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"¿puedes Perderme?

"

(*) Reunión Lacanoamericana De Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995.

Haydée Heinrich

Un niñito que se ha perdido va caminando por la calle.


"Señor, señor", dice, "¿no vió a una señora
a la que le falta un nenito como yo?"

Entre alienación y separación, el Sujeto formula su pregunta al Otro: "¿puedes perderme?".


Pregunta clave, ¿de dónde surge? ¿Cuál es su lógica, cuál su necesariedad? ¿Qué caminos
abre su formulación? ¿Cuáles cierra su fracaso? ¿Cómo incide que se la responda afirmativa
o negativamente?(1)

Tal vez podríamos comenzar nuestro recorrido reconociendo que esta pregunta en realidad
intenta dar respuesta a otra, más inquietante, con la que el sujeto se encuentra en la
intimidación misma que le hace el Otro con su discurso, al entrever que el Otro, lejos de saber
lo que desea, apenas si sabe lo que demanda.

Como sabemos, es propio a la estructura del significante -a la cadena significante que


vehiculiza la demanda del Otro- el intervalo que se encuentra entre los significantes. Y es en
ese intervalo en el que se insinúa el deseo del Otro. Deseo que intriga al sujeto: las
infatigables preguntas de los niños no apuntan a otra cosa que a hallar un punto de falta en el
discurso, que confirme la existencia de un deseo en el adulto.(2)

Es aquí que se le plantea al Sujeto la primer pregunta que dirigirá al Otro: "¿qué es lo que
quieres?" "Me dices que coma, ¿pero qué quieres en realidad?" La demanda del Otro ha
dejado de ser unívoca, sabe ya que "comé" no significa solamente eso, pero ¿qué otra cosa
significa? "Comiendo satisfago tu demanda, pero ¿cómo satisfacer tu deseo?"

Obviamente, el sujeto no sabe qué ofrecer. Recurrirá entonces a lo único que tiene a mano.
Hará como Gribouille, dice Lacan, responderá con lo aprendido en el tiempo precedente.

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Gribouille es el tonto del pueblo, quien una bella mañana se encuentra con un cortejo fúnebre.
"Un muy lindo día tengan ustedes", saluda alegremente; inmediatamente se lo reprende: "no
se dice así, sino "mi más sentido pésame" ". Continúa caminando, y se cruza con un cortejo
nupcial. Educadamente saluda: "mi más sentido pésame".

El Sujeto, por su parte, lo que ha recogido del tiempo precedente, el de su alienación


significante, es su afanisis, su desaparición bajo los significantes que lo representan. Es así
que, al encontrarse con el enigma del deseo del Otro, ensaya esa misma respuesta. "¿Qué
quieres? ¿acaso quieres mi desaparición? ¿quieres perderme?"

Podríamos plantear entonces, que la afanisis, que hasta ese momento simplemente era
"efecto" de la alienación significante, deberá pasar a ser función, "función afanisis" y operará
mediante la pregunta "¿puedes perderme?"; su puesta en juego será necesaria para sostener
la interrogación de los significantes de la demanda del Otro.

Si mediante el ofrecimiento de su carencia, el sujeto logra alcanzar la carencia del Otro,


estarán dadas las condiciones para que se opere la torsión del segundo tiempo, la separación,
por la cual el sujeto se liberará del peso afanísico del S2; si se efectúa el recubrimiento de
ambas carencias, -indicado en la intersección de los círculos de Euler-, se recorta el objeto,
produciéndose la juntura del deseo del Sujeto y del deseo del Otro, quedando abiertas las vías
para la instauración de una neurosis de transferencia.

Pero no alcanza con que el sujeto se ofrezca a colmar la carencia del Otro con su afanisis,
también es necesario que el Otro la acepte. Es decir, que éste debe dar muestras de que la
desaparición del sujeto representaría una pérdida para él. Es el caso del niñito de nuestro
epígrafe; él sabe que su falta no pasaría desapercibida para su madre, hasta supone que
cualquier extraño la notaría.

