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MUERTO DIOS, DESTRUYAMOS SU IMAGEN

Manuel Alcalde Moreno. Universidad de Sevilla.


En la milenaria cultura hebrea hay dos rasgos que resultan sorprendentes por su novedad: su
monoteísmo, en un momento en que a las culturas más avanzadas todavía les quedan muchos
siglos de politeísmo, y el shabat, un día de descanso obligatorio semanal, muchos siglos antes
de que surgieran los primeros derechos laborales.
Es muy difícil relacionarse con un Dios sin rostro y sin nombre, razón por la que la idolatría ha
sido una tentación constante en la historia de Israel. Sin embargo, Dios no dejó al ser humano
a ciegas, le dejó una pista en lo que podríamos llamar su proyecto de la creación, el libro del
Génesis (1,27): Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó,
macho y hembra los creó. Es sorprendente esta identificación, imagen de Dios = hombre y
mujer. A Dios no se le puede ver, pero nos ha dejado su imagen. Poco más adelante, el
“proyecto” añade algo fundamental para el diseño: Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne. Así que el hombre y la mujer,
superando condicionantes y tabúes heredados, formando una nueva familia, un nuevo cuerpo,
se convierten en imagen de Dios.
Resulta llamativo, aplicando el método de la Cábala, que la suma del valor numérico
correspondiente a las letras de los nombres de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob da el
valor 13, si hacemos lo mismo con los nombres de sus esposas también da 13, y la suma de
ambos valores, 26, es precisamente el valor de la suma de las letras del nombre de Dios.
Sin necesidad de “hacer cábalas”, parece que san Pablo estaba bastante emocionado con el
significado de esta unión hombre-mujer. Dice a los Efesios: Gran misterio es éste, lo digo
respecto a Cristo y la Iglesia. San Juan, comienza su evangelio como el Génesis (En el
principio...) y en sus cartas no se cansa de decir que Dios es Amor. Al fondo late la admirable
ecuación: Imagen de Dios = hombre y mujer = amor = Cristo.
Pero han cambiado los tiempos. Hoy emerge una contracultura que supone un cambio radical
de paradigma. Nuevos profetas anuncian que a Dios, creador o no, hay que matarlo ¡Hay que
liberarse de su yugo! No parece que el nihilismo nos haya liberado de nada, pero lejos de
llevarnos esto a una profunda reflexión, se está produciendo una terrible huida hacia adelante:
“hemos matado a Dios, destruyamos su imagen”. ¿Cual es la imagen de Dios? Macho y
hembra los creó. La maquinaria destructora de esta imagen se llama “ideología de género”.
Eso de que Dios crea al ser humano como hombre y mujer, ni hablar. Ser hombre o mujer es
una construcción social, eso lo decido YO con la educación. Ratzinger, con su brillante
precisión conceptual, decía que la ideología de género es la última rebelión del hombre contra
su condición de creatura.
La revolución sexual del sesentayochismo que desligó sexo-amor es hoy superada con un salto
adelante: la desvinculación sexo-género. Resulta un enigma que haya hoy quien pueda creer
semejante ideología. De nada ha servido el tremendo fracaso de John Money, en su
experimento de reasignación de sexo, que pretendían ser la prueba científica de esta conjetura
(cuesta llamarla teoría), y que acabó en suicido. Tampoco se ha querido prestar atención a
Milton Diamond que ha demostrado que la testosterona ya influye en el cerebro de los fetos
orientándolos sexualmente antes de nacer, y que, por tanto, no es cierto que se nazca
sexualmente neutro. También resulta extraño el interés que ciertas estructuras de poder tienen
en difundir este descarrío.
Destruyendo al hombre y la mujer -y podríamos añadir matrimonio y familia- se destruye una
imagen de Dios, pero queda otro atentado perpetrado en nuestros días. Hay otra imagen de
Dios que se revela en la carta a los Hebreos, en la que se habla de Cristo como resplandor de
la gloria de Dios e impronta de su sustancia. La expresión “resplandor de la gloria” nos lleva
inmediatamente a la cruz gloriosa de Cristo y la sugerente “impronta de la sustancia de Dios”
al mensaje que dicha cruz nos transmite, de cómo Dios ama a todo ser humano.
Pero ¿cómo es posible que un hombre colgado en la cruz, destrozado, sangrante, sea
resplandor de gloria? En su tiempo, eso era escándalo para los judíos y necedad para los
gentiles. Era una imagen horrible, un ajusticiado. El arte y la costumbre han dulcificado esta
imagen y hasta nos parece bonita, nos adornamos con ella; pero es dura, cruel, aterradora.
Entonces, ¿cómo puede ser impronta de la sustancia de Dios? La razón es que la impronta no
está en la imagen del dolor sino en la del Amor. Cristo crucificado expresa el Amor con que
Dios nos ama, amor total, entrega total, esa es su sustancia. En la Catedral de Sevilla tenemos
el Cristo más bello del arte universal, el Cristo de la Clemencia, que Martínez Montañés
esculpió presentándolo aún vivo, y que nos mira con una mirada de amor infinito. Desgraciada-
mente, unas rejas nos impiden situarnos a sus pies para poder mirarlo a los ojos.
Pues bien, Europa estaba sembrada no hace mucho de cruceiros, crucifijos, cruces, en las
cimas de los montes, en las encrucijadas de caminos, en los hospitales, en las escuelas, en
las casas... La mayoría de estas cruces han sido derribadas, abandonadas o destruidas -a
veces parece que con saña.
Dice la misteriosa oda 24 de Salomón: el Señor mostró el diseño de su amor, diseño de arte
inefable para cada hombre.… Más los diseños se perdieron, los diseños de aquellos que no
quisieron hacer su voluntad, y lloran los ángeles del cielo (Oda 24). Quizás este llanto de los
ángeles sea una forma de expresar cómo se percibe en el cielo esta destrucción del hombre
y la mujer, de la cruz de Cristo, diseños de arte inefable...

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