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Salvación Eterna

Por Juan F. García Millán

Este libro es publicado con el permiso del autor, Juan F. García Millán, muy
amado hermano en Cristo, a quien agradezco esta segunda colaboración,
pues ya he publicado otro libro suyo, Tiempo y Eternidad, aumentado con
ambos libros el contenido de mi sitio web.

Recomiendo a todos los visitantes la lectura de los dos libros del hermano
Juan, que abordan temas variados, todos ellos interesantes y expuestos de
manera sencilla y directa.
La Apologetica presentada en estos libros es lo que yo llamaría Apologética
entendible para todos; así que deseo al lector saque buen provecho de estos
libros.

De todo corazón agradezco y bendigo al hermano Juan, por su dedicación y


colaboración, que Dios ayude a sus siervos en la predicación del Evangelio,
luz para el alma y alimento para la fe.

Jesús Hernández

El libro "Salvación Eterna" se encuentra también en el sitio de Juan F. García


Millán: http://es.geocities.com/juangarciamillan/

Presentación

Este sitio contiene textos creados para la defensa y propagación de la


Religión Católica.

Está conformado por capítulos elaborados siguiendo la misma línea del libro
“Tiempo Y Eternidad” que este mismo autor publicó en Internet en abril de
2004. Al igual que esta obra, también estos textos son enteramente
gratuitos, y se pueden descargar, imprimir y difundir todo lo que se necesite,
siempre y cuando no se altere o modifique su contenido.

También se pueden encontrar textos de otros autores y enlaces de interés a


sitios que contienen escritos de espiritualidad y que promueven los valores
cristianos de caridad, humildad, abnegación, renuncia y ascética. Valores sin
los cuales no es posible alcanzar la SALVACIÓN ETERNA.

Juan F. García Millán

AQUÍ INICIA EL LIBRO "SALVACIÓN ETERNA"


Los resaltados son de Jesús Hernández

I Señor, dame pruebas de tu existencia

Leí hace tiempo una entrevista a un científico de renombre mundial, ateo, en


donde le preguntaban: “Si cuando murieses resultase que sí hay Dios, y te
encuentras ante Él, y te recrimina tu ateísmo, ¿qué le contestarías?” A lo que el
científico respondió: Señor, me tendrías que haber dado pruebas más fehacientes
de tu existencia.

Hay muchos científicos y hombres de gran saber como astrónomos, físicos,


químicos, biólogos, o cosmólogos, cuya actitud hacia la religión es bastante
negativa. Su único "dios" es el hombre y su potencial para alcanzar el
conocimiento. Ni que decir tiene que la gran mayoría (aunque no todos) son
agnósticos o ateos.

La aportación de los científicos a la evolución de la especie humana y a la mejora


de sus condiciones de vida ha sido impresionante. Todos los avances en medicina,
cosmología, geología, paleontología o física, han abierto al hombre nuevos
horizontes, le han hecho darse cuenta de que las teorías primitivas que explicaban
el universo ya no son válidas y por tanto las visiones geocéntrica y
antropocéntrica del mundo han sido firmemente superadas.

El perjudicado lógicamente ha sido Dios. La evolución de los descubrimientos


sobre la naturaleza ha ido pareja casi siempre al descrédito de Dios. Dios ya no
era la causa primigenia de todas las cosas. Todo parece tener explicación lógica
sin tener que recurrir a Dios como causa última. Los científicos se encargan de
dar las pruebas en la mayoría de los casos o apuntar hipótesis muy razonables
cuando la prueba se resiste.

Los físicos, los expertos en mecánica cuántica o en biología molecular, han


buscado paralelamente a sus investigaciones algún indicio, alguna pista, que
delate la firma del Maestro en el cuadro de la creación. Han estado buscando ese
matiz, ese guiño que les haga Dios y que les diga: “Si buscas bien te apercibirás
de mi presencia”.

Esos científicos no han encontrado esos indicios. Todo lo que han encontrado es
que el universo es así debido a la casualidad, es decir, sin que haya habido una
mano consciente que lo dirija todo, y nada por tanto les sugiere que el Dios de los
cristianos exista sino en la imaginación de éstos.

Sin embargo, no debemos olvidar que Dios Sí se ha manifestado a los hombres.


Se manifestó en numerosas ocasiones a los hombres del Antiguo Testamento. Y
lo que narran los Evangelios es el relato de la manifestación de Dios a toda la
Humanidad.

E incluso en nuestros días Dios se manifiesta una y otra vez a numerosas


personas. Se manifestó en Fátima y en Lourdes (a través de la Virgen). Se
manifiesta a muchos santos y santas y a mucha otra gente anónima que no
conocemos.

Pero claro, estas manifestaciones no dejan huellas, no ofrecen pruebas que luego
se puedan comprobar a través de un instrumento de precisión y por tanto los
científicos dicen que son fruto de mentes delirantes sugestionadas por el éxtasis
psíquico.

Pero, ¿Qué esperaban? ¿Que se les apareciera a ellos? ¿Que se les mostrara a
través del resultado inequívoco de una ecuación matemática? Dios podría hacerlo
así si quisiera, indudablemente. Así podría haberse convertido el científico con el
que abríamos este capítulo.

Pero es que esas no son las maneras de obrar de Dios. Cuando Dios se manifiesta
a una persona en particular, no tiene en cuenta los méritos intelectuales o la
prominencia científica (que no son nada a su altura), sino que tiene en cuenta
aquellas cualidades que le son más semejantes, aquellas a las que más aprecia,
como son la humildad, la bondad o el amor. Aquellos que las poseen son siempre
los merecedores del inenarrable gozo de su aparición.

¿Y cómo iba Dios a presentarse ante los científicos, y no ante los humildes, ante
los desposeídos, ante los desheredados? ¿No recordamos quién eran los
compañeros de Jesús? ¿Eran acaso los fariseos, los altos sacerdotes o los
gobernadores? ¿Con quién intimó Jesús en su vida terrenal? Pues con los estratos
más bajos y pobres de la comunidad, naturalmente.

No olvidemos que Dios exige una prueba de fe para alcanzar el paraíso. Sin la Fe
no hay salvación. Si un científico descubriese una prueba irrefutable de la
existencia de Dios, y otros lo corroboraran, y se hiciese público y extensivo a toda
la población, no cabe duda que muchos creerían en Dios. Si se proclamara Dios
de forma universal a todos los hombres de forma que sólo los ciegos o los locos le
siguieran ignorando, muy pocos serían ateos.

Ahora bien, no debemos olvidar que eso ya ha ocurrido. En la Edad Media,


cuando la Cristiandad imbuía a toda la sociedad de un profundísimo sentido
cristiano, cuando todo el mundo occidental estaba inmerso en la religiosidad más
exacerbada, nadie en su sano juicio dudaba ni por un instante de la existencia de
Dios ¿Cómo sino podrían explicar ellos los abundantes misterios de la naturaleza?
Pero no nos creamos que por esa razón en esos tiempos las personas eran más
buenas o que se salvaban más que ahora. Las crónicas de aquellos tiempos nos
siguen narrando la maldad de los hombres, los pillajes y bandidajes, las
brutalidades, etc.

Por tanto no creamos que la salvación se conseguiría mejor si Dios se manifestase


abiertamente y por tanto fuese más fácil superar la barrera de la fe.

La mejor herramienta de que dispone Dios para lograr la conversión y la


salvación de sus fieles, ha sido, es y será siempre la misma, y esa no es otra que la
propagación del ejemplo y la vida de aquellos que de verdad creen en Él y siguen
sus preceptos. El apostolado se revela como la única forma activa, segura y
poderosa para conseguir arrancar de la incredulidad y la disipación a las masas de
personas que, sin saberlo, ansían arrojarse a los brazos de Dios.

II ¿Mejor pocos bien atendidos?

Uno de los argumentos más esgrimidos a la hora de explicar por qué no se tienen
más hijos, es el de aquella gente que dice "mejor tener sólo un hijo pero bien
atendido y con comodidades, que muchos más y todos con precariedades".

El argumento no deja de tener su lógica y su sentido, si nos circunscribimos a los


cortos horizontes de esta vida terrenal. Pero claro, el cristiano no puede tener esas
miras, pues apunta a la vida eterna.

En otras palabras, si de lo que se trata es de hacer un viaje desde A (el


nacimiento) a B (la muerte), siendo el punto B el destino final, pues claro que es
mejor llevar menos viajeros, pues el coche es pequeño, y las inclemencias del
viaje son grandes. Pero ojo, resulta que el punto B no es el final, sino apenas el
comienzo, un comienzo a una eternidad pletórica de felicidad. ¿Cómo no pues,
llevar el coche cargado hasta los topes, cómo negarles esa felicidad a esos hijos
nuestros, aunque tengan que ir en bicicleta?

Parecen duras estas palabras. Y lo son sin duda, pues la vida es dura y más para
esos valientes, pero ¿acaso no merece la pena el premio? No podemos tener la
miopía de los ateos, que no pueden ver nada más allá de la muerte. La vida, por
muy dura que se nos presente no es sino la antesala de una forma de vida mucho
más plena, avanzada, feliz y completa, y allí todas nuestras fatigas se olvidarán al
momento, y tendremos toda una eternidad para alegrarnos de haber llevado llenas
las alforjas.

III Las mujeres y el sacramento del Orden

Uno de los argumentos que los detractores de la Iglesia esgrimen contra ella es su
"machismo". La Iglesia es machista, dicen, porque no ordena a mujeres. Porque
nadie en la Jerarquía es mujer.

Cierto es que los tiempos cambian, y la sociedad misma cada vez más va dando
cabida a las mujeres en los puestos de responsabilidad. Desde principios del siglo
XX, cuando comenzaron los movimientos en pos de la liberación de la mujer, ésta
va teniendo un papel más vistoso dentro de la sociedad, al menos la occidental.

Cuando en el párrafo anterior mencioné la palabra "vistoso", estuve a punto de


poner "protagonista", pero hubiera cometido un error. Y la razón es que la mujer
ha tenido siempre un papel protagonista en casi la mayor parte de las sociedades.
Ha sido siempre la mujer la que ha trabajado más que el hombre, la que ha sufrido
más, y la que ha llevado por sí sola el peso, el sostenimiento de los pilares sobre
los que se asienta la sociedad.

Esto en sí mismo no es sino un hecho constatable hasta por un ciego. Y tiene una
parte muy negativa también. En gran parte de la humanidad la mujer es tratada
como una bestia de carga, que no sólo cuida de la prole y las necesidades del
marido, sino que además es recompensada con lo que este último desprecia. Y
esto obviamente no es bueno.

Las mujeres que reclaman más protagonismo, lo que reclaman es más bien
"vistosidad", figurar en los sitios... y tomar decisiones.

Pero antes de nada una aclaración. Estar en un puesto de responsabilidad no es


algo bueno "per sé". Para muchos incluso es algo a evitar a toda costa, una carga
insoportable.
Que la mujer es capaz de estar en cualquier puesto de responsabilidad y
desempeñar su cargo como cualquier hombre (o mejor) es algo que ya nadie duda
hoy en día.

Pues entonces, ¿por qué la Iglesia no acepta mujeres? En primer lugar la pregunta
está mal formulada, ya que la mujer es mayoría dentro de la Iglesia. Habría que
preguntar más bien ¿Por qué las mujeres están excluidas del sacramento del
orden?

Bien, ahí la respuesta es algo más compleja. Hay quien argumenta que el mismo
Jesús no incorporó mujeres dentro de Los Doce. Y la razón bien pudo ser que las
"embajadoras" de su Palabra no hubieran gozado de audiencia entre nadie. La
mayoría de las sociedades antiguas consideraba a las mujeres como un cero a la
izquierda, sin voz ni voto, ni juicio. Incluso en algunos casos se llegaba a
cuestionar si tenían o no alma.

La sociedad moderna ha desechado, felizmente, todas esos disparates, y por tanto


podría ser hora de poner las cosas en su sitio. ¿O no? Pues lamentablemente no.
Resulta que los que vivimos en el Primer Mundo, nos olvidamos muchas veces
que "existen" otros Mundos. Y lo cierto es que la gran mayoría de la Humanidad
aún vive con precariedades, en pobreza, y en muchos casos con costumbres
primitivas.

Enviar una mujer a presidir una Eucaristía a ciertas zonas de misión en Asia
donde aún hoy en día las mujeres son consideradas igual que en tiempos de San
Pablo, sería toda una imprudencia que no traería ninguna conversión a la Iglesia,
o echaría a perder las que existieran.

Así pues, no ha llegado el momento. Y quizá no llegue nunca, o se acabe el


mundo antes ¿quién sabe? El caso es que no puede haber sacerdotes de primera
"todo-terreno" y sacerdotes de segunda "sólo-para-el-mundo-civilizado". Una
participación en el sacramento del orden de esa forma no sería válida. La
ordenación no puede tener límites.
IV La futilidad de la vida

Esta vida está perdida desde el principio. "La vida es un valle de lágrimas" me
decía recientemente un confesor. Hay que hacer de la necesidad virtud. Tantas
frases...

El que se empeña en complacerse y buscar sólo los placeres de la vida es como el


que intenta alumbrarse en una noche cerrada de ventisca con una mísera vela. Una
y otra vez enciende la mecha, pero no avanza... Es como el caballo que corre
detrás de la zanahoria...

¡Hay que resistir! Es la consigna que hemos de decirnos una y otra vez, pues a
buen seguro que nadie nos lo dirá, y menos en este mundo materialista.

La vida es un campo de entrenamiento. Es como la clausura que se impone un


joven universitario para poder estudiar y sacar la carrera. Es la prueba que hemos
de pasar para heredar la eternidad feliz. Es una prueba dura, y peor aún larga, muy
larga. Pero es que infinitamente larga es la eternidad celestial... y la eternidad
infernal también.

¡Hay que resistir! ¡Hay que resistir!

V Radical

Peter Maurin, el fundador del movimiento “El Obrero Católico” en Estados


Unidos, siempre fue un partidario entusiasmado de la palabra “radical”. Recuerdo
uno de sus “Ensayos Fáciles” con los que intentaba, como yo con estos textos,
despertar a los cristianos, que decía algo así como:
“Jesucristo dijo: No podéis servir a Dios y al dinero. ¡No podéis! Pues bien, toda
nuestra educación consiste en tratar de averiguar de qué forma se puede servir a
Dios y al dinero”.

Peter Maurin, como predicador infatigable, siempre zarandeó las conciencias de


los cristianos dormidos y les animó a profesar el Evangelio “sin restricciones”, es
decir, plenamente.

A muchos de los que intentamos explicar el Evangelio en su forma correcta (no


en la versión “light” o cómoda tan de moda hoy en día) se nos dice que somos
unos fanáticos, unos radicales.

Pero es que hablar de catolicismo radical es simplemente una redundancia.


Es como si quisiéramos defender la expresión fuego caliente o sal salada, como si
fuera posible que el fuego pudiera ser frío o la sal dulce. No señor. Se puede
hablar de catolicismo o cristianismo atenuado, pero no de catolicismo radical.

Y es que el cristianismo, por definición, ya es radical. Es radical por que se aparta


perpendicularmente de la concepción mundana de cómo debe ser la actitud
humana. Es radical por que promueve la cruz y el sufrimiento para alcanzar la
felicidad (y el que diga lo contrario es porque no ha entendido el Evangelio). Es
radical en suma, por que el hombre ha de negarse a sí mismo, tomar su propia
cruz, y seguir al maestro (Lucas 9, 23).

G. K. Chesterton, decía que uno de los miedos de los magnates de su tiempo era
que le saliera un hijo católico. Un miedo superior al que saliera marxista, ya que
esto último es menos estable, y en muchos casos se suele vencer con la edad.

Y no le faltaban razones. En los países de mayoría protestante, los católicos por lo


general suelen ser más fieles a la doctrina que los que viven en países de supuesta
mayoría católica. Un católico hace opción por la pobreza y por el
desprendimiento, valores contrarios a la doctrina capitalista. Para esos padres era
pues, una discontinuidad de los negocios, un hijo desaprovechado, normalmente
de por vida.
Cómo si no se explican las palabras de Cristo de “Fuego he venido a traer al
mundo y ojalá estuviera ya ardiendo... ¿Pensáis que he venido a traer al mundo
paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres
contra dos, y dos contra tres (Lucas 12, 49-53).

¿Que otra religión del mundo promueve la Cruz como vía de Salvación? Una cruz
que es “escándalo para los judíos y locura para los griegos” (Cor.1,23). ¿Como
no llamar radical a una religión así?

Pues sí, radical ha de ser nuestra conversión, si aún no estamos en el camino de la


Cruz. Por que sólo con el Evangelio, en su radicalidad, podemos entrar en la Vida
Eterna.

VI El Consumismo

El mundo, ofrece hoy más que nunca una variedad inmensa de ídolos a los que el
ser humano adora con verdadera devoción. Más atrayentes que nunca, esos ídolos
han arrebatado por entero el corazón de los que antes se llamaban cristianos y los
ha convertido en fieles adoradores.

Pero hoy como ayer, esa adoración se instrumentaliza a través del dinero.

El dinero atesorado más allá de su legítimo uso para llevar una vida digna es una
usurpación de lo que les corresponde a los que no tienen nada. No olvidemos que
los bienes de este mundo no nos pertenecen, sino que se nos dan en usufructo. El
único dueño es Dios.

