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CRITICÓN, 54, 1992, pp. 127-144.

El Tesoro de la Lengua Castellana o Española:


Sebastián de Covarrubias
en el laberinto emblemático de la definición

por Christian BOUZY


(Universidad de Metz)

Como se considere bajo aspectos culturales, el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de


Sebastián de Covarrubias 1 es casi tanto la obra de un simbolótogo, un emblematista o un
epistemólogo de «las artes y ciencias simbólicas» como de un lexicógrafo, un etimologista o un
enciclopedista2. Demasiadas veces empleado exclusivamente como un mero diccionario debido al
orden alfabético que lo regenta, el Tesoro de la Lengua es también una verdadera suma
epistemológica, el trabajo de un erudito empeñado en puntualizar algunas de las principales
preocupaciones de su época y más particularmente la simbólica, representada por el arte de los
emblemas y empresas que el canónigo no deja de citar a lo largo de toda su obra.
La asombrosa recurrencia de términos como símbolo, emblema, empresa, divisa, insignia,
jeroglífico, etc., traduce de manera evidente el afán del autor por pintar un cuadro general que
plantee la problemática particular de este asunto, sobre todo cuando se nota que dichos términos,
tan frecuentemente empleados, tienen su propia definición en el debido sitio. Cabe añadir a estas

1 Sebastián de Covarrubias, TESORO! DE LA LENGUA/ CASTELLANA. O/ESPAÑOLA./ COMPVESTO


POR EL LICENCIADO/Don Sebastián de Cobarruuias Orozco, Capellán de su Magestad,/ Mastrescuela
[sic] y Canónigo de la Santa Yglesia de Cuenca,/ y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición./
DIRIGIDO A LA MAGESTAD CATÓLICA/ del Rey Don Felipe III. nuestro señor./ [Blasón Real] CON
PRIVILEGIO./ En Madrid, por Luis Sánchez, impressor del Rey N S./ —/ Año del Señor M.DC.XV.
Excepto en los títulos, hemos modernizado deliberadamente la ortografía, la acentuación y la
puntuación de todas las citas. Incluso modernizamos en los textos citados la palabra «hieroglyphico» en
«jeroglífico». En el estudio guardamos el vocablo «hieroglyphico» (entre comillas) para diferenciarlo
del verdadero jeroglífico de la egiptología. Por razones de lógica alfabética, los títulos de los artículos
del Tesoro de la Lengua conservan su grafía original.
2
Véase la introducción de Martín de Riquer a su edición del Tesoro de la Lengua Castellana o Española,
Barcelona, S.A. Horta, I, E, 1943, p. VIII: «Covarrubias muy a menudo da la impresión de redactar lo que
modernamente se llama una enciclopedia [...]». Todos los lugares del Tesoro de la Lengua que citamos se
han sacado de esta edición.

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definiciones las de algunos términos muy vinculados con lo simbólico, como lábaro y estandarte.
El mayor interés del trabajo de Sebastián de Covarrubias es que va mucho más lejos que las
etimologías y definiciones lingüísticas; en efecto, cada artículo viene «ilustrado» por numerosos
ejemplos sacados de la Biblia, de los autores clásicos o de los escritores coétanos y más
precisamente, en lo que se refiere a esta última categoría, de los emblematistas. Bastará con
mencionar los nombres de autores emblemáticos citados para percatarse de la gran cultura del
maestrescuela en este ámbito: Andrea Alciato, Pierio Valeriano, Claudio Paradino, Gabriele
Simeoni, Paolo Giovio y muchos más que desempeñaron un papel de primera importancia en la
tradicionalmente llamada literatura emblemática, de tan extraordinario éxito a principios del siglo
XVII, tanto en España como en el resto de Europa.
Sebastián de Covarrubias es, además, junto con su hermano Juan de Horozco3, uno de los
principales representantes de este género literario en España, ya que mandó editar en 1610, apenas
un año antes de sacar a luz la primera edición del Tesoro de la Lengua, tres centurias emblemáticas
bajo el título de Emblemas Morales4. Partiendo de esta concordancia entre las fechas, se puede
suponer que existe un íntimo parentesco de escritura entre dos obras diseñadas durante la misma
época5. Algunos indices sintomáticos concuerdan para corroborar esta hipótesis; así es posible dar
con varios lugares del Tesoro de la Lengua6 en los que Sebastián de Covarrubias no se olvida de
citar tanto sus propios emblemas como los de su hermano. Las referencias a Juan de Horozco son
casi imprescindibles, ya que era, en aquella época, el único emblematista español en haber
desarrollado ampliamente, a continuación de los tratadistas italianos7, una teoría del emblema,
dando definiciones bastante precisas de los diferentes términos ya citados; de tal manera que
Sebastián de Covarrubias tiende a opinar que es inútil repetir lo mismo que su hermano y, en su
articulo «Emblema», remite al Primer Libro de los Emblemas Morales de Juan de Horozco
diciendo:

Metafóricamente se llaman emblemas los versos que se subscriben a alguna pintura o talla, con que
significamos algún concepto bélico, moral, amoroso o en otra manera, ayudando a declarar el
intento del emblema y de su autor. Este nombre se suele confundir con el de símbolo, jeroglífico,
pegma, empresa, insignia, enigma, etc. Verás al obispo de Guadix, mi hermano, en el primer libro
de sus Emblemas, a donde está todo muy a la larga dicho, con erudición y distinción. (P. 506 a)

3
Juan de Horozco, Emblemas Morales, Segovia, Juan de la Cuesta, 1589. Sebastián de Covarrubias y
Juan de Horozco son los hijos de Sebastián de Horozco, autor del famoso Cancionero.
4
Sebastián de Covarrubias, Emblemas Morales, Madrid, Luis Sánchez, 1610.
5
El presente análisis es el inicio de un trabajo más completo, en el que se estudiarán los nexos entre el
Tesoro de la Lengua Castellana o Española y la literatura emblemática en general por una parte, y por
otra parte entre el mismo diccionario y los Emblemas Morales de 1610.
6
Sebastián de Covarrubias cita siete veces a su hermano (artículos: «Bívora», «Carmen», «Dado»,
«Emblema», «Emprender», «Estandarte», «Lábaro») y se cita seis veces a sí mismo (artículos:
«Alcancía», «Cocodrilo», «Conejo», «Ciprés», «Embidia», «Fuego»).
7
Los tratadistas italianos citados por Sebastián de Covarrubias en el Tesoro de la Lengua son: Gabriele
Simeoni, Le imprese heroiche et morali, Lyon, Guillaume Rouillé, 1559; Girolamo Ruscelli, Le imprese
illustri con espositioni, et discorsi, Venetia, Francesco Rampazetto, 1566; Giulio Cesare Capaccio,
Délie Impresse, Nascpoli, Giov. Giacomo Carlino et Antonio Pace, 1592; Paolo Giovio, Dialogo
dell'lmprese Militari et Amorose, Roma, Antonio Barre, 1555. Conviene añadir a esta lista otros
importantes tratadistas: Luca Contile, Ragionamente sopra la proprieta delle imprese, Pavia, 1574;
Scipione Ammirato, // Rota overro delle Imprese, Napoli, 1562; Fabricii da Teramo, Delle allusioni,
imprese, et emblemi, Roma, 1588; Scipione Bargagli, Dell'lmprese, Venetia, Francesco de' Franceschi,
1594; Giovani Andrea Palazzi, I Discorsi... sopra l'Imprese, Bologna, Alessandro Benacci, 1575.

