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San Anselmo. Ahora bien, esta no pretende ser una tesis, ni mucho menos un recuento
a través del abordaje de los insumos propuestos en el estudio de la filosofía medieval, como
son: los libros de Proslogion y Monologion, escritos por el mismo San Anselmo de
Canterbury.
frecuenta concebir aquello que cree relativo a Dios y a su creatura. El orden de prioridad para
él es:
No intento, Señor, llegar a tu altura, porque de ningún modo puedo comparar con ella
mi entendimiento, pero deseo entender de alguna manera tu verdad que cree y ama
mi corazón. Y no busco entender para creer, sino que creo para entender. Y también
acceso directo a la naturaleza de Dios, debido a la diferencia entre esta y la naturaleza creada
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del hombre. Sin embargo, Anselmo, a diferencia de los llamados "hombres religiosos"
quienes, por lo general, rehúsan a valerse de su pensamiento para penetrar en los misterios
en que nuestra naturaleza definida lo permita y que Aosta está lejos de desconocer, aquello
en lo cual se cree. De ahí que, con justa razón, se vea en Canterbury al padre de la filosofía
escolástica.
Para San Anselmo le parece muy impasible esa fe ociosa (otiosa fides) que se conforma
con dar un vacío asentimiento a la doctrina y que, a falta de una verdadera fe, no procura
determinar por medio de la especulación todo cuanto le es posible comprender. Ahora bien,
por lo general, suele considerarse como un acto de soberbia esta pretensión de la razón,
conforme a ese sentimiento, legítimo sólo en parte, ha llegado a ser un prejuicio común la
afirmación de que la fe y la razón son enemigas, de tal modo que cuanta menos razón se
ponga en probar la fe en las cosas creídas, tanto más meritoria y vigorosa es la fe. Sin
embargo, detrás de esta aparente humildad, que se tiene a sí misma por piadosa, no pocas
veces hallamos una oculta y voluntaria ignorancia en lo que concierne a la religiosidad o, por
lo menos, un marcado descuido por la misma, dando, de este modo, libre entrada a la
superstición. Pues quienes creen y no saben por qué y en qué creen bien pueden tomar una
fantasía, una opinión o un “sueño” como objeto de su fe y, de esta manera, venerar, desde la
esclavitud, aquello que atropella la propia esencia humana. De ahí que sea una exigencia
justa y sensata intentar comprender aquello en que lo cual se cree: tal es la convicción de San
Anselmo, y no en vano colocó a la cabeza de su Proslogion la expresión que tan bien sintetiza
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Sin embargo, cabe preguntar hasta qué punto es lícita esta exigencia: ¿acaso no pierde
natural de la razón? ¿Qué sentido puede tener la fe si, en última instancia, conviene a la razón
decidir, por ejemplo, sobre algo tan importante como la existencia o la no existencia de Dios?
En este punto, es necesario exponer que, para San Anselmo, el punto de partida de la relación
con Dios y, podríamos agregar también, la verdadera meta es la fe y es así como lo expone
la fe, y en tanto en cuanto la fe misma la exige. Pero, a su vez, la fe, cuando es viva,
En efecto, dado que Dios no se presenta en la experiencia sensible como un ente más
necesariamente con la fe. Sin embargo, la fe no es una confianza ciega, ni un mero tener por
verdadero sobre la base de la autoridad de un culto; para San Anselmo, por el contrario, la fe
es un fenómeno positivo, rico en sí mismo, en el cual, por así decirlo, se está y se habita, y
que cruza cabalmente la existencia del hombre de un extremo al otro. La fe, en ese sentido,
no puede reducirse a una mera decisión que, de pronto, aconteciera en el individuo así, sin
más bien, como una de otras tantas elecciones y decisiones que se suelen presentar en el
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encausa en una determinada dirección, por lo pronto, insospechada. Y es que, en la medida
en que la fe no nace del miedo a la muerte y a la nada, que condena todo al sinsentido, ni
Dios es el producto que crea la necesidad de una imagen salvadora ante semejante abismo,
la fe sólo puede ser verdadera fe cuando es una búsqueda, es decir, cuando el misterio aparece
como misterio e invita a preguntar por él. De ahí que la fe, en Anselmo, de ninguna manera
pierde su privilegio al apoyarse en la razón, sino que, por el contrario, sigue su más genuino
impulso.
