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La honestidad es más que la acción de hacer lo que es

decente, recatado o correcto, significa también honrar lo


que es justo, íntegro, en calidad de respeto hacia el mérito
de la otra persona. Implica rectitud e integridad, valores
éticos y morales, no sólo personales, sino también los
presentes en la sociedad.

¿Es posible hacer siempre lo correcto si la gente alrededor


no lo hace? Esta es una de las preguntas importantes que se
plantean en el argumento de Quiz Show: El Dilema (EUA,
1994), película dirigida por Robert Redford y escrita por
Paul Attanasio, basándose en las memorias de Richard N.
Goodwin, cuyo libro se titula Remembering America: A
Voice From the Sixties.

El filme, que estuvo nominado a cuatro premios Oscar


(mejor película, director, guión adaptado y actor
secundario), está protagonizado por John Turturro, Rob
Morrow, Ralph Fiennes, David Paymer, Paul Scofield, Hank
Azaria y Allan Rich, entre otros. La historia trata de la
investigación de un abogado del Congreso de Estados
Unidos, Richard Goodwin, que trabaja para la Subcomité de
Superintendencia Legislativa, en referencia a un aparente
fraude en los programas de concursos de la televisión en
1958, específicamente el show de juegos Twenty One (21),
de la cadena NBC.

Estos escándalos reales que sucedieron en aquel país


revelaron la necesidad de un control más estricto y legislado
en lo relacionado a la organización y transmisión de este
tipo de programas. El problema angular del escándalo
recaía en que los programas estaban amañados, con los
productores entrenando a los concursantes para responder
acertada y adecuadamente a las preguntas y para actuar de
una manera esécífica frente a la cámara; incluso, tal lo
representa la película, dando por antelación las respuestas
a los concursantes, que permitía a los responsables
determinar quién ganaba o perdía.

Dentro del relato, la película expone que las fuerzas detrás


de la artimaña son las personas a cargo de los medios de
producción que hacen los programas, tanto los trabajadores
de la cadena televisiva como los directivos del producto
patrocinador tras el proyecto, que invierten su dinero en
publicidad dentro del show. Ellos son los que realmente
tienen mucho que ganar y poco que perder. Su motivación
es la ganancia monetaria, que consiguen manipulando a la
audiencia a través de los concursantes, eligiendo a la
persona que aparece en pantalla y a quien los espectadores
seguirán cada semana a través de la televisión, propiciando
así el alza en la audiencia; mayores raitings significa
mayores ventas, porque significa también mayor consumo.
En síntesis se trata de generar una imagen agradable al
público para que la siga programa tras programa, hasta que,
al agotarse su expectativa, se decide hacerla perder,
negándole la respuesta correcta, e iniciando un nuevo
ascenso con un nuevo rostro, y así sucesivamente. Todo
bajo una lógica de que lo que interesa al público es creer en
la posibilidad de que el sistema ofrece de hacer triunfadores
a quienes se lo propongan, ganen y/o ‘merezcan’.

En la película el manejo de estrategia de manipulación


comunicativa es representado cuando Herb Stempel, un
hombre común y corriente de clase media baja y actual
campeón del programa Veintiuno, es forzado a perder para
dar su lugar a Charles Van Doren, un joven de familia
adinerada que vive en el lujo y la opulencia, cuyo padre es
una famosa figura de influencia dentro del mundo de la
literatura. Para los productores y sus jefes, tanto los
directivos de la cadena televisiva como sus socios
patrocinadores, elegir a Van Doren es lo más redituable
para vender su producto, pues consideran que ganan más
seguidores si la imagen que se promociona cada semana en
la televisión es la de un hombre joven, soltero, atractivo y
de un estilo de vida exclusivo.

La lógica de la estrategia inicial, con Stempel, era presentar


a la audiencia una cara con la que el público se pudiera
relacionar, el hombre común con una vida ordinaria que es
extraordinario por su capacidad de conocimiento, talento
que deja ver durante el programa al responder con éxito
preguntas sobre temas académicos y especializados. La
nueva estrategia, tras reemplazar a Stempel por Van Doren,
es más bien apelar a la aspiración, que la gente no se sienta
en el mismo nivel que este joven, sino que más bien quiera
ser como él y, por tanto, compre lo que él les diga que
compre, use lo que él usa, escuche lo que él tiene o no tiene
que decir. El ciclo es una maniobra de readaptación, pues
Van Doren cumplirá su propio ciclo hasta que los
productores consideren que es momento de renovar la
imagen, dar alguien nuevo a la gente para que se interese
otra vez en el programa (en este caso una mujer casada,
abogada y pintora).