El cristiano auténtico no debe, no puede malgastarlo mientras existan otros


congéneres que no tienen ni lo necesario.

Antes se atesoraba en previsión de necesidades futuras que podrían surgir,


burlando el precepto divino de "buscar primero el reino de Dios, pues todo lo
demás se os dará por añadidura" (Lc 12,31). También hoy se atesora de esa
forma, claro, pero en la mayoría de las ocasiones, ese excedente se malgasta, se
consume.

Efectivamente, una de las formas de adoración que nos impone el Leviatán


moderno es el consumismo, principalmente en los países industrializados.

La gente ya no va a semanalmente a la Eucaristía, como antes. Ahora la visita


semanal ya no se hace al templo, sino al centro comercial.

Con la excusa de hacer la compra, se adquieren esos productos que no se


necesitan, pero que nos meten por los ojos, creándonos necesidades artificiales.

Y los hay para todos los bolsillos. El ídolo del consumismo no se adora solamente
en los templos modernos, los grandes centros comerciales. También las tiendas de
"todo a un dólar", o su equivalente en otros países satisfacen los anhelos del
corazón consumista, del que se ha desplazado a Dios. "Sólo a mí adorarás, sólo a
mí me darás culto" (Ex. 34,14)

No piense el cristiano que desea seguir fielmente a Cristo, que por que sea poco el
dinero que se emplea en esas compras está más libre de culpa. Si el corazón está
"enganchado" a esos pequeños caprichos, poco espacio puede quedar para Dios.

VII La Anticoncepción

Junto al mundo, (y al demonio), la carne siempre ha sido el otro enemigo


acérrimo del hombre cristiano.

Y al igual que comentábamos con respecto al mundo, la sociedad de hoy favorece


como nunca la adoración a este ídolo.
La liberación de la mujer en las sociedades occidentales durante el siglo XX, su
acceso e incorporación de forma masiva al mundo laboral, y el avance en la
elaboración de anticonceptivos, a traído como consecuencia un aumento como
jamás se había visto, de la promiscuidad sexual.

Por supuesto que yo no estoy criticando que la mujer trabaje y que no tenga que
depender del marido. La liberación de la mujer ha marcado todo un hito en la
historia en pro de la dignidad humana y ha significado un gran beneficio para la
igualdad de sexos en cuanto a condiciones legales, jurídicas, y de toda índole.

Pero sí que es cierto que antes la mujer había de conservarse casta, y "entregarse"
a un sólo hombre, pues era prácticamente la única posibilidad de supervivencia, al
no haber muchos modos ni oficios en los que pudiese ganarse la vida. Si la mujer
era promiscua, corría el riesgo de ser rechazada y quedarse como "una solterona".
La idea general era que si la mujer se entregaba antes del matrimonio, puesto que
el hombre sólo buscaba eso, nunca se casaría. El matrimonio pues, era el precio
del sexo.

Obviamente este no era el caso de todo el mundo, y de todas formas el hombre


podía encontrar sexo sin casarse en otros sitios. Pero al menos se me dará la razón
en que hoy por hoy las circunstancias son mucho mejores que antes en cuanto a
favorecer la promiscuidad.

Siguiendo el planteamiento que hacíamos antes con el Mundo, el sexo es otro


ídolo que nos vela la verdadera adoración a Dios. Si damos culto al sexo, estamos
desbancando a Dios del corazón, total o parcialmente.

Por eso la Iglesia ha racionalizado la sexualidad. Entiéndase que no me refiero a


racionar, sino a racionalizar. La Iglesia no prohíbe el sexo, sólo lo encauza.

Lo encauza al matrimonio, claro está, y le dota de una perfección, que es la


apertura a la vida.

Entiende la Iglesia que la anticoncepción busca solamente el placer en sí mismo,


eliminando el vínculo que lo hace sagrado, que es la procreación, es decir, la
colaboración humana en los designios divinos de la continuidad de la especie.

En cualquier caso, la Iglesia no prohíbe todas las formas de anticoncepción. Los


llamados métodos naturales que se basan en la observación de los períodos
infecundos de la mujer sí son permitidos e incluso recomendados en muchas
ocasiones.

Este asunto ha dado mucho que hablar, y ha suscitado confrontaciones incluso


dentro de la propia Jerarquía eclesiástica.

Hay muchos cristianos bien intencionados a quien no les parece correcta la


distinción entre métodos naturales y métodos artificiales. El sólo hecho de admitir
en la relación un elemento externo, bien sea una sustancia química o un medio
físico, no es motivo suficiente -según ellos- para admitir una diferenciación entre
lo natural y lo artificial.

Y es que si se quiere, también los medios naturales son artificiales. Al entender de


muchos, el que una mujer realice mediciones de temperatura y de la consistencia
de los flujos corporales, que los vaya analizando y haciendo gráficos en base
diaria, no parece que sea muy natural, sino más bien algo bastante artificial. Por
no hablar ya de los aparatos que venden las farmacias que hacen ese mismo
trabajo.

¿Significa esto que si un cristiano bienintencionado cree en conciencia esta


disquisición (que pudiera parecer bastante razonable), puede utilizar por tanto, los
métodos "artificiales"?

Bueno, más bien debiera hacerse todo lo contrario, creo yo, para ser coherente. Si
la Iglesia proscribe los métodos artificiales, y a nosotros en conciencia nos parece
que un método natural parece artificial, debiéramos pues, en coherencia, no usarlo
tampoco.

En cualquier caso, deberíamos estar por encima de todas esas cosas, y


simplemente dejarnos llevar. Dejarnos llevar por lo que dice la Iglesia, claro, y no
entrar en disquisiciones sobre si moralmente me obligo o si en conciencia no
peco, etc, etc.

No olvidemos que independientemente de lo que uno piense o no piense, somos


hijos de la Iglesia, y que la obediencia, la humildad y la mansedumbre son valores
que Cristo nos ha enseñado a practicar. Sí. Independientemente de que pensemos
que se nos ordena algo injusto o erróneo. Lo mismo debió pensar Abraham
cuando Dios le ordenó sacrificar a su hijo Isaac (Gen 22.2)

Y es que la obediencia es una virtud de entrega, de abnegación, de renuncia (y de


cruz) como ninguna otra, pues con la obediencia entregamos aquello que en más
estima tenemos, que es la voluntad. Con razón dicen los religiosos que de los tres
votos -obediencia, castidad, pobreza- es este el más duro y difícil de cumplir.

Pero por esa razón es el que más mérito tiene, y el que más se identifica con el
vaciamiento de corazón que debemos obtener para que Dios pueda morar en él de
forma completa. No hay mayor renuncia y desasimiento que el que se hace de la
propia voluntad.

Y para ir finalizando este capítulo sobre la anticoncepción, quiero reproducir aquí


un pasaje de Jose María Iraburu procedente de su estupendo libro “De Cristo o
del Mundo”:

“Imaginemos que un ministro de la Iglesia, ante un grupo de ricos apegados a sus


riquezas, predicase sobre la cuestión social en estos términos:

«Hermanos, ésta es la norma: vosotros, los ricos, mientras vuestro prójimo pasa
hambre, no tenéis derecho a lujos; por eso, privándoos de lo superfluo y
reduciendo vuestras necesidades, debéis compartir vuestros bienes con los pobres,
para que la miseria y el hambre sean por fin vencidos. Así enseñan las últimas
encíclicas sociales.

«Ya comprendo, sin embargo, que esta norma que da la Iglesia suscita en
vosotros, los ricos cristianos, especiales problemas de conciencia. Algunos de
vosotros no veis en tal norma fundamentos convincentes de razón, ni bases claras
en la Escritura. Pensáis algunos que el Evangelio exhorta al amor, no a la
igualdad, y que ciertas desigualdades, incluso grandes desigualdades, son
perfectamente conformes con el orden natural; y quizá no os falte algo de razón.

«Por otra parte, esa norma, así planteada, no puede decirse que sea una doctrina
infalible. Es evidente que no todas las desigualdades son injustas, y que no es tan
fácil discernir las desigualdades justas de las injustas, y lo necesario de lo
superfluo. Por eso, no siendo una doctrina infalible, aquel de vosotros que tenga
razones verdaderamente graves para disentir en conciencia de ella, no sólo puede,
sino que debe seguir el dictamen de su conciencia. Nadie, pues, se angustie al
escuchar las encíclicas sociales de la Iglesia [aquí murmullos de aprobación].

«Notad, por otra parte, que en las encíclicas aludidas no se dice nunca que estas
materias graven las conciencias bajo «pecado mortal». Evitan deliberadamente
emplear tal expresión; no es un olvido. La Iglesia además es la primera en
conocer que situaciones objetivamente ilícitas, pueden ser en ciertas condiciones
disculpables o subjetivamente defendibles. Es un hecho que vosotros -no uno, ni
dos, sino casi todos- sentís verdadera repugnancia a limitar una vida de riquezas a
la que desde niños os han acostumbrado, para prestar a los necesitados una
efímera ayuda, de la que posiblemente no hagan buen uso. Como también es un
hecho que casi todos los ricos -incluso los países ricos en su totalidad-, siendo
cristianos, desobedecéis estas normas sociales de la Iglesia. Y sería un pesimismo
excesivo pensar que todos vosotros estáis «apartados del amor de Dios» [algunas
risas]. Es verdad que la Iglesia propone la efectiva solidaridad fraterna como un
ideal, pero también es verdad que hay grados de crecimiento en la vida cristiana
que deben ser respetados. Podéis, pues, estar tranquilos» [aplausos, silenciados
por el predicador].

«Pero en todo caso, si vuestras enormes riquezas actuales os plantean un


verdadero problema de conciencia, tenéis abierta una salida segura acudiendo a la
tradicional doctrina moral sobre el conflicto de valores: en efecto, si para ayudar a
los pobres tratáis de reducir en serio vuestras riquezas en nombre de la justicia y
de la caridad, seguramente esto va a ocasionar graves problemas familiares, que
podrán afectar seriamente al amor entre esposos y entre padres e hijos. Es, pues,
éste un caso típico de conciencia perpleja, ya conocido y reconocido por la moral
clásica, en el que hagáis lo que hagáis, hacéis un mal. O poner en peligro el amor
y la paz familiar, que sin duda es un valor primario, o no cumplir lo que dicen las
encíclicas. Debéis entonces, con toda libertad, sin admitir presiones, elegir lo que
en conciencia os parezca el valor mayor, o si se quiere, el mal menor. Ninguna
norma, persona o institución puede en esto sustituir el dictamen último de vuestra
conciencia. Y estad ciertos de que después no necesitáis confesaros sobre estas
materias»... (grandes y prolongados aplausos).

¿Habría alguna probabilidad de que los ricos que escucharan una predicación
como ésta se convirtieran, y pasaran de la injusticia a la justicia? ¿Sería posible
reconocer en esos planteamientos una verdadera predicación de la doctrina social
de la Iglesia? ¿No sería más bien una broma trágica, realizada mientras millones
de seres humanos mueren de hambre?...

Pues así es como algunos, en ciertas regiones de la Iglesia, enseñan acerca de la


moral conyugal católica: no han terminado de exponer la norma, cuando ya la han
negado o puesto en duda, la han juzgado impracticable, y han suministrado
hábilmente diez posibilidades de eludirla con buena conciencia. Otros, la
mayoría, tienen más sentido del ridículo, y prefieren callarse: simplemente, se
abstienen de hablar o predicar sobre el tema. Y en fin, unos pocos predican la
verdad, y son de uno u otro modo marginados, rechazados como fanáticos duros,
sin caridad”.

Bien, podría objetarse contra este pasaje que el pecado de los ricos es mucho
mayor que el de los que usan anticonceptivos, pues aquellos perjudican a terceros,
(por su egoísmo), mientras que los otros, si acaso, sólo se perjudican a sí mismos.

Pero es que no debemos olvidar que los otros también son egoístas, al reducir o
eliminar las posibilidades de engendrar un nuevo heredero del cielo. Y también
por preferirse a sí mismos antes que a Jesucristo, que les está mirando desde la
Cruz.
VIII La renuncia es del corazón

Cuando Jesucristo exhorta a renunciar a las riquezas y a las ambiciones del


mundo, se está refiriendo siempre a una renuncia del corazón. De nada vale pues
quien se priva de todo, y sin embargo en su corazón lo sigue anhelando. En ese
corazón por tanto no cabe Dios, pues ya está lleno del anhelo de todas esas cosas.

Esa pues, es la medida que nos permite saber si somos pobres o no. Si nuestro
corazón es indiferente a las riquezas, a buen seguro que no las adquiriremos, y si
las tenemos, pronto nos dejarán. Y lo mismo con todas las otras cosas del mundo.

Hay matrimonios, por ejemplo en los que quizá a un cónyuge le gustaría ser más
generoso en las limosnas o dar más dinero a los pobres, pero el otro no está por la
labor. Igualmente puede ser que uno no quiera usar anticonceptivos, y el otro sí.
Y como en todos las parejas siempre suele haber un cónyuge dominante, ¿qué
puede hacer el más débil si el otro se resiste a cambiar de actitud?

Bien, pues tenemos de nuevo que preguntarnos cual es la inclinación del corazón.
El cónyuge que invita a ir al otro por la vía de Jesucristo, sin éxito, ha de insistir
en el propósito, y en última instancia ha de pedirlo en la oración. Pero pedirlo de
verdad. Sólo así sabremos si en verdad el corazón está sintonizado en la
frecuencia correcta.

El desprendimiento del corazón implica no sólo que no debemos perseguir los


bienes del mundo (o de la carne) sino que debemos de estar prestos a
desprendernos de ellos, si ya los tenemos. Sólo si cuando los perdemos no
mostramos inquietud, sabremos realmente que no estábamos apegados a ellos.

IX La autenticidad y divinidad de la Iglesia


Decía Dorothy Day, una de las más grandes santas del siglo XX, que los mismos
ataques que sufre la Iglesia, especialmente la Iglesia Católica, son la prueba
irrefutable de su divinidad. Y cierto es que ninguna otra Confesión en la historia
ha sufrido tantos ataques como la Iglesia Católica.

Esto quizá nos haga sentir a los católicos los más privilegiados de los cristianos,
pues en esta persecución histórica se manifiesta nuestra predilección como hijos
de Dios y la certeza inigualable de la fidelidad al dogma y a la doctrina que
predicó Jesucristo.

Pero hay muchos otros aspectos que nos hacen pensar igualmente en la
autenticidad de nuestra Fe. Y estoy pensando ahora en el Perdón.

Si, el perdón que manifiesta Dios para con los pecadores. Un perdón ilimitado,
fruto de una misericordia infinita.

En una de sus enseñanzas Jesucristo declara: Aquel que me negare ante los
hombres, también a ese le negaré yo ante mi Padre (Mt 10,33). Pues bien, el
mismísimo Pedro le negó a Él no una sino tres veces en los duros momentos de su
Pasión. Y esta negativa no es comparable a la que podamos hacer nosotros o la
que han hecho otros cristianos en la historia. No, Pedro le negó a Él físicamente.
Habiéndole conocido, habiéndole oído con sus propios oídos, visto con sus
propios ojos, tocado con sus propias manos y aún así Pedro aún no le conoce, le
niega.

¡Cuantos otros mártires han dado su vida con horribles torturas sólo para no
repetir el comportamiento de Pedro! ¡Mártires, que no le vieron ni le oyeron, ni le
tocaron!

Pero sin embargo, aquí se muestra inconmensurable el Perdón de Dios. Ante


semejante comportamiento Pedro no hubiera merecido ante nuestros ojos ninguna
conmiseración. Le hubiéramos rechazado, odiado, para siempre. Pero Dios no. Él
no procede como los humanos. Pedro fue uno de los primeros a quien se apareció
el Cristo resucitado. Pedro fue instituido como poseedor de las llaves del reino, a
Pedro se le dio una segunda oportunidad, y murió finalmente mártir de la Fe, en
Roma.

Cosas como estas son las que me hacen pensar que el cristianismo es único entre
todas las religiones, que marca la pauta definitiva de autenticidad, que muestra el
giro de tuerca más allá del que van las demás religiones, el golpe de mano
definitivo que desbanca a cualquier sucedáneo.

El Dios que perdona infinitamente, que se empequeñece hasta extremos


inhumanos, que se muestra más humano que cualquiera de los que nos llamamos
humanos. Ése es, el Dios con el que yo me quedo. El único Dios que deja de ser
Dios para hacerse lo más ínfimo, para rebajarse y humillarse hasta lo mas bajo,
muriendo como un criminal, ese Dios, es el único que merece llamarse Dios.

X La autenticidad del Catolicismo

En sus orígenes, el cristianismo era considerado una secta del judaísmo, pues
emanaba de él, y a los ojos de un profano, no era sino una rama más de éste. La
única diferencia parecía ser un profeta, que era considerado como autoridad por
unos y negado por otros.

Con el paso del tiempo el cristianismo se fue extendiendo, y el número de sus


fieles aumentando.

Cuando fue considerada religión oficial del Imperio Romano, adquirió una
entidad que lo desvinculaba totalmente de ser simplemente una secta del
judaísmo.

El cristianismo, a su vez, padeció muchas tentativas de escisión, que a punto


estuvieron de desembocar en cisma abierto y permanente. Quizá la más clara en el
primer milenio fue el arrianismo. Pero esta y otras más que hubo, fueron
finalmente abortadas, y aunque unas duraron más que otras, a la postre siempre se
consiguió la unidad.

