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Carlos Lara G.
La miopía política de los gobernantes del momento terminó con los proyectos
educativos y culturales impulsados por Vasconcelos. La revista El Maestro
despertó la envidia de los mediocres colaboradores del Presidente Obregón,
quienes llevaron hasta sus oídos el rumor de que era un medio publicitario de
Vasconcelos y el Presidente cortó el presupuesto. Lo mismo ocurrió con las
misiones culturales, que dejaron de recibir un apoyo decidido; y qué decir de
los indígenas que sólo lograron triunfar en los murales, como diría el propio Ex
Secretario. Los desayunos escolares no pudieron tener peor final al ceder el
paso a la comida chatarra que hoy tiene México como el país número uno en
obesidad infantil. De la misma manera, los maestros terminaron agremiados en
un deshonroso sindicato. En relación al trabajo de la poeta Gabriela Mistral, fue
lamentable la forma en que la mediocre y acomplejada prensa mexicana de la
época la atacó por el sólo hecho de ser extranjera. Los ataques iban desde
negar su trabajo rural, hasta apropiarse de la reforma educativa impulsada por
Vasconcelos, pasando por lo que el gobierno gastó en ella durante su estadía.
Años más tarde, la mediocre prensa mexicana se daría cuenta de que esa
mujer, a quien por complejo de inferioridad atacó injustamente, sería la primera
Noble latinoamericana. Y del muralismo sólo apuntar que ese gran movimiento
plástico que Vasconcelos concibió como parte de una estética y de una mística,
terminó en una nefasta “cultura del mural” que nos inculcó desde las aulas
escolares a través de los libros de texto gratuitos, el evangelio de una
Revolución que fijó en generaciones de mexicanos la visión de los vencedores
y vencidos de la historia.
Para entender a Vasconcelos, es necesario considerar 1929 como un parte
aguas en su vida y obra. Después de aquella amarga aventura se transformó
en un ser para el que la palabra “todo” era la única medida de las cosas.
Como intelectual implementó un paradigma de promoción cultural del que
todavía perviven algunos rasgos. Sin embargo, en lo personal no comparto el
planteamiento del escritor Carlos Fuentes, quien señala que México necesita
otro Vasconcelos. Comparto la propuesta de la antropóloga Lucina Giménez
sobre la necesidad de que los gestores culturales, superen ese modelo y se
asuman, no como misioneros, sino como profesionales de las políticas
culturales.
En cualquier parte del mundo Vasconcelos sería un orgullo nacional sin
reservas. Sin embargo, le faltó lo que el mismo decía le faltó a Madero: ser un
asesino y un corrupto. En cualquier país medianamente agradecido tendría por
lo menos un monumento digno. A su muerte, figuraba como candidato al Nobel
de Literatura pero no fue así. Comenzaron a colocar su nombre en algunas
calles del país y el gobierno incluso buscó erigir un monumento, pero la
exigencia del maestro de la juventud, fue inaceptable. Pidió que de hacerse,
debería llevar como inscripción: “Elegido Presidente de la República por el voto
popular en el año de 1929, se desconoció su triunfo”.