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Desde sus primeros años, la econom ía-m undo capitalista, que 11111
ciona desde por lo m enos hace cinco siglos, ha provocado siempre fuer! 1■ .
resistencias por parte de los trabajadores, y ello bajo form as diversas: n
vueltas campesinas, m otines de hambre, movimientos mesiánicos, e ¡11
cluso diversas form as del bandidism o social. Pero es hacia el siglo XIX
que, por prim era vez, se han constituido m ovim ientos antisistémicos, |><>
líricos, organizados y durables, lo que ha sido una notable creación social,
a la cual no obstante y durante m ucho tiempo, se le ha dado m uy poca
atención, adem ás de no haberla analizado tam poco suficientemente.
E sta creación de un instrum ento del cam bio social, si bien se lia
revelado com o algo m uy eficaz, ha conocido al m ism o tiem po ciertos
lím ites. Y es esta realidad contradictoria, doble, la que puede explicar
el curioso fenóm eno que se desarrolló después de 1945. En efecto, niien
tras que durante este periodo de la segunda posguerra estos m ovim ic 11
tos parecían estar m ás fuertes que nunca, es en esta m ism a época cuan
do se han m anifestado las dudas m ás grandes respecto de su capacidad
para alcanzar sus propios objetivos, paradoja aparente que resultaba
de las presiones contradictorias nacidas tanto de la estructura coin<><le
las estrategias de estos m ovim ientos.
E ntonces, no se puede com prender lo que ha sucedido después
de 1945 m ás que desde el contexto de la historia propia de esos moví
m ientos, y esa historia debe necesariam ente partir de la época de la
27 Este texto fue publicado originalmente en inglés como capítulo del libro colectivo tilulmln
Transforming the Revolution, que incluía también ensayos de Giovanni Arrighi. Samir Amíu v
André Gunder Frank. La presente traducción al español está hecha, en cambio, de la versión di
ese libro en francés, titulada Le granel tumulte? Les mouvements socictux dans!'économic-monih1
Ed. La Découverte, Paris, 1991, pp. 10 - 55. La traducción del francés al español es obra di
Carlos Antonio Aguirre Rojas.
u» 11isloriji y dilrm.r. <l<* los movimientos antisistémicos
i'ial otom ano, y sobre todo, cuando este últim o se oponía a sus intere
ses. I’ero al m ism o tiem po, esas dos potencias se opusieron a los planes
de; este proyecto, cuando intentó crear un Estado egipcio efectivam ente
fuerte y autónom o. Finalm ente, una tercera posibilidad fue la recons
trucción desde afuera, y es el caso de la conquista de A rgelia por parte
de Francia y de su colonización a partir del año de 1830. En este caso,
observam os inm ediatam ente u n a fuerte reacción, en la cual es posible
encontrar los orígenes del nacionalism o argelino m oderno, el Estado
de A bd E l-kader y su resistencia a la conquista.
Estos intentos de m ovim ientos organizados eran todavía m uy con
fusos, como era de esperarse en un periodo en el que se intentaba lo que
podía intentarse, sin demasiados análisis o debates estratégicos. Porque
estos últim os han surgido verdaderam ente, sólo a partir del ambiente re
volucionario de 1848 y de las derrotas políticas que lo han acompañado.
En 1848, por vez primera en Francia, un grupo político cuya base era
proletaria ha intentado seriam ente conquistar el poder del Estado en be
neficio de la clase obrera, junto a la legalización de los sindicatos y el con
trol obrero sobre los lugares de trabajo. El intento fracasó, la guerra civil
irrumpió en el mes de junio, siendo una guerra civil corta pero de una
violencia extrema, y después el orden fue restablecido por medio de una
dictadura m ilitar con rasgos populistas, bajo la égida de Napoleón III. Esl <>
com probaba que la victoria del movimiento social no llegaría fácilmente'.
Sabemos bien que uno de los análisis políticos m ás conocidos de Carlos
M arx se refiere a estos acontecimientos y a su prolongación, en la obra Id
dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte, y esto no es una casua
lidad. Com o no lo es tam poco el hecho de que el texto estratégico funda
m ental del movim iento social moderno, el que ha ejercido la más grande
influencia sobre ese movimiento es el del Manifiesto del Partido Comu
nista, que fue publicado precisam ente a comienzos de 1848, es decir antes
de la insurrección de junio, la que precisam ente ha provocado que un pan
fleto, que en otras condiciones quizá habría estado destinado a perderse
en la oscuridad, haya en cambio podido dar nacim iento a un movimiento
de am plitud mundial.
