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Kancyper - El Paciente Adicto
Kancyper - El Paciente Adicto
Introducción. Los autores que se han ocupado del estudio de los analizandos adictos,
coinciden en que la adicción sería un objeto muerto-vivo, un objeto anti-duelo que
no permite la elaboración del objeto perdido.
El objeto guarda estrecha relación con las fijaciones orales y con la muerte,
creándose una paradoja: la experiencia vital que lo preserva del derrumbe narcisista
deviene una experiencia corporal y psíquica de muerte.
Si bien por un lado este objeto parece responder mágicamente a todas las
necesidades inmediatas de evitar las tensiones internas y externas, ofreciéndose
como una tentadora promesa de heroísmo (Yo ideal mediante), conlleva a su vez el
desafío a la autoridad y promueve por otro lado una nueva forma de dependencia.
El objeto de la adicción se halla en estrecha relación con aquel de la dependencia
infantil. Pero también con otro, presente y actual, que intenta explotar esa
dependencia reanimando las fijaciones arcaicas.
Según el consenso de la mayoría de los autores, el objeto de la adicción
representaría la presentificación de un duelo patológico proveniente de una
elaboración melancólica, a partir de una simbiosis madre-hijo insuficientemente
estructurada, que alberga promesas y fines antidesestructurantes.
En este Panel que nos convoca, intentaré desarrollar que el objeto de la adicción
estaría, además de lo ya expuesto, condicionado por la patología singular del padre
con quien el analizando ha participado en la configuración de una nueva simbiosis
vicariante, estructura que denomino simbiosis padre-hijo. Esta proviene, por un lado,
de la instrumentación que emplea el hijo de la huida, no como un pasaje sino como
un proceso utilizado como defensa por exceso de las ansiedades paranoides.
Huyendo de un objeto madre amenazante hacia el refugio de un objeto padre
idealizado. Este padre intenta a su vez, por otro lado y en forma adicta, apropiarse
de su hijo-droga, programándolo como un elemento-cosa entre animado e
inanimado, al servicio de su lábil regulación narcisista.
Estos pacientes suelen presentarse a la consulta por el padecimiento de severas
alteraciones en la identidad, centrando privilegiadamente su sintomatología en
derredor de un personaje único: el padre.
Durante la primera entrevista la presencia de la figura del padre es
permanente, así como la ausencia de la figura de la madre es total. Cuando el
analista señala esta diferencia e invita al analizando a que efectúe la descripción de
la madre que ha sido omitida en su discurso, suele generalmente sorprenderse y
tener respuestas tales como: “no sabría cómo describirla, si bien mi madre vive,
para mí no existe”. O “para mí, mi madre es como un OVNI, un objeto volador no
identificado. Entre ambos males me quedo sin dudarlo con mi padre”. El objeto de la
adicción en el hijo operaría, por lo tanto, como un recurso a la vez infructuoso y
desesperado, para alcanzar una cierta y transitoria espacialización del cautiverio
narcisista parental.
II El hijo queda, por ende, apresado dentro de esta red inextricable. Imposibilitado
de liberarse de la implantación de este Dios que se apropia para sí mismo, de la
autovaloración del hijo.
Este queda sometido y empobrecido por las excesivas cargas de objeto que le son
sustraídas en aras de mantener al objeto padre engañosamente como superior y
protector.
Incapacitado, entonces, para alcanzar él mismo su propio ideal, no consigue
enriquecerse de nuevo por las satisfacciones logradas en los objetos y por el
cumplimiento del ideal debido a que se halla subsumido dentro del padre. Sus logros
no son vividos como propios sino como ofrendas para ensalzar al padre Dios. Se crea
una relación centáurica, relación en la cual el padre representa la cabeza de un ser
fabuloso y el hijo al cuerpo que lo continúa completándolo y viceversa. El hijo
adherido a tal simbiosis se vive vedado en superarlo porque atentaría contra la
fantasía del cuerpo fusionado de un dios continuado en un hijo eterno, acarreando el
peligro de la ruptura del pacto que conduciría a fantasías de fragmentación, de
descuartizamiento, de abandono y de muerte, de ambas partes comprometidas.
“Con vos hijo no puedo vivir, sin vos hijo me muero”.
Se crea por lo tanto una relación adicta de dependencia recíproca e irrefrenable.
Entre el padre erigido como droga e inductor en el hijo de su fascinación narcisista
adicta, permaneciendo ambos en un reconocimiento de báscula de intercambiabilidad
de roles.
La droga/adicción padre-hijo es una relación pasional a su vez amorosa y despótica,
de temor y de sometimiento del sujeto al objeto. Objeto que inhibe el
desplazamiento hacia otros objetos, deteniendo y reteniendo al sujeto y al objeto en
una circularidad repetitiva y en una temporalidad singular. La estructura adictiva
aparece en forma manifiesta o visible y en otras formas enmascaradas, unidas a
diversos síntomas que operarían como sus equivalentes farmacológicos.
Lo más visible sería la drogadicción, el alcoholismo, la obesidad, el tabaquismo.
Existen sin embargo ciertos hábitos que presentan una cualidad compulsiva e
irrefrenable; por ejemplo, la adicción a no poder dejar ninguna tarea o trabajo por
cumplir. En este caso el sentido del trabajo guarda semejanza con aquel paciente
que ingiere drogas en forma indiscriminada porque representa un recurso
estructurante que deviene finalmente desestructurante.
En este mismo sentido la adicción al psicoanálisis deviene un antiproceso analítico. El
analizando tras la aparente colaboración a la asociación libre y a la escucha, se
cosifica y cosifica al analista-droga para garantizar una unidad dual de inmortalidad
con su analista, que prolonga indefinidamente el proceso analítico.