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En el umbral de los valores más allá del placer aparece el cuerpo real, llamado el
cuerpo del goce, aquel será el terreno de ocupación del psicoanálisis. El cuerpo es un
desierto del goce, elemento paradójico, en tanto el goce absoluto aparece vedado para el
cuerpo que habla, es decir, aquel que ha sido atravesado por el lenguaje.
Todos los seres nacen como vivientes en tanto organismo el cual es luego
atravesado por el lenguaje como una interpretación de la necesidad. En el momento en el
que el viviente cae en el orden del lenguaje, el cuerpo adquiere una dimensión de imagen.
El cuerpo viviente comienza así su deslizamiento fragmentado dentro de las estelas del
lenguaje que lo superpone y sobrecoge. El cuerpo fragmentado es atravesado por los
paradigmas de la imagen y la visión del otro, dando una sensación de unidad, constitución
del yo como identidad medianamente unitaria.
En el sujeto hay siempre una lucha entre las satisfacciones del ello y la cultura como
prohibición. El ello busca satisfacción, dirigida a el otro (la cultura) a manera de agresión.
Las tres instancias, ello, yo, y superyó están contrapuestas con la realidad. Ahora bien, el yo
aparece como un desconocimiento de sí mismo dejando claro que en el sujeto no hay
universalidad, la pulsión debe entonces mimetizarse para ser continuada en la realidad.
procesos de identificación. La fase del espejo muestra que todos los sujetos se toman a sí
mismos como imagen, tornando el yo en un reflejo del otro, un yo que es formado mediante
la experiencia de la agresión.
Con respecto al cuerpo adoctrinado por el lenguaje dice Colette Soler: “El cuerpo
civilizado, que puede comprobar cómo somos civilizados cada uno en su sitio, no encubre
al Otro. El cuerpo civilizado obedece al discurso…”. (89) Partiendo de lo anterior se da el
encuentro con un cuerpo cuyo goce es organizado por la máquina del lenguaje, un aparato
del lenguaje ordena el goce, entendido como todos los modos de satisfacción que uno
puede obtener en su cuerpo, a pesar de que hay satisfacciones que implican placer y otras
no. Todo discurso establece un orden entre los cuerpos, una limitación del goce, en palabras
freudianas una “represión”.
a la vez como expresión, defensa pulsional y como un modo de relación con la realidad, el
gran ataque histérico es una tempestad de movimientos con una teatralidad suprema,
comportándose de este modo como una performatividad.
Para realizar un juego concreto la histérica necesita tanto del cuerpo como de la
mirada del otro. La regresión formal muestra un organismo en estado de desamparo, de
impotencia, la paciente se impone bajo el papel de víctima, metiendo su pulsión en el otro
para volverlo responsable; mediante su teatralidad le hace sentir, padecer y hacerse cargo
del perjuicio que siente haber sufrido. Asiste de esta manera a una invasión por una
excitación inelaborable en su totalidad.
Alzate 5
Así bien, la pregunta de la histeria recae en la pulsión de muerte como aquello que
no quiere saberse. “El mérito de la histérica, consiste en hacernos meter la nariz no en
nuestro semi-ángel, ni en nuestro semi-bestia, sino en nuestro ni-ángel, ni-bestia. La
histérica lo logra, con su cuerpo que habla, que grita”. (Israel 35) La lectura de la histeria
supone un retorno incluso hacia las dimensiones de la mismidad y las represiones propias.
El cuerpo en el que se despliegan los síntomas histéricos es otro muy distinto al del
cuerpo orgánico, cuerpo simbólico atravesado por el lenguaje como alumbramiento de la
experiencia reprimida. La histérica obliga al médico a realizar una nueva lectura de la
problemática del cuerpo como percepción de la instancia del yo y lo real, lectura apoyada
en lo físico o material, a manera de signos inscritos que deben interpretarse. La histérica
recorta su cuerpo, retuerce su yo tanto físico como psíquico en la búsqueda de ese Eros que
unifica las partes disociadas, porque Eros une, liga el conjunto mediante la reafirmación de
la vida como conservación de un sujeto, naturalmente fragmentado.
Referencias.
Schaefffer, Jacqueline. “La histeria: del lenguaje del cuerpo a la encarnación del lenguaje.
Revista de Psicoanálisis 22 (1995): 117-63.
Soler, Colette. Los ensamblajes del cuerpo. Medellín: Asociación Foros del campo
lacaniano Medellín, 2006.
Sopena, Carlos. “La realidad psíquica en los Estudios sobre la histeria”. Revista de
Psicoanálisis 22 (1995): 133-48.