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Carlos estaba nervioso.

De todas las chicas que se había ligado en su clase de zumba Sarah era la que
más le gustaba. Y todas sus conquistas habían acabado a la segunda o tercera cita. Simplemente era
demasiado esfuerzo para Carlos mantener la pose de que era un latin lover, de conocer la cultura
latinoamericana que no le había despertado ningún interés en su juventud en Venezuela. Pero eso era lo
que vendía, el ser un latin lover. Así que eso es lo que Carlos hacía.
Se volvió a mirar en el espejo del clóset. El cabello chino peinado y esponjado hasta parecer una
peluca Luis XV, la camisa vaquera cuidadosamente desabotonada hasta la mitad del pecho, la cadena
dorada con la cruz que no había usado desde su primera comunión, las botas de tacón y los levis
entallados. Tomó unas tijeras para cortar un hilito que colgaba de su camisa y sacó su teléfono celular.
Sentía latir su corazón con los tonos de espera, en toda su estadía en L.A., nunca había conocido a
nadie como Sarah. Su sonrisa, era exactamente como la de la chica que sale al final del video de I’ll be
there for you de Bon Jovi, su cabello rubio tan similar al de la modelo que sale en el video de Forever
Young de Young de Rod Stewart. Era como todos sus sueños de adolescente en Caracas vueltos
realidad.
Contestó.
Carlos tapó el micrófono para limpiarse la garganta.
-¿Sarah? Jelou, soy Carlos. Te llamaba, ejem, pues, como te dije en la tarde. Gulp. Te llamaba para
invitarte una taza de café y, quién sabe, si quieres salir a cenar.
Sarah le respondió que sí, y que iba rumbo a su casa. Carlos no cabía en si, sentía que deliraba. Sin
pensarlo, prendió la computadora y puso el video de Forever young. Así era el cabello de Sarah, así
exactamente como el de la modelo que sale en el minuto 3 con díez… díez…
Sonó el timbre. Carlos corrió a la puerta y ahí, sobre la banqueta, alumbrada por el foco de la calle,
estaba Sarah, con un libro en una mano y un ramo de flores en la otra.
- Ho-hola. Pasa, por favor pasa.
- Hola Carlos – dijo Sarah, mientras sonriendo le entregaba las flores – sé que en tu cultura esto no se
acostumbra, pero mientras venía para acá vi este ramo de flores, y ya que tú pagarás la comida…
Carlos se puso de todos los colores. Primero pálido, con cara de pazguato, para luego ponerse colorado,
para luego empalidecer de nuevo. ¿Debía mantenerse en el rol de macho latinoamericano y ofenderse?
¿Debía sacar su lado sensible? ¿Debía dar las gracias?
- ¿Carlos? Are you Ok? Parece que te cayó mal algo que comiste.
- Sí, okey, okey… Pásale Sarah… entra por favor.
Al cruzar la puerta de la casa, Carlos notó que seguía a todo volumen Rod Steward. Le quitó nervioso
las flores de las manos y sin invitarla a sentarse corrió hacia el interior.
- Déjame poner estas en agua.
Fue a su recámara, desbaratando un poco las flores. Quitó la lista de youtube de Rod Steward y puso su
disco de 20 Éxitos de Gloria Estefan. Le había traído buena suerte, las últimas dos veces que había
ligado había sido al son de Come on, shake your body baby, do the conga.
Luego corrió a la cocina, desbaratando las flores un poco más, y buscó donde ponerlas. Sin pensarlo
mucho tomó un traste de cerámica, elegantemente decorado, las puso ahí y les echó agua. Regresó a la
sala.
- Sarah, perdón. ¿Qué te ofrezco, una taza de café? ¿Una copa?
- Un café, por favor.
Carlos dejó el traste con las flores sobre la mesa, volvió a la cocina, metió dos tazas al microondas y
sacó un boté de Nescafé.
- ¿Sabes, Carlos? Cuando me invitaste a salir, me puse un poco nerviosa – le dijo Sarah mientras
regresaba a la sala – Digo, aunque sólo sea una clase de zumba, tú eres mi maestro. No sabía bien como
tomarlo.
Carlos decidió que era el momento de jugarse el todo por el todo. Puso su mejor cara de amante latino,
y tratando de imitar a Antonio Banderas le dijo.
- Beibi, desde que te vi estoy prendado de ti. Despiertas en mi una pasión, un frenesí que incendia mi
sangre latina. No podía contenerme – dijo mientras daba un paso hacia Sarah – tenía que saber si
sentías lo que yo sentía, si sentías tu sangre…
Sonó el cerrojo de la puerta. La madre de Carlos regresaba, y sin ver que interrumpía ni saludar a
Sarah, gritó.
- ¡¡La bacinica!!
Carlos se volvió a poner pálido.
- ¡Carlos, pusiste la bacinica en la mesa de la sala! La acababa de aceitar y ahora voy a tener que
lavarla y ponerle aceite otra vez.
La madre de Carlos tomó la bacinica con gesto de asco, tiró las flores en un bote de basura, y caminó a
la cocina.
- Is that your mom? Porqué está enojada tu mamá.
- Eh, nada Sarah. Mira, mejor salgamos.
- ¿Es alérgica a las flores? ¿Hice mal en traerlas?
- Conozco un restaurante mexicano aquí cerca, El Serrano, preparan chiles rellenos. ¿Te gusta la
comida mexicana?
La madre de Carlos regresó, y sin saludar o siquiera parecer notar la presencia de Sarah, se soltó a
hablar.
- Esa era la bacinica de tu abuela, de Pita, Dios la guarde. Es una bacinica muy fina, de Fábricas de
Francia que pidieron de importación, pero Carlos. ¡¡Es una bacinica!! Es una cochinada que pongas eso
en la mesa donde ponemos la botana, mi rey.
Carlos sabía que Sarah hablaba algo de español, pero esperaba que no pudiera entender la retahíla de su
madre.
- Buenas noches señora – dijo Sarah con un mejor español que el inglés de Carlos – mi nombre es
Sarah, soy alumna de su hijo en el gimnasio.
- ¡Ay! Mi amor, ni te vi. Es que cómo se le ocurre a Carlos, la bacinica en la mesa.
Carlos de nuevo se puso rojo.
- Mira mamá, estábamos por irnos. Si quieres te traigo algo del estanquillo cuando regrese.
Tomó a Sarah del brazo, cogió su sombrero colombiano y sin esperar a que su madre respondiera salió
jalando a su cita.
- Que bonito sombrero Carlos. ¿Es de Medellín?
- ¿Medellín? No sé, no conozco España – respondió Carlos casi sin pensarlo mientras se alejaba de su
casa como quien se aleja de un incendio.

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