
forma dc un deseo de rechazar mi proximidad respecto al cuerpo de
mi padre: mi deseo de caminar tííiumcMda de éh Su cuerpo incluso
llegíS a representar distancia Je mi En este deseo» es la proximidad de
esta distancia la que es considerada como una mala herencia; esta
proximidad es lo que «explica» lu incapacidad para alcanzar la Man»
quitud. 1^ persona ya ha fracasado en ese ideal al que quería aproxi­
marse, a causa de lo que ha> en casa.
Pero ese ideal también está «en casa», aunque no sea alcanzable;
parece estar encamado en el cuerpo de la madre, un cuerpo qtie tam­
bién promete cuidado y prcMcccion. I^ara lu criatura de raza mestiza, el
deseo de ser blanca es melanciMico; implica un impulse) asesino que se
dirige a una misma» como un cuerpo que ha axibido una herencia que
no desea pc^^r. Este deseca de estar con lu madre blanca» de ser como
ella estando a su ludo» no pone a su alcance la blanquitud» No e$ una
acción exitosa, que permita al cuerpo ampliar su alcance, sino que
más bien vuelve al cuerpo hacia sí mismo» ciono objeto hacia el que se
orienta la acción. EJ cuerpo de nza mestjz.a aquí no <se queda atrás»
sino que se convierte en objeto de atención: el cuerpo no es lo bastan­
te blarKo y no parece «como si» siguiera una línea blanca de descen­
dencia» Aunque el cuerpo de raza mestiza quiere ser blanco (en el sen­
tido de estar orientado «alrededor» de la Manquitud). también se
orienta hacta la blanquitud como objeto de deseo. El «hacia» vuelve
imposible el «alrededor de», y Moquea la acción llevando cl cuerpo
blanco u lu superficie, lu racialidad mestiza se conviene» en esta diná­
mica, cn una herencia fallida, o incluso en una orientación fallida»
donde el cuerpo habita una categoría que no amplía su alcance.
Pero cuando la orientación fracasa» ocurre algo. I jiv cosas se
mueven. El doMe negativo (que por supuesto no se vive como doble,
si deseas alinearte más con un lado que con otro) no necesariamente
conduce a la depresión» Puede crear caras impresiones» No ser Manca
puede también reorientar tu relación con la Nanquitud, aunque el
•no« pueda al principio generar ina impresión negativa. Fracasar en
las orientaciones, cuando los cuerpos habitan espacan que no amplían
su forma, significa que ocurre al|to diferente a la reprtxlucción de la
situación.
2(>4_ FeiKonvflíitof ia quecr

Aqui quiero volver a mi propia experiencia de la llegada. Como


sabemos, no solo llegan cucrpQis.También llcgíin objeio»; éstos solo se
vuelven alcanzables si $u llegada coincide con lu nuestra, o incluso
amplían nuestra llegada Para mí, la hija de una madre inglesa blanca
y dc un podre paquistaní, que nací en Ingklerra y que crecí en un ba­
rrio blanco en una ciudad de Australia, la Manquitud estaba sin duda
«en casa», aunque yo no la poseyera. Ptxleiiios decir que ia blanquitud
era pune de mi origen, y no solo de mi origen. Ui Wanquirud también
se movía alrededor, reuniéndose como partes sin un nido: desde la
materia misma de la piel de mi madre,»los objetos, espacios, y nació*
nes imaginadas.como ^puntos» que «apuntan» a múltiples horizontes.
Tal y como ¡nopone Katherine Tyler, una Ircrencia «de imaginación
genealógica interracial» implica diferentes sustancias y procesos, o
diferentes signos de relación, cuando nos movemos «a través de tas
líneas del color» <2005. pp. 491-492L
La blanquitud se movía a mi alrededor en el barrio en que vi-
vía. pero también «apuntaba» a un «allí, a otro lugar», donde el
«allí» era Inglaterra. Inglaterra estaba sin duda en mi horizimte. y
estaba allí, dado que yo no vivía allí. l<oj objetos me señalaban ha­
cía allí. El cuerpo de mi madre era unt blanquitud cercana y su
pnnximidad significaba que otros objetos eran accesibles: los cris­
mas de Navidad de una Inglaterra con nieve blanca; nombres y ami­
gos ingleses: los recuerdos corporales de días blancos y fríos; los
abuelos, el tío. y las primas con sus caras Mancas y su pelo pelirrojo
¿Qué objetos se juntan en nuestras casas? IX'bemos ser cuidadosos
para recordar cómo llegan estos objetos La blanquitud rw está en
estos objetos, como una forma de residetKia positiva, más bien es un
efecto de cómo se reúnen, para crear un límite o incluso un muro
«cn» el cual habitamos. Para mí. aunque ios cosas que se reunían lo
hacían «aln.*dcdnr» de la blanquitud, también me seíUlaban a Ingla­
terra, a a<ro lugar que yo ih> Imbnabo del lodo, un punto más allá de
mi morada y a la vez un punto dentro de esa morada. Los objetos
también tienen sus propios horizontes: mundos de los que emergen,
y que les rodean. El horizonte tiene que ver con cómo los objetos
llegan a la superficie, cómo emergen, loc^ue determina su superficie
y la dirección a la que miran, o cn qué cirección miramos, cuando
los minimos. Y si seguimos a estos objetos, accedemos a mundos
diferentes.
Otwfile y MIO* «ra - 205

lal y como planteé cn cl oipíiulo 2. la mayoría dc los objetos


que había cn mi casa familiar eran regalos que mis padres recibieron
cn su kxia* o regalos que les ofrecieron cuando dejaron Inglaterra
para ir a Australia* Recuerdo una fondue. por alguna razón, quizá por­
que estaba colocada en medio <íel apsinidor Recuerdo la mesa del <x>
medor» que creo que fue traída desde Inglaterra, oscura y hrillanic.
estaba reservada para ^ocaslores especiales». Recuerdo sesiones de
fotos, felices escenas familiaa*^ que ocultaban muchas cosas. 1^ ma­
yoría de los regalos eran de la kmilia que dqamos atris, en Inglaterra.
Al menos esa era la historia. Elecían que mi familia paquistaní no
pudo aceptar que su hijo se casara con una chica Manca inglesa, de
modo que no recibimos nada oc ellos, al menos hasta que nació mi
hermana (la reproducción a menudo crea vínculos, o es la (xrasión
para la reconciliación familiar). í>ecían que mi madre era más abierta
Creo que esto era probaMemente porque ella se estaba casando «hacia
arriba» y también «fuera», una enfemiera casándose enn un médico,
lui promesa vertical dc la movilidad de clase es importante aquí.
Y más tarde, mi padre tnyo más cosas de l^istán. Recuerdo las
alfombras: alfombras |)ersas. Ixíllamcnic tejidas a mano, cubriendo la
alfombra beige dc debajo* Alfombras orientales. Los espacios Mancos
están determinados por la domesticación de estos objetos. Sospecho
que se percibe dc forma diferente si los objetos llegan como objetos
«extranjeros» o «hereditarios» o como «extrailos» y «familiares»,
donde esta extrañeza o familiaridad no es una propiedad de tales obje­
tos, sino una cuestión de cómo entramos cn contacto con ellos.
Al mismo tiempo, la mayoría dc los hogares incluyen lo que
Mary Ixtuise Prait (1992) ha denominado una «zona dc contacto», un
espacio entre las culturas que es también donde los cuerpos se encuen­
tran con otros cuerpos (ver también Ballantyne y Hurten. 2(X)5). El
contacto entre los objetos acerca algo más que cosas, dado que los
objetos residen o liaMüiii dentro Je las culturas ctano representaciones
de su hi.storia. e incluso toman kt forma de esta morada. Este contacto
puede ser asimétrico y aun así afecta a ambos «lados», creando formas
culturales que no son simplemente una u otra. Es importante aquí que
no ctmsideremM las «culturas» como objetos en sí. que entran cn con­
tacto (xira crear una hibndttción i (xirtir dc la mezcla de formas puras.
Má> bien las «culturas» llegan n rivirsc como si tuvieran cierta ftxma.
o incluso una piel, cenno efecto de este contacto, Si recordamos mi
206 heiKwncnolcf í« quccr

idea dc que heredamos proximidades (es dorir, qiic heredamos naque-


lio* «con* lo que es posiWe entrar en contacto por estar accesible^
enlonces podemos ver que la historia del contacto cultural también
implica la reproducción de la cultura: el contacto es un proceso pero
está «restringido* por la misma restricción de aquello con lo que en­
tramos en contacto. Estas restricciones no vienen impuestas desde el
exterior sino que son un efecto de orientaciones que ya se han tomado,
que significa que seguimos ciertas líneas / no otras. Esto no quiere
decir que estas restricciones sean siempre legislativas: después de
lodo, lo queer acontece precisamente cuanJo esa legislación fracasa,
cuando tos cuerpos se encuentran con aquello que quedaría apañado
si siguiéramos las lincas que se nos han dado. I>o que debemos evitar
es la presunción dc que el «contacto* miímo prc^porviona una base
común: o si compartimos esta base, entonces también estamos dividi­
dos por lo que «sí» entra en contacto y también por lo que «rw».
Algunas formas de contacto cultural son esenciales pura la repro­
ducción de la identidad cultural, e incluso para el «apurtaiiiiento* de
ciertos cuerpos. Aquí p<xlemos volver a la domesticación dc Oriente.
Quedé impresionada por la descripción que hace Diana Fuss del inte­
rior dcl despacho de Freud. que estaba adornado con alfombras orien­
tales y también con urnas egipcias, incluyendo la urna que contenía
las cenizas del pnvpio Freud como su último lugar dc residencia (2(M)4.
pp. Fuss cita las reflexiones del p»>cta americano H.D. sobre
su ex|)eriencia en d despacho de Freud: «Hoy. acostado en el famoso
diván i>sicí^nalítictí... me lleven donde me lleven mis fantasías ahora,
tengo un centro, una segundad, un objetivo. Estoy centrado o reorien­
tado aquí, en esta misteriosa guarida del Icón, o cueva de los tesoros
de Aladino* í2(XM. p. 90>. El diván, que es^á nxieado de estos objetos
exóticos o incluso extranjeros, de «otros» tiempos <antigüedades) y
otixn lugares (orientales), se convierte en el punto desde el que se des­
pliega el mundo psicoanahtico. Tul y einiio (áanieé en mi unúlisis dcl
orientalismo, este contacto puede implica* historias de apropiación,
aunque esta apropiación hable el lenguaje del amor, la curiosidad y el
cuidado Iji agencia dc cuerpos especiTicos está «detrás» de estas
agnipjiciones: los cuerpos de los colecciofiistas. viajeros, explorado­
res. l-a llegada de estos objetos deí>ende dc su adquisición (podemos
especular sobre los regalos, los nibos, las compras y los pagos). Pór
supuesto, una \c/ que llegan aquí, como oléelos que adornan el inte-
tJncotc y otnjk otro» 207

ñor de la habitación dc Freud, ln$ objetos mismos son separados de la


historia de llegadas pasadas > de lugares donde han vivido que no son
alcanzables simplemcRic por medio dc los objetos que se han puesto a
su alcance. Una ve¿ que han llegado, sin embargo, no sabemos aún
qué harán los objetos, o qué se hará con ellos Las apropiariont^s s/m
violentas, y también pueden errar el fondtv en el que wconiccen otras
cosas.
Los espacios diaspóricos también están determinados por histo­
rias de objetos. La recolección de objetos en casa adopta diferentes
fonnas: los objetos se dispersan «junto con* la dispersión de los cuer­
pos cn los espacios, como una dispersión que crea una impresión.
Cuando los cuerpos y los objeuis salen de nuevo a la suiKrtlcie ad*
quieren nuevas formas. Para lascomun¡dade.s diaspóricas. los objetos
se reúnen como líneas de cjoncxión dc espacios que son vividlas como
hogares pero que ya no están habitados. lx>s objetos llegan a represen­
tar esos hogares perdidos. Como describe Divya Tolia-Kelly en su tra­
bajo sobre las casas asiático-bntánicas, estu «refracción de la cone­
xión con lugares, historias y genealogías pasadas por medio de la.s
culturas materiales, colectivamente significa la ausencia de otras per­
sonas. lugares y entornos* (2004. p. 322L Tal y ctano muestra su obra,
es crucial que no asumamos que estos objetos simplemente nos llevan
«de regreso* a un pasado que ya no existe. 1^ proximidad de Im obje­
tos no es un signo de nostalgia, de morriha por un hogar que se ha
perdido. Más bien, como sugiere lólia-Kelly. estos objetos hacen po­
sibles nuevas identidades en laí «texturas* cotidianas, O podríarruy^
decir que estos objetos mantienen vivas las «impresiones* dcl pasado,
y al hacerlo crean nuevas impresiones en la misma ola o tejido del
presente. Al colocarlos junto co« otroe» objetos adquiridos en el espa­
cio de residencia (la cosa como <k)nde uno está») se crea una hibrida­
ción de la casa, Esta hibridación no se basa cn el «alcance* de cierto
cuerpo, que «stá -«detrás* dc lu reunión dc s>t>jclLn en cl espacio y en el
tiempo (llevar lo que es extraóo «a casa*), sino en las idas y venidas
de diferentes cuerpos mientras icconviertcn las casas en algo que al
principio pueden parecer munckb má.s bien extraños.
Les hogares de razas mestíras también reúnen objetos a su alte-
dedor. objetos que emergen de mundos diferentes y que parecen mirar
en diferentes direcciones, hieden experimentarse como un lugar «en­
tre* el hogar diaspórico y el hogar orientalista: cl contacto con los
208 l efwwcruMíí^ii quccr

objetos se da en cierto «punto» entre lo extraño y lo íatnihar. como a


la vez dentro y fuera dc lo familiar. Ix» objetos que se reúnen vienen
de lados diferentes: desde un lado el misme objeto puede ser recibido
como extraño, y desde el otro lado cixno familiar. Dado que los lados
no son accesibles símiMemenie como punios dc vista, esto convierte
al «objeto» mismo en una mezcla Híbrida de lo extraño y lo familiar
en cualquier momento del tiempo. Al mism:^ tiempo, estas diferencias
en las formas del contacto culturaU que he descrito en términos dc
orientalismo, diaspóríco y raza mestiza, «o siempre se mantienen,
.Aunque es importante reconocer las difereaies modalidades del con­
tacto cultural (especialmente si queremos es itar crear un ideal cultu­
ral fuera de la zona dc contacto), es igualmente imponantc reconocer
que el «contacto» mismo puede redelinir cl terreno en cl que se pro
duce. Los objetos también cambian de manos: se pasan alrededor y
también hada abajo: se bcreckin. Ijos objetos se pueden mover -den­
tro» y «fuera* dependiendo de los términos de su herencia. Íajs obje­
tos llegan de otros mundos, mundos que son «otros» en la medida en
que no los habitamos en lu actualidad. Esta «otra mundialidad» de los
objetos importa: y le da u los objetos más de una cara, más dc un án­
gulo desde cl que pueden ser observados, aunque no nos lleven allí
luí cuestión no es solo cómo los objetos nos miran, sino cómo noso-
tros los miramos en el momento en que los vemos mirando a mundos
diferentes.
En mi propia casa hay objetos que llcjtaron por medio dc nuestra
conexión |xiqui$lam especias, comida, fotos de btxJas colcrñstas. .uib
wnr kamtwx^ que no queríamos ponernos. Me encantaban las fotos dc
bodas: los colores rojos tan brillantes comparados con los lestidcss
blancos de las fotos dc Inglaterra, vestidos blancos y fríos, días blan­
cos y fríos. La blanquitud de mi casa quizá se hizo visible por el hecho
de que l^cjuisián era vivido como el color. En muchxis sentidos, era un
hogar blanco, donde su blanquitud venía determinada por la proximi­
dad de ciertos t^ijeios y por cómo esos objetos se agrupaban a lo largo
del tiempo y en el espacio para crear un punto para vivir. Tenía que
ver con liablar con palabras Mancas: en cisa lU) hablábamos urdu o

