Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Este libro es publicado con el permiso del autor, Juan F. García Millán, muy
amado hermano en Cristo, a quien agradezco esta segunda colaboración,
pues ya he publicado otro libro suyo, Tiempo y Eternidad, aumentado con
ambos libros el contenido de mi sitio web.
Recomiendo a todos los visitantes la lectura de los dos libros del hermano
Juan, que abordan temas variados, todos ellos interesantes y expuestos de
manera sencilla y directa.
La Apologetica presentada en estos libros es lo que yo llamaría Apologética
entendible para todos; así que deseo al lector saque buen provecho de estos
libros.
Jesús Hernández
Presentación
Está conformado por capítulos elaborados siguiendo la misma línea del libro
“Tiempo Y Eternidad” que este mismo autor publicó en Internet en abril de
2004. Al igual que esta obra, también estos textos son enteramente
gratuitos, y se pueden descargar, imprimir y difundir todo lo que se necesite,
siempre y cuando no se altere o modifique su contenido.
Esos científicos no han encontrado esos indicios. Todo lo que han encontrado es
que el universo es así debido a la casualidad, es decir, sin que haya habido una
mano consciente que lo dirija todo, y nada por tanto les sugiere que el Dios de los
cristianos exista sino en la imaginación de éstos.
Pero claro, estas manifestaciones no dejan huellas, no ofrecen pruebas que luego
se puedan comprobar a través de un instrumento de precisión y por tanto los
científicos dicen que son fruto de mentes delirantes sugestionadas por el éxtasis
psíquico.
Pero, ¿Qué esperaban? ¿Que se les apareciera a ellos? ¿Que se les mostrara a
través del resultado inequívoco de una ecuación matemática? Dios podría hacerlo
así si quisiera, indudablemente. Así podría haberse convertido el científico con el
que abríamos este capítulo.
Pero es que esas no son las maneras de obrar de Dios. Cuando Dios se manifiesta
a una persona en particular, no tiene en cuenta los méritos intelectuales o la
prominencia científica (que no son nada a su altura), sino que tiene en cuenta
aquellas cualidades que le son más semejantes, aquellas a las que más aprecia,
como son la humildad, la bondad o el amor. Aquellos que las poseen son siempre
los merecedores del inenarrable gozo de su aparición.
¿Y cómo iba Dios a presentarse ante los científicos, y no ante los humildes, ante
los desposeídos, ante los desheredados? ¿No recordamos quién eran los
compañeros de Jesús? ¿Eran acaso los fariseos, los altos sacerdotes o los
gobernadores? ¿Con quién intimó Jesús en su vida terrenal? Pues con los estratos
más bajos y pobres de la comunidad, naturalmente.
No olvidemos que Dios exige una prueba de fe para alcanzar el paraíso. Sin la Fe
no hay salvación. Si un científico descubriese una prueba irrefutable de la
existencia de Dios, y otros lo corroboraran, y se hiciese público y extensivo a toda
la población, no cabe duda que muchos creerían en Dios. Si se proclamara Dios
de forma universal a todos los hombres de forma que sólo los ciegos o los locos le
siguieran ignorando, muy pocos serían ateos.
Uno de los argumentos más esgrimidos a la hora de explicar por qué no se tienen
más hijos, es el de aquella gente que dice "mejor tener sólo un hijo pero bien
atendido y con comodidades, que muchos más y todos con precariedades".
Parecen duras estas palabras. Y lo son sin duda, pues la vida es dura y más para
esos valientes, pero ¿acaso no merece la pena el premio? No podemos tener la
miopía de los ateos, que no pueden ver nada más allá de la muerte. La vida, por
muy dura que se nos presente no es sino la antesala de una forma de vida mucho
más plena, avanzada, feliz y completa, y allí todas nuestras fatigas se olvidarán al
momento, y tendremos toda una eternidad para alegrarnos de haber llevado llenas
las alforjas.
Uno de los argumentos que los detractores de la Iglesia esgrimen contra ella es su
"machismo". La Iglesia es machista, dicen, porque no ordena a mujeres. Porque
nadie en la Jerarquía es mujer.
Cierto es que los tiempos cambian, y la sociedad misma cada vez más va dando
cabida a las mujeres en los puestos de responsabilidad. Desde principios del siglo
XX, cuando comenzaron los movimientos en pos de la liberación de la mujer, ésta
va teniendo un papel más vistoso dentro de la sociedad, al menos la occidental.
Esto en sí mismo no es sino un hecho constatable hasta por un ciego. Y tiene una
parte muy negativa también. En gran parte de la humanidad la mujer es tratada
como una bestia de carga, que no sólo cuida de la prole y las necesidades del
marido, sino que además es recompensada con lo que este último desprecia. Y
esto obviamente no es bueno.
Las mujeres que reclaman más protagonismo, lo que reclaman es más bien
"vistosidad", figurar en los sitios... y tomar decisiones.
Pues entonces, ¿por qué la Iglesia no acepta mujeres? En primer lugar la pregunta
está mal formulada, ya que la mujer es mayoría dentro de la Iglesia. Habría que
preguntar más bien ¿Por qué las mujeres están excluidas del sacramento del
orden?
Bien, ahí la respuesta es algo más compleja. Hay quien argumenta que el mismo
Jesús no incorporó mujeres dentro de Los Doce. Y la razón bien pudo ser que las
"embajadoras" de su Palabra no hubieran gozado de audiencia entre nadie. La
mayoría de las sociedades antiguas consideraba a las mujeres como un cero a la
izquierda, sin voz ni voto, ni juicio. Incluso en algunos casos se llegaba a
cuestionar si tenían o no alma.
Enviar una mujer a presidir una Eucaristía a ciertas zonas de misión en Asia
donde aún hoy en día las mujeres son consideradas igual que en tiempos de San
Pablo, sería toda una imprudencia que no traería ninguna conversión a la Iglesia,
o echaría a perder las que existieran.
Esta vida está perdida desde el principio. "La vida es un valle de lágrimas" me
decía recientemente un confesor. Hay que hacer de la necesidad virtud. Tantas
frases...
¡Hay que resistir! Es la consigna que hemos de decirnos una y otra vez, pues a
buen seguro que nadie nos lo dirá, y menos en este mundo materialista.
V Radical
G. K. Chesterton, decía que uno de los miedos de los magnates de su tiempo era
que le saliera un hijo católico. Un miedo superior al que saliera marxista, ya que
esto último es menos estable, y en muchos casos se suele vencer con la edad.
¿Que otra religión del mundo promueve la Cruz como vía de Salvación? Una cruz
que es “escándalo para los judíos y locura para los griegos” (Cor.1,23). ¿Como
no llamar radical a una religión así?
VI El Consumismo
El mundo, ofrece hoy más que nunca una variedad inmensa de ídolos a los que el
ser humano adora con verdadera devoción. Más atrayentes que nunca, esos ídolos
han arrebatado por entero el corazón de los que antes se llamaban cristianos y los
ha convertido en fieles adoradores.
Pero hoy como ayer, esa adoración se instrumentaliza a través del dinero.
El dinero atesorado más allá de su legítimo uso para llevar una vida digna es una
usurpación de lo que les corresponde a los que no tienen nada. No olvidemos que
los bienes de este mundo no nos pertenecen, sino que se nos dan en usufructo. El
único dueño es Dios.
Y los hay para todos los bolsillos. El ídolo del consumismo no se adora solamente
en los templos modernos, los grandes centros comerciales. También las tiendas de
"todo a un dólar", o su equivalente en otros países satisfacen los anhelos del
corazón consumista, del que se ha desplazado a Dios. "Sólo a mí adorarás, sólo a
mí me darás culto" (Ex. 34,14)
No piense el cristiano que desea seguir fielmente a Cristo, que por que sea poco el
dinero que se emplea en esas compras está más libre de culpa. Si el corazón está
"enganchado" a esos pequeños caprichos, poco espacio puede quedar para Dios.
VII La Anticoncepción
Por supuesto que yo no estoy criticando que la mujer trabaje y que no tenga que
depender del marido. La liberación de la mujer ha marcado todo un hito en la
historia en pro de la dignidad humana y ha significado un gran beneficio para la
igualdad de sexos en cuanto a condiciones legales, jurídicas, y de toda índole.
Pero sí que es cierto que antes la mujer había de conservarse casta, y "entregarse"
a un sólo hombre, pues era prácticamente la única posibilidad de supervivencia, al
no haber muchos modos ni oficios en los que pudiese ganarse la vida. Si la mujer
era promiscua, corría el riesgo de ser rechazada y quedarse como "una solterona".
La idea general era que si la mujer se entregaba antes del matrimonio, puesto que
el hombre sólo buscaba eso, nunca se casaría. El matrimonio pues, era el precio
del sexo.
Bueno, más bien debiera hacerse todo lo contrario, creo yo, para ser coherente. Si
la Iglesia proscribe los métodos artificiales, y a nosotros en conciencia nos parece
que un método natural parece artificial, debiéramos pues, en coherencia, no usarlo
tampoco.
Pero por esa razón es el que más mérito tiene, y el que más se identifica con el
vaciamiento de corazón que debemos obtener para que Dios pueda morar en él de
forma completa. No hay mayor renuncia y desasimiento que el que se hace de la
propia voluntad.
