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EL CONOCIMIENTO MISTICO EN
SAN BERNARDO DE CLARAVAL
I.-A M B I E N T A. el 6 N
(1) La Edad Media cultural y eclesiástica ha sido estudiada por SCHNURER, Kh'che
1/nd Kultur im Mittelalter, 3 vols. Paderborn, 1929.
PEDRO FUENTES CRESPO C. M. F. 2
EL DOCTOR y su CÁTEDRA.
LA DOCTRINA.
que en mérito igual a los primeros (19), es ante todo un místico. Eso
quiere decir el título de Doctor Melifluo con que se le apellida.
Su doctrina es como una línea: parte del supuesto de que todo hom-
bre tiene obligación de amar a Dios sobre todas las cosas. Esto no lo
prueba porque es evidente: lo pide la razón mismla de la criatura, el
poseer libre albedrío. Por eso la obligación recae sobre todo hombre.
También sobre el pagano e infiel.
En el cristiano, la obligación crece: allí hay dones de otro género
que por sí solos acentúan esta obligación sagrada. De hecho, ni el hombre
ni el cristiano aman a Dios sin esfuerzo. Es que se hallan caídos por el
pecado y deben restituirse y retornar en lo posible al estado en que
amen a Dios por encima de todas llas cosas. El camino de retorno a Dios
no lo puede andar el hombre de golpe. Se empieza queriendo retornar a
Dios, buscándole. Esta búsqueda requiere dos pasos: conocerse el hom-
bre a sí mismo, persuadiéndose de lo que es (20), y después, conocer
a Dios.
De estos dos principio& brota la humildad sincera y la caridad: los
dos pies con que el alma se acerca la Dios, y no le dejarán hasta entre-
garla en los mismos brazos del Esposo Celestial. Pero el alma viene al
mundo con inclinaciones mórbidas y tiene, además, que actuar a través
siempre de un cuerpo material. Por eso el amor primero que en ella
brota es egoísta, carnal, y con él no ama a Dios, sino sólo a sí misma por
sí misma. Pero debe liberarse y volver a la perdida semejanza con Dios.
Viene a este fin lla ayuda de la mortificación penosa y el voluntario
despego de todo.
En el conocimiento de sí misma se ha visto el alma pobre y desnuda
y casi instintivamente alargaba la mano suplicante buscando un reme-
diador; con ese conocimiento ha aprendido a acudir la Dios; la morti-
ficación, al desprenderla de lo terreno, la ayuda en este empeño redentor
y ell.1 se siente agradecida: aprecia el beneficio y ama a Dios; pero
le ama todavía por sí misma, por su interés personal, porque le hace
falta.
Bien pronto repara en Jesucristo y le ama por tanto como hizo en
su bien, a fuer de agradecida. Ya no dejará nunca la Santa Humanidad
de Jesús
En el trato íntimo con Dios y en lla recepción ininterrumpida de be-
neficios divinos, el alma llega a imbuirse de Dios y a copiar en sí misma
las cualidades que admira en Dios. Empieza a ser generosa. Es el co-
mienzo del ceder el egoísmo. Ama a Dios no porque es bueno para con
ella, sino porque en sí 1nismo es amable, bueno y generoso. Es otro
paso. y éste, decisivo; en .él deberá el alma permanecer largo tiempo
perfeccionándose más cada vez, hasta que logre prescindir casi por
completo de sí misma, fijándose únicamente en Dios y en sus cualidades.
Con ello se halla como tocando las cumbres más altas. Cuando el egoís-
mo se haya eclipsado por completo; cuando, en consecuencia, el alma
ame a solo Dios por Dios, olvidada de sí misma, sin reparar en el premio,
(21) Será fácil reconocer estas ideas en el siguiente párrafo del Sermón XVIII. 5
Y 6, in Canto (PL. 183, 861): «... El médico se acerca al herido, el Espíritu Santo se
acerca al alma ... ¿Qué hará ante todo el Médico Divino? Sin duda, empezará por ampu-
tar el tumor o la úlcera que quizá se haya formado en la llaga y que le impide sanar.