Pero 1848 no ha sido solamente una enseñanza fundamental para el
movimiento social, tam bién ha sido la época de la “primavera de las nació
nes”, seguram ente m uy breve, pero que ha establecido también ciertas lec
ciones im portantes para el futuro. Porque es claro que ha sido la coyuntu
ra internacional desfavorable la que provocó la derrota de los distintos
intentos por crear nuevos estados soberanos, sobre la base de reivindica
ciones que eran a la vez constitucionales y nacionales (en Alemania, en
Italia y en Hungría). De esta experiencia, era necesario concluir que los
in I listoria y dilemas di* los movimientos antisisLéniicos
...... 111111 ■111uní iac i(males no podrían triunfar sin estar acom pañados de una
i i >\ niiliu .i internacional favorable, que les perm itiese encontrar aliados
' 1111 r I,i:, i',i;111<les potencias. En resumen, la revolución nacionalista no era
un proceso más fácil que el de la revolución social, y ellas debían, ambas y
i lula una por su lado, contar sobre todo con sus propias fuerzas, y esas
lo* i a era necesario construirlas y organizarías.
Entonces, la gran lección de 1848, es que todos esos m ovim ientos
1 ni ni necesidad de una organización política estable, capaz de llevar a
• nimias» liversas luchas durante largos años; ésta era un arma indispensa-
l i' 1>¡ira la victoria, y este axiom a ha sido la base de la estrategia de todos
I ■ movimientos de cierta im portancia a partir de esta, fecha. Algunos di-
1nn, incluso, que esta lección fue dem asiado bien comprendida.
Naturalm ente este principio no fue adm itido de entrada sin dis-
eusión. Muy por el contrario, entre 1848 y la insurrección obrera si-
•uirnle, la de la Com una de París en 1871, la discusión fue inten sa y se
l n 'I. o izó, de un lado, en el debate entre los m arxistas y los anarquistas
en el seno de la Prim era Internacional, fu n d ad a en 1864, y de otra p ar
le. entre los m arxistas y los proudhonianos.
I’ara los proudhonianos, la salida consistía en salirse y ubicarse fue-
ra del circulo de las relaciones de la producción capitalista, y para los
¡1narquistas el objetivo era la destrucción del Estado, en tanto que base de
I*>tl<>el sistema; tales eran los verdaderos m edios de realizar, según ellos,
los objetivos de la clase obrera. Por su lado, los m arxistas juzgaban que
dicho retiro sería una estrategia destinada al fracaso, y de ninguna manera
.ilgo progresista; y en cuanto a la destrucción del Estado, ella no sería tan
lácil de cumplir como lo creíanlos anarquistas. En lugar de estas dos vías,
lo que los marxistas proponían era más bien una em presa m etódica de
conquista del poder del Estado, apoyándose en el potencial revolucionario
t le aquellos que “no tienen nada que perder, m ás que sus cadenas”, es de
cir la clase del proletariado industrial. Poniendo el acento sobre la organi
zación colectiva, despreciaban todo aquello que parecía derivar del indivi
dualismo, no obstante, sin rechazar la m oral del trabajo; aunque conci-
Itiendo que esta últim a debería de ser aplicada, específicamente, sólo por
aquellos que estaban dispuestos a em plearla al servicio del bien común.
I -as estrategias proudhonianas y anarquistas eran consideradas no sola
mente com o ineficaces, sino tam bién com o posiciones que fácilm ente se
prestaban a derivar en una vida de bohem io, a degenerar en com porta
mientos similares o próximos a los del lum penproletariado, o dicho de
»>t ra manera, a com portam ientos irresponsables y políticam ente dudosos.
Por el contrario, para los marxistas, el cam bio social debería ser el resulta
do final de esfuerzos rigurosos y conscientes.
linmanuel Wallerstein 4
Tam bién es necesario considerar que la Com una de París fue desd
muchos puntos de vista un acontecimiento sorprendente, porque ella n
nació de una empresa m etódica y consciente, sino más bien de una situ;:
ción política particular: la de la derrota de Francia en la guerra de 1870, e
contra de Alemania. Es claro que la Com una sería destruida y m asacrad
por una fuerza armada, derivada de una alianza de las clases dominante
francesa y alemana. Pero no es menos cierto que esa Com una nos habí
dado la prueba de la capacidad de las clases obreras para organizarse rápi
da y adecuadamente en el contexto de una situación revolucionaria, moví
lizando en torno de ella un amplio apoyo de las masas, y m ostrándos
como particularm ente apta para la creación y la inventividad social.
