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Ricardo Forster
E D T O R A L T R O T T A
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Serie Filosofía
ISBN: 978-84-9879-024-5
Depósito Legal: S. 325-2009
Impresión
Gráficas Varona, S.A.
ÍNDICE
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PR Ó LOGO
A lberto Sucasas
A buen seguro constituye uno de los legados mayores del pensamiento de
cimonónico la desde entonces irrenunciable conciencia de la radical his
toricidad de lo humano: si el pensamiento clásico (digamos: el que abarca
desde la fundación platónica hasta el racionalismo de la época barroca) se
empeñaba en aprehender la experiencia del tiempo desde una eternidad
postulada, según un repertorio de antítesis categoriales (tiempo/eternidad,
por supuesto, pero también sensible/inteligible, material/inmaterial, devenir/
identidad, pluralidad/unidad, etc.) que condensan lo esencial del proyecto
meta-físico, la filosofía post-ilustrada inaugura una nueva ontología; su prin
cipio fundamental enuncia que lo temporal (y, muy en particular, el ámbito
antropológico) ha de explicarse desde el tiempo mismo, criterio fundamental
de inteligibilidad. Tal axiomática, nacida del trabajo filosófico (historicismo
es el nombre con que su historiografía se ha hecho cargo de esa novedad),
no tardó en aplicársele también a él: así, en Hegel, la filosofía se convierte
en expresión conceptual del propio tiempo; el pensamiento no es sino con
ciencia epocal en el elemento del concepto.
Difícilmente se reconocería en esa forma de autoconciencia el ejercicio
de pensamiento contenido en los siete ensayos de Los hermeneutas de la
noche. Y no porque su autor, el argentino Ricardo Forster, reivindique para
el discurso, nostálgicamente, el estatuto de una philosophia perennis,
sustraída a la maldición del tiempo. Muy al contrario, su vocación filosófica
se sabe marcada por la situación histórica (y geográfica: no estamos ante un
filósofo desterritorializado -lo cual, de hecho, equivale a pensar, sea cual sea
el lugar del planeta en que uno se encuentre, como si se residiese en alguna de
las viejas ciudades europeas-, sino ante un pensador conscientemente argen
tino y, por extensión, latinoamericano) y emplazada a dar cuenta de ella. Pero
no en la forma de una mera interpretación de los signos del tiempo, fiel a una
orientación que reduce la tarea filosófica a elucidar, desde una presunta neu
tralidad (bajo la cual siempre late un espíritu acomodaticio y conformista), la
facticidad social y cu ltural sin otro horizonte que el de lo dado históricamente.
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ALBERTO SU CASAS
l. Crítica y sospecha. Los claroscuros de la cultura moderna (Paidós, Buenos Aires, 2003)
es el título de una de sus obras, cercana en más de un sentido a Los hermeneutas de la noche. En el
prólogo de ese libro, inquiriendo la significación de la forma-ensayo como escritura emblemática
de la experiencia moderna, y reivindicando su espíritu para el propio discurso, Forster reflexiona
en estos términos: «El ensayo ha sido la escritura de la sombra, el revés de la luz racional, la fisura
en el muro de la certeza cartesiana, la poética de la hegeliana 'noche del mundo' o el intento de
seguir tras las huellas huidizas del 'mal radical' apenas pronunciado por Kant» (p. 1 3). Esa rei
vindicación de una meditación que, tentativamente (como corresponde a la lógica de la escritura
ensayística), asume el designio de explorar el reverso sombrío de las Luces prefigura la temática
de este nuevo libro: lo nocturno también ha de ser interpretado y ésa es la tarea emprendida por
Forster al comentar a algunos de sus más insignes hermeneutas. Comentar comentarios es, no lo
olvidemos, seña de identidad del pensamiento judío, que de ese modo se inmuniza contra la clausura
de la palabra dogmática: «Quien comenta un comentario (es lo propio de las múltiples lecturas que
los judíos hicieron de su tradición) modifica irremediablemente el propio texto original. Por eso
para el judaísmo no existe una sola vía de acceso, una palabra con fuerza de dogma intocable» («El
laberinto de las palabras»).
2. Con esas palabras caracteriza Forster al autor del Passagenwerk en un trabajo reciente :
«Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen»: Espectros del psicoanálisis (México), 7 (2006),
pp. 5 1 -74.
3. Altamira, Buenos Aires, 200 1 .
4. Nueva Visión, Buenos Aires, 1991.
5. El exilio de la palabra (Eudeba, Buenos Aires, 1999), Notas sobre la barbarie y la esperan
za. Del 11 de Septiembre a la crisis argentina (Biblos, Buenos Aires, 2006) y El laberinto de las lec
turas: entre el poeta, el héroe y la infancia (Universidad del Claustro de Sor Juana, México, 2007).
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PRÓLOGO
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ALBERTO SUCASAS
1 1 . Ibid.
1 2 . De «El estado de excepción» provienen estas dos citas: «Que todavía sigamos discutiendo
con especial preocupación el legado intelectual de Car! Schmitt, sabiendo que entre él y nosotros
media la catástrofe maldita del régimen nazi, significa que hay algo en su escritura que ha sabido
colocar cuestiones que siguen siendo esenciales a la hora de intentar reflexionar sobre la consuma
ción de esta época histórica que denominamos modernidad»; «en ciertos pensadores reaccionarios,
confesos militantes de las causas de las derechas más duras del siglo que acaba de cerrarse, se
encuentran, muchas veces, intuiciones intelectuales sobre el carácter de la época que difícilmente
podemos hallar en el mundo de los pensadores progresistas».
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PRÓLOGO
lar, sus avatares místicos, habida cuenta de que «las mej ores reflexiones
de los pensadores de Occidente son aquellas que se hicieron cargo de las
intuiciones de los místicos» («El laberinto de las palabras»). De ahí deriva
el sostenido interés por la obra de Scholem, donde una sorprendente eru
dición sobre los senderos cabalísticos se alía con una actitud de respetuosa
nostalgia hacia la nervadura espiritual de esa aventura; «Gershom Scholem
y la profanación de la lengua» es la contribución de Los hermeneutas de
la noche a esa inquietud, trabajada por la convicción de que «el diálogo
abierto entre la mística, la poesía y la filosofía en lo concerniente al uni
verso del lenguaje» («El laberinto de las palabras») ha de ser celosamente
preservado. Esa sensibilidad hacia el fenómeno místico-religioso se empa
renta con el tercer rasgo del Forster heresiarca de la izquierda: la denuncia
de la banalidad imperante en la sociedad contemporánea, diagnosticada
como falta de espíritu, como «perturbadora ausencia de espiritualidad» u
«hondo vacío espiritual» («Entre la ruina y la espera: viaje al mundo de
las almas»), visibles por igual en el creciente vaciamiento de la sustancia
del lenguaje («la lengua convertida en charla vacía, en instrumento de
dominación, se vuelve figura del mal allí donde se ha perdido su sentido
esencial, su compromiso con la verdad», afirma «Entre la ruina y la espera»)
y en la expansión imparable, según la predicción de Nietzsche, del desierto
(«es difícil sustraer nuestros actos y nuestras intenciones a esa sensación
de sinsentido que atraviesa las prácticas contemporáneas, de un sinsenti
do que surge de comprobar que nada subvierte efectivamente la marcha
triunfal de la sociedad de mercado», insiste el mismo texto). Tal principio
revisa críticamente el vínculo, tradicionalmente inherente al pensamiento
de izquierda, entre proyecto emancipatorio y fe materialista, sugiriendo
que acaso esa izquierda, justo cuando desdeña como lamento pequeñobur
gués la diagnosis nietzscheana del destino nihilista de Occidente, sea la que
más burguesa o filisteamente se enfrenta a la catástrofe espiritual apenas
encubierta por la apoteosis de la sociedad del bienestar. En todo caso, en
Forster convergen una agudísima sensibilidad al vacío nihilista y un tenaz
apego a la esperanza mesiánica 13•
¿será necesario decir que en todo ello, en la manera con que el discur
so de Los hermeneutas de la noche se quiere fiel al sueño emancipatorio
precisamente cuando hace pasar sus formulaciones canónicas por el ceda
zo de la crítica, late, irreductible, la fidelidad al judaísmo ? Comenzamos
estas páginas contraponiendo el trasfondo conservador del historicismo
13. En el ensayo final, significativamente titulado «Entre la ruina y la espera•, se abre paso
la constatación de una crisis descomunal : «En el triunfo de la subjetividad burguesa debemos en
rnntrar el desfondamiento contemporáneo; en la marcha victoriosa de la secularización, en su
t•nt ronización, se encuentra la anunciación de su colosal crisis•. Pero también asoma aquella «débil
t•spcranza mesiánica• que Benjamín supo reconocer en el corazón mismo del cataclismo que impo
nía l a sociedad europea de entreguerras: «1Habrá, se abrirá algún día la promesa incumplida que
nos remonta mi lenios atrás cuando iniciaba su marcha el alma de Occidente ? 1Tiene esa promesa
todavía algún sentido? 1Vale la pena seguir esperando ?•.
13
A L B E RT O S UCASAS
14. Algo que no hace sino confirmar la reciente coedición, junto a Reyes Mate, del volumen
El judaísmo en Iberoamérica (Trotta, Madrid, 2007), perteneciente al proyecto Enciclopedia Ibe
roamericana de Religiones.
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PRÓLOGO
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ALBERTO SU CASAS
16. !bid.
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EL LABERINTO DE LAS PALABRAS
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L O S H ER M E N E U T A S D E L A N O C H E .
cuanto a lengua y literatura, el lector más fiel, más delicado, producido por
el grupo moderno1 •
Junto con la fábula de Jorge Luis Borges sobre Pierre Menard, Steiner
definió al ensayo benjaminiano como el lugar central de la reflexión sobre
«el misteriaso acto de pasaje de la mente humana de una lengua a la otra».
Benjamin y Borges, el primero desde su propia experiencia de traductor y
de sus lecturas -inducidas por Gershom Scholem- de la Cábala judía, y
el segundo a partir de sus búsquedas literarias y sus eruditos paseos por eti
mologías en desuso, lograron penetrar en el mundo misterioso del lenguaje.
Benjamin enfrentó a Steiner, al igual que Borges y Kafka, a la pregunta
decisiva por el origen de la lengua, por la: posibilidad de la traducción y
de la conservación del sentido del texto (el resguardo del «espíritu») en el
acto, que siempre es creativo, de la traslación de un idioma a otro. Motivó
su viaje -magníficamente relatado en Después de Babel- hacia las ignotas
y fantasmagóricas regiones donde se forjaron los misterios del lenguaje.
La extrema sensibilidad de Benjamin para pensar la historia de las
palabras a partir de las fuentes de la Cábala, del lenguaje de los poe
tas y de la crítica literaria, le permitió a Steiner sospechar de las arbi
trarias soluciones de la lingüística contemporánea, especialmente la de
sus variantes logicistas y matematizantes. Predispuesto para emprender
ese viaje atípico, Steiner, citando a D. Hymes, señala como presupuesto
fundante de sus indagaciones que «casi todo el lenguaje empieza donde
los universales abstractos terminan»2• Allí donde las teorías escrupulosas
pero sin vuelo imaginativo de los lingüistas no alcanzan a dar cuenta de
las oscuridades del habla, en ese punto donde lo indescifrable se entre
laza con lo inexpresable, allí es donde Steiner, inspirado por el espíritu
benjaminiano y por las ironías borgianas, inicia su periplo; un viaj e que
lo conducirá hacia comarcas remotas y neblinosas, hacia ciertas expe
riencias donde el secreto de las palabras se conjuga con el silencio de los
orígenes. Escribe Steiner :
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[ . . :]si existe una lengua de l á verdad, en la cual los misterios definitivos que
todo pensamiento se esfuerza por descifrar se hallan recogidos tácitamente
y sin violencias, entonces el lenguaje de la verdad es el auténtico lenguaje.
Y justamente este lenguaje, en cuya intención y en cuya descripción se
encuentra la única perfección a que puede aspirar el filósofo, permanece
latente en el fondo de la traducción4•
4. W. Benjamin, •La tarea del traductor•, Diario de Poesía {Buenos Aires), 10 (1988).
5. /bid.
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Esta original lectura que el joven Benjamin hace de ·la caída del hombre
y que lo lleva a la elaboración de una teoría del origen del lenguaje que lo
acompañará a lo largo de toda su vida, está inspirada -como demuestra
de forma convincente Winfried Menninhaus- en la filosofía romántica del
lenguaje de Novalis, Schlegel, Hamann y Herder -ella misma inspirada
por temas de la Cábala y de la tradición mística del pietismo suabo-. Los
fragmentos de esa lengua perdida, que habitan desperdigadamente nuestro
tiempo histórico, constituyen las señales de ese pasado que se proyecta
utópicamente hacia el futuro.