El primer cisma importante (y que sigue hasta la fecha) fue el Cisma de Oriente,
que constituyó lo que hoy llamamos la "Religión Ortodoxa".

La Iglesia Ortodoxa niega la obediencia al Papa, pero por lo demás tiene


coincidencia doctrinal casi perfecta con las enseñanzas de Roma, y los ritos son
casi idénticos.

El cisma importante llegó en el siglo XVI con la Reforma.

El protestantismo, al igual que la Iglesia Ortodoxa, niega la autoridad del Papa,


pero además rompe con toda tradición anterior, llegando a desautorizar gran parte
del Magisterio de la Iglesia.

Si la Ortodoxia fue un ligero desmarque, el protestantismo es una vuelta de tuerca


definitiva, que deja únicamente a la Biblia como fuente de doctrina, sin respetar
prácticamente ninguna otra autoridad.

Y aquí viene realmente el problema.

La Biblia es un libro complejo. Fue escrito por muchas personas diferentes, a lo


largo de varios siglos, y con unas circunstancias y motivaciones nada similares
unas de otras.

Hay pasajes claros, que hablan al lector directamente con palabras sencillas, pero
hay muchos otros oscuros de difícil interpretación. Y todo es palabra divina, claro
está.

La Biblia puede estar sujeta a multitud de interpretaciones. Pongamos por caso el


conocido pasaje de Lucas 18,25: «Es más fácil que un camello entre por el ojo de
una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.»

Pues bien, Jesús no define aquí la palabra rico en términos de magnitud. ¿Qué es
un rico? ¿Es el que tiene más que la media de la población? ¿Es el millonario
cuya clase social constituye menos del 1% de la gente? ¿Es todo aquel que no es
paupérrimo y que no tiene ni un céntimo para cenar esta noche?

Otro ejemplo más controvertido es la Última Cena:

«Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi
cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual
modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi
sangre, que es derramada por vosotros.» (Lc 22, 19-20)

Los católicos decimos que ese pan y ese vino es realmente el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, y que debemos asistir al menos semanalmente a la conmemoración
instituida en ese pasaje.

Los protestantes tienen interpretaciones variadísimas, pero casi todas coinciden en


el hecho de que ese Cuerpo y esa Sangre no son tales, sino que son figuras
alegóricas, y que esa conmemoración vinculaba sólo a los apóstoles.

Y prácticamente podríamos citar cada versículo de los evangelios, y presentar las


interpretaciones diversas que se pueden extrapolar, y de hecho se extrapolan en
cada una de las sectas protestantes que existen.

Así pues, el estudio de la Biblia, y su interpretación es un problema de primera


categoría, que no puede ser dejado a profanos.

No obstante he de decir en favor de los protestantes, que pocos como ellos han
sometido a la Biblia a un examen tan exhaustivo, como requiere su estudio.

Pero es ahí precisamente donde reside su debilidad.

Considerando sólo la Biblia como única fuente de conocimiento, eliminan


muchísimas y valiosísimas fuentes de información verídica sobre la Revelación,
como son los escritos de los Padres de la Iglesia, y la Tradición y el Magisterio.
Además, la mayoría de las confesiones protestantes se caracterizan por adaptar la
Palabra de Dios al hombre, y no el hombre a la Palabra de Dios.

La mayoría endulzan, suavizan, minimizan los pasajes duros de la Biblia, y hacen


de esa forma más "ancha" la puerta "estrecha" que predica el Evangelio. (Lc 13,
23-28)

Siguiendo con el ejemplo de las riquezas, los calvinistas hacen elogio de las
mismas, y no las consideran pecaminosas en líneas generales. Sin embargo los
franciscanos hacen un voto de pobreza tal, que no disponen en absoluto de dinero,
sino que viven de la caridad. ¿Quién se parece más a Jesucristo?

Las obras de caridad que realiza la Iglesia Católica en el tercer mundo (y también
en el primero) a través de congregaciones religiosas u organizaciones como
Cáritas o Manos Unidas, no tienen parangón en todo el mundo.

No existe ninguna confesión protestante que llegue a los niveles de


desprendimiento, entrega, y humildad de esas congregaciones. La misma
obediencia que debemos y profesamos hacia el Papa y a la Jerarquía eclesiástica
es una prueba más de la humildad, renuncia y mansedumbre que predica
Jesucristo, y que ninguna confesión protestante puede igualar.

En definitiva, el catolicismo es la forma más radical, y por tanto más segura de


seguir la Biblia, y de esa forma, asegurarnos la Salvación Eterna.

XI La Ciencia ayuda a comprender la Fe

Pues sí, por mucho que algunos se empeñen en hacer incompatible ciencia y Fe,
incluso ciencia moderna, yo creo que es una herramienta inestimable para
comprender y hacer plausibles los misterios divinos.
Cuando las primeras naves espaciales abandonaron nuestro planeta, muchos
astronautas volvían diciendo que no habían visto a Dios en los cielos.

Sin embargo la astronomía nos ha dicho que las estrellas que vemos en el cielo
son soles como nuestro sol, y que es casi seguro que alrededor de ellas orbiten
planetas como el nuestro.

Por si esto fuera poco, muchos científicos hablan de que es casi seguro que
existen no uno sino múltiples universos, dimensiones espacio-temporales que
habitan o pueden habitar una misma realidad.

¿No nos está sugiriendo la ciencia multitud de lugares donde puede encontrarse
Dios?

Que Dios es extraterrestre es una verdad constatada, que todos los creyentes
aceptan: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi
gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino
no es de aquí.» (Juan 18, 36). Y no sólo por este pasaje. Ya en los comienzos del
libro del Génesis queda muy claro que Dios existe antes que la Tierra, por tanto
no cometemos ningún error al decir extraterrestre, es decir, que no procede de la
Tierra.

Pero claro, cuando alguien habla de alienígenas, uno piensa en hombrecillos


verdes con antenas que llegan en platillos volantes. Y por tanto comparar esto con
Dios, pudiera parecer un insulto o una blasfemia...

Pero creo que no digo ningún despropósito si afirmo que quizá el cielo, la morada
de Dios, el lugar al que nos tiene destinado el Padre esté en alguno de esos
mundos que nos ofrece la astronomía, o en alguna de esas realidades espacio
temporales que nos indica la Física. ¿Por qué no? ¿Acaso contradice esto la
doctrina de Jesucristo?

La ciencia nos ha demostrado que el relato bíblico de la Creación no se puede


tomar al pie de la letra. Ni tampoco muchas de las cosas que se dan por sentadas
en muchas partes del Antiguo Testamento.

La Iglesia Católica que en su día condenó a Galileo ya ha rectificado. El propio


Juan Pablo II levantó el edicto.

Los católicos, pues aceptamos lo que dice la ciencia sobre la Naturaleza. Y como
aquí digo, esto no es incompatible con la existencia de Dios.

La ciencia no ha demostrado que Dios no existe. La ausencia de evidencia no


implica la evidencia de la ausencia.

Por el contrario, los recientes descubrimientos astronómicos nos llenan de


esperanza y arrojan teorías plausibles sobre Dios y su encuentro con el hombre.

Grandes científicos divulgadores han escrito obras maestras de ciencia-ficción


donde nos cuentan historias de razas superiores que adoptan o intervienen en la
vida de seres inferiores. Y no todas con malas intenciones. Se me ocurren ahora
las obras de David Brin tituladas La Evolución de los Pupilos, o la más conocida
de Arthur Clarke, 2001 Una Odisea Espacial.

Estos autores son expertos en Física; elaboran obras de ficción, sí, pero basadas
en hechos científicos constatados que aún no se han desarrollado en la práctica,
pero que son posibles al menos teóricamente.

Por supuesto no estoy diciendo que Dios haya viajado a la Tierra en una nave
espacial y haya intervenido en la vida de los humanos desde hace 6000 años.
Aunque tampoco estoy diciendo que esto no pueda ser de ninguna de las maneras.

Creo que la ciencia puede desvelarnos muchos misterios en el futuro, y como


creyente, estoy seguro que esos misterios desvelados nos acercarán aún más a
Dios.
XII Sufrimiento o masoquismo

A los cristianos se nos ha acusado en muchas ocasiones de ser masoquistas. Y es


que es en esta religión como en ninguna otra donde el amor al sufrimiento tiene
una significación especial.

Lógicamente cuando alguien dice que tiene amor al sufrimiento, lo primero que
se nos pasa por la cabeza es que esa persona es masoquista, o que no está en sus
cabales.

¿Entra dentro de esta definición el cristiano que dice que ama el sufrimiento?

Amar el sufrimiento desde el punto de vista cristiano no es ser masoquista por las
siguientes razones:

En primer lugar, el cristiano no busca intencionada o directamente el sufrimiento,


sino que éste le sobreviene como consecuencia de una determinada acción que
persigue un bien más noble.

De la misma forma que un padre que trabaja horas extras para con ese dinero
darle una educación mejor a sus hijos no es masoquista, tampoco lo es el cristiano
que se sacrifica por los demás.

Cuando el cristiano entrega su vida al servicio de los demás, a cuidar enfermos, a


educar a analfabetos, a evangeliza a paganos, o a tantos otros menesteres
piadosos, está aceptando de buen grado el sufrimiento inherente a esas actitudes.
Por eso cuando dice que ama el sufrimiento, se está refiriendo realmente a que
ama realizar las acciones que inevitablemente llevan aparejadas ese sufrimiento.

El mismo hecho de ser cristiano en un mundo descristianizado, de nadar


contracorriente, ya es un sufrimiento.

Nuestro Dios, al morir en una cruz, y al exigirnos que le imitásemos en tantos


pasajes del Evangelio, nos dejó bien claro que la imitación ha de llegar hasta el
final, hasta morir si es necesario, y a sufrir con tal de conseguir los objetivos y
misiones que Él nos encomendó.

El que piense que esto no es así, que piense sino, por qué murió Cristo. Por qué
murió crucificado después de ser humillado y azotado.

Una de dos, o Cristo fue un farsante y fue ajusticiado como tal, o bien era
realmente Hijo de Dios.

Si creemos la segunda hipótesis, mal se puede explicar que su crucifixión fuera


un accidente, pues un Dios no puede cometer semejantes fallos. Es decir, tuvo
que tener una razón.

La Biblia nos dice que la razón fue salvarnos del pecado. En otras palabras, dio su
vida por nosotros. Por tanto, si todo buen discípulo ha de poner en práctica lo que
dice y hace su maestro, ¿se tendrá que restringir esa imitación a sólo las partes
“cómodas”? Cierto es que no todos estamos hechos de la misma pasta, y que
muchos somos débiles para aceptar el martirio. Pero eso no quita que cada uno
realice esa imitación en la medida de sus fuerzas.

No a todos les da Dios el privilegio de poder dar la vida por Él, sino que a cada
uno le brinda un camino acorde con sus posibilidades.

Así pues, la mayor exhortación que nos dio Jesús fue que hay que sacrificarse por
los demás. Y el sacrificio implica sufrimiento. Por eso los cristianos aman el
sufrimiento, en la medida que éste va implícito al sacrificio, al servicio, a la
dedicación, a la caridad.

Obviamente, hay quien puede decantarse por la primera hipótesis, es decir, que
Cristo fue un farsante, y que murió como tal. Mal andaríamos entonces, si el
cristianismo como primera religión del mundo (al menos en cuanto al número de
fieles) y con dos mil años de antigüedad, siguiera a una quimera.
XIII El celibato

“El celibato es una bendición para los sacerdotes; una liberación del yugo
esclavizante de la sexualidad y un remedio sin parangón que permite la
dedicación plena a la inefable e insigne labor pastoral”.

Me hubiera gustado poner estas palabras en boca de un obispo o de un alto cargo


de la Iglesia, pero desgraciadamente son mías. Eso no quita lógicamente que
alguien no haya dicho o expresado palabras similares acerca del celibato.

Pero es que es cierto. Hay infinidad de personas que están en contra del celibato,
y muchas de ellas son sacerdotes. Creen que es una aberración, algo contra natura.
Alegan que es discriminatorio, que todos los demás presbíteros cristianos se casan
si quieren, incluso los católicos de rito oriental (y los latinos de los primeros
tiempos).

Obviamente el celibato no es un dogma de fe, y cualquier Papa puede suprimirlo


si así lo desea. Pero, ¿sería conveniente?

Yo creo que no, pues como he dicho antes, es una ayuda, para todo aquel que
quiera realmente ejercer con plenitud la labor pastoral.

El sacerdotes célibe está liberado de las ataduras de la familia, de los hijos, que en
muchas ocasiones acaparan la atención del padre hasta extremos verdaderamente
asfixiantes. De esta forma no sólo tiene más tiempo, sino además menos
impedimentos para tomar decisiones arriesgadas, que en cualquier momento
puede reclamar la labor pastoral.

Realmente el celibato es un voto. Un voto similar al que hace una persona piadosa
que se propone por ejemplo rezar a diario el rosario. La carne es débil, y muchas
veces es necesario hacer un voto ante Dios con objeto de cumplir un propósito de
la voluntad que de otro modo no se vería cumplido, o lo sería imperfectamente.
El celibato podría ser voluntario, como muchos postulan. No habría nada de malo
en ello. Pero para el sacerdote de vocación, involucrado con su parroquia, o con
su labor pastoral, allá donde se le exija, el matrimonio podría ser un impedimento,
un estorbo, una carga.

Cierto que habría muchas personas que se realizasen plenamente y cumpliesen


fielmente con su labor aún siendo casadas. Pero yo, y la Iglesia creemos que en
una gran mayoría de personas no sería lo más conveniente.

Una persona puede ver ideal el matrimonio desde fuera, y pensar sinceramente
que casarse con determinada persona no le perjudicaría en nada en su labor
sacerdotal. Puede estar realmente convencido de ello. Pero luego la experiencia
puede demostrar lo contrario, y en muchas ocasiones ha sido así en la iglesia
oriental.

Por eso la Iglesia latina, al obligar al celibato mediante voto está ofreciendo de
entrada lo que la experiencia de tantos y tantos siglos ha aconsejado a los
presbíteros: que es mejor realizar un camino arduo con las alforjas ligeras, que no
con ellas llenas de pesadas cargas. Y es que para el mejor cumplimiento de la
labor sacerdotal es menor carga la que implica el celibato, que la que ofrece el
matrimonio.

XIV Los misioneros

Cuando uno lee las historias de los misioneros, y de todos los evangelizadores
que muchas veces solos o acompañados de algún compañero lo han dado todo por
la predicación del Evangelio, no puedo uno menos que asombrarse.

Esos sí que son héroes, y no los que nos pintan los medios de comunicación de
hoy. Esos sí que lo han dado todo por los demás, sin dejar nada para sí.
Yo no digo que absolutamente todo lo que se nos transmite de aquellos héroes sea
verdad. Es posible que en muchos casos haya habido exageraciones, y aunque por
buenas razones, se hayan aumentado un tanto las acciones y realizaciones de esos
grandes santos. Pero no cabe duda que el fondo de verdad que queda es sin lugar
a dudas excepcional.

Yo he leído recientemente las historias de los grandes evangelizadores de


América, y ciertamente es para quedarse pasmado. Recomiendo vivamente al
lector interesado el libro “Hechos de los apóstoles de América” de José María
Iraburu.

La abnegación y entrega de los misioneros franciscanos, en América, al poco del


descubrimiento, caminando a pie miles de millas en una vida pura de
desprendimiento, arriesgando la vida a cada paso, entre áridos desiertos,
intrincadas selvas o pantanosos territorios, siempre con la muerte al acecho, bien
por accidente, bien por puro cansancio, o bien a manos de aquellos a quién se iba
a evangelizar...

Entrando en territorios de tribus hostiles a los blancos, donde encontrar la muerte


era casi seguro, y aún así obrar conversiones milagrosas, aunque fuera a costa de
la propia vida...

O qué decir de un Pedro Claver, el “apóstol de los negros”, que entregó su vida
entera a la evangelización y primeros cuidados de los esclavos recién traídos en
los barcos negreros, desprendiéndose absolutamente de cualquier posesión, y en
medio de grandes ascesis personales...

Por no hablar de los martirios tan horrendos que los indios iroqueses inflingieron
a los misioneros franceses del Canadá. Aquellos que habían llegado allí, dejando
una vida de comodidades en Francia por puro amor a Jesucristo, para atraer y
darle más almas al Creador... siendo torturados hasta la muerte por aquellos a
quienes se iba a salvar. Y siempre dando gracias a Dios mientras morían, por
haberles concedido el martirio luchando por la propagación de su Fe.
Ciertamente son conmovedores todos esos relatos. Testimonios irrefutables de fe,
de entrega, de abnegación, de sacrificio, de resistir al cansancio, a las
contrariedades, al rechazo generalizado, a los insultos, al desprecio, a la tentación
de abandono. Y siempre con bondad, con caridad, con sonrisa inextinguible,
siempre solícitos y prestos para cualquier tarea que se les encomendase, aún sin
salud, aunque fuera ir al fin del mundo para dar la comunión a un indio recién
convertido.

¿No son esto héroes? ¿no son esto acaso signos como ningún otro del amor a
Cristo y a nuestros hermanos? Ciertamente que no hay ninguna otra forma más
sublime y más completa de imitar a Cristo que la de estos misioneros, que dan su
vida completa por el Evangelio, muchos de ellos como nuestro Señor, siendo
crucificados por aquellos a quienes habían venido a salvar.