«Hermanos, ésta es la norma: vosotros, los ricos, mientras vuestro prójimo pasa
hambre, no tenéis derecho a lujos; por eso, privándoos de lo superfluo y
reduciendo vuestras necesidades, debéis compartir vuestros bienes con los pobres,
para que la miseria y el hambre sean por fin vencidos. Así enseñan las últimas
encíclicas sociales.
«Ya comprendo, sin embargo, que esta norma que da la Iglesia suscita en
vosotros, los ricos cristianos, especiales problemas de conciencia. Algunos de
vosotros no veis en tal norma fundamentos convincentes de razón, ni bases claras
en la Escritura. Pensáis algunos que el Evangelio exhorta al amor, no a la
igualdad, y que ciertas desigualdades, incluso grandes desigualdades, son
perfectamente conformes con el orden natural; y quizá no os falte algo de razón.
«Por otra parte, esa norma, así planteada, no puede decirse que sea una doctrina
infalible. Es evidente que no todas las desigualdades son injustas, y que no es tan
fácil discernir las desigualdades justas de las injustas, y lo necesario de lo
superfluo. Por eso, no siendo una doctrina infalible, aquel de vosotros que tenga
razones verdaderamente graves para disentir en conciencia de ella, no sólo puede,
sino que debe seguir el dictamen de su conciencia. Nadie, pues, se angustie al
escuchar las encíclicas sociales de la Iglesia [aquí murmullos de aprobación].
«Notad, por otra parte, que en las encíclicas aludidas no se dice nunca que estas
materias graven las conciencias bajo «pecado mortal». Evitan deliberadamente
emplear tal expresión; no es un olvido. La Iglesia además es la primera en
conocer que situaciones objetivamente ilícitas, pueden ser en ciertas condiciones
disculpables o subjetivamente defendibles. Es un hecho que vosotros -no uno, ni
dos, sino casi todos- sentís verdadera repugnancia a limitar una vida de riquezas a
la que desde niños os han acostumbrado, para prestar a los necesitados una
efímera ayuda, de la que posiblemente no hagan buen uso. Como también es un
hecho que casi todos los ricos -incluso los países ricos en su totalidad-, siendo
cristianos, desobedecéis estas normas sociales de la Iglesia. Y sería un pesimismo
excesivo pensar que todos vosotros estáis «apartados del amor de Dios» [algunas
risas]. Es verdad que la Iglesia propone la efectiva solidaridad fraterna como un
ideal, pero también es verdad que hay grados de crecimiento en la vida cristiana
que deben ser respetados. Podéis, pues, estar tranquilos» [aplausos, silenciados
por el predicador].
¿Habría alguna probabilidad de que los ricos que escucharan una predicación
como ésta se convirtieran, y pasaran de la injusticia a la justicia? ¿Sería posible
reconocer en esos planteamientos una verdadera predicación de la doctrina social
de la Iglesia? ¿No sería más bien una broma trágica, realizada mientras millones
de seres humanos mueren de hambre?...
Bien, podría objetarse contra este pasaje que el pecado de los ricos es mucho
mayor que el de los que usan anticonceptivos, pues aquellos perjudican a terceros,
(por su egoísmo), mientras que los otros, si acaso, sólo se perjudican a sí mismos.
Pero es que no debemos olvidar que los otros también son egoístas, al reducir o
eliminar las posibilidades de engendrar un nuevo heredero del cielo. Y también
por preferirse a sí mismos antes que a Jesucristo, que les está mirando desde la
Cruz.
VIII La renuncia es del corazón
Esa pues, es la medida que nos permite saber si somos pobres o no. Si nuestro
corazón es indiferente a las riquezas, a buen seguro que no las adquiriremos, y si
las tenemos, pronto nos dejarán. Y lo mismo con todas las otras cosas del mundo.
Hay matrimonios, por ejemplo en los que quizá a un cónyuge le gustaría ser más
generoso en las limosnas o dar más dinero a los pobres, pero el otro no está por la
labor. Igualmente puede ser que uno no quiera usar anticonceptivos, y el otro sí.
Y como en todos las parejas siempre suele haber un cónyuge dominante, ¿qué
puede hacer el más débil si el otro se resiste a cambiar de actitud?
Bien, pues tenemos de nuevo que preguntarnos cual es la inclinación del corazón.
El cónyuge que invita a ir al otro por la vía de Jesucristo, sin éxito, ha de insistir
en el propósito, y en última instancia ha de pedirlo en la oración. Pero pedirlo de
verdad. Sólo así sabremos si en verdad el corazón está sintonizado en la
frecuencia correcta.
Esto quizá nos haga sentir a los católicos los más privilegiados de los cristianos,
pues en esta persecución histórica se manifiesta nuestra predilección como hijos
de Dios y la certeza inigualable de la fidelidad al dogma y a la doctrina que
predicó Jesucristo.
Pero hay muchos otros aspectos que nos hacen pensar igualmente en la
autenticidad de nuestra Fe. Y estoy pensando ahora en el Perdón.
Si, el perdón que manifiesta Dios para con los pecadores. Un perdón ilimitado,
fruto de una misericordia infinita.
En una de sus enseñanzas Jesucristo declara: Aquel que me negare ante los
hombres, también a ese le negaré yo ante mi Padre (Mt 10,33). Pues bien, el
mismísimo Pedro le negó a Él no una sino tres veces en los duros momentos de su
Pasión. Y esta negativa no es comparable a la que podamos hacer nosotros o la
que han hecho otros cristianos en la historia. No, Pedro le negó a Él físicamente.
Habiéndole conocido, habiéndole oído con sus propios oídos, visto con sus
propios ojos, tocado con sus propias manos y aún así Pedro aún no le conoce, le
niega.
¡Cuantos otros mártires han dado su vida con horribles torturas sólo para no
repetir el comportamiento de Pedro! ¡Mártires, que no le vieron ni le oyeron, ni le
tocaron!
Cosas como estas son las que me hacen pensar que el cristianismo es único entre
todas las religiones, que marca la pauta definitiva de autenticidad, que muestra el
giro de tuerca más allá del que van las demás religiones, el golpe de mano
definitivo que desbanca a cualquier sucedáneo.
En sus orígenes, el cristianismo era considerado una secta del judaísmo, pues
emanaba de él, y a los ojos de un profano, no era sino una rama más de éste. La
única diferencia parecía ser un profeta, que era considerado como autoridad por
unos y negado por otros.
Cuando fue considerada religión oficial del Imperio Romano, adquirió una
entidad que lo desvinculaba totalmente de ser simplemente una secta del
judaísmo.
El primer cisma importante (y que sigue hasta la fecha) fue el Cisma de Oriente,
que constituyó lo que hoy llamamos la "Religión Ortodoxa".
Hay pasajes claros, que hablan al lector directamente con palabras sencillas, pero
hay muchos otros oscuros de difícil interpretación. Y todo es palabra divina, claro
está.
Pues bien, Jesús no define aquí la palabra rico en términos de magnitud. ¿Qué es
un rico? ¿Es el que tiene más que la media de la población? ¿Es el millonario
cuya clase social constituye menos del 1% de la gente? ¿Es todo aquel que no es
paupérrimo y que no tiene ni un céntimo para cenar esta noche?
«Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi
cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual
modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi
sangre, que es derramada por vosotros.» (Lc 22, 19-20)
Los católicos decimos que ese pan y ese vino es realmente el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, y que debemos asistir al menos semanalmente a la conmemoración
instituida en ese pasaje.
No obstante he de decir en favor de los protestantes, que pocos como ellos han
sometido a la Biblia a un examen tan exhaustivo, como requiere su estudio.
Siguiendo con el ejemplo de las riquezas, los calvinistas hacen elogio de las
mismas, y no las consideran pecaminosas en líneas generales. Sin embargo los
franciscanos hacen un voto de pobreza tal, que no disponen en absoluto de dinero,
sino que viven de la caridad. ¿Quién se parece más a Jesucristo?
Las obras de caridad que realiza la Iglesia Católica en el tercer mundo (y también
en el primero) a través de congregaciones religiosas u organizaciones como
Cáritas o Manos Unidas, no tienen parangón en todo el mundo.
Pues sí, por mucho que algunos se empeñen en hacer incompatible ciencia y Fe,
incluso ciencia moderna, yo creo que es una herramienta inestimable para
comprender y hacer plausibles los misterios divinos.
Cuando las primeras naves espaciales abandonaron nuestro planeta, muchos
astronautas volvían diciendo que no habían visto a Dios en los cielos.
Sin embargo la astronomía nos ha dicho que las estrellas que vemos en el cielo
son soles como nuestro sol, y que es casi seguro que alrededor de ellas orbiten
planetas como el nuestro.
Por si esto fuera poco, muchos científicos hablan de que es casi seguro que
existen no uno sino múltiples universos, dimensiones espacio-temporales que
habitan o pueden habitar una misma realidad.
¿No nos está sugiriendo la ciencia multitud de lugares donde puede encontrarse
Dios?
