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María Victoria Pérez Monterroso

Universidad Complutense de Madrid

Objetividad, juicios de valor y elección de teoría1


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RESEÑA

El texto de Kuhn que aquí tratamos de reseñar, cuyo formato original fue el de
conferencia, toma forma de defensa. Ante los ingentes malentendidos provocados por su
libro La estructura de las revoluciones científicas, el autor se ve en la necesidad de ofrecer
una matización de sus tesis, resguardándose así y tratando de argumentar que las duras
declaraciones de sus críticos -como aquella en la que califican su solución al problema de
la elección (término ya problemático) de teoría como “un asunto de psicología de masas”-
eran el síntoma que evidenciaba la errónea comprensión de su planteamiento.
Para comprender la reflexión kuhniana, así como el porqué de la aparición de
detractores y el sentido de sus críticas, debemos ofrecer unas pocas palabras acerca tanto
del contexto en el que surge como del problema al que pretende poner solución. La
presente conferencia data de 1973, por lo que situamos la reflexión de Kuhn décadas
después del fracaso del proyecto neopositivista, contra el que se posicionará. Ante la
derrota de estas aspiraciones epistemológicas fundamentalistas, cuyo propósito consistía
en perfilar de forma absoluta nociones como la de “verdad” y “objetividad” por medio de
paradigmas variopintos, diversos autores se posicionan en contra de la adopción de
posturas escépticas o del todo relativistas, tratando de argumentar que es posible alcanzar
un punto intermedio entre los extremos mencionados. De esta forma nacen los
denominados “falibilismos”, entre cuyos representantes se encuentra precisamente Kuhn,
y será desde este paradigma teórico desde el cual el autor se enfrentará al ya mencionado
problema de la elección de teoría.
La pregunta que Kuhn trata de contestar es la siguiente: ¿qué motivos son los que
mueven a la comunidad científica a abandonar una teoría vigente en favor de otra en
boga? ¿Qué factores, y de qué clase, son los que intervienen en este proceso de
deliberación y decisión? El texto comienza de mantera inocente, proponiendo una serie
de criterios, concretamente cinco, que guiarían al científico a la hora de tomar una
determinación. Estos criterios, dice el autor, son obligados, pues “sin criterios que dicten
la elección individual, lo que tiene que hacerse es confiar en el juicio colectivo de los
científicos formados de esa manera. «¿Qué mejor criterio podría haber […] que la
decisión del grupo científico?»”2 pregunta el autor retórica y peyorativamente. La
elección colectiva sin guía determinada queda, por lo tanto, descartada. Aunque la lista
propuesta puede variar según la disciplina para la que se cree3, los criterios aquí señalados
por Kuhn como garantes de la elección de una buena teoría científica son los que siguen:
1) Precisión, exige que las consecuencias extraídas de la teoría concuerden con los
resultados de las observaciones y experimentos llevados a cabo; 2) Coherencia, necesaria
a dos niveles: por una parte, una teoría debe ser coherente de manera interna, es decir, no
debe haber contradicción alguna entre sus propias premisas, y por otra parte, debe serlo

1
en La tensión esencial. Estudios selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito de la ciencia,
Madrid, FCE, 1993 [1977], pp. 344-364.
2
(p 344)
3
“Las diferentes disciplinas creativas se caracterizan, entre otras cosas, por conjuntos diferentes de
valores compartidos.” (p 355)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid

además en relación con otras teorías ya aceptadas como válidas; 3) Amplitud: una nueva
teoría se elige en detrimento de otra cuando la primera tiene mayor capacidad predictiva,
descriptiva y explicativa; 4) Simplicidad, permite ordenar de manera efectiva fenómenos
que de otra forma no parecerían ser concomitantes; y por último 5) Fecundidad: una nueva
teoría debe sacar a la luz nuevas vías de investigación, nuevos fenómenos o relaciones no
observadas anteriormente.4
Ciertamente, es evidente que algunos criterios están más vinculados con unos que con
otros (tal podría ser el caso de la amplitud y la fecundidad, por ejemplo), sin embargo,
¿hasta qué punto podría decirse que se encuentran en relación de dependencia los unos
con los otros? ¿Podría alguno de ellos, por sí solo, servir como guía única en un proceso
de elección de teoría? Según Kuhn, no es ese el caso: “Hay, sin embargo, dos clases de
dificultades que se encuentran regularmente quienes deben aplicar criterios para elegir
[…] Individualmente, los criterios son imprecisos. […] Además, al ser aplicados
conjuntamente resulta que muchas veces tales criterios riñen unos con otros.”5
Centrémonos en primer lugar en la mencionada imprecisión de estos criterios. Para
explicar este inconveniente Kuhn recurre, justamente, al criterio de precisión. Según el
autor, sería éste el más decisivo entre los mencionados, pues sería el menos equívoco. Sin
embargo, las mejores teorías científicas (en el sentido de más predictivas, descriptivas y
explicativas) no pueden identificarse siempre en función de este criterio6. El ejemplo
propuesto para ilustrar este punto es la polémica en cuanto a la adopción del sistema
copernicano o ptolemaico: hasta la revisión realizada por Kepler, el modelo de Copérnico
no era considerado más preciso que el de Ptolomeo, siendo así que, si esta revisión no se
hubiese llevado a cabo, el modelo del astrónomo polaco habría caído en el olvido. En
resumen, la precisión rara vez podría servir como criterio suficiente para la elección de
teoría. El siguiente paso de Kuhn consistirá en añadir otros criterios, para tratar de ver si
aplicándolos juntos se obtienen mejores resultados. Se recurre, por tanto, a la coherencia
y la simplicidad para considerar, de nuevo, el proceso de adopción del sistema
copernicano en detrimento del de Ptolomeo. Ambos sistemas, argumenta el autor,
cumplían el criterio de la coherencia interna; sin embargo, el sistema geocéntrico tenía
preferencia respecto del heliocéntrico en cuanto a la coherencia con otras teorías, pues el
primero era del todo afín a la teoría física de corte aristotélico que imperaba en el
momento. El criterio de coherencia se inclina, sin duda, a favor del sistema ptolemaico.
Veamos qué ocurre al aplicar el criterio de simplicidad: “La simplicidad, sin embargo,
favoreció a Copérnico, pero sólo evaluada de una manera muy especial.”7 Si entendemos
por simplicidad la cantidad de cálculos que se deben realizar a la hora de predecir
fenómenos astronómicos, ambos sistemas resultan equivalentes; sin embargo, si
atendemos al número de herramientas necesarias para explicar dichos fenómenos, el
sistema copernicano resulta favorecido al eliminar construcciones teóricas como el
ecuante o incluso el doble deferente. Observamos que los criterios pueden llegar a ser,
según como se les interprete, incompatibles entre sí, tal y como señala Kuhn, pero
también, y nos parece ésta una consecuencia más fuerte, pueden mostrarse como

4
(p 344-345)
5
(p 346)
6
“Lo más común es que la precisión sí permita hacer distinciones, pero no de la índole que lleva por lo
regular a una elección inequívoca.”
7
(p 347)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid

antagónicos incluso para consigo mismos, como lo sería el criterio de simplicidad en el


ejemplo propuesto en el que, según cómo se la entienda, se posiciona a favor tanto de una
teoría como de su contraria.
Podemos sacar dos conclusiones de lo expuesto hasta ahora. En primer lugar, la
posibilidad de interpretar de una forma u otra el criterio de simplicidad deja entrever que,
para Kuhn, estas categorías no aparecen hipostasiadas, sino que su valor depende de las
distintas interpretaciones que cada científico les dé en cada momento, así como del
dinamismo de la propia historia: “Cuando los científicos deben elegir entre teorías
rivales, dos hombres comprometidos por entero con la misma lista de criterios de
elección pueden llegar a pesar de ello a conclusiones diferentes. Quizá interpreten de
modos distintos la simplicidad o tengan convicciones distintas sobre la amplitud de los
campos dentro de los cuales debe ser satisfecho el criterio de coherencia. […] Basta con
saber un poco de historia para sugerir que tanto la aplicación de estos valores como,
más obviamente, los pesos relativos que se les atribuyen han variado marcadamente con
el tiempo y también con el campo de aplicación.”8 En relación a esto, hemos de señalar,
como segunda conclusión, la insuficiencia de estos criterios, problema que no se
solucionaría con la progresiva adición de estos a la hora de elegir entre dos paradigmas
científicos, como ya se ha argumentado, pues, tal y como dice el autor, “con respecto a
las divergencias de esta índole, no es útil ningún conjunto de criterios de elección.” 9 Los
factores que influyen en la toma de estas decisiones son, como quizás ya puede intuirse,
de naturaleza tanto “objetiva” como “subjetiva”. Volveremos sobre esto más adelante.
Llegados a este punto podemos empezar a comprender el porqué de las críticas de los
detractores de Kuhn, que apelan para fundarlas a la canónica distinción propuesta por
Reichenbach entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación. Para estos, que
defienden un total desmembramiento entre ambos contextos, los factores y criterios que
deberían influir a la hora de otorgar validez a una teoría científica en boga deberían
pertenecer, estrictamente, al contexto de justificación, sin mezcla alguna con el de
descubrimiento. Manejan, por lo tanto, una concepción tradicional de objetividad, que
sufriría el peor de los agravios si se viera en algún caso contaminada por los factores
concernientes a la dimensión subjetiva del científico: su personalidad, su circunstancia
socio-histórica… etc. Kuhn argumentará que el contexto de descubrimiento es un factor
fundamental a la hora de tratar el problema de la elección de teoría haciendo alusión a la
ineficacia de segregar tajantemente estos ámbitos mencionados. Para ello recurrirá a las
simplificaciones, denominadas de esta forma por él mismo, en las que a veces incurre la
dimensión pedagógica de la ciencia. Explicar por qué en su momento se escogió la teoría
del oxígeno haciendo referencia a sus ventajas explicativas sin mencionar sus
limitaciones y sin exponer además las virtudes de su teoría “contraria”, la del flogisto,
podría servirnos de ejemplo. “[…] Estas simplificaciones desvirtúan la situación,
haciendo creer que la elección ocurre sin problemas. Esto es, eliminan un elemento
esencial de las situaciones de decisión que los científicos deben resolver para que su
campo avance. En esas situaciones hay siempre algunas buenas razones para cada
posible elección. Las consideraciones pertinentes al contexto del descubrimiento son,

