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II
IV
.Mi abuelo, que tiene 75 años y es casi ciego por las cataratas me
dice hoy: “Tu abuela es la mujer más hermosa, ¿a que sí?”.
He pensado por un momento y luego le he dicho: “Sí. Apuesto a
que de tanto verla ya te habrás acostumbrado”. “Cariño, veo su
belleza todos los días. De hecho, la veo más ahora que cuando
eramos jóvenes”.
VII
VIII
XI
A los 19 años perdí una pierna. En aquel tiempo salía con una
chica y estábamos enamorados. De repente, ella se fue
al extranjero, alegando que lo hacía para ganar dinero para
nosotros. Quería creérmelo, pero entendía que me estaba
mintiendo. Un día le dije que quería dejarla, porque era lo mejor
para ella. Aproximadamente un mes más tarde, estaba en casa
cuando sonó el timbre. Agarré mis muletas, abrí la puerta ¡y allí
estaba ella! No tuve tiempo de decir nada cuando recibí una
bofetada en la cara, no pude aguantar de pie y me caí. Se sentó
a mi lado, me abrazó y me dijo: “Idiota, no te abandoné. Mañana
vamos a la clínica, donde te podrás probar tu prótesis. Me fui
a ganar dinero para ti. Puedes volver a caminar de nuevo,
¿entiendes?” En ese momento, sentí un nudo en mi garganta,
no podía decir media palabra. La abracé con fuerza
y simplemente me eché a llorar.
XII
XIV
Recientemente nos mudamos a un apartamento en San
Petersburgo, ciudad que estuvo bloqueada durante
la Segunda Guerra Mundial. En el inmueble comenzamos con
las reformas. Cuando desmontamos uno de los suelos,
encontramos un nicho con unas cartas: una mujer, Ana, que
escribía a su marido, Eugenio, al que le contaba cómo vivía
allí con sus tres hijos, o mejor dicho, cómo sobrevivía, cómo
la ciudad resistía y cómo todos ellos esperaban reencontrarse
con él. La última carta nos llegó al fondo del
alma: “Te estamos esperando, Eugenio. No puedo escribir
más, se me ha agotado ya el lápiz, pero voy a pensar en ti.
Siéntenos, mira al cielo y siéntenos”.
XV
Salía con una chica normal, muy guapa, mimada por una
buena vida. Con ella, era fácil pasarlo bien y mis ingresos
me permitían satisfacer sus caprichos. Le propuse
matrimonio y ella aceptó. Pero tan solo un par de semanas
más tarde, sufrí un accidente y como consecuencia, una
parálisis parcial. Esta niña mimada se convirtió durante
varios meses en mi enfermera, una mujer cariñosa
y mi amiga de confianza, a pesar de que yo me sentía
impotente y miserable. Vendió muchas cosas sin las cuales
yo pensaba que ella no podría vivir. Aprendió a cocinar
porque yo necesitaba una dieta especial. Me prohibió pedir
disculpas. No había sombra alguna de duda, ni de disgusto
o miedo que pasase por su rostro durante todo este tiempo.
XVI
XVIII
XIX
2004/2019