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El cuerpo visible muestra las fuerzas invisibles por las marcas que éstas
dejan en él, y al hacerlas visibles las potencializa y eleva a un nivel
superior, vital. Incluso cuando esa fuerza es la muerte, al volverla
sensación pictórica, se vuelve rayo intenso, poder de risa de la vida, dirá
Deleuze. El horror se vuelve vida; la abyección, esplendor. El pesimismo
cerebral se vuelve optimismo nervioso. Es que, aunque la fuerza no sea
sensación, ante nosotros llega como tal. La sensación es la traducción
pictórica (a través de todos sus elementos) de la fuerza.
Pero ¿cómo surge en la tela una fuerza nueva, por ejemplo, si la tela y el
pintor, antes incluso del acto de pintar, están repletos de imágenes, clichés,
probabilidades? Francis Bacon insiste en que el artista debe, antes que
nada, limpiar la tela, luchar contra esa figuratividad pre-pictórica como
contra un destino, una herencia, una necesidad, desorganizándola, dando
una oportunidad a lo improbable. “Extraer la Figura improbable del
conjunto de las probabilidades figurativas”. Eso puede lograrse dejando
marcas manuales del azar, marcas libres, pre-pictóricas, pero son ya, en
otro sentido, una elección, pues esas marcas serán reutilizadas para liberar
alguna Figura. Pueden ser trazos y líneas, pueden ser manchas y colores
sobrepuestos en una figura, prolongando una boca, creando una zona de
indeterminación en un detalle cualquiera. Marcas involuntarias, dice
Bacon, que funcionan como especies de diagrama. “Se ve implantar, al
interior de ese diagrama, posibilidades de hechos de todo tipo”. Un
retraimiento puede contener el Sahara, una piel, un rinoceronte, etcétera.
El diagrama son esas marcas involuntarias, libres, irracionales,
accidentales, insignificantes y asignificantes, confusas, hechas a mano con
una esponja, trapo, cepillo, “como si la mano conquistara una
independencia y pasara al servicio de otras fuerzas, trazando marcas que
no dependen ya de nuestra voluntad ni de nuestra vista”. La intrusión de la
mano desorganiza el control óptico y figurativo, provocando una
catástrofe, un caos.
Para Deleuze, hay tres formas modernas de lidiar con ese caos: la
abstracción, el expresionismo abstracto y la “tercera vía”.
La tercera vía, elegida por Bacon, por ejemplo, rechaza tanto la abstracción
como el expresionismo abstracto. En el primero ve un cerebralismo visual
que, al despreciar la acción directa sobre el sistema nervioso, neutraliza la
tensión, interiorizándola en la forma óptica y codificando lo figurativo. En
cuanto al expresionismo, la “tercera vía” considera que el diagrama, al
absorber la tela, provoca la catástrofe y la sensación confusa. Es necesario,
dice Bacon, controlar el diagrama, confinarlo a una región de la tela, evitar
que prolifere, que aborte sus posibilidades. Debe ser operativo. Es la
posibilidad de hecho, pero no el Hecho en sí. Éste debe emerger de la
catástrofe, desmarcarse de ella, haciendo claras las líneas y nítidas las
sensaciones. Es lo que Deleuze llama la “utilización moderada del
diagrama”. El diagrama es la catástrofe, pero no debe producir catástrofe.
Es una zona mixta, pero no por eso debe producir lo indiferenciado. Es el
mapa de la mezcla de fuerzas, que dibuja el recorrido posible de la materia
movimiento; no un recorrido, mucho menos dos, sino la guerra de los
posibles. El diagrama es multipotencial y plurilineal, y, en esa
simultaneidad de posibilidades, es el caos-germen. Es una catástrofe
necesaria, que en algún momento necesita intervenir para limpiar la tela
de los clichés y para que las formas virtuales se coloquen a merced de todas
las fuerzas involucradas. Por ejemplo, los planos se liberan de la
perspectiva, el color y sus modulaciones de las oposiciones claro/oscuro,
luz/sombra, y el cuerpo se libera del organismo, rompiendo la relación
entre forma y fondo, todo gracias a la catástrofe, al diagrama y al
desequilibrio que éste provoca. Pero la triple liberación del plano, del color
y del cuerpo sólo se hace efectiva cuando se está libre de esa catástrofe que
la viabiliza.
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