¿Puede acaso alguna otra religión dar testimonio de semejante entrega? ¿Pueden
acaso los “misioneros” de otras confesiones rivalizar en cuanto a sacrificio y
compromiso con los misioneros católicos? Ni de lejos. Mismamente, hoy en día
en zonas de guerra o catástrofe en Asia o África, cuando ya todas las ONGs y
otros misioneros se han ido, sólo quedan los misioneros y cooperantes católicos.
Y se quedan hasta el final. Hasta abrazar la muerte si es preciso.

Sólo una religión así puede ser la verdadera. Sólo una religión con semejantes
héroes puede mover a otros a unirse a ella.

Los misioneros católicos han dado la talla, y han demostrado ante la mojigatería y
pusilanimidad de los protestantes, que su cristianismo light no es el camino
correcto, pues ellos no han llegado ni por asomo a semejantes cotas de heroísmo.
Nuestros misioneros han demostrado ante Dios y ante los hombres cual era el
camino correcto en la encrucijada odiosa que Lutero ofreció a la Iglesia en el
siglo XVI.

Dios mío, danos fuerzas a todos los que intentamos llevar tu Santo Nombre a los
paganos para que a imitación de tus grandes santos, podamos también nosotros
sufrir las persecuciones que Tú mismo Hijo sufrió, para que de esta forma el
campo de la Fe produzca recios y firmes cristianos, aunque tenga que ser regado
con nuestra propia sangre. Por Jesucristo nuestro Señor, amén.

XV Estamos perdiendo el norte

En los países occidentales de vieja tradición católica como Francia, España o


Italia, poco queda ya de esta tradición.

El materialismo y la negación de Dios que comenzó hace unos cuantos siglos con
la Ilustración, ha conseguido hace ya tiempo sus últimos objetivos y también en
estos países, la gran masa de la población no es, en la práctica, cristiana.

Y sin embargo, parece que los cristianos de esos países, se resisten a darse cuenta
de esta realidad. Europa es ahora tierra de misión como lo fueron hace siglos
todos los otros continentes. Pero ellos, por otra parte parece como si estuviesen
contentos con esa minoría exigua, y todos sus esfuerzos se concentrasen en
intentar no perder más fieles.

Se aferran como a un clavo ardiendo a los pocos privilegios que el Estado aún les
reconoce y por eso, por ejemplo, se convocan manifestaciones contra los
proyectos de legalizar los matrimonios homosexuales (otro eslabón más en la
progresiva secularización de la sociedad.)

No es que estén mal este tipo de protestas, todo lo contrario, pero es que hay otras
cosas por las que también habría que manifestarse. Pero como ya se dan por
perdidas porque se han perdido en el pasado, la sociedad cristiana se resigna, y
considera el hecho ya como normal. Pero no debería de ser así.

Igual que los profetas del antiguo Israel, los cristianos deberían manifestarse a
menudo para denunciar los abusos y la irreligiosidad de la sociedad actual.

Deberían pues, hacer convocatorias, mítines, concentraciones y manifestaciones


para proclamar el Evangelio, y no sólo cuando les visita el Papa.

Rara vez he visto en esos países convocatorias de cristianos con pancartas y lemas
a favor de Cristo, contra el materialismo y el consumismo, contra la acumulación
de riquezas, invitando a la conversión, invitando a que la gente se acerque a las
parroquias y se confiese...

Es posible que los poderes fácticos que dominan la sociedad intentasen por todos
los medios impedir esta clase de manifestaciones. Es seguro además que los no
creyentes dijesen que “estamos perdiendo el norte”, y que estamos locos y nos
tachasen de tradicionalistas y anclados en el pasado. Pero no por eso íbamos a
dejar de hacerlo. Habría que hacerlo de continuo, para manifestar a Cristo, y sin
importarnos lo que dijera el Mundo. “Si el mundo os odia y os rechaza, sabed que
a Mí me ha odiado antes que a vosotros” (Jn 15,18)

XVI Cómo acercarse a los paganos

Según el diccionario, pagano es aquel que profesa la religión de los antiguos


griegos y romanos, o el que adora a varios dioses o ídolos.

De acuerdo con esta definición, la mayoría de los hombres y mujeres del mundo
occidental de hoy en día son paganos, pues adoran a los ídolos del placer, el
hedonismo, el consumo, el dinero, la falsa libertad, y tantos otros que la sociedad
“moderna” eleva a los altares.

Hay que advertirles de su equivocación. Hay que devolverles la libertad de


conciencia y liberarles de la esclavitud a la que les someten sus pretendidos
dioses.

Y el mejor modo de acercarse a ellos es cuando están sufriendo. No hay momento


mejor. Si se intenta evangelizar a un pagano cuando está disfrutando de su
hedonismo, nunca te hará caso. Intentar hablarle de Cristo y de que por la Cruz se
alcanza la Salvación Eterna, es como intentar sembrar en terreno pedregoso. Una
pérdida de tiempo.

Sin embargo, el sufrimiento hace ver al hombre la impotencia de los medios


ordinarios para garantizar la felicidad. Es el momento idóneo para decir: "mira,
ahí tienes a ese -Cristo- que nos precedió en el momento de la prueba, y triunfó
sobre la misma". Es el momento idóneo para hacer ver que la felicidad completa
no está en este mundo, sino en el otro. Que la esperanza y la ilusión verdadera que
nadie te puede arrebatar es la del Paraíso. Que fijar cualquier ilusión o esperanza
en este mundo o en los hombres es apostar por caballo perdedor.

El cristiano es feliz en la vida ordinaria y también en el momento de la prueba,


pues ve en esta un signo de predilección de Dios y una manera de acercarse más
al Paraíso. El pagano sólo es feliz cuando carece de sufrimientos. He aquí la
oferta inmejorable que el pagano no puede rechazar, ya que colma todos los
anhelos de felicidad que tiene el hombre (el ser feliz siempre y en toda ocasión y
lugar).

Y claro, una vez abrazado el cristianismo, no nos podemos conformar con


contemplarlo sólo desde la puerta. Sin salir de Egipto, no hay modo de entrar en
el desierto, y menos de llegar a la Tierra prometida. Egipto es el mundo, y «todo
lo que hay en el mundo», codicia de los ojos, arrogancia orgullosa, avidez de
dinero, eso no viene de Dios, sino del mundo (+1Jn 2,16). Hemos por tanto de
sumergirnos hasta el cuello, dejando únicamente en superficie lo indispensable
para seguir con aliento, ya que sino, estaríamos igual que antes.

El enfermo que necesita medicinas no puede contentarse con una pastillita, sino
que precisa un tratamiento, de varios días o dosis. Igualmente el que ve el
cristianismo desde fuera, no puede conformarse con unas prácticas aceptadas por
la mayoría, sino que precisa de una inculturación fuerte y provechosa que despeje
los tópicos y mentiras que se aceptan sin apenas discernimiento.

Y por supuesto, implicación entera y desde la raíz, abandono completo de la vida


mundana y de sus pautas de comportamiento. Sólo así garantiza la Iglesia la
felicidad. Sólo así es posible ser feliz en esta vida y en la otra, ya que el
cristianismo no impone normas arbitrarias, sino que ofrece medios para alcanzar
la libertad de las conciencias, para salir del pozo del pensamiento único al que nos
obliga la sociedad. Para liberar las cadenas que nos esclavizan a las
concupiscencias y a la infelicidad.

XVII El cristiano y la cruz

Ser cristiano significa seguir a Cristo, y a Cristo no se le puede seguir sin tomar
su Cruz. No se puede ser discípulo de Cristo sin llevar la cruz. Enteraos bien de
que, siendo cristianos, estáis destinados a la cruz, y que si no tomáis la cruz en
vuestra vida diaria, no podréis seguir a Cristo. Y ciertamente que no hace falta
buscar mucho para hallar una cruz. Sólo con separarnos de las costumbres y
pautas del mundo ya estamos llevando una cruz, y bien grande. Sólo con ir contra
corriente de las modas lascivas, de los pensamientos libertinos, del consumismo
imperante, evitando las mentiras incluso las más leves, aguantando un esposo
áspero, no discutiendo con nadie, hablando bien de la Iglesia, y tantas y tantas
cosas que hoy no hace nadie, sólo con esto digo, estamos llevando una gran cruz,
pues seremos despreciados por el mundo, rechazados, marginados.

Acabad de enteraos de que no sois del mundo, pues tampoco Cristo es del mundo
(Jn 15,19; 17,14.16), y que de ningún modo habéis de sentiros «obligados» a los
usos mundanos, cuando éstos se muestren irreconciliables con el Espíritu que
procede del Padre y del Hijo.

Y esto no es sencillo, claro. Es duro, difícil. A veces es una dificultad insalvable


para muchos el tener el coraje de hacer todas estas cosas, cuando nadie las hace.
Pero es que no debemos olvidar que los mártires fueron mártires por eso mismo,
por ir contra corriente, por no claudicar ante el pensamiento imperante en su
época, por anunciar el evangelio de Cristo, tan diferente del pensamiento del
mundo pagano, o paganizado.
A la gloria de la Resurrección sólo puede llegarse por el sufrimiento de la Cruz.
No hay otro camino. No es posible liberar la vida nueva evangélica sin destruir en
nosotros implacablemente la vida vieja mundana. Si uno trata de conservar
avaramente su vida, la perderá. Sólo perdiendo la propia vida, es como podemos
realizarla plenamente.

Está claro: sin cruz, sin martirio, nadie puede vivir la utopía evangélica y tendrá
que resignarse a la miserable vida tópica del mundo. Pero también está claro lo
contrario: la cruz martirial, y sólo ella, da acceso infalible a una vida nueva, mil
veces más verdadera y digna, alegre, armoniosa y fecunda que la miserable y
falsa vida vieja del mundo.

Pues llevar la Cruz implica ser mártir. Mártir con muerte o sin muerte, pero
mártir al fin y al cabo, pues aquel al que seguimos fue el primer mártir.

Y Para terminar, reproduzco a continuación los capítulos titulados “El horror a la


cruz” y “Cristianismo sin Cruz o con Cruz” del prolífico y acertadísimo autor
José Mª Iraburu, procedentes de su libro titulado “El martirio de Cristo y de los
cristianos”:

El horror a la cruz

La devoción a la Pasión de Cristo ha sido tradicionalmente el centro de la


devoción cristiana. Entre los primeros cristianos, concretamente, la conciencia de
ser discípulos del Crucificado les daba facilidad para entender el misterio del
martirio y para recibirlo, llegada la hora, con fidelidad. Es cierto que la terrible
dureza del martirio ocasionó a veces entre ellos no pocas deserciones. Pero
normalmente los desertores (lapsi), lo mismo que sus pastores, familiares y
amigos, eran conscientes de que tal deserción era un gran pecado; se daban, pues,
cuenta de que, rechazando la cruz en la hora de la persecución, habían roto
culpablemente el seguimiento del Crucificado. Por eso, reconociendo su grave
culpa, llegaban muchas veces a la conversión y volvían a la Iglesia.

Estos cristianos, al aceptar la fe y bautizarse, ya sabían que si Cristo fue


perseguido, ellos también iban a serlo (Jn 15,18ss). La persecución y la muerte les
hacía sufrir, pero no les causaba perplejidad alguna: ya sabían lo que hacían al
decidirse a ser discípulos del Crucificado, Salvador del mundo. La deserción,
pues, del martirio era vivida como un grave pecado.

En cambio, muchos cristianos modernos de tal modo ignoran el misterio de la


Cruz de Cristo, que no quieren saber nada de ella, pensando que también ellos,
como los hombres mundanos, tienen derecho a evitarla como sea. Ellos quieren
realizarse plenamente en este mundo, sin obstáculos o limitaciones, y estiman que
si aceptan ciertas cruces echarían a perder sus vidas. Eso de «perder la propia
vida», «tomar la cruz y seguir» a Jesús, etc., les parece una locura, o bien modos
semíticos de hablar, que deben ser interpretados negando su sentido verdadero.
No aceptan de ningún modo y en ninguna circunstancia, si llega el caso,
«arrancarse» un ojo, una mano, un pie. Jamás puede darse en la vida cristiana una
circunstancia en la que esas pérdidas vengan a ser una obligación moral grave.
Ellos, en fin, de ningún modo están dispuestos a sufrir por Cristo y por su propia
salvación. Ni siquiera un poquito.

Y lo peor, lo más decisivo, es que estos apóstatas actuales tienen no pocos


maestros espirituales que no sólo justifican, sino que recomiendan positivamente
su actitud. Son los teólogos y pastores que les enseñan trucos morales para poder
cometer graves pecados con buena conciencia. «Guías ciegos que guían a otros
ciegos» (Mt 15,14). Para estos maestros, un cristianismo signado por la cruz y el
martirio viene a ser un cristianismo fanático e impracticable. O solamente viable
para unos pocos elegidos.

Estos maestros del error «no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y
con discursos suaves y engañosos seducen los corazones de los incautos» (Rm
16,18). «Son enemigos de la cruz de Cristo. El término de éstos será la perdición,
su Dios es el vientre, y la confusión será la gloria de los que tienen el corazón
puesto en las cosas terrenas» (Flp 3,18-19).

Aquellos martirios, por ejemplo, que en ocasiones son necesarios para guardar
heroicamente la santidad de la vida conyugal, han sido eludidos por muchos
cristianos con buena conciencia, gracias a las falsas enseñanzas de no pocos
moralistas actuales, que les han enseñado a «guardar la propia vida» por encima
de todo, es decir, a realizar con buena conciencia actos que son grave e
intrínsecamente malos: «Dios no puede exigiros eso», «el Señor quiere que seáis
felices», «podéis hacerlo en buena conciencia, como un mal menor», «la encíclica
del Papa no es infalible, y vosotros, en todo caso, debéis regiros por vuestra
conciencia», etc.

Cristianismo sin Cruz o con Cruz

–El Cristianismo sin Cruz, que se avergüenza del martirio, es una caricatura
tristísima del Cristianismo. No hay en él conversiones, ni hay mártires; no puede
haberlos. Los matrimonios no tienen hijos, ni surgen vocaciones para la vida
sacerdotal, religiosa o misionera. No hay fuerza de amor para perseverar en el
amor célibe o en el amor conyugal, desfallece la generosidad y la entrega, falta
impulso para obras grandes, se ve imposible la profesión de unos votos religiosos
perpetuos... Todo se hace en formas cuidadosamente medidas y tasadas,
oportunistas y moderadas, sin el impulso crucificado del amor de Cristo, que es
entrega apasionada, «locura y escándalo» (1Cor 1,23).

El Cristianismo sin Cruz, evitando el martirio, espera ser más fuerte y


atrayente. Pero eso es como si a un hombre se le quita el esqueleto, alegando que
el esqueleto es feo y triste. Queda entonces privado sin duda de toda belleza,
fuerza y armonía, queda reducido a un saco informe de grasa.

Ésta es la perspectiva miserable de ciertos moralistas tenidos por católicos, para


los cuales una doctrina moral no puede ser verdadera si en ocasiones implica cruz.
Ellos enseñan trucos –conflictos de valores o de bienes, males menores, etc.– para
rechazar en estos casos la cruz con buena conciencia.

Aplican esto, p. ej., a la moral conyugal, a la anticoncepción, a la práctica de la


homosexualidad, a la posibilidad de divorcio o de acceso de los divorciados a la
comunión eucarística, etc. Y el mismo criterio aplicarán para resolver sin cruz
casos extremos, como el de un joven casado que se ve abandonado por su esposa.
Es previsible que le digan: «a un casado joven como tú, abandonado por su
esposa, Dios no le puede pedir que se mantenga célibe desde los treinta años
hasta la muerte. Vete, pues, buscando arreglar tu vida con una buena esposa.
Tienes derecho a rehacer tu vida. El Señor es bueno y misericordioso, te ama y
quiere que seas feliz», etc. Con una asesoría moral como ésta, podrá el joven
casado establecer una relación adúltera con buena conciencia.

Esos nuevos moralistas –y tan «nuevos»–, en una situación extrema, en la que no


es posible ser cristiano sin ser mártir, no ven el martirio como un excelso don de
Dios, que se ha de recibir con fidelidad y gratitud: en efecto, por don de Dios, el
hombre, en esa situación límite dispuesta por la Providencia con todo amor, va a
ser asistido por la gracia para realizar unos actos intensos y heroicos de virtud,
que de otro modo nunca hubiera realizado. No, ellos, como buenos pelagianos, no
ven en esa situación tan dura sino la exigencia de un esfuerzo del hombre, de un
esfuerzo tan arduo que Dios no puede exigirlo al hombre. No entienden nada:
«alardeando de sabios, se hicieron necios» (Rm 1,12).

Los que así piensan, consideran dura, sin misericordia, y por tanto, falsa la
doctrina moral católica. No tienen la menor idea de que los cristianos, como
«corderos en el Cordero pascual», estamos llamados a completar en nuestra carne
lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia (+Col 1,24). Por
eso, «con lágrimas os digo que éstos son enemigos de la Cruz de Cristo. El
término suyo será la perdición» (Flp 3,18).