Sin embargo, sabemos que el Otro no siempre arriesga la mostración de su falta. No me


refiero a la posibilidad de que el Otro no aloje convenientemente al sujeto por preferir algún
otro objeto de deseo, sino al caso particular en que el Otro efectúe un rechazo de su falta,
obturando el intervalo que se encuentra entre los significantes de su demanda.

Efectivamente, esta función del "¿puedes perderme?", secundaria a la instauración del


Significante del Nombre del Padre, inherente a la operatoria del Significante de la Falta en el
Otro y lógicamente necesaria para la constitución del sujeto deseante, por distintos motivos,
puede fracasar.

En los capítulos del Seminario XI en que desarrolla estos conceptos, Lacan hace referencia a
dos problemáticas en las que podemos suponer una falla en esta función: el fenómeno

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psicosomático y la anorexia.

Respecto del primero me interesa subrayar la siguiente afirmación: "En el fenómeno


psicosomático la inducción significante a nivel del sujeto ha transcurrido de un modo que no
pone en juego la afanisis del sujeto". Y un poco más adelante reitera que allí "...ya no
podemos más tener en cuenta la función afanisis del sujeto."

Por otro lado, respecto de la anorexia leemos: "El fantasma de su muerte, de su desaparición
es el primer objeto que el sujeto tiene que poner en juego en esta dialéctica, y en efecto lo
pone -por mil razones lo sabemos aunque sólo sea por la anorexia mental."

Proponemos pensar que fenómeno psicosomático y anorexia se deben a distintas fallas en la


función del ¿puedes perderme? : mientras el enfermo psicosomático no puede poner en juego
la función afanisis para interrogar los significantes provenientes del Otro, la anoréxica, por el
contrario, no puede dejar de ponerla en juego, a la espera de una respuesta afirmativa que no
llega.

No es mi intención analizar aquí estos dos fenómenos(3). Los he introducido como apoyatura
en relación a la pregunta que centra este trabajo, y que reformularía ahora de la siguiente
manera: ¿Cómo precisar la función del "¿puedes perderme?", en su estatuto fundacional del
sujeto deseante?

*****

Retomemos la cuestión. Decíamos que para que la separación se produzca es necesario el


recubrimiento de dos carencias, la del Sujeto y la del Otro. Esta concepción de Lacan se vería
privada de su verdadera dimensión, si olvidáramos que la primera carencia, -la del Sujeto
como efecto de la alienación significante-, en realidad no es primera, sino que encubre una
carencia previa que es real.

Se trata, como sabemos, de la pérdida constituyente del Sujeto, la pérdida de su vida inmortal,
puro instinto de vida irreprimible, ya que, en función de su reproducción sexuada, estará
afectado por la muerte biológica.

El ser hablante no es el único afectado por la muerte, pero sí el único, nos dice Lacan, que
tiene el privilegio de captar el sentido mortífero de ese órgano incorporal que él llama laminilla,
libido, hommelette, en su relación con la sexualidad. "Esto porque el significante como tal, al
tachar al sujeto, de buenas a primeras ha hecho entrar en él el sentido de la muerte," (4) nos
dice.

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La afanisis del sujeto introducida por el significante, sólo adquiere dimensión real en la medida
en que redobla la muerte introducida por la reproducción sexuada. A su vez, la muerte
biológica a la que está sometido el viviente, sólo se le revela simbólicamente al ser hablante
por intermedio del factor letal que introduce el significante. Es esta conjunción la que le
permite intentar hacer de su muerte el objeto del deseo del Otro.

Nos hallamos pues ante un sujeto herido de muerte, simbólicamente mortificado por el
significante afanísico, y realmente sometido al peso de la muerte biológica.