Steiner se compenetró, desde un comienzo y cuando se preparó para el
viaje hacia las comarcas neblinosas de la lengua, con el peculiar modo ben
jaminiano de acceso a ese mundo; un acceso desprejuiciado e irreverente en
su relación con los saberes establecidos y lo suficientemente plástico como
para lograr la confluencia de tradiciones opuestas. Benjamín le enseñó a
leer superponiendo los planos y desarticulando las falsas murallas de los
dogmatismos. En ese ejercicio de interrelación Steiner siguiendo a Benja
mín también fue capaz de vinctdar la mirada del lingüista, estrictamente
formado en las rigurosidades de la ciencia del lenguaje, con el comentario
cabalístico; el análisis lógico con la escritura poética; las sorprendentes
investigaciones del funcionamiento del cerebro humano con las formulacio
nes filosóficas ancladas en antiguas tradiciones metafísicas; la profundidad
de ciertos hallazgos de la etnolingüística con la lectura atenta de la sabidu
ría mítico-poética que, en relación al misterio de Babel, tiene mucho que
decir. Las «afinidades electivas» de Benjamín, la llave que le permitió mirar
de otro modo (cambiándose cuando era necesario las «gafas», saltando sin
inconvenientes entre paradigmas opuestos) y desde diferentes lugares los
t'ventos de la cultura moderna hasta alcanzar ciertas visiones profundas y
originales sobre el lenguaje, se constituyeron para Steiner en un modelo
•• seguir, en una sorprendente metodología para internarse en el mundo,
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Para quien el traductor es el que hace surgir la chispa, el que crea, gracias
a un eco espontáneo, una lengua más cercana a la unidad primigenia del
lenguaje que el texto original o la lengua a la que se traduce. No es otro
«el reino final del lenguaje», el presagio palpitante de ese discurso perdido
pero más integral que se encuentra emboscado, por así decirlo, entre y tras
las líneas del texto. Sólo la traducción tiene acceso a ese reino. Un acceso
que tendrá que ser parcial mientras no se logre gobernar a Babel12•
12. lbid. , p. 28 1.
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arte del cabalista, él también jugó el juego del comentario que nunca es
prepotencia de la razón, búsqueda instrumental, sino aproximación amo
rosa, acercamiento lúdico.
Antes habíamos hablado de la responsabilidad del traductor que se
hace cargo de la traslación de un texto sagrado; Rabí Meir, uno de los
maestros más importantes de la Misná, nos cuenta:
Cuando estudiaba con Rabí Aquibá, tenía yo costumbre de echar vitriolo a
la tinta, y aquél no decía nada. Pero cuando me fui con rabí Yisma' el, me
preguntó : Hijo mío, ¿cuál es tu ocupación ? Yo le contesté : Soy escriba de
la Torah. Me dij o entonces : Hij o mío, ten cuidado con tu trabaj o, porque
es un trabajo divino ; si omites una sola letra o si escribes una de más, des
truyes el mundo entero17•
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19. M. Lowy, Reden(¡iio . . . , cit., p. 21. Véase también G. Scholem, Sabbatai Seví. The Mysti
cal Messiah, Princetori University Press, Princetón, 1989, pp. 40-77, y su artículo «Kabbalah», en
Enciclopaedia Judaica, Keter Publishing House, Jerusalem, 1971, t. 1 0, p. 599.
20. G. Scholem, «Kabbalah>>, cit., p. 599.
21. M. Blanchot, e n M . Lowy, Reden(ao. . . , cit., pp. 74-75.
22. G. Steiner, Después de Babel, cit., p. 370.
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Habla tú también,
habla como el último,
pronuncia tu proverbio.
Es Paul Celan el que diagrama esta exigencia, el que sabe que el umbral
no se puede franquear:
Habla -
pero no separes el no del sí.
Da a tu proverbio también sentido :
dale sombra.
Mira alrededor:
mira cómo en torno todo deviene vivo -
i Por la muerte ! iVivo!
Verdad dice quien sombras dice.
23. P. Celan, Obras completas, trad. de J. L. Reina Palazón, Trotta, Madrid, 52007, pp. 108 s.
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e s de los funerales de Antígona) . Pero una nueva síntesis sale a luz, unísono
del ático del siglo v y del alemán de principios del siglo XIX. Es un idioma
extranjero, porque no pertenece por completo a ninguna de las dos lenguas.
Y, sin embargo, carga corrientes de significación más universales, más próxi
mas a las fuentes del lenguaje, que el griego y el alemán. Por eso, el último
Holderlin piensa que el poeta, cuando traduce, se acerca como nunca a su
lengua verdadera. Más allá de las aleaciones y fusiones que suscita la gran
traducción -pero ahora conforme a una aceptación por fin concreta y en
la que el poeta se mueve libremente-, se extiende el silencio. La coherencia
perfecta es muda e inefable27•
27. !bid. , p. 3 8 0.
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de las múltiples tinieblas del discurso mortífero», debe salir a buscar lo que
se le sustrae. Pero, y éste es el otro lado, comprende que el lenguaje es una
trampa de la que él jamás podrá salir, una barrera que difumina la realidad
de las cosas, que opaca el paisaje del mundo. El lenguaje es distancia. Y este
factum el poeta no lo puede ocultar ni superar.
Tenerse, a la sombra
del estigma en el aire.
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siglo XIV a Lutero. Contiene retazos del alto alemán, del bajo alemán y del
medioalto alemán; del alemánico (de los Atollen, zeche, guhr, sintern) junto
a palabras y procedimientos gramaticales del cuño del propio Borchardt,
quien no abriga ninguna ilusión de que su empresa, de carácter ficticio,
llegue a buen puerto. «Pero convertir esta ficción lingüística en un 'pudo
haber sido' factible y verosímil, en una corriente alterna con consecuencias
potenciales para el presente y el futuro del espíritu alemán, era el objeto
de este ejercicio. Lo que nunca fue todavía puede llegar a ser»3 1 •
Sería muy provechoso y muy estimulante relacionar este «panalemán»
reinventado por Borchardt a partir de un viaje por la historia de la lengua
de Lutero y de sus diferentes dialectos, con la intención benjaminiana de
una lengua única, mesiánica, capaz de suturar las heridas de Babel. ¿Leyó
Benjamín a Borchardt ? No conozco la respuesta (aunque es muy probable
que lo haya leído) ; pero si la respuesta fuera afirmativa se podría estable
cer una relación novedosa. Borchardt trabajó esta idea entre 1 904 y 1 93 0.
Steiner aclara que si bien el Dante Deutsche fue objeto de comentarios
por parte de Hesse, de Curtius, de Vossler y de Hofmannsthal, pasó casi
inadvertido. Intentar una traducción como la de Borchardt supone una
suerte de ecumenismo transtemporal de la lengua; la fusión de diferentes
historias en el interior de un idioma; es conservar las diferencias en la
identidad. También supone «escuchar» de otro modo, es decir, perci
biendo otros sonidos, rastreando hacia atrás huellas que tenuemente se
muestran en el lenguaje contemporáneo. Reunir en un mismo texto el
alemán del siglo XIV con el de Lutero, o los dialectos alpinos con el bajo
y alto alemán, conlleva un utopismo restitutivo, una suerte de ruptura
de las limitaciones que impone el tiempo, un juego donde el pasado se
imbrica con el presente. Borchardt recrea otro alemán cuando traduce, a
su modo, la Divina Comedia, se coloca detrás de Babel, aunque sólo sea
en la ficción.
El poeta y el traductor se asemejan en ese mismo intento por atravesar
las barreras de la lengua, por escuchar esos «otros» sonidos de las palabras.
El poeta recuerda en su escritura, como lejanos ecos, el tiempo en que
las palabras vivían impregnadas de potencia nominadora; el traductor,
detective de lo intertextual, también descubre las otras significaciones,
en él también palpita la metáfora, la quimera de la restitución. En todo
caso ambos, el poeta y el traductor, exponen las limitaciones del lenguaje,
el frenético combate por superar los umbrales del sentido y de lo que se
puede decir. O porque ya hemos dicho demasiado, o porque otros lo han
hecho por nosotros, o simplemente porque las palabras no nos satisfacen
en ese decir el mundo, lo cierto es que nuestra época se debate profun
damente en medio de la vivencia de un lenguaje desgastado y exhausto.
Ya en 1 9 02, Edmund Gosse repasando el enorme significado de la tradi-
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l a imposibilidad del habla. «El asombroso eco del astillado», así llama Paul
Celan a esta perplejidad contemporánea. Al astillarse la correspondencia
entre el lenguaje y la realidad o, mejor dicho, al tomar conciencia de ese
astillamiento, el individuo creativo se ve lanzado hacia regiones inhóspitas,
casi invisibles, desiertas de sentido. Es muy costoso soportar el silencio del
lenguaje, por eso en ese páramo, allí donde las palabras se han quebrado
hasta convertirse en polvo que el viento dispersa, el poeta tiene que volver
a hablar, a delinear el trazo de una escritura que lo lleve hacia otro sendero,
que le devuelva la confianza en la palabra, que le permita decir, desde un
nuevo horizonte de sentido, la frescura del mundo. Pero los significados
devienen evanescentes, fluyen sin un rumbo preciso, son provisionales «y
susceptibles de una constante organización cuando el cristal gira y vuelve
sobre sí mismo para mostrar cómo la forma viva se redistribuye en una
nueva disposición»37• Ruptura de los encadenamientos, de la linealidad
temporal, de las equivalencias, de los ritmos aceptados, todo esto conjuga
una nueva estrategia que sobrepasa a los lenguajes con los que el hombre
contemporáneo intenta atrapar al mundo. Quizás sea desde el espíritu
poético, desde esa peculiar relación que el poeta establece con la lengua,
desde donde surjan las nuevas rebeliones contra los límites que el propio
lenguaje impone.
III
No cesaremos de explorar
y el fin de nuestra exploración
será llegar donde empezamos
y por primera vez conocer el lugar.
(T. S. Eliot, Cuatro cuartetos 38 )
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39. M. Heidegger, " · · · Dichterisch wohnt der Mensch . . . » , 1 954, en G. Steiner, Después de
Babel, cit., p. 1 1 . Véase también M . Heidegger, Carta sobre el humanismo, Ediciones del 80, Buenos
Aires, 1 9 8 1 .
41
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e s que llevo medio siglo escribiendo . . . a los ocho años s e encauzó m i vida,
después todo ha ocurrido por sí solo40•
Fuimos. Somos.
Somos una misma carne con la noche.
En los pasadizos, en los pasadizos.
(Paul Celan, «Lecho de nieve»41)
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LOS HERMEN EUTAS DE LA NOCHE
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LOS H E R M E N E U TAS D E LA N O C H E
Un Dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud
[ i cuántos poetas buscaron hasta la desesperación esa palabra ! R. F. ] . Ningu
na voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma
del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y
a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces
humanas, todo, mundo, universo46•
IV
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E L LAB E R I N TO D E LAS PALABRAS
49. Véase G. Scholem, «Kabbalah», cit. ; J. M. Bunim, É tica del Sinaí, ed. Yehuda, Buenos
Aires, 1 9 8 9 , t. 1, p. xii; M. Idel, Kabbalah. News perspectives, Yale University Press, New Haven
London, 1 9 8 8 , pp. 200-249. También S. Sosnowski, Borges y la Cábala, Buenos Aires, 1 976,
pp. 32-3 3 .
50. J. L . Borges, Otras inquisiciones, cit., p. 1 5 8 .
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un libro (Mallarmé, al que cita Borges, decía que «el mundo existe para
llegar a un libro») donde Dios ha escrito -de un modo críptico- todas
las palabras, supone que su lectura y su comentario se convierten en una
tarea infinita que supera las fuerzas de un hombre y que arrastra a genera
ciones sin que se llegue al final. En «La esfera de Pascal» Borges escribió
que «quizá la historia universal es la historia de las diversas entonaciones de
algunas metáforas». ¿ Quién puede descifrar esa entonación ?, ¿cuáles son
esas metáforas ? En una entrevista del año 1 9 7 1 Borges ofreció un atisbo de
respuesta que echa luz sobre lo que estoy escribiendo; contesta el escritor:
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E L LABERINTO DE LAS PALABRAS
No hay e n l a tierra u n ser humano capaz d e declarar quién es. Nadie sabe
qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus
sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero
Nombre en el registro de la luz . . . La historia es un inmenso texto litúrgico,
donde las iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos
íntegros, pero la importancia de unos y otros es interminable y está pro
fundamente escondida53•
49
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55. J. Monod, From Biology to Ethics, San Diego, Cal i fornia, 1969, pp. 1 4- 1 5, en G. Steiner,
Después de Babel, cit., pp. 151-15 2.
5 6 . G. Scholem, Las grandes tendencias de la mfstica judía, FCE, Buenos Aires, 1993, p. 32.
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del lenguaje, una sensibilidad tan obsesionada por l a alquimia verbal como
Jacob Bohme57•
Gracias a él comencé a entender que cada ser humano posee una fisono
mía lingüística que lo diferencia de todos los demás. Comprendí que los
hombres se hablan unos a otros, pero no se entienden; que sus palabras
son golpes que rebotan contra las palabras de los demás; que no hay ilu
sión más grande que el convencimiento de que el lenguaje es un medio de
comunicación entre los hombres. Hablamos con alguien, pero de forma
que no nos entiende. Seguimos hablando, y el otro entiende aún menos.
