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TRABAJO FINAL

METODOLOGÍA II

Curso 2017

Mariana Magrini
DNI: 23043892
A modo de introducción
El coaching ontológico aparece hace ya unos años1 como un nuevo gran dispositivo2
organizacional que es utilizado por las empresas como una herramienta más en el conjunto de
propuestas para trabajar en el desarrollo de las personas que la componen.
Considero importante explicar (si acaso eso es posible) que se entiende por coaching ontológico
y también, cual es el concepto de desarrollo de personas con el que se opera al interior de las
empresas. Tal vez estas dos explicaciones me permitan posteriormente recorrer el campo de
otra manera.
Resulta difícil encontrar una única definición de Coaching Ontológico. Hay tantas como
escuelas de formación, sin embargo, en todas aparecen términos que son comunes, como
“aprendizaje”, “transformación”, “lenguaje”. Simplemente, a modo de síntesis, dejo planteados
dos aproximaciones:
“El Coaching Ontológico es un campo del saber que busca acompañar procesos
transformacionales en otros desde una coherencia ontológica (cuerpo, emoción y
lenguaje)”(https://newfieldnetwork.com).
“…Es cuando alguien se encuentra inmerso en una situación en que enfrenta la dificultad
de no poder resolver por sí mismo un problema que lo afecta y que compromete de una u
otra forma su sentido de la vida, que pide coaching. La petición de coaching puede ser, por
lo tanto, reconstruida en los siguientes términos: tengo un problema que me afecta. No sé
cómo resolverlo. Dado que tú tienes distinciones y competencias que yo no tengo, te pido
que me ayudes a ver lo que no veo y hacer lo que hoy no puedo Ese es el resultado que se
espera y se le pide a un coach. Y muy particularmente a un coach ontológico” (R.
Echevería.2011. p.35).
Por otro lado, cuando se habla dentro de las empresas de desarrollo de personas, se lo hace en
dos sentidos: en tanto posición actual ocupada, cuando existe una “brecha” o distancia entre los
resultados obtenidos por la persona y los esperados para la posición. Es decir, la persona no
obtiene los resultados esperados, por lo cual debe entrenar las competencias (comportamientos)

1
Simplemente a modo de anécdota, recuerdo que en el año 2002, en el momento más crítico de la crisis social en
Argentina, yo estaba escribiendo mi tesis sobre subjetividad en el mundo del trabajo. Alguien, con muy buena
intención, me regala un texto en ingles sobre coaching y me dice “es por acá que va a pasar el trabajo del futuro”.
En ese momento, al menos en Córdoba, no se conocía demasiado sobre el tema en el ámbito de las empresas y
tampoco se trabajaba académicamente sobre el mismo. Recién algunos años después (alrededor de 2006) empecé
a relacionar ese libro con las nuevas prácticas que se promovían en la empresa en la que trabajaba.
2
Me refiero a “dispositivo” tanto en el sentido en el sentido foucaulteano (que no profundizaré en este trabajo
porque persigue otro objetivo), como en el sentido mismo que las empresas le dan al término. En el campo del
desarrollo de personas dentro de las empresas, se nomina al coaching como “dispositivo de desarrollo”
necesarios para mejorar su rendimiento. Pero también se utiliza el término desarrollo cuando se
prepara a una persona para ascender dentro de la estructura jerárquica de la compañía o para
tomar responsabilidades distintas de las que habitualmente lidera. En ese caso, no se está frente
a una “brecha”, sino a la posibilidad de un cambio de carrera.
En las empresas, el coaching es utilizado como herramienta en las dos posibilidades de
desarrollo planteadas. En sus comienzos (y según mi experiencia laboral), era un instrumento
que se utilizaba la mayoría de las veces en casos de problemas de desempeño, lo que llevó a
asociarlo a un paso previo al despido. Con el paso del tiempo, se lo asoció más a la posibilidad
de “dar el salto” en la carrera profesional, dándole herramientas a la persona para acomodarse
a los “nuevos desafíos”.

El punto de partida. Aprendiendo el oficio.