En ese sentido, para Anselmo, la fe activa “operosa fides”, que se opone a la fe ociosa
de quienes claman “Dios mío, Dios mío”, pero que, en el fondo, poco o nada se preocupan
de ello, no sólo reclama que ésta disposición se vea acompañada por las obras, sino que
también exige que se lleve a cabo una búsqueda, un reconocimiento de aquello en lo cual se
de creer en algo así como tampoco de excederse en una ilimitada presunción, sino que la fe,
Monologion lleva el significativo título: “Que la criatura racional ha sido hecha para amar la
esencia suprema”. Para Anselmo, es este amor a la esencia suprema, esta tendencia hacia el
Creador, lo que da sentido a la racionalidad del hombre. Una razón que separa y distingue
entre lo verdadero y lo falso, pero a la cual falta el amor por la esencia suprema, nunca se
preocupará por conocer la verdad tal y como es en sí y por sí misma. Es decir, divagará
siempre de las “verdades” indiscutibles en la experiencia, mas no elevará sus ojos hacia la
verdad, como esencia única de lo verdadero, de no poseer la fe viva que consiste en tal amor
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Por consiguiente, Anselmo no busca suscitar la fe por medio de la persuasión lógica de
argumentos racionales, sino que simplemente sigue el curso que la propia fe lleva consigo.
En ese sentido, es la fe la que mueve y se pone en marcha hacia el saber, y no la razón que,
luego de conseguir aquel saber, supuestamente arribaría al terreno de la fe. Por eso dice
Anselmo: “Y no busco entender para creer, sino que creo para entender. Y también creo esto:
En esta misma línea, de alguna manera, la fe, en su puro anhelo, alcanza y llega a
“tocar” la “esencia” anhelada esto es, Dios. En efecto, ¿cómo habría de buscar aquello que
anhela si previamente no tuviese una “memoria”, por muy indeterminado que sea, de lo
anhelado, y, por tanto, si su búsqueda no fuese ya, de algún modo, un haber ya encontrado?
que lo buscado se halle de alguna manera en aquel que busca, vale decir, en su memoria,
aunque de por sí sobrepase a ésta y en general al propio pensamiento del hombre que se
dispone a buscar; sin embargo, lo que este recuerdo trae a la presencia es, ante todo, la
experimentar la pérdida como pérdida, pues de otra manera no nacería en nosotros el impulso
En efecto, Anselmo expresa que Dios habita “luz inaccesible” (San Anselmo,1970, p.
33). No sólo no es visible en el mundo, sino que aun para la propia interioridad del hombre
la cual, en definitiva, también es parte del mundo y no se separa radicalmente de éste resulta
imposible “ver” a Dios concretamente como tal. Dios, en Anselmo al menos, no puede ser
pensamiento humano, aun cuando, por medio de los conceptos, puedan concluirse ciertas
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cosas importantes respecto de su misterio, por ejemplo, como ya veremos, su existencia. Éste,
Finalmente, esta es, pues, a modo de síntesis muy general, la fe de San Anselmo.
Señalando que, por un lado, Anselmo no diferencia radicalmente entre fe y filosofía, pues su
interés filosófico únicamente se orienta al deseo de aclarar aquello en lo cual cree, sin
ha tratado de respetar y seguir del modo más cercano posible su punto de vista, pues no veo
cómo sería posible, de otra manera, comprenderlo especialmente si nos limitáramos, como
normalmente se hace, a juzgarlo desde una pretendida superioridad científica positiva que no
se sabe de adónde.
Referencias
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