Y súbitamente, ella ha dado también un sentido concreto al concep
to de “dictadura del proletariado” (un sentido pasajero, evidentemente
concepto destinado, a partir de ese momento, a tener una m uy larga vid?
Y es así que en 1872, los marxistas vencerán definitivamente en el seno d
la Internacional sobre los anarquistas bakuninistas, aunque la Internado
nal misma, que ha reunido en su seno a un conjunto de movimientos m á
bien débiles, se apagará cuatro años después, al igual que varios de eso
m ovim ientos débiles. Entonces, en el periodo siguiente, y en sustituciói
de esta Primera Internacional, en la m ayor parte de los países de Europ;
Occidental se organizarán partidos obreros sólidos y metódicos, lo mis un
que poderosos sindicatos. Y ambos, estos partidos y estos sindicatos, se
rán los que constituyan la base de la Segunda Internacional.
De este m odo, entre 1870 y 1914, y com o el debate sobre la orga
nización política había sido ya resuelto, las discusiones se centraroi
sobre tres tipos de problem as nuevos.
I" 'l'" I" olm m:; tenían derecho, no de las manos;de los patrones, sino
"i i l'H'ii dr I.i•• manos del Estado. Sus m edios de acción eran análogos a
I" d. los sindicatos: el empleo de una cierta form a de violencia en contra
di l Estado, y lamí>ién las negociaciones con él. Se puede entonces pensar,
i I- i i lu d i r í a s similitudes, que los esfuerzos de sindicatos y de partidos
sr liahi i.m podido fácilm ente sincronizar y armonizar. Pero en aquellos
lu mpo:; surgió fatalmente el problem a de las prioridades y de las jerar-
11uta:; cn t re los dos tipos de organización, y esto se com plicó rápidam ente,
I'<a la emergencia de dos tendencias -llam ad as por algunos “desviacio-
i ir . , y que se repartían de manera desigual en el seno de esas organiza
ciones.
l ,a prim era tendencia fue el resultado de la aparición de esa capa
*Iiii■, de una m anera peyorativa, fue nom brada “aristocracia o brera”, o
II icl 10 de otro m odo, de una capa de obreros altam ente calificados, me-
|or pagados, y que eran frecu entem ente conservadores en m ateria de
reivindicaciones políticas - e s to , en razón de su “posición de clase”, en
la m edida mism a en que ellos ya tenían algo m ás que perd er que sola
m e n t e sus cadenas— . A h ora bien, es im portante subrayar que fue pre-
i e ;a 111e n te en el seno de esta capa obrera que los sindicatos h abían echa-
do inicia luiente raíces. V isto desde la lejanía, nos parece ahora in evita
ble que hayan sido esos obreros los que tuvieron un lugar tan despro
porcionado en el seno de esas direcciones sindicales. Lo que entonces
derivó, rápidam ente, en el hecho de que las reivindicaciones sindicales
■ o concentraron, fundam entalm ente, en torno de la lu ch a p o r las nece
d a d e s m ateriales m ás inm ediatas.
I ,a otra tendencia había nacido de la evolución de los partidos so
lía listas, los que tend ían hacia la construcción de una suerte de alianza
de clases, en la m edida en que atraían h acia ellos, cada vez m ás, a cier-
tos intelectuales de origen burgués. V arios de estos últim os, gozaban
de buenas situaciones profesionales en el seno de las clases m edias, e
incluso de las clases altas. Pero sobre todo a partir de su form ación,
estaban bien entrenados en el ám bito de las tareas de la organ ización
que eran indispensables para un partido político. M ucho m ás que los
obreros calificados, estos intelectuales se m ostraron com o capaces de
ocupar los puestos de responsabilidad, cada vez m ás num erosos, den
tro de los aparatos de dirección de esos partidos. Y entonces, em peza-
ron a ver el rol del partido com o el de una vanguardia, encargad a de
m antener en el cam ino correcto a un sindicalism o que estaba d o m in a
do por la aristocracia obrera.
a. Los gérm enes de estas contradicciones estaban entonces ya sem
brados desde este periodo, aún cuando en aquellos tiem pos no tom aran
Iimiumiicl W iiIIcmnIcíii i i
com o a los “cam pesinos” en tanto que categorías distintas. Según este
razonam iento, era entonces vano y peligroso querer hacer m ás lento
este proceso, asum iendo la defensa de esas otras reivindicaciones, que
eran distintas a las del propio proletariado industrial. Con esto, no se
habría hecho otra cosa m ás que dividir a la clase obrera. U n punto de
vista que, por lo dem ás, estaba en plen o acu erd o con la ten d en cia
gradualista entre los socialistas.
