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ESCENA CALLEJERA
Durante
los
primeros
quince
años
que
siguieron
a
la
Guerra
Mundial
algunos
teatros
alemanes
comenzaron
a
experimentar
una
forma
de
actuación
relativamente
nueva.
Por
su
carácter
descriptivo
y
porque
se
valía
de
coros
y
proyecciones
que
comentaban
la
acción
se
lo
Llamó
teatro
épico.
Por
medio
de
una
técnica
no
muy
simple.
el
actor
se
distanciaba
del
personaje
que
representaba
y
colocaba
las
situaciones
de
la
pieza
en
un
ángulo
que
las
convirtiera
en
objeto
de
la
crítica
del
espectador.
Los
partidarios
de
este
teatro
épico
alegaban
que
los
nuevos
temas
—los
complicadísimos
procesos
de
las
luchas
de
clases
en
su
momento
culminante—
podían
manejase
mejor
de
esa
manera,
porque
así
podían
representarse
los
procesos
sociales
en
sus
relaciones
causales.
Pero
estos
ensayos
trajeron
aparejadas
grandes
dificultades
a
la
estética.
Es
relativamente
fácil
establecer
un
modelo
básico
para
teatro
épico.
Cuando
se
trataba
de
ejercicios
prácticos,
yo
escogía
como
ejemplo
de
la
forma
más
simple
y
"natural"
de
teatro
épico
un
suceso
que
puede
desarrollarse
en
cualquier
esquina:
el
testigo
presencial
de
un
accidente
de
tránsito
muestra
al
público
congregado
cómo
ocurrió
la
desgracia.
Quienes
lo
rodean
pueden
no
haber
visto
el
hecho
o
haberlo
presenciado
y
no
compartir
la
opinión
de
quien
lo
está
relatando,
es
decir,
que
pueden
"verlo
de
otra
manera"...
Lo
importante
es
que
el
que
ha
tomado
a
su
cargo
la
demostración
representa
el
suceso
de
manera
tal
que
quienes
lo
rodean
puedan
formarse
un
juicio.
Este
ejemplo
de
teatro
épico
del
tipo
más
primitivo
parece
fácilmente
comprensible.
Sin
embargo,
está
visto
que
depara
enormes
dificultades
al
oyente
o
al
lector,
en
cuanto
se
le
exige
que
capte
en
toda
su
trascendencia
la
decisión
de
considerar
esta
escena
callejera
como
forma
básica
de
teatro
en
grande,
del
teatro
de
una
era
científica.
Porque
lo
que
se
pretende
demostrar
es
que
ese
teatro
épico
se
puede
dar
como
algo
rico,
complejo,
evolucionando
en
todos
sus
detalles,
pero
que
—fundamentalmente—
no
necesita
más
elementos
que
los
de
esa
demostración
callejera
para
ser
gran
teatro;
que,
por
otra
parte,
no
podría
denominarse
teatro
épico
si
le
faltara
alguno
de
los
elementos
fundamentales
de
la
demostración
callejera.
Si
no
se
entiende
eso,
no
se
podrá
entender
lo
que
sigue.
Si
no
se
acepta
la
tesis
de
que
la
demostración
de
un
transeúnte
en
una
esquina
es
el
modelo
básico
del
teatro
en
grande,
enfocado
de
una
manera
novedosa,
desacostumbrada,
que
incita
a
la
crítica,
no
se
podrá
entender
lo
que
sigue.
Evidentemente,
el
suceso
está
muy
lejos
de
ser
lo
que
nosotros
consideramos
un
proceso
artístico.
El
transeúnte
que
hace
la
demostración
no
tiene
por
qué
ser
un
artista.
Lo
que
necesita
saber
para
lograr
su
objetivo
lo
sabe
prácticamente
cualquiera.
Si
no
está
en
condiciones
de
reproducir
un
movimiento
tan
rápido
como
el
que
ejecutó
el
accidentado
que
él
está
imitando,
le
bastará
con
decir
que
se
movió
tres
veces
más
rápido
y
su
demostración
no
sufrirá
demasiado.
La
perfección
sería,
más
bien,
contraproducente.
