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La Fiebre Minera Se Apoderó de Colombia
La Fiebre Minera Se Apoderó de Colombia
Allí, donde el suelo promete riqueza, los ánimos despiertan la ambición y los viejos
conflictos se exacerban. Una investigación de María Teresa Ronderos, asesora
editorial de Semana, para el Centro de Investigación Periodística Ciper.
Las más grandes multinacionales del sector ya están en Colombia, empujadas por la
feroz alza en los precios del carbón y del oro. La inversión extranjera también ha dado
un salto, llegando a US$ 11.900 millones para el último quinquenio. Se estima que las
exportaciones alcanzarán los US$ 54 mil millones en 2021.
Esta fiebre minera llevó al gobierno anterior a otorgar casi 9.000 títulos sin
respetar parques nacionales ni reservas indígenas. El crimen organizado también
encontró allí una vía para repatriar sus utilidades de la droga y lavar dinero. Si
Colombia aprovecha la bonanza que se inicia, puede saltar al desarrollo. Pero no será
tarea fácil.
La fiebre minera llegó a Colombia. Si bien desde los tiempos de la Conquista, las
esmeraldas de Muso y de Coscuez han deslumbrado al mundo, el auge de hoy es
inédito. (Vea aquí el multimedia que señala a los mayores dueños de propiedad minera
en Colombia).
Los precios de sus principales minerales, carbón, níquel y oro, se han trepado al cielo.
Exploradores de toda índole y tamaño llegaron por miles a escarbar sus entrañas. Allí
donde el suelo promete riqueza súbita, los ánimos febriles despiertan la ambición, y
los viejos conflictos y violencias se exacerban.
Con los precios en alza, los grandes proyectos mineros, que habían empezado a
producir desde los años 80 y 90, también florecieron. El Cerrejón, una de las minas a
cielo abierto más grandes del mundo en el extremo nororiente en la Guajira, explotada
por una sociedad de las multinacionales europeas Xstrata plc, BHP Billiton y Anglo
American, vendió en 2010, casi US$2.500 millones en carbón. Y cerca de allí,
explotando una franja en el centro del Cesar, dos carboneras con varias minas, la
estadounidense Drummond y la suiza Glencore, vendieron respectivamente, US$2.000
y US$340 millones. El proyecto de Cerro Matoso, de la gigante anglo-australiana BHP
Billinton, al noroccidente, en Córdoba, tuvo ventas el año pasado por US$556 millones
en ferroníquel, la preciada aleación con la que se fabrica el acero inoxidable. (Vea la
tabla con las 10 mineras más grandes de Colombia).
Así, por ejemplo la gigante canadiense Barrick Gold compró una sociedad con títulos
en el Eje Cafetero, al centro del país. MPX Energía de Brasil, filial de EBX del magnate
Eike Batista, adquirió los derechos para explorar carbón en La Guajira, y tiene en sus
planes una gran expansión. Y por último, una jugadora de talla mundial en oro, la
surafricana Anglo Gold Asahanti, ya anunció dos hallazgos importantes: la mina La
Colosa, en el municipio de Cajamarca en Tolima, donde calcula hay 12 millones de
onzas troy de reservas estimadas, y, en llave con su socia B2- Gold, está
desarrollando el proyecto de Gramalote en Antioquia, donde encontró oro de veta con
reservas de 2,39 millones de onzas troy.
A la fecha, el Registro Minero Nacional reporta que 1717 empresas tienen títulos
vigentes de concesiones para explorar o explotar minas. Y los particulares tienen unos
7.200 títulos más. Están buscando plata, platino, molibdeno, níquel, zinc, además de
los minerales que abastecen la construcción, como las calizas, arenas y arcillas.
Las minas de hecho también se esparcieron como hongos por todo el territorio, hasta
completar 3.600 este año, según investigó la Defensoría del Pueblo.
Según datos del Ministerio de Minas, las regalías mineras alcanzaron los US$647
millones el año pasado. No es un monto significativo del presupuesto nacional (de
unos US$76 mil millones para este año), pero es la única fuente de riqueza de muchos
de los municipios más pobres del país. Además, se proyecta que éstas van a crecer a
un ritmo exponencial, y que de ese crecimiento, que en 2010 fue del 11,1 %, está
dependiendo buena parte de la expansión de la economía nacional.
Así, el futuro se publicita fabuloso, pero la posibilidad de que, como en el pasado,
cuando se encontraron los grandes yacimientos petroleros, a los colombianos les
quede poco de esta irrepetible cosecha de minerales, es alta. Y ello porque la bonanza
se eleva sobre oscuros socavones de debilidad institucional, corrupción, daño
ambiental, crimen organizado y la exacerbación de conflictos sociales, de entre los
más violentos del planeta.
Instituciones en ruinas
Un solo ejemplo es revelador. Según relataron a CIPER, dos funcionarios que por
años han trabajado en Ingeominas, percibían una excesiva cercanía de algunos
directivos con la multinacional Anglo Gold Ashanti (AGA). De hecho, una de cada cinco
hectáreas concesionadas fue a dar a sus manos.
En 2009, voceros de la Anglo Gold Ashanti (AGA) dijeron a un medio local que habían
devuelto el 92% de las áreas pedidas originalmente y que entre las áreas que seguían
solicitando -y las que ya estaban tituladas a su nombre- apenas sumaban 166 mil
hectáreas. Sin embargo, y aún cuando la información del Registro Minero Nacional
puede estar desactualizada, la diferencia con lo que éste reporta hoy es enorme. A
julio de 2011, figuran 389 títulos de la AGA registrados en diversos municipios
colombianos, de un extremo al otro del país, los que suman más de 700 mil hectáreas.
