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Conferencia 31 – Sigmund Freud

La Descomposición de la Personalidad Psíquica (1932)


En esta conferencia Freud nos habla de la descomposición de la personalidad psíquica,
comenzando con hacer referencia al punto de partida del trabajo psicoanalítico, el
síntoma, definiéndolo como lo más ajeno al Yo que se encuentra en el interior del alma.
El síntoma proviene de lo reprimido, subrogado ante el Yo. Para poder comprender
mejor lo que Freud nos menciona, es necesario dar un recorrido por la Segunda Tópica
que él propone, en donde se contiene la explicación de las instancias psíquicas: Ello, el
Yo y el Superyó. Primero hablaremos del Yo, que se encuentra volcado al mundo
exterior y esto lo hace mediante la percepción – consciencia, el Yo es un fragmento del
Ello pero modificado, debido a la relación que mantiene con el mundo exterior y con las
amenazas de éste, así mismo, el Yo es la parte consciente basada en la razón y la
prudencia, quien logra el equilibrio entre el Ello y el Superyó. Por otro lado se encuentra
el Superyó, que surge de la premisa de observación y funciona en forma de conciencia
moral, aprobando o reprobando las acciones del Yo. La instancia observadora es la
parte que observa la conducta del Yo y amenaza con castigos, mientras que la
Conciencia moral enjuicia y castiga directamente. El Superyó, en otras palabras, es la
instancia que actúa como juez o censor del pensamiento y, por ello, es quien internaliza
los valores, la moral, los ideales y lo que “debemos” hacer o no hacer. El Superyó
persigue sus propósitos, es independiente del Yo en cuanto a su patrimonio energético
y goza de cierta autonomía ante las otras instancias. El Ello, por otra parte, es un lugar
inaccesible de la personalidad inconsciente que tiene el afán de satisfacer sus
necesidades pulsionales, en donde se alojan deseos que fueron reprimidos. Freud nos
menciona que el Ello se rige con base en el principio de placer y que constituye la parte
más primitiva de la mente humana, el Ello puede evidenciarse en el proceso analítico.

Entendiendo los conceptos anteriores podemos decir que la formación del Superyó nos
habla de la génesis u origen de la conciencia moral y por consiguiente, si la conciencia
moral es algo en nosotros, no lo es desde el comienzo, pues al nacer ésta no existe
sino que se va formando de a poco a medida que nos vamos desarrollando en nuestro
ambiente externo, sin embargo, la vida sexual está ahí desde nuestro nacimiento,
trayendo consigo el Ello. Comprendiendo esto podemos decir que un niño al nacer se
considera amoral, ya que no posee inhibiciones internas contra sus impulsos que sólo
quieren alcanzar placer. Sin embargo, más adelante se formará el Superyó gracias a la
autoridad de los padres rigiendo al niño, otorgándole a éste premios y amenazas por su
comportamiento, es decir, la autoridad paternal será quien desempeñe el papel del
Superyó mientras éste se forma dentro del niño. Sin embargo y como lo hemos
planteado con anterioridad, más tarde se desarrollará la situación secundaria
considerada normal: en lugar de la instancia parental aparece el Superyó que ahora
observa al yo, lo guía y lo amenaza, como antes lo hicieron los padres. El Superyó no
es sólo el sucesor de dicha instancia parental, sino de hecho su legítimo heredero
aunque parece haber tomado sólo el rigor y la severidad de los padres, su función
prohibidora y punitoria, en tanto que su amorosa tutela no continúa. Y puede adquirir
ese mismo carácter de rigor aunque la educación fuera indulgente y benévola, a esto
se le conoce como trasmudación del vínculo parental en el Superyó. A partir de este
camino el niño comienza a tener una identificación, que es una forma muy importante
de la ligazón con el prójimo, probablemente la más originaria; no es lo mismo que una
elección de objeto. La diferencia es que la identificación es querer “ser” (el niño se ha
identificado con el padre cuando quiere ser como el padre) y la elección de objeto es
querer “tener” (el niño ha hecho una elección de objeto cuando desea
poseerlo, tenerlo.) En la identificación su Yo se alterará siguiendo el arquetipo del
padre; en la elección ello no es necesario. Igualmente uno puede identificarse con la
misma persona a quien se tomó. La institución del Superyó se describe como un caso
logrado de identificación con la instancia paternal. Cuando el niño quiere ser como su
padre comienza a desarrollarse el Complejo de Edipo, en donde el niño renuncia a las
investiduras de objeto que había depositado en sus progenitores y como resarcimiento
por tal perdida de objeto se refuerzan dentro de su Yo las identificaciones con los
mismos, sin embargo el Superyó resulta mutilado en sus fuerzas y configuración
cuando el Edipo se ha superado de manera imperfecta.

Por otro lado también se nos habla del Ideal del Yo, este ideal es con el que el Yo se
mide, es al que aspira alcanzar y cuya exigencia de una perfección cada vez más vasta
se empeña en cumplir. Ese ideal del Yo es el precipitado de la vieja representación de
los progenitores, expresa la admiración por aquella perfección que el niño les atribuía
en ese tiempo. Después de este Ideal, el niño comienza a edificar su Superyó a través
del Superyó de los mismos padres, ya que se llena con el mismo contenido que
deviene portador de la tradición y cultura que los progenitores depositan en el menor.
Esto está ligado a la relación con la represión, ya que la represión es una obra del
Superyó.

Freud concluye esta conferencia diciendo que el Yo debe fortalecerse y hacerse más
independiente del Superyó, así como también debe ensanchar su campo de percepción
y ampliar su organización de manera que pueda apropiarse de nuevos fragmentos del
Ello, en donde el Ello era y el Yo deviene. Esta es la tarea fundamental del
psicoanálisis.

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