8
(p 348 y p 359)
9
(p 348)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid

pues, pertinentes también al contexto de la justificación.”10 Estos factores subjetivos que


la tradición ha venido reconocimiento como la prueba más indudable de la debilidad
humana, en lo relativo a la epistemología, dejarían de tener, gracias a Kuhn, estos rasgos
de corte peyorativo, y serían precisamente aquello que permite a la ciencia avanzar, pues
requiere para su desarrollo este proceso de deliberación, que quedaría obstaculizado en
caso de que la comunidad científica poseyera un algoritmo terminado y perfecto gracias
al cual toda ella llegarían a la misma conclusión al mismo tiempo. “Dudo que la ciencia
sobreviviese a ese cambio -dice el autor-. Lo que desde un punto de vista parece ser la
laxitud y la imperfección de los criterios de elección concebidos como reglas puede
parecer, cuando los mismos criterios se ven como valores, un medio indispensable de
propagar el riesgo con la introducción del apoyo que implica siempre la novedad.”11 Los
criterios de elección, por lo tanto, no toman forma de reglas estrictas que determinan
inevitablemente nuestra decisión, sino de valores, de máximas, criterios más laxos en
tanto que sujetos al dinamismo de lo histórico que, aunque influyen en la resolución que
tomaremos, no la decretan, sino que posibilitan este particular requerimiento, el proceso
de deliberación, que la ciencia necesita para seguir evolucionando constantemente12.
A continuación, retomando el tema que postergamos unas líneas más arriba, trataremos
de analizar lo que para el autor suponen las nociones de “objetividad” y “subjetividad”,
que han sufrido una inevitable resignificación. Una de las críticas que los detractores de
Kuhn le objetan es aquella referente a la supuesta pérdida de objetividad en el proceso de
elección de teoría ya descrito. Por lo que hasta ahora hemos expuesto, sabemos que quien
infiere esta crítica lo hace teniendo en cuenta la noción tradicional tanto de objetividad
como de subjetividad. La defensa que Kuhn lleva a cabo radica precisamente en señalar
este equívoco en el que sus detractores han incurrido: “«Subjetivo» es un término con
varios usos establecidos: uno se opone a «objetivo»; en otro a «relativo a juicio». Cuando
mis críticos describen los caracteres idiosincrásicos a los cuales llamo subjetivos,
recurren, erróneamente según yo, al segundo de estos sentidos. Cuando se quejan de que
privo de objetividad a la ciencia, mezclan el segundo sentido con el primero.”13 Es en
este punto del texto en el que el autor pretende caracterizar la forma correcta en la que
debemos entender “subjetivo”. Para ello recurre a un ejemplo en el que dos amigos que
al salir de un cine discuten acerca de sus impresiones sobre la película. Lo importante está
en percatarse cuál es el asunto que en concreto se discute, que no será sobre si a uno “le
gusta o no le gusta”: “[…] lo discutible de mi comentario no es la caracterización de mi
estado interno, mi ejemplificación del gusto […] nuestra diferencia es de juicio y no de
gusto.”14 Kuhn, al hablar de objetividad, maneja el segundo de los sentidos que
anteriormente ha enunciado, o sea, el relativo a juicio, el referente a cómo se juzga algo.
Según el autor, éste es el carácter propio de las elecciones de teoría: no se trata de que a
un científico al optar por una teoría en detrimento de otra, le bate con decir “elijo ésta
porque me gusta”, hacen falta razones, argumentos, persuasión (concepto que, como
vemos, no tiene que apelar inexorablemente a la dimensión sentimental o irracional del

10
(p 352)
11
(p 356)
12
“Lo que la tradición ve como una imperfección eliminable en sus reglas de elección, yo lo tomo en
parte como respuesta a la naturaleza esencial de la ciencia.” (p 354)
13
(p 360-361)
14
(p 361)
María Victoria Pérez Monterroso
Universidad Complutense de Madrid

ser humano en la medida en que lo que se pide para convencer en la elección de una teoría
sobre otra son argumentos, que siempre estarán expuestos a discusión).
Desde nuestro punto de vista, en absoluto creemos que haya una pérdida de objetividad
en la propuesta kuhniana. Tras el fracaso de los proyectos epistemológicos
fundamentalistas, esta resignificación de la noción de objetividad (junto con la de verdad,
subjetividad, etc.) nos parece del todo necesaria si la pretensión es la de seguir haciendo
ciencia. La admisión de estas “imperfecciones” no implica recaer en un conformismo
ingenuo, al contrario: muestra la naturaleza propia de la ciencia, satisfaciendo sus
requerimientos.

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