Gritamos, él nos devuelve el grito, y la exclamación, que en el ámbito de
la gramática lleva una vida miserable, se apodera del lenguaje. Los ruidos
rebotan de un lado a otro como pelotas, reparten sus golpes y caen en el
suelo. Raras veces llega a penetrar algo en el otro, y cuando esto ocurre, es
más bien algo distorsionado58•
En esta selva de sonidos que se cruzan sin ton ni son, incapaces de en
contrar el camino de la comprensión, los hombres creen que se comunican,
suponen que sus palabras articuladas en frases huecas les permiten crear
un vínculo con el otro. La conciencia del poeta, y su calvario, es precisa
mente el reconocimiento de lo inaudito de esta condición, sus búsquedas
se dirigen a los subsuelos del verbo, se precipita detrás de cualquier huella
que le señale el sendero hacia ese fondo neblinoso del lenguaje. Apuesta y
riesgo. El poeta conoce los sufrimientos de la soledad, descubre el enorme
peso de ser custodio de las palabras; pero se hace cargo de la tarea, asume
su responsabilidad. Holderlin, poeta de poetas como lo llama Heidegger,
lo ha expresado maravillosamente :
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L O S H E R M E N E U TAS D E �A N O C H I
Kraus sabía captar este abuso del lenguaje, su ocupación predilecta era
salir a la caza de estas deformaciones, seguirlas hasta el lugar donde mejor
desplegaban su degradación : los medios masivos de comunicación. Obse
sivo y detallista, lupa en mano, Kraus lanzó sobre sus contemporáneos -y
también sobre nosotros- la acusación de ser los destructores del idioma,
los responsables de su envilecimiento. Nuestra época, digámoslo, no se
hizo cargo de las acusaciones de Kraus, más bien se regodeó ostensible
mente en perpetuar y mej orar los métodos de la degradación.
Kraus fue capaz de seguir las palabras hasta sus más íntimos aposentos,
hizo la historia de sus olvidos, de sus deformaciones, de su barbarización
en el marco de una cultura atrapada por la fascinación de la técnica y de
los medios de comunicación. El viaje de Kraus, sus exégesis y sus pesqui
sas en medio del enlodamiento del lenguaje, fue el inverso al emprendido
por poetas y místicos, pero sus intenciones se entrelazan: Kraus también
52
EL LA B E R I N T O DE LAS PALABRAS
53
LOS H E R M E N E UTAS D E LA N O C H E
Cree que del interior de una bolsita salen realmente ruidos que significan
todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo62•
62. G. K. Chesterton, G. F. Watts, 1 904, en J. L. Borges, «El idioma analítico de John Wil
kins», en Otras inquisiciones, cit., pp. 1 3 5 - 1 3 6 .
63. K . Kraus, e n E . Canetti, op.cit. , p p . 335-336.
54
E L LABERINTO D E LAS PALABRAS
64. W. Benjamín, «El narrador. Consideraciones sobre la obra de Andrei Leskov», en Sobre
el programa de la filosofía futura y otros ensayos, cit., p. 1 92.
65. W. Benjamín, «Experiencia y pobreza,,, en Discursos interrumpidos, Taurus, Madrid,
1973, p . 1 6 8 .
66. W. Benjamín, « E l narrador. . . », cit., p. 194.
55
LOS H E RM E N E UTAS D E LA N O C H E
los Pasajes, casi sin prestar atención al derrumbe de Europa que se estaba
operando a su alrededor) tenemos necesidad (dicho esto en plural aunque
sea una vivencia singular) de pronunciarnos, de escribir. La dignidad del
silencio no deja de atemorizarnos.
«Si pensamos la m odernidad como la describe Gadamer, como la pér
dida de lo sagrado, la pérdida de un cierto tipo de experiencia poética, y su
reemplazo por el historicismo secular que pierde su contacto con lo que era
originalmente esencial, entonces -concluye Paul de Man- deberíamos
elogiar a Benjamin por haber restablecido el contacto con lo que allí había
sido olvidado»67• Benj amin no se repliega ante el avance del historicismo
secular, no acepta como irremediable el silencio del lenguaje ; sus indaga
ciones de una lengua más pura lo comunican con lo sagrado, con «cierto
tipo de experiencia p o ética» ; obstinadamente recorre una y mil veces las
fronteras de la época actual, se agacha para recoger los desperdicios, mira
lo insignificante, escucha lo que ya nadie oye, todo con la intención de
recomponer los hilos de la tradición en un gesto de inconformidad radical
con el presente. Por eso su afirmación de que el «romanticismo es segura
mente el último movimiento que todavía una vez salva en el presente a la
tradición»68• Lo mismo, cambiando los nombres, podría decirse de la obra
y del pensamiento de Walter Benjamín.
Las palabras se han ido ahuecando, sus sonidos nos llegan distorsionados,
convertidos en barull o mediático. ¿ Qué nos comunica el habla? ¿Nos dicen
algo las palabras en la época del «desencantamiento del mundo»? El escep
ticismo colorea cualquier ensayo de respuesta, cualquier intento por dilu
cidar qué ha ocurrido con el lenguaje. En su Diario Ionesco escribió frases
lapidarias, se hizo cargo de la imposibilidad comunicacional de la lengua:
67. P. de Man, «Consideraciones acerca de 'La tarea del traductor' de W. Benjamin» : Diario
de Poesía (Buenos Aires), 10 ( 1 9 8 8 ) .
6 8 . W. Benjamin, carta a G. Scholem d e junio d e 1 9 1 8 , e n Correspondence, Aubier, Paris,
1 979, t. 1, p. 1 2 8 .
69. E. Ionesco, e n G. S teiner, Lenguaje y silencio, Gedisa, Barcelona, 1 9 82, p. 8 3 .
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E L LA B E R I N T O D E LAS PALABRAS
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L O S H E R M E N E U TAS D E LA N O C H E
Locura
locura de
de-
cómo decir
locura de este
desde-
locura dado lo que de
visto-
locura visto este
este-
cómo decir
esto-
este esto
esto aquí-
todo este esto aquí
locura dado todo lo
visto-
locura visto todo este esto aquí de
de-
cómo decir
ver
entrever-
creer entrever-
querer creer entrever-
locura de querer creer entrever qué
qué-
cómo decir
y dónde-
de querer creer entrever qué dónde
dónde-
cómo decir-
allí-
allá-
lejos-
lejos allí allá
apenas-
allí-
allá-
lejos-
lejos allí allá
apenas-
lejos allí allá apenas qué
qué-
58
E L LA B E R I N TO D E LAS PALABRAS
cómo decir-
visto todo esto
todo este esto aquí
locura de ver qué
entrever-
creer entrever-
querer creer entrever
lejos allí allá apenas qué-
locura de allí querer creer entrever qué
qué-
cómo decir
cómo decir-
(S. Beckett, «Cómo decir»72)
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EL ESTADO DE EXCEPCI ÓN:
WALTER BENJAMIN Y CARL SCHMITT
COMO PENSADORES DEL RIESGO
61
L O S H E R M E N E U T A S D l l. A N O C H E
4 . Ibid. , p . 1 3 5 , n. 8 .
5. H e tratado más ampliamente la relación entre Benjamin y Schmitt, particularmente en
cuanto a las deudas intelectuales que el primero destacó al publicar su Origen del drama barroco
alemán, en Walter Benjamin y el problema del mal, Grupo Editor Altamira, Buenos Aires, 200 1 .
62
E L E S T A D O D E EX C E P C I Ó N : W A L T E R B E NJ A M I N Y C A R L S C H M I TT
6. Véase de J. Herf, El modernismo reaccionario, FCE, México, 1990; también puede con
sultarse con provecho Anthony Phelan et al. , El dilema de Weimar, Edicions Alfons El Magnanim,
Valencia, 1990 (especialmente el capítulo escrito por K. Bullivant, «La Revolución Conservadora•) .
He desarrollado con mayor amplitud la cuestión del conservadurismo revolucionario durante l a
República d e Weimar e n Itinerarios de la modernidad, Eudeba, Buenos Aires, 1 9 9 6 , p p . 43-64.
7. J. Mayorga, op. cit., p. 1 3 6 .
8 . «Car! Schmitt und die 'Frankfurter Schule' . Deutsche Liberalismuskritik im 2 0 . Jahrhun
dert•: Geschichte und Gesel/schaft 12, pp. 3 8 0 -4 1 9 .
9 . «En cuanto a l parlamento, l a definición schmittiana d e l o político l o convierte e n n o po
lítico: el liberalismo sólo es viable en tiempos impolíticos. Pues el ser de lo liberal es la negación, la
esperanza de que 'el enfrentamiento definitivo, la sangrienta batalla decisiva, puede transformarse
en un debate parlamentario y quede eternamente suspendida en una discusión eterna'» U. Mayorga,
op. cit., pp. 154- 1 5 5 ) .
63
L O S H E R M E N E U T AS D I l A NOCHE
10. Para seguir el derrotero de esta generación de intelectuales de izquierda y sus relaciones
con el amplio espectro del neorromanticismo véase M . Lowy, Para una sociología de los intelectuales
revolucionarios. La evolución política del joven Lukács (1909- 1 9 1 9), S iglo XXI, México, 1 9 7 8 ;
también d e l mismo autor, Redención y utopía. El mesianismo libertario de los intelectuales judíos
de entreguerras, El cielo por asalto, Buenos Aires, 1 9 9 7 ; me he ocupado de esta cuestión princi
palmente en « Entre la memoria y el olvido: los intelectuales j udíos de entreguerras», El exilio de
la palabra, Eudeba, Buenos Aires, 1 9 9 7 .
11. J . Mayorga, op. cit. , p . 1 3 8 .
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E L E S T A D O D E E X C E P C I Ó N : WALT E R B E NJ A M I N Y C A R L S C H M I TT
12. Es imprescindible, para capturar este extraordinario entramado de tradiciones que apa
recen en el pensamiento de Benjamín, la lectura de su testamento filosófico-político: las «Tesis de
65
L O S H E R M E N E U TA S D E LA N O C H E
filosofía de la historia». Allí nos encontramos con el cruce de algunos de los legados centrales del
pensamiento moderno y el mundo del mesianismo j udío.
1 3 . Véase de W. Benjamin, Para u n a crítica de la violencia. Es muy sugerente el ensayo que
J. Derrida le dedicó a ese texto fundamental que Benjamin escribiera en 1 92 1 : «Nombre de pila
de Benjamin», en Fuerza de ley. El 'fundamento místico de la autoridad', Tecnos, Madrid, 1997.
También véase de R. Forster, «Benjamin en Derrida», en M. Casalla et al., Márgenes de la justicia,
Grupo Editor Altamira, Buenos Aires, 2000.
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EL ESTADO DE EXCEPCIÓN: WALTER B E NJAM I N Y CARL SCHMITT
El trabajo editorial [ ... ] es, para nosotros, ante todo y por sobre todo em
presa de cultura o, para decirlo con mayor precisión, de cultura «crítica».
El adjetivo enfatiza la necesidad que acucia al pensamiento transformador
de instalarse siempre en el punto metódico de la «deconstrucción», en ese
contradictorio terreno donde el carácter destructivo de un pensamiento
que no se cierra sobre sí mismo es capaz de transformarse en constructor
de nuevas maneras de abordar realidades cargadas de tensiones y provocar
a la vez tensiones productivas de un sentido nuevo. Sólo una actividad se
mejante nos permite admitir la riqueza inaudita de lo real y medirnos con el
espesor resistente de la experiencia, sin perder ese obstinado rigor con que
pretendemos -o deberíamos pretender- construir sentidos en un mundo
sin ilusiones. Sólo así la interpretación puede abrirse a la historia y confi
gurarse como saber crítico, cultura de la crisis o, en fin, cultura «crítica» 1 9 •
19. J. Aricó, Prólogo a El concepto de lo político de Car! Schmitt, Folios, Buenos Aires,
1 9 84.
