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¿Cómo llamar los últimos veinte años del siglo XX sino segunda Restauración?
Y aquí está la cuestión: toda restauración se horroriza ante el pensamiento.
Por eso, Slavoj Zizek intenta en “La suspensión política de la ética” hacer
visible el fracaso de todos los intentos de redención. Reivindica el derecho a no
participar en cuanto debate surja, a evitar la pseudo-actividad académica. Hoy la
amenaza no es la pasividad, sino la pseudo-actividad, la urgencia de “estar activo”,
de enmascarar la vacuidad de lo que ocurre.
Hay que “hacer” a toda costa, en lugar de “pensar” en qué es lo que se debe
hacer.
Nadie creía en la paz entre 1918 y 1939. Hacía falta otra guerra, que sería
verdaderamente la última. Mao Tsé Tung es, inclusive, una figura típica de esa
convicción. Para obtener la “paz perpetua” es preciso inventar una nueva guerra, la
“guerra revolucionaria”.
En sus tiempos, el siglo XX es el siglo del teatro como arte y el director, como
pensador de la representación, sostiene una meditación muy compleja sobre las
relaciones entre el texto, la actuación, el espacio y el público. Brecht se pregunta
sobre la teatralidad de la política, cuál es, en la conciencia política, el lugar de la
representación, de la puesta en escena. Y opone, a la estatización fascista de la
política, la politización revolucionaria del arte.
Al final de El ser y la nada, Sartre dice en sustancia que la pasión del hombre
invierte la pasión de Cristo: el hombre se pierde para salvar a Dios. Sin embargo,
añade, la idea de Dios es contradictoria, de modo que el hombre se pierde en vano.
De allí la famosa fórmula con que concluye el libro: “El hombre es una pasión inútil”.
Para crear algo indestructible hay que destruir mucho, como los escultores,
que destruyen la piedra para que a través de sus vacíos se eternice una idea. Siglo
XX, de las resistencias y las epopeyas, destructor sin remordimientos.
El siglo dio por tierra, en verdad, con una de las tesis clásicas sobre la infancia,
por ejemplo la de Descartes, según la cual el niño no era sino una suerte de
intermedio entre el perro y el adulto, y que, para que llegara a la jerarquía de hombre,
era preciso adiestrarlo y castigarlo sin la menor vacilación. Fue Freud quien destacó
que la infancia, muy lejos de cualquier “inocencia”, es una edad de oro de la
experimentación sexual en todas sus formas.