–El Cristianismo con Cruz. Nosotros, por el contrario, predicamos «a Cristo


Crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, pero fuerza y
sabiduría de Dios para los llamados, ya judíos, ya griegos» (1Cor 1,23-24). Es
decir, nosotros predicamos el martirio.

Y sabemos ciertamente, a priori y también a posteriori, que el cristianismo


centrado en la Cruz de Cristo es un cristianismo alegre, fuerte, fecundo,
expansivo, coherente, luminoso, atrayente.

En él los pastores dicen la verdad siempre y en todo, sin miedo a nada; no se ven
afectados ante el mundo ni por temores ni por complejos, luchan fuertemente
contra los lobos que acechan a sus ovejas, muestran siempre el camino de la
salvación, que es el mismo Cristo, y avisan inmediatamente de los peligros, en
cuanto se produce alguna desviación. En él los teólogos y predicadores son
fuentes inagotables, que manan la doctrina bíblica y tradicional de la Iglesia. Hay
en ese cristianismo matrimonios unidos y estables, matrimonios que tienen hijos y
que respetan la santidad de la unión conyugal consagrada, hay castidad en el
celibato y entre los esposos, hay vocaciones numerosas...

En fin, es una gracia de Dios muy grande entender y vivir que toda la vida
cristiana es una participación continua en la pasión y la resurrección de Cristo, y
que todo lo que la integra –el bautismo, la penitencia, la eucaristía, el hacer el
bien y el padecer el mal, el martirio en cualquiera de sus modos–, todo forma una
unidad armoniosa, en la que unas partes completan las otras, y se potencian
mutuamente. Y que el centro, la fuente, la cima de toda la vida cristiana es el
Sacrificio eucarístico, el memorial perenne de la pasión y resurrección de Cristo
(+Vat. II: SC 5-6).

La Cruz se alza en el centro del jardín del Señor, y es el árbol que da frutos más
dulces y abundantes. Bendita sea la sagrada Cruz salvadora de nuestro Señor
Jesucristo. Ella es la llave única que abre la puerta de acceso a la vida nueva del
Resucitado. No hay otra. Es por aquí, y por ningún otro camino, por donde se
avanza hacia la transformación del mundo.

XVIII La persecución de los cristianos

Cuando se menciona la persecución de los cristianos, se suele pensar en las


famosas persecuciones de los emperadores Nerón, Domiciano, Decio o
Diocleciano. Y se piensa por tanto, que tras el Edicto de Milán en el siglo IV en el
que se legalizó la profesión de la religión cristiana, cesaron las persecuciones.

Bien, esto no es así, ni mucho menos. El cristianismo, puesto que se enfrenta


frontalmente al mundo, nunca ha dejado de ser perseguido por éste. Y no me
refiero a las persecuciones de que ha sido y es objeto en los países comunistas o
en periodos revolucionarios, ni siquiera a la persecución que todavía hoy sufre en
muchos países islámicos.

La persecución a la que me estoy refiriendo es mucho más sutil, pero sin embargo
mucho más poderosa, contundente, asfixiante, y lo que es peor, efectiva.

Como muchos ya habrán adivinado me estoy refiriendo a los países occidentales,


en teoría permisivos y tolerantes con todas la religiones.

Y es que lo que no consiguieron primero los judíos, y luego los romanos ni con
circos, leones ni torturas, es ya hoy una realidad efectuada por el Leviatán
moderno del humanismo ateizante.

La razón es que cuando un enemigo viene de frente, se le puede esperar, y con el


tiempo se le conoce y se le evita. La confrontación frontal no hace sino reaccionar
con más fuerza, y por eso ni los judíos ni los romanos consiguieron hacer
desaparecer una religión que se enfrentaba directamente al poder establecido. Los
mártires fueron la sangre que regó los campos de labor en los que finalmente
creció la semilla vigorosa del árbol que finalmente les engulló a todos.

Pero hoy las técnicas han cambiado, y el enemigo ya no se presenta de frente. Se


presenta como amigo, como acogedor, como permisivo y hasta comprensivo,
cuando no aparece incluso dentro del grupo de los cristianos. Pero sin embargo
deposita en el cuerpo místico de Cristo el virus mortal de la apostasía y de la
descristianización, de forma que las naciones antaño cristianas lo son ahora sólo
nominalmente. El número de los apóstatas (teóricos o prácticos) son inmensa
mayoría donde sólo el cristianismo verdadero existe en forma de pequeñas islas
esparcidas aquí y allá en un océano de ateísmo.

La Iglesia hoy es perseguida por el mundo, especialmente en los países ricos


descristianizados, tan duramente como en los primeros siglos, no en forma
sangrienta, sino de un modo cultural y político, mucho más eficaz. Por eso los
rasgos martiriales que caracterizaron en sus comienzos la vida cristiana vuelven
hoy a marcar el sello de la cruz en los discípulos de Cristo. Es la persecución de
siempre, la anunciada por Jesús: «Todos os odiarán por causa de mi nombre» (Lc
21,17).

Se ve por tanto, que no ha hecho falta aniquilar a los cristianos con persecuciones,
muertes, ni otros actos violentos. Ellos mismos han sucumbido a la tentación del
mundo que la serpiente astuta ha puesto ante sus ojos. Ellos mismos han abrazado
implícita o explícitamente la filosofía de vida que el mundo secularizado les
promete. Ellos mismos creen sinceramente que es posible conciliar la Religión
con el Mundo, que es posible poner una vela a Dios y otra al Diablo y que es
posible ser santo e ir al cielo con sólo ir a misa los domingos y dar de vez en
cuando alguna limosna.

El famoso pasaje de Lucas 12,31 “buscad primero las cosas de Dios, que ya todo
lo demás se os dará por añadidura” se ha convertido para esos cristianos en algo
así como “buscad primero las cosas del Mundo, que ya la bondad de Dios os dará
el Cielo por añadidura”.

Pues no señor. “Fuego he venido a traer al mundo y ojalá estuviera ya ardiendo”


(Lucas 12,49). El cristianismo se ha caracterizado siempre por su enfrentamiento
radical al mundo, por la renuncia, por la abnegación y por el desprendimiento.
¿Como puede un cristiano que se considera como tal seguir siendo todo lo
contrario a esas virtudes?

He ahí el gran engaño del mundo, cómo nos ha hecho dejar de ser cristianos sin
darnos cuenta. Y lo peor es que los pocos cristianos que quedan apenas tienen
fuerzas para poder sazonar la tierra. “Pues si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se
sazonará? (Marcos 9,50). Y no porque sean pocos, que también, sino por que
exige un esfuerzo sobrehumano poder levantar la cabeza fuera de este mar de
ateísmo y chillar a la gente sus pecados y hacerles ver la verdad.

El miedo a la marginación, al desprestigio, a hacer el ridículo e incluso a la cárcel


o a la muerte, hacen que el cristiano de hoy lejos de ser un soldado de Cristo no
sea más que un mundano más. Por sus frutos los conoceréis (Mateo 7,16).
Efectivamente, por sus frutos reconocemos al cristiano de hoy: que no da
ninguno.

Cuántos cristianos hay que comulgan con la idea laicista de que “la iglesia
necesita modernizarse, abrirse a los tiempos”. Entienden que esa modernización
significa claudicar ante los usos y costumbres de la sociedad en cuanto a formas
de pensar y ver el mundo. Habría que decirles a todos esos: «¡Quítate de mi vista,
Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
(Marcos 8,33).

Así han criticado tanto a papas como Juan Pablo II y le han tachado de retrógrado
por defender los valores evangélicos en contra de la anticoncepción, el aborto, el
divorcio o las prácticas homosexuales. ¡A cuántos cristianos han engañado! ¡A
cuántos les han hecho comulgar con ruedas de molino!

Como se ve, el ataque es ahora más sutil, pero más efectivo. El cristiano se ha
mundanizado sin darse cuenta, y ahora no es más que una fachada, una
apariencia, que hasta él mismo se cree, pero que está hueco por dentro.

XIX La modernización de la Iglesia

A colación del capítulo anterior, quiero extenderme un poco más acerca de este
concepto tan de moda hoy en día.

Decía anteriormente que uno de los ataques de los enemigos de Cristo hacia los
cristianos, para llevarles a la apostasía o a la defección de la fe, es contra su
vicario, el Papa.

En concreto, contra Juan Pablo II se han esgrimido muchos ataques, siendo los
principales los que le han tachado de conservador y retrógrado.
Conservador, sin embargo no parece que sea un insulto, pues la labor del Papa ha
de ser precisamente conservar el legado de Cristo en los Evangelios, y evitar que
éste se desvitúe. Por tanto, en esto al menos, Juan Pablo II ha sido un criado fiel
(Mateo, 25,21).

Y si por retrógrado entendemos no ir al mismo ritmo que el mundo, esto no es


nuevo, pues el mundo siempre ha ido por su lado y Dios por el suyo. Siempre ha
sido criticada la Iglesia por no comulgar con el mundo, por no bendecir sus
iniquidades, sus irresponsabilidades, sus maldades, sus concupiscencias, sus
brutalidades sus... la lista es interminable.

Pero es que una Iglesia mundanizada ya no es Iglesia, ya no es sal que sazona la


tierra, ya no es sino lo que Satanás quiere que sea. Y para eso está precisamente,
para evitar el triunfo del Maligno.

A Juan Pablo II se le ha tachado de traicionar el espíritu del Concilio Vaticano II,


al no abrirse al mundo, al seguir estando en contra de la anticoncepción, la
eutanasia, el aborto, el divorcio o las prácticas homosexuales.

Pero es que esa no es la modernización que propugna el Concilio, pues todas esas
cuestiones no son en absoluto modernas, sino más bien mundanas Que la mayoría
piense de una determinada forma no significa que esa forma de pensar sea la
correcta. Simplemente es la mayoritaria.

Jamás la Iglesia podrá bendecir tales prácticas, pues son contrarias a la Sagrada
Escritura, en forma o fondo, y la Iglesia por tanto no tiene autoridad para
modificarlas.

La modernización se refiere a otras cosas, que por cierto muchas aún no se han
llevado a cabo, tantos años después de finalizado el Concilio.

Y esto sí que es una falta de la Iglesia. Mucho se podría hacer y decir a este
respecto, y Dios lo quiera mucho se verá en los próximos años.
Que la iglesia necesita renovarse es cierto, pero ojo no en el fondo, sino en la
forma.

En mi opinión, dos son las vías de reforma que precisa la Iglesia:

La primera de ellas tiene que ver con la predicación del Evangelio. Bien sabido es
que hoy en día los medios audiovisuales son los que dominan el mundo, por ser
los medios a través de los cuales se difunden las ideas. Son por otra parte los
medios de los que se ha servido el mundo actual para conseguir la
descristianización de las naciones, y hacerlas súbditas del llamado pensamiento
único.

Pues bien, luchemos contra el mundo usando sus mismas armas: la televisión.

Precisamos mayor presencia del Evangelio en la televisión, y en general tenemos


que hacer uso de este medio para seguir propagando la Buena Nueva de la
Salvación. Los medios convencionales ya no sirven, o sirven poco, y la única
forma de llevar a cabo grandes conversiones es a través de la pantalla. Y para eso
hay que empezar por la propia Misa.

Sí, sí, por la Misa. ¿Por qué no? Ojo, no estoy diciendo que se sustituya la misa
por una película, ni mucho menos. Simplemente que se escenifiquen de alguna
manera, ciertas partes de la Eucaristía, como por ejemplo las lecturas, con algún
vídeo ilustrativo.

Lo cierto es que cuando preguntas a los niños o a los jóvenes por qué no van a
misa, casi todos coinciden en una respuesta: se aburren.

A raíz del Concilio, la Misa cambió de forma: se introdujeron las lenguas


vernáculas en sustitución del latín, se acercó más al pueblo con los cánticos y los
instrumentos musicales de los parroquianos... Todo eso estuvo muy bien para los
años 60 y 70, pero la sociedad avanza rápidamente, e incluso eso ya está obsoleto.
¡Hay que introducir proyecciones en las Eucaristías! ¿Por qué no? No es ninguna
blasfemia ni sacrilegio, creo yo, que las lecturas o las homilías u otras partes de la
misa, sean sustituidas por un vídeo que escenifique eso mismo que se está
leyendo o comentando.

Para todos esos jóvenes que ahora se aburren, a buen seguro que ahora sería más
ameno. Bien sabido es que no hay nada como una pantalla parlante para hacer que
los niños se queden quietos e hipnotizados absorbiendo todo lo que la pantalla les
cuenta. Todos los padres de familia lo saben con demoledora certeza.

Hay seguramente quien objetará que en cuanto se introduzcan pantallas en una


Eucaristía, los fieles se escandalizarían y la medida podría significar una pérdida
de feligreses. Bien, también muchos se escandalizaron sin duda cuando el
Vaticano II introdujo la nueva forma de la misa en la que el sacerdote ¡daba la
espalda a Dios!, y decía las sagradas palabras en idioma vulgar (Hoy en día hay
muchas iglesias que dicen ser católicas pero que reniegan del Papa por esta
medida, y siguen celebrando la misa a la antigua usanza.

Pero lo que probablemente es cierto es que si algún fiel se pierde también muchos
se ganarán. ¿Acaso el Buen Pastor no deja abandonadas las 99 ovejas y se va en
busca de la oveja descarriada? (Mateo 18,12)

En definitiva, si esta es la generación de la televisión y de la pantalla, hemos de


entrar en ella por esa vía, o no entraremos en absoluto.

La segunda vía de reforma quizá sea más difícil de llevar a cabo, pero no me cabe
duda de que quizá es más perentoria que la anterior.

Una de las razones por las que muchos hombres reniegan de la Fe, es por que se
escandalizan al ver que, según ellos, los pastores no predican con el ejemplo.

Para ellos es un escándalo que la Iglesia predique la pobreza y la distribución de


los bienes, cuando ella misma, piensan, hace tanta ostentación de riqueza.

Y es que no les falta razón. La Iglesia no es rica, pero lo parece. El Papa vive en
un palacio, los cardenales y obispos no tienen pinta de pasar hambre sino todo lo
contrario, y en las procesiones de Semana Santa, las imágenes de la Virgen salen
ataviadas con mantones bordados de oro puro. Y esto son sólo algunos ejemplos.

No se puede seguir escandalizando a tantos miles de personas de esta forma, y


conduciéndolas a la incredulidad.

Y aquí aplica lo que Julio César dijo cuando a pesar de quedar demostrado que su
esposa no le había sido infiel, él la repudió: La mujer de César no sólo ha de ser
decente, sino además parecerlo.

XX La libertad

"Nadie es más esclavo que quien se considera libre sin serlo”.


J. W. Goethe.

El diccionario de la Real Academia da las dos primeras definiciones de la palabra


libertad como sigue:

"La facultad natural que tiene el hombre para obrar de una manera o de otra y de
no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Estado del que no es esclavo”.

La libertad ha sido un motivo de guerras y de disputas entre los hombres como


ningún otro. Sin embargo la concepción de lo que es la libertad varía
enormemente de una sociedad a otra, de una época a otra.

En términos políticos, los gobernantes han llamado a las armas a los pueblos
cuando aquellos han sido desplazados del poder. "Habéis de recuperar la libertad,
no podemos estar sometidos a este país" les dicen. Cuando realmente lo que
quieren es volver ellos al poder. En la inmensa mayoría de los casos, al
campesino o al obrero, a quienes constituyen la gran masa de población del país,
no les afecta en casi nada que su país sea regido por un gobernante oriundo o por
otro foráneo.
En los regímenes comunistas la revolución se realiza para liberar al obrero y al
campesino de los capitalistas explotadores. En las dictaduras de derechas se
realiza para liberar al pueblo del caos y el desorden. Y en las democracias para
darles la libertad de elegir a sus gobernantes.

Desde este punto de vista, todos los motivos revolucionarios y los regímenes
políticos no buscan otra cosa sino la libertad. Pero lo cierto es que todos ellos
imponen sobre el individuo un sistema de gobierno que al final, no busca otra
cosa que no sea garantizar los intereses particulares de la élite gobernante.

Podemos reconocer fácilmente las arbitrariedades de los regímenes comunistas y


de derechas y tacharlos de malos por esta razón. ¿Pero es que acaso las
democracias occidentales son regímenes ideales? Bueno, son mejores que
aquellos, alguien podría objetar. Bien, quizá sí aparentemente, pero ¿son mejores
para la salvación del alma?

He aquí la gran cuestión. Y es que, las democracias occidentales son tan ateas
como lo es el mismo comunismo, por mucho que, en teoría, las religiones estén
permitidas. Y digo en teoría, por que el poder es celoso de su estatus, y no soporta
que nadie le haga sombra ni le menoscabe su autoridad. Cuando la religión se
interpone en su camino, la elimina formal o veladamente.

Hoy por hoy las democracias occidentales alardean vigorosamente de que sus
pueblos son libres. A los gobernantes se les llena la boca de la palabra libertad,
pero lo cierto es que el individuo no es libre. Y lo más impresionante es que han
conseguido que la gente crea que tiene lo que en realidad les falta, la libertad.