Que Dios es extraterrestre es una verdad constatada, que todos los creyentes
aceptan: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi
gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino
no es de aquí.» (Juan 18, 36). Y no sólo por este pasaje. Ya en los comienzos del
libro del Génesis queda muy claro que Dios existe antes que la Tierra, por tanto
no cometemos ningún error al decir extraterrestre, es decir, que no procede de la
Tierra.
Pero creo que no digo ningún despropósito si afirmo que quizá el cielo, la morada
de Dios, el lugar al que nos tiene destinado el Padre esté en alguno de esos
mundos que nos ofrece la astronomía, o en alguna de esas realidades espacio
temporales que nos indica la Física. ¿Por qué no? ¿Acaso contradice esto la
doctrina de Jesucristo?
Los católicos, pues aceptamos lo que dice la ciencia sobre la Naturaleza. Y como
aquí digo, esto no es incompatible con la existencia de Dios.
Estos autores son expertos en Física; elaboran obras de ficción, sí, pero basadas
en hechos científicos constatados que aún no se han desarrollado en la práctica,
pero que son posibles al menos teóricamente.
Por supuesto no estoy diciendo que Dios haya viajado a la Tierra en una nave
espacial y haya intervenido en la vida de los humanos desde hace 6000 años.
Aunque tampoco estoy diciendo que esto no pueda ser de ninguna de las maneras.
Lógicamente cuando alguien dice que tiene amor al sufrimiento, lo primero que
se nos pasa por la cabeza es que esa persona es masoquista, o que no está en sus
cabales.
¿Entra dentro de esta definición el cristiano que dice que ama el sufrimiento?
Amar el sufrimiento desde el punto de vista cristiano no es ser masoquista por las
siguientes razones:
De la misma forma que un padre que trabaja horas extras para con ese dinero
darle una educación mejor a sus hijos no es masoquista, tampoco lo es el cristiano
que se sacrifica por los demás.
El que piense que esto no es así, que piense sino, por qué murió Cristo. Por qué
murió crucificado después de ser humillado y azotado.
Una de dos, o Cristo fue un farsante y fue ajusticiado como tal, o bien era
realmente Hijo de Dios.
La Biblia nos dice que la razón fue salvarnos del pecado. En otras palabras, dio su
vida por nosotros. Por tanto, si todo buen discípulo ha de poner en práctica lo que
dice y hace su maestro, ¿se tendrá que restringir esa imitación a sólo las partes
“cómodas”? Cierto es que no todos estamos hechos de la misma pasta, y que
muchos somos débiles para aceptar el martirio. Pero eso no quita que cada uno
realice esa imitación en la medida de sus fuerzas.
No a todos les da Dios el privilegio de poder dar la vida por Él, sino que a cada
uno le brinda un camino acorde con sus posibilidades.
Así pues, la mayor exhortación que nos dio Jesús fue que hay que sacrificarse por
los demás. Y el sacrificio implica sufrimiento. Por eso los cristianos aman el
sufrimiento, en la medida que éste va implícito al sacrificio, al servicio, a la
dedicación, a la caridad.
Obviamente, hay quien puede decantarse por la primera hipótesis, es decir, que
Cristo fue un farsante, y que murió como tal. Mal andaríamos entonces, si el
cristianismo como primera religión del mundo (al menos en cuanto al número de
fieles) y con dos mil años de antigüedad, siguiera a una quimera.
XIII El celibato
“El celibato es una bendición para los sacerdotes; una liberación del yugo
esclavizante de la sexualidad y un remedio sin parangón que permite la
dedicación plena a la inefable e insigne labor pastoral”.
Pero es que es cierto. Hay infinidad de personas que están en contra del celibato,
y muchas de ellas son sacerdotes. Creen que es una aberración, algo contra natura.
Alegan que es discriminatorio, que todos los demás presbíteros cristianos se casan
si quieren, incluso los católicos de rito oriental (y los latinos de los primeros
tiempos).
Yo creo que no, pues como he dicho antes, es una ayuda, para todo aquel que
quiera realmente ejercer con plenitud la labor pastoral.
El sacerdotes célibe está liberado de las ataduras de la familia, de los hijos, que en
muchas ocasiones acaparan la atención del padre hasta extremos verdaderamente
asfixiantes. De esta forma no sólo tiene más tiempo, sino además menos
impedimentos para tomar decisiones arriesgadas, que en cualquier momento
puede reclamar la labor pastoral.
Realmente el celibato es un voto. Un voto similar al que hace una persona piadosa
que se propone por ejemplo rezar a diario el rosario. La carne es débil, y muchas
veces es necesario hacer un voto ante Dios con objeto de cumplir un propósito de
la voluntad que de otro modo no se vería cumplido, o lo sería imperfectamente.
El celibato podría ser voluntario, como muchos postulan. No habría nada de malo
en ello. Pero para el sacerdote de vocación, involucrado con su parroquia, o con
su labor pastoral, allá donde se le exija, el matrimonio podría ser un impedimento,
un estorbo, una carga.
Una persona puede ver ideal el matrimonio desde fuera, y pensar sinceramente
que casarse con determinada persona no le perjudicaría en nada en su labor
sacerdotal. Puede estar realmente convencido de ello. Pero luego la experiencia
puede demostrar lo contrario, y en muchas ocasiones ha sido así en la iglesia
oriental.
Por eso la Iglesia latina, al obligar al celibato mediante voto está ofreciendo de
entrada lo que la experiencia de tantos y tantos siglos ha aconsejado a los
presbíteros: que es mejor realizar un camino arduo con las alforjas ligeras, que no
con ellas llenas de pesadas cargas. Y es que para el mejor cumplimiento de la
labor sacerdotal es menor carga la que implica el celibato, que la que ofrece el
matrimonio.
Cuando uno lee las historias de los misioneros, y de todos los evangelizadores
que muchas veces solos o acompañados de algún compañero lo han dado todo por
la predicación del Evangelio, no puedo uno menos que asombrarse.
Esos sí que son héroes, y no los que nos pintan los medios de comunicación de
hoy. Esos sí que lo han dado todo por los demás, sin dejar nada para sí.
Yo no digo que absolutamente todo lo que se nos transmite de aquellos héroes sea
verdad. Es posible que en muchos casos haya habido exageraciones, y aunque por
buenas razones, se hayan aumentado un tanto las acciones y realizaciones de esos
grandes santos. Pero no cabe duda que el fondo de verdad que queda es sin lugar
a dudas excepcional.
O qué decir de un Pedro Claver, el “apóstol de los negros”, que entregó su vida
entera a la evangelización y primeros cuidados de los esclavos recién traídos en
los barcos negreros, desprendiéndose absolutamente de cualquier posesión, y en
medio de grandes ascesis personales...
Por no hablar de los martirios tan horrendos que los indios iroqueses inflingieron
a los misioneros franceses del Canadá. Aquellos que habían llegado allí, dejando
una vida de comodidades en Francia por puro amor a Jesucristo, para atraer y
darle más almas al Creador... siendo torturados hasta la muerte por aquellos a
quienes se iba a salvar. Y siempre dando gracias a Dios mientras morían, por
haberles concedido el martirio luchando por la propagación de su Fe.
Ciertamente son conmovedores todos esos relatos. Testimonios irrefutables de fe,
de entrega, de abnegación, de sacrificio, de resistir al cansancio, a las
contrariedades, al rechazo generalizado, a los insultos, al desprecio, a la tentación
de abandono. Y siempre con bondad, con caridad, con sonrisa inextinguible,
siempre solícitos y prestos para cualquier tarea que se les encomendase, aún sin
salud, aunque fuera ir al fin del mundo para dar la comunión a un indio recién
convertido.
¿No son esto héroes? ¿no son esto acaso signos como ningún otro del amor a
Cristo y a nuestros hermanos? Ciertamente que no hay ninguna otra forma más
sublime y más completa de imitar a Cristo que la de estos misioneros, que dan su
vida completa por el Evangelio, muchos de ellos como nuestro Señor, siendo
crucificados por aquellos a quienes habían venido a salvar.
¿Puede acaso alguna otra religión dar testimonio de semejante entrega? ¿Pueden
acaso los “misioneros” de otras confesiones rivalizar en cuanto a sacrificio y
compromiso con los misioneros católicos? Ni de lejos. Mismamente, hoy en día
en zonas de guerra o catástrofe en Asia o África, cuando ya todas las ONGs y
otros misioneros se han ido, sólo quedan los misioneros y cooperantes católicos.
Y se quedan hasta el final. Hasta abrazar la muerte si es preciso.
Sólo una religión así puede ser la verdadera. Sólo una religión con semejantes
héroes puede mover a otros a unirse a ella.
Los misioneros católicos han dado la talla, y han demostrado ante la mojigatería y
pusilanimidad de los protestantes, que su cristianismo light no es el camino
correcto, pues ellos no han llegado ni por asomo a semejantes cotas de heroísmo.
Nuestros misioneros han demostrado ante Dios y ante los hombres cual era el
camino correcto en la encrucijada odiosa que Lutero ofreció a la Iglesia en el
siglo XVI.