Que la úlcera, pues, de la vieja costumbre sea cortada con hierro de una viva compun-
ción. Mas, como esta sajadura. no se puede hacer sin mucho dolor, mitíguelo el ungüen-
to de la devoción ... A seguida se le aplica el remedio de la penitencia con todo el apa-
rato de ayunos, vigilias y oraciones y otros ejercicios de mortificación. Ha de nutrirse,
además, con el manjar de las buenas obras por temor de debilitarse ... Mas, como el ali-
mento acucia la sed, habrá que darle de beber... La oración es vino que alegra el co-
razón del hombre, es el vino del Espíritu Santo, que embriaga y hace olvidar los deleites
carnales ... Habiendo comido y bebido el doliente, ¿qué resta ya sino que repose en la
contemplación tras del trabajo de la acción? En este sueño sagrado ve a Dios como en
sueños, como en espejo y tras de imágenes oscuras, no pudiendo todavía contem-
plarle cara a cara. Mas, aunque sólo le conozca por conjetura y no claramente, a pesar
de no verle sino de paso y a manera de centella que brilla un momento y se extingue,
esa vista fugaz y casi insensible la inflama en amor ... Es un amor celoso cual conviene
al amigo del Esposo ... Este amor llena su corazón, le inflama, hierve, rebosa por do-
quier e irrumpe fuera.»
Del mismo modo, pero ahora sin alegorías, se expresa en el tratado De los grados
de humildad, cap. VII, PL. 182, 953, Y en otras partes.
(22) DIDIER, La devotion a I'Humanité du Christ dans la spiritualité de Saint Ber-
nardo (En «La Vie Spirituelle», XXIV (1930), suppl., pp. 1-19.)
(23) LE BAIL, Dictionnaire de Spiritualité, arto Bernard, c. 1458, 2.
(24) POURRAT, La spiritualité chrétienne, II, p. 98.
7 EL CONOCIMIENTO MÍSTICO EN SAN BERNARDO 11
Dice en un lugar a la esposa: «Tú ... , oh espoSla, suspiras por ver los
esplendores de tu Amado; mas esto queda reservado para otro tiem-
po» (45). Y después que con morosa delectación se ha entretenido en
describir los gozos celestiales que el alma experimentará. con la vista
de Dios por toda la eternidlad, la amonesta y desengaña diciendo: «Pero
esta visión no es de la vida presente, sino que está reservada para la
futura» (46).
Quiero terminar este apartado, que no necesita insistencia, con unas
palabras evidentísimlas que disiparán cualquier duda si la hubiere. El
rostro, dice el Santo, que aparece a veces al alma contemplativa no es
el que ven los habitantes del cielo, esto es, los ángeles, sino una imagen
y sombra de aquél: «Sucede también que cuando no se le busca, viene;
cU'a,ndo se le busca, huye ... Sin embargo, no es propio de este rostro
haber encontrado el rostro de la gloria del Dios que es sobre los queru-
hines, pues se muestra clarísimo y purísimo a la muchedumbre de los
ángeles, pero a nosotros se nos revela en imágenes especulativas y obs-
curas» (47).
el sol material, al cual nadie ha visto en sí, sino sólo en cuanto ilumina
las montañas; a este otro sol divino se le contempla sólo en imagen,
jamás en su Esencia: «Aquél que está iluminado por el Sol de justicia,.
que alumbrlq a todo hombre que viene a este mundo, puédele ver acá
abajo tal como Él le alumbra, porque en algo le es semejante; mas no-
puede verle tal cual es, por no ser aún del todo semejante a Él». «Solem'
justitiae illum ... videre illuminatus potest tamquam jam in aliquo simi-
lis; sicut est, omnino non potest, tamqulam nondum perfecte simi-·
lis» (60).
Moisés no ha visto a Dios en su esencia.
Este Moisés, en efecto, que aspiraba a ver intuitivamente la cara'
de Dios permaneciendo todavía en la tierra (61), hubo de contentarse-
con una visión de Dios muy inferior de la que pedía (62). Le vió, ero
efecto, por lla espalda (63). No gozó de visión intuitiva.