En efecto, las economías capitalistas basan su existencia en el consumo. A mayor


consumo más prosperidad, y a mayor prosperidad más consumo. Es un círculo
vicioso que podría no haberlo sido, si a mayor prosperidad le correspondiese no
ya un mayor consumo, sino una mayor solidaridad. Pero el caso es que no es así,
y por tanto el consumo es el motor, la gasolina y el vehículo que mueve el mundo
capitalista.
El individuo consumista ha perdido por completo su libertad. Ya no obra para sí
mismo, sino para satisfacer su insaciable consumismo. Un consumismo que es
alimentado automáticamente, diariamente, constantemente por la sociedad de
consumo que ofrece miles y miles de posibilidades todas atractivas de consumir.

El individuo no es consciente de que consume en exceso. Todo lo que compra lo


compra por que lo necesita, según él. Y es que la sociedad consumista engaña a la
persona haciéndola creer esa gran falacia. La sociedad de consumo manipula
hábilmente las mentes a través de sus instrumentos adoctrinantes que son los
medios de comunicación, principalmente la televisión. Medios que informan y
ofrecen sólo lo que interesa mostrar y ofrecer a quienes detentan el poder.

El individuo está así completamente alienado, pues se le ha privado de su facultad


natural de "obrar de una manera o de otra o de no obrar" según la definición de
libertad. Es víctima de la sociedad de consumo y esclavo de las apetencias que le
provoca ésta. La libertad es sólo verbal cuando la persona no tiene dominio -
señorío efectivo- sobre sí misma, sino que está a merced de filias y fobias, gustos
y repugnancias insuperables.

Y para lograr este estado de cosas, el capitalismo moderno se sirve del


adoctrinamiento, como ya he dicho. Inculca en las mentes unas formas
determinadas de ver la vida, de pensar, de vestir, de sentir, de opinar, que abarcan
todos los rincones de la existencia. Establece un patrón de pensamiento que
obedece inexcusablemente a y sólo a sus intereses. Cualquier alternativa es
firmemente rechazada y la persona que la sigue, marginada.

Como se puede ver, el individuo en las democracias occidentales NO ES LIBRE,


por mucho que se esfuercen sus mandatarios en decirle que lo es. En las
dictaduras el hombre no puede realizar ciertos actos, pues lo prohibe el Estado.
En las democracias capitalistas, el hombre no puede realizar ciertos actos, por que
lo prohibe la Sociedad. En la práctica el individuo obedece al sistema en los dos
casos. En el primero por que se juega la cárcel, y en el segundo por que se juega
la pérdida del estatus, o del trabajo o en definitiva la marginación y la exclusión.
Con la diferencia de que en aquellos, el hombre sabe que no puede hacer esto o lo
otro, y en estos, el hombre no sabe que no puede. Los instintos que le gobiernan
le impiden ver con claridad.

El consumo es una droga. Los mismos psiquiatras lo dicen. El cerebro


experimenta el placer que supone una adquisición y ese recuerdo queda
almacenado. Cuando la situación se repite, el recuerdo de la situación placentera
obliga a la persona a desear repetirla; y así sucesivamente. El individuo se
engancha a un tren frenético del que no puede bajar. Se obliga a adquirir objetos
inútiles que nunca o casi nunca usará. Se obliga a ir los fines de semana a este
sitio o al otro, aunque en ocasiones de lucidez piensa acertadamente que no
debería hacerlo. Se embarca a realizar actividades absurdas cuyo dinero luego se
lamenta de haber malgastado. Igual que un drogadicto. No puede controlar sus
actos. La necesidad creada desde arriba le hace ser una marioneta que se mueve al
son de la música de turno. Una música siempre cambiante, un tren siempre en
marcha, pues si no el individuo podría darse cuenta del engaño si al detenerse se
pusiera a pensar...

Y por eso se colige, la Iglesia es rechazada por la sociedad de hoy. Sus miembros
son robados en masa por el Leviatán moderno, que engañados acuden veloces a
su regazo.

El catolicismo es uno de los escasos valientes que dice NO a la sociedad de


consumo. Que se aferra a una tradición que está frontalmente en contra de los
usos y estilos de vida y de pensamiento que propugna y alienta la sociedad
occidental. Y la razón es más que obvia: La libertad.

Jesucristo vino al mundo para traer un mensaje de liberación: "El Espíritu del
Dios sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para
dar la libertad a los oprimidos" (Lc 4, 18). Y la Iglesia, como fiel custodia de la
palabra de Dios, no se aparta del camino que marca ésta, pues fue el mismo Dios
quién la proclamó.
Por eso quienes dicen que la Iglesia necesita adaptarse a los tiempos, son las
pobres víctimas de la sociedad capitalista que ciegos a la luz del sol no son
capaces de ver quién es el libre y quien es el esclavo. Quieren, en efecto, que la
Iglesia sea engullida por el monstruo de las siete cabezas, que se una a la vorágine
del materialismo, del consumismo, del hedonismo, del libertinaje absoluto en
cuestiones de moral, que sea, en fin, una comparsa más, que aplauda y mueva el
pie al ritmo de la música que marca el maestro de marionetas.

Pero no amigos. La Iglesia no caerá nunca en ese pozo sin luz. La Iglesia está
para anunciar a Jesucristo y a su Cruz. Para deslumbrar con la luz de Cristo a los
ciegos que no son capaces siquiera de ver su mano en la oscuridad en la que
viven.

Esa es la razón de que la Iglesia perdure después de dos mil años de


persecuciones en todos los ámbitos. Y será la única razón de que subsista, hasta el
final de los tiempos.

Por eso el cristiano es libre en todas las acepciones de la palabra. Por que no se
somete a nada que le quite su libertad. Incluso da la vida si es necesario antes que
renunciar a Cristo, de quien emana la base, el sustento de su libertad.

El cristiano es libre porque viaja ligero de equipaje hacia su destino natural, que
es la unión con su Creador. Porque libre de las ataduras del mundo camina veloz
por el camino que conduce al Padre. Porque no se asusta del martirio, si con eso
consigue un atajo para llegar antes a su Casa. Porque no le asusta la cárcel,
porque ya vive en la cárcel de su destierro. Al contrario, si sufre la cárcel del
mundo por proclamar a Cristo, sería como cambiar de una celda anodina a otra
mejor, pues es la antesala del paraíso repleto de recompensas. El cristiano es libre,
en fin, por no tener que llevar a cuestas durante el camino de la vida nada que le
entorpezca, ningún lastre que en el momento definitivo al que todos los hombres
se tienen que enfrentar, le haga no poder avanzar hacia el abrazo fecundo y
perpetuo de la eternidad feliz y bienaventurada.
XXI Los discípulos de Emaús

La lectura del evangelio del tercer domingo de Pascua es el famoso episodio de


los discípulos de Emaús (Lucas 24.13 ss).

En ella, se narra como dos discípulos aún no se habían dado cuenta de que la
liberación que vino a traer Jesús al mundo no es de carácter político o material,
sino espiritual.

Lamentablemente, esa actitud es aún muy frecuente entre muchos cristianos.

Todavía hay muchos (y habrá lamentablemente) que reniegan de la Fe con


ocasión de la muerte o enfermedad de algún familiar, cuando las cosas van mal en
lo económico o simplemente en las contrariedades de la vida.
Todavía hay muchos que como el compañero de Cristo en el calvario dicen: «¿No
eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» (Lucas 23,39).

Efectivamente, la salvación que Cristo ha venido a traer no es la material, sino la


espiritual. Nos ha abierto las puertas del paraíso. ¿Puede haber algo más grande
que esto?

Por su puesto, Dios escucha y nos concede muchas de las peticiones materiales
que le hacemos en la oración. Pero esto es un factor secundario que no nos puede
hacer perder de vista que en este mundo sólo estamos de paso, que hemos venido
a él para cumplir una fase de nuestra vida, la fase más insignificante, pero
también la más decisiva Y que también estamos para sufrir.

Sí, para sufrir; no hagan ustedes una mueca. Ya lo expliqué anteriormente en el


capítulo “sufrimiento o masoquismo” por lo que no me voy a explayar ahora. Tan
sólo reproduzco a continuación una conversación entre dos pacientes de la misma
habitación de un hospital:

-¡Ay, que dolores! -Dice uno de ellos


-No te preocupes compañero, ten fe en Dios. -Dice el otro.

-¡Dios! No me hables de Dios. ¿Dónde estaba Dios cuando murió mi esposa?

-Esperándola en el cielo. -Replica el otro.

-Allí podía estar. ¿Y por qué no hace algo para aliviarme estos dolores?

-Tampoco lo hizo por su Hijo cuando fue azotado, humillado y crucificado.

-¿Y por qué? ¿Por qué es tan injusto?

-Dios no es injusto, ni tan malo, por que si lo fuera no habría preparado toda una
eternidad de deleites para los hombres.

-¡Já! ¡La eternidad! Pero yo estoy aquí y ahora. ¿Por qué no viene a ayudarme
ahora?

-Pero hombre, ten paciencia, ¿Qué son sólo unos años de padecimientos cuando
tenemos ante nosotros toda una eternidad de gloria? Además, si en esta vida no
hubiéramos tenido sino placeres, ¿cómo íbamos a esperar la gloria con alegría?
¿Quién querría arriesgarse? El sufrimiento nos hace adquirir la virtud de la
esperanza, mediante la cual anhelamos la liberación de nuestros males, con la
entrada en el reino.

-Di más bien de la desesperanza.

-¡Vamos hombre! Es ahí donde no tienes que caer. Pues si encima que estás
postrado en una cama y quizá en lecho de muerte además no confías en el
Altísimo, entonces ¿qué te queda?

-No me queda sino morirme ya de una vez.


-Precisamente. Pero para morir con alegría es preciso tener Fe. Dios nos
garantiza que si entramos en la Vida por el umbral del sufrimiento seremos
partícipes de la herencia eterna que nos prometió Jesucristo.

-¡Fe! ¿Quién puede tener fe en estas circunstancias?

-¡No hay momento mejor! A quien le van bien las cosas en el mundo no precisa la
Fe, pues es el mundo quien le proporciona todo lo que necesita y lo que le
sostiene. Pero al pobre, al desvalido, al marginado, al enfermo ¿quien sino Dios le
puede proporcionar la esperanza de una vida mejor? Dios no vino al mundo a
proporcionarnos deleites materiales, sino a garantizarnos la Vida Eterna. «Mi
Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría
combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de
aquí.» (Juan 18,36)

-Recemos juntos un Padrenuestro. Padrenuestro que estás en los cielos...

FIN

Textos Escogidos

Se refieren a continuación extractos de diversos clásicos de espiritualidad,


escritos hace varios siglos. Pero no por eso sus enseñanzas están desfasadas, pues
la Verdad de Dios es única, y su mensaje, eterno.

A veces la forma de expresarlo puede parecer dura a nuestros oídos


mundanizados. Todos los textos hablan de renuncia, de abnegación, de humildad
y de cruz; palabras todas ellas desterradas del lenguaje moderno.
Pero no debemos olvidar que esos mismos textos han servido (y sirven aún hoy)
para indicar el camino a seguir a todo aquel que ansía la Salvación Eterna.

I. Del libro "La imitación del Sagrado Corazón de Jesús", por el R.P. J.
Arnoldo

La humildad es la primer de las virtudes.: sin ella ninguna virtud se alcanza; sin
ella la virtud adquirida se pierde. Ella engendra las demás virtudes, alimenta las
adquiridas y conserva las que se alimentaron.

El verdadero discípulo de Jesucristo ha de ser humilde y preferir que otros sean


los que ocupen los mejores puestos, los que se lleven la mejor parte.

Dice Jesús:

"¿Cómo, hijo mío, serías tú discípulo verdadero de mi Corazón, queriendo ser el


primero donde Yo soy el último? ¿Acaso el discípulo ha de preceder al Maestro?"

"Has de saber que, aun viviendo entre los malos, ellos no podrán dañarte si tu
corazón está eficazmente apartado de ellos; no está en la mano de los perversos
perjudicarte; nadie es perjudicado sino por sí mismo”.

"Yo sé muy bien lo que te conviene. Yo puedo lo que tú no puedes; déjame obrar;
tú coopera únicamente pidiendo y esperando. El que pide con confianza, hijo mío,
lo que no es contrario ni a su salvación ni a mi gloria, siempre recibe: pues o
recibe lo mismo que él pidió, o en su lugar recibe lo que Yo sé que le es más
conveniente”.

"En verdad, hijo mío, te digo que en el mundo no han de faltarte persecuciones;
pero ten confianza y no temas, porque en ellas estoy contigo”.
"Cuando te veas acometido de alguna enfermedad, recíbela como una visita del
amor de mi Corazón, diciendo siquiera en el interior de tu alma: ¡Bendito sea el
Señor, porque ha visitado a su siervo! Une después todos tus dolores a los míos, y
esta divina unión, abundantísima en la unción de la gracia, será un lenitivo a tus
aflicciones, y te las hará menos pesadas y más dulces. Tu pena, por muy grande
que sea y por mucho que dure, nada es en comparación del inmenso y sempiterno
gozo con que tu paciencia ha de ser recompensada en el cielo".

"Deja de fatigarte hijo mío, para convencerte de que te hallas en mi gracia. En


vano trabajarás por conseguir una cosa de que, por tu bien, quiero Yo que al
presente carezcas".

"Si comprendieras cuántos bienes puedes granjear para ti en la vida presente, lo


mismo que en la vida futura, permaneciendo amorosamente en la Cruz,
ciertamente que, a semejanza mía, nunca desearías bajar de ella.
¡Bienaventurados lo que en las tribulaciones procuran asemejarse a Mí, mejor que
verse libres de ellas!"

"Se salvará, no el que haya principiado, sino el que hubiere perseverado. Verdad
es que el premio se ofrece a los que principian; pero sólo se da a los que
perseveran. Ora mucho, hijo mío, para no desmayar ni perder la corona que te
está preparada. Cuanto mejor sea tu oración, mejor será también tu perseverancia.

Si el mundo te aborrece, si los hombres te abandonan; si te son contrarios; si te


desprecian, en Mí encontrarás consuelos inagotables. Cuando me poseas, cuando
te unas estrechamente a Mí, que soy tu Salvador, tu amigo fidelísimo, tu Padre el
mejor y el más entrañable, entonces te encontrarás satisfecho de vivir escondido,
de vete humillado conmigo, para ser de este modo más semejante y más amado de
mi Corazón, y digno de que Yo te ensalce eternamente a la compañía gloriosa de
mis escogidos.

II. Del libro "Imitación de Cristo y menosprecio de las vanidades del


mundo" de Tomás Kempis

Es este sin duda alguna el libro más leído en toda la historia del catolicismo,
después de la Biblia.
Extracto a continuación algunos párrafos, tomados en orden de aparición en el
libro.

Libro I
Capítulo 3: De la doctrina de la verdad

¿Qué aprovecha la gran curiosidad de saber cosas oscuras y ocultas, pues que del
no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos?

Gran locura es que, dejadas las cosas útiles y necesarias, entendemos con gusto en
las curiosas y dañosas.

Y lo mismo se aplica con todas las cosas. Si dudas entre si es lícita o ilícita una
acción, piensa si serías reprendido el día del juicio por hacerla o no hacerla. Si la
respuesta es no, entonces no la hagas y así no sólo no serás reprendido, sino que
se te premiará por tener celo en el cumplimiento de la Ley de Dios.

Capítulo 9: De la obediencia y la sujeción

Necesario es que dejemos algunas veces nuestro parecer por el bien de la paz.
¿Quién es tan sabio que lo sepa todo enteramente? Y si tu parecer es bueno y lo
dejas por Dios y sigues el de otro, más aprovecharás de esta manera.

Capítulo 16: De sobrellevar los defectos ajenos

Si alguno, amonestado una vez o dos, no se enmendare, no porfíes con él, sino
recomiéndalo todo a Dios, que sabe sacar de los males bienes.

Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquiera defectos y flaquezas ajenos,


pues tú también tienes mucho en que te sufran los otros.

Capítulo 20: Del amor a la soledad y al silencio

¡Oh, quién nunca buscase alegría transitoria! ¡Oh, quién nunca se ocupase en el
mundo, y cuán buena conciencia guardaría!

¡Oh, quién quitara de sí todo vano cuidado, y pensase solamente las cosas
saludables y divinas, y pusiese toda su esperanza en Dios, cuánta paz y sosiego
poseería!

¿Para qué quieres ver lo que no te conviene tener? EL mundo pasa y sus deleites
(1 Jn., 2, 1'7). Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos; mas, pasada aquella
hora, qué nos queda, sino pesadumbre de conciencia y derramamiento de
corazón? La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre
trasnochada hace triste la mañana.

Capítulo 21: Del remordimiento del corazón

Si continuamente pensases más en tu muerte que en vivir largo tiempo, no hay


duda que te enmendarías con mayor fervor. Si pensases también de todo corazón
en las penas futuras del infierno, o del purgatorio, creo que de buena gana
sufrirías cualquier trabajo y dolor, y no temerías ninguna austeridad

Capítulo 22 : Capítulo XXII : Consideración de la miseria humana.

¿Por qué te afliges de que no te suceda lo que quieres y deseas? Ninguno hay en
el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o Papa. ¿Pues, quién es el que
está mejor? Ciertamente el que puede padecer algo por Dios.

No está la felicidad del hombre en tener la abundancia de lo temporal. Porque


estar sujeto a las demás necesidades naturales, en verdad es grande miseria y
pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de
toda culpa.
Capítulo 23 : De la meditación de la muerte. Trata ahora de vivir de modo que
en la hora de la muerte puedas más bien alegrarte que temer. Aprende ahora a
morir al mundo, para que entonces comiences a vivir con Cristo. Aprende ahora a
despreciarlo todo, para que entonces puedas libremente ir a Cristo.