Dios mío, danos fuerzas a todos los que intentamos llevar tu Santo Nombre a los
paganos para que a imitación de tus grandes santos, podamos también nosotros
sufrir las persecuciones que Tú mismo Hijo sufrió, para que de esta forma el
campo de la Fe produzca recios y firmes cristianos, aunque tenga que ser regado
con nuestra propia sangre. Por Jesucristo nuestro Señor, amén.
El materialismo y la negación de Dios que comenzó hace unos cuantos siglos con
la Ilustración, ha conseguido hace ya tiempo sus últimos objetivos y también en
estos países, la gran masa de la población no es, en la práctica, cristiana.
Y sin embargo, parece que los cristianos de esos países, se resisten a darse cuenta
de esta realidad. Europa es ahora tierra de misión como lo fueron hace siglos
todos los otros continentes. Pero ellos, por otra parte parece como si estuviesen
contentos con esa minoría exigua, y todos sus esfuerzos se concentrasen en
intentar no perder más fieles.
Se aferran como a un clavo ardiendo a los pocos privilegios que el Estado aún les
reconoce y por eso, por ejemplo, se convocan manifestaciones contra los
proyectos de legalizar los matrimonios homosexuales (otro eslabón más en la
progresiva secularización de la sociedad.)
No es que estén mal este tipo de protestas, todo lo contrario, pero es que hay otras
cosas por las que también habría que manifestarse. Pero como ya se dan por
perdidas porque se han perdido en el pasado, la sociedad cristiana se resigna, y
considera el hecho ya como normal. Pero no debería de ser así.
Igual que los profetas del antiguo Israel, los cristianos deberían manifestarse a
menudo para denunciar los abusos y la irreligiosidad de la sociedad actual.
Rara vez he visto en esos países convocatorias de cristianos con pancartas y lemas
a favor de Cristo, contra el materialismo y el consumismo, contra la acumulación
de riquezas, invitando a la conversión, invitando a que la gente se acerque a las
parroquias y se confiese...
Es posible que los poderes fácticos que dominan la sociedad intentasen por todos
los medios impedir esta clase de manifestaciones. Es seguro además que los no
creyentes dijesen que “estamos perdiendo el norte”, y que estamos locos y nos
tachasen de tradicionalistas y anclados en el pasado. Pero no por eso íbamos a
dejar de hacerlo. Habría que hacerlo de continuo, para manifestar a Cristo, y sin
importarnos lo que dijera el Mundo. “Si el mundo os odia y os rechaza, sabed que
a Mí me ha odiado antes que a vosotros” (Jn 15,18)
De acuerdo con esta definición, la mayoría de los hombres y mujeres del mundo
occidental de hoy en día son paganos, pues adoran a los ídolos del placer, el
hedonismo, el consumo, el dinero, la falsa libertad, y tantos otros que la sociedad
“moderna” eleva a los altares.
El enfermo que necesita medicinas no puede contentarse con una pastillita, sino
que precisa un tratamiento, de varios días o dosis. Igualmente el que ve el
cristianismo desde fuera, no puede conformarse con unas prácticas aceptadas por
la mayoría, sino que precisa de una inculturación fuerte y provechosa que despeje
los tópicos y mentiras que se aceptan sin apenas discernimiento.
Ser cristiano significa seguir a Cristo, y a Cristo no se le puede seguir sin tomar
su Cruz. No se puede ser discípulo de Cristo sin llevar la cruz. Enteraos bien de
que, siendo cristianos, estáis destinados a la cruz, y que si no tomáis la cruz en
vuestra vida diaria, no podréis seguir a Cristo. Y ciertamente que no hace falta
buscar mucho para hallar una cruz. Sólo con separarnos de las costumbres y
pautas del mundo ya estamos llevando una cruz, y bien grande. Sólo con ir contra
corriente de las modas lascivas, de los pensamientos libertinos, del consumismo
imperante, evitando las mentiras incluso las más leves, aguantando un esposo
áspero, no discutiendo con nadie, hablando bien de la Iglesia, y tantas y tantas
cosas que hoy no hace nadie, sólo con esto digo, estamos llevando una gran cruz,
pues seremos despreciados por el mundo, rechazados, marginados.
Acabad de enteraos de que no sois del mundo, pues tampoco Cristo es del mundo
(Jn 15,19; 17,14.16), y que de ningún modo habéis de sentiros «obligados» a los
usos mundanos, cuando éstos se muestren irreconciliables con el Espíritu que
procede del Padre y del Hijo.
Está claro: sin cruz, sin martirio, nadie puede vivir la utopía evangélica y tendrá
que resignarse a la miserable vida tópica del mundo. Pero también está claro lo
contrario: la cruz martirial, y sólo ella, da acceso infalible a una vida nueva, mil
veces más verdadera y digna, alegre, armoniosa y fecunda que la miserable y
falsa vida vieja del mundo.
Pues llevar la Cruz implica ser mártir. Mártir con muerte o sin muerte, pero
mártir al fin y al cabo, pues aquel al que seguimos fue el primer mártir.
El horror a la cruz
Estos maestros del error «no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y
con discursos suaves y engañosos seducen los corazones de los incautos» (Rm
16,18). «Son enemigos de la cruz de Cristo. El término de éstos será la perdición,
su Dios es el vientre, y la confusión será la gloria de los que tienen el corazón
puesto en las cosas terrenas» (Flp 3,18-19).
Aquellos martirios, por ejemplo, que en ocasiones son necesarios para guardar
heroicamente la santidad de la vida conyugal, han sido eludidos por muchos
cristianos con buena conciencia, gracias a las falsas enseñanzas de no pocos
moralistas actuales, que les han enseñado a «guardar la propia vida» por encima
de todo, es decir, a realizar con buena conciencia actos que son grave e
intrínsecamente malos: «Dios no puede exigiros eso», «el Señor quiere que seáis
felices», «podéis hacerlo en buena conciencia, como un mal menor», «la encíclica
del Papa no es infalible, y vosotros, en todo caso, debéis regiros por vuestra
conciencia», etc.
–El Cristianismo sin Cruz, que se avergüenza del martirio, es una caricatura
tristísima del Cristianismo. No hay en él conversiones, ni hay mártires; no puede
haberlos. Los matrimonios no tienen hijos, ni surgen vocaciones para la vida
sacerdotal, religiosa o misionera. No hay fuerza de amor para perseverar en el
amor célibe o en el amor conyugal, desfallece la generosidad y la entrega, falta
impulso para obras grandes, se ve imposible la profesión de unos votos religiosos
perpetuos... Todo se hace en formas cuidadosamente medidas y tasadas,
oportunistas y moderadas, sin el impulso crucificado del amor de Cristo, que es
entrega apasionada, «locura y escándalo» (1Cor 1,23).
Los que así piensan, consideran dura, sin misericordia, y por tanto, falsa la
doctrina moral católica. No tienen la menor idea de que los cristianos, como
«corderos en el Cordero pascual», estamos llamados a completar en nuestra carne
lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia (+Col 1,24). Por
eso, «con lágrimas os digo que éstos son enemigos de la Cruz de Cristo. El
término suyo será la perdición» (Flp 3,18).
En él los pastores dicen la verdad siempre y en todo, sin miedo a nada; no se ven
afectados ante el mundo ni por temores ni por complejos, luchan fuertemente
contra los lobos que acechan a sus ovejas, muestran siempre el camino de la
salvación, que es el mismo Cristo, y avisan inmediatamente de los peligros, en
cuanto se produce alguna desviación. En él los teólogos y predicadores son
fuentes inagotables, que manan la doctrina bíblica y tradicional de la Iglesia. Hay
en ese cristianismo matrimonios unidos y estables, matrimonios que tienen hijos y
que respetan la santidad de la unión conyugal consagrada, hay castidad en el
celibato y entre los esposos, hay vocaciones numerosas...
En fin, es una gracia de Dios muy grande entender y vivir que toda la vida
cristiana es una participación continua en la pasión y la resurrección de Cristo, y
que todo lo que la integra –el bautismo, la penitencia, la eucaristía, el hacer el
bien y el padecer el mal, el martirio en cualquiera de sus modos–, todo forma una
unidad armoniosa, en la que unas partes completan las otras, y se potencian
mutuamente. Y que el centro, la fuente, la cima de toda la vida cristiana es el
Sacrificio eucarístico, el memorial perenne de la pasión y resurrección de Cristo
(+Vat. II: SC 5-6).
La Cruz se alza en el centro del jardín del Señor, y es el árbol que da frutos más
dulces y abundantes. Bendita sea la sagrada Cruz salvadora de nuestro Señor
Jesucristo. Ella es la llave única que abre la puerta de acceso a la vida nueva del
Resucitado. No hay otra. Es por aquí, y por ningún otro camino, por donde se
avanza hacia la transformación del mundo.
La persecución a la que me estoy refiriendo es mucho más sutil, pero sin embargo
mucho más poderosa, contundente, asfixiante, y lo que es peor, efectiva.
Y es que lo que no consiguieron primero los judíos, y luego los romanos ni con
circos, leones ni torturas, es ya hoy una realidad efectuada por el Leviatán
moderno del humanismo ateizante.