H ÀíJRrtrr: c» Ufia vc^limciiw imdinun»! uni^cw que « uiilUA *ohrc Ux>o


C0 í^aquiitâQ > AfsAniMán. aunque lambicn en <Hro* píwrs de Ã.stAtki Sur y Aw4 Cen
(ml r.V iUfVí
< iiieiiu > txnn otrm 2(>9

punyabí. Fl único momento en que escuchaba estas palabras eii casa


eru cuantki mi padre estaba al teléfono llamando a i^uisián.
I’ero quizás esas i^Hras palabras, aun<tue yo no pudiera responder
a su destinatario, fueron suficientes pura mí para escuchar otro lado
Los contornos de los espacios dc raza mestiza no son tan suaves man-
do sernos cómo 1 legan las cosas. Hav llegadas que s<m inesperadas,
que crean k^rdes ásperos en los contomos de este mundo. Es como si
se pudieran ver las grietas, lo que significa que las coberturas no lo­
gran cubrir, o que fallan en el telo dc aportar una cobertura. Así, los
«objetos» y «los cuerpos» perurban lu imagen, creando desorienta­
ción cn la disposición de las cosas. Comentarios que se hacían sobre
«nuestra complexión»: cartas que descnbían a primos desconocidos
cuyos nombres se me hacían familiares; visitas a l^qui.stán que inau*
guraban nuevos mundos, nueves subieres, sonidos, y sensaciones en la
piel: la excitación de la llegada de mi tía desde Islamubad. de lu que
decían que yo me «parecía tanto»: todas estas experiencias de estar ai
casa y cn otra parte eran vividas, al menos a voces, como arrugas en la
blunciuitud dc los objetos que se reunían. Se reunían, pero no siempre
se reunían cn tomo a nosotros. No es que las pcnurbaciottes significa­
ran que las cosas ya no tenían su lugar: se trata dc que los objetos no
permanecían estables, ul entrar en contacto con otros objetos cuyo
*color» creaba impresiones difcrailcs. El color no era solo algo aña­
dido. como un bronceado sobre una piel blanca, sino que redirigíu mi
atatción hacia la piel, a cómo las superficies dc los cuerpos y de los
objetos están determinadas por historias de contacto.
Es bastante irónico que el ^ibjclo de Paquistán que más me im­
presionó fue una vieja y deteriorada colección de obras dc Shakes­
peare. Cómo me gustaban esos libros, con sttx portadas desgastadas y
su encuademación rota. Este att/or por ellos vino cn parte dc su propia
historia. Durante la partición*' ni familia dejó la India para convertir­
se en ciudadanos dcl rccióii cfcmIo país, Paquistán. huc un viaje ma­
jestuoso, y también duro y doloroso. Me encantaba escuchar cosas
sobre CSC viaje, como si yo pudiera seguir la línea, como si mi vida
hubiera seguido la línea que ellos tomaron. Tras su llegada a M<xlcl
Vown, luihore. encontraron esos libn>s —que habían dejado en la casa

37 Se rvr»efv a U dc la* hrtUnicM dc lu* India* OrierMalcs Kn


crç»S PaquiM4n ul MrjhWTirKr dri 4nirr»<w teniinno coloniaI dc lü lidia. í<V M T'i
210 heniMnri«t>Jo|<« qiacer

Ias personas que la habían abandonado precipitadamente. Los libros


fueron entregados a mi padre por su padre.quien los había encontrado
en la casa que le había recibido, que le habft acogido. Qué curioso que
estos objetos, que yo me encontraba en casa como los objetos que
llegaron de I^quistán. fueran las obras de Shakespeare. Apiirnahan a
Inglaterra, y podríamos decir que yo seguí ese punto. l>c vuelta a las
palabras inglesas, a la cultura inglesa, a lu Listona inglesa
Pero aunque los libros parecían diriginne hacia Inglaterra, y ha­
cia otro espacio, también mc llevaron siempre al pasado, a otra éfxxra.
una éptKa cn que mi familia hizo cl largo viaje hasta l-ahore. Aunque
pudiera parecer que los libros de Shakespeire me llevaban a Inglate­
rra, en cierto modo me llevaron a luihore. Después de lodo, nunca
desarrollé un interés por Shakespeare. Lo que sedujo mi imaginación
fue cómo mi familia adquirió Ick libros. Mc preguntaba por el «secre-
10* de su llegudsi a Ijahorc. ¿Cómo llegaron a estar allf? ¿Quién era el
propietario original de los libros? La genealogía mestiza nos devuelve
a un tiempo anterior a nt>csira llegada, y eso nos recuerda que las
orientaciones incluyen secretos: aquello qie no ptxJcmos desvelar o
recuperar sobre las historias que permiten í los objetos reunirse de la
forma cn que lo hacen,
Este secrctismo no solo nos lleva al p.mdo. también apunta ha­
cia cl futuro. No siempre sabemos dónde nes llevan los electos: cuan-
do cambian de manos, se mueven. Adquieren nueva.s formas cuando
registran diferentes proximidades. Iji magi) de las llegadas inespera­
das apunta no solo al futuro sino al pasado, que tampoco puede alcan­
zarse simplemente en el presente. Los objetos que «están dispuestos
alrededor* mantienen vivas historia.s que no pueden alcan/^irsc. aun­
que cl <punio* de estO-s objetos es que pueden alcanzairse. Un hogar
mestizo también deja objetos diseminados alrededor, aunque la direc­
ción g la que apuntan depende de la dirección en que uno mira, que no
es ncccjMiiiamctitc la dinxxión que uno signe. Esta mezcla dc objetos
no significa que Kxlos los lados del objeto sean accesibles, que es otra
forma de describir lo que la fenomenolog'a de HusserI nos enseña:
que solo podemos «tener la intención* del objeto evcK'undo sus lados
perdidos i ver capítulo I). Estos actos de evccacíón incluyen no solo lo
que pcrclbimi^s cn el presente, síik* también las historias de las que
emerge el objeto. Ptxlemos incluso evocar lo que está detrás de él.
Estas historias son espectrales en el sentido de que los objetos que
< >nciitc y otro» otem___ 211

pcrcibimívs son huellas dc estas historias, e incluso mantienen vivas


estas historias, pero las htston^ no pueden simplemente percibirse.
Dc hecho, esus historias pueden seguir vivas en la medida en que se
resistan a convenirse cn accesibles, como un lado que es revelado por
nuestro punto dc vista.
Una orientación mestiza no cogería simplemente cada lado > los
pondría juntos pora crear una nueva línea. Una orientación mestiza
podría incluso mantener el secieto del otro lado, como el «lado» que
está detrás de lo que miramos, incluso en cl mismo momento en que
nos giramos pura ver lo que está detrás de nosotn)s. Al mismo tiempo,
ser mestizo nos aporta más de tm lado desde el que tener un «ángulo»
sobre el mundo. Las herencias no siempre mantienen las cosas en su
sitio, en su lugar, mantienen alieno el espacio para nuevas llegadas,
para nuevos objetos, que tienen sus propios horizontes. Si la herencia
significa recibir y poseer, entonces también puede abrir un hueco en­
tre la recepción y la posesión. La experiencia de tener más de un lado
accesible en cusa me dio una cierta dirección, precisamente porque lo
que fue recibido en casa, los signos cercanos de la Hanquitud. no pu­
dieron convertirse en posesiones. l.os objetos de Paquislán quizá no
me llevaron allí, al menos no directamente, pero aportaron líneas de
conexión que redirigieron mi forma dc aprehender lo que estaba de­
trás de mí. No se tralaha simplemente dc que yo miraba en ambas di­
recciones. hacia Inglaterra y hacia Paquistán, como horizontes del
mundo que de algún modo venían «dadcís». Los objetos que contenían
la blanquitud se mov ían a mi alrededor. Se escabullían, cuando me
acercaba. Lo que mantenía mi aiención estaba detras de ellos, eran las
historias que los ponían fuera Jle mi alcance. La inaccesibilidad de
algunas cosas puede ser afectiva: puede incluso ixmer otixis mundos a
nuestro alcance.
I^s orientaciones mestizas pueden cruzar la línea no tanto en
virtud dc lo que recibtmi>s (los objetos cercanos que se nos dan ctwiio
si fueran lados diferentes de niestra herencia) sino más bien según
cómo recibimos las historias que están detrás de nuestra llegada. No
es casualidad que cuando dejé mi hogar sentí que cl otro lado de la
historia se me hizo más acccsibe. Volví a habitar el mundo yéndome
a fíiquistán tras dejar mi hogar. Este tiempo en Paquistán me reorien­
tó. permitiéndome asumir l^aqui^ián como parte de mi propia genealo­
gía. dándome el sentimiento de que tenía más dc un lado del que echar
212 — I cfMtncnoêajw queer

mano, o inclui) más dc una historia famil ar «detrás* dc mC En mi


propia historia, esta conexión con mi lado paquistaní vino canalizada
no por mi padre sino por mi conexión con mi tía más mayor, que no se
casó y que esialxi fuertemente implicada cn cl activismo de las muje­
res. Cuando somos redi rígidos a menudo tenemos personas detrás de
nosi^ms. que nos ofrecen apoyo sin csjxíraí nada a cambio, y que nos
empujan hacia otro mundo. Estar cerca de ni lía. con su pasión por el
feminismo y por lo que cn nuestra biografía familiar ella llama <el
poder de la mujer», fue lo que me ayudó a encontrar una orientación
política diferente, una forma diferente de pensar sobre mi lugar cn el
muixk).* En cierto modo» esta rcorientación fue posible por no ser lo
que tenía (dado) en casa. Podriamos describir esta rcorientación como
una orientación mestiza; una orientación que se despliega desde el
hueco entre recepción y paieuón.
Hay algo que ya es bastante queer en esta onentación. No estoy
segura de que ser de raza mestiza sea lo que me conviene en queer.
aunque otras personas queer de raza mixta han hecho esta conexiiWi. y
es algo que puede ser analizxido.*' En su legar, yo diría que la expe­

la ("uando rOAba imbajaiido en este capaulo uoade mis primas pnquisUnh (que
iboni vise ct) me dio uu copia dc nuestra bofrafúi íouiuliar. que había «idn
cscniA por mi lío > mi lía mis ma>nrrs. leyéndota. r leycniío sobre la increíble vida
de mi lía. sentí más que nanea que a menudo be subestimado lo mucho que me ha in^
üuado mi «Lado» puquistiMtí. 1*41 cierto sentido. enai|u que sean tas s Idas y los amores
de mujeres acusas piáAicumenie lu que su-sicfiu ntacoiKxidn mujeres que rechazan
definirse por medio dc loa hombres, y que onenlan sidas de forma creativa con
ow» mujeres Esu coneiidn se solvió especialmente mpxianic t nandú nu padre deyó
de contactar conmifo cuaisdo le babk sobre m: sida queer Ahora cualquier conexión
con mi lamilla pai)iustaní w>lo es posible por medio ce mis tías E.s interésame imagi­
nar que la» bictoria» familiares pueden ser contadas dr forma diferente, por medio del
paspiu imbojo aJcciiso de las mujeres que no reprodocen la linea (amihor. que cn un
árbol consencRvnal scrúui solo un «pumo ftiuil». Én uia |rcnealo|tia queer o aitcmansa
pcxkífi ineluw surgir s ida de estos puntos
.W bmuciirainos un manifiesto de la tebación entre la rara mcsii/a y lors HlenilUades
queer cn la pagina *cb de Ijiureii Jade Maruii. una ctcnioru y activista queer de nua
mesiira: <btip ?wwu theyeliou penl com*manifestó hlm> Martin sugiere que las
identidadei. de raza mestiza tmultirracial y birracinl 1 m*!» queer porque no habitan las
categorias rociotev existentes l^ru tambiCn sugiere qae las persooos de roza mestiza o
múltiple ucncti más probabilidades de ser queer. Lo explica om «casi uida^ la» perso
fias que conozco dc raara mestiza son queer. No creo que sea una coindóenaa azarosa
Mu estoy diciendo que baya una correlación directa —que si tus padres son de razas
diferentet entoace» eM> dignifica que estos destinodo a ser alguien claramente bornea
sexual - pero sí creo que hay uno relación aquí que nrereve ser analizada Hay algo en
vis ir una existencia iotersticial — una s ido enlrr linea. - que s rr» una vierta lilierud y
Ontcic y otro* cXfw 213