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C U N T V K1 A I.

E M B L E M A , ji.
MAñanA,e§Qtro}partire à mi CA[at
Diz¿e el entretenido Cortefano,
Vn año j otr*,ert e/le mediop*Jf<*,
Porque íalirde ailijioesen fu mano:
T
LA frA ¿téd
i J g AJÍ i "j
a A, i/A t ba(¿fdA iAbr/tja,
r

Con pretejiode <vnpen¡Amient ovario,


TelmAs prudente,y corte fano viejo,
Pierde IA vida,j de xa AUÍ el pe li jo. tes

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Después de definir etimológicamente la palabra «emblema», Sebastián de Covarrubias precisa


aquí el uso metafórico del vocablo, que entonces podía utilizarse tanto por los versos como por la
imagen. Nuestro canónigo quiere significar, de manera algo confusa, que los versos («los
emblemas») ayudan a declarar el intento de la figura («el emblema»). Sea lo que fuere, Sebastián de
Covarrubias sólo menciona dos de los tres elementos del emblema, según la famosa definición que
dio Alciato del emblema triplex. Estas tres partes son: 1) la figura (pictura, icón, imago o
symbolon), 2) la sentencia (inscriptio, lemma, mote o título), 3) el texto (subscriptio o declaratio
epigrama) bajo forma de epigrama, soneto, octava, rima, etc.8.
El otro punto oscuro de la definición de Sebastián de Covarrubias es la declaración según la
cual emblema, símbolo y los demás términos suelen confundirse9. Sin embargo, a lo largo de la
obra, los va empleando con bastante propiedad en la mayoría de los casos, pese a que las relaciones
de contigüidad semántica entre ciertos términos impiden trazar una raya precisa, por ejemplo entre
el emblema y la empresa. El mismo Juan de Horozco había necesitado varios capítulos, en el
Primer Libro de sus Emblemas Morales, para tratar de las diferencias y semejanzas entre estos dos
tipos de expresiones simbólicas10. Pero es éste problema tan complejo que no se puede resolver en
el marco de este estudio; por eso, de momento, nos contentaremos con poner en paralelo las
definiciones dadas por los dos hermanos, careándolas a veces con las que aparecen en el Arte
poética española de Juan Díaz Rengifo, más exactamente en la edición de la obra corregida y
aumentada a principios del siglo XVm por Joseph Vicens11.

8 Véase Yves Giraud, «Propositions», en Yves Giraud (éd.), L'emblème à la Renaissance, Actes de la
journée d'études du 10 mai 1980, SDEES, Paris, 1980 (Société Française des Seizièmistes), p. 9.
9 Para que el lector vea claramente los varios aspectos del problema debatido, reproducimos a
continuación todo el artículo «Emblema» del Tesoro de la Lengua y traducimos la cita alciatina:
«Emblema. Es nombre griego, £/ipXt)(ia, significa entretejimiento o enlazamiento de diferentes pedrecitas
o esmaltes de varios colores de que formaban flores, animales y varias figuras en los enlosados de
diferentes mármoles, enlazados unos con otros, y en las mesas ricas de jaspes y pórfidos, en cuyos
compartimientos suelen engastar piedras preciosas; y éstos llaman embutidos, y los que se hacen en la
madera taracea, en los metales ataujía, obra de gusanillo, latine opus vermiculatum. Y estos emblemas se
hacían en algunas piezas de oro redondas u ovadas, y después se injerían en los vasos de plata dorados,
como hoydía se hace en fuentes, aguamaniles y salvillas y otras piezas. Díjose enPX.Ti|ia,, a verbo EIIPCXMUD,
insero, eo quod ex segmentis, seu tesselis insiticiis constaret. Estos emblemas pusieron después en las
gorras y sombreros con figuras y motes, que comúnmente llamamos medallas, quasi metallas, nombre
genérico que comprende la materia de oro, plata, cobre y los demás metales de que se hacen para diversos
usos de gala e ingenio, como los camafeos historiados y las demás piezas de escultura en relieve o
cincelado que sirven de brochas y botones o chapería. Alciato, en el principio de sus emblemas: Haec
nos festiuis emblemata cudimus horis, I Artificum illustri signaque facta manu; I Vestibus ut torulos,
petasis ut figere parmas I Et ualeat tacitis scibere quisque notis. [Estos emblemas los hemos acuñado en
las horas de ocio, / Con sus figuras hechas por la mano de conocidos artesanos; / Así como cada uno
puede poner trencillas en sus vestidos, alhajas en sus sombreros, / es capaz de escribir por signos
mudos]. Metafóricamente se llaman emblemas los versos que se subscriben a alguna pintura o talla, con
que significamos algún concepto bélico, moral, amoroso o en otra manera, ayudando a declarar el intento
del emblema y de su autor. Este nombre se suele confundir con el de símbolo, jeroglífico, pegma,
empresa, insignia, enigma, etc. Verás al obispo de Guadix, mi hermano, en el primer libro de sus
Emblemas, a donde está todo muy a la larga dicho, con erudición y distinción».
10 Juan de Horozco, op. cit., tí. 17 r-20 v, ff. 55 v-67 r.
n Juan Díaz Rengifo, ARTE/ POÉTICA/ ESPAÑOLA,/ CON VNA FERTILiSSIMA SILVA DEI
Consonantes Comunes, Propios, Esdruxulos, y Reflexos,/ y vn Divino Estimulo del Amor de Dios./ SV
AVTORIVAN Díaz Rengifo J natural de Avila/.../ AVMENTADA/EN ESTA VLTIMA IMPRESSION, CON
DOS TRATA-/ dos; vno de Avisos, y Reglas/ .../En Barcelona: en la Imprenta de IOSEPH TEXIDO. Año

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En primer lugar, es de notar la diferencia entre las dos listas de términos considerados;
Sebastián de Covarrubias menciona el «enigma», mientras que Juan de Horozco, en la
enumeración que forma el título del primer capítulo de su obra, lo sustituye por la «divisa»:
«Capítulo primero. En que se declara qué cosa son Emblemas, Empresas, Insignias, Divisas,
Símbolos, Pegmas y Jeroglíficos.» (F. 17 r). En segundo lugar, cabe advertir que Juan de Horozco
da del emblema una definición algo diferente de la de su hermano:

Emblema es pintura que significa aviso debajo de alguna o muchas figuras, y tomó el nombre de la
antigua labor, que así se decía, por ser hecha de muchas partes y encajadas, como es, con menudas
piedras de varios colores, la labor que llaman Mosaico; y tuvo este nombre, según dicen algunos, del
autor que la renovó. (F. 17 v)

En esta definición Juan de Horozco parece privilegiar el aspecto pictórico del emblema más bien
que el aspecto verbal. En su continuación al Arte poética española, Joseph Vicens volverá a tomar
esta definición pero completándola con el fin de restituir al emblema su integridad de cuerpo (la
figura) y alma (el concepto)12:

Es el Emblema una pintura que significa aviso común, bajo de alguna o muchas figuras. A imitación
de los Jeroglíficos se introdujeron los Emblemas, cuya invención han atribuido algunos a los godos.
El Emblema se hace de figuras solas, si bien ordinariamente se declara con un Mote, con un Poema, o
con un Mote y Poema juntamente, pudiendo ser éste de cualquier género, y comúnmente de Poesías
Italianas. (P. 178)

En su intento de dar al emblema el estatuto de un verdadero género plástico-poético, Joseph Vicens


rinde un gran homenaje a Juan de Horozco, ya que, además de inspirarse casi textualmente de él en
los capítulos CXII («Del Enigma»), CXIII («Del Jeroglífico») y CXV («De la Empresa, Insignia,
Divisa y Símbolo») del Arte poética española por él aumentada, cita alguna que otra octava real de
los Emblemas Morales de 1589.
Volviendo a la definición del emblema que nos da Juan de Horozco, podemos percatarnos de la
especial insistencia que pone tanto en la finalidad moral del género como en la etimología de la
palabra. No obstante, aunque alude al autor que dio su nuevo sentido al término «emblema», es
decir a Alciato, no lo nombra de manera explícita. En cambio, en el Tesoro de la Lengua,
Sebastián de Covarrubias nombrará a Alciato unas sesenta veces, citando además el pasaje preciso
de los Emblemata13, en el cual el jurista milanos comenta, de manera convencional, las
circunstancias de la creación de su obra así como el uso del emblema como prenda decorativa en el
vestido, antes de la metaforización poética:

1703. Las adiciones realizadas por el curator de la obra, Joseph Vicens, explican ciertas referencias
posteriores a la edición princeps de 1606, en la que no figuraban los 48 últimos capítulos que son de
Joseph Vicens.
!2 Referido a la emblemática, el concepto puede definirse como el hallazgo conceptual de un autor que
logra realizar una adecuación tripartita entre la agudeza de la sentencia, lo declarativo de la figura y lo
ingenioso del epigrama. Las relaciones que se entablan entre los tres componentes del emblema tienen
que converger hacia la finalidad propia del emblema: pintar por las palabras y hablar por las imágenes.
13 Datos concordantes dan a pensar que Sebastián de Covarrubias conocía la obra de Alciato por una
edición de Lyon de 1550, reeditada en 1564: D. AND./ ALCIATI EMBLE-I MATA DENVO ABI ipso
Autore recognita, ac,l quae desiderabantwr, ima-l ginibus locupletata.í Accesserunt noua aliquot abl
Autore Emblemata suis quoquel eiconibus insignata/ LVGDVNI7 APVD/ GVLIELMVM/ ROVILL./ M. D.
Lxim.

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Alciato en el principio de sus emblemas:


Haec nosfestiuis emblemata cudimus horis
Artificum illustri signaque facta manu;
Vestibus ut torulos, petasis ut figere parmas
Et ualeat tacitis scribere quisque notis. (P. 506 a)

Muy apegado a la intertextualidad y al argumento de autoridad, Sebastián de Covarrubias


recurrirá nuevamente a su hermano a la hora de definir la palabra «empresa», tarea que realiza en el
artículo «Emprender»:
E m p r e n d e r . Determinarse a tratar algún negocio arduo y dificultoso; del verbo latino
appréhendere, porque se le pone aquel intento en la cabeza y procura ejecutarlo. Y de allí se dijo
empresa, el tal acometimiento. Y porque los caballeros andantes acostumbraban pintar en sus
escudos, recamar en sus sobrevestes, estos designios y sus particulares intentos, se llamaron
empresas; y también los Capitanes en sus estandartes cuando iban a alguna conquista. De manera que
empresa es cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que
se va a pretender y conquistar o mostrar su valor y ánimo. La mejor empresa de cuantas ha habido y
habrá fue la de Constantino Magno, de la cruz con la letra: In hoc signo vincam. De esta materia trata
largamente mi hermano, el obispo de Guadix, en el primer libro de sus Emblemas, caps. 14 y 15.
(P. 509 b)

Y será el mismo Sebastián de Covarrubias quien nos ayudará a pasar de la teoría a la práctica y
nos dará a comprender lo que separa la empresa del emblema. Inspirándose en esta empresa del
emperador Constantino, como lo hicieron anterior y posteriormente muchos emblematistas e
impresores14, el canónigo crea el emblema que reproducimos a continuación (véase la lámina II).
Pictóricamente, este emblema nos propone en primer término una figura central sobre un fondo en
el que se representa una escena de batalla con muchos motivos ¡cónicos (objetos, animales,
hombres), rematados por una filacteria donde se inscribe el conocido lema In hoc signo vinces.
Nuestro propósito no es disertar sobre la desviación semántico-histórica y la transformación
estilizada de la cruz de Cristo de la primitiva empresa constantiniana en cruz-espada de la orden de
caballería de Santiago, sino marcar la diferencia que separa la empresa del emblema. Aquí la
empresa imperial (Le. con proyecto individual) se transforma en emblema moral (i.e. con proyecto
colectivo) por la mera adjunción de figuras complementarias -y de una octava rima que aclara la
significación de la imagen- al motivo único de la empresa primitiva, cuya representación figurada,
según los preceptos definitorios admitidos en el siglo xvi, tiene que inscribirse obligatoriamente
en un fondo blanco, libre de cielos, nubes, suelo y decorado de cualquier tipo.
En el Tesoro de la Lengua, la definición de la empresa es más precisa que la del emblema; sin
embargo, una vez más, Sebastián de Covarrubias, entre el elemento visual y el elemento textual,
parece privilegiar sólo uno de ellos. En este caso, el que destaca de la definición es el elemento
icónico: «cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin», insistiendo más bien el
lexicógrafo en el aspecto pictórico (repite la palabra «pintar») y dejando aparte la importancia del

14
La utilizó también Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe Político Christiano representada en
cien Empresas, Monaco, Nicolao Enrico, 1640 (c/. empresa n° 26 «In hoc signo»). Esta sentencia con la
imagen de la cruz constituía igualmente la marca del impresor Arnao Guillen de Brocar.

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CENTVRJA III. 285

E M B L E M A 83.
EJJapurpurea injignia anunciadora
De animo noble,y alma denodada,
Que llamau Encornudaos defensora
De la Chrijliana Fe, tajante e[pada
De Santiago Apofiol^ue en la Mora
Cite fe emplea, j[ale enfangretada:
El q la trae en lo exterior del pecho,
Deue imitar ¿fu patron de hecho.
Üo 3 L\

Lámina II. Sebastián de Covarrubias, Emblemas morales, Madrid, Luis Sánchez, 1610
(CENTURIA Dj, Emblema 83)

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mote. El curator del Arte poética española, quien se inspira sea de Juan de Horozco sea de
Sebastián de Covarrubias, se vale de este pasaje del Tesoro de la Lengua para definir a su vez la
empresa:
Empresa se dijo de emprender. Esta es cierta figura hecha confín particular, para conseguir lo que se
emprende. La antigüedad de las Empresas es como la de los Emblemas. En las Empresas de Mote
(cuyo oficio es determinar el concepto) se han de proporcionar el Mote y la Figura. Las figuras de las
Empresas han de estar como figuras matemáticas en campo blanco sin otro más adorno a diferencia
de los Jeroglíficos y Emblemas, que de suyo requieren otro ornato. (P. 179)