Lacan recurre al mito de la laminilla, esa especie de ameba pegajosa y escurridiza, que por su
reproducción escisípara resulta inmortal y también mortífera; puede colarse bajo las puertas y
pasar a través de cualquier hendija, y el hecho de ser irreal, no le impide encarnarse en el
cuerpo. ¿Cómo acotarla? ¿Cómo detenerla sin que se nos cuele entre los dedos?

La laminilla, puro instinto de vida inmortal, aún siendo imposible, deberá, además, volver a ser
perdida. Hará falta para ello una operación, que intentaremos situar, gracias a la cual, la
laminilla sólo mantendrá un resto de su vigencia a través de sus representantes. El sujeto los
encontrará - se trata de las distintas especies del objeto a - en el campo del Otro; la pulsión se
dedicará a dar vueltas alrededor de estos objetos con la intención de restañar la pérdida
original, perdiéndolos una y otra vez.

La clínica nos da muestras de lo mortífero de la laminilla, cuando no ha sido dada por perdida.
Recordaba un paciente diagnosticado con lo que se conoce como "Síndrome de Cotard",
quien cotidianamente me hacía muda partícipe de su drama: aún sabiéndose muerto, nunca
podría morir: su certeza radicaba en que, si se tiraba bajo un tren, sus pedacitos seguirían
viviendo.

El goce no acotado de la laminilla puede adoptar también otra modalidad, que consiste en su
encarnación en el cuerpo. Así, en el fenómeno psicosomático, la pulsión, al no poder dar
vueltas alrededor de un objeto perdido, lo hará alrededor de un órgano, que resultará
lesionado.

En ninguno de los dos casos, han venido al lugar de la laminilla, como sus sustitutos, los
objetos que el sujeto naturalmente pierde - en primer lugar las heces -, y luego la mirada y la
voz.(4)

Si bien con efectos y por motivos diferentes(5), psicosis y fenómeno psicosomático comparten
la particularidad, de que la laminilla sigue vigente como tal, y no en tanto resto en el objeto
pulsional. Como es sabido, también comparten, en términos de Lacan, la holofrase(6), que es
otro modo de decir que ha fracasado el intervalo en el que se hubiera recortado dicho objeto.

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Pero volvamos a nuestra pregunta, que guarda íntima relación con la posibilidad de
transformar una laminilla mortífera en un resto pulsional. Decíamos que ante el encuentro con
la carencia del Otro, el sujeto ofrece su pérdida; podemos decir ahora, ante la ambigüedad de
esta formulación ("su pérdida"), que no sólo le ofrece su pérdida subjetiva (¿puedes
perderme?), que le retorna de su alienación significante; también le ofrece, como retorno de
su carencia real, su pérdida objetiva, es decir, lo que perdió por su reproducción sexuada, a
saber, su vida inmortal representada en la laminilla.

"Este órgano de lo incorporal en el ser sexuado", nos dice Lacan, "es esto lo que del
organismo el sujeto viene a colocar en el tiempo en que se opera la separación".(4)

Por ello, al proponerse recubrir la carencia del Otro con su propia carencia, lo que nos interesa
en realidad, no es tanto que el sujeto colme la falla que encuentra en el Otro, sino, "en primer
lugar, la de la pérdida constituyente, de lo que pierde por su reproducción sexuada".(4)

Es decir que si el Otro no positiviza la pérdida del sujeto, o si éste, por su parte, no puede
ponerla en juego, el sujeto permanecerá descarnadamente enfrentado a la Muerte, esa que,
igual que al Sol, no se puede mirar de frente.

Adquiere pues toda su dramaticidad que este tiempo sea logrado: para protegerse del
significante binario que lo hace desaparecer simbólicamente y que, como veíamos, no es más
que un recubrimiento de su pérdida real constituyente, que es primera, el sujeto deberá atacar
la cadena significante del Otro en su punto más débil, el del intervalo, operando para ello con
su propia pérdida (4).

"Nada en la vida de ninguno desencadena más encarnizamiento para lograrlo", nos dice
Lacan. "Es por vía de la separación, que el sujeto podrá procurarse lo que le incumbe: un
estado civil."