riencta de lener una genealogía mesdzn C5 msis bien una forma queer
dc comenzar, en lu medida que ello propirdonn un *ánguki» diferente
sobre cómo se reproduce la Manquitud mismu. La blanquitud ccrcu’
na: es una «parte* de tu hisuxia Pero aun así. no hereda^ lu blanqui­
tud. no heredas lo que, ul meno*; cn parte. e5U& detrás de ti. Puedes
sentir las categorías que no logras habitar: son una fuente dc incomo
didnd, luí comodidad es un sentimiento que tiende a no sentirse de
forma consciente, como he plinteado anteriormente. En su lugar, te
hundes. Cuando no te hundes, cuando no te quedas quieto y das vuel­
tas, entonces lo que está en d fondo aparece frente a ti, como un mun­
do que está reunido de una foma específica, luí incomodidad, en otros
palabras, permite que las cosas se muevan. Cada experiencia que he
tenido de placer y excitación scixe un mundo abriéndose ha empezado
con estos sentimientos ordinarios de incomodidad: dc no encajar dcl
todo en una silla, de estar inquieta, de que rne hayan dejado esperando
en el suelo. I>c modo que sí. s empezamos con el cuerpo que perde
su silla, el inundo que describimos será muy diferente.
Una genealogía del ser mc^tizA) nos |xrrmiie ver las mezclas que
están ocultas en las líneas dcl árbol familiar convencional; cuando nos
sentimos incómodos cn ntiestras viviendas, podemos notar cómo los
objetos pueden llevamos a otros lugares. Ptir tanto, quizá la genealo­
gía misma se convierte en una cosa más bien queer y también mestiza.
David Eng sugiere que pixiem'vs repensar la diáspora «no en los tér*
minos ccHivencionales de la disxrsión étnica, ia filiación, y la trazabi-
lidad biológica, sino más bien en términos de lo queer. la afiliación, y
la contingencia social* <2(X)3, p. 4k* Del mismo modo que la diáspo­
ra puede ser queer, también lo puede ser ia genealogía. La genealogía
queer no trataría sotxe liacer c<ro árbol familiar, que convertiría las
conexiones queer en nuevas líneas, ni tampoco sobre crear una línea
que conectara dos lados. Una genealogía queer tomaría los «afectos»
mismos del mestizaje, o de entrar en contacto con cosas que residen

fluidez anonulíii crMix lo» auomaliA». vapacc* dc cnimr cn milliiple^ muiukn


en múlliplc* momeotiH. como cxtmlki* y como tnrdüiukn*. namca que rsUf entre
IfnciBi puede abrir otrm tipo* de <en medio». (Mr supuesto, puede que no. ya que la
enpenenciA de set roe%ttro o de e^tar cn medio puede tamlñén stguilkur que busque
ntos oposo MgUKuda o4n» tip<w dc Un*»
40 Para otra obra imporuole y erfOc» sobre Us «dijKp(»ni* queer». ver l*uur. I*>**H;
l*iiitrwi s Sinebez-Fppleí 20<M> hwiiei, J<Mi2. y Goprnath. 2005.
214 ia quccr

en diferentes lincas, como una apertura a nuevos tipos de conexiones.


Como sabemos, las cosas quedan apartadas por estas líneas: no hacen
que ciertas proximidades sean imposibles, sino peligrosas. Y aun así,
las mezxlas se producen, y las líneas no sienpre nos dirigen. Una ge
nealogía queer estaría llena dc estas proximidades ordinarias. Esto no
trata del punto de encuentro entre dos líneas que simplemente crearía
nuevas líneas (que es. después de todo, una lectura convencional de la
criatura de raza mestiza), sino más bien del «cruce» de líneas que ya
existen, cuando se fracasa al volver a ellas.
Después de todo, el hueco entre lo que lo que uno recibe y cn lo
que uno se conviene se abre por electo de eSmo llegan las cosas y por
las «mezclas» de cualquier llegada. Esto no quiere decir que algunos
cuerpos necesariamente adquieren estas orientaciones como efecto de
su propia llegada. Más bien quiere decir que el efecto desestabilizador
de estas llegadas es lo que permite que loque ha sido recibido sea
percibido. No siempre sabemos qué puede ser desestabilizador; qué
puede hacer que las líneas que nos dirigen setin más perceptibles como
líneas en un momento u otro. Pero una vez Jesestnbilizado puede que
sea imposible volver, lo que por supuesto s gnifica que nos dirigimos
hacia otrx> sitio, como un giro que puede a.’irir diferentes horizontes.
Curiosamente, es la mirada hacia atrás lo que confirma la imposibili­
dad de este regreso, cuando miramos lo qie está detrás de nosotras
Retrocedes, avanzáis.
Como ya sabemos, las experiencias de negación, que te paren
por la calle o sentirse fuera de lugar, de sentirse incómodo en casa, no
se «paran** aquí. Los cuerpos se reúnen en lomo a estas experiencias,
juntándose, actuando, rechazando esta herencia de blanquitud, recha
zande incluso el deseo de seguir esa línea. Aprendemos esto de la fe-
iiomerKÚogía de Fiiruxi de ser negro. Al explicar cl «no puedo», cl
cuerpo que es parado o señalado, también analizamos la condición de
pcsihtiidad dc ta cmergeruHa de urui formo colectivo de activ i^üimo. Ac­
tuamos recogiendo conjuntamente esos momentos en que eres señala­
do y eres rechazada». Las rellexiones de Audre Lorde sobre los usos de
la rabia por las mujeres negras tamtáén nov muestran la importancia
de reagruparse. Al sentir rabia por el racismo y por cónx) nos ha infra­
valorado, creíanos nuevos espacios, ampliamos el espacio mismo que
ocupan nuestros cuerpos, comxi una ampliación que implica energía
política y trabajo colectivo < 1984, pp. 145-: 5.^L En otras palabras, la
Onrntc y otros otros 215

rabia coltxti va sobre ta orícniación dcl mundo en tomo a la blanquitud


puede reorientar nuestra relación con la blanquitud ♦
Yo» que trabajo en Gran Bretaña, recibo una herencia aliemaiiva
de esta historia de acción colectiva» y la recibo cada día simplemente
por habitar los espacios que haNto. por caminar sobre ese suelo que
ha sido despejado por esta acción. La llegada de cuerpos negn>s a las
universidades británicas solo ha sido posible gracias a la historia del
activismo negro, en el Reino Unido y iransnacíonaJmente, lo que ha
despejado espacios por medio dc la repetición del rechazo colectivo a
seguir la línea de la blanquitud. Por eso, me gusta el uso dc la palabra
«negro» como dispositivo de reorientación, como una orientación po­
lítica. a pesar de que hay un riesgo dc que se invisibilicen las diferen­
cias entre cuerpos que son de diferentes aflores y las diferentes histo­
rias que hay «detrás» de nosotros.*’ Esta palabra se convierte en un
objeto, que hace que nos agrupemos en lomo a ¿I. como un reagrupa-
miento y ayuda a dar una base al trabajo que hacemos, en parte redC'
ñniendo la base como la base de la blarx|uitud. Esta palabra, reclama­
da de esta manera» apunta hacia el futuro y hacia un mundo que aün
está por liabitar. un mundo que «o está orientado en tomo a la blanqui •
lud. No sabemos, hasta ahora, que forma podría tener este mundo, o
qué mezclas serían posibles, cuindo ya no reproduzcamos las líneas
que seguimos.

41 IVír nupticMo. c$ic ib>u «k «negro- como un dtspcsiiiva de «grujMKiófi e* mu>


especírtck» de i« polhJcn radul brtUnka. FaXík «p«bbfBs> no stetnpre *ia/aiii«o si lo
hoceii. adquieren «ignlfieadM buMantediferentes. FJ tero de esta palabm en el Reino
Unido no es un poderoso, ya que se te en d un nesgo de etencuiiwnu por asumir
que uxbs las personas que no son Mancas tienen un pasado e intereses contuoes. Eji la
poUtiea pábitca. negro ha sido reemptando por negro y minoría dnica. b que a meou*
do es abreviado como Iwne [biaek, itumirtn (sospecho que es una forma bastan
te Util de ocultar el -prohienu» de la ram) Mi propia visidn es que la palabra «negro»
puede agruparnos sin asundr necesanoDente un «pasado común» Siempre be tenido
bastante confian/a en las formas cedeeth as de agrupación política
Conclusión: Desorientación y objetos queer

La lAhilidml tk Unnívdc^ no Milamcnie da ta etpcncncia iMielrc-


(tfol del deorden. ñi>a U experiencia vital del vértigo y dc la fiáü-
Mra. que la cuowlcnvta y el honor dc nucMm rcwuinfcaciA

Mfluhcc Mírt«Ui Púttiy, fo prtvtpctán

lx« momcnlos dc dcsortcnladón son vitales. Hav exfxrriencias coqxv


rales que trastocan el mundo, oque arrancan al cuerpo de sus raíces.
desorientaci<5fi como sensación corporal puede ser de se siahili/ado­
ra. puede destruir la confianza cue la persona tiene en sus fundamen­
tos, o la creencia en que los fundamentos que tenemos pueden soste­
ner las acciones que hacen nuestm vida más viviWc. Estos sentimientos
de destrucción, o de estar destrozada, pueden persistir y convertirse en
una crisis. O el sentimiento mismo puede pasarse, cuando los funda­
mentos vuelven o cuando volvemos a esos fundamentos. El cuerpo
puede ser reorientado si la man<)(|ue se tiende alcanza algo para afian­
zar una acctón. O la mano puede tenderse y no encontrar nada, y pue­
de en cambio agarrar la indeterminación del aire. EJ cuerpo, cuando
pierde su apoyo, puede perderse, deshacerse, verse amajado.
A veces la desorientación es un sentimiento ordinario, o incluso
un sentimiento que va y viene según nos movemos durante el día.
Creo que podemos aprender dc estos momentos cotidianos. I\mga-
mos. por ejemplo, que estás ctweniKkto. Te cemeentras. Lo que tienes
delante de ti se conv ienc en el nundo. Los bordes de este mundtí de-
saponreen cuondo te odcnims en ¿1. El objeto, por ejemplo el papel, y
los pensamientos que se agrupan en tomo al papel agrupándsKse como
líneas sobre el papel, se conviene en algo obvio, al perder sus contor­
nos. El pa|xrl se conviene en un mundo, lo que puede incluso suponer
que pierdas de vista la mesa. Ertonces. detrás de ti. alguien te llama.
Ptx la fuerza de la costumbre, dzas la vista, incluso te das la vuelta
para mirar qué hay detrás de ti. Pero cuarwlo tus gestos corporales se
sictivan. cuantío te giras, te sales del mundo, pero sin caer simplemcn-
218 Rfxxncfio¿o/ük quccf

le cn (xro nuevo. Esios momcnlos. cuando wcamhias* de dimensiones,


pueden ser proíuridaincnie desorieniadores. L’n momcnio no s icne se­
guido de otro, como una secuencia de hechos espaciales que se des­
pliegan como momentos temporales. Hay nomenios cn que pierdes
una perspectiva, pen^ la «pérdida» misma no está vacía o esperando;
es un objeto, con una presencia consistente. Puede que incluso veas
líneas negras frente a tus ojos como líneas que Wixjuean lo que está
frente a ti cuando te giras, Expenmcnias cl momento como perdida,
como si se hiciera presente algo que ahora estii ausente (la presencia
de una ausencia!. I^rpadeas, pero al mundo le lleva tiempi^ adquirir
una nueva forma. Puede que te sientas molesto porque le hayan saca­
do del mundo que habitabas, un mundo sin contornos. Puede incluso
que le des a la persona que le Humaba una respuesta frustrada como
«¿Qué pasa?» ¿Qué es «eso» que me hace perder lo que está delante
demf?
Estos momenlosi en que cambianuvs dc dimensiones pueden ser
desorientadores. Si mi proyecto en este libro ha sido mostrar que las
orientaciones están organizadas cn vez de ser casuales, cómo determi­
nan lo que se convierte en una realidad social y corporal, entonces
¿cómo podemos entender lo que significa estar desorientado? ¿Es la
desonentación un sigiK> corpçwal de «des;^organizaci6n», el fallo de
umi organización para mantener las cosas cn su sitio? ¿Qué nos dicen
estos momentos de desorganización? ¿Qué kacen. y qué podemos ha­
cer con ellos? Quiero que reflexionemos sobre cómo la política queer
puede iniphcar desorientación, sin legislar la desoricniación como una
políiica. No se tnita de que la desonentación sea siempre radical. Los
cuerpos que experimentan desorientación pueden estar a la defensiva,
buscando apoyo o un lugar pora sentar sus bases de nuevti o reorientar
su relación con el mundo. Además, las formas políticas que utilizan la
desorientación pueden ser amservadoras, dependiendo del «fin» dc
MIS gestos, dependiendo de cómo buscan 4,r«>asentar sus bases. Y, sin
duda, los cuerpos que viven lu experiencia de estar fuera de lugar pue­
den necesitar estar orientados, encontrar un lugar donde se sientan có­
modos y seguros en cl mundo, importante no es si ex|xrnmentamos
desonentación (algo que hacemos y que huremos). sino cómo estas
expcncncias pueden tener un impacto en la orienuición de los cuer|X)s
y los e,spaclos, que es después de todo el modo que tienen las cosas dc
estar «dirigidas» y determinadas |x*r las lincas que siguen, impor-
CcmkIwwM): (>c*;»ncni>ciôw y objeto» qoect 219

tanie es Io que hacemos en esos momentos de desorientación, así


como lo que esos momentos pueden hacer, si pueden ofrécemeos Ih
esperanza de nuevas direcciones, y si las nuevas direcciones son una
raz/Sn suficiente para la esperanza.
He señalado que Ib fenomenología esia llena de momentos do
desorientación. Pero aun así. esos momentos a menudo um momentos
que «apuntan* a intentar orientarse. Como señalé amenormenie, Mer-
leau-Ponty. siguiendo a Husserl. sugiere que el «yo puedo* proviene
de lu superación de la desorienución. de reorientar el cuerpo de modo
que la línea del cuerpo siga ios ejes vertical > horizontal. Se trata de
un cuerpo que está erguido, recto, y cn línea, hl cuerpo recto no está
simplemente cn una posición «rcutral*: o si está en una posición neu­
tral, entonces este alineamiento es solo un efecto de la repetición de
gestos antcnores, que le dan al cuerpo sus conlomos y la «impresión»
de su piel, hn cierto sentido, la enunciación «yo puedo* apunta al fu­
turo. en la medida que hereda el pasado, como la acumulación de lo
que el cuerpo ya ha hecho, así como lo que está «detrás»* del cuerpo,
las condiciones de su llegada, hl ciK'rpo emerge de esta historia dc
hacer, que es también una histeria dc no hacer, dc caminos no toma­
dos, lo que también implica la pérdida, imposible de saber o incluso
de registrar, dc qué podría haberse derivado de esos caminos. Como
tal, el cuerpo es dirigido como una condición de su llegada, como una
dirección que le da al cuerpo sa línea. Y aun así pextemos preguntar­
nos: ¿qué ocurre si la orientación del cuerpo no se restaura? ¿Qué
ocurre cuando la desorientaciór no puede superarse simplemente con
la «fuerza* de la vertical? ¿Que hacemos, si la desorientacióri se con­
vierte en un mundo, o en una realidad?
En una nota a pie de página en su texto Merleau-Pont> cita la
obra de Stnition Vision wtfhoM Inversión con el fin de aportar un aná­
lisis de la fotma en que la orientación se produce, así como cuando no
lo logra Lo expone así: «Nos mantenemos dc pie no por la mecánica
del esqueleto, ni siquiera por la regulación nerviosa del umio muscular,
sino porque estamos comprometidos cn un mundo. Si este compromi­
so se deshace, el euerffo se hunde v se vueb*e objetert^ (2(XI2, p. 296. la
cursiva es nuestra). El cuerpo «líe pte* está comprometido en un mun­
do y actúa sobre el mundo, o incluso «puede actuar* en la medida en
que está comprometido, hl debilitamiento de este compromiso es lo
que causa el hundimiento del cuerpo, y que se amvierta en un objeto
220 Koumrnoktjfi* queer