A pesar de la equivocación sobre la antigüedad de la empresa -la cual resulta ser en realidad más
vieja que el emblema en la acepción metafórica de este último término15-, la ventaja de esta
definición reside primero en la clara precisión dada acerca de la principal diferencia que existe entre
la empresa y el emblema y, luego, en la mención de la noción básica de «concepto», en la que se
fundamenta la expresión emblemática. En efecto, es el concepto el que está encargado de enlazar lo
visual con lo textual; es verdad que Sebastián de Covarrubias ya nos proponía esta noción de
«concepto» en la definición del emblema (véase suprá), pero lo hacía de manera demasiado
imprecisa -hablaba de «algún concepto»- para que se pudiera determinar su exacta importancia.
A continuación, inspirándose esta vez de Juan de Horozco, Joseph Vicens insiste en la
proporción que se debe guardar entre la sentencia y la figura, cuyo conjunto forma la empresa. Los
tratadistas italianos solían decir que, en la empresa, la sentencia era el alma y la figura era el
cuerpo, y habían enunciado estrictas normas que convenía acatar para realizar auténticas empresas.
En la época barroca, dichos preceptos llegaron hasta el número de treinta y dos16, mientras que, en
un principio, bajo la influencia de Paolo Giovio, obispo de Nocera y favorito del papa León X,
sólo se habían declarado cinco reglas esenciales, expuestas en el tratado Dialogo deil'Imprese
Militari et Amorose, obra en la cual tomó su inspiración Juan de Horozco para redactar su propia
teoría, duplicando el número de preceptos. A decir verdad, las ideas del obispo español no
correspondían exactamente con las del obispo italiano, ya que introducía algunos matices en esta
dicotomía muy maniquea entre el cuerpo y el alma, estipulando lo siguiente:

La primera regla es que sea con justa proporción de cuerpo y alma, entendiendo por cuerpo la
invención, y por alma el mote. Mas, porque en esto hay opiniones, es de advertir que unas veces ésta
que decimos alma y es lo que se pretende dar a entender, está en la figura y el mote ayuda; y otras
veces está en el mote y ayuda la figura. (Ff. 55 v-56 r)

Parece bien claro en la opinión de Juan de Horozco que el concepto no tiene que ser tan sólo visual
ni tan sólo textual, sino que tiene que situarse en la encrucijada entre lo sensible y lo inteligible:
los dos significantes, imagen y verbo, han de reunirse para dar un solo significado. De la
adecuación lograda entre el cuerpo y el alma (icono-verbo o verbo-icono) brotarán a un tiempo
tanto la convicción moral como la emoción estética, fundada no sólo en lo pictórico sino también
en lo poético.

15
Sobre el problema del origen de las «imprese», véase Michel Pastoureau, Figures et couleurs, Paris, Le
Léopard d'Or, 1986, pp. 125-137.
16
Cf. Emanuele Tesauro, // Cannochiale Aristotélico, Venezia, Steffano Curti, 1678, pp. 403-411, pp.
459-488.

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El tercer término que aparece de manera muy recurrente a lo largo de todo el Tesoro de la
Lengua procede del léxico guerrero, lo mismo que empresa, insignia y divisa; se trata de la palabra
«símbolo», de la que Juan de Horozco daba anteriormente esta definición:

Símbolos se dicen también las señales [...]. q u e como en cifra dan a entender alguna cosa, y son en la
guerra las que se llamaron entre los latinos Tesseras; y éstas servían de mostrar con silencio
levantadas en alto lo que había de hacer el ejército [...]. Y por la misma razón se decía también
símbolo el nombre que da el Capitán a las guardas, y cualquiera otra seña que se pide [...]. Y de aquí
vino que, con mucha propiedad, la doctrina de los santos Apóstoles sumada en la profesión de la Fe
se llama símbolo, porque con ella se diferencia el católico del que no lo es. Los dichos de Pitágoras
por ser obscuros, y que debajo de figuras y semajanzas enseñaban, se llamaron símbolos, y así
también por la misma razón las emblemas o empresas, que debajo de figuras tienen sentencias y
propósitos de ingenio, se llamaron Símbolos. (Ff. 19 v-20 r)

Por una parte, esta rúbrica nos permite darnos cuenta de cómo las definiciones van avanzando
según un procedimiento iterativo que consiste en remitir de un término al otro: se llaman
símbolos a la empresa y al emblema, el símbolo es lo mismo que señales, etc. Así, cada vez, tras
pasar por el filtro de la etimología, las palabras proponen una asombradora y rica polisemia que
los teóricos intentan resolver de manera paradójica, imponiendo una sinonimia semánticamente
reductora.
Por otra parte, la referencia a Pitágoras parece algo fuera de propósito, ya que los llamados
«Símbolos de Pitágoras» son sentencias que encierran reglas de vida y no símbolos propiamente
dichos. A estas sentencias les dedica Juan de Horozco un capítulo entero del Primer Libro de sus
Emblemas Morales (ff. 90 v-93 v). Por eso, la asimilación demasiado rápida entre el símbolo -
sobre todo en el sentido pitagórico de la palabra que no tiene nada que ver con el símbolo al que se
refieren nuestros autores- y el emblema resulta ser un enredo inútil, que complica aún más el
laberinto de las definiciones. Porque si es verdad que lo simbólico es el principal motor expresivo
del emblema, existen también otras figuras de pensamiento, como la alegoría, la apostrofe o la
prosopopeya, que sirven muchas veces de soporte a la comunicación emblemática, cuando no lo
hacen, más sencillamente, figuras de sentido como la metáfora. No sólo en el símbolo se arraiga el
emblema.
En su definición del símbolo, va a seguir Sebastián de Covarrubias el surco trazado por su
hermano:

La señal que da un soldado a otro, para diferenciarse del enemigo, se dice símbolo [...]; con esta
similitud se llamó el Credo de los apóstoles Símbolo, que fue una cifra de lo que debemos tener y
creer los fieles, con que nos distinguimos de los pseudocristianos y judíos [...]. Locutiones
symboücas se dicen aquéllas que tienen en sí oscuridad, hablando por semejanzas y metáforas, como
las sentencias de Pitágoras, que comúnmente llaman símbolos. (P. 939 a)

Pero había dado previamente algunas precisiones más adecuadas a propósito de lo que es verdadera
y etimológicamente el símbolo:

Antiguamente cuando entre dos personas había de conferir negocio grave y secreto, para que ninguno
de los dos fuese después engañado por tercera persona, partían entre los dos una moneda o alguna
otra cosa con ciertas muescas o dejas, que no pudiesen contrahacer; y al tomar a comunicarse sacaba
cada uno su pedazo y juntábanlos, de donde se colegía ser la persona cierta con quien se podía
comunicar el secreto. (P. 939 a)