Como plantea Becker (2009) [1998] en su capítulo Imaginario, la primer alerta a considerar en
esta incursión inicial al campo vino dada por las imágenes preconcebidas que, como
investigador (aunque suena enorme esa categoría), tenía sobre el tema de mi interés y como
estas imágenes podían imprimir un sesgo a la hora de trabajar sobre los datos. El quid radicaba
en reconocerlas, explicitarles y encontrar la manera de mejorar la calidad de estas imágenes, no
solo al momento de iniciar, sino vigilando que no condicionara mis aproximaciones finales.
¿Qué sabía, efectivamente, sobre el tema? ¿Qué creía saber?, fueron los primeros interrogantes
a responderme, incluso antes de definir cuál era mi campo de trabajo y seleccionar a mis
informantes. Decodificar estas imágenes estereotipadas, hacer consciente mi propio sistemas
de creencias, prejuicios y premisas de partida.
Mi punto de partida: una posición crítica y percepción negativa sobre los dispositivos de
coaching empresarial, sustentada en un conjunto de observaciones, absolutamente personales y
emocionales, vinculadas a su uso como parte de las herramientas de recursos humanos de las
empresas. Conversaciones informales tanto con coaches como coachees, además de algunas
participaciones en eventos de mayor magnitud (charlas, congresos, conferencias, etc.), me
hacían dudar de la “seriedad”3 de los instrumentos y estrategias utilizadas en esos espacios. Así
también, me inquietaba negativamente, la aparente transformación personal de la que hacían
alarde tanto los que se formaban con coaches, como quienes pasaban por un proceso de
coaching. En mi imaginario, estas impresiones se asemejaban, peligrosamente, a recetas de

3
Otra vez acá “seriedad” leída a partir de mis validaciones personales sobre lo que ingresa y queda fuera de
dicha categoría.
auto-ayuda sin ningún tipo de sustento académico4. Ante esto ¿estaba yo dispuesta a
cuestionarme lo que creía saber sobre el campo?.
También, siguiendo con los planteos de Becker (2009) [1998], el otro imaginario a interpelar
venía dado por el marco teórico. Por supuesto, mis observaciones previas encajaban casi a la
perfección en los conceptos teóricos con los que yo abordaba el problema, es decir, el mundo
empírico se adaptaba a la teoría. Despojarme de esos conceptos teóricos para leer los datos se
transformaba en un imperativo para realizar el trabajo de campo. El truco: definir un término
descubriendo como surge su significado en una red de relaciones (p.17).
Como metodología de exploración opté, formalmente, por la entrevista etnográfica5. Al diseñar
las mismas, fue menester vigilar de manera permanente mis imaginarios. ¿Cómo estructurar
estos espacios de metacomunicación dejando de lado las preguntas obvias, sesgadas por mi
punto de vista interno? ¿Cómo predisponerme plenamente a la escucha, buscar el dato en el
campo, y no performatearlo, recortando arbitrariamente los temas de la agenda?. Atender a la
recomendación de Becker (2009) [1998], acerca de iniciar preguntado sobre los “cómo” y no
sobre los “porqué” colaboró positivamente en estas instancias.
Verbalizar mis propios imaginarios, criticarlos, ajustarlos a las observaciones, hacerlos más
coherentes y reformularlos era mi primer tarea para iniciarme en el oficio.

El campo: el desafío de su definición.


Con esta introducción y vigilando mis prejuicios, definir el campo del trabajo etnográfico fue
el siguiente gran desafío y porque no obstáculo. Había en mí una marcada tendencia en
confundir, fundiéndolos en términos de sinónimos, entre campo y tema de investigación.
El primer escollo a resolver fue la definición del campo, sus componentes y la selección de los
informantes clave, es decir, la definición metodológica del trabajo de campo en sí mismo.
Ahí me di cuenta que el “campo” tenía múltiples aristas: las escuelas de formación en coaching
ontológico, los coach certificados, los “coachees” (incluso en estos últimos, tal vez hasta
resultaba interesante plantear si estaban en procesos de coaching porque los habían elegido
voluntariamente, vinculándolos a algún espacio particular de sus vidas o eran “impuestos” por
las organizaciones – empresas- de las que formaban parte), las empresas que utilizan estas
estrategias vinculándolas a espacios de desarrollo laboral (tal como lo explicamos más arriba),