La posición opuesta, en esta época, no consistía en un apoyo total
ni a las reivindicaciones nacionales ni a las de los cam pesinos, porque
eso se habría visto com o una traición al com prom iso in tem acio n alista
y obrero de la ideología m arxista. M ás bien, la segunda tend en cia ha
afirm ado la legitim id ad de una alianza provisional entre la clase obrera
y esos “o tros”, en virtud del argum ento de que esos “otros” eran opri
m idos por la m ism a clase dom inante, y que esta alian za era una cues
tión táctica, que debía hacerse bajo la h egem on ía “de la clase o brera”.
Por lo dem ás, dicha alianza no podía realizarse m ás que si existía un
partido de cuadros y de vanguardia para ejercer dicha hegem onía. E n
tonces, esta concepción se adaptaba perfectam ente con la perspectiva
de los leninistas, los que la han adoptado efectivam ente com o su propia
concepción.
Paradójicam ente, podem os señalar que durante la P rim era G ue
rra M un dial los “revision istas”, que se h abían opuesto violentam en te al
nacionalism o, han sido los defensores de la sagrada unión nacional den
tro de sus propios países, m ientras que por el contrario los leninistas,
partidarios de las alianzas tácticas con lo s nacionalistas, h an rech aza
do, en tanto que fieles in tem acion alistas, el otorgarle legitim id ad algu
na a esa guerra nacional burguesa.
E sta expansión de los m ovim ientos obreros organizados en E uro
pa, entre 1870 y 1914, coincidió con la últim a gran expansión territorial
de E uropa dentro de la historia m oderna, inscribiénd ose entonces d en
tro de ese contexto de la conquista colonial. Consecuentem ente, m ien
tras que los m ovim ien tos socialistas buscaban su cam ino en tanto que
m ovim ientos antisistém icos, poniendo el acento en las luchas anticapi
talistas, los m ovim ien tos nacionales en la periferia trataban de encon
trar su cam ino poniendo el acento en las luchas antiim perialistas. En
este m arco, estos m ovim ien tos nacionalistas reprodu jeron en sus p ro
pios debates acerca del rol central de la organ ización política dentro de
sus estrategias, el m ism o tipo de debates que h ab ía conocido antes el
m ovim iento socialista europeo.
Lo que podem os llam ar el nacionalism o cultural, es aquí el equi
valente de las tenden cias proudhonianas o anarquistas, es decir, la idea
Im m anuel W allerstein
de un retiro fuera del cam po de la sociedad dom inante, que debía e iiv
tuarse m ediante el renacim iento cultural y la afirm ación de su propia
identidad lingüística, artística y de sus diversos m odos de vida. En cam
bio, los nacionalistas políticos respondían un poco a la m anera de los
m arxistas, afirm ando que en el m ejor de los casos el nacionalism o cul
tural no podría alcanzar sus objetivos, e incluso peor, que él era enga
ñoso y erróneo, porque esta autonom ía cultural que no tendría el con
trol del E stado, no dispondría de la base m aterial necesaria para so b re
vivir. En resum en, tam bién aquí la conquista del poder del Estado - e n
este caso, m ediante la secesión y/o la creación de una nueva entidad
estatal— , se convertía en el objetivo estratégico prioritario, el que para
ser logrado, requería tam bién aquí de la existen cia de un partido.
El debate entre revisionistas y leninistas encuentra su paralelo, en
este caso, en el debate sobre el m étodo de cóm o realizar los objetivos
nacionalistas, habiendo de una parte aquellos que estaban por una vía
“constitucional”, es decir, de negociaciones con las autoridades exis
tentes, en vista de una transferencia gradual del poder al grupo n acio
nal im plicado, y de la otra parte aquellos que defendían m ás bien una
acción m ilitante m ucho m ás activa, con m ovilizaciones de m asa y con
confrontaciones abiertas, dentro de una lucha prolongada que en caso
de ser necesario, podría ser incluso una lucha violenta. Es interesante
subrayar, no obstante, que si en sus principios el m arxism o ha sido un
m o vim ien to c o m p ro m e tid o en u n a lu ch a re vo lu cio n a ria , y que el
revisionism o con su vía parlam entaria no se desarrolló y se fortaleció
sino m ás tarde, en cam bio y por el contrario, el m ovim iento nacionalis
ta arrancó m ás bien con el predom inio de la táctica de la vía constitu
cional en num erosos países, tales com o la India, China, el m undo ára
be, M éxico o Á frica del Sur, afirm ando su com ponente revolucionario
tan sólo en un m om ento ulterior, en el cual este com ponente radical se
consolidó.