La
demostración
perdería
efectividad
si
quienes
rodean
al
testigo
se
sorprendieran
ante
su
capacidad
de
transformación,
si
alguien
exclamara:
"¡Con
qué
realismo
representa
al
chofer!".
El
expositor
no
debe
intentar
envolver
a
nadie
"en
su
hechizo".
No
debe
arrancar
a
nadie
de
su
rutina,
para
trasladarlo
a
"esferas
superiores".
No
tiene
por
qué
tener
condiciones
especiales.
Lo
decisivo
en
nuestra
escena
callejera
es
que
le
falta
un
ingrediente
fundamental
del
teatro
corriente:
la
ilusión.
La
representación
del
testigo
callejero
tiene
el
carácter
de
una
repetición.
El
suceso
ha
tenido
lugar
y
lo
que
se
está
viendo
ahora
es
una
repetición.
Si
la
escena
teatral
se
ajusta
en
este
aspecto
a
la
escena
callejera,
el
teatro
dejará
de
ocultar
que
es
teatro,
así
como
la
reconstrucción
en
la
esquina
no
oculta
que
es
una
reconstrucción
(no
simula
ser
el
propio
suceso).
No
se
ha
de
disimular
que
la
actuación
ha
sido
ensayada,
que
el
texto
ha
sido
memorizado,
ni
ocultar
todo
el
aparato
y
todos
los
preparativos
que
están
detrás
de
esa
escena.
¿Y
qué
ocurre
con
la
vivencia?
¿Puede
vivenciarse
la
realidad
representada
de
esa
manera?
La
escena
callejera
muestra
cuál
es
el
tipo
de
vivencia
que
se
ha
de
deparar
al
espectador.
Es
indudable
que
el
testigo
ocasional
ha
tenido
una
"vivencia",
pero
no
es
su
intención
transformar
el
relato
en
una
"vivencia"
para
el
público
que
lo
rodea.
Ni
siquiera
trasmite
en
forma
completa
la
vivencia
del
chofer
y
del
peatón
accidentado.
Por
vívida
que
sea
su
descripción,
no
pretende
transformarla
en
una
vivencia
grata
para
el
espectador.
Por
ejemplo,
su
demostración
no
perdería
valor
si
él
no
reprodujera
el
horror
que
le
produjo
el
accidente;
más
bien
podría
decirse
que
lo
perdería.
Lo
que
se
intenta
no
es
provocar
emociones
puras.
Un
teatro
que
imite
este
proceder
está
cambiando
de
función,
eso
es
visible.
Un
elemento
fundamental
de
la
escena
callejera
—que
también
debe
aparecer
en
la
escena
teatral—
es
la
importancia
social
práctica
de
la
reconstrucción.
Ya
sea
porque
el
testigo
quiere
demostrar
que
de
tal
o
cual
manera
el
accidente
podría
haberse
evitado;
ya
sea
que
pretenda
delimitar
responsabilidades,
su
demostración
persigue
un
objetivo
práctico,
interviene
en
un
mecanismo
social.
El
objetivo
de
su
demostración
condiciona
el
grado
de
perfección
que
el
testigo
callejero
debe
dar
a
su
imitación.
El
demostrador
no
precisa
imitar
la
conducta
de
sus
personajes
en
su
totalidad;
basta
con
que
imite
algo:
lo
necesario
para
obtener
una
idea
clara.
La
escena
teatral
brinda,
en
general,
imágenes
mucho
más
completas,
acordes
con
la
mayor
amplitud
de
su
horizonte
de
intereses.
¿Cómo
se
establece
aquí
la
relación
entre
la
escena
callejera
y
la
escena
teatral?
Tomemos
un
detalle:
la
voz
del
peatón
atropellado
puede
no
haber
desempeñado
ningún
papel
en
el
accidente,
en
primera
instancia.
Una
divergencia
de
opinión
entre
los
testigos
acerca
de
una
exclamación
que
se
oyó
("¡Cuidado!"),
la
duda
de
si
ésta
procedía
del
accidentado
o
de
otro
transeúnte,
puede
inducir
al
demostrador
a
imitar
la
voz.