4
Siguiendo a Becker (2009) (1998), de alguna manera “el imaginario entra a nuestra cabeza como residuo de
nuestra vida cotidiana” (p. 34).
5
La observación participante no era posible al menos inicialmente ya que los procesos de coaching son ámbitos
privados entre los actores que intervienen y no se aceptan, por definición, terceros en los mismos.
aquellos que sin tener vínculo con el mundo empresarial utilizan el coaching como herramienta
de desarrollo o incluso quienes lo ven como una alternativa profesional, aun sin articulación
actual con su ámbito laboral.
La necesidad de explicitar los límites de mi trabajo permitió hacer un primer recorte: haría foco
en el coaching como instrumento de uso empresarial, sabiendo que seguramente, en el futuro y
a medida que avanzara el trabajo exploratorio, estos límites impuestos metodológicamente se
reformularían en función a la propia interacción de los actores (investigador e informantes).
Para hablar de campo me remito a la definición que de él mismo brinda Guber (2004) [1991]
“el campo de una investigación es su referente empírico, la porción de lo real que se desea
conocer, el mundo natural y social en el cual se desenvuelven los grupos humanos que lo
construyen” (p. 83).
Siguiendo a Guber (2004) [1991] el trabajo de acotar el campo, delimitándolo, forma parte del
proceso de investigación en sí mismo y de la construcción del objeto, aclarando rumbo. Aunque
también, como lo explicitamos en el apartado anterior, manifiesta el conjunto de supuestos y
tendencias a las que se adscribe inicialmente.
Lo siguiente fue definir la “unidad de análisis”6, establecer con quiénes trabajar; elección
realizada a priori, en función a una definición muy preliminar de lo que sería mi problema de
investigación. En este recorte metodológico, y dado el carácter exploratorio del trabajo, era
consciente que quedaban afuera actores importantes a la hora de la configuración del campo,
como por ejemplo los niveles jerárquicos de rrhh que son quienes, en definitiva,
estratégicamente definen los instrumentos que serán posteriormente implementados, como
también empleados que han pasado por procesos de coaching no asociados a potenciar los
procesos de desarrollo, sino que por el contrario, asistían a esos espacios para trabajar sobre sus
“brechas” de desempeño. De avanzar en esta línea de investigación, sabía que era
imprescindible sumarlos. Eliminarlos introduciría con seguridad sesgos marcados en el
resultado final.
En lo que respecta a la definición de la “unidad de estudio”, el criterio utilizado casi con
exclusividad se basó en la accesibilidad. Se circunscribió a una única empresa local, sabiendo
que si bien puede pensarse en términos de significatividad (y no necesariamente
representatividad), que no se trataba de una decisión definitiva, sino más bien práctica, a los
fines del presente trabajo.

6
"…a unidad acerca de la cual se recogen datos a través del encuestamiento directo o indirecto" (Torrado, 1983:
13). En Guber (2004) [1991] (p. 105).
La reflexividad de los actores7.
Como comenté al principio, mis aproximaciones anteriores hacían que mi acercamiento al tema
estuviera teñido de prejuicios y críticas que anteponían mi propia mirada sobre el instrumento,
impidiéndome de alguna manera, “escuchar” el punto de vista de mis informantes.
Decidir acercarme a este objeto de estudio implicó primero la decisión de abandonar esta
posición a priori, y escuchar al nativo desde su propia realidad, la que él podía plantear y/o
sostener, apostando al proceso de reflexividad de ambos (investigador y nativo), en el campo.
Lo “real”, el mundo vivido, (las prácticas, los valores, las normas formales, lo que la gente
efectivamente hace y lo que dice que hace, etc.), debía ser puesto “en cuestión” a partir de las
verbalizaciones de los actores en la actividad reflexiva mutua, tanto de mi parte en tanto
investigador, como el informante, produciendo rupturas en estas presunciones convertidas en
“naturales” en mis a prioris.
Resultaba fácil de enunciar antes de ingresar al campo, pero debo confirmar que resultó un
escollo a la hora de mis entrevistas. Como investigador no dejé completamente de lado mis
marcos de referencias. Así, en mi entrevista con Emilia (ver notas de campo), en primer lugar
y de manera interna, sentí que había encontrado “una aliada”, emoción que tuve que despejar
para continuar escuchando su punto de vista, intentando encontrar el “dato” que aportaba a mi
trabajo exploratorio, encontrar en el relato “su escenario real”, con sus formas y sus particulares,
y no la validación del mío.
Como plantea Guber (2004), para describir la vida social incorporando la perspectiva de los
nativos, como investigadores estamos interpelados a mantener bajo estricta vigilancia, las tres
dimensiones de la reflexividad: “la reflexividad del investigador en tanto miembro de una
sociedad o cultura, la reflexividad del investigador en tanto investigador, con su perspectiva
teórica , su interlocutores académicos sus habitus disciplinarios y su epistemocentrismo y las
reflexividades de la población que estudia” (p.46)
Lo “real” y su conocimiento será entonces el proceso que surja en el encuentro de dos
reflexividades, la del investigador y la de los sujetos a conocer en el campo, aun cuando al
encuentro, cada uno llegue desde su propio mundo de significados (en este caso compartido a