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Y sobre todo, a continuación, nos da un ejemplo que resulta ser importantísimo, ya que se trata de
la citación de una empresa sacada de una obra del francés Claude Paladin, titulada Symbola
Heroica11, lo que permite ilustrar nuevamente el discurso del lexicógrafo (véase la lámina III): «De
esto hace un símbolo Claudio Paradino, de dos manos con una moneda partida» (p. 939 a). Con
esto, la confusión entre el símbolo y la empresa llega a los mayores extremos. Primero se ha de
destacar que symbolum era la traducción latina de la palabra «empresa"». Al escribir «De esto hace
un símbolo Claudio Paradino», Sebastián de Covarrubias traduce literalmente el symbolum latino
por «símbolo», cuando tenía que traducirlo por «empresa».
En cuanto al cuarto término utilizado comúnmente para designar las empresas, los emblemas y
los demás símbolos -queremos hablar de los «hieroglyphicos»-, es el producto de una confusión
histórica, literaria, lingüística e icónica que se debe a los pocos conocimientos científicos que tenía
el Renacimiento de la escritura de la civilización egipcia18. La afición de los humanistas a los
llamados «hieroglyphicos» nació en gran parte tras el descubrimiento en 1419, en la isla de Andros
en el mar Egeo, de un manuscrito griego que era en realidad la traducción de una obra escrita en
lengua egipcia del siglo quinto después de Jesucristo por un tal Horapolo, llamado también Oro
Apolo19. Al editar este manuscrito en griego se le dio el título de Hieroglyphica. Traducidos luego
al latín y a las principales lenguas vernáculas europeas, citados por los más famosos autores,
ilustrados por primera vez en 154320, recopilados con otros símbolos por Pierio Valeriano en sus
propios Hieroglyphica2^, los Hieroglyphica de Horapolo determinaron la deformación semántica de
un término cuyo sentido era entonces muy diferente del que le concede ahora la egiptología
moderna 22 , sin negar por eso los lazos de parentesco que existen entre el «hieroglyphico» de
Horapolo, tal como lo conoció el Renacimiento, y el verdadero jeroglífico de la antigua
civilización egipcia, tal como lo descifró el francés Jean-François Champollion le Jeune.
Sea lo que fuere, este término se difundió por toda Europa con mucho éxito. En España se
calificaba de «hieroglyphico» cuanto aparentaba tener una índole simbólica, desde los motivos
decorativos muy en boga en aquel entonces con ocasión de las Fiestas, Entradas, Bautizos, Bodas y

17
Claude Paradin, emblematista francés del siglo XVI, autor de las Devises Héroïques, Lyon, lean de
Tournes, et Guil. Gazeau, 1551, con grabados atribuidos a Petit Bernard. Sebastián de Covarrubias refiere
a la edición latina en la cual se añadieron empresas del italiano Gabriele Simeoni: SYMBOLAI
HEROICA!M. CLAUDII PARA-/ DINI, BELLÏÏOCEN-/SIS CANONICI/ ET D. GABRIELIS SYMEONIS./
Multo, quàm antea, fideliùs de Gallica/ lingua in Latinam conuersa./ [Marca de impresor, con sentencia]
LABORE ET CONSTANTIA/ Ex Offícina Plantiniana/ APVD CHRISTOPHORVM RAPHELENCIVM,/
Academia Lugduno-Bat. Typographum/ 1560.
18
Sobre este tema, véase Erik Iversen, The Myth of Egypt and Us Hieroglyphs in European Tradition,
Copenhagen, Gec Gad Publishers, 1961.
19
Véanse Claude Françoise Brunon, «Signe, figure, langage: les Hieroglyphica d'Horapollon», en Yves
Giraud (éd.), L'Emblème à la Renaissance, op. cit., pp. 29-47.
20
Horapollo, Orus Apollo de Aegypte de la signification des notes Hiéroglyphiques des Aegyptiens...,
Paris, Jacques Kerver, 1543.
21
Ioannes Pierius Valerianus, Hieroglyphica sive de sacris Aegyptiorum aliarumque gentium literis...,
Basilae, 1556.
22
Champollion prefería designar este tipo de «hieroglyphicos» por la palabra «anáglifos»; véase Jean-
François Champollion le Jeune, Précis du système hiéroglyphique des anciens Egyptiens, Paris, Treuttel
et Wurtz, 1824, pp. 299-304; A. de Goulianof, Essai sur les hiéroglyphes d'Horapollon, Paris, Dufart,
1827, pp. 5-10; Madeleine V.-David, Le débat sur les écritures et l'hiéroglyphe aux xvne et XVIIIe siècles,
Paris, S.E.V.P.E.N., 1965.

CRITICON. Núm. 54 (1992). Christian BOUZY. El «Tesoro de la Lengua Castellana o Españo ...
TESORO DE LA LENGUA CASTELLANA O ESPAÑOLA 137

nouante.

Lámina ni. Symbola Heroica M. Claudii Paradini. Ex Officina Plantiniana.


Academia Lugduno-Bat. Typographum, 1560, p. 17.

CRITICON. Núm. 54 (1992). Christian BOUZY. El «Tesoro de la Lengua Castellana o Españo ...
138 CHRISTIAN BOUZY Criticón, 54, 1992

Exequias de los Proceres y Príncipes, hasta los disfraces personales y decoración de los carros que
desfilaban por las calles en Carnestolendas u otras oportunidades. En resumidas cuentas, se puede
considerar la palabra «hieroglyphico» como un término genérico, una matriz de donde emanaba una
cultura simbólica que reivindicaba la intimidad de sus lazos con la Antigüedad egipcia, entonces
poco conocida, o con culturas de carácter esotérico (harto conocidas son las relaciones entre la
emblemática y la alquimia por una parte, entre la emblemática y la cabala por otra parte). Pero en
España, la ortodoxia católica no permitía apartarse ni un mínimo del buen camino, y todos los
tipos de «hieroglyphicos» y emblemas se concibieron como la vía perfecta para llegar al
Conocimiento, como un medio para glorificar a Dios. La definición que da Juan de Horozco de los
«hieroglyphicos» es muy reveladora de este estado de espíritu:

Jeroglíficos es otro nombre de los más propios que las Emblemas y empresas tienen, por haber sido
imitación de aquellas antiguas letras que los egipcios llamaron así, y quiere decir sagradas esculturas,
de que hacen autor a Mercurio Trimegisto. Tertuliano llama estas letras caldeas, y tuvo razón por
haberla desprendido de los caldeos, y ellos de los antiguos hebreos a quien[es] se debe la verdadera
invención de las letras todas y de las ciencias, los cuales enseñados de Dios y de sus profetas
supieron maravillosamente aprovecharse de las figuras y semejanzas, de que vemos estar llena la
sagrada Escritura. Y conforme a esto la invención de éstas que llamamos Emblemas, Empresas, y
Símbolos, y que en realidad son jeroglíficos y sagradas letras gran antigüedad tienen, y por esto se
debe tenerlas en mucho, y dar lugar a que de propósito se consideren. (Ff. 20 v- 21 r)

El «hieroglyphico», por su doble dimensión semiótica y hermenéutica (es a la vez signo


lingüístico y símbolo iconográfico), por sus nexos con lo oral y lo visual, constituía el
argumento clave de una cultura simbólica que pretendía alcanzar, si no la piedra filosofal, por lo
menos un alto nivel de conocimiento de la creación. Juan de Horozco, a expensas de la cronología
histórica, acaba de demostrarlo en su definición: los «hieroglyphicos» son el camino que lleva
hacia Dios. En su definición del mismo término, parece tener Sebastián de Covarrubias un espíritu
más científico, más preciso y sobre todo más erudito, ya que va salpicando el artículo
«Hieroglyphico» con doctísimas referencias a Tácito, Estrabón y Plinio. Además, termina su
definición citando una teoría de ejemplos por los cuales demuestra el perfecto conocimiento que
tenía tanto de los Hieroglyphica de Horapolo como de los de Valeriano. A aquellas alturas se trata
de la enumeración de un verdadero bestiario simbólico, del cual se desprende que el símbolo es la
sustancia misma del «hieroglyphico»:

Hieroglyphico. Los egipcios tuvieron una manera de escritura esculpida, para significar sus
conceptos [...]; y estas figuras les servían de letras y las esculpían en las piedras, columnas y
pirámides [...]. Y pondré aquí algunos ejemplos. Por el abeja que labra la miel significaban el rey
[...]. Por el gavilán significaban la presteza y velocidad [...]. Por el ojo, la providencia, y así le
esculpían sobre un cetro. Por la sierra y la lima, la detracción y murmuración. Por la hoz, el tiempo
que todo lo siega, corta y destruye. Por el cuchillo, la crueldad, etc. De esto trata largo Horo Apolo,
escritor antiguo, y en nuestros tiempos Pierio Valeriano. (Pp. 686 b- 687 a)

Aparecen aquí algunas divergencias entre los dos hermanos a propósito de la importancia
otorgada por el uno a la «legibilidad» y por el otro a la «visibilidad» del «hieroglyphico». Juan de
Horozco habla preferentemente de «letras», mientras que Sebastián de Covarrubias utiliza el
término de «figuras» y recalca más bien el aspecto figurativo de los «hieroglyphicos», dando
ejemplos antes visuales que textuales. El Arte poética española corregida intentará reconciliar los

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TESORO DELA LENGUA CASTELLANA O ESPAÑOLA 139

dos pareceres, aunando su autor, en su propia definición del «hieroglyphico», el cuerpo y el alma,
la figura y la sentencia:

Es el Jeroglífico Figura significativa de otra cosa ordinariamente sagrada. Se declara con Lema, o
Letra [...]. Fueron los hebreos los inventores [...], y Horozco trae haber sido Mercurio Trimegisto.
Usan los Poetas de los jeroglíficos para exprimir alguna agudeza, o sentencia, y procuran que las
figuras, o las propiedades de ellas convengan al objeto, a la que dirigen [...]. El Jeroglífico se puede
explicar con cualquier género de Poema, pero ordinariamente con un Lema o Mote, que es una
sentencia, dicho, o agudeza, que declare lo que representan las figuras; después con un Terceto, o
Redondilla. (P. 177)

Imperceptiblemente hemos seguido un camino definitorio que parece girar sobre sí mismo, un
laberinto en forma de círculo vicioso, ya que nos encontramos aquí, de nuevo, con casi la misma
definición que la del emblema. Sin embargo, nuevos elementos han salido de la oscuridad mientras
que otros han desaparecido por completo en unas definiciones más razonadas que dan fe de una
aprensión más retórica de todos los fenómenos considerados. Así, Joseph Vicens, autor de los
últimos capítulos del Arte poética española aumentada, elimina las pesadas citaciones eruditas y
referencias pseudohistóricas de los hermanos Horozco y Covarrubias para poner el acento en el
análisis del proceso expresivo del «hieroglyfico» Nota primero que las relaciones entre el
significante y el significado son regidas por el procedimiento metafórico de substitución: «figura
significativa de otra cosa»; a continuación, refiere que las relaciones entabladas por la imagen con
el objeto al que va dirigida son regidas por el procedimiento de analogía; y termina poniendo de
realce la agudeza declarativa de la representación figurada. Estas concepciones son el puro reflejo
del espíritu conceptista que constituye el fundamento básico de la elaboración de la expresión
emblemática del barroco español, que se apoyará tanto en el símbolo como en el concepto.
Transparenta en esto una visión retórico-pragmática del mundo que tiene más a clasificar según una
metodología científica que a enumerar datos basados en el argumento de autoridad. Al fin, el
curator del Arte poética española enuncia con mucha sencillez el hecho de que esta alianza icónico-
textual es asunto de los poetas, lo que ninguno de los dos hermanos había planteado.
En cuanto a los demás términos empleados -insignias2*, divisas™, lábaros25, estandartes26-, se
puede concebir cierto grado de sinonimia entre ellos con tal de que se agrupen por parejas:

23
Así las define Juan de Horozco, op. cit., f. 20 v: «Insignias dichas entre los romanos signa, eran las
señales que los capitanes traían en sus estandartes, que primero fueron figuras levantadas en alto de que
servía cualquier cosa que sobre un hasta se ponía, como el manojo de heno que después se vino a usar de
propósito y se dijo manipulus, y de él manipularlos los que le seguían [...]». Sebastián de Covarrubias,
Tesoro de la Lengua, op. cit., p. 738 b, lo hace de manera algo diferente: «Insignia. La señal que uno
lleva para ser diferenciado de los demás, como en las cofradías de sangre la insignia de las plagas, de la
quinta angustia, de la soledad, etc. Insignias, el ornato y aparato que llevan los magistrados y otras
personas para ir señaladas y conocidas, porque nadie ignore sus dignidades y oficios y sean respetados».
24
Juan de Horozco, op. cit., ff. 20 v-21 r: «Divisas con señales con que se diferencian los que las traen, y
éstas solían traer algunos escuadrones o legiones antiguas [...]. Y por otra parte se entiende que les daban
a los soldados el escudo blanco, para que entendiesen que se había de pintar en él los hechos que hiciesen
[...]. Llamáronse estas insignias, de que hablamos, divisas porque con ellas se diferencian y dividen los
que las traen, y así propiamente se llaman de esta manera las bandas con que los españoles y franceses se
diferencian, así en la color como en la postura de ellas [...]». Según Sebastián de Covarrubias, Tesoro de
la Lengua, op. cit., pp. 478 b-479 a, la divisa es: «La señal que el caballero trae para ser conocido, por la
cual se divide y se diferencia de los demás. Devisa, es el solariego y vehetría, etc. Y devisa tanto quiera
decir como heredad que viene al hombre [...]. De aquí entiendo nacieron las armas de los escudos, porque

CRITICON. Núm. 54 (1992). Christian BOUZY. El «Tesoro de la Lengua Castellana o Españo ...
140 CHRISTIAN BOUZY Criticón, 54, 1992

insignia/divisa, lábaro/estandarte, como se verá en las definiciones que damos en nota. Nos
quedamos así, por un lado, con cuatro términos semánticamente conectados unos con otros y
agrupados en dos parejas centradas alrededor de una sinonimia dual -hieroglíficol emblema,
símbolo/empresa- y, por otro lado, con los mismos cuatro términos que se correlacionan entre sí
de la siguiente manera: hieroglíficol símbolo, emblema/empresa, es decir según el principio de
relaciones semejanzas/diferencias. El mismo esquema se repite, a partir de un principio idéntico,
con el otro grupo de cuatro términos : insignia! lábaro, divisai estandarte. Ahora bien, escapa un
intruso de esta delicada construcción analógica, se trata del pegma del que sólo Juan de Horozco da
una definición:
Pegmas es otro nombre que se ha dado a las emblemas por la semejanza que tienen con aquéllas, las
cuales eran una representación que se hacía con figuras mudas en una fábrica cuadrada de madera,
mostrándose primero un suelo que a las orillas tenía estas figuras, y de enmedio de este suelo se
levantaba otro cuadro menor con otras figuras diferentes, y luego el tercero y cuarto hasta disminuir
en manera de torre [...]. (F. 20 r)