La
duda
puede
aclararse
mostrando
si
la
voz
era
de
un
anciano
o
de
una
mujer,
o
si
la
voz
pertenecía
a
un
hombre
educado
o
no.
El
hecho
de
que
la
exclamación
se
haya
hecho
en
voz
audible
o
no
puede
incidir
en
el
grado
de
culpabilidad
del
conductor.
Una
serie
de
características
del
accidentado
requieren
representación.
¿Estaba
distraído?
¿Hubo
algo
que
apartó
su
atención
del
tránsito?
¿Y
qué
fue
lo
que
la
apartó?
¿Qué
detalle
de
su
conducta
indicaba
que
el
motivo
de
su
distracción
fue
ése
y
no
otro?
Etcétera,
etcétera,
etcétera.
Como
se
verá,
la
reconstrucción
de
un
accidente
en
una
esquina
brinda
oportunidad
para
un
retrato
bastante
rico
y
multifacético
de
un
hombre.
Con
todo,
un
teatro
que
no
quiera
apartarse
de
la
escena
callejera
en
sus
elementos
esenciales,
debe
imponer
ciertos
límites
a
la
imitación.
La
actuación
debe
ser
justificada
por
el
objetivo
perseguido.1
Por
ejemplo,
la
demostración
gira
sobre
el
problema
daños
y
perjuicios.
El
chofer
corre
peligro
de
ser
despedido,
de
ser
castigado
con
la
inhabilitación
o
con
la
cárcel;
el
peatón
atropellado
debe
afrontar
los
gastos
de
tratamiento
e
internación,
puede
perder
un
puesto,
puede
quedar
lisiado
y
hasta
imposibilitado
para
trabajar.
Ese
es
el
terreno
sobre
el
cual
construye
sus
personajes
el
testigo
a
cargo
de
la
demostración.
El
peatón
atropellado
puede
haber
ido
acompañado,
el
chofer
puede
haber
viajado
con
su
novia.
En
ese
caso
se
presenta
con
mayor
claridad
el
ámbito
social.
Los
personajes
podrán
diseñarse
con
rasgos
más
ricos.
Otro
elemento
fundamental
de
nuestra
escena
callejera
es
que
nuestro
testigo
deduce
a
sus
personajes
exclusivamente
de
sus
acciones.
Imita
sus
acciones
y
de
esa
manera
permite
que
los
demás
se
formen
un
juicio
sobre
ellos.
Un
teatro
que
lo
imite
en
este
aspecto
rompe
con
las
costumbres
del
teatro
habitual,
que
deduce
las
acciones
del
carácter
del
personaje
y
las
sustrae
a
la
crítica,
al
representarlas
como
un
producto
del
carácter
que
las
ejecuta;
como
algo
inevitable,
como
una
ley
natural.
Para
nuestro
imitador
callejero,
el
carácter
del
imitado
es
una
magnitud
que
él
no
tiene
por
qué
determinar
del
todo.
El
personaje
puede
ser
así
o
asá,
dentro
de
determinados
límites,
sin
que
eso
influya
en
el
hecho
en
sí.
Al
testigo
a
cargo
de
la
demostración
le
interesan
aquellas
cualidades
del
imitado
que
pueden
haber
sido
causa
del
accidente
o
que
podían
haberlo
evitado.2
La
escena
teatral
puede
mostrar
a
individuos
mejor
delimitados.
Pero
debe
estar
en
condiciones
de
clasificar
a
su
individuo
como
caso
especial
y
de
esbozar
el
radio
dentro
del
cual
surgen
las
influencias
más
1
Con
frecuencia
presenciamos,
en
nuestra
vida
cotidiana,
demostraciones
que
son
imitaciones
más
perfectas
de
lo
que
exige
nuestro
ejemplo
de
accidente
callejero.
Por
lo
general
son
de
naturaleza
cómica.
Nuestro
vecino
(o
nuestra
vecina)
nos
divierte
parodiando
la
codicia
del
propietario
del
inmueble.
Esas
imitaciones
suelen
ser
detalladas
y
ricas
en
variantes.