“La audiencia subía si el mismo concursante volvía una


semana tras otra. Y sólo había una forma de hacer que eso
sucediera”, le dice uno de los representantes de la empresa
patrocinadora del programa a Richard Goodwin, dejando
ver que la gente detrás del proyecto, que se dicen
públicamente víctimas del engaño, sabían en realidad lo
que sucedía y lo permitían, porque todo estaba planeado
como una estrategia de venta, la venta de una imagen y una
ilusión, más que realmente un concurso. La frase también
recalca el hecho de que la audiencia elegía no darse cuenta
de lo que realmente sucedía tras bambalinas, o lo entendía,
pero elegía seguir el juego porque preferían escapar al
mundo imaginario que se les presentaban en lugar de
forzarse a confrontarlo con su propia realidad.

“El público tiene muy poca memoria. Pero las empresas


nunca olvidan”, insiste este hombre, subrayando también
con sus palabras una realidad de la que estas compañías se
aprovechan, que la audiencia parece consumir sin
distinción, sin reparar en el fraude y el engaño, sin pasar la
información que recibe de la televisión por un filtro con el
que analice contenido, propósito, intensión, valores que se
manejan o ética con que se presenta.

El verdadero problema es que todo indica que todas las


partes involucradas parecen estar de acuerdo con la
transacción, aunque sea de manera indirecta (con su
desidia o negación, por ejemplo), desde los productores
hasta los directivos, desde la audiencia hasta los
concursantes mismos, y el perdedor al final no es más que
la historia, la cultura y la sociedad como conjunto. O no,
porque la historia la escriben los vencedores, en este caso
los vendedores de esperanza televisiva, quienes han
diversificado los llamados reality show hasta el hastío, hasta
la ignominia de dejar al descubierto intimidades y bajezas
de los concursantes, con la anuencia siempre cómplice de
los telespectadores.

El patrocinador vende más, la cadena televisiva gana más,


los productores se hacen de una palmada en la espalda por
su trabajo, los participantes de los concursos reciben dinero
a cambio de su silencio y la audiencia se deja llevar
interesada más por el entretenimiento. Es como si todos se
conformaran con la ignorancia a su alrededor y la
indiferencia respecto a lo sucedido, porque es más fácil
querer justificar con calificativos como divertimento que
hacer algo al respecto, hacer lo correcto.

Lo que lo provoca es tanto la cultura por el espectáculo, que


consume a expensas de la exposición o humillación del otro
(a Stempel por ejemplo le piden perder respondiendo
erróneamente una pregunta sencilla que la mayoría de las
personas comunes conocería), pero también la falta de
regularización en cuanto a las directrices bajo las que se
permiten estos programas. Las productores detrás de ellos,
por ejemplo, se escudan en que, técnicamente, no están
cometiendo ningún acto ilegal, porque en ningún lado está
propiamente estipulado que esté prohibido hacer este tipo
de engaños. ¿Quién tiene la culpa de esto, ellos, los
gobernantes, las personas que miran, los que lo saben y no
dicen nada o todos en conjunto?

La gente quiere ver a los concursantes ganar, pero también


quiere verlos perder; en corto, quiere ver cosas nuevas y
diferentes que sean familiares cada cierto tiempo, pero
también inciertas cada otro tanto, una dinámica que
mantiene viva su curiosidad, e incluso su morbosidad. Los
trabajadores en la cadena televisiva en efecto explican en la
película que su misión es crear tensión y construir una
narrativa llena de altibajos, de drama; así que, aunque se
trate de un programa de ‘realidad’, donde concursantes,
personas comunes, ponen a prueba su conocimiento, en un
show ‘sin guiones’ ni escenarios previamente trazados, la
verdad es que detrás de ellos sí existe una fuerza que los
moldea, conforme a un propósito específico que se quiere
vender. Y si bien todos saben la verdad, también todos
eligen preferir el engaño, como si se tratara de convencerse
de que el truco del mago es real, incluso sabiendo que en
realidad no hace desaparecer a nadie ni corta a su asistente
a la mitad en pleno escenario. El pretexto es que “se trata de
simple entretenimiento, diversión”.

Detrás de ello está de nuevo la cultura del espectáculo. Una


vez que el juicio contra la NBC toma lugar en la historia, los
periodistas y las personas no están interesadas en la verdad
que investiga el Congreso, sino en el escándalo que esto
implica, dentro del medio del espectáculo y que involucra a
diversas figuras que los representan, entiéndase los
productores, los conductores de televisión o los
participantes mismos. Y así, Van Doren, que cede a la
presión de confesar, no tanto por su deber con la verdad
sino más bien por su propia vanidad tras convertirse en una
figura pública a la fuerza, lo que le hace perder su
privacidad, se convierte de nuevo en foco de las cámaras, en
la atención de los medios, que buscan continuar explotando
chismes y rumores.

La gente y los medios de comunicación prefieren poner


atención en el desprestigio que se le hace a Stempel, de
quien ponen en duda sus acusaciones, planteando la
posibilidad de que pueda haber iniciado la demanda por
envidia hacia Van Doren, que en las verdades que revela
durante la investigación. ¿Por qué enfatizar la información
banal de su persona cuando lo importante es el caso de
fraude que expone y que tanto él como otros concursantes
fueron parte del engaño orquestado por altas esferas de
poder?

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