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Sobre ganar

“Tú no quieres ganar la discusión. Tú quieres salirte con la tuya”. Me lo decía mi primera
suegra. Me ha saltado dentro de mi cabeza durante muchas situaciones tensas a lo largo de los
años, con un gran efecto.

Sobre el afecto

Hace 24 años, cuando dejé de beber, un veterano de la recuperación me preguntó: “¿Cómo


estás tratando al mundo hoy?” Le contesté: “Querrás decir ‘Cómo me trata el mundo a mí’.” Él
replicó: “No, es justo lo que acabo de decir. No importa cómo te traten los demás; si tratas al
mundo con afecto, cortesía y amabilidad, tu camino será más fácil”.

Sobre la incertidumbre

Tras haber emigrado de la ex Unión Soviética, mi familia y yo nos fuimos a vivir a un


campamento de refugiados en Viena donde todo era incierto, precario y atemorizante. Eso no
impidió que un día mi padre anunciara que visitaríamos la casa de la ópera de Viena. Pensé
que jugar a los turistas sería ridículo: no teníamos dinero, ciudadanía, ni hogar. “No sabemos si
volveremos aquí algún día”, repuso mi padre. “La vida es corta. De nada sirve sentarnos aquí y
lamentarnos por nuestros problemas”. Ahora me doy cuenta de que tenía razón.

Sobre las suposiciones

Crecí en la región de Cachemira. Mi abuelo paseaba con sus nietos por su huerto de manzanos,
donde cogía las manzanas picoteadas por los pájaros y cortaba la otra parte para dárnosla. Una
vez pregunté: “¿Por qué no ofreces las manzanas maduras que no han picoteado los pájaros?”
Me parecía un miserable que solo quería vender las manzanas “buenas” en lugar de dárselas a
sus nietos. Me rodeó la cabeza con cariño. “Los pájaros solo picotean las que son dulces, así
que cojo las mejores para vosotros”, me dijo. “Nunca supongas; pregunta siempre”. Este es mi
mantra en mi vida personal y profesional.

Sobre escuchar

Desde muy pequeño mis padres me enseñaron la lección más valiosa de mi vida: que uno debe
escuchar a todo el mundo antes de formarse una opinión y expresarla. Cuando escuchas,
aprendes; absorbes como una esponja. Tu vida se vuelve mucho mejor que cuando solo tratas
de ser escuchado en todo momento.

Sobre el manejo del tiempo

Una vez entrevisté a una mujer llamada Theresa Daytner, dueña de una empresa de
construcción y con seis hijos, incluyendo unos mellizos. Me contó que nunca se decía a sí
misma “No tengo tiempo”. En su lugar decía “Esto no es una prioridad”. Podría decir que no
tengo tiempo para hacer tarjetas personalizadas para todos los compañeros de clase de mis
hijos, pero si me ofreces 100.000 euros, lo haría rápidamente. Como eso no va a pasar, puedo
reconocer que esto es una cuestión de prioridades, no de tiempo.

Sobre conectar con la gente

Hace años, compartí escenario con mi héroe Zig Ziglar. Antes de que continuáramos (había
20.000 personas y aquello me sobrepasaba), pregunté: “¿Cómo trabajas con la gente que no
está conectada? ¿Cómo llegas a aquellos que realmente no quieren estar allí? Lo que me dijo
cambió la forma en que hago todo: “En lugar de distraerte centrándote en personas que son
reticentes e infelices, centra tu energía en aquellos que van a escuchar lo que tienes que
decir”. Lo que aprendí: evita a los que no creen. Ignora las críticas. Haz todo lo posible por
aquellos que quieren bailar contigo.

Sobre recibir un “no”

No me diagnosticaron dislexia hasta los 35 años. Aunque pasaba días y noches en la biblioteca
de la universidad, sacaba solo malas calificaciones. Doce de 13 facultades de medicina me
rechazaron. Cuando estaba haciendo la residencia me decían que era el médico menos capaz,
y me aconsejaban no especializarme en cirugía cardíaca. “No lo hagas”, me decían todos. Pero
a veces los mejores consejos son los que uno no acepta. En lugar de escuchar a la gente que
me pedía renunciar, le hice caso a una frase que hoy tengo escrita en un pequeño cartel sobre
mi escritorio: “Lo que se puede concebir, se puede crear”. Hace poco descubrí que se trata de
una frase publicitaria de un coche de los años 80, pero me parece bien porque me recuerda
que nuestros sueños deben ser elevados.

Sobre los viejos amigos

Una noche llamé a mi amiga de muchos años Lydia, para escapar de montañas de papeleos y
recados. Ella me dijo: “¿No te acuerdas lo que siempre solías decir? `Cuando muera no quiero
gente alrededor de mi tumba diciendo: Ay, tenía una casa perfecta´” Querías que dijeran:
`Vaya, era una Mujer del Mundo´”. No me acordé de aquello hasta que mi amiga me lo
recordó. Me quedé sorprendida de cómo las relaciones nos conectan con partes de nosotros
mismos que habíamos olvidado hace tiempo. Nos recuerdan cómo somos realmente, más que
la persona que años de responsabilidades nos ha hecho creer que deberíamos ser.