El Claravalense no hace como San Agustín, esto es, anotar que al
fin se le cumplieron los deseos. Antes lasegura lo contrario y sin titu-
bear: «En cuanto a la plena visión del rostro, ni el mismo Moisés es-
tando en el mundo lo pudo impetrar, porque como él mismo dice: no-
me verá el hombre que viva, no seré visto, dice, en esta vida: n1adie·
verá mi cara en esta vida, en este destierro» (64).
Tampoco San Pablo vió intuitivamente la Esencia divina.
El Apóstol de las gentes fué arrebatado hasta el tercer cielo, y allí;.
entremezclla,do con los ángeles, asistió ante la claridad de Dios (65).
Esta escena que relata el mismo San Pablo la suelen interpretar los'
exégeta3 en el sentido de un conocimiento altísimo, pero del ámbito de·
la fe. Se trata, dicen, de una noticia parcial y mediata, por fe, no por
visión intuitiva (66).
¿ Qué opina de ello Slan Bernardo? Precisamente 'la visión que tuvo·
San Pablo es la que desea para sí el Claravalense, como hemos visto
antes (67). Ahora bien, la humildad del Santo, tan proverbial, impide·
que supongamos pidiera San Bernardo !aquí, lo que constituiría un'
privilegio especialísimo, único, no concedido a nadie más que a este-
hombre excepcional y Apóstol de las gentes. Luego no habla el Melifluo!
de intuición de Dios en su divina Esencia. Lo de la humildad no es mera'
suposición: lo dice expresamente el Santo: «Ni aun llevado de l!a manÜ'
puedo presumir yo, siendo, sin duda, menos que Pablo, pensar que puedo-:
elevarme ... hasta el tercer cielo» (68).
Además, si examinamos con detención los textos en que San Bernar-
do habla del rapto de San Pablo, no podemos deducir de ninguno de
ellos que el Apóstol hubiera visto la esencila de Dios. Parece como que:
San Bernardo ha tenido cuenta con las palabras y las ha medido con
todo cuidado. San Pablo se ve mezclado entre los ángeles (69); recibe loS'
secretos de Dios (70); asciende arrebatado hastla el tercer cielo, en donde
oye palabras inefables (71), en donde ve a Cristo con sus propios ojos (72),
en donde contempla al Padre Celestial, el cual, por no poder ser enviado,
no puede de otra suerte ser visto y contemplado (73).
Pues bien, de ninguna de estas expresiones de San Bernlardo aparece
claro que San Pablo haya visto la cara de Dios. Porque mezclarse con
los ángeles, conocer los secretos de Dios, oír palabras inefables, no es
intuir la divina Esencia. Tampoco lo es ver a Cristo con los ojos o con-
templlar al Padre en cuanto inmisible, porque esto, además de suponer
en el primer caso imaginación, la cual ya excluye de por sí toda in-
tuición de la divina Esencia por no caber ésta en imagen creada (74),
dice claramente, tanto en el primer caso como en el segundo, que no
se trata de ver lla. esencia de Dios, la cual no es sólo Cristo, ni sólo
Padre inmisible, sino Verbo, y Padre, y Espíritu Santo en Trinidad y
Unidad inefable.
De los otros casos contemplados por San Bernardo, apenas si hay
algo que decir, después que sabemos a qué atenernos en Moisés y San
Pablo. San Bernardo es en esto más parco que otros autores. Menciona
como probables disfrutadores del privilegio de la visión intuitiva, en
vida, a San Benito, a los Apóstoles Felipe y Tomás, a David, a Isaías y
a Jacob (75).
A todos estos varones les falta la congruencia que lapunta Santo To-
más. Ellos no son doctores de pueblos como el Gran Legislador y el Vaso
de Elección (76).
Por parte de San Bernardo, no habiendo concedido visión a Moisés
ni a San Pablo, menos la concederá a estos otros santos. De San Benito,
efectivamente, ni lo dla por cierto ni lo cree; sólo lo afirma en atención
a su maestro San Gregario: «Rapta fuisse videtur ... (el alma de San
Benito) de qua miraculo beatus Papa Gregorius in libro Dialogorum ...
inquit» (77). Jacob vió a un ángel representando a Dios (78), como in-
terpretan todos los autores. En Isaílas coopera la imaginación (79) repre-
sentando a Dios en un trono alto y elevado. Finalmente, de David y de
los Apóstoles nota que no logrlaron ver la esencia «sicuti est» (80).