junto con otros otéelos. Fn términos más sencillos, ta desorientación


supone amvertirxe en un objeto. Es desde este punto, el punto en el
que el cuerpo se convierte en un objeto, dc donde parle la fenomeno­
logía de Fanón sobre cl cuerpo negro. F\u deducción, aprendemos que
emu deírorientaeión «tá distribuida de fomna desigual* algum*¿ cuer­
pos sufren esa crisis en su compromiso más que tXr<.H. Esto nos mues­
tra que cl mundo mismo está más *ctxnpro<netido* con algunos cuer­
pos que con otros, v que toma cMOs cuerpis como las formas de ta
experiencia ordinaria. No se tniia solo de que los cuerpos sean dirigi­
dos en direcciones esiiecíficas. siix> de que d mundo está determinado
por las direcciones que loman ciertos cuerpos más que otros, Ptu* eso
es posible haNar del mundo blanco, dcl mundo heterosexual. como un
mundo que toma la forma de la motilidad de ciertas pieles.
A|xendemos de Fanón sobre la expenenaa de la desoncntación.
como la expencncia dc ser un objeto entre otros objetos, de ser destro­
zado. dc ser desmenuzado en trozos por la hostilidad de la mirada
blanca. La desorientación puede ser urta sensación corporal dc perder
el lugar propio, y un efecto dc la pérdida de un lugar puede ser un
sentimiento violento, y un sentimiento que se ve afectado por la vio­
lencia. o que es marcado por la videncia qne se dirige contra cl cuer­
po. La desorientación implica orientaciones fallidas; los cuerpos habi­
tan espacios que no amplían su forma, o utilizan objetos que no
amplían su alcance, Fji ese momento de fracaso, estos objetos «a|>un-
lan> a otro lugar o hacen que lo que está «aquí* se vuelva extraño.
lx>s cuerpos que no siguen la línea dc la blaxiuitud, pt^ ejemplo, (xje*
den ser ««parados* cn su camino, lo que no uMo le impide a uno llegar
a alguna parte, sino que cambia la relación de uno con lo que está
«<aquí)o. Cuando estas líneas bloquean la acción en vez dc activarla, se
convienen cn puntos que acumulan estrés, cn puntos de presión social
y física que pueden sentirse como una presión física en la superficie
de la piel.
Además, como mostré cn cl capítulo 3, un efecto de estar «fuera
dc lugar* también es crear desorientación en lokS demás* cl cuerpo de
ci^lor puede penurbor la imagen, y hacerlo bimplemente como resulta
do de estar en espacios que son vividos como blancos, espacios «i los
que los cuerpos blancos pueden sumergir^;. Manteé que cl espacio
blanco (conui un «espacio de costumbre») es un efecto|le la animtila-
ción de estos gestos de inmersión. Fa inieiesanie señalar aquí que la
Coiiduuófi DcMXlcctMión y ob|et(» qnxT - 221

descripción dc Jacques Roiland dcl marco cn cl mar eomodesorienta


ción uiihza la metáfora dc la inncrsión. expone a5Ú *icnemos ma­
rcos parque estamos cn cl mar.es decir» lejos dc la cosia» que hemos
perdido de vista. Dc nuevo, es porque la (ierra se lia ido, la mísmn
(ierra en la que, coddianamcnlc» hundimos nuestros pies para lograr
manicner una posición o una prsiura. El mareo aparece cuando se ha
producido la pérdida dc la tiem* (2003. p. 17» ver lamhién I evinas»
2003. |)p. 66-681. El suelo cn cl que hundimos nuestros pies no es ncti-
tral: da más soporte a algunos qic a otros. I>u desorientación se produ­
ce cuando no logramos hundimos en cl suelo, lo que significa que cl
«suelo* mismo cstd ¡x^rturbado. lo que también perturba tK|uello que
se agrupa «sobre»* el sucio.
Por esta razón la desoricrKación puede circular; implica no solo
cuerpos que se convienen en objetos, síik) también la dcsoneniación
cn cómo se agrupan los objci^vs para crear un suelo, o para despejar el
espacio en el suelo (el terrem^). Aquí, en la conclusicSn dc este libro,
analizo las relaciones entre la roción dc queer y la desoncntación de
los objetos. Hay que destacar que a lo largo de este libro he venido
utilizando «queer*» en al menos dos sentidos, y en ocasiones me he
desplazado dc un sentido al otro. En primer lugar, he utilizado «queco
como una forma de describir lo que es «oblicuo* o está «fuera dc la
lírtca». Ptv ello, en el capítulo 3. describo una orienución mestiza,
que se deriva dcl hueco entre la recepción y la pcwsión, proporcicv
nandtJ un ángulo queer sobre la repnxiucción de la blanquitud. Tam­
bién describo la presencia de cuerpos de color en espacios Mancos
como desorientación: la proximidad de estos cuerpos fuera dc lugar
puetle funcionar para hacer que las cívsas parezcan estar «fuera de la
línea*, y pueden así incluso f urcionar para «queerizar* el espacio; las
personas «parpadean* y se «giran en itxias direcciones* cuando se
encuentran con estos cuer|x>s.
En segundo lugar, he utilizado queer pam describir prácticas se­
xuales específicas. Queer en este sentido se refiere a aquellas personas
con prácticas sexuales no normativas (Jagk>se. 1996), lo que como sa­
bemos implica un compromisostxrial y personal dc vivir en un mundo
oblicuo, o en un mundo que tiene un ángulo oblicuo en relación con lo
que viene impuesto. En el capítulo 2 especial mente, analizo cl lesbia-
nismo ctmio una forma queer de contacto social y sexual, que es queer
quizás incluso antes de que «queer» sea considerado como una orien-
222 . hriKxrcfxMogía queer

lacióti piMíiica. Creo que es impártanle manicner ambos significados


de ia ¡ulabra queer. que después de todo, e$tán relacionados histórica­
mente. aunque no los limitemos, ksto supine recordar que hace que
sexualidades especificas sean desentas conio queer. en primer lugar:
que sean vistas como raras, curvadas, retorcidas. En cierto sentido, si
volvemos a la raíz de la palabra «queer* (del griego: cruce, oblicuo,
adverso) podemos ver que la palabra mismíi «se retuerce»,con un giro
que nos permite movemos entre k>s registros sexuales y sociales, sin
aplanarlos o reducirlos a una sola línea. Aunque este eitkx|ue a)rTe el
riesgo de obviar la especificidad de lo queer como un compromiso
con una vida de desviación sexual, también apoya el .significado de
«desviación» en aquello que hace queer a las vidas queer.
Queerizar cosas sin duda perturba cl oxJcn dc las cosas. Como he
sugerido, los electos de esta perturbación son desiguales, preciMimen’
te porque el mundo ya está organizado en tomo a ciertas formas de
vivir, cícrtm tiempos, espacios y direcciones. He mostrado cómo la
reproducción de los cosas —de lo que está «ante nosotros»— tiene
que ver con lo que se asume que está a nucítm alcance en casa, con lo
que se agrupe alrededor como objetos que pueden ampliar nuesiix> al­
cance. La heierosexualidad como orientación obligatoria reproduce
algo má.s que «ella misma»: es un mecanismo para la reproducción de
la cultura, o incluso de los «atributos» que se asumen que pasan a lo
largo de la línea familiar, como la blanquitud. Por esta razón, queer
como oticntación sexual «queeriza* algo más que el sexo, al igual que
otros tipos dc efectos queer pueden a su vez acabar «queerizando* el
sexo. Es importante lograr que el ángulo ob icuo de ki queer haga este
trabajo, aunque se corra el riesgo de colocardiferenurs tipos de electos
queer untb junto a otros. El enfoque de M chael Moon (1998. p. 16)
sobre la desorientación se.xual como «efeck>s siniestros* es una guia
muy útil pura nosotros. Si lo sexual implica a contingencia de cuerpos
que entran en contacto con otros cuerpos, cntoivces la desoricnmciíSn
sexual se desliza rápdaniente hacia la desorcntación scxñal. cu/m^ m/ki
dexorirnfaeión en cómo están dispuestas las casas. lx)S efectos son
ciertamente siniestros: lo que es familiar, k) que pasa desapercibido
bajo el velo de su farniliandad. se convierte en algo más bien extraño.
En cierto .sentido, puede que sea un encuentro queer con la teño-
menología existencial lo que nos ayude a rqxnsar cómo la desorien­
tación puede comenzar con la extrañeza de i^bjetos familiares. Pense’
Cooc1us>5ii; Dnnncnlapón > objcloi|uecr 223

mos en la novela de Sarta* La náusea (1965). ts una novela basiunic


queer. diría yo, en el sentido dc qiK? es una rK)vela sobre acosas* que
se vuelven <M>licuas, Im náusea puede ser desenta como una descrip­
ción fenomenológica de la devorienlación.de un k’wnba* que pierde su
sujeción dcl mundo. que es llamativo de esta novela e^ ver bosta
qué punto la perdida dc la sujeción está dirigida hacia objetos que se
agrupan alrededtH del narrador, un escritor, como objetos que van a
«penurbar* en vez de ampliar It acción humana. El narrador comien­
za con el deseo dc describir estos objetos, y cómo están presentes y
dispuestos, como una forma dc describir efectos queer, *Es (xeciso
decir cómo veo esta mesa, la calle, la gente, mi paquete de tabaco, ya
que es esto lo que ha cambiado> (p. 9), Aquí de nuevo la mesa apare­
ce; incluso aparece primero, como un signo de la orientación dc la
escritura. Escribir una historia d: dcsrxicntación comienza con la mesa
volviéndQVse queer. Son las cosas a su alrededcx, dispuestas dc la for­
ma en que lo están (como un Itori/Ámie alrededor del cuerpo, y los
objetos que están lo bastante cerca, incluyendo la mesas), lo que reve
la la desorientación en el txden de las cosas.
luí desorientaciótt puede describirse aquí como el «devenir obli­
cuo» del muñóte, un devenir que es a la vez interior y exterior, como
realidad, o como aquello que le da a la realidad un nuevo ángulo. Si la
extrañeza está cn el objeto o ei el cuerpo que está junto al objeto es
una cuestión crucial. I^imcro parece que es cl narrador el que está
desorientado, que las <ctvsas» se han «desplazado» porque él se está
desplazando o está *|Krdiendo la cabeza». Si los objetos son las ex­
tensiones dc los cuerpos, al igual que los cucqxvs son las incorpora­
ciones de los objetos, ¿cómo podemos localizar el mcmenttí queer en
unos o en (xms? Más larde en la novela, cl *interior» y el ««e.xterior»
no se mantienen en su lugar; «La Náusea no está en mí; la siento alíL
cn la pared, cn los tirantes, en tedas panes a mi alrededor. Es una sola
cosa con el café, soy yo quien e>tá en ella** (p. 35), luis cosas se vuel­
ven queer pocisamcnic por cómo los cuerpos son tocados por los ob­
jetos, o por «algo» que accintccc, donde lo que está «allí» también está
«aquí dentro», o incluso «en» loque yo estoy, l4i historia muestra que
las cosas se vuelven extrañas;

Algíi me ha luccdióo. itc puok) seguir dudándolo. Vino cornil uiui en­
fermedad, no como una certeza ordinann, o una eviderKia. Se iiutoJó
224 Fcoomcoolof ía qucrr

.soiiipiMtameiilt poco â poco: >o me senil algo raro, algo molesto. nad4
más. í\>r ejemplo, en mi^ monos ho> oigo nuevo, cieña manera dc
coger la pipa o el tenedor. O es el tenedev el qtie ahoro liene cierto mo'
ncm de hacerse coger: no sé. Hace un irM^nlc, cuundo iba a entrar en
nii cuarto, me detuve en seco al Mmtir cn (a mano un objeto frío que
retenía mí uicneióti cahi una eM|^M;eie dc perxonahdad. Abrí la mano,
miré: era simplemente el picapcM^lc <p. I3l.

