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_A veces -me contaba un amigo fotógrafo- hago cosas cuando me quedo solo en casa.
Son cosas sencillas y casi insignificantes, que se van complicando poco a poco. Gene-
ralmente comienzo con una acción trivial y le incorporo algún elemento extraño, algo sucio
y que me haga sentir culpable. Algo secreto. Luego tomo una foto y la guardo. _¿No te
parece poco práctico tomar una fotografía si quieres guardar un secreto? _Pero es que yo
necesito fotografiar -respondió- tal vez porque sin la posibilidad de ser descubierto, el se-
creto pierde su fuerza estética; pero, sobre todo, porque necesito un testigo. !
que se refería mi amigo fotógrafo es la fotografía que él toma en cada caso?¿El testigo se
gesta en el acto fotográfico, pero en los bordes de la fotografía misma? Aceptar la primera
posibilidad, tal cual, empezó a parecerme demasiado vulgar desde que leí los textos de
Humberto Chávez, aquí reunidos. Que una fotografía registre un testimonio no es ya una
medida en que coloca al objeto fotográfico en una posición descentrada respecto al acon-
tecimiento (el testigo siempre está fuera, eludiendo la complicidad o cualquier otra forma
sería testigo, no por su constitución icónica, ni siquiera por su función indexical, sino sim-
plemente por su carácter de objeto desplazado: para que la fotografía pueda aludir a lo
representado, como real, el objeto fotográfico pugna por quedarse fuera de la realidad.
se refieren directamente a los fantasmas, sí parecen estar habitados por una multitud de
“leído”.!
A propósito de fantasmas, mi amigo fotógrafo me contó esta historia: “La mañana en que
murió mi madre tuve este sueño: yo entraba a una casa oscura, en el sótano se encontra-
que había dejado mi caja de cigarros sobre la esquina de una mesa. La tendencia natural
es a suponer que el fantasma era la figura de mi abuela que me hablaba desde su muer-
te. Pero ahora me asalta la sospecha de que, al menos en este sueño, el fantasma es la
Uno de los efectos de los textos de Humberto Chávez en este libro es que nos permiten
entender la escritura sobre arte como asociada a la función del testigo. Es un interesante
giro para la crítica. Pasar de la interpretación de las imágenes a la interpretación del lugar
del intérprete. La pregunta principal aquí es: ¿en dónde se ubica el escritor con respecto
para referirme a la inteligencia que se emplea, pero también para referirme a lo punzante
de esta relación con la imagen fotográfica; porque Humberto escribe desde el punctum,
que no es punto, sino punta. La punta del iceberg, si acudimos a una metáfora socorrida.
Sólo que ahora estaríamos hablando de la otra punta, la sumergida, la invisible. Ese es el
escritor se adelanta a mi deseo como lector. De una manera tal vez inversa, el escritor es
el testigo de mi propio deseo, que no conoce, pero que está atravesando por sus pala-
bras. Estoy moviéndome en un campo que ya exploró Roland Barthes en El placer del
texto: la escritura como seducción (“el texto que usted escribe debe probarme que me
desea”). !
Humberto no nos dice cómo “leer” determinadas fotografías, sino cómo relacionarnos con
la fotografía sin leerlas, o al menos cómo leer desde los bordes de la fotografía, produ-
ciendo un texto elíptico, que agarra fuerza en los límites de la gravedad, para escapar,
para fugarse.!
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Juan Antonio Molina