69
L O S H E R M E N E U TAS D E LA N O C H E
20. •En la época de las neutralizaciones y las despolitizaciones• Carl Schmitt analizó lo
que para él significaba el proceso a través del cual el mundo europeo moderno iba dirigiéndose
hacia la neutralización de la política: •De todas las revoluciones espirituales de la historia europea
considero como la más intensa y la más cargada de éxito el pasaje, realizado en el siglo xvn, de la
tradicional teología cristiana al sistema de una cientificidad 'natural'. Dicho pasaje ha determinado,
hasta nuestros días, la dirección que debía tomar todo desarrollo posterior. Se encuentran bajo la
potente influencia de este proceso todas las 'leyes' generalizadoras de la historia de la humanidad,
como la ley de los tres estadios de Comte, la construcción de Spencer del desarrollo de la época
militar a la industrial y otras concepciones similares de la filosofía de la historia. En la base de
esta extraordinaria revolución se encuentra una causa de fondo elementalmente simple, decisiva
por siglos: precisamente la aspiración a una esfera neutral [ . . . ]. Los conceptos elaborados en el
curso de muchos siglos de pensamiento teológico se convierten en adelante en asuntos privados y
pierden interés. Dios mismo es quitado del mundo de la metafísica y del deísmo del siglo XVIII y se
transforma, ante las luchas y los conflictos de la vida real, en una instancia neutral ; deviene, como
dijo Hamann contra Kant, un concepto y deja de ser un ser. En el siglo XIX primero el monarca y
después el Estado se convierten en entidades neutrales, y en la doctrina liberal del pouvoir neutre
y del stato neutra/e llega a cumplirse un capítulo de la teología política en el cual el proceso de
neutralización política encuentra sus fórmulas clásicas en razón de que ya ha alcanzado también
el punto decisivo, el poder político [ . . . ]. Si todavía hoy muchos hombres esperan del perfecciona
miento técnico también un progreso moral-humanitario, ello depende del hecho de que vinculan,
de manera absolutamente mágica, técnica y moral, presuponiendo además de ese modo, siempre
ingenuamente, que la grandiosa instrumentación de la técnica actual será empleada en el sentido que
ellos imaginan, o sea, en términos sociológicos, que ellos mismos se convertirán en los dueños de
estas armas terroríficas y podrán pretender el inmenso poder que de ellas depende. Pero la técnica
misma queda, por así decir, culturalmente ciega [ . . . ]. El proceso de progresiva neutralización de
los diferentes ámbitos de la vida cultural ha llegado a su término porque ha arribado a la técnica•
(C. Schmitt, op. cit. , pp. 84-85, 87 y 89).
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cuitar el fondo de las cosas, mostrar su otro lado, encararse de frente con
el mal. Para esa derecha intelectual y crítica el mal existe, es el problema
cultural y civilizatorio central; la izquierda, por lo general, lo desconoce,
mira hacia otro lado, y se inclina generosa ante las bondades inherentes al
ser humano. De buenas intenciones está construido el camino de la bar
barie. Sin ilusiones, como escribía Aricó, es posible aproximarse crítica y
lúcidamente a una realidad en estado de intemperie.
71
WALTER BENJAMIN Y JORGE LUIS BORGES :
LA CIUDAD COMO ESCRITURA Y LA PASI Ó N DE LA MEMORIA
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quisitiva ante los libros y e l universo. Para Borges caminar l a ciudad supone
reencontrarse con el pasado, viajar hacia esos penumbrosos y olvidados
rincones de la memoria; ya que para el autor de El Aleph «poseemos lo que
perdemos; acaso es ese el encanto que tiene el pasado. El presente carece
de ese encanto. Yo creo que el pasado es una de las formas más bellas de
lo perdido». Su anacrónica manera de caminar Buenos Aires simboliza
con extraordinaria ejemplaridad el sentimiento borgiano del pasado como
«una de las formas más bellas de lo perdido». En Siete Noches Borges se
detiene, con la morosidad del conversador infatigable, en sus recuerdos,
desanda, a través de las palabras ese sentimiento de una nostalgia vivida
como ensoñación (también Benjamin amparó su escritura, y su visión del
presente, en esa peculiar sensibilidad que sólo fecunda la nostalgia) . «Si yo
pienso en Buenos Aires -nos comenta el Borges anciano-, pienso en el
Buenos Aires que conocí cuando era chico: de casas bajas, de patios, de za
guanes, de aljibes con una tortuga, de ventanas de reja, y ese Buenos Aires
era todo Buenos Aires. Ahora sólo se conserva en el barrio del Sur».
Literatura urbana, atravesada inextricablemente por el laberinto de
calles que pueblan sus sueños, de un tiempo que ha roto su linealidad y
que entrelaza festivamente la lejanía de lo ya vivido con la urgencia de lo
actual; ensayismo plegado a los vaivenes sorprendentes y sorpresivos del
caminante que, a paso desacompasado, recorre infatigablemente la me
trópolis, dejándose conducir por su ritmo, mezclando sabiamente azar y
certidumbre. Borges y Benjamin, dos escrituras de la ciudad y en la ciudad,
amparadas por sus encuentros y sus extravíos, ansiosas de la novedad de
cada esquina y de la repetición balsámica de lo conocido. Ciudad de la in
fancia, aventura de las tardes de verano, magnífica y aterrorizadora; ciudad
de la adolescencia, erótica vivencia de la infinitud, del descubrimiento, de
la salvaje libertad; ciudad que lentamente se va convirtiendo en recuerdo,
ámbito trabajado por la memoria, espanto del ayer despiadadamente ido.
Metáfora del universo, escenario inabarcable de la vida.
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WALTER BENJAM I N Y J O R G E LUIS BORGES
.
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«Sólo una cosa no hay. Es el olvido». Tema esencial que recorre como
un hilo delgado pero continuo la obra borgiana y que constituyó uno de
los ejes reflexivos · de la escritura de Benjamin. El olvido y la memoria,
siempre van j untos, se necesitan allí donde más se oponen ; la vastedad del
tiempo teje caprichosamente el telar donde estas dos figuras disputan una
imposible supremacía.
La memoria llega a ser la tan temida inmortalidad, el terrible cansan
cio de las oscuras noches del.· insomnio, el vasto horror de recordar para
siempre el ayer, el suplicio del sufrimiento reiterado, o la melancólica
dulzura de la infancia que vuelve en medio de la adultez despiadada. Pero
la memoria es también pertenencia, supone una compleja trama donde se
juntan la esperanza y el dolor acumulado por todas las generaciones que
mordieron el polvo de la derrota; la memoria lleva la pesada carga de una
promesa restituidora, es el feroz combate que los hombres libran contra
los fantasmas acariciadores del olvido, es la juntura de generaciones ex
trañadas que se han perdido en el remolino de la historia.
El olvido es muerte, es el deseo de la nada, deseo ejemplar y atroz, fin
de toda saga, silencio definitivo de la palabra que fue pronunciada para
perpetuar el tiempo del hombre y que se encuentra apabullada por la
mudez del pasado; es el hueco en el sonido del habla.
Borges se balancea inquieto entre la memoria y el olvido; alguna vez
se extasía en el vigor heroico de los antepasados, de antiguos guerreros
sepultados por el polvo de la historia que el poeta intenta recuperar de la
noche de los tiempos. Guerreros vikingos, guerreros de la independencia
americana y de las luchas civiles que el poeta sueña en la convergencia
tumultuosa de su sangre. Pasos que buscan rescatar esa otra ciudad que se
escabulle hacia el Sur, allí donde el caminante busca detener el inexorable
transcurrir del tiempo. Esa memoria atesorada en la escritura de Borges
es, desde cierta perspectiva, redentora; como aquella imagen que aparece
en las «Tesis sobre filosofía de la historia» y a través de la cual Benjamin
nos habla de la memoria como reparadora de las generaciones vencidas,
de la enorme tarea que le cabe al historiador: «El don de encender en lo
pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está
penetrado de lo siguiente : tampoco los muertos estarán seguros ante el
enemigo cuando éste venza» (Tesis 6). En Benjamin la memoria opera
como una fuerza redentora, se hace cargo de todas aquellas voces que
fueron silenciadas por el estruendo de los vencedores.
La memoria, y eso Borges y Benjamin lo saben, es siempre dolorosa y
lleva las marcas imborrables de lo punitivo: también allí donde nos ofrece
las imágenes de una felicidad pasada; precisamente allí es donde la punza
da del dolor se hace más intolerable. El olvido, en cambio, teje su manto
protector y cura las heridas; pero también desliza en nosotros el silencio
aterrador y ciega nuestros ojos que ya son incapaces de mirar hacia atrás :
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Jamás podremos rescatar del todo l o que olvidamos. Quizá esté bien así.
El choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instan
te deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia. De otra manera la
comprendemos, y tanto mej or cuanto más profundo yace en nosotros lo
olvidado. Del mismo modo que la palabra perdida, que acaba de huir de
nuestros labios, nos infundiría la elocuencia de Demóstenes, así lo olvidado
nos parece pesar por toda la vida vivida que nos promete [ . . . ]. Quizá sea la
mezcla con el polvo de nuestras moradas derrumbadas lo que constituye el
secreto por el que pervive (Infancia en Berlín).
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LOS H E R M E N E U TAS D E LA N O C H I
La pluma de Borges cruza los caminos y mezcla los sentidos; los dos
ríos -el del Letheo y el de la Aletheia- convergen en el mismo estuario.
Que quede la palabra, la que fue ejecutada en un momento de bendita
inspiración; una palabra para acompañar la noche de los hombres o, más
intenso aún, sus mañanas, cuando el olvido amenaza con borrar todo y
a todos. Borges se detiene en SJIS recuerdos, visita continuamente a lo
largo de su obra aquellas imágenes que se detuvieron para siempre en su
memoria: Palermo, la biblioteca de su padre, los veranos en Adrogué, sus
lecturas infantiles, Ginebra, las conversaciones con Macedonio Fernán
dez, el sajón, la poesía de Whitman; pero quizá intuye también que existe
una forma perversa del olvido fecundada en una época que ha hecho el
culto de la fugacidad, que ha sacralizado la novedad y que vive fascinada
por el esplendor agonizante de la modernidad, de la técnica, abruman
do la cotidianeidad de los hombres. Borges batalla contra esa forma del
olvido, frente a ella se atrinchera en la memoria, vuelve una y otra vez a
sus recuerdos, a sus libros y a su biblioteca; también se atrinchera en la
escritura como refugio del erudito ante la embestida de la neobarbarie
tecnologizada.
Su viaje hacia el anglosajón y hacia las sagas islandesas, su obsesión
por una ciudad fantasmal y evaporada en el tiempo, la presencia per
manente de sus lecturas juveniles, expresan el disgusto borgiano por una
época despiadada y vacía; de un tiempo sin guerreros ni cabalistas, sin
libros sagrados, de una época que se va quedando sin poetas. Benjamín
ha pensado este tiempo de inexorable descomposición desde una pers
pectiva muy cercana a la de Borges; Benj amín meditó sobre la «nueva
pobreza» que habita en el hombre j unto al «enorme desarrollo de la téc
nica», el aplastante triunfo de la fugacidad que todo lo arrastra hacia un
remolino destructor. El olvido es el síntoma de nuestra época, su rasgo
más característico; por eso importa releer el pasado, sumergirse en él,
reconociendo sus huellas en el presente. En Borges, a diferencia de Ste
phen Dedalus, la historia no es sólo pesadilla, el horror de la recurrencia
de la que hay que tratar de escapar. Su detenerse en la memoria implica
conj ugar las dos dimensiones, la pesadillesca y la redentora. Porque en
«épocas de indigencia técnica -escribe Raúl Antelo-, en que las dificul
tades para estructurar lo nuevo nos remiten a la complejidad de generar
compartimientos convencionales, se vuelve prioritaria esa aventura de la
memoria cuya lección, recordando a Voltaire, es que 'sans le sens il n'a
pas de mémoire et sans la mémoire, il n'a pas de esprit'. Si la historia es
memoria, la ficción es memoria y olvido, ir y venir de la escritura, evasión
de lo presente y presencia de lo evasivo». A Borges le caben estas palabras,
precisamente porque su escritura se internó en ese juego donde la historia
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Hay una idea benjamíniana, heredera del espíritu judío, que es importante
remarcar en este contexto : cada línea escrita era «una victoria arrancada
a las potencias de las tinieblas, de tan incierto» como aparecía el futuro
a los ojos de la tradición de la que Benjamín forma parte. Estas palabras
fu eron escritas pocos meses antes de su suicidio en esa frontera cruzada,
siglos atrás, por otros judíos que también intentaron tejer su escritura en
el interior tumultuoso de la tradición. La conciencia del exilio definió la
mirada benjaminiana de la historia (del mismo modo que su experiencia
ginebrina y europea le permitió al joven Borges mirar con otros ojos su
pasado argentino) ; esa milenaria percepción del desarraigo, de la patria
confinada al libro, de una diáspora destinada a trajinar el interminable
espacio de la historia en la espera mesiánica del día de la redención. En
Benjamín la escritura es urgencia, memoria, fidelidad, amparo frente a la
barbarie que se aproxima, continuidad de una tradición amenazada de
muerte. Borges, desde esta lectura que estamos haciendo, posee otra sensi-
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PAUL CELAN Y LA BARBARIE DE LA LENGUA
Son pocos los libros que hoy despiertan, al leerlos, una profunda inquie
tud; son contados los autores que, a través de una escritura filosa y caren
te de concesiones, pueden provocar en los lectores una extraña mezcla
de entusiasmo y malestar. Poesía contra Poesía de Jean Bollack1 es uno de
esos libros que nos incitan, que nos impiden la pasividad, que nos ahogan
desde el comienzo cualquier giro neutral; su lectura constituye un desa
fío de primera magnitud allí donde queda establecida una prohibición:
de ahora en más el abordaje de la obra de Paul Celan tendrá como uno de
sus referentes ineludibles a ese libro erudito y apasionado en el que el
filólogo desnuda, para los lectores, el núcleo duro, intransigente, de la
poesía celaniana. Bollack, desde un comienzo, rechaza las interpretacio
nes en clave místico-religiosas de Celan, del mismo modo que desmenuza
con ojo hipercrítico la tradición hermenéutica, esa deuda permanente que
las lecturas de la poética del autor de «Fuga de muerte» parecen haber
contraído con Heidegger y Gadamer. Simplemente para Bollack se trata
de recuperar el espíritu de una obra sacudida desde sus cimientos por el
acontecimiento demoledor, por ese momento de la historia cuya presencia
entre los hombres vuelve imposible desviar la mirada.