Comenzamos con el -yo- como el lugar d^xidc algo ocurre, una pe­
queña exlrañeza o incomodidad que emerge con el tiempo, como si
tuviera vida propia. Esc devenir extraño del cuerpo no coincide «con­
migo*. Entonces, son mis manos las que íon extrañas, lo son cuando
se expresan cn un gesto. Estos gestos son el «punto* en el que mis
manos se encuentran con los objetos: donde dejan dc estar aparte;
donde cogen cosos. Entonces, ¿es mi mano o es el tenedor lo que es
diferente? Lo que me interesa Je esta explicación de «volverse queer*
es cómo la extrañeza que parece residir cn alguna parle entre el cuerpo
y sus objetos es también lo que da la vida a esos objetos y les hace
Ixsilar. De tTHxki que «el picapone* cuando está ahí para lo que sirve
< permitirnos abrir la puerta) es «simplemente eso*. Pero cuando el
picapone se siente como otra cosa diferente a lo que se supone que
hace, entonces comienza a tener una cualidad tangible dc «objeto
frío», incluso con una «personalidad». Un objeto fnbes aquel que nos
da una sensación de estar frío. Cuando los objetos adquieren vida,
dejan sus impresiones.
En el pnmer capítulo, mencioné la cniica de Marx al idealismo
alemán por su presuposición de que los objetos simplemente esidn
ante nosotros, como cosas en sí en su «certeza sensorial». No querría
de ningún nxxio describir el objeto queer como algo cn sí. en ese sen­
tido. 141 fenomenología existencial nos muestra que los objetos que
están ügrtipudoa» corno agrupaciones de historia (objetos dinnesiiea-
dos, como picapones. bolígrafos, cuchillos y tenedores que se agrupan
alrededor, apoyando las acciones dc los cuerpos) de algún modo nos
«pasan desapercibidos». Lo que les hace históricos es cómo «pasan
desapercibidos-. Ver esos objetos como si fuera la primera vez (antes
de ser un picaporte ¿cómo puedo encontrarne civn él?) implica sorpre­
sa. permite que el objeto respire no por el olvido de su historia, .sino
permitiendo que esta histona cobre vida: ^^córno llegaste hasta aquP
< ooclttMÒr QrwncnlMtóo > oiijclot cuccr 225

¿Cúmo hc Uceado a tenerte eii mis manos? ¿Cómo hemos llegado a


CMC lugar, donde una manipulación así es pasíWc? ¿Cómo le sientes
ahora que estás cerca? ¿Qué haces cuando hago esto contigo? Reen­
contrar los objetos como cosas extrañas ptx tanto no significa |x:rder
de sista su historia, sino negarse a convertirlos en historia perdiéndo­
los ck vísta. Esta sorpresa dirigida hacia los objetos que vemos, así
como hacia aquellos que están detrás dc nosotros, no implica poner
entre paréntesis lo familiar, sinc más bien permitir que lo familiar bai­
le de nuevo con vida?
Entonces ¿qué (xrurre cuando la mesa baila? Es importante seña­
lar que Marx descrilte lu mesa como «girando*» e Incluso eximo «bai­
lando». como un baile que expresa Ia falsa vida de la mercancía en
lugar del aliento de la historia: «Se pone de cabeza frente a todas las
demás mercancías y dc su tesu dc palo brotan quimeras mucho más
caprichosas que si, por libré determinación, se lanzara a bailar» (1887.
p. 76)? Pana Marx, cuando la mesa se transforma en una mercancía
está dotada de agencia, como $i tuviera vida propia. Esta vida, se po­
dría decir, es «robada» de aqudiox que hacen la mesa, y de la forma
misma de su «materia» Oa madera). La mesa que baila sería un robo
histórico y un robo de historia. f\xJemos abordar la mesa que baila dc
forma bastante diferente, si vemos que se «da» vida a la mesa por me­
dio de esta intimidad con otras ridas, en lugar de ser un punto aislado.
Una mesa adquiere vida por su forma de llegítr, por ac|uello con lo que
ha estado en contacto, y pc>r cl trabajo que nos permite hacer. Quizá
esta vida ha sido tomada cn préstamo, en lugar de robada, y cl acto dc
pedirla prestada implica un compromiso de devolución. La mesa que
baila sería sin duda un objeto ba.sianic queer: una cualidad queer que
no está »deniro de» la mesa sino que regi.sira cómo la mesa puede

1. Set/a poxblc rvpettMir el vooeepio de Je poner entre perénieM*». R<» vee


dc ver al paréntesis operando como un dispositivo que deja de lado to íomilior. pode
nxis describir el paréntesis como una onna de sorpresa es decir, semiinos sorpresa
hacia lo que hay en el paréntesis, en ve/ de ponerlo «parte. Es posiMe tii&a leconcilüi
vión de b fenomenología huv»ef1ijina y de la critica marxista «Je b reificacidn de los
objcios por medio de b sorpresa: b so-presa sobre cómo aparecen las cosas e< lo que
permite que las historias cobren vida Ver el eapiiulo X de mi libro Ím gfolihcu ettltwtaí
de bi emtKiattes (2017 |2004ah. que describe el marvismo como una niosona de la
sorpresa.
2 Gracias o Lisa Armstn'tig que me ccordd durante «na visita «I Smiih College que
la mesa da un giro tnu> queer en Marx
226 Fccc<nax>o^l« qiKcr

inipresionarnos, y aquello que umbíén noisoiros pxlewos tomar pres­


tado de Ia contingencia de su vida.
En Im náusea los objeto*» cobran vida no porque estén dotados de
cualidades que no tienen, sino por un contacto am ellos como cosas
que han sido dispuestas de ciertas formas. Este contacto es corporal:
o un contacu» que legiesa al cuerpo, como si Ia pel dei objeto «im­
presionara* Ia piei dei cuerpi>. El «contecto* mismo desorienta al
cucrpi^, y esta se extravia, Como explica cl narrador *1 jqs objetos rx)
deberían rwrrr. puesto que no viven. Uno Ics itsa. los pone en su sitio,
vive entre dice»; son útiles, nada más Y a mí me tocan; es insoporta­
ble. tengo miedo de entrar en contacto coi ellos como si fueran ani­
males vivos. Ahora veo; recuerdo mejor lo que sentí el otro día, a la
orilla del mar.cuarulo tenía el guijarro. En una especie de repugnan*
cia dulzona. ¡Qué desagradable era! Y procedía del guijarro, estoy se­
guro; pasalxi del guijarro a mis manos. Sí. es eso, es eso: una especie
dc náusea en las manos* (p. 22).’ Esta fornit de entrar cn contacto con
los objetos supone una desorientación, tocar la oisa que transmite al­
guna cosa. El guijarro se vuelve queer en cíc encuentro. Lo que impli­
ca la historia es que la orientación se logra por medio de la pérdida dc
esta pn>MÍmidad física: las cosas se mantienen en su sitio, que puede
estar cerca de mí. pero es una cercanía q.>e no amenaza con entrar
dentro de mí. o con derramar lo que está dentro afuera.
Es así como la fenotnenología proporciona un ángulo queer. lle­
vando los objetos a la vida con su «pérdidi*» de lugar, con cl fraca.so
de agruparlos para mantener las cosas cn su sitio. No me sorprende
que sean las «manos* las que aparecen cono lugares cruciales cn las
historias dc dcsonentación. y de hecho es cruáal para la fenomenolo­
gía en general.
l-as manos cogen aisas. Tocan cosas Sueltan cosas. Pero ¿qué
significa que la náu.sea esté «en las maruis»^ Ponjue aunque las manos
desplacen la náusea dcl «yo* (las manos pueden ser fácilmente obje­
tos extrajunto con los jiicaportes). las manos nos siguen devol­
viendo al «yo*, aunó aquello que aporta c agarradero de la historia.

J. E*or AupurUo, )i«) iihtortin moctio míii qixxr que contar wbrr las maiMn. luí tas
cultura» Iccbbnoi manos aparecen como tugare* cnMum. convirliéndoM; cn signos
det deseo pdbhcm y bambino útiimo* Ver Merck, 2003 para un afwUkls dcl significado
dc La* muñón lesbianas
CiifKlüMÓti Dcv-inentación y qaecr 227

Senxir la náusea en Ias manos, en vez dc en lo agarni<t<b nos recuerda


que ta fenomenología existencial escribe *des<wienuición* como una
prciKMpación por el sujeto, como una forma de volver a la cuestión
dei ser de la persona, aunque sea cl ser mismo lo que está en cuestión,
IX* nnxlo que aunque las cosas se materializan en La náusea y llegan
a materializarse como signos de vida, la forma en que lo hacen sigue
remitiéndonos al sujeto como signo de su interioridad, aunque este
interior sea empujado hacía afuera, hacia las zonas externas dcl cuer-
pe», las zonas que están más cerca de la materia.
¿Cómo se matenalizjt esta *matena*? Es crucial que *la mate­
ria* no se convierta en un objeto que |xesuponemos que está ausente
o presente: lo que se materializx está determinado por las direcciones
tomadas, que permiten que las cosas a|)arezcan de cierta forma. Pode
mt>$ volver a la Fenawenohgíc de la percepción de Mericau-Ponty.
Él relaciona la distinción entre «recto* y «oblicuo* con la distinción
entre «distancia* y «proximidad*. Estas categorías solo tienen sentido
en relación a un espacio fenomenal u orientado. Mcrlcau-Ponty sugie­
re que la distancia funciona como lo oMicuo. como una forma de
transformar la relación entre el cuerpo y cl r-jEjeto que percibe. Ijo ex­
pone así; •**l\>seemos’* el objete que se aleja, no dejamos de “retener
lo*’ y de tener una sujeción del mismo, y la distancia creciente no es,
como la anchura parece serlo, una exterioridad en aumento: expresa
solamente que la cosa empieza a deslizarse dc la sujeción de nuestra
mirada, y que está menos ligada a esta. 1^ distancia es lo que distin­
gue esta sujeción suelta y aproximada de la sujeción que supone la
pmximidad Nosotros la definimos igual que ya definimos lo “verti­
cal” y lo “oblicuo”, por la situación del objeto respecto a nuestm po­
der dc sujetarlo* (2(X)2, pp.
La distancia aquí es la expresión de cierta pérdida, de la pérdida
de la sujeción sobre un objeto c^ue ya exrá al ak anee, que es «perdi-
blc* soto en la medida que está dentro de mi horizonte. I4i dislanviu
vive como cl «alejarse deslizándose* de lo alcanzjiWe. en otras pala­
bras. como cl momento en el que lo que está a nuestnv alcance amena­
za con que<ter fuera de nuestrri alcance Mcrlcau-tV>nty. al trabajar con
una analogía entre lo distante y lo oblicuo, ayuda a mostrar que el
objeto queer también podría esta «alejándose deslizándose* . Aquí re­
cordamos mis comentarios iniciales sobre la desorientación dc las di­
mensiones cambiantes: hay algo sobre la pérdida dc un objeto — «an-
228 rcncimerwMcgú queer

les* de que se haya donde el objeto puede incluir simplemente


lo que está «ante nosoln)»*—• que desorienta y crea una nueva inclina­
ción. I4i desorientadóti puede persistir si lo que se retira no vuelve, y
si algo on se atvrca para ocupar su lugar. For supuesto, lo que se des­
liza primero debe estar cerca. No es tanu> que el objeto se vuelva
queer cuundo se desliza, sino que es la proximidad de lo que no va
detrás lo que hace que las cosas se deslicen. Bn otras palabras, podría
mos estar hablando de los efectos queer Je ciertos agrupamientos,
donde «las cosas» parecen estar oblicuas, estar «alejándose deslizán­
dose». Las cosas pueden ixrder su lugar junto con otras cosas, o pue­
den parecer fuera dc lugar en su lugar junto con otras cosas. dcM?-
ricntacíón impliai contacto con tas cosas, xro un contacto en el que
«lus cosas» se deslizan como una proximidad que no mantiene las
cosas en su lugar, creando así un sentímienio de distancia.
Bs interesante para mí ver (de nuevo! que el objeto en torno al
que má.x he corKcnirado mis reflexiones ka sido la mesa, tn cierto
sentido, be convertido la mesa en un objeto bastante queer al prestarle
atención, al llevar al frente de mi escritura un objeto que a menudo
está cn cl fondo. Mover cl «detrás* al «frc:nc*> puede tener un efecto
queer. Al hacer esto he hecho que la mesa trabaje mucho. Normalmen­
te tralíujumos «sobre» la mesa. I-a mesa existe como un dispositivo
«sobre»: hacemos cosas «sobre» ella en lugar de solo «con» ella, fcl
•sobre» puede signiricíir contacto con una superficie de apoyo («sobre
la mesa»», que está por lo general cn borizrnial. o simplemente puede
significar proximidad,siiuacu^n, uhcación.lugar Algunas proximida­
des existen para «sostener» acciones, alguna.s superficies están ahí
para sostener El trabajo de sostén implica proximidad, pero también
es la base para la experiencia de otras proximidades. Tal y como plan­
tea Levinas en Tataíidwí c inflnito: «cl trozo de tierra que me sostiene
no es solamente mi objeto; sa.uicne nit exp/nencití del ífbjettf^ (1969,
p t.XS, la cursiva es nuestra). Al igual qu« el «uclo ««sobro*- ol que ea
minamos, la mesa sostiene unu acción y sostiene así mi experiencia de
los objetos (el bolígrafo, el tintero, etc.), a los que también sostiene. Si
la mesa estuviera inclinada, puede que diera menos soporte. I\;ro las
mesas queer no están simplemente inclinadiLS (la mesa de escnbir, por
ejem|áo, |Hiede tener un ángulo inclinado y seguir dundo soporte a mi
escritura). ¿Qué sostienen las mesas queer; o las mesas se vuelven
queer cuatxio falltin en dar soporte?
CoftcliíMÓ», [>e«ori«ntiuirin y currr 229

Podemos preguntamos, por ejemplo, si Ias mesas queer son Ias


mesas en torno a Ias que se reúnen los cuerpos queer. Es verdad que
las mesas pueden dar sopone a reuniixxrs queer: los morncnios en que
nos reunimos a su alrededor, comiendo, charlando, amando, viviendo,
creando espacios y tiempos pm nuestn^ vínculos. las personas
queer sin duda tienen sus mesas, las historias del fxirentesco queer
estarán llenas de mesas. Esto no significa necesariamente que la mesa
en sí se convierta en un objeto queer, o que la mesa tenga necesaria*
mente una •<función* diferente en las reuniones queer. Pero aun así, la
mesa podna ser cl lugar sobre d que se pueden crear puntos queer.
Crear este punto supondría plantear que hay algo bastante quccr
en el motíiliario. Primero podramos pensar en los muebles como un
tipo espcciTico de objetos: mesas, sillas, lámparus. camas, etc. Amue­
blamos cl espacio con «objetos móviles». Me sorprende hasta qu<^
punto la movilidad es una condición de sentido para los muebles. Pue­
des mover la mesa, aquí. allí, a la esquina de la habitación: en cierto
sentido cl i>bjeltvo dc la mesa se basa en tu capacidad de moverla a
varios sitios. En la intnxJucciór de este libro fMantcaba que he seguido
a la mesa por varios sitios; pero creo que era una interpretación erró
nca. En su lugar, la mesa te sigue por varios sitios, mesa es un
efecto de lo que tú haces. Por :anto. en cierto sentido, cuauido amue­
blas una casa (con mesas y otras cosas con una materialidadk es la
cusa la que le amuebla. El omueMamiento queer no es. por lanío, una
formulación tan sorprendente: la palabra ^«amueblar» eslú relacionada
con la pfitlabra «atíuar» y por tanto está relacionada con la pregunta
misma de e<5mo aparecen las costis. Ijo queer se conv ierie en una cues­
tión de cómo aparecen las cosas, cómo se agrupan, cómo acidan, para
crear los límites de los espacios y de los mundos.
I ávs objetos con los que imueblamos «habitaciones» o espacie^
Interiores los llamamos mobiliario. Si vas a una tienda de muebles, o
iirui tienda que vende «mobiliario para el hogar*, los muebles por lo
general estarán colocados por tipos de habiiaciorres: los mueWes dcl
dormitorio, los muebles del salón, etc. Dc este mtxio. la tienda eslá
V endiendo un estilo de vida, a panir dc la disposición de los muebles.
En los anuncios de muebles para el hogar pcxJemos ver este estilo pre­
sentado como una intimidad corporal: la pareja Iwtea^sesual Nanea y
sus hijos e hijas en torno al mobiliario, como si teniéndolo pudieras
ser «como ellos*. El mobiliario implica tecnologías de lo arnvencio-
230 Fcniimcnologú queer