Poco empleado en la lengua española, el término de pegma procede del título de una obra
emblemática del francés Pierre Coustau27, en la que se ha inspirado en parte Juan de Horozco para
la elaboración de sus Emblemas Morales. Varias veces cita el emblematista español el nombre de
Petrus Costalius en el «índice de los lugares imitados», con el que termina su obra. Junto con los
italianos Andrea Alciato, Aquiles Bochio y otro francés, Barthélémy Aneau28, Pierre Coustau es el

hasta tanto que hacían alguna hazaña en armas, lo traían blanco los soldados. Las naves y las galeras
acostumbraron traer en lo alto de la popa alguna divisa, y ahora también se traen, y toman el nombre de
ella [...]. Muchas fábulas tuvieron principio de las insignias de las naves y galeras, y de las divisas de
los estandartes [...]».
25
Juan de Horozco, op. cit., f. 44 r-v: «Del Emperador Constantino nos muestran sus medallas haber
traído por empresa el nombre de Cristo en cifra, poniendo las dos primeras letras del nombre griego de la
manera siguiente 5$c. Y así se ve en algunas medallas el mismo Lábaro, que era el guión con esta cifra,
conforme a lo que dijo el cristiano poeta. Mas, según la historia y lo que cuentan los autores, la empresa
suya fue la Cruz con la letra que suena: "en esta señal vence"; porque esto fue conforme a la estampa que
vio en el cielo, donde realmente se le mostró la señal de la Cruz y el mote escrito alrededor de ella en las
mismas nubes, IN HOC SIGNO VINCES». Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la Lengua, op. cit., pp.
745 ab-746a: «Mi hermano, don Juan Horozco de Covarrubias, obispo que fue de Guadix, lib. I de sus
Emblemas, cap. 10, lo trató con mucha curiosidad».
26
Juan de Horozco, op. cit., f. 46 r, dice del estandarte: «El pueblo de Israel es justo [que] comencemos
por su antigüedad, y porque las invenciones todas de las cosas precisas y más necesarias en el mundo sin
duda se ha de entender [que] se les debe. Y pues los estandartes y señales de gobernar los ejércitos son tan
necesarios, no puede haber duda en que los usaron, sino sólo de la manera que fueron, y de las insignias
que pusieron en ellos, pues la escritura las llama con el término (señales) [...] y significa el estandarte y
la señal del ejército. Y cuanto a las figuras o insignias que traían se ofrece, lo primero que dividiéndose
por los doce tribus la gente toda venía bien que se conformasen con la profecía de Jacob, cuando a cada
uno de sus hijos dijo su razón, y a algunos de ellos comparó con animales, que se usaron después traer en
estandartes. Y fue posible haber sucedido de la imitación de los hebreos en esto, como en otras cosas».
Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la Lengua, op. cit., p. 763 a, remite a este pasaje de su hermano así
como a su propia definición del laboro: «[...] porque desde el emperador Constantino, usaron el traer los
emperadores la santa Cruz en sus banderas, y de estaurarte se corrompió en estandarte. Es de saber que los
emperadores romanos llevaban delante de sí un estandarte o insignia, que llamaban lábaro, tejido de oro
y seda y sembrado de piedras preciosísimas».
27
Pierre Coustau, Petri Costalii Pegma, cum narrationibus philosophicis, Lugduni, Apud Matthiam
Bonhomme, 1555.
28
Barthélémy Aneau, Picta Poesis. Ut pictura poesis erit, Lugduni, Apud Matthiam Bonhomme, 1552.

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TESORO DE LA LENGUA CASTELLANA O ESPAÑOLA 141

autor más citado por Juan de Horozco. Por su parte, Sebastián de Covarrubias menciona la palabra
«pegma» sólo dos veces; la primera ocurrencia se sitúa en el artículo «Emblema» y la segunda en
el artículo «Elefante»:

Escriben del elefante que, si llega a beber a fuente o río de agua clara, donde le represente su figura,
toma espanto y rehusa bebería o pasarla; y por esta razón, cuando han de pasar ríos, esperan a que sea
de noche y que no haga luna. Dice Pierio ser jeroglífico del rey, que no quiere le digan sus faltas, ni se
las pongan delante. A esto pienso que alude uno de los Pegmas de Pedro Costalio, con la figura del
elefante y un hombre que va reluciente o con espejos, o con armas lúcidas en que pueda mirar el
elefante su retrato, con el título: Non perdendum amicum ob bonum dictwn. (P. 498 a)

A modo de ilustración, hemos representado este pegma a continuación (véase la lámina IV), pero
debemos notar que las figuras no vienen representadas tal como las describe Juan de Horozco.

IN MOREM ELEPHANTORUM.
N O N PERDENDUM AMICUM OB
BONUM DICTUM.

Lámina IV. Petri Costalii Pegma, cum narrationibus philosophicis,


Apud Matthiam Bonhomme, Lugduni, 1551

CRITICON. Núm. 54 (1992). Christian BOUZY. El «Tesoro de la Lengua Castellana o Españo ...
142 CHRISTIAN BOUZY Criticón, 54,1992

Por su parte, frente a este alud de términos, Joseph Vicens no guarda memoria de la palabra
«pegma» y, en una síntesis algo precipitada, prefiere remitir a Juan de Horozco, tras inspirarse a
veces textualmente de él:
Son también semejantes a las Empresas, las Insignias, dichas así del latín signa, señales, que son
unas figuras, o señales que traían los Capitanes en sus estandartes. Las Divisas son muy semejantes a
las Insignias, y se llaman así de divisar. Son también señales, con que se diferencian los que las
traen [...]. El Símbolo dicho tal del verbo griego Symballo, Atribuir, es común en orden al
Jeroglífio, Emblema, Empresa, Insignia, y Divisa [...]. De aquí vino que con mucha propiedad la
Doctrina de los Santos Apóstoles, sumada en la profesión de la Fe, se llama Símbolos porque en ella
se diferencia el católico del que no lo es. De esto trata largamente Horozo en sus Emblemas, y en
cuanto a la práctica, Solórzano, Saavedra, Alciato, etc. (Pp. 179-180)