Haz ahora, hermano, lo que pudieres; que no sabes cuándo morirás, ni lo que
acaecerá después de la muerte. Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas
inmortales.

Nada pienses fuera de tu salvación, y cuida solamente de las cosas de Dios.

Capítulo 24 : Del juicio y penas de los pecadores.

Entonces se verá que el verdadero sabio en este mundo, fue aquel que aprendió a
ser necio y menospreciado por Cristo.

Entonces se alegrarán todos los devotos, y se entristecerán todos los disolutos.

Entonces se alegrará más la carne afligida, que la que siempre vivió en deleites.

Entonces resplandecerá el vestido despreciado, y parecerá vil el precioso.

Entonces será más alabada la pobre casilla, que el ostentoso palacio.

Entonces ayudará más la constante paciencia, que todo el poder del mundo.

Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas, que todo el tesoro de los
ricos de la tierra.

LIBRO II
Capítulo I : De la conversión interior.

Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma
reposo. Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y
verás que se vienen a ti el reino de Dios.

Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte de alguna cosa?
Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a todos por amigos y
bienhechores? ¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad se te
ofrece? Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo?
Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.

El humilde, recibida la afrenta, está en paz; porque está con Dios y no en el


mundo.

Capítulo III : Del hombre bueno y pacífico.

Toda nuestra paz en esta miserable vida, está puesta más en el sufrimiento
humilde, que en dejar de sentir contrariedades. El que sabe mejor padecer, tendrá
mayor paz. Este es el vencedor de sí mismo y señor del mundo, amigo de Cristo y
heredero del cielo.

Capítulo IV: Del corazón puro y sencilla intención.

Cuando se comienza perfectamente a vencer el mundo y andar alentadamente en


la carrera de Dios, se tienen por ligeras las cosas que primero tenía por pesadas.

Capítulo X: Del agradecimiento por la gracia de Dios.

¿Para qué buscas descanso, pues naciste para el trabajo? Ponte a paciencia, más
que a consolación: y a llevar cruz, más que a tener alegría, pues la alegría es tener
la cruz.

¿Qué hombre del mundo no tomaría de muy buena gana la consolación y alegría
espiritual, si siempre la pudiese tener? Porque las consolaciones espirituales
exceden a todos los placeres del mundo, y a los deleites de la carne.
No quiero consolación que me quite la compunción; ni deseo contemplación que
me lleve en soberbia.

El que desea guardar la gracia de Dios, agradézcale la gracia que le ha dado, y


sufra con paciencia cuando le fuere quitada. Haga oración continua, para que le
sea tornada, y sea cauto y humilde, porque no la pierda.

Capítulo XII: Del camino real de la Santa Cruz.

Esta palabra parece dura a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz, y sigue a
Jesús. Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno. Pues los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la
palabra de la cruz, no temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación.

Esta señal de la cruz estará en el cielo, cuando el Señor vendrá a juzgar. Entonces
todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la vida con el crucificado, se
llegarán a Cristo juez con gran confianza.

Pues que así es, por qué teméis tomar la cruz, por la cual se va al reino? En la
cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en
la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del
corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la
cruz está la perfección de la santidad.

No está la salud del alma, ni la esperanza de la vida eterna, sino en la cruz.

Toma, pues, tu cruz, y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna.

El vino primero, y llevó su cruz y murió en la cruz por ti; porque tú también la
lleves, y desees morir en ella.

Porque si murieres juntamente con El, vivirás con El. Y si fueres compañero de la
pena, lo serás también de la gloria.
Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir en ella.

Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que
has de padecer algo, o de grado o por fuerza: y así siempre hallarás la cruz.

¿Quién de los Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación?

Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, y tú ¿buscas para ti holganza y gozo?

Yerras, te engañas si buscas otra cosa sino sufrir tribulaciones; porque toda esta
vida mortal está llena de miserias, y de toda parte señalada de cruces. Y cuanto
más altamente alguno aprovecharé en espíritu, tanto más graves cruces hallará
muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor.

Cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se esfuerza el


espíritu por la gracia interior. Y algunas veces tanto es confortado del afecto de la
tribulación y adversidad, por el amor y conformidad de la cruz de Cristo, que no
quiere estar sin dolor y tribulación: porque se tiene por más acepto a Dios, cuanto
mayores y más graves cosas pudiere sufrir por Él.

No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo,


ponerle en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse
a sí mismo, y desear ser despreciado; sufrir toda cosa adversa y dañosa, y no
desear cosa de prosperidad en este mundo.

Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te
enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne. Y no
temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y señalado con la cruz
de Cristo.

Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la
cruz de tu Señor crucificado por tu amor.

Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta


miserable vida; porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres; y de
verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondas.

Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la
tribulación de los males, sino sufrir.

Con razón deberías sufrir algo de grado por Cristo, pues hay muchos que sufren
más graves cosas por el mundo. Sabe de cierto que te conviene morir viviendo:
cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza a vivir con Dios.

Y si te diesen a escoger, más deberías desear padecer cosas adversas por


Jesucristo que ser recreado de consolaciones: por que en esto parecerías más a
Jesucristo, y serías más conforme a sus santos.

No está, pues, nuestro merecimiento ni la perfección de nuestro estado en las


muchas suavidades y consuelos, sino más bien en sufrir grandes penalidades y
tribulaciones.

Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que
el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo. Pues
manifiestamente exhorta a sus discípulos, y a todos los que desean seguirle, a que
lleven la cruz, y dice: Si alguno quisiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame.

LIBRO III
Capítulo I: Del habla interior de Cristo al alma fiel.

¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? Y ¿qué te valdrán todas las criaturas, si
fueres desamparado del Criador?

Por esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu Criador, para que puedas
alcanzar la verdadera bienaventuranza.

Capítulo VI: De la prueba del verdadero amor.


Jesucristo: Hijo, no eres aun fuerte y prudente amador.

El Alma: ¿Por qué, Señor?

Jesucristo: Porque por una contradicción pequeña, faltas en lo comenzado, y


buscas la consolación ansiosamente. El constante amador está fuerte en las
tentaciones, y no cree a las persuasiones engañosas del enemigo. Como Yo le
agrado en las prosperidades, así no le descontento en las adversidades.

Capítulo XVI: En sólo Dios se debe buscar el verdadero consuelo.

El Alma: Cualquiera cosa que puedo desear o pensar para mi consuelo, no la


espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo solo estuviese todos los gustos
del mundo, y pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar
mucho. Así que no podrás, alma mía, estar cumplidamente consolada, ni
perfectamente recreada sino en Dios, que es consolador de los pobres, y recibe a
los humildes. Espera un poco, alma mía, espera la promesa divina, y tendrás
abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas
cosas presentes, perderás las eternas y celestiales. Sean las temporales para el uso:
las eternas para el deseo. No puedes saciarte de ningún bien temporal, porque no
has sido creada para gozar de lo caduco.

Capítulo XIX: Que debemos poner todo nuestro cuidado sólo en Dios

Guárdame, Señor, de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno. con que


no me apartes de ti para siempre ni me quites del libro de la vida, no me dañará
cualquier tribulación que venga sobre mí.

Capítulo XX: De la confesión de la propia flaqueza y de las miserias de esta


vida.

¡Ay! ¡Cuál es esta vida, donde no faltan tribulaciones y miserias, donde todas las
cosas están llenas de lazos y enemigos! Porque en faltando una tribulación o
tentación viene otra; y aun antes que se acabe el combate de la primera,
sobrevienen otras muchas no esperadas.

Y ¿cómo se puede amar una vida llena de tantas amarguras, sujeta a tantas
calamidades y miserias? Y ¿cómo se puede llamar vida la que engendra tantas
muertes y pestes? Con todo esto se ama, y muchos la quieren para deleitarse en
ella.

¡Oh, Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal,
que me aparta del amor de los eternos, lisonjeándome torpemente con la vista de
bienes temporales que deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la
sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su
astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para
perseverar. Dame en lugar de todas las consolaciones del mundo la suavísima
unción de tu espíritu; y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.

Capítulo XXX: Cómo se ha de pedir el favor divino, y de la confianza de


recobrar la gracia.

No se turbe, pues, ni tema tu corazón. Cree en Mí, y ten confianza en mi


misericordia. Cuando piensas que estás lejos de Mí, estoy más cerca de ti
regularmente. Cuando piensas que está todo casi perdido, entonces muchas veces
está cerca la ganancia del merecer. No está todo perdido cuando alguna cosa te
sucede contraria.

Capítulo XXXV: En esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones.

Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la eterna


bienaventuranza? No procures mucho descanso, sino mucha paciencia. Busca la
verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo: no en los hombres ni en las demás
criaturas, sino en Dios solo. Por amor de Dios debes padecer de buena gana todas
las cosas adversas; como son trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas,
necesidades, dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones,
confusiones, correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la virtud;
estas prueban al nuevo soldado de Cristo; estas fabrican la corona celestial. Yo
daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por la confusión pasajera.

Capítulo XXXVI: Contra los vanos juicios de los hombres.

¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece.
Teme a Dios, y no te espantes de los hombres. ¿Qué te puede hacer el hombre con
palabras o injurias? Más bien se daña a sí mismo que a ti; y cualquiera que sea, no
podrá huir el juicio de Dios. Ten presente a Dios, y no contiendas con palabras de
queja. Y si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que no
mereciste, no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu victoria.
Sino mírame a Mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria, y dar a
cada uno según sus obras.

Capítulo XXXVII: De la pura y entera renuncia de sí mismo para alcanzar la


libertad del corazón.

Jesucristo: Hijo, déjate a ti y me hallarás a Mí. Vive sin voluntad ni amor propio,
y ganarás siempre. Porque al punto que te renunciares sin reserva, se te dará
mayor gracia.

El Alma: Señor, ¿cuántas veces me renunciaré, y en qué cosas me dejaré?

Jesucristo: Siempre, y a cada hora, así en lo poco como en lo mucho. Nada


exceptúo, sino que en todo te quiero hallar desnudo. De otro modo, ¿cómo podrás
ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad interior y exteriormente?
Cuando más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y
cumplidamente, tanto más me agradarás y mucho más ganarás.

Capítulo XLVI: De la confianza que debemos tener en Dios cuando nos dicen
injurias.

Si eres culpado, determina enmendarte de buena gana. Si no hallas en ti culpa, ten


por bien de sufrirlas por Dios
Capítulo XLVII: Todas las cosas pasadas se deben padecer por la vida
eterna.

Jesucristo: Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado por Mí, ni te abatan
del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce y consuele en todo lo que
viniere. Yo basto para galardonarte sobre toda manera y medida. No trabajarás
aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores. Espera un poquito y
verás cuán presto se pasan los males. Vendrá una hora cuando cesará todo trabajo
e inquietud. Poco y breve es todo lo que pasa con el tiempo.

Atiende a tu negocio, trabaja fielmente en mi viña, que yo seré tu galardón.

¡Oh! ¡Si vieses las coronas eternas de los Santos en el cielo, y de cuánta gloria
gozan ahora los que eran en este mundo despreciados, y tenidos por indignos de
vivir! Por cierto luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más estar sujeto a
todos, que mandar a uno solo. Y no codiciarías los días placenteros de esta vida:
sino antes te alegrarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por grandísima
ganancia ser tenido por nada entre los hombres.

III. Del libro "Carta a los Amigos de la Cruz” de San Luis María Grignion
de Monfort

De entre las obras de Montfort, ésta, la Carta a los Amigos de la Cruz es una de
las más difundidas. Y es que los cristianos de diferentes tiempos y culturas,
concretamente los de habla hispana, se identifican cordialmente con tan precioso
texto y una y otra vez lo devoran con espiritual afecto. Ellos saben que, como dice
Santa Teresa de Jesús,

En la cruz está la vida y el consuelo,


y ella sola es el camino para el cielo.
CARTA A LOS AMIGOS DE LA CRUZ

Los dos bandos

Queridos cofrades, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos
encontramos: el de Jesucristo y el del mundo (Jn 15,19; 17,14.16).

A la derecha, el de nuestro amado Salvador (+Mt 25,33). Sube por un camino


que, por la corrupción del mundo, es más estrecho y angosto que nunca. Este
Maestro bueno va delante, descalzo, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo
completamente ensangrentado, y cargado con una pesada Cruz. Sólo le siguen
una pocas personas, si bien son las más valientes, sea porque no se oye su voz
suave en medio del tumulto del mundo, o sea porque falta el valor necesario para
seguirle en su pobreza, en sus dolores, en sus humillaciones y en sus otras cruces,
que es preciso llevar para servirle todos los días de la vida (+Lc 9,23).

A la izquierda (+Mt 25,33), el bando del mundo o del demonio. Es el más


numeroso, y el más espléndido y brillante, al menos en apariencia. Allí corre todo
lo más selecto del mundo. Se apretujan, y eso que los caminos son anchos, y que
están más ensanchados que nunca por la muchedumbre que, como un torrente, los
recorre. Están sembrados de flores, llenos de placeres y juegos, cubiertos de oro y
plata (7,13-14).

A la derecha, el pequeño rebaño (Lc 12,32) que sigue a Jesucristo sólo sabe de
lágrimas y penitencias, oraciones y desprecios del mundo. Entre sollozos, se oye
una y otra vez: «suframos, lloremos, ayunemos, oremos, ocultémonos,
humillémonos, empobrezcámonos, mortifiquémonos (+Jn 16,20). Pues el que no
tiene el espíritu de Jesucristo, que es un espíritu de cruz, no es de Cristo (Rm 8,9),
ya que los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus concupiscencias
(Gál 5,24). O nos configuramos como imagen viva de Jesucristo (Rm 8,29) o nos
condenamos. ¡Animo!, gritan, ¡valor! Si Dios está por nosotros, en nosotros y
delante de nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (8,31). El que está con
nosotros es más fuerte que el que está en el mundo (1Jn 4,4). No es mayor el
siervo que su señor (Jn 13,16; 15,20). Un instante de ligera tribulación produce un
peso eterno de gloria (2Cor 4,17). El número de los elegidos es menor de lo que
se piensa (Mt 20,16). Sólo los valientes y esforzados arrebatan el cielo por la
fuerza (Mt 11,12). Nadie será coronado sino aquél que haya combatido
legítimamente según el Evangelio (2Tim 2,5), y no según el mundo. ¡Luchemos,
pues, con todo valor!».

Para los pecadores

En realidad, queridos Amigos de la Cruz, todos sois pecadores. Entre vosotros no


hay ninguno que no merezca el infierno (+Prov 24,16; 1Jn 1,10] -y yo más que
ninguno-. Pues bien, es necesario que nuestros pecados sean castigados en este
mundo o en el otro.

Si Dios, de acuerdo con nosotros, los castiga en éste, el castigo será amoroso: la
misericordia, que reina en este mundo, será quien castigue, y no la rigurosa
justicia; será, pues, un castigo suave y pasajero, acompañado de consolaciones y
méritos, y seguido de recompensas en el tiempo y la eternidad.

Pero si el castigo necesario a los pecados que hemos cometido queda reservado
para el otro mundo, será entonces la justicia implacable de Dios, que todo lo lleva
a sangre y fuego, la que ejecute la condena. Castigo espantoso (+Heb 10,31],
indecible, incomprensible: «¿quién conoce la vehemencia de tu ira?» (Sal 89,11];
castigo sin misericordia (Sant 2,13], sin mitigación, sin méritos, sin límite y sin
fin. Sí, no tendrá fin: ese pecado mortal de un momento que cometisteis; ese mal
pensamiento voluntario que escapó a vuestro cuidado; esa palabra que se llevó el
viento; esa acción diminuta que violentó la ley de Dios, tan breve, serán
castigados eternamente, mientras Dios sea Dios, con los demonios en el infierno,
sin que ese Dios de las venganzas se apiade de vuestros espantosos tormentos, de
vuestros sollozos y lágrimas, capaces de hendir las rocas. ¡Padecer eternamente,
sin mérito alguno, sin misericordia y sin fin!

Queridos hermanos y hermanas míos, ¿pensamos en esto cuando padecemos


alguna pena en este mundo? ¡Qué felices somos de hacer un cambio tan dichoso,
una pena eterna e infructuosa por otra pasajera y meritoria, llevando esta cruz con
paciencia! ¡Cuántas deudas nos quedan por pagar! ¡Cuántos pecados cometidos!
Para expiar por ellos, aun después de una contrición amarga y de una confesión
sincera, será necesario que suframos en el purgatorio durante siglos enteros, por
habernos contentado en este mundo con algunas penitencias tan ligeras! ¡Ah!
Cancelemos, pues, nuestras deudas por las buenas en este mundo, llevando bien
nuestra cruz. En el otro, todo habrá de ser pagado por las malas, hasta el último
céntimo (Mt 5,26], hasta una palabra ociosa (12,36). Si lográramos arrancar de las
manos del demonio el libro de la muerte (+Col 2,14), donde ha señalado todos
nuestros pecados y la pena que les es debida, ¡qué debe tan enorme
encontraríamos! ¡Y qué felices nos veríamos de sufrir años enteros aquí abajo,
con tal de no sufrir un solo día en la otra vida!