nal. prcHÍuciendü disposiciones por medio de una disposición de las


cosas: presuponiendo que la vida debe organizarse de ciertas formas,
en este espacio o aquel. |X4ni hacer esto o aquello, donde encuentras
esto o aquello. Por ejemplo, tendrás una habitación cn la que dormi­
rás. que será lu dormiiorio, que es donde encontrarás la cama. Una >
otra vez vemos la repeucion de esta forma, que nos «invita^ a habitar
los espacios siguiendo estas líneas. El mobiliario es también un dispo-
sitrvo de orientación, una forma de dirigir la vida decidiendo qué ha­
cemos, con qué y dónde, con ese gesto mismo hacia el confort, la
promesa de «esc sentimiento dc estar cómodo».
Pertí quizás es posible una orientación diferente hacia cl mobilia­
rio. Consideremos la expresión «me tratas como un muelMe». que sue­
le significar «ni siquiera me ves; me tratas como si fuera porte del
decorado*. Aunque cl mobiliario es convencional y de hecho dirige
los cuerpos que lo usan, a iiKnudo desaparece de la vista; de hecho, lo
que convierte al mobiliario en «mobiliario* es esta tendencia a dcMV
parccer de la vista. Amueblar de forma queer sería convertir lo que
está cn cl fondo, lo que está detrás de nosotros, más accesible como
«cusas* con las que «hacer* cosas. ¿La mesa queer es simplemente
aquella que percibimos, en lugar de ser simplemente la mesa «sobre*
la que hacemos cosas? ¿La silla queer es aq jclla que no es lan cómo­
da, de mrxio que nos removemos sentados ;n ella, intentando lograr
que la impresión de nucstm cuerpev rehaga su forma? La silla se mue­
ve cuando yo me remuevo inquieto. En cufinto percibimos el fondo,
los objetos cobran vida, lo cual ya vuelve a las cosas bastante queer.
¿Dónde vamos cuando percibimos que las mesas nos siguen, y
cuándo se vuelven, al seguimos, cn algo más bien queer? ¿Dónde nos
lleva la mesa cuando baila con vida renovada? Si pensamos cn «mesas
queer» deberíamos volver a la obra titulada «Tabicau» de Countee Cu-
lien, un poeta queer negro dcl movimiento Hariem Renaissancc. 1.a
palabra francesa tahieau comparte la misma raíz que la jicihihra ingle­
sa «lablc* |mesa|.ambos vienen del latín tablero. Aquí la mesa
es una imagen, y la imagen es bastante queer.

TABLEAt' Cogidos ócl bruzo alnivicum cl comino.


El cuerpo negro y el blonco.
El esplendor dnnuli » del diu»
EJ HaWv orgull<»dc la noche
Cnadstión; OewrieMaciòn > objrto» i|iw«f 231

l4i gaite tíekcum miri tus pcrsiaiuts bajadas,


Y aquí hoMa la gente joita.
Indignada dc que cm>s dos se atrevan
A caminar juntos.
Ajcnov a la mirada y oJ trabajo
Pasan, y ^cn sin vuqwew
Ese rayo brtllame como una espada
Que abrirá el camino dd trueno.

Una imagen queer Mn duda: la proximidad dei chico Manco y el chico


negro que caminan «(junios* el uno junio al tMro. Han cruzado la línea
del color* «cogidos dcl brazo*: han cruzado la línea heierosexuat* «co­
gidos del brazo*. Esos momentos son el mismo momenio: podemos
notar la diferencia solo si imaginamos de nuevo esie cruce como el
punto de intersección entre diferentes líneas. Al acto dc caminar jun­
tos. sin sc^rpresa. como si fuera un camino que es rxirmal tomar* se
responde con miradas de indignación, lx>s chicos toman un camino
que otros no siguen. El camino es despejado por su «ir juntos*. Solo
eso. l>o$ cuerpos uno junto a otro. Pasan de lodo; pasan por UxJo. Qui­
zá este es un tipo de política d< los lados diferente: a uno no le piden
«decidir p<^r un lado* cuando ina está «junio a** uno camina al lado
de y junto a. Esto es suficiente para despejar el terreno. Caminar «jun­
tos». estar «cogidos del brazo*, exige un trabajo; uno tiene que man­
tenerse ('aminas unido por medio dc estos gestos dc seguimiento* un
seguimiento en el que no te dejan atrás. Quizá el simple gesto de los
cuerpos que se mantienen implica una radicalización del lado, cuando
al lado se convierte en juntos* donde un lado no está «contra* el ota).
Esto tratn dc cualquier cuerpo, sino espccíricamenie de un
cuerpo ncgn> y un cuerpo Manco. Dos chicos. Es la proximidad dc
estos cuerpos lo que produce el efecto queer. IX* modo que las mesas
queer no son simplemente misas en torno a las que —o sobre las
que— nos reunimos. Más bien las mesas queer y otros objetos queer
mantienen la proximidad entre quienes se supone que viven en líneas
paralelas, coma puntos ifue no ^eb^rfan juntarse, POr tanto* un objeto
queer hace posible el contacta O* para ser más precisos, un objeto
queer tendría una superficie que sostiene esc contacto. En coniacto es
corporal* y desestabiliza esa línea que^íde los espacios cn mundos*
creando así otros tipos de conexiones donde pueden ixrurrir cosas in­
232 Fcm>fiirr/c«ivfia qurcr

esperadas. Aunque percibimos sote algunas llegadas (la llegada de los


que están fuera de lugar)» lombidn es serdad que solo pervihimos aigu*
ñas formas de proximidad, algunas formas de cnntnclo sexual y social
que crean nuevas líneas cn el momento n ismo en que cruzan otras.
¿Qué ocurre cuando seguimos estas líneas *
No se tnila por tanto de que lo queer «emerja* por el fracaso en
el soporte, o que las superficies queer no den soponc. He planteado
antes que ta desoríentación sucede cuando el suelo ya no da .soporte a
una acción Perdemm el suelo, perdemos luestro sentido de estar de
pie; podemos incluso perder nuestra verticalidad. No se trata solo de
que las superficies queer den soporte a la acción, sino también de que
lu acción qi>c soportan implica cambiar los suelos, o incluso despejar
un nuevo suelo, que nos permita andar por un camino diferente. Cuan­
do andamos por caminos que han sido menos recorridos, que no esta­
mos seguros de que sean caminos en absoluto (¿es un camino, o es
solo que la hierba está un poco inclinada?),poJe/naf iiece.«7<ir incluso
apovit. La mesa queer haría referencia aquí a todas esas formas cn
que las personas queer eiKuentran apoyo para sus acciones, incluyen­
do nuestros propios cuerpos, y los cuerpos de cMras personas queer?
Creo que la imagen queer sobre la mesa muestra el poteixial de estas
proximidades de apoyo para cuestionar l£S lincas que se siguen de
forma rutinaria. Al centrar de nuevo nuestra atención en la proximi­
dad, en brazos que se enlazan con otros brazos, recordamos cómo lo
queer prcduce momentos de contacto: cómo entramos en contacto con
otros cuerpos pura apoyar la acción dc seg Jir caminos que no habían
sido despejados. Al hacer estos caminos tenemos que seguir a otras
perstmas. El cuerpo queer no está solo; lo cucer no reside cn un cuer­
po o en un objeto, sino que depende de un apoyo mutuo,
¿Qué significa pensar sotvre la ««no residencia* de lo queer? Po­
demos considerar el «afecto* dc lu desonentación. Tal y ctmio he
planieado, potra lo<> cuerpos que están íuen dc lugar, cn los espacios
en que se reúnen, la experiencia puede ser deseanentadora. Puedes sen­
tirte inclinado, después dc ttxJo. Ihiedes semine raro, incluso perturba-

4. Eslo pcMirú inctuw hacer dc Ijw picma* <k l*muM un ejemplo dc uiu mcMi quecr
l«t y como seAnla l>iajui Fowi <2004. pp 11(9 190). houu milizaba %uii pcnviM como
mcMi, y *k) dormiiorio conM> una huhtuicián por* c^nhr, dcbtdo a w viíud cnícfmüa
y a SM inmo^ ihdmi física (''iMirwio Ias propia* pierrut* dnen com*.» mrw, dan vopocie a
difcfcntcwtipos de acción propufcionando aÍKo M4>fr loque b«>cef alfo
(.VTRcIutíón. > ob^ciot ^ixcr 2.n

do. Las experiencias dc la migración, o dc ficpanirsc dc los límites dc


Id vida en cl hogar, pueden tomar esta forma. El ángulo en el que esta­
mos ubicados va cn el sentido de la residencia, incluso aunque apunte
a la residencia como su objetivo. Al mismo tiempo, es la pro.ximidad
dc los cuerpos lo que produce los efectos dc desorientación, lo cual,
por así decir, «perturban»» la imagen, o los objetos que se agrupan en
la mesa, o los cuerpcvs que se retinen en tonto a la mesa como un ol)je-
to compartido. 1^ desorientackn puede moverse circulando, dado que
no está en un objeto, y afectar »<lo que»» está lo suflcicniementc cerca
del lugar dc la perturbación. Si.como sugiere James Aho. «cada mun­
do vital es una coherencia de cosas* (1908. p. II), entonces los mo­
mentos queer aconttxen cuandt: las cosas no logran ser cohcfctíies< Fji
esos momentos dc fracaso, cuando las cosas no se mantienen en su
sitio o no son coherentes como lugar, la desorientación aparece.
La cuestión entonces es cómo «encaramos* o enfcKamos estos
momentos de desorientación. En cierto sentido, podemos volver a la
cuestión dc «encarar» o del enfoque que tomamos hacia los objetos.
E-s interesante scAalar que para Mericau-Fonty el objeto se vuelve
oblicuo cuando se está «retirando». Es durante ese momento de retira­
da cuando el objeto «se aleja deslizándose*. Sin embargo, a lo largo
dc este libro, he desento los objetos yendo en una dirección diferente:
aeeredndoxr. He analizado la llegada del objeto mismo como cl enfo­
que de una aproximación, que hace que cl objeto esté «lo suriciente-
mcnic cerca*. supuesto, tenemos que estar frente a un objeto para
percibir que se está retirando. Tenemos que encarar un objeto para que
cl efecto del objeto sea «queer». I jo que esto indica es que la desorien­
tación requiere un acto dc encarar, pero es esto lo que permite al obje­
to alejarse deslizándose, o incliaarsc.
IVvr tanto, tenemos que pensar cn la relación entre «la cara* y el
acto de encarar. Merleau-Ponty describe la cara como onentada.'' En

5 Ln cambio, pam Levinas la cara es pfretsumente lo que no está oncniado par


cMa nuóc por k) que. a pesar dcl modoca que d reonenu la ftloaoíía desde U cMiloto*
gú hacia la étioi. dc la eucUión del icr a la cuestión <k b utredad. o k) <(ue es <otro
modo de ser* 1Leviiui» üene poco que decir sobre b «onentadón». comparado
con oíros fenonieoók^gos Para l.eviua»^, b orienuicióa de b étka mum es preciso-
mente susproder la onmtación. en el temido de que se tnUa de sinpender b relación
de ui»o con los demtç en el tirmp> o cn el espacio AcercorM; a lot ouos como si uno
«e acercara a un objeto, como algo queetb «en* el especio, no seria un acercamiento
ótico. Propone que solo pcxkmos neeretmos realmenie ul otro cuando ntamo* «desa*
254 Fcr»mtnaia|te «gatee-

FenomefHflofiía de fa i>ereepciân afirma lo üguíenle: «mi mirada, que


recorre el rosiro y que al hacerlo encara cienas direcciones, no reco­
noce cl n^stro mús que si rccncuenira sus delailcs cn un cieno orden
irreversible; y cl mismo sentido dcl objeto —en este caso el rostro y
sus expresiones— está * inculado a su orientación, como lo muestra la
palabra .ven/rdo (significado, dirección). Invertir un objeto equivale a
quitarle su significación* (2002. p. 294l R^ie mtxlelo sí que parece
det^nder de la cara como un objeto dc conocimiento, como algo que
«puede* ser reconocido, como algo que tiene una forma «correcta* de
ser aprehendido. Pero cn otro nivel, la cara *impona» porque adquiere
su significación por medio de la dirección. En otras palabras, la signi-

rraigudo» dc b liiuona* (p. 52>. Adcmá*. cl oUu no auÁ «dclMitc» dc mt, yo ao


•eticAro* b cara dcl ciro. y b cora dcl otro no rt cn afctduio umi cutMión de dirección
ISw ello su obra no aporta una íenomemMogb dc b <ira «So «é ai podetnoa hablar de
UBU "fenoTOcnolof ia* dc b cara, dado que b fcnonicnologb dcccnbc lo que aparece
Adcmd». me pregunto >i podemoa habbr dc una mirada a b cara, porque lo mirada c*
cunocimieniu, peaxpeión Má* bien creo que acceder a la cara es claramente óiIcmj Te
dinges hocra el Otro como hacia un objeto cuando ves una nariz, ojo», una frente, una
barbilla, y puede» drwnbirUxa. íLa mejra forma de eiitrentar>e a una cara es no perrh
bir ni úqinera el color de w* ojoa!« (p Yo tampoco quiero pbntcar una fe
nranendogÍB de In cara en este seniido de empezar con tal descripción (ver Ahmed,
20(Xl. p 145». Sí. creo que aprendemov macho de Inque hacemua y no percibimos. >
b cuouón de b ética tiene en parte que ver con Ina d recciones que tomamos, que nos
licrmiten peteíbir mi» algunas vosas que otras Pura mí, el ocio de encarar, dc cómo
llegamos a encarar la dirección que lonuraos. estd estrechamente vinculado a la reb
ción ética que leñemos con lo» demás; encarar tiene ^ue ser con una «lorma somíóca
de aiencióci* (Csordus. 2002, pp 24h246). que nos permiic ser locados por b pmxt
mtdnd de los otros M dirección que encaramo» es también In que nos permite cncon*
trarnsn con algunas s*aras > no con vxras; percibirlas al menos como caras, podamos o
no describirías. Lingts. cn su introducción como Inductor dc Othtrwixe rho/t tíeing
íttfo minio dt ver, o ovds itUá dt ta e^enciu. Rmnanuel txv inasl sugiere que enca­
rar <no es hacer girar una superficie» sino un •inierts» < I99H. p xis > Yo propondría
una ética dd encarar (más que dc b cara), que se hasr cn b rdoeiÓQ entre •hacer girar
superficies» ) un interés De forma más general, esa etica nrcoasideraría el popel de
las superficies, o lo que podemos llamar da política de hacer girar» (y (k girar atrede
dor), y eó«m> «ti covanu* dc cvIm f«fn« o «qwclb. Ib» »upcrficieB dc loa cuerpos y loa
mundos toman su forma, ('orno m(>»iré en el capitulo I. la descnpción de Husserí de lo
que está a su alrededor muestra que está encarando b mesa dc escribir, lo cual depende
dc relegar ocroa espacie» ol fondo, incluyendo lo que csiA «deirtc» de él Nos acria dtil
pensar en lo mesa como si ella misma estuviera «encarando» u HusserI. y también
como apuntando hocia el trabajo que este realiza el trabajo de la filcxofía t’n giro
ético en la filosoíb podria tambsén votver a la cuestiói dc la meso, en el sentido de que
b «cara» misma de b fUoaoíb esiá determinada por b que encara, por io </ue ttama ra
«trenrtdiv. Una ébea dc la mesa psxlria prestar atencióa a b mesa. lo que también signi <
fka percibir el trabajo que hay detrás de su llegada, atí como cl trabajo que nos pcrmi
te realizar
CoiKlusióo: I>rM>ricmj«Ac >■ objeto» <|uc«r 235