La poesía de Celan está surcada de lado a lado por la violencia extermi
nadora, por la presencia de la barbarie en la lengua. Por eso J ean Bollack,
amigo y lector intransigente de esa obra clave, nos dice, desde el inicio de
su indagación, que el «acto poético fundador de Celan consistió en po-
l. Poesfa contra poesfa. Celan y la literatura, Trotta, Madrid, 2005, ed. de A. Pons.
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P A U L C E LA N Y LA BARBA R I E D E LA L E N G U A
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podido tener lugar a la hora en que los demonios d e l 'atardecer ' penetran
desde el Ocaso, del lado de la destrucción. Pero esta división del mundo
no entra ya en ningún sistema reparador en virtud de una repartición. El
ángel no es ni siquiera el ángel caído. No hay reconocimiento alguno de
una lucha de las potencias, en un mundo desgarrado entre el Bien y el Mal.
El Mal es vencedor; ha florecido en la historia, en el momento en que esta
poesía se escribe. El terror es sólo terrible, y se sustrae con todas sus fuerzas
a cualquier tentativa de neutralización teologizadora» (p. 1 0 1 ) . El conflicto
hermenéutico alrededor de la poesía de Celan gira precisamente en torno a
estas opciones enfrentadas: por un lado lo que Bollack llama irónicamente
la «neutralización teologizadora», la que se afana por encontrar las huellas
redencionales, salvíficas, teológicas en Celan, aunque estas salgan radical
mente de lo cristiano y se dirijan al judaísmo (es la lectura de Felstiner, por
ejemplo) ; por el otro lado, una interpretación destemplada, ateológica, que
lee en Celan el rechazo de una tradición cómplice del Mal pero no creyendo
que es posible redimir la historia, salvarla de ese mismo Mal, si no recono
ciendo la derrota, el triunfo de las fuerzas malignas que también han puesto
en entredicho la posibilidad misma de la salvación (mejor dicho, esa historia
de la salvación es responsable del acontecimiento) . Dos caminos opuestos,
intransigentes, irreconciliables a la hora de leer la poesía de Celan.
Siguiendo su lectura del poema, Bollack dirá que la «tarea del poeta
-la que él exige consumar al rabino- es mucho más gigantesca: dar
'vida' a una lengua repugnante» (p. 1 03 ) . La lengua rota en la que se
expresa Celan es evidencia de esa «repugnancia» que atraviesa el idioma,
y el poeta no dejó de testimoniarlo, aunque ese gesto hubiera estado siem
pre cargado de un inmenso dolor (dolor que nacía, entre otras cosas, del
recuerdo de la madre asesinada, de la madre-lengua, de la madre abando
nada y perdida, de la madre-judía-portadora-de-la-lengua-alemana, de la
madre que le había abierto el mundo de la literatura, de Goethe, de Rilke,
de Schiller, pero también de la madre caída en el fango de la barbarie
en-la-lengua, madre asesinada por balas y palabras que el hij o primero
amó a través de ella) . Celan es ese recuerdo desgarrado, lacerante que se
guarda en la lengua, en la de los verdugos, en la de su poesía, en la de
aquella tradición que amó y que, sin embargo, es vista como cómplice.
Tal vez por eso quiso ir hacia el Este, hacia otras poéticas y otras lenguas,
tratando de aliviar un poco el dolor de esa lengua que lo habitaba, que
lo atravesaba de lado a lado, que le exigía, en ella y con ella, dar testi
monio de la masacre, abriendo las compuertas de la memoria. Es en y
desde el alemán que Celan puede y debe escribir, puede y debe abrir las
compuertas de la memoria del sufrimiento, es en y desde el alemán que
la barbarie se instala en la lengua, aunque ahora sea la lengua del poeta.
«La lengua poética extrae su poder del reino inexplorado de la muerte, o
mejor dicho : de los muertos» (p. 1 05 ) . «Se trata también de una lengua
corrompida por lo que se ha hecho de ella, incluido lo teológico» (p. 1 1 2) .
En los materiales preparatorios de El meridiano, Celan escribió siguiendo
98
P A U L C E LA N Y LA B A R BA R I E D E LA L E N G U A
este derrotero : «Aquel que sólo esté dispuesto a imitar e l gesto de de
rramar lágrimas por la bella de ojos almendrados, la asesina también [le
cava una tumba], a la bella de oj os almendrados, una segunda vez [en lo
más profundo del olvido] -solamente cuando con tu dolor [inalienable]
vas hacia los muertos de nariz ganchuda, jorobados, que cuchichean a la
manera judía [hacia esos engendros deformes] de Treblinka, de Auschwitz
y de otras partes, [entonces] también te encuentras con el ojo y [su eidos:
la] almendra» (p. 1 05 , n. 30).
Para seguir la argumentación d e Bollack, aquella que sostiene que el
alemán de Celan busca desnudar el crimen incluso en aquellas palabras
mítico-poéticas de la lengua de Holderlin vale esta otra cita: «En esa pa
labra tan típicamente germánica como es 'Gemüt', se pone en relación la
celebración de la' vida con su verdadero propósito, la aniquilación, una
relación que en ese pequeño ser deforme e infrahumano salido de los cam
pos se establece al revés, a saber, como una aniquilación vivificadora propia
de mártires y santos, si es preciso ver en 'la nada viviente' (das lebendige
Nichts) una expresión de la mística judía, familiar al rabino, que el poema
invierte para sacudir los cimientos de toda sublimación religiosa [ . . . ]. ¿No
había sido consciente ya el poeta en ' Quimia' de que la ceniza de los cam
pos es el elemento perfecto para los gestos religiosos ? ¿Acaso él mismo, el
archi-famoso Celan, el poeta del Holocausto, como se lo llama a diestro
y siniestro, puede escapar a esta bendición socarrona? La aniquilación se
integra en la semántica; en la letra muerta de una contra-lengua, despierta
a una vida posterior no ontológica sino autónoma en la lengua» (p. 1 2 1 ) .
Más adelante s e dice que e n «Celan l a lengua s e rehace pasando por l a ne
grura del crimen, brilla con ese destello de lucha y refección» (p. 142). Ese
pasaje por «la negrura del crimen» constituye no sólo la confrontación con
la figura del exterminio, de eso que se ha vuelto expresión de lo horroroso
y que tacha cualquier atisbo de inocencia en las palabras, abre, también,
el único camino hacia una lengua que no falsee la memoria de los muer
tos, que no se desentienda de ese acontecimiento histórico decisivo que
contamina lo dicho y lo por decir. Salirse de las trilladas interpretaciones
de la poesía celaniana como arraigada en una búsqueda místico-religiosa,
aunque se la vincule con el judaísmo, supone profundizar en ese otro modo
judío del decir de Celan que no busca encontrarse con Dios, sino denunciar
la hondura del horror, realizado incluso en su nombre. Más que pensar
en «el oscurecimiento del rostro de Dios», al modo de Hans Jonas y Emil
Fackenheim, Celan está pensando en su complicidad con el crimen, en el
abandono de las víctimas.
99
L O S H E R M E N E U T A S D E L A N O C tt l
2. Paul Celan, Obras completas, trad. de J. L. Reina Palazón, Trotta, Madrid, 52007, p. 1 5 3 .
3 . E s necesario, alcanzada esta altura d e lo escrito, dejar constancia d e un problema inevita
ble que surge al recorrer el camino interpretativo por el que he optado siguiendo, en este caso, la
huella de Bollack. Ese problema es el que aparece cuando se reduce el decir poético, que siempre
guarda una dimensión enigmática, lo impronunciable de la lengua, a una interpretación que puede
ser biográfica, política, místico-religiosa, o como en Bollack que apunta centralmente a comprimir
el decir poético celaniano a un proyecto que busca desnudar la complicidad de la cultura alemana,
incluyendo aquella amada por el propio poeta, en la gestación del nacionalsocialismo. Tal vez se
trate de un exceso de interpretación, de una reducción de la palabra poética a la rudeza raciona
lizadora del filólogo que, en todo y para todo, encuentra una relación, un cierto orden lógico,
como si Celan hubiera expresado efectivamente, y sin distracciones, todo aquello que quiso decir.
Sin desaprobar la «operación» hermenéutica llevada adelante por Bollack (lejos de eso la sigo y la
apruebo en muchas de sus conclusiones), creo que no deja de ser importante aclarar sus límites y
sus problemas a la hora de sobreinterpretar una poesía como la de Celan (o tal vez ése sea el límite
para todo genuino decir poético : huir de su conceptualización excesiva, aquella que parece volver
transparente el lenguaje omitiendo lo que se sustrae a todo sentido o a toda intencionalidad, lo que
se le va de las manos al poeta, lo que simplemente falla en su palabra) .
4. Creo que es oportuno transcribir enteramente el poema de Celan para que se entienda me
jor lo que sostiene Bollack: «Cerca estamos, Señor, / cercanos y aprehensibles. // Aprehendidos ya,
Señor, / entregarfados, como si fuera / el cuerpo de cada uno de nosotros / tu cuerpo, Señor. // Rue
ga, Señor, / méganos, / estamos cerca. // Agobiados íbamos, / íbamos a encorvarnos / hasta badén
y bañil. // Al abrevadero íbamos, Señor. // Era sangre, sangre era, / lo que derramaste, Señor. /
100
P A U L C E LA N Y LA BARBA R I E D E LA L E N G U A
I Relucía. // Nos devolvía tu imagen a los ojos, Señor. / Ojos y boca están tan abiertos y vacíos,
Señor. I Hemos bebido, Señor. / La sangre y la imagen que estaba en la sangre, Señor. // Ruega,
Señor. / Estamos cerca .» (P. Celan, «Tenebrae», en op. cit., p. 1 25 ) .
1 01
L O S H E R M E N E U T A S D E L A N O l.I H
de Celan: por un lado habita una lengua, el alemán, que lo remite a los
verdugos y, por el otro, esa lengua no le hace recordar ninguna patria per
dida, no supone el regreso al hogar, ya que su memoria lo conduce hacia
el Este, hacia Rumania y Rusia, hacia una experiencia del ser judío que no
se encuentra en Nelly Sachs que procede de Alemania. En Sachs la lengua
es, a un mismo tiempo, patria espiritual y patria material, patria poética
y patria de la memoria; de ahí, quizás, su intento de perdón y reconcilia
ción que, en ella, supone la posibilidad de «regresar» a la patria perdida,
aunque efectivamente nunca llegó a realizar este proyecto y permaneció en
Suecia, continuamente desbordada por los espectros de un pasado que no
se alejaba de su alma y que la amenazaba psíquicamente. Celan fue doble
mente huérfano y su afincamiento en la lengua alemana nunca constituyó
un alivio, la conservación, como en Adorno, por ejemplo, de una patria en
el extranjero, el último refugio de quien lo ha perdido todo. Para Celan la
pérdida está en el origen de su poesía y es irredimible, del mismo modo
que esa lengua le recuerda permanentemente a la madre asesinada, a las
comunidades aniquiladas, en una palabra, al nazismo. La lengua no guarda,
no puede guardar, la chance de la salvación, la oportunidad de superar la
catástrofe, allí donde ella es parte inescindible �el acontecimiento, en su
núcleo más profundo se radica el germen del mal. Como el Marlowe de El
corazón de las tinieblas, el poeta sabe que al sumergirse en las aguas oscu
ras de la lengua, al penetrar en su interior, el que lo lleva hacia su propio
�
ocultamiento, lo que se evidencia, lo que perturba y contamina todo decir
posterior es la ho ura _del compromiso entre el idioma, el alemán en este
caso, y la barbarie quetñ él, y no en su exterior, se encuentra aquello
que abrió la posibi idad del horror.