Para los amigos de Dios

«¿Podéis beber el cáliz?» (Mt 20,22). Excelente cosa es anhelar la gloria de Dios;
pero desearla y pedirla sin resolverse a padecerlo todo es una locura y una
petición insensata: «no sabéis lo que pedís» (ib.)... «Es necesario pasar por
muchas tribulaciones» (Hch 14,22)... Sí, es una necesidad, es algo indispensable:
hemos de entrar en el reino de los cielos a través de muchas tribulaciones y
cruces.

Para los hijos de Dios

Como dice San Agustín: «quien no llora en este mundo, como peregrino y
extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano del cielo». Si Dios
Padre no os envía de vez en cuando alguna cruz señalada, es que ya no se cuida
de vosotros: está enfadado con vosotros, y os considera como extraños y ajenos a
su casa y su protección; os mira como hijos bastardos, que no merecen tener parte
en la herencia de su padre, ni son dignos tampoco de sus cuidados y correcciones
(+Heb 12,7-8).

Para los discípulos de un Dios crucificado

Alégrate, pues, tú, pobre idiota, y tú, humilde mujer sin talento ni ciencia: si
sabéis sufrir con alegría, sabéis más que cualquier doctor de la Sorbona, que no
sepa sufrir tan bien como vosotros (+Mt 11,25).

Para los miembros de Jesucristo

Sois miembros de Jesucristo (1Cor 6,15; 12,27; Ef 5,30). ¡Qué honor! Pero ¡qué
necesidad hay en ello de sufrir! Si la Cabeza está coronada de espinas (Mt 27,29)
¿estarán los miembros coronados de rosas? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta
de barro en el camino del Calvario ¿se verán los miembros cubiertos de perfumes
sobre un trono? Si la Cabeza no tiene dónde reposar (8,20), ¿descansarán los
miembros entre plumas y edredones? No, no, mis queridos Compañeros de la
Cruz, no os engañéis: esos cristianos que veis por todas partes, vestidos a la
moda, en extremo delicados, altivos y engreídos hasta el exceso, no son
verdaderos discípulos de Jesús crucificado.

Si de verdad os guía el espíritu de Jesucristo, y si vivís la misma vida que esta


Cabeza coronada de espinas, no esperéis otra cosa que espinas, azotes, clavos, en
una palabra, cruz; pues es necesario que el discípulo sea tratado como el maestro
y el miembro como la Cabeza (Jn 15,20).

Hay que sufrir como los santos... y no como los reprobados

Esta tierra maldecida en que habitamos no cría hombres felices. No es en absoluto


perfecta la tranquilidad en este mar tormentoso. Nunca faltan los combates en este
lugar de tentación, que es un campo de batalla. Nadie se libra de pinchazos en
esta tierra llena de espinas (Gén 3,18). Es preciso que los predestinados y los
reprobados lleven su cruz, de grado o por fuerza. Tened presentes estos cuatro
versos:

Elígete una cruz de las tres del Calvario;

elige con cuidado, ya que es necesario

padecer como santo y como penitente


o como réprobo que sufre eternamente.

Eso significa que si no queréis sufrir con alegría, como Jesucristo; o con
paciencia, como el buen ladrón, tendréis que sufrir a pesar vuestro como el mal
ladrón; habréis de apurar entonces hasta las heces el cáliz más amargo (Is 51,17),
sin consolación alguna de la gracia, y llevando todo el peso de la cruz sin la
poderosa ayuda de Jesucristo. Más aún, tendréis que llevar el peso fatal que
añadirá el demonio a vuestra cruz, por la impaciencia a la que os arrastrará; y así,
tras haber sido unos desgraciados sobre la tierra, como el mal ladrón, iréis a
reuniros con él en las llamas.

Nada tan útil y tan dulce

Por el contrario, si sufrís como conviene, la cruz se os hará un yugo muy suave
(Mt 11,30), que Jesucristo llevará con vosotros. Vendrá a ser las dos alas del alma
que se eleva al cielo; el mástil de la nave que os llevará al puerto de la salvación
feliz y fácilmente.

Llevad vuestra cruz con alegría, y os veréis abrasados en el amor divino, pues
«sin cruces ni dolor, no se vive en el amor» [Imitación de Cristo III,5,7].

«Nada tan glorioso»

Alegraos, pues, y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz,
porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el mismo
Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz! Si así lo entendiérais, encargaríais
celebrar misas, haríais novenas en los sepulcros de los santos, emprenderíais
largas peregrinaciones, como hicieron los santos, para obtener del cielo este
regalo divino.

San Pedro y San Pablo son más gloriosos en sus calabozos, con los grilletes en los
pies (Hch 12,3-7), que arrebatados al tercer cielo (2Cor 12,2) o que recibiendo las
llaves del paraíso (Mt 16,19)».
Sufrir toda clase de cruces, sin rechazar ninguna y sin elegirlas

Disponéos, pues, a ser abandonados por los hombres y los ángeles, y hasta del
mismo Dios; a ser perseguidos, envidiados, traicionados, calumniados,
desprestigiados y abandonados por todos; a sufrir hambre, sed, mendicidad,
desnudez, exilio, cárcel, horca y toda clase de suplicios, aunque seáis inocentes de
los crímenes que se os imputan. Imaginaos, en fin, que después de haber sido
despojados de vuestros bienes y de vuestro honor, después de haber sido
expulsados de vuestra casa, como Job y Santa Isabel reina de Hungría, se os tira
al barro, como a esta santa, o se os arrastra a un estercolero, como a Job, hediondo
y cubierto de llagas (Job 2,7-8), sin que se os dé un trapo con que cubrir vuestras
heridas, sin un trozo de pan, que no se niega a un caballo o a un perro, para
comer, y que en medio de tales males extremos, Dios os abandona a todas las
tentaciones de los demonios, sin aliviar vuestra alma con la menor consolación
sensible.

La mano de Dios

Cuando veáis que un Semeí os injuria y os tira piedras, como al rey David (2Re
16,5-14), decíos interiormente: «no nos venguemos de él; dejémosle actuar, pues
el Señor ha dispuesto que obre así. Reconozco que yo he merecido toda clase de
ultrajes, y que con toda justicia Dios me castiga. Detente, brazo mío, y tú, mi
lengua: ¡no hieras, no digas nada! Este hombre o esta mujer que me dicen y hacen
injurias son embajadores de Dios, que de parte de su misericordia vienen para
castigarme amistosamente. No irritemos, pues, su justicia, usurpando los derechos
de su venganza. Ni menospreciemos su misericordia resistiendo los amorosos
golpes de sus azotes, no sea que, para vengarse, nos remita a la estricta justicia de
la eternidad».

Considerad que Dios, con una mano infinitamente poderosa y prudente os


sostiene, mientras os hiere con la otra. Con una mano mortifica, con la otra
vivifica; humilla y enaltece (Lc 1,52). Con sus dos brazos abarca por completo
vuestra vida dulce y fuertemente (Sab 8,1): dulcemente, sin permitir que seais
tentados y afligidos por encima de vuestras fuerzas (1Cor 10,13); fuertemente,
pues os ayuda con una gracia poderosa, que corresponde a la fuerza y duración de
la tentación y de la aflicción; fuertemente, sí, porque, como lo dice por el espíritu
de su santa Iglesia, Él se hace «vuestro apoyo junto al precipicio ante el que os
halláis, vuestro guía si os extraviáis en el camino, vuestra sombra en el calor
abrasador, vuestro vestido en la lluvia que os empapa y en el frío que os hiela,
vuestro vehículo en el cansancio que os agota, vuestro socorro en la adversidad
que os abruma, vuestro bastón en los pasos resbaladizos, y vuestro puerto en las
tormentas que os amenazan con ruina y naufragio» [Breviario antiguo].

Cargar con cruces voluntarias

Si queréis haceros dignos de las cruces que os vendrán sin vuestra participación, y
que son las mejores, procuraos algunas cruces voluntarias, con el consejo de un
buen director.

Por ejemplo; ¿tenéis en casa algún mueble inútil al que estáis aficionados? Dadlo
a los pobres, diciendo: ¿quisieras tener cosas supérfluas, mientras Jesús es tan
pobre?

IV. Del libro "De la fuga del mundo” de Claudio La Colombière

Dios no ha impuesto a nadie la obligación de abandonar el mundo para abrazar la


vida religiosa. No se puede negar, sin embargo, que haya un mundo, dentro del
mismo mundo, al que todo cristiano está obligado a renunciar. Existe, en medio
de nosotros, un mundo reprobado y maldito de Dios, un mundo del que Satanás es
señor y soberano, un mundo por el cual el Salvador no ha ofrecido sus oraciones a
su Padre, un mundo, en fin, que Jesucristo ha reprobado y del cual ha sido
siempre rechazado. Pero ¿dónde encontramos este mundo impío y desgraciado, y
cuáles son los lugares donde se juntan las personas que lo componen? A vosotros,
sus idólatras, tendría que preguntarlo. Todo lo que puedo decir es que ese mundo
está donde reina la vanidad, el orgullo, la molicie, la impureza, la irreligión. Está
allí donde menos caso se hace de las normas del Evangelio, y donde incluso se
glorían de seguir otras contrarias.

A vosotros os toca, pues, descubrir dónde se encuentran todos esos desórdenes.


Pero en cualquier lugar donde se encuentren, es cosa cierta que ser de ese mundo
y no ser del número de predestinados, tener algunos lazos con él y ser enemigo
declarado del Hijo de Dios, es una sola y misma cosa. Decís vosotros que ese
mundo no está ni en el teatro, ni en el baile, ni en las carreras, ni en los círculos, y
que tampoco se encuentra en los cabarets ni en los casinos de juego. Pues bien, si
sois tan amables, ya nos diréis dónde hemos de localizarlo para rehuirlo, porque,
después de todo, existe uno, y nuestro Maestro no nos ordenó tomar las armas
contra un fantasma o contra una quimera. Por otra parte, siendo así que ese
mundo reune a todos o a la mayor parte de los reprobados, sería una burla afirmar
que una multitud tan grande es invisible a los ojos humanos, y que marcha por
senderos desconocidos, ya que la fe nos enseña que ellos siguen un camino muy
transitado y muy ancho (De la fuite du monde, en Écrits 295-296).

V. Del libro "Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas” del V.P. Alonso


Rodríguez

Aprovechamiento espiritual

«Gran confusión y vergüenza nuestra es ver que los mundanos buscan con más
diligencia y cuidado las cosas temporales, y aun los vicios y pecados, que
nosotros la virtud, y que con más prontitud y ligereza corren ellos para la muerte
que nosotros para la vida»

Las obras ordinarias

Hemos de hacer todas las cosas de nuestra cotidianidad como si tuviéramos


delante nuestro observándonos a una persona a quien tuviéramos gran respeto y
reverencia. A buen seguro no las haríamos con descuido ni haríamos nada
impropio. Pues bien, ¿Acaso no está siempre delante nuestro observándonos el
Todopoderoso?

Rectitud de intención

Lo primero que hemos de hacer al levantarnos es ofrecerle a Dios todos los


pensamientos, palabras y obras del día, y pedirle que todo sea para gloria y honra
suya, para después, cuando viniere la vanagloria, podamos responder con verdad:
Tarde venís, que ya está dado.

Hemos de procurar que no comencemos cosa alguna que no vaya referida a


mayor gloria de Dios.

Caridad fraterna

Si el amor que nos pide Cristo que tengamos a nuestros hermanos ha de ser hasta
dar la vida por ellos, ¿cuánto más será razón que se extienda a otras cosas que se
suelen ofrecer, que son de menos dificultad que dar la vida por ellos? Si dijereis:
¡Oh, que no se ofenderá el otro por cosa tan liviana!, respondo: cuanto la cosa es
más liviana, tanto más fácilmente la podríais evitar. Y San Juan Crisóstomo dice
que antes agrava eso más vuestra culpa, pues no os supisteis vencer en una cosa
tan leve.

Siempre está en nuestra mano evitar la confrontación. Cuando da una cosa dura
con otra dura, suena y hace ruido; pero si lo duro da en blando, no se oye ni se
siente.

La humildad

No he de parar hasta tener gozo y regocijo en ser despreciado y tenido en poco,


por parecer e imitar a Cristo nuestro Redentor, que quiso ser despreciado y tenido
en poco por mí.

Y dice Jesús, “ Cualquiera que humildemente se fiare bien de Mí, Yo le


favoreceré en esta vida, y en la otra le haré más bien que el que él merece. Cuanto
uno más se fiare de mi bondad, tanto más alcanzará; porque es imposible que el
hombre no alcance lo que santamente creyó y esperó que alcanzaría habiéndolo
Yo prometido.

Cuanto más humilde fueres, tanto más crecerás en la virtud y perfección. Pues así
como la soberbia es raíz y principio de todo pecado (Eccli.10,15), así la humildad
lo es de toda virtud.

El deseo piadoso de la muerte

Es conforme a la naturaleza el huir de la muerte; pero muchos hay que no sólo


para evitar los pecados mortales, sino aún los veniales estarían dispuestos a
recibir gustosos la muerte. Porque el siervo de Dios ha de estar determinado, no
sólo de antes morir que hacer un pecado mortal, sino de morir antes que decir una
mentira, que es un pecado venial; y el que por eso muriese, sería mártir.

¡Ay! Qué tal es esta vida, donde nunca faltan tribulaciones y miserias; todas las
cosas están llenas de lazos y de enemigos; en partiéndose una tribulación, viene
otra, y aun antes de que se acabe el combate de una, sobrevienen otras muchas no
pensadas. ¿Cómo puede ser amada una vida llena de tantas amarguras, sujeta a
tantos casos y miserias? ¿Cómo se puede llamar vida la que engendra tantas
muertes y pestilencias? De una gran santa se lee que solía decir que si pudiese
escoger alguna cosa, no escogería otra sino la muerte; porque por medio de ella el
alma se halla sin temor de nunca más hacer cosa que sea impedimento del puro
amor. Y Santa Teresa decía: “Antes morir que pecar, y si vivo que sea sólo para
Dios”

Pero ¡ay! que nuestra vida no nos pertenece, ni somos libres para disponer de ella,
sino sólo Dios. No somos por tanto libres para elegir el momento. Pues no hay
cosa más cierta que la muerte, ni más incierta que el momento de la muerte.

Renuncia al mundo
Los que están asidos a las cosas del mundo y tienen puesto su corazón y contento
en ellas, no pueden tener contento verdadero ni durable, porque andan con las
cosas y dependen de ellas, y así están sujetos a las mudanzas de ellas. Tened por
cierto que mientras no pusiereis vuestro contento en lo que no os pueda nadie
quitar contra vuestra voluntad, siempre estaréis con pena y con sobresalto.
Mientras pusiereis los ojos y el corazón en las cosas del mundo, mutables y
perecederas, no podréis tener sosiego ni contento: ponedle en Dios y tendréisle.
Pues quien tiene a Dios por padre y por hermano a Jesucristo, en cuyas manos
está todo el poder del cielo y de la tierra (Mf28,18) ¿qué más tiene que desear? El
que ya posee el Todo, ¿cómo es que anhela las partes?

Hemos de tomar las cosas de este mundo como de paso; al fin, como peregrinos y
viandantes que somos, no tomando más que lo necesario para poder pasar nuestro
camino. “Contentémonos con tener el sustento necesario y con qué cubrirnos”,
dice San Pablo (1 Tim. S,8). Ahorrémonos y descarguémonos de todo lo que no
es muy necesario, para que así ligeros, podamos mejor caminar. Suspiremos por
nuestra patria y sintamos nuestro destierro. Leamos la Escritura como quien
recibe noticias de su patria estando en tierra extraña...

Por que si aquellos que aman las cosas caducas y terrenas se alegran y regocijan
del buen suceso de ellas, ¿cuánto mayor razón tenemos nosotros de alegrarnos y
regocijarnos en Dios y en la gloria eterna que esperamos?

El mundo os esclaviza y os aparta de Dios. Pero el demonio os pone un velo en


los ojos para que lo notéis. Pero así como el ave no siente que está presa hasta que
quiere salir del lazo, así el hombre no conoce bien la fuerza de sus vicios y malas
inclinaciones hasta que trabaja para salir de ellas.

La vida no es más que para contentar a Dios. Y si Él encamina mi vida por esta
vereda oscura y escabrosa, no tengo que suspirar por otra ninguna clara y suave.

La conversión de los pecadores

Dice San Juan Crisóstomo: Si veis que un ciego va a caer en un hoyo, le dais la
mano; pues viendo cada día a nuestros hermanos puestos a pique de despeñarse
en el abismo del infierno, ¿cómo nos podremos contener y dejar de darles la
mano? Pues sabed que aunque deis a los pobres toda vuestra hacienda, y ella sea
más que las riquezas del rey Salomón y los tesoros de Creso, más es convertir una
sola alma que todo eso.

Y San Gregorio dice que es mayor milagro convertir un pecador con la


predicación y con la oración que resucitar a un muerto; y más es y más lo estima
Dios, que crear los cielos y la tierra. Si no, vedlo por el coste; porque crear los
cielos y la tierra no le costó a Dios sino decirlo. Pero eso otro le costó más que
palabras: le costó su sangre y su vida.

Enlaces de Interés:

En esta web podrás encontrar el texto completo del libro “Tiempo y Eternidad”:
http://usuarios.lycos.es/tiempoyeternidad/

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http://www.gratisdate.org/fr-textos.htm

http://www.statveritas.com.ar/

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