Pero
si
se
la
analiza
en
detalle
se
advertirá
que
esa
representación,
aparentemente
muy
compleja,
sólo
toma
un
aspecto
muy
determinado
de
la
conducta
del
propietario.
Es
un
resumen
o
una
escena,
de
los
cuales
se
han
eliminado
prolijamente
los
momentos
en
que
el
propietario
se
mostró
"muy
razonable"
a
los
ojos
de
nuestro
vecino,
momentos
que
por
supuesto
existieron.
Esa
imitación
dista
mucho
de
proporcionar
una
imagen
completa;
lo
cual
desmerecería
el
efecto
cómico.
La
escena
teatral
—que
debe
brindar
una
muestra
más
amplia
de
la
realidad—
choca,
por
eso,
con
dificultades
que
no
deben
subestimarse.
Ella
también
tiene
que
promover
la
critica
de
los
sucesos
que
representa,
pero
estos
sucesos
son
mucho
más
complejos.
Debe
posibilitar
la
critica
positiva
y
la
negativa
a
través
de
un
solo
proceso.
Es
preciso
comprender
lo
que
significa
lograr
el
acuerdo
del
público
sobre
la
crítica.
Por
supuesto,
nuestra
escena
callejera
y
cualquier
demostración
de
la
vida
diaria
pueden
brindar
ejemplos
de
esta
situación.
Nuestro
vecino
y
el
testigo
callejero
pueden
representar
tanto
la
conducta
"razonable"
como
la
"irrazonable"
de
la
persona
imitada
a
fin
de
que
los
presentes
extraigan
su
conclusión.
Sin
embargo,
por
lo
general
necesitan
formular
comentarios
cuando
el
contraste
aparece
en
el
curso
de
su
representación
(cuando
quien
se
había
comportado
como
un
ser
razonable
se
vuelve
irrazonable
o
a
la
inversa).
Esos
comentarios
modifican
el
punto
de
vista
de
su
representación.
Ahí
están,
como
ya
lo
señalamos,
las
dificultades
con
que
tropieza
la
escena
teatral.
Esas
dificultades
no
pueden
tratarse
aquí
en
detalle.
Al
respecto,
consúltese
el
artículo
Breve
descripción
de
una
nueva
técnica
dramática
que
produce
un
efecto
de
distanciamiento
(
Escritos
sobre
teatro,
tomo
1).
2
Todas
las
personas
que
reúnen
las
condiciones
de
carácter
por
él
imitados
provocarán
la
misma
reacción.
relevantes
desde
el
punto
de
vista
social.
Las
posibilidades
de
demostración
del
testigo
de
nuestro
episodio
callejero
son
muy
limitadas
(
hemos
escogido
el
modelo
con
miras
a
establecer
los
límites
más
estrechos
posibles).
Si
los
elementos
fundamentales
de
la
escena
teatral
no
exceden
los
de
la
escena
callejera,
su
enriquecimiento
sólo
podrá
traducirse
en
una
mayor
saturación.
Aquí
aparece,
entonces,
el
problema
de
los
casos
límite.
Consideremos
un
detalle:
¿,puede
nuestro
imitador
callejero
llegar
a
la
situación
de
repetir
un
comentario
—por
ejemplo,
la
afirmación
del
chofer,
de
que
estaba
agotado
por
exceso
de
trabajo—
en
tono
de
enojo?
(Hay
tantas
probabilidades
de
que
lo
haga
como
que
un
emisario
que
regrese
de
una
audiencia
con
el
rey
inicie
el
informe
a
sus
conciudadanos
con
estas
palabras:
"He
visto
al
barbado
rey".)
Es
indudable
que
para
que
pueda
hablar
enojado
—mejor
dicho,
para
que
deba
hablar
en
ese
tono—
sería
preciso
imaginar
una
situación
callejera
en
la
cual
ese
enojo
(provocado
precisamente
por
ese
aspecto
del
asunto)
desempeñe
un
papel
especial.
(En
el
otro
ejemplo,
esta
situación
se
crearía
si
—por
ejemplo—
el
rey
hubiera
jurado
dejarse
crecer
la
barba
hasta
que...
etcétera,
etcétera.)