7 “Reflexividad en el trabajo de campo es el proceso de interacción, diferenciación y reciprocidad entre la


reflexividad del sujeto cognoscente – sentido común, teoría, modelo explicativo de conexiones tendenciales- y la
de los actores o sujetos/objetos de investigación” (Guber (2004) [1991] p. 87)
priori, pero diferenciado a partir de los intereses en juego en ese encuentro). Mi propia
reflexividad como investigador, al encontrarse con la de mis informantes, debe resignificarse.
Siguiendo a Guber (2004) [1991]
“…indagar reflexivamente de qué manera se co-produce el conocimiento a través de sus
nociones y sus actitudes y desarrollar la reflexión crítica acerca de sus supuestos, su sentido
común, su lugar en el campo y las condiciones históricas y socioculturales en que el
investigador lleva a cabo su labor” (p. 85)

La entrevista etnográfica como método.


Como plantea Da Silva Catela (2004), la entrevista genera entre el investigador y el nativo un
lazo de confianza, construida desde diversos elementos. En esta incursión exploratoria por el
campo, este vínculo de confianza, construido a priori (a muchos de mis informantes los conocía
desde antes, por vínculos laborales), habilitó un espacio de conversación que, en algunos casos,
excedió lo que se pretendía indagar originalmente8 . La coordinación del espacio fue ágil y sin
intermediarios. No necesité de presentaciones previas y los informantes no indagaron mucho
en el “para que” del proceso. Sin embargo, siempre enmarqué la conversación como parte del
trabajo final de una materia de maestría, asegurando que lo conversado no sería publicado con
datos personales. En casi todos los casos, la respuesta que recibí ante esta introducción fue “no
hay problema. No es secreto!”. Esta habilitación espontánea por parte de mis informantes, sin
embargo, no dejó de generarme algo de incomodidad: ¿que de todo era efectivamente un dato
para mi trabajo? ¿Qué pasa si el dato se construye a partir de una historia del ámbito íntimo
del nativo y no de su inserción laboral? ¿Este voto de confianza era hacia a mi rol de
“investigador súper inicial” o estaba depositada en mi rol como profesional ?.
Las conversaciones transcurrieron en el lugar de trabajo de mis informantes, en los tiempos
destinados a su almuerzo o breacks y en ningún caso se grabaron las mismas ni se tomaron
notas. Mi intención principal fue generar un espacio de escucha activa, valiéndome de los tres
procedimientos planteados por Guber (2004): atención flotante del investigador, la asociación
libre del informante y la categorización diferida del investigador.
Tal como plantea Bourdieu (1993), la afinidad de mi trayectoria profesional con el tema y por
tanto, con los entrevistados, me aseguró una comunicación “no violenta” (p. 528). Con los