Se ve por tanto, que no ha hecho falta aniquilar a los cristianos con persecuciones,
muertes, ni otros actos violentos. Ellos mismos han sucumbido a la tentación del
mundo que la serpiente astuta ha puesto ante sus ojos. Ellos mismos han abrazado
implícita o explícitamente la filosofía de vida que el mundo secularizado les
promete. Ellos mismos creen sinceramente que es posible conciliar la Religión
con el Mundo, que es posible poner una vela a Dios y otra al Diablo y que es
posible ser santo e ir al cielo con sólo ir a misa los domingos y dar de vez en
cuando alguna limosna.
El famoso pasaje de Lucas 12,31 “buscad primero las cosas de Dios, que ya todo
lo demás se os dará por añadidura” se ha convertido para esos cristianos en algo
así como “buscad primero las cosas del Mundo, que ya la bondad de Dios os dará
el Cielo por añadidura”.
He ahí el gran engaño del mundo, cómo nos ha hecho dejar de ser cristianos sin
darnos cuenta. Y lo peor es que los pocos cristianos que quedan apenas tienen
fuerzas para poder sazonar la tierra. “Pues si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se
sazonará? (Marcos 9,50). Y no porque sean pocos, que también, sino por que
exige un esfuerzo sobrehumano poder levantar la cabeza fuera de este mar de
ateísmo y chillar a la gente sus pecados y hacerles ver la verdad.
Cuántos cristianos hay que comulgan con la idea laicista de que “la iglesia
necesita modernizarse, abrirse a los tiempos”. Entienden que esa modernización
significa claudicar ante los usos y costumbres de la sociedad en cuanto a formas
de pensar y ver el mundo. Habría que decirles a todos esos: «¡Quítate de mi vista,
Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
(Marcos 8,33).
Así han criticado tanto a papas como Juan Pablo II y le han tachado de retrógrado
por defender los valores evangélicos en contra de la anticoncepción, el aborto, el
divorcio o las prácticas homosexuales. ¡A cuántos cristianos han engañado! ¡A
cuántos les han hecho comulgar con ruedas de molino!
Como se ve, el ataque es ahora más sutil, pero más efectivo. El cristiano se ha
mundanizado sin darse cuenta, y ahora no es más que una fachada, una
apariencia, que hasta él mismo se cree, pero que está hueco por dentro.
A colación del capítulo anterior, quiero extenderme un poco más acerca de este
concepto tan de moda hoy en día.
Decía anteriormente que uno de los ataques de los enemigos de Cristo hacia los
cristianos, para llevarles a la apostasía o a la defección de la fe, es contra su
vicario, el Papa.
En concreto, contra Juan Pablo II se han esgrimido muchos ataques, siendo los
principales los que le han tachado de conservador y retrógrado.
Conservador, sin embargo no parece que sea un insulto, pues la labor del Papa ha
de ser precisamente conservar el legado de Cristo en los Evangelios, y evitar que
éste se desvitúe. Por tanto, en esto al menos, Juan Pablo II ha sido un criado fiel
(Mateo, 25,21).
Pero es que esa no es la modernización que propugna el Concilio, pues todas esas
cuestiones no son en absoluto modernas, sino más bien mundanas Que la mayoría
piense de una determinada forma no significa que esa forma de pensar sea la
correcta. Simplemente es la mayoritaria.
Jamás la Iglesia podrá bendecir tales prácticas, pues son contrarias a la Sagrada
Escritura, en forma o fondo, y la Iglesia por tanto no tiene autoridad para
modificarlas.
La modernización se refiere a otras cosas, que por cierto muchas aún no se han
llevado a cabo, tantos años después de finalizado el Concilio.
Y esto sí que es una falta de la Iglesia. Mucho se podría hacer y decir a este
respecto, y Dios lo quiera mucho se verá en los próximos años.
Que la iglesia necesita renovarse es cierto, pero ojo no en el fondo, sino en la
forma.
La primera de ellas tiene que ver con la predicación del Evangelio. Bien sabido es
que hoy en día los medios audiovisuales son los que dominan el mundo, por ser
los medios a través de los cuales se difunden las ideas. Son por otra parte los
medios de los que se ha servido el mundo actual para conseguir la
descristianización de las naciones, y hacerlas súbditas del llamado pensamiento
único.
Pues bien, luchemos contra el mundo usando sus mismas armas: la televisión.
Sí, sí, por la Misa. ¿Por qué no? Ojo, no estoy diciendo que se sustituya la misa
por una película, ni mucho menos. Simplemente que se escenifiquen de alguna
manera, ciertas partes de la Eucaristía, como por ejemplo las lecturas, con algún
vídeo ilustrativo.
Lo cierto es que cuando preguntas a los niños o a los jóvenes por qué no van a
misa, casi todos coinciden en una respuesta: se aburren.
Para todos esos jóvenes que ahora se aburren, a buen seguro que ahora sería más
ameno. Bien sabido es que no hay nada como una pantalla parlante para hacer que
los niños se queden quietos e hipnotizados absorbiendo todo lo que la pantalla les
cuenta. Todos los padres de familia lo saben con demoledora certeza.
Pero lo que probablemente es cierto es que si algún fiel se pierde también muchos
se ganarán. ¿Acaso el Buen Pastor no deja abandonadas las 99 ovejas y se va en
busca de la oveja descarriada? (Mateo 18,12)
La segunda vía de reforma quizá sea más difícil de llevar a cabo, pero no me cabe
duda de que quizá es más perentoria que la anterior.
Una de las razones por las que muchos hombres reniegan de la Fe, es por que se
escandalizan al ver que, según ellos, los pastores no predican con el ejemplo.
Y es que no les falta razón. La Iglesia no es rica, pero lo parece. El Papa vive en
un palacio, los cardenales y obispos no tienen pinta de pasar hambre sino todo lo
contrario, y en las procesiones de Semana Santa, las imágenes de la Virgen salen
ataviadas con mantones bordados de oro puro. Y esto son sólo algunos ejemplos.
Y aquí aplica lo que Julio César dijo cuando a pesar de quedar demostrado que su
esposa no le había sido infiel, él la repudió: La mujer de César no sólo ha de ser
decente, sino además parecerlo.
XX La libertad
"La facultad natural que tiene el hombre para obrar de una manera o de otra y de
no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Estado del que no es esclavo”.
En términos políticos, los gobernantes han llamado a las armas a los pueblos
cuando aquellos han sido desplazados del poder. "Habéis de recuperar la libertad,
no podemos estar sometidos a este país" les dicen. Cuando realmente lo que
quieren es volver ellos al poder. En la inmensa mayoría de los casos, al
campesino o al obrero, a quienes constituyen la gran masa de población del país,
no les afecta en casi nada que su país sea regido por un gobernante oriundo o por
otro foráneo.
En los regímenes comunistas la revolución se realiza para liberar al obrero y al
campesino de los capitalistas explotadores. En las dictaduras de derechas se
realiza para liberar al pueblo del caos y el desorden. Y en las democracias para
darles la libertad de elegir a sus gobernantes.
Desde este punto de vista, todos los motivos revolucionarios y los regímenes
políticos no buscan otra cosa sino la libertad. Pero lo cierto es que todos ellos
imponen sobre el individuo un sistema de gobierno que al final, no busca otra
cosa que no sea garantizar los intereses particulares de la élite gobernante.
He aquí la gran cuestión. Y es que, las democracias occidentales son tan ateas
como lo es el mismo comunismo, por mucho que, en teoría, las religiones estén
permitidas. Y digo en teoría, por que el poder es celoso de su estatus, y no soporta
que nadie le haga sombra ni le menoscabe su autoridad. Cuando la religión se
interpone en su camino, la elimina formal o veladamente.
Hoy por hoy las democracias occidentales alardean vigorosamente de que sus
pueblos son libres. A los gobernantes se les llena la boca de la palabra libertad,
pero lo cierto es que el individuo no es libre. Y lo más impresionante es que han
conseguido que la gente crea que tiene lo que en realidad les falta, la libertad.
Y por eso se colige, la Iglesia es rechazada por la sociedad de hoy. Sus miembros
son robados en masa por el Leviatán moderno, que engañados acuden veloces a
su regazo.
Jesucristo vino al mundo para traer un mensaje de liberación: "El Espíritu del
Dios sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para
dar la libertad a los oprimidos" (Lc 4, 18). Y la Iglesia, como fiel custodia de la
palabra de Dios, no se aparta del camino que marca ésta, pues fue el mismo Dios
quién la proclamó.
Por eso quienes dicen que la Iglesia necesita adaptarse a los tiempos, son las
pobres víctimas de la sociedad capitalista que ciegos a la luz del sol no son
capaces de ver quién es el libre y quien es el esclavo. Quieren, en efecto, que la
Iglesia sea engullida por el monstruo de las siete cabezas, que se una a la vorágine
del materialismo, del consumismo, del hedonismo, del libertinaje absoluto en
cuestiones de moral, que sea, en fin, una comparsa más, que aplauda y mueva el
pie al ritmo de la música que marca el maestro de marionetas.
Pero no amigos. La Iglesia no caerá nunca en ese pozo sin luz. La Iglesia está
para anunciar a Jesucristo y a su Cruz. Para deslumbrar con la luz de Cristo a los
ciegos que no son capaces siquiera de ver su mano en la oscuridad en la que
viven.
