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El escritor como testigo. O cómo no leer una fotografía!

!
_A veces -me contaba un amigo fotógrafo- hago cosas cuando me quedo solo en casa.

Son cosas sencillas y casi insignificantes, que se van complicando poco a poco. Gene-

ralmente comienzo con una acción trivial y le incorporo algún elemento extraño, algo sucio

y que me haga sentir culpable. Algo secreto. Luego tomo una foto y la guardo. _¿No te

parece poco práctico tomar una fotografía si quieres guardar un secreto? _Pero es que yo

necesito fotografiar -respondió- tal vez porque sin la posibilidad de ser descubierto, el se-

creto pierde su fuerza estética; pero, sobre todo, porque necesito un testigo. !

A partir de aquella conversación quedaron pendientes varias interrogantes: ¿El testigo al

que se refería mi amigo fotógrafo es la fotografía que él toma en cada caso?¿El testigo se

gesta en el acto fotográfico, pero en los bordes de la fotografía misma? Aceptar la primera

posibilidad, tal cual, empezó a parecerme demasiado vulgar desde que leí los textos de

Humberto Chávez, aquí reunidos. Que una fotografía registre un testimonio no es ya una

posibilidad inquietante; que la fotografía en sí misma sea el testigo sólo es excitante en la

medida en que coloca al objeto fotográfico en una posición descentrada respecto al acon-

tecimiento (el testigo siempre está fuera, eludiendo la complicidad o cualquier otra forma

de participación, el testigo asiste, a veces involuntariamente), pero entonces la fotografía

sería testigo, no por su constitución icónica, ni siquiera por su función indexical, sino sim-

plemente por su carácter de objeto desplazado: para que la fotografía pueda aludir a lo

representado, como real, el objeto fotográfico pugna por quedarse fuera de la realidad.

Entonces es cuando se hace oportuno el término fantasma. !

El fantasma es el testigo por excelencia. De hecho, los textos de Humberto Chávez, si no

se refieren directamente a los fantasmas, sí parecen estar habitados por una multitud de

fantasmas diversos. El fantasma es el objeto desplazado (aquí es donde encuentro la

respuesta a mi segunda interrogante), es el objeto preterido que se hace presente como


sombra o como susurro, sólo visible con el rabillo del ojo, demasiado fugaz como para ser

“leído”.!

A propósito de fantasmas, mi amigo fotógrafo me contó esta historia: “La mañana en que

murió mi madre tuve este sueño: yo entraba a una casa oscura, en el sótano se encontra-

ba mi abuela, agonizando en un camastro. _No te preocupes -me decía- tu madre está

conmigo y va a cuidar de mí._ Yo salía de la casa y, ya en el patio, me daba cuenta de

que había dejado mi caja de cigarros sobre la esquina de una mesa. La tendencia natural

es a suponer que el fantasma era la figura de mi abuela que me hablaba desde su muer-

te. Pero ahora me asalta la sospecha de que, al menos en este sueño, el fantasma es la

caja de cigarros, olvidada en la mesa, como en una suerte de eternidad.”!

Uno de los efectos de los textos de Humberto Chávez en este libro es que nos permiten

entender la escritura sobre arte como asociada a la función del testigo. Es un interesante

giro para la crítica. Pasar de la interpretación de las imágenes a la interpretación del lugar

del intérprete. La pregunta principal aquí es: ¿en dónde se ubica el escritor con respecto

al objeto artístico? Yo lo percibo como un lugar colateral. !

La mirada de Humberto Chávez es sesgada, es una mirada en un ángulo -agudo, diría

para referirme a la inteligencia que se emplea, pero también para referirme a lo punzante

de esta relación con la imagen fotográfica; porque Humberto escribe desde el punctum,

que no es punto, sino punta. La punta del iceberg, si acudimos a una metáfora socorrida.

Sólo que ahora estaríamos hablando de la otra punta, la sumergida, la invisible. Ese es el

rasgo interesante de esta escritura: que se refiere a lo que no se ve en la foto. !

El escritor es testigo de sí mismo, de su propia memoria y de su propio cuerpo ante la

imagen. El escritor es testigo de su deseo. Pero aceptémoslo, al testimoniar su deseo, el

escritor se adelanta a mi deseo como lector. De una manera tal vez inversa, el escritor es

el testigo de mi propio deseo, que no conoce, pero que está atravesando por sus pala-

bras. Estoy moviéndome en un campo que ya exploró Roland Barthes en El placer del
texto: la escritura como seducción (“el texto que usted escribe debe probarme que me

desea”). !

Es un ejercicio arriesgado porque elude cualquier amago de autoridad sobre el signo.

Humberto no nos dice cómo “leer” determinadas fotografías, sino cómo relacionarnos con

la fotografía sin leerlas, o al menos cómo leer desde los bordes de la fotografía, produ-

ciendo un texto elíptico, que agarra fuerza en los límites de la gravedad, para escapar,

para fugarse.!

!
Juan Antonio Molina

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