Tenemos
que
buscar
un
punto
de
vista
que
induzca
a
nuestro
imitador
a
someter
ese
enojo
a
la
crítica.
El
testigo
informante
tiene
que
haber
adoptado
una
actitud
muy
especial
para
llegar
a
imitar
el
tono
de
enojo
del
chofer;
por
ejemplo,
si
atacara
a
los
choferes
por
no
haber
hecho
nada
por
acortar
su
horario
de
trabajo.
("Ni
siquiera
se
ha
agremiado,
pero
cuando
ocurre
una
desgracia
vienen
las
aflicciones:
`¡Llevo
diez
horas
al
volante!'").
Para
llegar
a
esto,
es
decir
para
poder
indicar
una
actitud
especial
al
actor,
el
teatro
tiene
que
adoptar
una
serie
de
medidas.
De
ningún
modo
se
apartará
de
su
modelo
si
amplía
el
enfoque
y
muestra
al
chofer
en
situaciones
al
margen
del
accidente.
Sólo
está
creando
otra
situación
con
carácter
de
modelo.
Se
me
ocurre
una
escena,
al
estilo
de
la
escena
callejera,
en
la
cual
tenga
lugar
una
demostración
bien
fundada
del
surgimiento
de
emociones
como
la
del
chofer
u
otra
en
la
que
se
establezcan
comparaciones
entre
entonaciones.
Para
no
apartarse
de
la
escena
modelo,
el
teatro
deberá
limitarse
a
desarrollar
una
técnica
a
través
de
la
cual
las
emociones
queden
sometidas
a
la
crítica
del
espectador.
Eso
no
significa
por
supuesto,
que
se
impida
al
actor,
por
principio,
compartir
ciertas
emociones
que
debe
exhibir;
sin
embargo,
el
recoger
las
emociones
es
sólo
una
forma
especial
(fase,
consecuencia)
de
la
crítica.
El
imitador
de
teatro,
el
actor,
debe
emplear
una
técnica
que
le
permita
reproducir
el
tono
del
imitado
con
cierta
reserva,
con
distancia
(de
modo
que
el
espectador
pueda
decir:
"Se
enoja...
pero
estérilmente,
demasiado
tarde,
por
fin",
etcétera,
etcétera).
En
una
palabra:
el
actor
debe
seguir
cumpliendo
su
función
de
mostrar;
debe
reproducir
a
la
persona
mostrada
como
a
un
ajeno,
de
su
representación
no
debe
desaparecer
el
"él
hizo
esto,
él
dijo
aquello".
No
debe
llegar
a
transformarse
totalmente
en
la
persona
mostrada.
Uno
de
los
elementos
esenciales
de
la
escena
callejera
es
la
actitud
natural
que
adopta
el
testigo
demostrante
en
un
doble
aspecto.
Está
manejando
continuamente
dos
situaciones.
Se
comporta
con
naturalidad
como
relator
e
imitador
y
hace
que
el
imitado
se
comporte
con
naturalidad.
Nunca
olvida
y
nunca
permite
que
se
olvide
que
él
no
es
el
imitado
sino
el
imitador.
En
otras
palabras:
lo
que
el
público
ve
no
es
una
fusión
entre
el
demostrante
y
el
demostrado;
no
es
un
tercero
independiente,
que
no
admita
discusión;
un
tercero
con
los
borrosos
contornos
de
1
(demostrante)
y
de
2
(demostrado),
como
el
que
nos
brinda
el
teatro
habitual
en
sus
producciones.3
Las
opiniones
y
sentimientos
del
demostrante
y
del
demostrado
no
se
funden.
Y
así
llegamos
a
un
elemento
característico
del
teatro
épico:
el
llamado
V-‐Effekt
(efecto
de
distanciamiento).
Para
resumir,
diremos
que
se
trata
de
una
técnica
mediante
la
cual
se
puede
imprimir
a
los
sucesos
a
representar
el
sello
de
algo
que
resalta,
que
exige
explicación,
que
no
se
da
por
sobrentendido,
que
no
es
simplemente
natural.
El
objeto
del
efecto
de
distanciamiento
es
permitir
al
espectador
una
crítica
fructífera
desde
el
punto
de
vista
social.