Por eso el cristiano es libre en todas las acepciones de la palabra. Por que no se
somete a nada que le quite su libertad. Incluso da la vida si es necesario antes que
renunciar a Cristo, de quien emana la base, el sustento de su libertad.
El cristiano es libre porque viaja ligero de equipaje hacia su destino natural, que
es la unión con su Creador. Porque libre de las ataduras del mundo camina veloz
por el camino que conduce al Padre. Porque no se asusta del martirio, si con eso
consigue un atajo para llegar antes a su Casa. Porque no le asusta la cárcel,
porque ya vive en la cárcel de su destierro. Al contrario, si sufre la cárcel del
mundo por proclamar a Cristo, sería como cambiar de una celda anodina a otra
mejor, pues es la antesala del paraíso repleto de recompensas. El cristiano es libre,
en fin, por no tener que llevar a cuestas durante el camino de la vida nada que le
entorpezca, ningún lastre que en el momento definitivo al que todos los hombres
se tienen que enfrentar, le haga no poder avanzar hacia el abrazo fecundo y
perpetuo de la eternidad feliz y bienaventurada.
XXI Los discípulos de Emaús
En ella, se narra como dos discípulos aún no se habían dado cuenta de que la
liberación que vino a traer Jesús al mundo no es de carácter político o material,
sino espiritual.
Por su puesto, Dios escucha y nos concede muchas de las peticiones materiales
que le hacemos en la oración. Pero esto es un factor secundario que no nos puede
hacer perder de vista que en este mundo sólo estamos de paso, que hemos venido
a él para cumplir una fase de nuestra vida, la fase más insignificante, pero
también la más decisiva Y que también estamos para sufrir.
-Allí podía estar. ¿Y por qué no hace algo para aliviarme estos dolores?
-Dios no es injusto, ni tan malo, por que si lo fuera no habría preparado toda una
eternidad de deleites para los hombres.
-¡Já! ¡La eternidad! Pero yo estoy aquí y ahora. ¿Por qué no viene a ayudarme
ahora?
-Pero hombre, ten paciencia, ¿Qué son sólo unos años de padecimientos cuando
tenemos ante nosotros toda una eternidad de gloria? Además, si en esta vida no
hubiéramos tenido sino placeres, ¿cómo íbamos a esperar la gloria con alegría?
¿Quién querría arriesgarse? El sufrimiento nos hace adquirir la virtud de la
esperanza, mediante la cual anhelamos la liberación de nuestros males, con la
entrada en el reino.
-¡Vamos hombre! Es ahí donde no tienes que caer. Pues si encima que estás
postrado en una cama y quizá en lecho de muerte además no confías en el
Altísimo, entonces ¿qué te queda?
-¡No hay momento mejor! A quien le van bien las cosas en el mundo no precisa la
Fe, pues es el mundo quien le proporciona todo lo que necesita y lo que le
sostiene. Pero al pobre, al desvalido, al marginado, al enfermo ¿quien sino Dios le
puede proporcionar la esperanza de una vida mejor? Dios no vino al mundo a
proporcionarnos deleites materiales, sino a garantizarnos la Vida Eterna. «Mi
Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría
combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de
aquí.» (Juan 18,36)
FIN
Textos Escogidos
I. Del libro "La imitación del Sagrado Corazón de Jesús", por el R.P. J.
Arnoldo
La humildad es la primer de las virtudes.: sin ella ninguna virtud se alcanza; sin
ella la virtud adquirida se pierde. Ella engendra las demás virtudes, alimenta las
adquiridas y conserva las que se alimentaron.
Dice Jesús:
"Has de saber que, aun viviendo entre los malos, ellos no podrán dañarte si tu
corazón está eficazmente apartado de ellos; no está en la mano de los perversos
perjudicarte; nadie es perjudicado sino por sí mismo”.
"Yo sé muy bien lo que te conviene. Yo puedo lo que tú no puedes; déjame obrar;
tú coopera únicamente pidiendo y esperando. El que pide con confianza, hijo mío,
lo que no es contrario ni a su salvación ni a mi gloria, siempre recibe: pues o
recibe lo mismo que él pidió, o en su lugar recibe lo que Yo sé que le es más
conveniente”.
"En verdad, hijo mío, te digo que en el mundo no han de faltarte persecuciones;
pero ten confianza y no temas, porque en ellas estoy contigo”.
"Cuando te veas acometido de alguna enfermedad, recíbela como una visita del
amor de mi Corazón, diciendo siquiera en el interior de tu alma: ¡Bendito sea el
Señor, porque ha visitado a su siervo! Une después todos tus dolores a los míos, y
esta divina unión, abundantísima en la unción de la gracia, será un lenitivo a tus
aflicciones, y te las hará menos pesadas y más dulces. Tu pena, por muy grande
que sea y por mucho que dure, nada es en comparación del inmenso y sempiterno
gozo con que tu paciencia ha de ser recompensada en el cielo".
"Se salvará, no el que haya principiado, sino el que hubiere perseverado. Verdad
es que el premio se ofrece a los que principian; pero sólo se da a los que
perseveran. Ora mucho, hijo mío, para no desmayar ni perder la corona que te
está preparada. Cuanto mejor sea tu oración, mejor será también tu perseverancia.
Es este sin duda alguna el libro más leído en toda la historia del catolicismo,
después de la Biblia.
Extracto a continuación algunos párrafos, tomados en orden de aparición en el
libro.
Libro I
Capítulo 3: De la doctrina de la verdad
¿Qué aprovecha la gran curiosidad de saber cosas oscuras y ocultas, pues que del
no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos?
Gran locura es que, dejadas las cosas útiles y necesarias, entendemos con gusto en
las curiosas y dañosas.
Y lo mismo se aplica con todas las cosas. Si dudas entre si es lícita o ilícita una
acción, piensa si serías reprendido el día del juicio por hacerla o no hacerla. Si la
respuesta es no, entonces no la hagas y así no sólo no serás reprendido, sino que
se te premiará por tener celo en el cumplimiento de la Ley de Dios.
Necesario es que dejemos algunas veces nuestro parecer por el bien de la paz.
¿Quién es tan sabio que lo sepa todo enteramente? Y si tu parecer es bueno y lo
dejas por Dios y sigues el de otro, más aprovecharás de esta manera.
Si alguno, amonestado una vez o dos, no se enmendare, no porfíes con él, sino
recomiéndalo todo a Dios, que sabe sacar de los males bienes.
¡Oh, quién nunca buscase alegría transitoria! ¡Oh, quién nunca se ocupase en el
mundo, y cuán buena conciencia guardaría!
¡Oh, quién quitara de sí todo vano cuidado, y pensase solamente las cosas
saludables y divinas, y pusiese toda su esperanza en Dios, cuánta paz y sosiego
poseería!
¿Para qué quieres ver lo que no te conviene tener? EL mundo pasa y sus deleites
(1 Jn., 2, 1'7). Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos; mas, pasada aquella
hora, qué nos queda, sino pesadumbre de conciencia y derramamiento de
corazón? La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre
trasnochada hace triste la mañana.
¿Por qué te afliges de que no te suceda lo que quieres y deseas? Ninguno hay en
el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o Papa. ¿Pues, quién es el que
está mejor? Ciertamente el que puede padecer algo por Dios.
Haz ahora, hermano, lo que pudieres; que no sabes cuándo morirás, ni lo que
acaecerá después de la muerte. Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas
inmortales.
Entonces se verá que el verdadero sabio en este mundo, fue aquel que aprendió a
ser necio y menospreciado por Cristo.
Entonces se alegrará más la carne afligida, que la que siempre vivió en deleites.
Entonces ayudará más la constante paciencia, que todo el poder del mundo.
Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas, que todo el tesoro de los
ricos de la tierra.
LIBRO II
Capítulo I : De la conversión interior.
Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma
reposo. Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y
verás que se vienen a ti el reino de Dios.
Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte de alguna cosa?
Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a todos por amigos y
bienhechores? ¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad se te
ofrece? Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo?
Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.
Toda nuestra paz en esta miserable vida, está puesta más en el sufrimiento
humilde, que en dejar de sentir contrariedades. El que sabe mejor padecer, tendrá
mayor paz. Este es el vencedor de sí mismo y señor del mundo, amigo de Cristo y
heredero del cielo.
¿Para qué buscas descanso, pues naciste para el trabajo? Ponte a paciencia, más
que a consolación: y a llevar cruz, más que a tener alegría, pues la alegría es tener
la cruz.
¿Qué hombre del mundo no tomaría de muy buena gana la consolación y alegría
espiritual, si siempre la pudiese tener? Porque las consolaciones espirituales
exceden a todos los placeres del mundo, y a los deleites de la carne.
No quiero consolación que me quite la compunción; ni deseo contemplación que
me lleve en soberbia.
Esta palabra parece dura a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz, y sigue a
Jesús. Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno. Pues los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la
palabra de la cruz, no temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación.
Esta señal de la cruz estará en el cielo, cuando el Señor vendrá a juzgar. Entonces
todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la vida con el crucificado, se
llegarán a Cristo juez con gran confianza.
Pues que así es, por qué teméis tomar la cruz, por la cual se va al reino? En la
cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en
la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del
corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la
cruz está la perfección de la santidad.