Nelly Sachs, en su escritura poética, busca ir más allá de esa contami
nación maldita, intenta «olvidar» ese suceso infausto, quiere reencontrarse
con aquella tradición alemana de la, cual se siente parte y que desea poner
a salvo de lo que han hecho con ella los asesinos de la esvástica. Celan
no busca salvar la tradición alemana, no desea limpiar la lengua de su
envenenamiento, por el contrario, lo saca a luz, manifiesta su brutal con
taminación que involucra no sólo a los asesinos sino a esa tradición a la
que pertenece la propia Nelly Sachs y con la que él está entrañablémente
vinculado pero a la que no duda en responsabilizar. Ese es el punto de
diferencia irreductible, el núcleo oscuro de un coiifüéto que desbordaba
a los dos poetas, que volvía tan compleja su relación. Por eso las «cartas no
son fáciles de leer o de interpretar. S on muy atormentadas, a pesar de su
fondo de solidaridad y de ardor. Nelly es la 'hermana' en sentido bíblico,
poetisa judía, que perpetúa en su poesía la atrocidad de los campos. Pero
sus posiciones no dejan de ser radicalmente opuestas. É l se ha situado del
lado de la venganza humana, ojo por ojo, rechazando el perdón, exigiendo
que cada uno sea su propio dios. Ella ha elegido a un dios del amor, que
no pertenece a nadie en particular. Ella rechaza la venganza, y lo repite
una y otra vez con fuerza. Quiere salvarlo de sí mismo. ' i Rezaré para tener
1 02
P A U L C E LA N Y LA BARBA R I E D E LA L E N G U A
fuerzas suficientes e n esa lucha por e l alma pura ! ' (carta n.0 3 6, noche
del 1 1 al 12 de mayo de 1 9 60)» (p. 84). Esas dos sensibilidades trágicas,
desgarradas, atormentadas representan dos perspectivas distintas que se
expresan en sus respectivas obras poéticas, en su uso del lenguaje y en
su revisión de la tradición a la cual pertenecen de distintos y enfrentados
modos. La relación los enferma, y así sucede con su desastroso encuentro
en París en junio de 1 960, del que Nelly sale sumida en una «profunda
negrura», allí donde ve de qué modo él intenta convencerla de sus equivo
caciones, de su error al buscar la reconciliación y el perdón. Nelly Sachs
necesita, para vivir, de esa certeza del amor, de ese Dios que le devuelva la
utopía de que todavía la bondad es posible en el mundo y entre los seres
humanos. Celan, como sostiene Bollack, es su propio dios, ese que no cree
en la bondad, que exige venganza y memoria, que sabe que la lengua está
fracturada, desgarrada, maldita y que ya nunca podrá purificarse. C edan
es la intransigencia. El poema en el que él señala las vicisitudes de ese
diálogo trunco es «Zúrich, Hostal de la Cigüeña», escrito cuatro días más - �
.
tarde de su encuentro con Nelly Sachs en la ciudad suiza:
La charla giró sobre tu Dios, yo hablé
contra él, yo
hice que el corazón que yo tenía
pusiera su esperanza:
en
su palabra suprema, rodeada de estertores, su
palabra airada -
En realidad
no sabemos -.-ya lo sabes-,
en realidad
no sabemos
lo que
vale5•
1 03
LOS H E R M E N EUTAS D E LA N O C H E
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L O S H E R M E N E U T AS D E L A N O C H �
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Nibelungos
de izquierdas, nibelungos
de derechas :
renanizados, refinados,
un descombro
Benjamin
os nonea para siempre,
él dice que sí.
Ningún demasiado-tarde,
una secreta
apertura6•
1 09
LOS H E R M E N EUTAS D E LA N O C H E
libro de Max Kommerell -Der Dichter als Führer in der deutschen Klassik.
Klopstock, Herder, Goethe, Schiller, ]ean Paul, Holder/in (Berlíp., 1 928)-,
el más brillante crítico emanado del círculo de George aunque después
rompería con él. El artículo de Benjamin es de 1 9 3 0 y se titula «Contra
una obra maestra», en el que no deja de hacer un reconocimiento a la
sagacidad crítica de Kommerell y a su manejo de la lengua alemana. Cito
lo que destaca Bollack: «Celan resalta el único aspecto crítico que tiene el
ensayo de Benjamin, para poner al descubierto toda su ambigüedad. Ben
j amin tenía que asumir, con toda responsabilidad, las posiciones que había
tomado. No se había protegido de las utilizaciones posteriores -las que
se podían leer, p or ejemplo, hacia 1 9 6 8-, menos abusivas de' lo que 1 uno
cree» (p. 1 5 6) . Este es un punto central en la argumentación de Bollack , la
responsabilidad histórica que se guarda en aquellos autores de la tradición
alemana que no pudieron eludir el desenlace nazi, no porque lo hayan sido
(sería absurdo decir esto de Holderlin o de Benjamin, y no sólo porque
el primero vivió un siglo antes y el segundo fue ün judío alemán) , sino
porque sus escriturasj aunque desde distintas perspectivas y to.cand ó dife
rentes fibras de esa tradición, contribuyeron a alimentar las condiciones
de posibilidad de la catástrofe (algo de este argumento se encuentra en el
ensayo en que Derrida se dedica a deconstruir el texto de Benjamin «Para
una crítica de la violencia») . Bollack dice que Benjamin «permitió» ciertas
interpretaciones que no fueron abusivas y que llevaron a Celan a sospechar
también de él. «El 'manifiesto' de Kommerell ya no tenía ni su lugar ni
su hora, decía Benjamin, había llegado 'demasiado tarde' ; por lo tanto,
consideraba que no era en sí imposible y que podía tener su fuerza en otras
circunstancias, y no estaba dispuesto a reconocer -como seguramente Ce
lan sí lo estaba- que la celebración de todos los grandes modelos clásicos
de la literatura contribuía positivamente a la preparación del desastre. Para
Benjamin, la catástrofe que iba creciendo hacía que esta celebración fuera
simplemente anacrónica, ya que se había vi �to superada por el espíritu del
mal que se tenía que perseguir primero, antes que el mensaje salvífica de la
tradición pudiera verse realizado. Esta construcción mística, que apoyaba,
como lo hacía a menudo, una filosofía de la historia en la cual el aconte
cimiento se intercalaba entre el Apocalipsis y la salvación, le pareció tan
intolerable a Celan que enseguida reaccionó con una invectiva [ . . . ] . Celan
le reprocha a Benjamin haber abrazado uná germanidad que, como judío
perseguido, tendría que haber sabido identificar y combatir, en lugar de
hacerse el redentor mesiánico de una represión esencial» (pp. 1 5 6 - 1 5 7) .
Bollack destaca que Celan escribió el poema el mismo día en que leyó al
gunas páginas de Benjamin, el 19 de julio de 1 9 6 8 .
U n fragmento d e l a reseña benjaminiana e s particularmente emblemá
tico y encontrará su respuesta en la primera estrofa del poema de Celan :
«Esta tierra no puede volver a ser Alemania si antes no se purifica, no
en nombre de Alemania, y mucho menos de una Alemania secreta, que
finalmente no es sino el arsenal de la oficial, en la cual el yelmo mágico
1 10
PAU L C E LA N Y LA BA R B A R I E D E LA L E N G U A
está colgado al lado del casco de acero» (p. 1 5 8 de Bollack) . Celan, dice
su intérprete, se enfureció contra lo que consideraba una apología de la
tradición alemana en la que se borra la responsabilidad de los poetas. «Los
antisemitas de izquierda preferían hablar de monopolios capitalistas y del
movimiento universal del fascismo antes que hablar de la violencia nazi y
de la persecución de los judíos (estrofa 2) [ . . . ) . El nombre de la epopeya
germánica, El cantar de los Nibelungos, fundadora y guardiana de las cerra
zones y las hegemonías, reconstituye, contra todas las construcciones mar
xistas o teológicas, la lógica cultural de una continuidad nacional» (p. 1 5 8 ) .
Bollack remite a u n poema póstumo d e Celan, «Mutter, Mutter», del) 1 de
enero de 1 9 65 : «Escribiendo, ellos te / ponen ante los cuchillos / [ . . . ], los
nibelungoizquierdosos [ . . . ] » {p. 1 5 9 ) . Bollack destaca que Celan le advirtió
contra los antisemitas de izquierda. En nuestra actualidad es éste un tema
no menor que subyace a ciertos posicionamientos de la izquierda ante
el conflicto de Medio Oriente (el profundo recelo de Celan ante lo que él
consideraba la continuidad del fondo antisemita de la Alemania de Aden
auer, regresa, aunque con otras características, en nuestros días) .
Regreso sobre el eje de la argumentación de Bollack: la purificación
es impÓsible, no es posible sustraerse al daño, de la misma manera que el
poema de Holderlin sobre el Rin no alcanza para «salvar» el compromiso
del idioma alemán con el nazismo que nunca dejó de utilizar esos símbolos
de la pureza espiritual germánica, esa que incluso Celan ve reaparecer en el
ensayo de Benjamin sobre Kommerell. Tal vez la diferencia, el diferendo,
enti-e dos espíritus por otra parte muy próximos tenga que ver con las
distintas circunstancias históricas. El texto de Benjamin, ya se señaló, es
de 1 9 3 0, año en el que si bien el peligro nazi estaba allí, acechante, su real
envergadura todavía no podía ser reconocida, al menos no con la amplitud
de miras que da lo acontecido, la visión retrospectiva suele permitirse cier
tos lujos que la experiencia contemporánea al suceso no alcanza. «La crítica
de Benjamin -escribe Bollack- tan sólo era aparente: no analizaba en sí
mismas las mentalidades que arrastraban a Alemania a la violencia, ni tam
poco las relacionaba con sus orígenes; de hecho, su crítica las entronizaba
de nuevo» {p. 1 60). Incluso Bollack dice que Benjamin no vio el horror
que se escondía en las interpretaciones que de Goethe habían hecho Kom
me�ell y Gundolf, el otro crítico importante del círculo de Stefan George.
En relación al segundo esto no es cierto : Benjamin despreciaba a Gundolf
y elaboró una crítica dura, sistemática y punzante contra su canónica in
terpretación de Goethe (en el mismo sentido en que también rechazaba
el Kafka construido por Max Brod, un Kafka espiritualizado que poco o
nada tenía que ver con el autor de El proceso) . Es más que significativa, en
este sentido, la crítica destemplada que Benjamin le dirigió a Martin Buber,
acusándolo de cómplice de los nazis allí donde destacaba la presencia, en
el autor de Yo y Tú, del concepto de Erlebnis como núcleo de su apología
de la identidad y de la experiencia vivencia!. En la correspondencia con
Gershom Scholem vemos de qué modo Benjamin desprecia a Buber y como
111
LOS H E R M E N EUTAS D E LA N O C H E
7 . E l rigor crítico filológico d e Bollack n o s e extiende a l análisis más profundo del pensa
miento de Benjamin, que precisamente en relación a Martin Buber escribió lo siguiente : « (esas)
citas caracterizan con una precisión para la que yo mismo nunca he querido obtener los elementos
necesarios el objeto de mi antigua e insuperable desconfianza hacia ese hombre (se refiere a Bu
ber). Es deplqrable que los esfuerzos de Schocken se dirijan a ayudar a este hombre que ha podido
trasladar íntegramente la terminología del nacionalsocialismo al debate de las cuestiones judías•
(W, Benjamin y G. Scholem, Correspondencia [1933-1 940], carta del 18 de octubre de 1 9 3 6).
Seguramente que estas reflexiones críticas de Benjamin respecto al fondo vitalista de la filosofía
buberiana, que para él termina incorporando categorías nazis a su análisis del judaísmo, reduce
ostensiblemente la interpretación un tanto sesgada de Bollack, o, tal vez, destacan lo complejo que
es penetrar en el cuadro de una época desde lo ya sabido, proyectando hacia atrás aquello que no
podía ser visualizado por el contemporáneo, ya no del acontecimiento, sino de las preparaciones
previas que hicieron posible su despliegue. Hay en Bollack una cierta semejanza a lo planteado por
Georg Lukács en su famoso libro El asalto a la razón, en el que hace trizas la mayor parte de la
tradición filosófica alemana desde el Romanticismo hasta las filosofías de la vida (incluyendo en su
tachadura descarnada a Max Weber y a George Símmel, entre otros pensadores del «irracionalismo»
protofascista). Creo, en este sentido, que es necesario matizar la interpretación de Bollack sin, por
eso, eludir las oscuras relaciones que él, siguiendo a Celan, va descubriendo con el nazismo.
1 12
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8. P. Celan, •Discurso con motivo de la concesión del Premio de literatura de la ciudad libre
hanseática de Bremen», en op. cit. , p . 497.
1 13
LOS HERMEN EUTAS D E LA NOCHE
1 14
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1 15
GERSHOM SCHOLEM Y LA PROFANACI Ó N DE LA LENGUA
1. El texto al que hago referencia fue publicado por primera vez en 1 9 8 5 en Archives de
sciences sociales des religions (núms. 60-6 1 , pp. 8 3 -84), reproducido por St. Moses en El ángel de
la historia, Universitat de Valencia, Valencia, 1 997, pp. 203-205.
117
LOS H E R M E N EUTAS D E LA N O C H E
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LOS H E R M E N E U TAS O E LA N O C H E
¿Pero por qué esto es así?, ¿qué tiene de peculiar la lengua hebrea que nos
confronta al problema siempre misterioso del lenguaje y de sus orígenes ?