La carencia real del sujeto, -es decir su sometimiento a lo real del sexo y de la muerte -, por la
intermediación de su carencia simbólica, -la que se produce al ser afanizado por los
significantes que lo representan-, podrá ser positivizada en términos de carencia imaginaria
para el Otro, siempre que el Otro acepte concederle ese estatuto fálico. Sólo si la carencia
imaginaria anuda la carencia real y la carencia simbólica, el ser hablante, aún herido de
muerte, podrá convertirse en un sujeto deseante.

Me atrevería a decir que, haber alojado la pérdida del sujeto en el campo del Otro,

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produciendo la juntura del deseo del sujeto con el deseo del Otro, no sólo abre la vía a la
transferencia, como dice Lacan, sino también, en tiempos instituyentes, a la neurosis de
transferencia en sí misma.

Conocemos el desarraigo, el desasosiego, la agonía de aquél que no ha encontrado una


articulación significante y un recubrimiento imaginario para su falta real, de quien no ha podido
hacer de su falta la causa del deseo del Otro, de algún Otro...

Encontramos, en ocasiones, este desasosiego adormilado, como decía Freud, por sustancias
embriagadoras; otras veces, presenciamos actuaciones e impulsiones con las que el sujeto
aún intenta desesperadamente mostrarle al Otro que no le está haciendo un lugar; hay
también quienes pretenden producir esta falta con su propia pérdida en lo real, dejándose
morir de inanición.

Son algunos de los distintos modos -descarnados, por cierto- de atacar la cadena significante
en busca de un intervalo, cuando la pregunta "¿puedes perderme?" ha fracasado. Sabemos
que no es fácil disuadir a un sujeto del encarnizamiento con que procura lograrlo. No debería
sorprendernos: se trata efectivamente, para él, de procurarse un estado civil.

Tampoco debería sorprendernos que la mayoría de las veces no le resulte sencillo entrar en el
dispositivo analítico y desplegar su neurosis en transferencia. Lacan nos enseña que sólo se
puede confiar en el Otro en la medida en que se le supone un deseo.(7) El sujeto es supuesto
saber solamente en tanto es supuesto desear. Tal vez podríamos pensar que, cuando falla
esta suposición de un deseo en el Otro, -si bien estaríamos en presencia de una neurosis-,
ésta, sin embargo, no sería "de transferencia".

Por último, con respecto a la cura de estos sujetos, creo que el analista, lejos de perfeccionar
su saber para la eficiente erradicación de anorexias, bulimias, impulsiones, adicciones o
psicosomáticas, por el contrario, debería arriesgarse a poner en juego su falta de saber,
apostando a que, en ese intervalo el sujeto encuentre su lugar.

NOTAS

(1) Este trabajo continúa, de algún modo, el presentado en las Jornadas 20 Años Aniversario
de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (1994), titulado "Zona de Riesgo".

(2) Estos desarrollos de Lacan se encuentran principalmente en los cap. XV a XX del


Seminario Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis.

(3) He trabajado el tema de la anorexia en mi libro "Borde<R>S de la Neurosis", y más

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recientemente el del fenómeno psicosomático en una publicación del Equipo de
Psicosomáticas del Hospital Argerich.

(4) J. Lacan - Posición del Inconsciente. Escritos.

(5) Creo que en la psicosis lo que fracasa, en el tiempo de la alienación significante, es la


afanisis en tanto efecto, o al menos habría que redefinirla completamente, por lo cual, la
función afanisis es imposible por estructura. En el Fenómeno Psicosomático, en cambio, el
efecto afanisis estaría logrado, sólo que falla su puesta en juego en tanto función, en
circunstancias que habría que determinar.

(6) J. Lacan - Seminario XI - Cap. XVIII

(7) idem, cap XIX "... el sujeto es supuesto saber, solamente en tanto es sujeto del deseo".

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