8
En todos los espacios de entrevista a jóvenes potenciales, aclaraba al iniciar que no era el foco de nuestra
conversación indagar los temas que llevaban al proceso de coaching. Sin embargo, en tres de los casos con los que
conversé, se generó una apertura total, donde se compartieron cuestiones vinculadas a su infancia, a sus vínculos
familiares, situaciones particulares de la vida íntima que fueron profundizándose a modo de ejemplo de lo que
sucedía en la intimidad del espacio de coaching.
mismos compartimos cierta afinidad en cuanto a los términos que utilizamos para explicar las
problemáticas a las que se asocian procesos de coaching (vale aquí como ejemplo las
discusiones en torno a lo que se entiende por desarrollo tanto personal como organizacional).
Sin embargo, y tal como lo plantea el mismo Bourdieu (1993) el riesgo en estos casos en donde
prácticamente no existe distancia entre entrevistador y entrevistado, en cuanto a compartir
observaciones sobre la situación que despierta el interés de investigación, es que los
entrevistados “dominan tan perfectamente la situación que en algunas oportunidades logran
imponer al encuestador su definición del juego” (Bourdieu 1993:531). Y aquí me remito mis
notas de campo. En este diálogo ameno con Laura, donde compartíamos, intercambiando,
opiniones de prácticas profesionales, con impresiones personales y datos biográficos de cada
una de nosotras, es el momento en que se da vuelta el juego y empiezo a ser yo objeto de
interrogación. Aun queriendo correrme metodológicamente de este cambio de roles, me costó
personalmente muchísimo esfuerzo volver a situarme, reflexivamente, en el proceso de
entrevista, terminando la misma con la misma duda: ¿había yo podido realmente establecer
una conversación con mi informante que me acercara a mi objeto de estudio? O había sido yo
objeto de estudio de mi informante?. ¿Había sucedido entre ambas algo más allá de una
entrevista?¿Era una puerta que el campo me estaba abriendo para ingresar al mismo desde
otro lugar?. Son preguntas que hoy no puedo responder, pero sin embargo rondan en algún otro
lugar además de mis notas de campo.
Diferente es lo que sucede con los otros actores que componen el campo: los jóvenes con
potencial. Aquí la simetría planteada con respecto a los primeros entrevistados no es tal. Por el
contrario, se produce cierta asimetría en los mismos términos. Las conversaciones con ellos
remiten, en algunos momentos, a “mi experiencia en estas cosas del desarrollo” (notas de
campo) lo que me interpela de manera permanente, obligándome a situarme mentalmente en
el lugar que ocupamos cada uno (entrevistador – entrevistado) en el campo, poniéndome de “su
lado” , entendiendo sus aspiraciones y motivaciones, como así también indagando sobre sus
intereses, alentándolos a profundizar en su relato del proceso, dándoles ciertas certezas de
comprender por la situación que estaban pasando, ya que conocía otros procesos similares e
incluso había acompañado a varios por ese recorrido. (Bourdieu 1993:532), y corriéndome del
lugar de experta o incluso evaluadora, en donde ellos me situaban. El desafío epistemológico
del entrevistador es ponerse mentalmente en el lugar del otro, intentar situarse en el lugar que
el entrevistado ocupa en el espacio social para interrogarlo desde allí.
En palabras de Bourdieu (1993), “la única espontaneidad es la construida”. Los agentes sociales
no necesariamente tienen plena conciencia de lo que son y de lo que hacen, ni donde radica el
punto exacto de su conflicto y es en las declaraciones más espontáneas (no necesariamente
construidas en el hacer de la entrevista) donde se pueden expresar, de manera distinta de lo que
se dice para ser escuchado. Es trabajo del investigador hacer que esa “espontaneidad” emerja,
para lo cual tiene que tener un conocimiento profundo de las condiciones de existencia de sus
entrevistados.

¿Una equivocación o la invitación a dejarse afectar?.

Tal como planteo más arriba, a la hora de analizar mis notas, el encuentro con Laura no deja de
rondarme. Algo sucedió en ese espacio de conversación que cuestionó de alguna manera mi
posición en el campo y abrió nuevas instancias de reflexión. .¿Cómo interpretar entonces este
episodio (como muchos otros), que como investigadores, protagonizamos en el campo?-

Como plantea Rosaldo (2000), tal vez la clave aquí sea el sujeto posicionado (y re-posicionado).
(p.28). Como investigadora, requiero re-acomodarme (reposicionarme) en el campo a medida
que éste va abriendo nuevas perspectivas. Sin embargo, y tal como continua Rosaldo, la
preparación previa para el trabajo etnográfico, no siempre nos prepara para comprender
cabalmente los emergentes. Hay algunos residuos de dicho trabajo que recién cobran sentido
después.

Guber (1995) muestra como estos incidentes personales pueden transformarse en experiencias
reveladoras para el trabajo de campo, en tanto que como investigador (sobre cuando se
comparten las categorías nativas), no se es observador externo.