Scholem, que y a h a hecho e n aquellos años una clara opción intelectual y
académica por los estudios cabalísticos, esboza una respuesta: «Entre las
palabras hebreas, todas las que no son neologismos, todas las que se han
tomado del tesoro de 'nuestra maravillosa y antigua lengua' estdn cargadas
de sentido hasta estallar». Aquí encontramos la clave, ¿qué puede ocurrir con
una lengua como el hebreo, henchida de potencia y de sentido, cuando
es transmutada en lenguaje secular ? ; facaso, se pregunta el estudioso de
la C ábala, no somos contemporáneos inconscientes del deterioro final
de la última lengua sagrada? ; ¿podía haberse planteado otra alternativa? ;
¿dónde queda l a tradición cuando e s sepultada su lengua? «Una generación
como la nuestra -le escribe Scholem a Rosenzweig-, que asume la parte
1 20
G E R S H O M S C H O L E M Y LA P R O F A N A C I Ó N D E LA L E N G U A
121
LOS H E R M E N EUTAS D E LA N O C H E
6. Ibid. , p. 70.
7. Ibid.
8. « . . . ya que el hombre, con el pecado original, abandona la inmediatez de toda comunica
ción de lo concreto, a saber, el nombre, para caer en el abismo de la mediatez de toda comunica
ción, la palabra como medio, la palabra vana, el abismo de la charlatanería» ('W. Benjamin, «Sobre
el lenguaje en general y el lenguaje de los hombres», cit., p. 7 1 ) . El lenguaje, según Benjamin,
despojado de su esencia nominativa se vuelve un instrumento utilitario que despliega su capacidad
transformadora-destructiva sobre el mundo y sobre los hombres. Allí podemos encontrar una dia
léctica entre la caída, el lenguaje comunicacional y el mal que definen la travesía de los hablantes
por la historia y marcan su alejamiento de lo originario.
9. Escribe al respecto Stéphane Moses siguiendo la concepción de Benjamin y de Scholem:
«La lengua hebraica, que representa para los místicos judíos, el lenguaje original de la humanidad,
conserva en su quintaesencia las virtualidades mágicas del lenguaje, evidentemente en la medida en
que siga siendo 'lengua sagrada', es decir, en que subsista en su forma más pura, la que reviste en los
textos clásicos de la tradición judía y de su liturgia. Sin embargo, su manipulación negligente en la
práctica cotidiana equivale a una verdadera profanación, en la medida en que los poderes mágicos
o simbólicos que posee quedan expuestos, desnudos, librados a un uso puramente utilitario» (El
ángel de la historia, cit. , p. 214).
1 22
G E R S H O M S C H O L E M Y LA P R O FANAC I Ó N D E LA L E N G UA
10. G. Sch olem, Las grandes tendencias de la mística judía, FCE, Buenos Aires, 1993, p. 249.
1 1 . El movimiento que heredó las ideas de Isaac Luria de-Safed •tenía como objetivo principal
preparar el corazón de los hombres para ese renacimiento cuyo escenario es el alma humana. Ponía
la regeneración de la vida interior muy por encima de la regeneración de la nación como entidad
política. Al mismo tiempo expresaba el convencimiento de que la primera era la condición previa
esencial de la segunda. El progreso moral habría de producir la liberación del pueblo de su exilio»
(G. Scholem, Las grandes tendencias de la mística judfa, cit., p. 249). Entre 1926 y 1 9 3 8 cuando
Scholem dio estas conferencias en Nueva York que luego se convertirían en uno de sus principales
libros publicado en 1 9 4 1 y pedicado a la memoria de Walter Benjamin, vemos como su lectura del
sionismo no ha variado y que su preocupación fundamental está dirigida a un renacimiento cultural
del pueblo judío en Israel más que a la constitución de una entidad política semejante al resto de las
existentes en el mundo moderno. Años después Scholem comprendería que esto no sería posible y
1 23
LOS H E R M E N EUTAS D E LA N O C H E
jamás abandonó el soterrado pesimismo que ya apuntaba con claridad en el texto dirigido a Franz
Rosenzweig. Entre las penurias del hebreo y las de un sionismo adherido a la Realpolitik es posible
descubrir una correspondencia que el propio Scholem no dejó de señalar. De todos modos, y vale
la pena aclararlo, a diferencia del antisionismo irreductible de Rosenzweig, Scholem siguió depo
sitando parte de sus esperanzas en el sionismo. Stéphane Moses desarrolla con claridad esta línea
de análisis: «Por una parte, Scholem acaba aceptando con bastante rapidez la secularización del
judaísmo como una fase históricamente inevitable de lo que llamará desde entonces la 'dialéctica'
del sionismo. Es más, la experiencia concreta de las contradicciones del sionismo en su fase de
realización le enseña la naturaleza fundamentalmente dialéctica de los procesos históricos [cir
cunstancia que todavía no aparecía en su 'confesión', R. F.] . Medio siglo después de su texto para
Rosenzweig, confirmará de nuevo que, entre estas contradicciones, una de las sintomáticas fue para
él la que existía 'e ntre el renacimiento de la lengua profana y el silencio que se había instalado en el
seno de esta misma lengua'>> («Entretien avec Gershom Scholem», en Fidélité et Utopie. Essais sur
le judaisme contemporain, Calmann-Lévy, Paris, 1 9 7 8 , p. 57). Añadirá sin embargo que, para él, el
paso por la secularización es necesario e inevitable : «No puedo librarme de la lección dialéctica de
la historia, según la cual nuestra entrada en la historia pasa por la secularización. Una entrada en la
historia siempre es una asimilación a ésta» (ibid. , p. 54). Es la razón por la que «una vuelta directa,
no dialéctica, al judaísmo tradicional es imposible desde el punto de vista histórico» (St. Moses, El
ángel de la historia, cit., p. 2 1 7) . Una de las conclusiones que podría sacarse de esta aceptación por
parte de Scholem de la dialéctica de la historia nos conduciría, no al optimismo, sino a la escéptica
comprensión de la inevitabilidad de ciertos procesos históricos que, sin embargo, nada tienen que
ver con el contenido ahistórico de la redención, es decir, de su irrupción repentina en un escenario
que nunca está especialmente preparado para su llegada.
12. Véase St. Moses, El ángel de la historia, cit., p. 2 1 1 , y también D. Biale, op. cit. , pp. 5 6-60,
1 74- 1 8 8 .
1 3 . Véase G . Steiner, Presencias Reales, Destino, Barcelona, 1993, pp. 1 3 - 14.
1 24
G E R S H O M S C H O L E M Y LA P R O F A N A C I Ó N D E LA L E N G U A
Scholem conservará durante toda su vida una idea que compartió con
Benjamin y que fue el punto central de sus infatigables conversaciones en
Berna, cuando en medio de la primera guerra mundial comenzaron a dis
cutir algunas cuestiones que marcarían a fondo sus respectivos derroteros
intelectuales. Esa idea, la historia concebida no en términos de progreso
lineal si no como un ámbito atravesado por la tensión entre lo causal y lo
extraordinario, le permitió entender la compleja dinámica del judaísmo
en su travesía por la modernidad15•
1 25
LOS H E R M E N EUTAS D E LA N O C H E
al decir que no «hay continuidad entre el presente y la era mesiánica [ . . . ]. La Redención significa
una revolución en la historia», un cambio absoluto, impensable desde la perspectiva del progreso
(véase G. Scholem, «Toward an understanding of the messianic idea in Judaism», en The messianic
idea in Judaism and other essays on iewish spirituality, Shown Books, New York, 1 9 7 1 ) .
1 6 . S t . Moses, El ángel de la historia, cit. , p. 160.
17. G. Scholem, Sabbatai Sevi. The Mystical Messiah, Princeton University Press, Princeton,
1989.
1 8 . Junto a esos dos acontecimientos históricos e s importante destacar l a honda influencia
que la cábala de Issac Luria y sus seguidores ejerció desde mediados del siglo XVI sobre el judaísmo
y particularmente sobre Natán de Gaza, el profeta de Sabbatai Seví. La tesis de Scholem señala
que a partir de la expulsión de España el movimiento cabalístico salió de los pequeños círculos
de iniciados y alcanzó gran popularidad entre la población judía, generándose, a partir de este
encuentro, la conjunción de cábala y mesianismo. Veáse G. Scholem, Las grandes tendencias de la
mística iudía, cit., los capítulos VII y VIII dedicados a Isaac Luria y a Sabbatai Seví.
1 9 . W. Benjamin, «Tesis de filosofía de la historia», en Discursos interrumpidos I, Taurus,
Madrid, 1973, pp. 1 77- 1 9 1 .
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G E R S H O M S C H O L E M Y LA PROFANACIÓN DE LA L E N G U A
G. Albiac, La sinagoga vacía. Un estudio de las fuentes marranas del espinosismo, Hiperión, Ma
drid, 1 9 8 7, pp. 3 1 -47; Y. Yovel, Spinoza, el marrano de la razón, Anaya & Muchnik, Barcelo
na, 1995, pp. 59-100; Y. Kaplan, fudfos nuevos en Ámsterdam. Estudio sobre la historia social e
intelectual del judaísmo sefardí en el siglo XVII, Gedisa, Barcelona, 1 996, pp. 23-55 y pp. 1 3 9 - 1 73 ;
y por supuesto l a monumental obra ya citada d e G . Scholem sobre Sabbatai Seví.
25 . Es fascinante la reconstrucción detectivesca que realiza Scholem para demostrar los lazos
' ·
secretos que vinculaban al sabbataísmo con lo que luego sería la haskalá teniendo como estación
intermedia al movimiento antinomista de Jacob Frank, quien fue aún más radical y perturbador
que su antecesor. Mientras que la figura de Sabbatai le resulta por demás simpática a Scholem, la
de Frank le parece abominable y se preocupa especialmente por .diferenciarla de sus seguidores
que fueron •en gran medida hombres de corazón puro» (para Scholem, Frank encarna •todas las
horre ndas potencialidades de un mesianismo corrompido y despótico•). Muerto Jacob Frank,
quien parecía sei: su sucesor natural como líder de la secta de Offenbach fue enviado a la guillotina
en 1 794, junto con Danton, bajo el nombre revolucionario de Junius Frey. Este itinerario biográfico
de Moshe Dobrushka-Tho inas Edler von Schoenfeld-Junius Frey (sus tres sucesivos nombres) repre
senta, para Scholem, el camino que partiendo del sabbataísmo, pasando por el antinomismo radical
del frankismo y luego por la haskalá, confluiría en la entrada de algunos judíos en el territorio de
la modernidad. En este sentido, Junius Frey se anticipa a ese j udío que, partiendo desde Karl Marx
y llegando hasta Léon Trotsky y Rosa Luxemburg entre otros muchos, se convirtió en el símbolo
de la revolución y de lo que podría denominar el mesianismo secular.
26. Otro de los linajes que nació de esta herejía fue el de la izquierda internacionalista que a
partir del pensamiento de Karl Marx acabó influyendo sobre vastísimos sectores del pueblo j udío.
Mientras que Scholem optó por la alternativa sionista, su amigo Benjamín se sintió más atraído,
una vez superadas sus juveniles aproximaciones al ideal del renacimiento nacional hebreo, por el
marxismo.
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LOS H E R M E N EUTAS DE LA NOCHE
27. «El concepto de progreso debe fundarse en la idea de catástrofe. Que 'siga así', eso es
la catástrofe. Ésta no consiste en lo que se está acercando sino en lo dado. El pensamiento de
Strindberg: el infierno no es nada de lo que nos espera - sino esta vida aquí• (w. Benjamin, «Zen
tralpark•, en Cuadros de un pensamiento, trad. de S. Mayer, Imago Mundi, Buenos Aires, 1 992,
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G E R S H O M S C H O L E M Y LA P R O FA N A C I Ó N D E LA L E N G U A
29. «La obra de Kafka es una elipse, cuyos focos, muy alejados entre sí, están determinados,
por un lado, por la experiencia mística (que es sobre todo la experiencia de la tradición), y por
otro, por la experiencia del hombre moderno en la gran ciudad» (W. Benjamin y G. Scholem,
Correspondencia [ 1 933-1 940], Taurus, Madrid, 1 9 8 7, p. 246, carta del 12 de junio de 1 9 3 8 ) .
30. S t . Moses, El ángel d e la historia, cit. , p. 1 6 1 .
3 1 . G . Scholem, «Pour comprendre l e messianisme juif», e n Fidelité e t Utopie, cit., p. 66.
1 33
LECTURAS DE ADORNO : ELOGIO DEL ANACRONISMO
Adorno se detiene en Minima Moralia para destacar su idea de la esperanza: •En resumi
das cuentas es la.esperanza, al sustraerse a una realidad a la que niega, la única forma (Gestalt) en
que se manifiesta la verdad. Sin la esperanza, la idea de verdad apenas sería pensable, y es mentira
cardinal hacer pasar la mal conocida existencia por la verdad, simplemente porque alguna vez fue
conocida». Y en el último de los fragmentos de ese libro memorable nacido en una época de incle
mencias y dolores inauditos, Adorno escribió que la •filosofía, tal como cabe responsabilizarla a la
vista de la desesperación, vendría a ser la tentativa de considerar todas las cosas según se presentan
desde el punto de mira de la redención. El conocimiento no sabe de otra luz como no sea la que
resplandece desde la redención misma: toda otra se extingue en la tarea de construcción imitativa
y es sólo un trozo de técnica. Habría que establecer perspectivas en las cuales el mundo cambiase
de lugar, se enajenase, revelase sus grietas y precipicios, tal como alguna vez habrá de aparecer,
menesteroso y desfigurado, bajo la luz mesiánica» (Th. W. Adorno, Mínima Moralia, Monte Ávila,
Caracas, 1 975, p. 265 ; he modificado en la traducción la palabra •liberación» por •redención» que
es más adecuada) .