Ahora
bien,
¿tendría
sentido
el
efecto
de
distanciamiento
en
la
escena
callejera?
Podemos
imaginar
lo
que
ocurrirá
si
el
testigo
a
cargo
de
la
demostración
lo
omite.
Podría
producirse
la
siguiente
situación.
Un
espectador
podría
decir:
"Si
el
accidentado
apoyó
primero
el
pie
derecho
en
la
calzada,
como
usted
acaba
de
mostrar,
entonces..
.
"
Nuestro
informante
podría
interrumpirlo
y
señalar:
"Yo
mostré
que
apoyó
primero
el
pié
izquierdo
en
la
calzada."
En
la
discusión
sobre
si
el
testigo
apoyó
primero
el
pie
izquierdo
o
el
derecho
y,
sobre
todo,
acerca
de
lo
que
hizo
el
accidentado,
la
demostración
puede
transformarse
de
manera
que
surja
el
efecto
de
distanciamiento.
Cuando
el
demostrante
repite
sus
anteriores
movimientos
atentamente,
con
toda
precaución,
probablemente
con
lentitud,
está
logrando
el
efecto
de
distanciamiento;
es
decir,
está
distanciando
ese
pequeño
suceso
parcial,
le
está
concediendo
mayor
importancia,
lo
está
haciendo
digno
de
atención.
Por
lo
tanto,
vemos
que
el
efecto
de
distanciamiento
también
resulta
útil
a
nuestro
demostrante
callejero;
también
se
produce
en
esa
pequeña
escena
cotidiana,
que
poco
tiene
que
ver
con
el
arte,
en
esa
pequeña
escena
de
teatro
natural
que
tiene
como
escenario
una
esquina.
Más
fácil
de
reconocer
coma
elemento
de
cualquier
demostración
callejera
es
el
paso
sin
transiciones
de
la
representación
al
comentario,
que
es
caracteristico
del
teatro
épico.
El
imitador
callejero
interrumpe
su
imitación
todas
las
veces
que
lo
cree
posible,
para
intercalar
explicaciones.
Los
coros
y
los
documentos
proyectados
del
teatro
épico,
el
dirigirse
—directamente—
al
público,
no
son
otra
cosa,
en
el
fondo.
Como
se
podrá
comprobar
—y
espero
que
no
sin
sorpresa—,
entre
los
elementos
que
caracterizan
a
nuestra
escena
callejera
y
por
consiguiente
a
la
escena
teatral
épica,
no
he
mencionado
ninguno
realmente
artístico.
Nuestro
relator
callejero
pudo
efectuar
exitosamente
su
demostración
con
condiciones
que
"tiene
cualquiera".
¿Y
qué
decir
del
valor
artístico
del
teatro
épico?
El
teatro
épico
procura
buscar
su
modelo
básico
en
una
esquina
callejera,
es
decir,
volver
al
teatro
más
simple
y
"natural",
a
una
empresa
social
cuyos
móviles,
medios
y
objetivos
son
prácticos
y
terrenales.
En
el
modelo
no
existe
el
afán
"de
expresarse",
"de
hacer
suyo
un
destino
ajeno";
no
hay
"vivencia
espiritual",
"instinto
lúdico",
"placer
de
fabular",
etcétera,
etcétera,
como
en
el
teatro.
¿Puede
afirmarse,
entonces,
que
el
teatro
épico
no
se
interesa
por
el
arte?
3
Llevado
al
desideratum
por
Stanislavsky.
Lo
mejor
sería
formular
la
interrogante
de
otra
manera:
"¿Podríamos
aprovechar
el
talento
artístico
para
los
fines
de
nuestra
escena
callejera?"
Es
fácil
dar
respuesta
afirmativa
a
estas
preguntas.
Aun
en
la
demostración
realizada
en
una
esquina
pueden
encontrarse
elementos
artísticos.
El
talento
artístico
está
latente
en
todos
los
hombres,
aunque
en
diversidad
de
grados.
No
está
de
más
que
el
Arte
(con
mayúscula)
lo
tenga
presente.