Reflexionando sobre el hecho, ¿Había sido puesto en situación de “estar afectada” por el
campo, aun cuando no con la misma intensidad que propone Favret- Saada (1993)?. Estar
afectada en tanto forma de experimentación directa del mundo vivido por los sujetos, compartir
con ellos su experiencia. “Ser afectada por el mundo nativo le demandó a Favret – Saada poner
en cuestión una norma hasta entonces constitutiva de la autoridad etnográfica: la supresión
del sujeto de enunciación (el yo que indaga), a favor de la descripción científica del objeto
(ellos, los indagados)”. (Favret-Saada, Jeanne. 1990: 2).

La noción propuesta pone en cuestión los principios de orientación etnocéntrica como única
medida de la realidad, y rehabilita nociones como la de sensibilidad, asociadas al método.
“Nadie habló conmigo por ser etnógrafa, sino por estar afectada por el proceso” (Favret-
Saada, Jeanne. 1990:7).
Por el contrario, el “dejarse afectar”, cómo método, implica “ocupar un lugar” en la trama de
relaciones que se producen al interior del campo de investigación, “participar para conocer”,
identificando cuales son las formas pertinentes de participación. En mi caso particular, el
“nativo” me estaba invitando a participar, dejando de lado mi rol de observador - entrevistador,
para sumergirme en la experiencia personal, que quizás pueda transformarse en un dispositivo
metodológico incluso más preciso para el relevamiento de datos.

Las denominaciones no son “inocentes”9


Durante el proceso de conversaciones aparece10 una palabra que atraviesa cada uno de los
discursos: “quiebre”. La repetición del término en la totalidad de las entrevistas, invita a dejar
de pensarla en tanto cliché (ese fue mi primer impresión al respecto) y entenderla en el sentido
de perfomance11, invitación a participar de un universo de significados compartidos por los
actores. Es decir, esta palabra emerge y termina transformándose en un “dato” que se construye
en la reflexividad de los actores. Aparece en tanto “recomendación”, “momento único” (con
connotaciones casi “mágicas”), como algo que “sucede” y que, cuando sucede, cambia el rumbo
del desarrollo del coachee. Y aún, cuando no sucede, configura la posición del actor en el campo
(la sensación de que algo desconocido debe suceder y no pasa, dejándolo afuera de un lugar
que no existía como tal antes del proceso). Pero también aparece como un momento de “crisis”,
de cuestionamiento casi ético, que genera contradicciones, en el caso de Emilia (ver notas de
campo).
Tal como plantea Gandulfo (2007), una situación comunicativa sólo se puede abordar y
comprender a partir del contexto concreto del habla, es decir, a partir de una situación socio-
cultural particular es que un intercambio comunicacional adquiere sentido (p. 67).
Es así que este emergente me impulsa, en primer lugar, a una búsqueda conceptual, para
comprender cuál es el contexto en el que se aplica:¿qué se entiende por “quiebre” en el ámbito
del coaching ontológico?. Y posteriormente, una búsqueda del significado que el mismo
adquiere en el campo: ¿que entienden por “quiebre” los coaches y los coachees? ¿Qué atributo
performativo se le atribuye a esa palabra? ¿Qué nuevas configuraciones se producen a partir