El vino primero, y llevó su cruz y murió en la cruz por ti; porque tú también la
lleves, y desees morir en ella.
Porque si murieres juntamente con El, vivirás con El. Y si fueres compañero de la
pena, lo serás también de la gloria.
Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir en ella.
Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que
has de padecer algo, o de grado o por fuerza: y así siempre hallarás la cruz.
Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, y tú ¿buscas para ti holganza y gozo?
Yerras, te engañas si buscas otra cosa sino sufrir tribulaciones; porque toda esta
vida mortal está llena de miserias, y de toda parte señalada de cruces. Y cuanto
más altamente alguno aprovecharé en espíritu, tanto más graves cruces hallará
muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor.
Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te
enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne. Y no
temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y señalado con la cruz
de Cristo.
Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la
cruz de tu Señor crucificado por tu amor.
Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la
tribulación de los males, sino sufrir.
Con razón deberías sufrir algo de grado por Cristo, pues hay muchos que sufren
más graves cosas por el mundo. Sabe de cierto que te conviene morir viviendo:
cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza a vivir con Dios.
Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que
el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo. Pues
manifiestamente exhorta a sus discípulos, y a todos los que desean seguirle, a que
lleven la cruz, y dice: Si alguno quisiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame.
LIBRO III
Capítulo I: Del habla interior de Cristo al alma fiel.
¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? Y ¿qué te valdrán todas las criaturas, si
fueres desamparado del Criador?
Por esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu Criador, para que puedas
alcanzar la verdadera bienaventuranza.
Capítulo XIX: Que debemos poner todo nuestro cuidado sólo en Dios
¡Ay! ¡Cuál es esta vida, donde no faltan tribulaciones y miserias, donde todas las
cosas están llenas de lazos y enemigos! Porque en faltando una tribulación o
tentación viene otra; y aun antes que se acabe el combate de la primera,
sobrevienen otras muchas no esperadas.
Y ¿cómo se puede amar una vida llena de tantas amarguras, sujeta a tantas
calamidades y miserias? Y ¿cómo se puede llamar vida la que engendra tantas
muertes y pestes? Con todo esto se ama, y muchos la quieren para deleitarse en
ella.
¡Oh, Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal,
que me aparta del amor de los eternos, lisonjeándome torpemente con la vista de
bienes temporales que deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la
sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su
astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para
perseverar. Dame en lugar de todas las consolaciones del mundo la suavísima
unción de tu espíritu; y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.
¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece.
Teme a Dios, y no te espantes de los hombres. ¿Qué te puede hacer el hombre con
palabras o injurias? Más bien se daña a sí mismo que a ti; y cualquiera que sea, no
podrá huir el juicio de Dios. Ten presente a Dios, y no contiendas con palabras de
queja. Y si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que no
mereciste, no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu victoria.
Sino mírame a Mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria, y dar a
cada uno según sus obras.
Jesucristo: Hijo, déjate a ti y me hallarás a Mí. Vive sin voluntad ni amor propio,
y ganarás siempre. Porque al punto que te renunciares sin reserva, se te dará
mayor gracia.
Capítulo XLVI: De la confianza que debemos tener en Dios cuando nos dicen
injurias.
Jesucristo: Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado por Mí, ni te abatan
del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce y consuele en todo lo que
viniere. Yo basto para galardonarte sobre toda manera y medida. No trabajarás
aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores. Espera un poquito y
verás cuán presto se pasan los males. Vendrá una hora cuando cesará todo trabajo
e inquietud. Poco y breve es todo lo que pasa con el tiempo.
¡Oh! ¡Si vieses las coronas eternas de los Santos en el cielo, y de cuánta gloria
gozan ahora los que eran en este mundo despreciados, y tenidos por indignos de
vivir! Por cierto luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más estar sujeto a
todos, que mandar a uno solo. Y no codiciarías los días placenteros de esta vida:
sino antes te alegrarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por grandísima
ganancia ser tenido por nada entre los hombres.
III. Del libro "Carta a los Amigos de la Cruz” de San Luis María Grignion
de Monfort
De entre las obras de Montfort, ésta, la Carta a los Amigos de la Cruz es una de
las más difundidas. Y es que los cristianos de diferentes tiempos y culturas,
concretamente los de habla hispana, se identifican cordialmente con tan precioso
texto y una y otra vez lo devoran con espiritual afecto. Ellos saben que, como dice
Santa Teresa de Jesús,
Queridos cofrades, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos
encontramos: el de Jesucristo y el del mundo (Jn 15,19; 17,14.16).
A la derecha, el pequeño rebaño (Lc 12,32) que sigue a Jesucristo sólo sabe de
lágrimas y penitencias, oraciones y desprecios del mundo. Entre sollozos, se oye
una y otra vez: «suframos, lloremos, ayunemos, oremos, ocultémonos,
humillémonos, empobrezcámonos, mortifiquémonos (+Jn 16,20). Pues el que no
tiene el espíritu de Jesucristo, que es un espíritu de cruz, no es de Cristo (Rm 8,9),
ya que los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus concupiscencias
(Gál 5,24). O nos configuramos como imagen viva de Jesucristo (Rm 8,29) o nos
condenamos. ¡Animo!, gritan, ¡valor! Si Dios está por nosotros, en nosotros y
delante de nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (8,31). El que está con
nosotros es más fuerte que el que está en el mundo (1Jn 4,4). No es mayor el
siervo que su señor (Jn 13,16; 15,20). Un instante de ligera tribulación produce un
peso eterno de gloria (2Cor 4,17). El número de los elegidos es menor de lo que
se piensa (Mt 20,16). Sólo los valientes y esforzados arrebatan el cielo por la
fuerza (Mt 11,12). Nadie será coronado sino aquél que haya combatido
legítimamente según el Evangelio (2Tim 2,5), y no según el mundo. ¡Luchemos,
pues, con todo valor!».
Si Dios, de acuerdo con nosotros, los castiga en éste, el castigo será amoroso: la
misericordia, que reina en este mundo, será quien castigue, y no la rigurosa
justicia; será, pues, un castigo suave y pasajero, acompañado de consolaciones y
méritos, y seguido de recompensas en el tiempo y la eternidad.
Pero si el castigo necesario a los pecados que hemos cometido queda reservado
para el otro mundo, será entonces la justicia implacable de Dios, que todo lo lleva
a sangre y fuego, la que ejecute la condena. Castigo espantoso (+Heb 10,31],
indecible, incomprensible: «¿quién conoce la vehemencia de tu ira?» (Sal 89,11];
castigo sin misericordia (Sant 2,13], sin mitigación, sin méritos, sin límite y sin
fin. Sí, no tendrá fin: ese pecado mortal de un momento que cometisteis; ese mal
pensamiento voluntario que escapó a vuestro cuidado; esa palabra que se llevó el
viento; esa acción diminuta que violentó la ley de Dios, tan breve, serán
castigados eternamente, mientras Dios sea Dios, con los demonios en el infierno,
sin que ese Dios de las venganzas se apiade de vuestros espantosos tormentos, de
vuestros sollozos y lágrimas, capaces de hendir las rocas. ¡Padecer eternamente,
sin mérito alguno, sin misericordia y sin fin!
«¿Podéis beber el cáliz?» (Mt 20,22). Excelente cosa es anhelar la gloria de Dios;
pero desearla y pedirla sin resolverse a padecerlo todo es una locura y una
petición insensata: «no sabéis lo que pedís» (ib.)... «Es necesario pasar por
muchas tribulaciones» (Hch 14,22)... Sí, es una necesidad, es algo indispensable:
hemos de entrar en el reino de los cielos a través de muchas tribulaciones y
cruces.
Como dice San Agustín: «quien no llora en este mundo, como peregrino y
extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano del cielo». Si Dios
Padre no os envía de vez en cuando alguna cruz señalada, es que ya no se cuida
de vosotros: está enfadado con vosotros, y os considera como extraños y ajenos a
su casa y su protección; os mira como hijos bastardos, que no merecen tener parte
en la herencia de su padre, ni son dignos tampoco de sus cuidados y correcciones
(+Heb 12,7-8).
Alégrate, pues, tú, pobre idiota, y tú, humilde mujer sin talento ni ciencia: si
sabéis sufrir con alegría, sabéis más que cualquier doctor de la Sorbona, que no
sepa sufrir tan bien como vosotros (+Mt 11,25).
Sois miembros de Jesucristo (1Cor 6,15; 12,27; Ef 5,30). ¡Qué honor! Pero ¡qué
necesidad hay en ello de sufrir! Si la Cabeza está coronada de espinas (Mt 27,29)
¿estarán los miembros coronados de rosas? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta
de barro en el camino del Calvario ¿se verán los miembros cubiertos de perfumes
sobre un trono? Si la Cabeza no tiene dónde reposar (8,20), ¿descansarán los
miembros entre plumas y edredones? No, no, mis queridos Compañeros de la
Cruz, no os engañéis: esos cristianos que veis por todas partes, vestidos a la
moda, en extremo delicados, altivos y engreídos hasta el exceso, no son
verdaderos discípulos de Jesús crucificado.
