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RESEÑA
El texto de Kuhn que aquí tratamos de reseñar, cuyo formato original fue el de
conferencia, toma forma de defensa. Ante los ingentes malentendidos provocados por su
libro La estructura de las revoluciones científicas, el autor se ve en la necesidad de ofrecer
una matización de sus tesis, resguardándose así y tratando de argumentar que las duras
declaraciones de sus críticos -como aquella en la que califican su solución al problema de
la elección (término ya problemático) de teoría como “un asunto de psicología de masas”-
eran el síntoma que evidenciaba la errónea comprensión de su planteamiento.
Para comprender la reflexión kuhniana, así como el porqué de la aparición de
detractores y el sentido de sus críticas, debemos ofrecer unas pocas palabras acerca tanto
del contexto en el que surge como del problema al que pretende poner solución. La
presente conferencia data de 1973, por lo que situamos la reflexión de Kuhn décadas
después del fracaso del proyecto neopositivista, contra el que se posicionará. Ante la
derrota de estas aspiraciones epistemológicas fundamentalistas, cuyo propósito consistía
en perfilar de forma absoluta nociones como la de “verdad” y “objetividad” por medio de
paradigmas variopintos, diversos autores se posicionan en contra de la adopción de
posturas escépticas o del todo relativistas, tratando de argumentar que es posible alcanzar
un punto intermedio entre los extremos mencionados. De esta forma nacen los
denominados “falibilismos”, entre cuyos representantes se encuentra precisamente Kuhn,
y será desde este paradigma teórico desde el cual el autor se enfrentará al ya mencionado
problema de la elección de teoría.
La pregunta que Kuhn trata de contestar es la siguiente: ¿qué motivos son los que
mueven a la comunidad científica a abandonar una teoría vigente en favor de otra en
boga? ¿Qué factores, y de qué clase, son los que intervienen en este proceso de
deliberación y decisión? El texto comienza de mantera inocente, proponiendo una serie
de criterios, concretamente cinco, que guiarían al científico a la hora de tomar una
determinación. Estos criterios, dice el autor, son obligados, pues “sin criterios que dicten
la elección individual, lo que tiene que hacerse es confiar en el juicio colectivo de los
científicos formados de esa manera. «¿Qué mejor criterio podría haber […] que la
decisión del grupo científico?»”2 pregunta el autor retórica y peyorativamente. La
elección colectiva sin guía determinada queda, por lo tanto, descartada. Aunque la lista
propuesta puede variar según la disciplina para la que se cree3, los criterios aquí señalados
por Kuhn como garantes de la elección de una buena teoría científica son los que siguen:
1) Precisión, exige que las consecuencias extraídas de la teoría concuerden con los
resultados de las observaciones y experimentos llevados a cabo; 2) Coherencia, necesaria
a dos niveles: por una parte, una teoría debe ser coherente de manera interna, es decir, no
debe haber contradicción alguna entre sus propias premisas, y por otra parte, debe serlo
1
en La tensión esencial. Estudios selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito de la ciencia,
Madrid, FCE, 1993 [1977], pp. 344-364.