Entre los personajes usufructuarios de la visión intuitiva en la tierra
no menciona San Bernlardo a la Virgen María. De ella sólo dice el Santo
(69) «Beatae illae curiae meruit interesse». In Fest. S. Michael 1, 1; PL. 183, 447 D.
(70) «Atque eius nosse secreta», ibid., ibid.
(71) Epist. LXXII, 2; PL. 182 C.
(72) «Iesum Christum vidit oculis suis», Canto XXXIII 6.
(73) De Grad. Humil., c. VIII, 23; PL. 182, 954 D.
(74) I q. 12, a. 2.
(75) Otros incluyen en la lista a San Pedro (transfiguraci0n o confesión de la divi-
nidad de Cristo); a San Juan Evangelista (transfiguración, recostarse en el pecho del
Señor); Santiago el Mayor (transfiguración); San José, esposo de la Virgen; San Este-
ban (<<video coelOS»); San Agustín (contemplación de Ostia); FERNÁNDEZ, R., Teología
Mística, p. 229.
(76) II-H, q. 175, a. 3 ad lo
(77) De Div., IX, 1; PL. 183, 565 D.
(78) Canto XXXIII, 6.
(79) Ibid., ibid. No hay más que ver los detalles de la descripción.
(80) Canto XXXII, 7; PL. 183, 940 B.
20 PEDRO FUENTES CRESPO C. M. F. 16
(97) De Consid., lib. V, cap. XIII, 27; PL. 182, 804 C; ibid., 862 B; ibid., 986 B, etc.
(98) MARÉCHAL, Études sur la Psychologie des Saints, II, p. 34.
(99) REYPENS, Le sommet de la contemplation mystique (en «Revue d'Ascét. Myst .•
(1922-25), p. 59. .
(100) Ibid. (1924), p. 59.
(101) BERNHART, Die philosophische Mystik des Mittelalters ... , pp. 97-110.
(102) PHILIPPUS ASMA. TRINITATE, Summa Theol. Mystic., III, Trat. IV, disp. 2, a. 1.
(103) ANTONIUS A SPIRITU SANCTO, Direct. Mystic., tr. IV, n. 60-61.
(104) A. B. SHARPE, Mysticism, ist true nature and value, cap. 4.
(105) POULAIN, Des grtlces ... , c. XXXI, n. 28-32.
(106) PICARD, La saisie inmediate ... , p. 11.
(107) Western Mystic., p. LXXV.
(108) Por ej., Canto XVIII, 6; PL. 183, 862 B. In fest. Oo. Sanctorum, 1, 13; PL. 183,
461 A. Ver también PL. 183, 797 B; 892 B; 660, etc.
19 EL CONOCIMIENTO MÍSTICO EN SAN BERNARDO 23
otra cosa. Se veríla, pues, a Dios como es, lo cual niega constantemente
San Bernardo.
Los limpios de corazón -es otro estribillo del Santo- verán a Dios
no sólo en el cielo, sino también aquí, en la tierra, pero siempre indi-
rectamente, reflejado (125). El Esposo menudea cada vez más sus visitas
a la esposa. ¿Por qué?: «profecto quoniam nondum videtur sicuti est»,
porque todavía no le ve como Él es (126).
Por tanto, si a Dios en la tierra sólo se le ve en figura o, lo que es
lo mismo, si nunca se ve su esencia propiamente, es que nunca hay
intuición de la esencia de Dios; no se puede hablar de ver con claridad
o con oscuridad, sino de ver o no ver, de ver a Dios o de ver lo que no
es Dios. El Melifluo constantemente está jugando con estas expresiones
tomlqdas de San Pablo (127): «Per speculum» ~ «in aenigmate». ¿No
es verdad que con ellas indica no sólo que hay oscuridad, enigma, en lo
que el alma observa, sino también que es un simple reflejo, una imagen,
un retrato de Dios, perfectísimo, sí, pero retrato al fin, e imagen y re-
flejo? «Te equivocas si esperas otra cosa, por altla que sea la pureza
del corazón a que llegues» (128). ¿ Cómo, pues, osar llamarla percep-
ción directa, intuición estrictamente intelectual?