9
Esta frase aparece textual en uno de los capítulos del “Salvaje Metropolitano” de Rosana Guber (2004) [1991].
Si bien no está utilizada en el sentido en que yo lo utilizo, a modo de título, considero que grafica con claridad el
escenario de preguntas que me habilita el campo.
10
El “aparecer” es aquí en el sentido en que lo plantea Guber (2004), en tanto búsqueda de los temas que los
informantes priorizan en su universo de prácticas.
11 En este sentido, referencio al texto de Ana Ramos (2003), en cuanto a que “la performance transforma una
determinada producción lingüística en una unidad--un texto--con cierta autonomía con respecto a su marco
interaccional”
de la enunciación de la misma?. ¿Es acaso una declaración que adquiere, acaso, la
configuración de “ritual de paso” para los actores?.
El primero de los interrogantes fue un poco más fácil de responder que los segundos. En la
bibliografía de divulgación sobre el tema, quiebre se define, en primer lugar como una
distinción, planteada en tanto medio para facilitar el aprendizaje del coachee. Las distinciones
ayudan a observar las cosas con una mirada diferente. “solo somos capaces de observar aquello
que podemos distinguir o separar en el lenguaje como algo diferente”
(https://newfieldnetwork.com). Entonces, se entiende al quiebre como una “distinción, un darse
cuenta”, una “interrupción el fluir transparente de la vida”.
Sin embargo, las respuestas al segundo bloque de interrogantes no las encontré en mi trabajo
exploratorio. Por el contrario, abrieron nuevas preguntas y una línea de trabajo en la que, a
priori, no pensaba ingresar: el uso del lenguaje, no sólo desde lo que dicen los que dicen, sino
lo que hacen con eso que dicen, en un contexto determinado. Como se construyen relaciones y
redes particulares en esa comunidad de hablantes. Citando a Ramos (2003), el locus donde las
palabras adquieren su poder especial, generan sentimientos compartidos de pertenencia y
adquieren sentido solo a partir de una audiencia que tiene la misma competencia lingüística 12.
Introducirme en el estudio de la etnografía del habla en este grupo social en particular, describir
sus prácticas lingüísticas tal como las actualizan los miembros del grupo, en sus distintas
actividades individuales (el desarrollo profesional y también en sus prácticas privadas, fuera
de la empresa), y en situaciones comunicativas comunitarias, identificando como el “ritual”
impacta en la vida cotidiana de los sujetos.
A partir de este momento, se abren nuevos desafíos en mi próximo trabajo de campo, vinculados
a identificar usos y pautas comunicativas vigentes en esta comunidad, incursionar en la
amplitud de su repertorio lingüístico (¿qué otros locus performativos existen además de
distinciones y quiebres?), registrar e interpretar las distintas situaciones y actos comunicativos
que son socialmente reconocidos y adoptados como propios. Y centralmente, en rastrear como
un código lingüístico destacado como especial, en particular puede transformarse en un evento
performático que produce y reproduce reflexividad y transformación en el grupo de referencia.

12
“La contextualización designa el locus donde las palabras son investidas con su poder especial, esto es, un foro
especializado en cierta clase de actividad comunicativa, al que se puede concurrir una y otra vez sin caer en la
repetición”- (Ramos 2007: 7) .”…Estos implícitos, constitutivos de los modos estéticos de hablar, tienen el poder
de actualizar sentimientos compartidos de pertenencia y devenir, puesto que, una ejecución artísticamente
“incompleta” sólo es “completada” por una audiencia competente en los usos de los mismos signos verbales (Foley
30). (Ramos 2007:9).
A modo de cierre que abre.
Estas páginas no son más que el relato de mi primer ingreso al campo, exploratorio y en
búsqueda de definir exactamente cuál es el problema a abordar a futuro. Se fueron abriendo
múltiples interrogantes, que no traía al momento de pensarlo, en la urgencia por responder a
las consignas planteadas para el trabajo final de Metodología II. Como intento dejar entrever,
se trató casi exclusivamente de una prueba hacia mí misma como investigadora, para analizar
si efectivamente puedo abordar este tema despojada de mis juicios previos (tarea muy
ambiciosa), y comprender aquellos datos que el campo produce.
Metodológicamente, me circunscribí a la entrevista en profundidad para ese quehacer, aun
cuando todo el tiempo tenía presente a Quirós (2014), en cuanto a que se trataban de “espacios
para decir” y a su invitación, la de generar espacios para que este decir no sea literal, sino en el
sentido de Viveiro Castros (2002. 2010): decir a través de lo que el sujeto dice, pero también a
través de lo que hace, de como lo hace, de lo que no hace, de lo que no dice.
Acceder a la palabra-en-el-mundo-social, cambiando el foco desde lo que me dicen mis
informantes en tanto investigador, a lo que se dicen entre ellos, a la interrogación diaria de su
mundo de vida, su reflexividad respecto a su mundo de vida y no para el etnógrafo, el que
escucha (Quiros 2014), se transforma en el desafío para el futuro, si efectivamente y a pesar de todo,
decido abordar las preguntas que el campo me fue abriendo y transformar este tema en objeto de análisis
más profundo.
Bibliografía

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