Es
indudable
que
esas
facultades
a
las
que
llamamos
artísticas
pueden
aplicarse
siempre,
dentro
de
los
límites
que
hemos
fijado
a
nuestra
escena
callejera.
No
perderán
su
calidad
artística
aunque
no
excedan
esos
límites
(por
ejemplo,
aunque
el
testigo
a
cargo
de
la
demostración
no
se
transforme
en
el
sujeto
al
cual
está
imitando).
En
realidad,
el
teatro
épico
requiere
mucho
arte;
su
existencia
sería
imposible
sin
la
intervención
de
artistas,
sin
su
fantasía,
su
humor,
su
sensibilidad.
Sin
esos
elementos,
y
muchos
otros,
no
se
lo
podría
practicar.
El
teatro
épico
debe
ser
entretenido,
debe
ser
instructivo.
Ahora
bien
¿cómo
es
posible
producir
algo
artístico
con
los
elementos
de
la
escena
callejera,
sin
añadir
ni
suprimir
ninguno
de
ellos?
¿Cómo
es
posible
construir,
sobre
esa
base,
la
escena
teatral,
con
su
anécdota
"inventada",
con
sus
actores
adiestrados,
con
su
lenguaje
elevado,
sus
caracterizaciones,
su
trabajo
en
equipo?
¿Necesitamos
un
perfeccionamiento
de
los
elementos,
para
pasar
de
la
demostración
"natural”
a
la
“artística”?
¿No
afectan
a
los
elementos
básicos
las
ampliaciones
a
que
debe
ser
sometido
nuestro
modelo
para
llegar
a
producir
teatro
épico?
No
se
necesita
profundizar
demasiado
para
advertir
que
no.
Tenemos,
por
ejemplo,
la
anécdota.
El
accidente
callejero
no
fue
inventado.
Pero
el
teatro
habitual
no
siempre
se
maneja
con
material
argumental
"inventado".
Pensemos
si
no
en
las
obras
históricas.
Pero
en
las
esquinas
callejeras
también
puede
representarse
una
fábula.
El
testigo
a
cargo
de
la
demostración
puede
decir
en
cualquier
momento:
"El
chofer
tuvo
la
culpa,
porque
las
cosas
sucedieron
tal
cual
yo
las
he
mostrado.
Habría
sido
inocente
si
hubiera
actuado
de
esta
manera..."
Y
puede
representar
una
versión
fabulada
del
suceso.
Tomemos
ahora
el
texto
memorizado.
Nuestro
testigo
callejero
puede
ser
citado
para
declarar
en
el
proceso;
en
ese
caso
podría
memorizar
las
palabras
exactas
del
accidentado
—que
él
mismo
podría
haber
anotado—
y
repetirlas
al
pie
de
la
letra.
En
ese
caso
estaría
utilizando
también
un
texto
memorizado.
Tomemos
ahora
la
actuación
combinada
de
varias
personas:
esta
demostración
en
conjunto
no
sólo
se
cumple
con
fines
artísticos;
pensemos
si
no
en
las
reconstrucciones
de
un
delito,
en
las
que
la
policía
hace
actuar
a
los
principales
participantes.
Tomemos
la
máscara.
Algunas
pequeñas
modificaciones
del
aspecto
—el
pelo
revuelto,
por
ejemplo—
pueden
formar
parte
de
una
demostración
de
carácter
no
artístico.
Los
afeites
tampoco
se
usan
sólo
para
fines
teatrales.
El
bigote
del
chofer
puede
tener
una
determinada
significación
en
la
escena
callejera.
Puede
haber
influido
sobre
las
declaraciones
de
la
presunta
acompañante.
El
testigo
a
cargo
de
la
demostración
puede
ponerlo
de
manifiesto
imitando
el
movimiento
con
que
el
chofer
acariciaba
su
bigote
mientras
pedía
a
la
mujer
que
confirmara
sus
palabras.
Con
ese
ademán,
el
imitador
puede
quitar
gran
parte
de
su
valor
al
testimonio
de
la
acompañante.
Sin
embargo,
el
paso
al
verdadero
uso
de
un
bigote
o
de
una
barba
en
la
escena
teatral
depara
algunas
dificultades,
que
también
surgen
en
el
vestuario.