(131) Ver' cualquier manual de filosofía, por ej. GREDT, Elementa Philosophiae aris-
totelico-thomisticae, n, n. 869.
(132) DE GUIBERT, Theol. lifyst-ic., n. 399,
23 EL CONOCIMIENTO MÍSTICO EN SAN BERNARDO 21
amores. «El ósculo es para mí no unión de labios ... , sino la plena infu-
'sión de gozos, la revelación de secretos, una maravillosa y en cierto
modo indiscret'a mezcla de la luz del cielo y de la mente ilumina-
:da» (143). He ahí, pues, el medio: el gozo, la luz, la unión íntima, la
:semeJanza con Dios.
Como previendo nuestra pregunta, ha escrito San Bernardo: «Pre-
'guntarás ... cómo conocí que está presente» (se refiere, pues, al conoci-
miento que ha tenido de que Dios está en el alma). Y responde: «No lo
he echado de ver en ninguno de sus movimientos ... , he conocido su
presencia sol'amente por el movimiento del corazón, como he dicho
antes» (144). Es 10 mismo que en el sermón 31 de los Cantares: «Ésta
es la señal de una tal venida, como sabemos por aquél que 10 había
experimentado: el fuego va delante de él y abrasará todo alrededor ...
El 'alma sabe que el Señor está cerca cuando se siente abrasada de ese
\fuego» (145). También aquí el medio de conocer la presencia mística
,de Dios es el incendio de amor.
Pide la esposa el ósculo santo, ¿en qué conocerá haberlo recibido?
En el amor, contesta San Bernardo: «Ahí tienes, esposa, lo que habías
pedido, y la señal de que 10 tienes es que los amores de tu corazón son
más excelentes que el vino. Da señal clara y manifiesta de que he
'imprr.so en ti el ósculo santo es que sientes que has concebido» (146).
Continuemos citando: «Por consiguiente, en la virtud con que creces
yen el amor que te inflama conoce, alma, que Dios está presente» (147),
·~(Si noto que se me esclarece el sentido ... , no dudo que el Esposo está
presente» (148); «siem.pre que una madre espiritual recibe el ósculo de
Dios en la contemplación, siente su seno colmado de esas dos clases de
\leche (amor de congratulación y 'amor de compasión)>> (149).
Tanta claridad y tan continua enseñanza nos ahorra comentarios.
Pero demos todavía un paso más y continuemos inquiriendo: en
,doctrina de San Bernardo, este conocimiento mediato ¿lo es objetiva
'o subjetivamente? Y si es objetivamente mediato, ¿lo es formalmente
'o no?
Directamente parece no haber en los escritos de San Bernardo ex-
presión precisa y concluyente, pero apelando a demostraciones indirec-
-tas creo que no nos será difícil satisfacer con cllaridad ambas interro-
:gaciones.
a) Ante todo y respondiendo a la primera pregunta, no se puede
hablar de conocimiento mediato subjetivo. Un conocimiento tal supon-
dría que esas inflamaciones de amor, esa unión afectiva, etc., que el
',lq,lma experimenta eran especies lógicas en las cuales se vería a Dios,
-y a Dios no se le puede ver por especies, porque ninguna hay que le
pueda representar como es en sí. Lo probaremos con San Bernardo a
continuación.
(143) Canto II, 2; PL. 183, 790 B, C.
(144) Canto LXXIV, 6; PL. 183, 1141 C.
(145) Canto XXXI, 4; PL. 183, 942 B.
(146) Canto IX, 7; PL. 183, 818 B.
(147) Canto LVII, 7; PL. 183, 1053 B.
(148) Canto LXIX, 6; PL. 183, 1115 B.
,(149) Canto X, 2; PL. 183, 820 A.
30 PEDRO E'VENTES CRESPO C. M. F.