Han pasado 20 años desde que Uzumaki Naruto exclamó
que sería el Hokage de la Aldea de Konoha, 17 desde que
Kishimoto Masashi lanzara al estrellato al ninja adolescente y 14 desde que Date Hayato hiciera la adaptación del manga al anime, y aún hoy esta animación japonesa continúa como una de las más renombradas del país del sol naciente y el mundo.
Naruto es una serie que nació de un one-shot –historieta de
un solo capítulo– para convertirse en un fenómeno global, en una tendencia del cosplay, en un universo de millonarias ideas. Como todo un hito del anime y el manga, este puede darle clases de socialización, serialización, masificación y comercialización de contenidos a las mejores industrias cinematográficas de Occidente. Y todo se desenvuelve con un simple hilo conductor: adolescente quiere ser fuerte, el más fuerte. ¿Para qué? Para protegerlos a todos, para ser reconocido, para tener amigos…
De esta línea nace la historia de Uzumaki Naruto, un ninja
un poco torpe, de la Aldea Oculta de la Hoja.
El mundo shinobi –ninja– siempre se asoció al sigilo, al
engaño, a la vida en las sombras, elementos casi ausentes en este anime. De hecho, la fortaleza, dígase relevancia, de los personajes es definida mediante una sencilla y repetitiva fórmula: mientras más llamativa y grande sea la técnica, más poderoso es quien la utiliza.
Y créanme que de ostentosas habilidades jamás Naruto (la
serie) quedó exenta. Desde el primer Katón –técnica de fuego– de Uchiha Sasuke en su entrenamiento con Hatake Kakashi hasta la continua e inacabable Cuarta Guerra Mundial Ninja, los seguidores de esta franquicia han disfrutado de la habilidad de los mangakas –dibujantes de manga– para crear inimaginables ninjutsus –técnicas ninjas–.
El último representante del linaje Uzumaki vive en un
universo plagado de asesinatos sin sangre, como corresponde a un shounen –series para jóvenes entre los 10 y 15 años–, de conspiraciones y batallas donde prima la ley del más fuerte. De ahí que surja la duda: ¿cómo es posible que el personaje principal haya sobrevivido a las contantes peleas a muerte de la serie con solo dos técnicas?
Desde el primer capítulo hasta el 220, que fue la cantidad de
episodios que duró la primera temporada, Naruto hizo gala permanente de sus kage bunshins –técnica de replicación de sombras, con la que Naruto crea múltiples clones de él para pelear– y rasengans –técnica que genera una poderosa esfera de energía en la mano de Naruto–. Nada más. Con pésimo taijutsu –habilidad para la pelea cuerpo a cuerpo–, ningún dominio del genjutsu –técnicas ilusorias–, y que decir del ninjutsu –técnicas ninjas que utilizan los elementos agua, tierra, aire, fuego y rayo–, este personaje está inflado, y no explota.
Los mangakas solventaron la ausencia de un
buen taijutsu con la eficaz utilización de la técnica de replicación de Naruto. La nula habilidad para el genjutsu, y por ende, para disipar ilusiones, se la adjudicaron a la simplicidad y torpeza del personaje, además, siempre existía para sacarle del aprieto una Haruno Sakura. Y, bueno, el ninjutsu es otra historia.
En cuanto a técnicas ninjas el discípulo de Jiraiya siempre
fue el último de la clase. Ni en la primera temporada, ni en los más de 400 capítulos de la segunda (Naruto Shipuden) utilizó un ninjutsu de algún elemento. De hecho, cuando entrenó para controlar su elemento base, el aire, lo mejor que pudo hacer fue fusionarlo con el repetitivo rasengan. Aunque se debe destacar que nuestro personaje tenía excepciones, poderosas técnicas como el Sexy no Jutsu y el Sexy no Jutsu Invertido con las cuales podía crear incontables hemorragias nasales. Otro toque de como Naruto era literalmente un baka –idiota–.