Eso significa que si no queréis sufrir con alegría, como Jesucristo; o con
paciencia, como el buen ladrón, tendréis que sufrir a pesar vuestro como el mal
ladrón; habréis de apurar entonces hasta las heces el cáliz más amargo (Is 51,17),
sin consolación alguna de la gracia, y llevando todo el peso de la cruz sin la
poderosa ayuda de Jesucristo. Más aún, tendréis que llevar el peso fatal que
añadirá el demonio a vuestra cruz, por la impaciencia a la que os arrastrará; y así,
tras haber sido unos desgraciados sobre la tierra, como el mal ladrón, iréis a
reuniros con él en las llamas.
Por el contrario, si sufrís como conviene, la cruz se os hará un yugo muy suave
(Mt 11,30), que Jesucristo llevará con vosotros. Vendrá a ser las dos alas del alma
que se eleva al cielo; el mástil de la nave que os llevará al puerto de la salvación
feliz y fácilmente.
Llevad vuestra cruz con alegría, y os veréis abrasados en el amor divino, pues
«sin cruces ni dolor, no se vive en el amor» [Imitación de Cristo III,5,7].
Alegraos, pues, y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz,
porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el mismo
Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz! Si así lo entendiérais, encargaríais
celebrar misas, haríais novenas en los sepulcros de los santos, emprenderíais
largas peregrinaciones, como hicieron los santos, para obtener del cielo este
regalo divino.
San Pedro y San Pablo son más gloriosos en sus calabozos, con los grilletes en los
pies (Hch 12,3-7), que arrebatados al tercer cielo (2Cor 12,2) o que recibiendo las
llaves del paraíso (Mt 16,19)».
Sufrir toda clase de cruces, sin rechazar ninguna y sin elegirlas
Disponéos, pues, a ser abandonados por los hombres y los ángeles, y hasta del
mismo Dios; a ser perseguidos, envidiados, traicionados, calumniados,
desprestigiados y abandonados por todos; a sufrir hambre, sed, mendicidad,
desnudez, exilio, cárcel, horca y toda clase de suplicios, aunque seáis inocentes de
los crímenes que se os imputan. Imaginaos, en fin, que después de haber sido
despojados de vuestros bienes y de vuestro honor, después de haber sido
expulsados de vuestra casa, como Job y Santa Isabel reina de Hungría, se os tira
al barro, como a esta santa, o se os arrastra a un estercolero, como a Job, hediondo
y cubierto de llagas (Job 2,7-8), sin que se os dé un trapo con que cubrir vuestras
heridas, sin un trozo de pan, que no se niega a un caballo o a un perro, para
comer, y que en medio de tales males extremos, Dios os abandona a todas las
tentaciones de los demonios, sin aliviar vuestra alma con la menor consolación
sensible.
La mano de Dios
Cuando veáis que un Semeí os injuria y os tira piedras, como al rey David (2Re
16,5-14), decíos interiormente: «no nos venguemos de él; dejémosle actuar, pues
el Señor ha dispuesto que obre así. Reconozco que yo he merecido toda clase de
ultrajes, y que con toda justicia Dios me castiga. Detente, brazo mío, y tú, mi
lengua: ¡no hieras, no digas nada! Este hombre o esta mujer que me dicen y hacen
injurias son embajadores de Dios, que de parte de su misericordia vienen para
castigarme amistosamente. No irritemos, pues, su justicia, usurpando los derechos
de su venganza. Ni menospreciemos su misericordia resistiendo los amorosos
golpes de sus azotes, no sea que, para vengarse, nos remita a la estricta justicia de
la eternidad».
Si queréis haceros dignos de las cruces que os vendrán sin vuestra participación, y
que son las mejores, procuraos algunas cruces voluntarias, con el consejo de un
buen director.
Por ejemplo; ¿tenéis en casa algún mueble inútil al que estáis aficionados? Dadlo
a los pobres, diciendo: ¿quisieras tener cosas supérfluas, mientras Jesús es tan
pobre?
Aprovechamiento espiritual
«Gran confusión y vergüenza nuestra es ver que los mundanos buscan con más
diligencia y cuidado las cosas temporales, y aun los vicios y pecados, que
nosotros la virtud, y que con más prontitud y ligereza corren ellos para la muerte
que nosotros para la vida»
Rectitud de intención
Caridad fraterna
Si el amor que nos pide Cristo que tengamos a nuestros hermanos ha de ser hasta
dar la vida por ellos, ¿cuánto más será razón que se extienda a otras cosas que se
suelen ofrecer, que son de menos dificultad que dar la vida por ellos? Si dijereis:
¡Oh, que no se ofenderá el otro por cosa tan liviana!, respondo: cuanto la cosa es
más liviana, tanto más fácilmente la podríais evitar. Y San Juan Crisóstomo dice
que antes agrava eso más vuestra culpa, pues no os supisteis vencer en una cosa
tan leve.
Siempre está en nuestra mano evitar la confrontación. Cuando da una cosa dura
con otra dura, suena y hace ruido; pero si lo duro da en blando, no se oye ni se
siente.
La humildad
Cuanto más humilde fueres, tanto más crecerás en la virtud y perfección. Pues así
como la soberbia es raíz y principio de todo pecado (Eccli.10,15), así la humildad
lo es de toda virtud.
¡Ay! Qué tal es esta vida, donde nunca faltan tribulaciones y miserias; todas las
cosas están llenas de lazos y de enemigos; en partiéndose una tribulación, viene
otra, y aun antes de que se acabe el combate de una, sobrevienen otras muchas no
pensadas. ¿Cómo puede ser amada una vida llena de tantas amarguras, sujeta a
tantos casos y miserias? ¿Cómo se puede llamar vida la que engendra tantas
muertes y pestilencias? De una gran santa se lee que solía decir que si pudiese
escoger alguna cosa, no escogería otra sino la muerte; porque por medio de ella el
alma se halla sin temor de nunca más hacer cosa que sea impedimento del puro
amor. Y Santa Teresa decía: “Antes morir que pecar, y si vivo que sea sólo para
Dios”
Pero ¡ay! que nuestra vida no nos pertenece, ni somos libres para disponer de ella,
sino sólo Dios. No somos por tanto libres para elegir el momento. Pues no hay
cosa más cierta que la muerte, ni más incierta que el momento de la muerte.
Renuncia al mundo
Los que están asidos a las cosas del mundo y tienen puesto su corazón y contento
en ellas, no pueden tener contento verdadero ni durable, porque andan con las
cosas y dependen de ellas, y así están sujetos a las mudanzas de ellas. Tened por
cierto que mientras no pusiereis vuestro contento en lo que no os pueda nadie
quitar contra vuestra voluntad, siempre estaréis con pena y con sobresalto.
Mientras pusiereis los ojos y el corazón en las cosas del mundo, mutables y
perecederas, no podréis tener sosiego ni contento: ponedle en Dios y tendréisle.
Pues quien tiene a Dios por padre y por hermano a Jesucristo, en cuyas manos
está todo el poder del cielo y de la tierra (Mf28,18) ¿qué más tiene que desear? El
que ya posee el Todo, ¿cómo es que anhela las partes?
Hemos de tomar las cosas de este mundo como de paso; al fin, como peregrinos y
viandantes que somos, no tomando más que lo necesario para poder pasar nuestro
camino. “Contentémonos con tener el sustento necesario y con qué cubrirnos”,
dice San Pablo (1 Tim. S,8). Ahorrémonos y descarguémonos de todo lo que no
es muy necesario, para que así ligeros, podamos mejor caminar. Suspiremos por
nuestra patria y sintamos nuestro destierro. Leamos la Escritura como quien
recibe noticias de su patria estando en tierra extraña...
Por que si aquellos que aman las cosas caducas y terrenas se alegran y regocijan
del buen suceso de ellas, ¿cuánto mayor razón tenemos nosotros de alegrarnos y
regocijarnos en Dios y en la gloria eterna que esperamos?
La vida no es más que para contentar a Dios. Y si Él encamina mi vida por esta
vereda oscura y escabrosa, no tengo que suspirar por otra ninguna clara y suave.
Dice San Juan Crisóstomo: Si veis que un ciego va a caer en un hoyo, le dais la
mano; pues viendo cada día a nuestros hermanos puestos a pique de despeñarse
en el abismo del infierno, ¿cómo nos podremos contener y dejar de darles la
mano? Pues sabed que aunque deis a los pobres toda vuestra hacienda, y ella sea
más que las riquezas del rey Salomón y los tesoros de Creso, más es convertir una
sola alma que todo eso.
Enlaces de Interés:
En esta web podrás encontrar el texto completo del libro “Tiempo y Eternidad”:
http://usuarios.lycos.es/tiempoyeternidad/
http://www.gratisdate.org/fr-textos.htm
http://www.statveritas.com.ar/
http://www.autorescatolicos.org/romuloemilianilacruz.htm
http://salvacioneterna/bravehost.com
http://www.catolicos.org/
http://orbita.starmedia.com/~sma.trinidad/textos/textos.html
http://mx.geocities.com/beltransanchez/libros/
http://www.pormaria.com.ar/
Contacto:
juangarciamillan@yahoo.es