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El Universo

El hombre estaba cómodamente sentado en su sillón preferido a la media luz del final de
un atardecer, la vela que el mismo había fabricado ya se apagaba, pero eso poco
importaba porque ya no había nada que hacer a esa hora. El sol había dicho que la hora
del descanso corría, y no sería hasta el próximo amanecer que hubiese urgencia alguna;
de no aparecer algún imprevisto, él podía entregarse tranquilamente al discurrir de los
acontecimientos.
Robinson Crusoe, un personaje perdido en una solitaria isla. Podría haber sido
cualquiera; el debe haber contado los días, por eso al negro le puso Viernes por
nombre... también en la celda el preso cuenta los días, él tiene una meta que solo ese
tiempo que va contando puede cumplir, obviamente, la liberación. ¿Por qué razón
querría Robinson mantener la cuenta del tiempo?, Posiblemente él esperaba poder
contar a sus congéneres cuántos días, semanas o años, estuvo solo y perdido;
seguramente vivía con la esperanza del rescate.
Hubo posiblemente un tiempo en que se conocía la llegada del verano por el calor y los
frutos de las plantas, y la presencia del otoño por la caída de las hojas; la primavera no
siempre llega el 21 de septiembre, en realidad casi nunca cumple con esa expectativa
que el calendario nos crea, o viene un poco antes, o un poco después, pero el hombre
que tranquilamente sentado en su sillón favorito dejaba correr los acontecimientos,
sabía bien que en ese mismo día que le había tocado vivir, se había instalado la
primavera en persona, con su exuberante presencia, con su cálida sonrisa, sus verdes
brotes y un cosquilleo en el cuerpo que por su propia voluntad pretendía prepararse para
la conquista de aquella señorita que se había convertido en su anhelo desde hace algún
tiempo.
Si no fuera porque los diarios, la tele, la radio y otras fuentes indicaban día a día el año
que corría, y porque sus padres se habían ocupado de sellar en su memoria el año de su
aparición en el mundo, hace ya mucho que hubiese perdido la cuenta de cuántas
primaveras había visto llegar, a pesar de que no eran demasiadas, cuarenta para ser
exactos.
Si hoy aparece una nueva estrella en el firmamento, el no logrará enterarse nunca. Para
cuando su luz llegue hasta este rincón del universo, ya no estarán sus ojos para recibirla,
y quién sabe si habrá ojos de hombres y mujeres que la puedan ver.
Hubo una vez una estrella de estas, hoy la llamamos el sol, curioso cambio de género,
son las cosas del lenguaje, y según se cree por estos días, algunos gases de este sol
tendían a escapar de la superficie creando anillos, cuyas órbitas fueron poco a poco
ampliándose hasta que los gases se enfriaron suficientemente como para formar
planetas. Parece un asunto insólito, y porqué no también, un tanto insolente, dadas las
creencias que aún hoy tenemos acerca de la creación; parece también desde otro punto
de vista una reproducción por brotes, una especie de emancipación cósmica. De entre
esos gases se forma nuestro planeta, con equis condiciones que eventualmente permiten
la formación del aire, el agua y finalmente la vida orgánica. ¿Cómo?, no se sabe bien
aún, y ¿porqué? menos; pero si se sabe que el proceso debió llevar mucho tiempo;
tiempo que no se puede medir en un calendario, tiempo que no se puede contar por días,
tiempo al que no se puede celebrar periódicamente, y es muy posible que este sol haya
tenido una historia similar, se haya desprendido de algún otro centro mayor, el que a su
vez podría haber sido la consecuencia de una gran explosión según dicen los que
investigan estas cosas.
La amable voz que hablaba por la radio, contando todo esto, se mezclaba con los
pensamientos que surgían en el cerebro del hombre, mientras tranquilamente discurrían
los acontecimientos de esa ya casi noche de septiembre, de esa primavera que tan
dulcemente se había presentado ese mismo día. Surgían en ese cerebro, que era una de
las tantas consecuencias de la aparición de la vida sobre el planeta, que en un principio
había existido dentro del sol, siendo una parte de sus incandescentes gases, y que ahora
era una cabal muestra de la evolución de la vida y las especies, un cerebro humano,
capaz de tantas cosas. Y el que lo habita, por así decir, ¿quién es? Dentro de toda esta
inmensidad, dentro de estas dimensiones incomprensiblemente grandes, ¿que es esa
existencia personal?, El hombre, tranquilamente observando el discurrir de estos
acontecimientos desde su sillón preferido, sintió una extraordinaria pequeñez, la
brevedad de su historia personal, la insignificancia de su presencia en el mundo. Pero al
mismo tiempo comprendió la grandeza del fenómeno que el mismo representaba, la
vida inteligente, que como aquellos gases que escapan de la estrella, se emancipa y
cobra vida propia, dando un nuevo sentido así a la acción del creador.

Pedro

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