Sobre el dolor

“Fingir e ignorar son dos cosas diferentes”. Tenía 15 años cuando escuché esto en un centro
para tratar el estrés, después de haber ingerido una dosis potencialmente mortal de pastillas
para dormir. Le había contado a mi mejor amigo que había nacido seropositivo. Mis
compañeros me insultaban y me dejaban notas intencionadas en mi casillero. Me dijeron que
ignorara a mis acosadores, lo que había hecho. Pero, como me explicó uno de los consejeros
del centro, a veces piensas que estas ignorando un comportamiento que te hace daño cuando
solo lo estás fingiendo. “¿Te han hecho daño?”, me preguntó el consejero. Sí. Me habían
hecho daño una y otra vez. Era terrorífico de admitir; ¿el reconocimiento de aquello significaría
que mis acosadores habían ganado? No. Me permitió continuar. Admitir que me habían hecho
daño fue la única cosa que me liberó del dolor.

Sobre amar

Conocí a una mujer que llevaba casada con su marido más de sesenta años. Después de ser
preguntada por su mejor consejo para las relaciones, ella paró un momento y luego dijo: “No
tener miedo a ser el que ame más”.

Confrontación

Cuando tenía unos seis años, en una revista vi una foto de una joven mujer que le ofrecía un
ramo de flores a un policía, el cual le apuntaba con un arma. Era una imagen antibelicista de
los años 70.
Sumamente intrigada por la contradicción representada en la foto, le pregunté a mi madre qué
significaba, y ella me explicó que la joven intentaba ganarse al policía con un gesto amable. Sus
palabras exactas fueron éstas: “Contraataca con muchísimo amor”.

He pensado en esa frase muchas veces, en los momentos de confrontación, y jamás me he


arrepentido de contraatacar con muchísimo amor.

Ser un experto

Hace unos años asistí a una conferencia de un orador brillante, Nido Qubein, quien señaló: “Si
delante de ustedes está un verdadero experto, entenderán todo lo que diga; si no comprenden
lo que dice, entonces no es un experto”.

A menudo, cuando no entendemos lo que dice alguien que afirma ser un experto, tendemos a
culparnos por no entender. Ahora utilizo un filtro sencillo: interrumpo a la persona si lo que
está diciendo no tiene sentido.

La motivación

Mientras mi madre y yo viajábamos en tranvía una mañana de sábado en el oeste de Filadelfia,


le conté de lo mucho que me quería mi maestra de primer grado, la señorita Invernessy, y me
jacté de ser su consentida. No sabía que la madre de mi maestra estaba sentada detrás de
nosotras y que me oyó hablar.

El lunes, al final de las clases, la señorita Invernessy me hizo saber lo que su madre había
escuchado, y con mucha vergüenza esperé un regaño.

Pero lo que recibí fue un consejo: “Lo importante es que te esfuerces para aprender, no para
obtener mi aprobación. Si hacer las cosas bien es importante para ti, serás tu admiradora más
leal y a la vez tu crítica más severa”.

Tu círculo social

“Tú eres el promedio de las cinco personas con las que convives más”, me dijo un entrenador
de lucha libre cuando cursaba el bachillerato. Nunca lo he olvidado.

Esfuerzo

Mi equipo de futbol americano de la secundaria acababa de ser apaleado. Nos habíamos


enfrentado a un grupo de chicos andrajosos que vivían en un albergue del Ejército de Salvación
en la ciudad de Oklahoma.

Todos usaban cascos distintos; algunos llevaban jeans, y el que se colocó frente a mí había
trazado su número sobre la camiseta con cinta adhesiva. Pero cuando empezó el juego, ese
chico me golpeó con tanta fuerza en el hombro izquierdo que todavía me duele cuando llueve.

Después del partido, mi padre me dijo: “Muchacho, acabas de recibir una lección sobre el
poder del deseo. La diferencia entre los ganadores y los perdedores es que los ganadores
hacen cosas que los perdedores simplemente no quieren hacer”.

Si en verdad anhelo algo, más vale que esté dispuesto a esforzarme lo necesario hasta lograrlo,
sin importar lo difícil que resulte. Si no, un chico con un número trazado con cinta adhesiva en
la camiseta podría hacerlo.
Criar a los niños

Unas horas después del nacimiento de nuestro primer hijo, una monja que asistía en el
hospital le dio a mi esposo este poema: Ten cuidado adónde vas, hombre joven, Ten cuidado
con lo que haces. Dos pequeños ojos te observan ahora, dos pequeños pies te estarán
siguiendo.

Es fácil olvidar que esos pequeños ojos absorben cosas que podrías transmitirles sin conciencia
de ello; por ejemplo, cómo se tratan papá y mamá, o la frecuencia con que dices por favor y
gracias durante el día, o si obedeces las señales de tránsito. Los niños pueden parecer
indiferentes, pero siempre están observando.

La diversión

Tenía tres hijos pequeños, estudiaba un doctorado y consultaba a una psicoterapeuta. En la


primera sesión ella me preguntó: “¿Cuándo fue la última vez que leyó por diversión?” Por la
tarde compré un ejemplar de Parque jurásico y leí toda la noche.

La pregunta de la psicóloga se volvió un elemento clave de mi carrera como coach de vida y


escritora de libros de autoayuda. Inyecta diversión a cualquier área de tu vida que carezca de
ella. Todo puede cambiar.

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