Estas trayectorias diferentes son el resultado de los diversos terre
nos de acción geográficos, y al m ism o tiem po, de las estructuras de cla
ses diferentes en esa época. En efecto, los m ovim ientos socialistas n a
cieron en los países del centro de la econom ía-m undo, m ientras que los
m ovim ientos nacionalistas lo hicieron en la periferia. Los prim eros te
nían su base política en el proletariado industrial, antes de am pliarse
para abarcar el apoyo de los sentim ien tos anticapitalistas de vastas
m asas de la población, m ientras que la base social de los m ovim ientos
nacionalistas estaba constituida por las burguesías periféricas y por la
intelligentsia, antes de am pliarse para obtener el apoyo de los sen ti
m ientos antiim perialistas de tam bién vastas m asas o vastos grupos de
48 H istoria y dilem as d e los m ovim ientos antisistém icos
sino m ás bien que se replegó sobre ella m ism a, h acia lo que se llam ó el
“socialism o en un solo país”, y hacia stt prop ia autodefensa com o E sta
do asediado. El control del poder del Estado no fue entonces suficiente
para transform ar a la U nión Soviética, aunque sí lo fue para tran sfor
m ar a la Tercera Internacional, de ser un conjunto de m ovim ien tos p a
ralelos, a ser una estructura jerárqu ica que se adaptó a las exigencias de
un Estado en particular, en este caso, el Estado ruso. De aquí, nace la
pregunta de saber en qué m edida esa III Internacional y la U nión So
viética, ju garo n un papel de fuerzas realm en te antisistém icas al in te
rior del sistem a m undial, pregunta que quedó en suspenso desde 1920
y hasta la Segunda G uerra M undial.
D urante este periodo, las rivalidades y las m aniobras de las gran
des potencias dirigentes del m undo capitalista, que h abían y a provoca
do la Prim era G uerra M undial, han continuado causando estragos, y
preparándose para llevar a cabo la Segunda G uerra M undial. M ás ade
lante, com o sabem os, la división entre los dos bloques m ilitares de los
países capitalistas se revistió bajo la form a de una fuerte oposición ideo
lógica, tom ando la figu ra de una confrontación entre u n a coalición “li
b e ra l” y otra coalición “fa scista”. La pregunta fue entonces ¿debíam os
ver en esta confrontación, com o lo hizo Lenin durante la guerra de 1914,
una sim ple confrontación entre dos grupos de ladrones, o debíam os
m ás bien elegir entre dos cosas m alas, un a de las cuales era quizá m e
nos grave que la otra?
Las decisiones frente a esta pregunta fueron tom adas por la Tercera
Internacional, para el centro y para la periferia, de un m odo paralelo. Para
los dos sectores, los casos que sirvieron de m odelo fueron el caso de A le
mania, para los países del centro, y de China para los países de la periferia.
En Alem ania, se trataba de saber si el partido com unista debía o no parti
cipar en el “frente popular” -c o m o se les llam aría a estos frentes más tar
de— , al lado de los socialdemócratas y en contra de la derecha, y más espe
cialm ente de los nazis, o si por el contrario, debía ubicar a esos socialde
mócratas bajo la etiqueta de “socialfascistas”. En China, se trataba de sa
b er si el partido com unista debía m antener su alianza táctica con el
Kuomintag, en contra de las fuerzas im perialistas m undiales, y más espe
cialm ente en contra del Japón, o si por el contrario, debía dar m ás bien
prioridad a la guerra civil. En los dos casos no hubo nunca una respuesta
clara y neta, porque la Internacional cam bió m uchas veces de postura, y
con ella, los partidos com unistas involucrados, aún cuando el partido chi
no fue m ucho m enos dócil que el partido alemán. El m ism o tipo de proble
mas habrían de replantearse un poco en todas partes m ás adelante, en
España igual que en la India, por ejemplo.
Im m an u el W allerstein .*>i