En
determinadas
circunstancias,
nuestro
testigo
callejero
puede
llegar
a
colocarse
la
gorra
del
chofer
—por
ejemplo,
si
quisiera
demostrar
que
el
hombre
pudo
haber
estado
borracho
(se
coloca
la
gorra
torcida)—,
pero
sólo
puede
hacerlo
en
circunstancias
muy
especiales
(es
lo
que
ya
antes
hemos
señalado
como
caso
límite).
Sin
embargo,
cuando
en
una
demostración
intervienen
varias
personas
—como
en
el
caso
de
la
reconstrucción
policial—
puede
ser
necesario
algún
elemento
de
vestuario
(disfraz)
que
los
distinga.
Así
llegamos
también
a
las
limitaciones
del
disfraz.
No
debe
crearse
la
ilusión
de
que
los
demostrantes
son
“realmente”
los
personajes
mostrados.
(El
teatro
épico
puede
desvanecer
esa
ilusión
exagerando
los
disfraces
o
empleando
vestimentas
convertidas
de
alguna
manera
en
foco
de
atención.)
Además,
podemos
señalar
un
modelo
básico
que
puede
reemplazar
en
este
punto
al
que
hemos
estado
usando
hasta
ahora:
la
demostración
callejera
de
los
vendedores
ambulantes.
Para
vender
sus
corbatas,
esta
gente
representa
tanto
al
hombre
mal
vestido
como
al
elegante.
Con
un
mínimo
de
elementos
representan
una
pequeña
escena,
que
en
el
fondo
tiene
las
mismas
limitaciones
de
nuestra
escena
del
accidente.
(Con
la
corbata
y
algunas
prendas
imaginarias,
como
el
sombrero,
el
bastón
y
los
guantes,
hacen
un
esbozo
del
hombre
de
mundo
y
luego
se
refieren
a
él
en
tercera
persona.)
En
los
vendedores
callejeros
encontramos
también
el
empleo
del
verso,
dentro
del
mismo
marco
que
ofrecía
nuestro
modelo
básico.
Utilizan
ritmos
firmes
e
irregulares,
ya
se
trate
de
vender
un
periódico
o
tiradores.
Todas
estas
consideraciones
nos
demuestran
que
podemos
arreglárnoslas
muy
bien
con
nuestro
modelo
básico.
No
existe
una
diferencia
fundamental
entre
el
teatro
épico
natural
y
el
teatro
épico
artístico.
Nuestro
teatro
de
la
esquina
callejera
es
primitivo;
"no
va
muy
lejos"
en
su
inspiración,
objetivo
y
medios.
Pero
es
indiscutible
que
se
trata
de
un
proceso
útil,
cuya
función
social
es
clara
y
condiciona
todos
sus
elementos.
La
representación
ha
sido
motivada
por
un
suceso
que
puede
merecer
diferentes
juicios,
que
puede
repetirse
de
una
u
otra
manera
y
que
no
puede
darse
por
terminado,
porque
tendrá
consecuencias,
de
modo
que
es
importante
llegar
a
una
conclusión.
El
fin
de
la
representación
es
facilitar
esa
conclusión.
Los
medios
a
que
se
recurre
en
la
representación
están
condicionados
por
el
fin
que
persigue.
El
teatro
épico
es
un
teatro
artístico
cien
por
ciento,
con
contenidos
complicados
y
ambiciosos
objetivos
de
carácter
social.
Al
escoger
la
escena
callejera
como
modelo
fundamental
de
teatro
épico,
estamos
atribuyendo
al
teatro
una
clara
función
social
y
estamos
fijando
criterios
que
permitan
establecer
si
un
incidente
representado
por
él
tiene
o
no
sentido.
El
modelo
básico
tiene
importancia
práctica.
Permite
al
director
de
ensayos
y
al
actor
controlar
—mientras
se
gesta
la
producción
con
todas
sus
dificultades
secundarias,
sus
problemas
artísticos
y
sociales—
si
la
función
social
del
aparato
en
conjunto
permanece
intacta.