2
(p 344)
3
“Las diferentes disciplinas creativas se caracterizan, entre otras cosas, por conjuntos diferentes de
valores compartidos.” (p 355)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid
además en relación con otras teorías ya aceptadas como válidas; 3) Amplitud: una nueva
teoría se elige en detrimento de otra cuando la primera tiene mayor capacidad predictiva,
descriptiva y explicativa; 4) Simplicidad, permite ordenar de manera efectiva fenómenos
que de otra forma no parecerían ser concomitantes; y por último 5) Fecundidad: una nueva
teoría debe sacar a la luz nuevas vías de investigación, nuevos fenómenos o relaciones no
observadas anteriormente.4
Ciertamente, es evidente que algunos criterios están más vinculados con unos que con
otros (tal podría ser el caso de la amplitud y la fecundidad, por ejemplo), sin embargo,
¿hasta qué punto podría decirse que se encuentran en relación de dependencia los unos
con los otros? ¿Podría alguno de ellos, por sí solo, servir como guía única en un proceso
de elección de teoría? Según Kuhn, no es ese el caso: “Hay, sin embargo, dos clases de
dificultades que se encuentran regularmente quienes deben aplicar criterios para elegir
[…] Individualmente, los criterios son imprecisos. […] Además, al ser aplicados
conjuntamente resulta que muchas veces tales criterios riñen unos con otros.”5
Centrémonos en primer lugar en la mencionada imprecisión de estos criterios. Para
explicar este inconveniente Kuhn recurre, justamente, al criterio de precisión. Según el
autor, sería éste el más decisivo entre los mencionados, pues sería el menos equívoco. Sin
embargo, las mejores teorías científicas (en el sentido de más predictivas, descriptivas y
explicativas) no pueden identificarse siempre en función de este criterio6. El ejemplo
propuesto para ilustrar este punto es la polémica en cuanto a la adopción del sistema
copernicano o ptolemaico: hasta la revisión realizada por Kepler, el modelo de Copérnico
no era considerado más preciso que el de Ptolomeo, siendo así que, si esta revisión no se
hubiese llevado a cabo, el modelo del astrónomo polaco habría caído en el olvido. En
resumen, la precisión rara vez podría servir como criterio suficiente para la elección de
teoría. El siguiente paso de Kuhn consistirá en añadir otros criterios, para tratar de ver si
aplicándolos juntos se obtienen mejores resultados. Se recurre, por tanto, a la coherencia
y la simplicidad para considerar, de nuevo, el proceso de adopción del sistema
copernicano en detrimento del de Ptolomeo. Ambos sistemas, argumenta el autor,
cumplían el criterio de la coherencia interna; sin embargo, el sistema geocéntrico tenía
preferencia respecto del heliocéntrico en cuanto a la coherencia con otras teorías, pues el
primero era del todo afín a la teoría física de corte aristotélico que imperaba en el
momento. El criterio de coherencia se inclina, sin duda, a favor del sistema ptolemaico.
Veamos qué ocurre al aplicar el criterio de simplicidad: “La simplicidad, sin embargo,
favoreció a Copérnico, pero sólo evaluada de una manera muy especial.”7 Si entendemos
por simplicidad la cantidad de cálculos que se deben realizar a la hora de predecir
fenómenos astronómicos, ambos sistemas resultan equivalentes; sin embargo, si
atendemos al número de herramientas necesarias para explicar dichos fenómenos, el
sistema copernicano resulta favorecido al eliminar construcciones teóricas como el
ecuante o incluso el doble deferente. Observamos que los criterios pueden llegar a ser,
según como se les interprete, incompatibles entre sí, tal y como señala Kuhn, pero
también, y nos parece ésta una consecuencia más fuerte, pueden mostrarse como
4
(p 344-345)
5
(p 346)
6
“Lo más común es que la precisión sí permita hacer distinciones, pero no de la índole que lleva por lo
regular a una elección inequívoca.”
7
(p 347)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid
8
(p 348 y p 359)
9
(p 348)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid
10
(p 352)
11
(p 356)
12
“Lo que la tradición ve como una imperfección eliminable en sus reglas de elección, yo lo tomo en
parte como respuesta a la naturaleza esencial de la ciencia.” (p 354)
13
(p 360-361)
14
(p 361)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid
ser humano en la medida en que lo que se pide para convencer en la elección de una teoría
sobre otra son argumentos, que siempre estarán expuestos a discusión).
Desde nuestro punto de vista, en absoluto creemos que haya una pérdida de objetividad
en la propuesta kuhniana. Tras el fracaso de los proyectos epistemológicos
fundamentalistas, esta resignificación de la noción de objetividad (junto con la de verdad,
subjetividad, etc.) nos parece del todo necesaria si la pretensión es la de seguir haciendo
ciencia. La admisión de estas “imperfecciones” no implica recaer en un conformismo
ingenuo, al contrario: muestra la naturaleza propia de la ciencia, satisfaciendo sus
requerimientos.