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LOS H E R M E N EUTAS DE LA N O C H l
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L E C T U RAS D E A D O R N O : E L O G I O D E L ANACR O N I S M O
los umbrales del sentido, allí donde la opacidad limita las pretensiones de
verdad y donde el dispositivo crítico-negativo puede irradiarse en múlti
ples direcciones.
Adorno fue un lector que prefirió incomodar a la tradición, que eligió
la óptica del heterodoxo para interrogar aquellas escrituras que le permi
tirían hacer la crítica de lo existente. Leerlo hoy, prestar atención a sus
itinerarios por los mundos de la filosofía o del arte, de la sociología o del
psicoanálisis, es reclamar esa anomalía ante la clausura que los dispositi
vos académicos suelen producir. No se trata de leerlo para canonizarlo o,
peor aún, para reducirlo a esquema interpretativo funcionalizable por el
saber universitario que siempre está necesitando de fórmulas ad hoc que
guarden la garantía de un recorrido sin extravíos. Con Adorno descubri
mos regocijadamente el arte del lector de encrucijadas, de aquel que con
esfuerzo logra encontrar el sendero pero que intuye que la pérdida puede
convertirse en un don. En un texto de 1 9 3 0 ya Adorno señalaba la para
doja de una aventura intelectual que no podía encontrar en la historia una
significación grandiosa que le proporcionara una salvación permanente, el
remanso de un pensar que se sabe arribado al puerto de lo verdadero. Por
eso «persistentemente la filosofía, en su ansia de verdad, debe proceder
interpretando, sin poseer jamás una clave segura para la interpretación;
la filosofía sólo recibe esos trazos efímeros y huidizos en las enigmáticas
figuras de lo que existe y de sus asombrosos entretejidos; recibe entonces
muy pocos 'resultados', y entonces siempre debe empezar de nuevo . . . »4•
La actualidad de Adorno radica, si es posible expresarlo de este modo, en
su continua inactualidad, en el fracaso de su reducción a fórmula explica
tiva. Al huir de la atracción abismal del sistema sigue ofreciéndose como
huella indispensable en . u n tie_g1po de indigencia intelectual.
El pensamiento de Adorno es incompatible con la soltura nihilista
(hoy podríamos decir posmoderna) que declara el fin de la historia y la
muerte. de la memoria en una festiva y alucinada exaltación del aquí y
ahora desprovisto de recuerdos y vaciado de sentidos. Adorno enfatiza el
vacío de una cultura que ha roto todos los límites como resultado de la
desmesurada quimera del imperio de la técnica; de una cultura que se ha
ido constituyendo cada vez más de cara al mercado; lógica que despliega
consecuentemente la apoteósis de lo nuevo asumido como fundamento
de una' · sociedad que ha perdido sus huellas y que prefiere lanzarse en
una carrera enloquecida hada el futuro. Por eso escribió que una «praxis
oportuna sería úni<:amente el esfuerzo por salir de la barbarie. Esta, con la
aceleración de la historia a velocidades arrasadoras se ha extendido tanto
que no hay nada que se resista a su contagio»5• Resuena en esta frase la
emblemática afirmación de Benjamin en Las tesis de filosofía de la historia :
1 37
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L E C T U RA S D E A D O R N O : E L O G I O D E L A N A C R O N I S M O
fundamentos a la hora de tener que dar cuenta de las nuevas formas del
horror y la barbarie. El proyecto intelectual de Adorno, ferozmente sacu
dido por los acontecimientos de un siglo despiadado, fue adquiriendo, con
el paso del tiempo y a medida que la lógica del progreso continuó impri
miendo su sello en la sociedad, un fuerte rasgo pesimista que se articuló
perfectamente con algunas de las herencias que recibió en su formación.
Resulta imposible buscar en su obra algún núcleo consolador, ciertos ma
tices que nos aligeren del peso de una época atravesada de lado a lado por
la violencia exterminadora y la banalización cultural. Incluso el Adorno de
Dialéctica negativa da un paso más allá de la apuesta por una «salvación»
de la razón ilustrada que todavía es dable encontrar en su Dialéctica de
la Ilustración, allí donde sostenía con Horkheimer que la «aporía ante la
que nos encontramos frente a nuestro trabajo se reveló así como el primer
objetivo de nuestro estudio: la autodestrucción de la Ilustración»; pero
ese mecanismo autodestructivo de la razón no debía convertirse, a sus
ojos, en su única alternativa, en la clausura de las fuentes libertarias de la
travesía moderna:
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LECTU RAS DE ADORNO: E L O G I O D E L ANACRO N I S M O
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ENTRE LA RUINA Y LA ESPERA:
VIAJE AL MUNDO DE LAS ALMAS
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LOS HERMEN EUTAS DE LA NOCHE
imagen del miedo atávico que le tenemos, desde los tiempos más remotos,
a esa señora de oscuras vestimentas que maneja el reloj de nuestros días
en la tierra.
Mientras observábamos los esfuerzos de los medios de comunicación
por mostrarnos la entereza espiritual de Juan Pablo 11 que se resistía de
nodadamente a hacer mutis por el foro, lo que se percibe es el horror
que produce la cercanía de la muerte, sus garras afiladas y heladas que
son resistidas hasta por quien habla en nombre de una creencia en la vida
transmundana. El Papa simplemente no quería morirse y en sus gestos
podemos leer ese deseo humano, demasiado humano que, por gracia de
periodistas y sacerdotes, quiere ser convertido en compromiso con· su fe
ligresía. Hoy, ciudadanos de un mundo telemático, no hacemos otd cosa
que mirar morir tratando de que siempre eso le ocurra al otro : muerte. vio
lenta en las calles de las metrópolis contemporáneas, muerte devastadora
e incalculable en el sudeste asiático donde la naturaleza nos recuerda que
sus actos no dependen de ningún esfuerzo por anticiparlos, muerte blanca
en las salas de terapia intensiva, ese lugar en el que los seres humanos han
perdido toda potestad y se transforman en meros cuerpos disponibles para
ser atravesados por la tecnología y el poder médicos, muerte en guerras
hechas en nombre de la civilización, la democracia y la libertad, muerte
en nombre de los explotados y los humillados, muerte en nombre de Dios.
Todas las formas de la muerte que, sin embargo, nos recuerdan una cosa
por la que pocos preguntan en nuestros días cruzados por el deseo de la
inmortalidad y la persistencia de los mil rostros de la parca: ¿qué significa
vivir ? O, mejor aún, ¿ cómo prepararnos para morir aprendiendo a vivir ?
Simplemente nos hemos vuelto analfabetos ante lo más elemental,
aquello que desde siempre ha perseguido e inquietado al espíritu humano.
Olvidados de lo que significa la construcción de una vida buena, absorbidos
completamente por el vacío mercadolátrico y comunicacional, impúdicos
fisgones de la muerte ajena, nos desesperamos por perpetuar infinitamente
existencias huecas que repiten, día tras día, los rituales de la morbosidad
ante el sufrimiento del otro, deslumbrados ante las imágenes de cuerpos
devastados y moribundos que se resisten a morir, pero incapaces para
interrogar por el sentido de nuestras propias vidas.
Nunca, como en esta época, se hizo tan presente la muerte, pero nun
ca, como ahora, se nos volvió más oscura e incomprensible, alejada por
completo de nuestra cotidianidad allí donde la habita plenamente. En otros
tiempos los diversos modos de la cultura habían logrado convivir con la
muerte ; su presencia, absolutamente ordinaria, caía baj o las formas del
símbolo y la metáfora religiosa o espiritual; en la actualidad, cuando su
circulación es ostentosa y casi inverosímil, no encontramos los paliativos
para aceptarla, ni siquiera pareció encontrarlos el sumo conductor de la grey
católica que siguió haciendo desesperados esfuerzos por eludir lo ineludi
ble. En la apoteosis del consumo y el hedonismo individualista la muerte
es una presencia insoportable, el anuncio imposible de cuerpos que dejarán
150
·,
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·1. J�an Baudrillard escribió un pequeño pero significativ� ensayo en el que se detuvo ante
la cue,stión de la inmortalidad, ante el deseo de anular de una vez y para siempre la muerte como
condi �ión de la propia vida humana y de la vida en general: «Hay algo escondido dentro de noso
tros: riúestra propia muerte. Pero algo más está oculto, al acecho, dentro de cada una de nuestras
células: el olvido de la muerte. En las células acecha nuestra inmortalidad. Es habitual hablar de
la lucha de la vida contra la muerte, pero hay un peligro inverso. Y tenemos que luchar contra
la posibilidad de que no muramos. Ante la más ligera vacilación en la lucha por la muerte -una
lucha por la división, por el sexo, por la alteridad y, por tanto, por la muerte- los seres vivos se
vuelven de nuevo indivisibles, idénticos entre sí e inmortales [ . . . ]. Después de la gran revolución en
el proceso evolutivo (la llegada del sexo y de la muerte) aparece la gran involución: su objetivo es,
a través de la clonación y de muchas otras técnicas, liberarnos del sexo y de la muerte. Donde una
vez las criaturas vivas se esforzaban, a lo largo de millones de años, por liberarse de esta clase de
incesto y de entropía primitiva, altora nosotros nos encontramos, a través de los avances científicos
mismos, en el proceso de recrear precisamente esas condiciones. Estamos trabajando activamente en
la ' des-información' de nuestra especie a través de la anulación de las diferencias» U. Baudrillard,
La ilusión vital, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, pp. 7-8).
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7. Cuando, allá por los años ochenta, se anunciaba a los cuatro vientos
y con evidente regocijo la muerte de las ideologías que venía acompañada
por la consagración del pragmatismo liberal y su inevitable consumación
que, a su vez, consumaba y consumía los conflictos otrora dominantes en
el seno de la historia, lo que no se mensuraba eran las diversas estrategias
de resistencia a esa consumación, el retorno de lo arcaico pero profunda
mente transformado por el propio éxito de la modernidad secularizadora.
El derrumbe entre estrepitoso y patético del sistema soviético que le :dejó
el campo libre al capitalismo occidental para apropiarse impune y .<;:íni
camente de todos los mercados del planeta ejerciendo como nunca en la
historia un poder casi unívoco, despejó otros terrenos, más oscuros, tal
vez olvidados o despreciados, que harían regresar al seno de esa misma
historia supuestamente aplacada las voces, dormidas, de inéditas varian
tes de integrismos religiosos y nacionales fusionados con los dispositivos
técnicos de la propia modernidad que se venía a repudiar.
Los últimos veinte años aceleraron el despliegue portentoso de las
tecnologías de la información modificando de cuajo las percepciones y
el modo de habitar un mundo atrapado, ahora, por las mil formas de
la virtualidad y la instantaneidad. Cada acontecimiento, significativo o
insignificante, podía convertirse gracias a esas tecnologías y a la universali
zación absoluta de los lenguajes comunicacionales, en «el acontecimiento»
decisivo, cuya presencia se volvía tan determinante como fugaz, envuelto,
como todo acontecimiento en la época actual, por un velo de misterio, o
atravesado por la fuerza de un azar cósmico. Y junto a la proliferación de
esta verdadera revolución de la vida operada por las innovaciones técnicas
comenzó a manifestarse, con creciente intensidad, un nuevo malestar en
la cultura, nuevas formas de inquietud de aquellos habitantes de un sis
tema global cada vez más carenciados de cualquier referencia cobijadora
o portadora de orientaciones para esa vida esencialmente quebrada por
la apoteosis de capitalismo y transformación tecnológica. Mientras que
los países desarrollados, ricos más allá de toda riqueza, impúdicos en su
afán consumista, articularon sus prácticas sociales a partir de la prolife
ración de un individualismo hedonista, en la periferia de ese mundo de
opulencia, en las zonas destinadas a ser los vertederos de los desperdi
cios de Occidente, se fueron gestando diversas formas del rechazo, de
la resistencia o, simplemente, se multiplicaron las voces de aquellos que
reclamaban un retorno fantasmagórico y muchas veces alucinado a las
genuinas tradiciones repudiadas por las elites gobernantes que en su afán
modernizador se deshicieron de lo esencial. En la huella dejada por el
fracaso de esos procesos históricos debe buscarse la actualidad de los
retornos integristas.
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5 . G. K. Chesterton, Orthodoxy, Ignatius Press, San Francisco, 1995, pp. 1 46 - 147, cit. por
S. Zi:íek, El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo, Paidós, Buenos Aires, 2005, p . 54.
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9. Ibid., p. 203 .
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l L Mirando su época con los ojos de quien sabe que los vientos de
c.
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1 O. F. Pessoa, El libro del desasosiego, trad. de S. Kovadloff, Emecé, Buenos Aires, 2005,
pp. 8 7·8 8 .
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