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Ensayo I - Torres Bisetti PDF
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Ensayo I
Si bien, como anota Gadamer, la decisión de una pregunta es el camino hacia el saber, en
lo que sigue buscaré justificar la decisión de responder a las dos últimas preguntas
propuestas, pues las encuentro íntimamente vinculadas. En efecto, tanto la cuestión de la
noción nietzscheana de voluntad de poder y su oposición a las ideas kantianas de voluntad
y libertad, como la pregunta por la "moral del rebaño” y el auge de la moral cristiana como
síntomas de un espíritu decadente, parten de un mismo problema, a saber, la denuncia de
la decadencia de la totalidad de la cultura y la filosofía occidental y su origen en el idealismo
platónico. El punto axial donde se articulan ambas consideraciones, no obstante, será
propuesto por una pregunta que me permitiré formular únicamente para fines
metodológicos: ¿cuál es la relación entre la denuncia a la cultura europea mencionada
líneas arriba y la visión nitzscheana de la corporalidad?
En efecto, cono señala O. Reboul, si para Kant el hombre es autónomo en la medida en que
su propia razón otorga la ley que le obliga (i.e., se autolegisla), para Nietzsche, en cambio,
el hombre aristocrático será libre frente a esa razón y esa ley, cuyas acciones buscarán
transgredir. Para el crítico francés, la noción de autonomía y la idea kantiana de moral se
excluyen entre sí, puesto que “la moral exige el acatamiento de la norma, mientras que la
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autonomía es “la gran inventora”, atributo de una élite capaz de sacudirse todas las normas
para crear nuevos valores e imponérselos a los débiles”. (Reboul, 1993: 83) Como es
evidente, el concepto de autonomía es aquí propuesto no desde la perspectiva de
“legisladora universal”, sino desde la potencia auto determinante del ser - también
interpretada ad libitum -, la noción de “voluntad de poder”.
Decir que la noción de “voluntad de poder” es aquella que busca imponer nuevos valores a
los débiles nos presenta otra lectura poco justa de un concepto, por lo demás, clave en la
exégesis del problema de la decadencia de Occidente. Si pensamos en la crítica
nietzscheana a la moral cristiana, entendida esta como la “moral del rebaño”, cuyos
principios constituyen la pesada carga que porta el camello, la sola idea de una imposición
de valores resulta ser una contradicción. Más aún, la interpretación de Nietzsche como un
“inmoralista” que renuncia a cualquier pretensión de encontrar un fundamento último de la
moralidad humana parece obedecer también a una lectura espúrea de su crítica inicial.
Como señala Santuc, Nietzsche “no quiere dejarnos sin deber; más bien quiere llevarnos a
una moral de hombre maduro, liberado del control de las abstracciones, de las costumbres a
las cuales se somete el hombre del rebaño,- siempre preocupado por lo que el rebaño espera
de él.” (Santuc, Nietzsche y la crítica a la moral) Efectivamente, el hombre liberado del control
de la conciencia, (la gran abstracción heredada del cristianismo neoplatónico), obra en
función de su propio criterio, fundamentado en buena medida por sus propias pasiones. Pero,
¿a qué nos referimos cuando hablamos de pasiones en Nietzsche?
Como anota Heidegger, la voluntad entendida como “querer” y, además, como “saber lo que
se quiere”, no supone la constitución de un mandato o de una instrucción para ejecutar una
acción, sino que esta “aporta a su querer desde sí misma y en cada caso una continua
determinación” (Heidegger, 48) Esta “continua determinación” constituye un rasgo
interesante de proximidad entre la voluntad de poder y la idea kantiana de autonomía.
Efectivamente, este impulso ordena, resuelve, de manera permanente en el aristócrata
“pues la voluntad, en cuanto afecto del ordenar, es el signo decisivo de la fuerza y del
señorío de sí. Es decir, mientras alguien menos sepa mandar, con mayor urgencia requerirá
de alguien que mande, que mande severamente, de un Dios, de príncipes, de una clase, un
médico, un confesor, un dogma, una conciencia de partido.” (Nietzsche, GC, 347) Entendida
así como afecto - el afecto originario - la voluntad de poder nos ofrece una aproximación
alternativa al ideal de autonomía, a saber, entendido a partir de los elementos no racionales,
constitutivos del ser humano, i.e., las pasiones o los sentimientos. El movimiento que
caracteriza a esta voluntad no es, en este sentido, el reactivo rechazo o negación de los
valores tradicionales, sino más bien una afirmación permanente, original, en buena medida
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Desde luego, la historia de la filosofía tal y como la interpretó Nietzsche se había encargado
de sostener precisamente lo contrario. Como señala Santuc, a sus 29 años, ya el filósofo
alemán se enfrenta, desde la Primera Intempestiva, al problema y a la crisis de la cultura en
términos idénticamente morales, “porque la cultura es para él sobre todo una unidad de estilo
artístico en todas las manifestaciones vitales de un pueblo.” (Santuc, Ib.) Corrompida por la
metafísica platónica, la primacía de la autoconciencia racional va a constituir la abstracción
necesaria, requerida por los débiles para cifrar en ella el lenguaje del resentimiento y va a
resultar, dirá Nietzsche, “la más importante condición de la existencia”.
Pero incluso esta premisa había sido ya cuestionada antes de Nietzsche por Leibniz, quien va
a sostener la existencia de estados mentales fuera del dominio de la conciencia. Para el
filósofo alemán, la mente siempre piensa, pero en general lo hace de forma inconsciente, sin
reflexión y sin percepción de ello. En la Gaya Ciencia, Nietzsche la reconocerá como una
lectura anticipada a su tiempo:
En este punto, resulta inevitable constatar la lectura que haría Freud de estos pasajes.
Como señala Deleuze, al igual que el vienés, Nietzsche considera que “la conciencia es la
región del yo afectada por el mundo exterior”. En este sentido, la conciencia será siempre la
relación con un fuera de sí, un otro que me define por oposición y, en ese sentido dirá
Nietzsche, es superior a mí. “La conciencia no es nunca conciencia de sí mismo, sino la
conciencia de un yo en relación a ello (yo de otro), este último no consciente. No es
conciencia del señor sino conciencia de un esclavo en relación a un señor que no se
preocupa de ser consciente.” (Deleuze, 1975: 60) En Verdad y mentira en sentido
extramoral, Nietzsche hablará de la artificialidad de esta abstracción y de cómo constituye el
origen de la corrupción moral:
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Bibliografía:
Nietzsche, F.