Ya estamos en el mismo punto y parece que nos hemos perdido definitivamente, con nuestros
autores, en el laberinto emblemático de las definiciones sinonímicas. Es evidente que estrechas
relaciones vinculan los términos considerados según una estructura que aparenta ser laberíntica, ya
que, cuando creemos haber encontrado por fin la definición definitiva -es decir la salida-, nos
encontramos en realidad delante de otro término, y hay que recurrir a otra definición -abrir otra
puerta-, que, a su vez, nos lleva a otro[s] término[s]. Las palabras se explican unas a otras,
recalcando los autores las semajanzas (la sinonimia) y olvidándose de las diferencias. En fin de
cuentas, el hilo de Ariadna, que nos permita salir de esta maraña definitoria, consistirá en advertir
que los eruditos, a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII, para designar un nuevo modo de
expresión icónico-verbal esencialmente simbólico, tenían tendencia a utilizar una profusión de
términos, a los que consideraban sinónimos. En realidad, como hemos intentado ponerlo de realce,
existen entre las expresiones simbólicas consideradas algunas diferencias a distintos niveles:
histórico, creativo, funcional y retórico-pragmático.
De lo que hemos intentado exponer, se pueden sacar diferentes conclusiones. Primero, cabe
notar la deuda que tienen obras tan conocidas como el Tesoro de la Lengua y el Arte poética
española, en su edición dieciochesca, hacia una obra tan olvidada como los Emblemas Morales de
Juan de Horozco. Luego, de estas consideraciones, se desprende la importancia otorgada a la
definición de los fenómenos simbólicos, ya no solamente en el ámbito literario sino también en
las manifestaciones icóncias y, de manera más amplia, figurativas. Asimismo, se advierte cómo,
en poco más de un siglo, evolucionaron las definiciones de los términos simbólicos, desde la
recopilación de citas eruditas hasta una visión más retórica de los fenómenos verbo-icónicos, entre
los cuales destacan el «hieroglyphico», la empresa y el emblema. Finalmente, es de notar el abuso
del recurso a la sinonimia para definir los términos y la especial insistencia que los teóricos,
olvidándose de mencionar los tropos de analogía o contigüidad, ponen en recalcar las convergencias
entre ests tres expresiones verbo-icónicas, fundamentadas en gran parte, por cierto, en el uso del
símbolo.
A partir de allí, se podría estudiar cómo dichas manifestaciones del espíritu simbólico, y más
particularmente el emblema, adquirieron rápidamente un valor universal pluridisciplinario que
sobrepasa el mero marco literario para invadir no sólo el área artístico-cultural en su totalidad
(pintura, arquitectura, escultura, música, etc.), consuetudinariamente reservada a las élites
intelectuales, sino también el área de la cultura popular2'. Aquél sería el reto de la cultura

29
Véase Julián Gallego, Vision et Symboles dans la Peinture Espagnole du Siècle d'Or, Paris,
Klincksieck, 1968.

CRITICON. Núm. 54 (1992). Christian BOUZY. El «Tesoro de la Lengua Castellana o Españo ...
TESORO DE LA LENGUA CASTELLANA O ESPAÑOLA 143

simbólica a mediados del siglo XVII: pasar de un humanismo erudito, que cultivaba a la
Antigüedad como un jardín privado, a un humanismo didáctico que tomase en cuenta las
aspiraciones de un nuevo estrato socio-cultural, ya librado de la obligación de conocer el latín para
acercarse a la cultura.
Deste esta perspectiva, y pese a que no deja de ser un erudito que se dirige a otros eruditos,
Sebastián de Covarrubias puede aparecer también como un humanista que considera tener a cargo
una tarea educativa. Bajo muchos aspectos, el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, sin
llegar a ser una obra vulgarizadora, es la traducción de un claro intento didáctico de clasificación de
los conocimientos de aquella época en el ámbito de la expresión simbólica, profundamente marcada
por el ingente desarrollo de la literatura emblemática.

BOUZY, Christian, El «Tesoro de la Lengua Castellana o Española»: Sebastián de Covarrubias en el


laberinto emblemático de la definición. En Criticón (Toulouse), 54, 1992, pp. 127-144.

Resumen. En el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Sebastián de Covarrubias hace gala de


mucha erudición en lo que se refiere al símbolo. Con tal de que recordemos que este mismo autor fue
emblematista {Emblemas Morales, Madrid, 1610), comprendemos mejor el afán que tiene por definir
cuantos términos pertenecen al ámbito simbólico: emblema, empresa, hieroglyfico, divisa, lábaro, etc.
Inspirándose en los Emblemas Morales (Segovia, 1589) de su hermano Juan de Horozco, único tratado
teórico del siglo XVI sobre los emblemas, Sebastián de Covarrubias va desarrollando una imponente
terminología simbólica y termina declarando que todos estos términos son casi sinónimos. De una a
otra, las definiciones van diciendo casi lo mismo y avanzan como por un laberinto sin salida. Otros
tratadistas, como Joseph Vicens curator del Arte poética española (Barcelona, 1703) de Juan Díaz
Rengifo, parecen tener una visión más retórica de la terminología simbólica y descubren las nociones de
metaforización y analogía. Sin embargo, entre erudición y didactismo, Sebastián de Covarrubias no deja
de tener el mérito de enseñar el camino, revelándonos las concepciones de su época acerca del símbolo.

Résumé. Dans le Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Sebastián de Covarrubias fait montre
d'une belle érudition en matière de symbolique. Si nous nous rappelons qu'il fut lui-même emblémiste
(Emblemas Morales, Madrid, 1610), nous comprenons mieux ce désir qu'il a de définir tous les termes
gravitant autour de la sphère de l'emblème et du symbole: devise, hiéroglyphe, étendard, enseigne,
insigne, etc. S'inspirant de son frère Juan de Horozco, auteur du seul traité théorique espagnol sur les
emblèmes au x v i è m e siècle (Emblemas Morales, Ségovie, 1589), il développe une imposante
terminologie symbolique pour finir par déclarer que ces termes sont plus ou moins synonymes entre eux.
Les définitions se reprennent les unes les autres et donnent l'impression de tourner en rond dans un
labyrinthe sans issue. D'autres théoriciens, comme Joseph Vicens, continuateur de YArte poética
española (Barcelona, 1703) de Juan Díaz Rengifo, semblent avoir une vision plus rhétorique de la
terminologie symbolique et font apparaître les notions de déplacement de sens et d'analogie. Entre
érudition et didactisme, Sebastián de Covarrubias garde néanmoins le mérite de montrer la voie et de
nous éclairer sur les conceptions de son époque dans le domaine du symbole.

Summary. In Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Sebastián de Covarrubias discourses


learnedly on symbolics. Considering he was an emblem writer himself (Emblemas Morales, Madrid,
1610), his wish to define all the terms referring to emblems and symbols ("device", "flag", "sign",
"badge", etc.) can be better understood. Inspired by his brother Juan de Horozco, who wrote the only
theorical treatise in Spanish on emblems in the 16th century (Emblemas Morales, Segovia, 1589),
Sebastián de Covarrubias develops an impressive vocabulary of symbolic interprétation -only to end up
by declaring that these terms are more or less équivalent! The same définitions are used again and again,

CRITICON. Núm. 54 (1992). Christian BOUZY. El «Tesoro de la Lengua Castellana o Españo ...
144 CHRISTIAN BOUZY Criticón, 54, 1992

and give the impression that the endlessly meander in a labyrinth without exit. Other rhetoricians, such
as Joseph Vicens (Arte poética española, Barcelona, 1703), foliower of Juan Díaz Rengifo, appear to
have a more rhetorical approach of symbolic terminology, and demónstrate that meanings of metaphor
and analogy are evidently présent. However, from scholarship to paedeutics, Sebastián de Covarrubias
shows the way to a better understanding of the conceptions about symbols of his own time.

Palabras clave. Símbolo. Emblema. Lexicografía. Concepto. Imagen. Sebastián de Covarrubias.


Juan de Horozco. Juan Díaz Rengifo. Joseph Vicens.

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