ficación de la cara no está s)m|>lemcnie «en* o «sobre» la cara, sino


que depende dc côfffo cneanutt^s la cara, q de cd/no nas encaran,
Rara Merleau*l\)n(y Io qu? hace «queer* a Ias cosas cs esc ítk^’
mento cn que se vuelven dísunies, oblicuas, y en que «se alejan desli­
zándose». SI In cara de la mesa está orientada, si adquiere su significa­
ción por cómo apunta a nosotros, entonces la mesa desorienta cuando
ya no encara de forma correcta Cuando la cara está invenida, como
sugiere Merleau-Poniy. pierde su stgniñcación. Quizá una orientación
queer no vería la cura invenida como una pérdida, y consideraría «la
retirada» como un enfoque, no en el sentido de que lo que se retira
volverá sino en el sentido de qie al retirarse un objeto se despeja un
espacio pam una nueva llegada, O, sí una cara se inviene y se vuelve
queer o pierde su significación.entonces esta pérdida no sería vivible
simplemente como una pérdida sino como el potencial de nuevas li­
ncas, o de que nuevas lincas se agrupen como una expresión que aún
no sabemos cómo interpretar Las agrupaciones queer son líneas que
se agrupan —sobre la cara, o como cuerpos alrededor dc la mesa-
pura formar nuevos pailones y nuevas formas de dar sentido. La cues*
tión entonces es no tanto qué ev una orientación, sino cómo estamos
orientados hacia los momentos queer cuando los objetos se deslizan.
¿Mantenemos nuestra sujeción de estos objetos volviéndolos .1 colo­
car «cn linea»? ¿O los dejamos ¡r. permitiéndoles adquirir nuevas for­
mas y dimensiones? Una fenomenología queer podría suponer una
onentoción hacia aquello que *e desliza, que permita que lo que se
desliza atrav icse todo, en el período desconocido de su duración. En
otras palabras, una fcnomenologia queer funcionaría como un disposi­
tivo de desorientación; no repaiaría ei «desalineamicnto» de los ejes
honzonial y vertical, permitiendo que lo oblicuo abriera otro ángulo
en el mundo
Si lo queer es también tcomo electol una orientación hacia lo
queer. una Girma de acercar lo que sie eittá retirando. enioncet> lo queer
pcxlría oscilar entre la orientación sexual y otros tipos de orientación.
IjO queer se conveniría en una cuestión de cómo acercamos el objeto
que se aleja deslizándose, como una forma de habitar el mundo en el
punto donde las cosas flotan. No obstante, he planteado que lo queer
se despliega desde puntos es^vecíficos. del mundo vital de aquellas
personas que no habitan o no pueden habitar cn los límites del espidió
heterosexual. Después de todo, algunos de nosotros, más que otros.
236 ImiNnrsulogw qu«»

parcccnun «torcidos*, vivimos vidas qwc c^ián llenas de pumos flu­


íanles Algunas personas me han comcnuidoque he insistido demasia­
do en este último punió, y que al hacerlo se corre el riesgo de que pa­
rezca que los momenios queer «residen•• er aquellas personas que no
practican la heierosexualidad. Una persona me dijo: pero lesbianas y
gais tienen «sus líneas también», sus farmas de nianiener las cosas
rectas. Otra persona me dijo que las lesbianas y los gais pueden ser
«igual de consen adores». Quieto Insisiirer que lo queer describe una
orientación sexual y política, y perder de vis tu la especificidad sexual
de lo queer supondría «pasar por alu» cómo la heierosexualidad obli­
gatoria determina lo que se consolida como obvio, y los efectos de
esta consolidación en aquellas personas que rechazan esa presión. Tal
y como explica Ixo Bersani, para analizar que la especificidad de ser
queer es importante no debemos presuponer la refcrcncialidad de lo
queer, o estabilizar lo queer como una categoría identitaria 11995.
pp, 71-76) Estar en un ángulo iiKlinado rcsjeclo a lo que se consolida
es importante, ya que el «punto» de esta consolidación se despliega
como el regalo de la línea recia.
No obstante, la idea dc que una persona puede tener una orienta­
ción «no hetero» y ser heterosexual «en tXios aspectos» tiene algo dc
verdad. Es fxisible vivir en un ángulo inclinado, y seguir líneas rectas.
Después de todo, las personas homosexuales conservadoras han pedi
do a lesbianas y gais que apoyen la línea recta al jurar lealtad a la
forma misma de la familia, aunque no puedan habitar esia forma sin
un efecto queer Lisa Duggan (2003) y Judith Halbcrstam <2005) tam­
bién han planteado críticas interesantes a una nueva «homonormatlvl-
dad». Duggan lo explica así* -es una política que no cuestiona las
instituciones y presupuestos heieronormat.vos, sino que lux apoya v
mantiene» (p. 50, la cursiva es nuestra)
Podemos pensar esto en términos de asimilación, como una |X)lí
tica de seguimiento dc la linca recta, aunque sea como cueqx» desvia­
do. Ijü homonormatividad rcctiricaría los efectos queer al seguir las
líneas que vienen dadas eximo la acumulación de «puntos* (donde «te
dan puntos* por llegar diferentes puntos de la línea: matrimonio, hi’
jos, etc.) Por ejemplo, tal y como explica J jdith Butler. el matrimonio
igualitario puede ampliar cl consenadurismo del matrimonio, en vez
de cuestionarlo. Esta política «ampliaría- la línea recta hasta algunas
personas queer. aquellas que pueden habitar las formas del mairimo-
CofKluMÓfi DrnoncniMKifi > objeto* ^uerr 237

nio > dtf la famitia. lo cual dejaría a otras perdonas queer, aquellas
cuyas vidas son vividas en puncos diferentes, ^xfuera de la línea>r. Ijce
hdeirnan llama a esta política «futurismo reproductivo», que opera
para «afirmar una estructura, legitimar el orden social, que intenta así
transmitirse al futuro cn la forma de El Niño» (2004. p. 30) Esta ver­
sión de lu política LGTB nos pide reproducir aquello que no segui­
mos, hablando en nombre de un futuro como una herencia que no
recibimos: intentaremos ser tan heleros como podamos, como si pu­
diéramos convertir en una posesión lo que no recibimos.
Es lógtcx) ser críticos con esta política sexual conservadora, que
«apoya»» las mismas líneas que hacen que algunas vidas sean invivi-
bles. Curiosamente, este conservadurismo LGTB nos ha llevado de
nuevo u la mesa. Bruce Bawer explica en A Place at a TaMe {1994)
que gais y lesbianas parecerían desear unirse a la gran mesa cn lugar
dc tener «nuestra propia mesiia».'* En su crítica dcl deseo queer de
aceptar lo no normativo. Bawer afirma lo siguiente: «no quiere ser
asimilado. Disfruta de su exclusi<5n. Se siente cómodo en su mesiui.
ü al menos eso cree. ¿Pero es asf’ ¿Qué es. después de tixio, lo que le
vincula a esa mesita, lo que le Ikva. cn otras palabras, a una existencia
marginal? En última instancia, es el prejuicio. Ubcrado de ese prejui*
cío, ¿seguiría querienck^ sentarse en su mesita? Quizá sí y quizá no.
Sin duda muchos homosexuales no quieren ser relegados a esa mesita.
Crecimos en la mesa grande: nos sentimos en casa allí. Queremos
quedariKis allí* í 1994. p. 70). Bawer también describe el deseo queer
pQir «las mesitas» como el «elhos del multiculturalismo», donde se da
su |xopiw mesa a «cada grupo dc víctimas acreditado* (1994, p. 210).
Es interesante ver aquí que la «mesa grande» recuerda a la mesa fami­
liar (donde «crecimos»), y también a la «MKÍedad» misma, como una
«única gran mesa* El rechazo de Bu^ver de las «sulvulturas» queer
por tanto es una llamada a volver a la mesa familiar, como la supuesta
base para la existencia social. Unirse a esa mesa rcpresent4S el dese<^
de asimilación: en el sentido de llegar a Evrmar «parte» de la familia,
pero también de llegar a ser cono ta familia, algo que se allrma con
ese parecido, ¿Qué es lo que estó en juego cn ese deseo dc estar setiia-
do en la mesa?

6. Agrade/xo • In.* pcrwoaA que poiticipfrtxi <■ cl taller wbre onenlacionc* en el


Rwe Coílc^ W< Sludie* Rrwtjuth Cettler |xw lubenne dado a conocer e»le libro
238 Fcaormnoiogú queer

Pddem<'« csuir dc acucrxio <x>n Hawcrcn que una políiicn queer


no irdia dc poner nueva*» me^s. sea ciuil s:a su tamaño. Después de
todo, crear nuevas mesas dejaría la «gran nesa* en su sitio. Incluso
también podemos estar de acuerdo en que el «punto* de la política
gav V lesbiana es llegar a esta mesa, la mesa en tomo a la cual se reúne
la familia, pnxluciendo el efecto mismo de la coherencia sixrial, Pero
esta llegada no puede ser simplemente una cuestión de que te den un
lugar en la mesa, como si fuera el «prejuicio dc familia» lo que nos
impidiera ocupar ese lugar. Después de todo, a pesar dcl énfasis de
Bawer en «sentirse cn casa» cn la gran mesa, su libro está lleno dc
ejemplos de expulsiones de la mesa, incluvendo los diferentes tipos de
mesas que organizan la vida social de las bodas heteras (Bawer. 1994.
p. 261).^ El deseo de unirse a la mesa es un deseo de habitar el mismo
«lugar» dc este rechazo. Tal y como ba mostrado Douglas Crimp
í 2tX)2. p. 6), el acto de seguir líneas rectas como cuerpos que son. al
menos cn cienos aspectos, sexualmente desviados es melancólico: te
identificas prccisamenie con lo que te rechaza. Estas formas de segui-
mientí^ no se acumulan simplemente como puntos en una línea recta.
Sin duda podemos considerar que cuando los cuerpos queer se «unen»
a la mesa familiar, entonces la mesa no permanece en su lugar. Los
cuerpos queer están fuera de lugar cn alganas reuniones familiares,
que es lo que produce, en primer lugar, un efecto queer. mesa puc
de incluso ponerse ladeada.
Al fin y al cabo, el deseo mismo dc «apoyar» líivcas rectas, y el
modo en que estas se elevan a ideales morales y sociales (como el
matrimonio y la vida familiar) serán rechazados por aquellos cuerpos
que pueden alinearse y que de hecho «se olinenn» con la línea recta,
aunque no son,’ por supuesto, todos los cuerpos heleros. Fji otras pa-

7, iCTT», hawcr dc<^nt)e cOrm» ei y «u powjii íucron esetuidm üe I*»


fotograTiM de Us boda» a la& que hablan a&lMido. üra txMb implico que haya mcuu.
Uknto en el sentido de ser 4iretnita<k>« (iab/r<ia> como en la orgaiu/aeiófi de la reeep-
dófi y del banquete Trwhdonaltnente. cn la boda weoloea ai «novio y la novia» y a
ui «familia mds ccreana» cn la mcMi frontal, y la« «mi meias c^Uln frente a eUa. luí
pareja beierusexual 5e conviene en referente vuandove le da eUe tujpir idredcdur dd
cual se aftrupan las otra» mevav D punk'< de atrupumiento ev ver (eMigcM de w lugar en
la mcM
K. i\>í «upue^io puede* tener una onentacidn heterosesual y «no alinearte- en el
Menudo de que pueden rcehn/ar de forma activa c«a Urra treebarando el matnmociio. la
fnnnogamia. u mra* íonna* <k «r bckennexuaj) o ra d lenlklo de que lo que tiene*
Coocluíión: l^esurtenlat'táfi y ofe^kt» queer 239

labras, es muy improbable que los intentos dc seguir la línea recia


como gais y lesbianas te dé muchos puntos. I\)r lo tanto, apuntar a
este rechazo no quiere dear que la homonormatividad sea la condi*
ción para la emergencia de un nuevo ángulo para la política queer
(aunque pudiera serlo). En su lugar, quiere decir que habitar formas
que no amfMían tu estado pued? producir electos queer. incluso cuan*
do tú crees que te estás «alineando*. Hay esperanza en esc fracaso,
incluso si rechazamos públicamente (y debemos hacerlo) este conser­
vadurismo sexual y social
Al mismo tiempo, conservar y desviar no son accesibles simple­
mente como opciones políticas. Por ejemplo, es importante que evite­
mos asumir que «la desviackki* siempre está «del lado* de lo progre­
sista. De hecho, si la obsesión cn desviarse dc la línea recta fuera
convenirse en «una línea» en b política queer, eso mismo podría tener
un efecto de enderezamiento. A menudo me he preguntado si el traba­
jo reciente sobre lu vergüenza queer no corre cl riesgo dc trazar una
linca dc este ti|X>. Admiro el rechazo que expresa Eve Sedgwick
(2003) al discurso del orgulloqueer. Ella plantea en su lugar que la
vergüenza es cl afectoqueer primario porque asume el «no»; asume su
propia negación del ámbito de la cultura ordinaria, Pen> no estoy se­
gura de cómo es posible asumir lo negativo sin volverlo positivo. De­
cir «sí» al «no» sigue siendo un «sí». Asumir o afirmar la experiencia
de la vcrguenzji, por ejemplo, suena más bien a estar orgulloso de su
prv>pia vergüenza, una conversión de un sentimiento malo en uno bue­
no (ver Ahmcd. 2005).” ¿Qué significa que este «sí* se proclame
como cl significante propio de la política queer? Al fin y al cabo, ¿m
se crea así una lírica alrededor de lo queer, al pedir a los «otros* que
repitan ese «sí*, al asumir .su nxhazo (cl «no») de la cultura lictero-
sexuaJ?
Este «sí» no es accesible a lodo el mundo. n¡ siquiera n todas las
personas desviadas sexuales, ya que estamos determinadase por las
múltiples historias dc nuestra llegada. Algunas personas se sienten
obligadas a seguir las líneas que estaban antes que ellas, aunque sus

detríM dc ti limilc tu cápocidxl pum mc^cnr stroleodü la linca (pticdc que cate/cuA dc
lok revurw* qccc^vmm paru acercarte i ími tdciil mkuI y nuiral)
9 Para una %alkiM crílka dc la polí ioi racial dc La «^ergüen/a queer». ver Pcrei,
200$
240 hrmxnrrbdogia

dcM^^ eslén tueni dc la linca, Kjr supuesto, vivir conforme a ciertas


líneas implica cierto tipo dc compromiso on ellas: las accione^ pro­
pias están tras días. Pero esto no significa necesariamenie una asimi­
lación en los términos descritos antcriumicatc: cn su lugiir, los puntos
dc ílcsviación pcxlrían csüK escondidos. Nc (od^is las personas quocr
pueden estar «fuem dcl arrnann#» en su desviación, f’nra las pervxias
qihccr dc cdtx, estar «fuera dcl armario» >a significa algo diferente,
dado que lo que está «fuera y alrededor» está orientado cn tomo a la
blanquitud. Al mismo tiempo, tampoco todas las personas queer tie­
nen la opción de estar «dentro del armario»: para algunas, su cuerpo
es suficiente para quedar fuera (de la líneaK Algunas Icshiaiias butclh
por ejemplo, solo tienen que abrir la puerta principal para estar fuera
del armano: salir a la calle es estar fuera dcl armario. Y para otras
personas, hay formas dc mantenerse dentro del amiario, incluso cuan­
do salen a la calle.
Pixlriam^n considerar «cl armario* mismo como un dispositivo
de orientación, una forma de habitar cl mundo o dc estar en casa cn el
mundo. El armario nos devuelve a la cuestión dc los muebles queer, y
dc cómo ellos también son dispositivos de oncnioción. El armario
pro|x>rciona una forma de estar dentro, l jíus orientaciones tratarían dc
los términos en los que se dejan «fuera* mementos de desviación o se
mantienen «dentro», creando así líneas entre los espacios públicos y
privadsvs. Si la |)crsona queer armarizada parece heterosexual, enton­
ces puede que tengamos que meternos en cl armario, o debajo de la
mesa, para alcanzar los puntos de iksviación. En otras palabras, aun­
que el armario parece ser una traición a loqueer tal mantener lo que es
queer en casa), también es posible ser queer cn casa, o incluso gueen*
zar el armario. l>evpués de ttxio, los armaros «crean espacio** o des­
pejan espacios, en los cuales hay ct^rsas que se han dejado allí a dis|xv
síción de los cuerpos.
L>c hecho, estoy planicando aquí que al menos para algunas per­
sonas queer. los casas .son ya espacios ba.staRte queer. y están llenas del
potencial de experimentar la alegría de los deseos desviados. Tal y
como frayutri Gopinaih sugiere, en cl hogar postcolonial, el sexo pue­
de producirse «en la casa», colocando «con firmeza el deseo homo­
sexual de las mujeres y el pincer dentro de los etmnnes dcl hi>gar y dc
**10 doméstico”, cn lugar de en una caja fuerte en cualquier parte»
(2005. p. 153». (jneenrur los hogares también supone mostrar cómo
í Alíldiístáa ÍJnonrntavióii y objciíM qutet _ 241

•los hogaa-s*. corno espacios Je apáreme intimidad y deseo» están lle­


nos óc ohieios más bien mestizos y oblicuos» También supone plantear
que la intimidad del hogar es lo que conecta el hogar con ocros espa­
cios más públicos. Sí los hogares son queer» entonces son también
d¡a*¿páncos. e*.ián determinados por la «imbricación entre las genealo­
gías de dispersión y las 'Inmóviles”» 1 Brah. 1W6. p. I6h Dentro de los
hogares» los objetos se agrupan; estos t>bjetos llegan y tienen sus pro­
pios horizÁ>ntes. que «apuntan» hacia mundos diferentes, aunque este
«punto» no pone estos mundos a nuestro alcance. El punto de la inter­
sección entre lo queer y tn diáspora puede ser precisamente mostrar
cómo el «dónde* de lo queer está dctenninado por otros horizontes dcl
mundo —por historias de capital» imperio y nación— que dan a los
cuerpos queer diferentes puntes dc acceso a estos mundos, y que ponen
a nuestro alcance diferentes objetos, ya estén cn casa o fuera de día.
Si hay diferentes forman de seguir las líneas, también hay dife­
rentes formas de desviarse de ellas, como desviaciones que prxlrfan
«salir* del armario en diferentes puntos Yo planteaba en la intnxiuc-
ción dc este libro que seguir una línea supone llegar a implicarse en
esa línea, y también comprometerse ctm «a dónde» nos lleve No nos
mantenemos separados de (as líneas que seguimos. incluM^ si toma­
mos la línea como una estrategia que esperamos mantener sepanida de
nuestra identidad (donde uno jodría decir «hago» esto, pero no «wy»
lo que «hago»). Aun así, el acto de seguir determina qué es lo que «sí
hacemos*, y por tanto lo que «podemos hacer*. Pero hay diferentes
tipos de implicaciones y de compromisos. I\ira algunas personas, se­
guir ciertas líneas rectas puede ser vivido como un juramento de leal­
tad a las bases morales y pol ticas de «m|uello> a donde nos lleva la
línea. Pérn pura oirás, ciertas líneas pueden ser seguidas debido a una
falta de recursos para apoyar una línea de desviación, por compromi­
sos que yu luibían hecho, o purque la expenencia de la desorientación
es simplemente demasiudo devnMddtwd. Poi ejcmiáo.ta) y como plan^
toé cn /m poUtica euhuraí de las eaiadones (2017 |2(X)4alh algunas
lesbianas y algunos gais pueden necesitar acceder a las redes dc pa­
rentesco heterosexual para sobrevivir, lo cual puede significar que
aparentan vivir cierto tipo de vida, que incluso parece «heterosexual»
pora otras personas queer.
Al defender una política que implica desonentación, que mues­
tra que la desorientación subvierte nuestra implicación en un mundo.
242 rciMiniroc)<p(to queer

CS impon ame no hacer dc lu desorientación iina obligación o una res*


pc^nsabilidad para aquellas personas que se identifican ctMno queer
Esta posición exige demasiado (para algunas personas» un compromi­
so de toda la vida con la desviación que no es física o matenaJmenie
posible, o no es soslenible, aunque sus deseos sean más bien obli*
cuos), pero además ««perdona» demasiado, u! dejar que aquellas perso­
nas que son heterosexuales se queden en su línea^ No es tarea de las
personas queer desorientar a las hcien^xuiles, dcl mismo modo que
no depende de las personas de color ocuparse del antirraeismo, aun­
que por supuesto la desorientación puede suceder, y nosotros sí que
«hacemos» esc trabajo. 1^ desoncntación, por tanto, no sería una po­
lítica de la voluntad sino un efecto dc cómo hacemos política, lo que a
su ve/ está determinado por la cuestión previa de cómo vivimos, bási­
camente.
Después de texk), es posible seguir ciertas líneas (como la línea
de la familial como un dispositivo de desorientación, como una forma
de experimentar los pláceres de la desviación. Para algunas personas
quecr, por ejemplo, el mismo acto de describir las reuniones qtK*er
como reuniones familiares supone dlxfrutarcon cl efecto siniestro dc
una forma familiar que se vuelve extrafta. El objeto dc ese seguimien­
to no es jurar lealtad a lo familiar, sino hacer que lo ««familiar» sea
extraño, o incluso permitir que aquello que ha sido pasado por alto
—que ha sido tratado como un mueble— baile con vida renovada.
Alguna.^ desviaciones implican actos dc scgiimiento, pero utilizan los
mismos «(puntos» para efectos diferentes. Esto es lo que mis muestran
los estudios etnográficos de K^ath Weston sobre el parentesco queer.
Escribe lo siguiente: «lejos dc ver las familias qiar formamos como
imitaciones o denvaciones de vínculos familiares que han sido crea­
dos cn otnvs sitios, en la sociedad, muchas personas lesbianas y gais se
refieren a la dificultad y n la excitación de construir parentescos en
««/ir/tcra de lo que llaman “‘mcxtclos**» (1991, p. 116. ver también Wes-
ton. 1995,.
Una política queer implica un compnimiso con cierta forma de
habitarei mundo, aunque no esté «fundado»en un compromiso con la
desviación. Lis vidas quecr no seguirian los guiones convencionales.
O tal y como señala Judith Hulbenstam, lo qvecr podría comenzar con
«el potencial de una vida no marcada por las convenciones de lo fami­
lia. la herencia y la crianza dc criaturas» (2(K>5, p 65) Los «conven-
Coaclirwdcv iXwoncíUicidn y obfcio* qucrr 243

Clones» coman Ia pareja Manca heterosexual como su ideal siKial. Si


vemos Ia incapacidad de hundirnos en los sillones de lo convencional
como un regalo poliiico, pueden pasar otras cosas. En cieno rmxío,
podemos juntar a Wesion y t HalhetMam y proponer que las vidas
queer tienen que ver con el potencial de no seguir ciertos guiones con*
vencionales sobre la familia, la herencia y la crianza de criaturas, don*
de «n<^ seguir» implica desorientación: inclina las cosas.
¿Qu<í tipo de compnxniso sería un compromiso queer? En ese
caso, yo vería lo queer como un compromiso para facilitar que la vida
merezca la pena vivirse, o lo que Judith Butler llamaría una «vida vi-
viblc» (2004. p. XV), Seria un compromiso para no presuponer que las
vidas deban seguir cieñas líneas pura ^r consideradas vidas, en lugar
de ser un compromiso con umi línea de desviación. Comparto el entu­
siasmo de Lisa Duggan por loqueer como «la diversidad democrática
de formas pmliferantes de disonancia sexual» (2003. p. 65). Estas for­
mas proliferantes no serian necesariamente rccivncvcibies; más bien
serían formas de sociabilidad y de sexualidad que no son accesibles
como líneas a seguir, aunque podrían surgir de líneas que ya se agru­
pan. y que incluscv ya nos han agnipado a su alrededor. POr lo tanto,
podríamos encarar los objetes que se retiran, y volvernos extraños
frente a su retirada, con un sentimiento de esperanza. Al encarar lo
que se retira con esperanza, ena política queer también miraría hacia
atrás, a las condiciones de llegada. En otras palabras, miramos hacia
atrás como una negativa a la herencia, como una negativa que es una
condición para la llegada de lo queer. Heredar el pasado en este mun­
do para los personas queer supondría heredar lo propia desaparición.
Después de todo, como persona queer de raza mestiza, lo elección no
es o bien volverse blanca y heterosexual o bien desaparecer. Es una
elección ente dos tipos diferentes dc muerte. La tarea es trazar las lí­
neas de una genealogía diferente, que asuma el fracaso de heredar la
línea familiar tYinni la nindiciiSn de p<.iMb<lidí»d dc otra ftxma dc habi­
tar el mundo.
Si las orientaciones nos dirigen hacia el futuro, a aquello hacia lo
que nos movemos, entonces mantienen abierta la posirálidad de cam­
biar de dirección y de encontrar otros caminos, quizás aquellos que no
despejan un espacio común, donde pixlamos responder cem alegría a
lo que se queda al margen . Y al mirar hacia atrás también miramos de
forma diferente; mirar hacia a:rás implica encarar, implica incluso ir a
244 Hoomennlof íu qiteei

cara descubiena» Fíiia mirada también suptnc una apenara al íuiuro,


una iniducvifm imperfecu dc lu que c^tá detrás dc nosotros. Por
todo cHo, yo no diría que lo queer *no tieae futuro- como propone
Lee Edelman 12fMI4). aunque entiend<^ y v aloro este impulso de *dar>
el futuro a aquellos que piden heredar la tierra, cn lugar de aspirar a
compartir esta herencia. En su lugar, una pulítica queer tendría espe­
ran/^, pero no por tener esperanza en el futuro (bajo el signo senti­
mental del ** toda vía no»), sino porque las líricas que se acumulan por
medio de lu repetición de gestos, las líneas que se agrupan sobre la
piel ya están tomando formas sorprendentes^ feriemos esperanza por­
que lo que está detrás de nosotros es también lo que permite que haya
(Xms formas de reunirse en el tiempo y cn el espacio, crear líneas que
no reproducen lo que seguimos sino que crvun pliegues en la tierra.
Por unto, resistir el impulso de hacer de la desviación una base
para la poldica queer no quiere decir que noimporte qué líneas segui­
mos. Sí que impona. Como sabemos, algunas líneas acumulan pri vile*
gios y son «devueltas- por el reconocimiento y la recompensa. Otras
líneas se ven como caminos que se salen de una vida ética, como des­
viaciones del bien común. pesar de esto, lo queer no está disponible
como una línea que podamos seguir, y si tomamos esa línea cometeré*
mos una especie de injusticia con aquellas personas queer cuyas vidas
son vividas desde punios diferentes, l’ara mí. la cuestión rx'i es tanto
encontrar una línea queer sino más bien preguniarnos cómo sería
nuestra orientación bacía los momentos queer de desviación. Si el ob­
jeto se aleja deslizándose, si su cara se invierte, si tiene un aspecto
raro, extraño, o fuera de lugar, ¿qué haremos^ Si nos sentimos inclina­
dos. ¿dórxlc buscaremos apoyo? Una fenomenología queer implicaría
una orientación hacia lo queer. una fonna d: habitar el mundo dando
«apoyo» a aquellas personas cuyas vidas y amores les hace parecer
inclinadas, extrañas o fuera de lugar Ins reuniones queer. donde los
otéelos que encaramos «m? alejan deslizánd<»M?*. son desorientadoms
Para mi. la mesa es simplemente un dispt^sii vo de apoyo para las reu­
niones queer. que es lo que hace que la mesa misma sea un dispositivo
bastante queer. Por eso. no debe sorprendemos que una fenomenolo­
gía queer, que esté oríeniada hacia lo queer. esté llena de mesas, tam­
poco debe sorprendernos que estas mesas estén llenas, habitadas por
aquellas personas que al reunirse a su alrededor ya habrán dado una
impresión bastante queer.
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