¿Cómo logró AGA que le aprobaran el mayor número de títulos mineros del país
prácticamente en tres años, cuando otras empresas tuvieron que esperar en promedio
casi cinco años para conseguir los suyos?
Es verdad que el Código de 2001 había dejado abierta la posibilidad de que cualquiera
con un pago mínimo y un documento de identidad pudiera hacerse de una concesión
minera, pero el espíritu de la ley buscaba incentivar la promoción, no la especulación.
Al entregar áreas inviables por ser absurdas o microscópicas (una tenía 34
centímetros y otra 19 metros por 16 kilómetros), Ingeominas creó el río revuelto donde
pescaron muchos avispados.
Para los mineros artesanales el tratamiento fue bien distinto. Organizados en varias
asociaciones y sindicatos, ellos habían conseguido que el Código Minero de 2001 les
diera tres años para legalizar sus minas. De los 15 mil mineros de hecho que según la
Defensoría del Pueblo hay en el país, llegaron a Ingeominas 2.845 solicitudes de
formalización. Y de ellas apenas consiguieron formalizarse 23. ¿La razón? La norma
les exigía que presentaran mapas técnicos de sus minas y facturas comerciales de
varias décadas atrás.
La ley 1382 que reformó el Código en febrero de 2010, volvió a abrir la posibilidad de
legalizar minas artesanales. En un año llegaron otras 2.200 peticiones. De éstas, 719
ya han sido evaluadas, pero como las normas son las mismas, sólo una pasó la
prueba documental y próximamente se le hará una visita técnica.
Echar a andar las peticiones de los mineros artesanales a paso de tortuga, y las de los
nuevos títulos a galope, cerró aún más la posibilidad de que los artesanales lograran
formalizar sus minas: cuando llegaban sus peticiones ya esas áreas habían sido
adjudicadas a nuevos mineros o a especuladores.
Los cambios de legislación terminaron agravando los conflictos. Por ejemplo, Medoro
Resources obtuvo una concesión en Marmato (Caldas), un pueblo de mineros
artesanales con 457 años de historia. Encontró reservas de 6,6 millones de onzas de
oro y 37 millones de onzas de plata y quiere desarrollar allí una mina a cielo abierto,
pero muchos en el pueblo se han opuesto porque esto implica desplazarlos y dejarlos
sin trabajo. Declaraciones recientes del vocero de Medoro a la cadena de televisión Al
Jazeera, en el sentido de que tenían varias maneras de sacar a la gente: “presiones
del gobierno, la chequera…”, causaron aún más escozor. Es de esperar que el debate
arrecie cuando la multinacional solicite los permisos de explotación.
Mafias y dragas
La ley 1381 también dejó abierto un agujero fatal: si un minero que declaraba ser
informal pedía un título, podía seguir explorando su mina hasta que no se regularizara
su situación. Muchas mafias asociadas al paramilitarismo y al narcotráfico
aprovecharon este hueco legal y fingieron ser mineros artesanales. Esto les dio carta
abierta para meter dragas y bombas costosas a explotar las minas a gran escala,
causando un gran daño ecológico y a la salud. Cuando el gobierno pretendió cerrarles
las minas, alegaron que tenían procesos de regularización en trámite.
En el río Dagua, en el sur del país, un minero que explotaba calizas y gravas en el río,
halló unas enormes pepas de oro. La noticia corrió veloz y miles de caza fortunas
llegaron en un santiamén. Algunos trajeron maquinaria pesada y en cuestión de meses
habían causado un desastre ambiental mayúsculo. A los pequeños los dejaban entrar
por unas horas al día. Después de varias denuncias periodísticas -y de cambiar una
vez más la ley para cerrarle el paso a este tipo de minería mediana altamente
destructiva-, el gobierno logró sacarlos. Así ha cerrado 21 minas entre febrero y mayo
de este año.
Pero según dijeron fuentes de esa región a CIPER, en el caso del Dagua, como en
otros episodios en Chocó y el Bajo Cauca, muy pronto mudaron sus dragas a otro río.
“Los del Dagua se fueron a la pobrísima población nariñense de Timbiquí,en el
Pacífico caucano, y ahora están allí explotando el oro sin control”, dijo un líder
social de la región.
Pero que los personajes que están manejando el negocio de mini-dragas y dragas son
de calibre mayor es también la opinión de las autoridades judiciales colombianas. Por
ejemplo, según le afirmaron a El Tiempo, han detectado que las minas que llegaron a
controlar el narco-paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias Macaco (extraditado a
Estados Unidos) y su segundo al mando del Bloque Central Bolívar, Rodrigo Pérez, en
el Sur de Bolívar, han sido heredadas por otros grupos armados que hoy las
controlan.
La policía y la fiscalía, que ha creado una unidad especial para perseguir la minería
ilegal, también han detectado que las guerrillas de las FARC están explotando minas
de aluvión o están extorsionando a los mineros. Además, como las normas vigentes
permiten comprar la misma cantidad de explosivos para abrir una mina pequeña que
una grande, tener negocios de minería les resulta conveniente porque pueden obtener
los explosivos que quieran sin levantar sospechas.
El crimen organizado también ha encontrado en la importación de dragas un
mecanismo para repatriar sus utilidades de la droga y en las exportaciones ficticias de
oro, una vía para lavar dinero.
Esta fórmula de lavar dinero vía regalías sigue operando. A los municipios antioqueños
de Segovia y Remedios, por ejemplo, el gobierno les suspendió el giro de regalías,
pues encontró que tenían sospechosos contratos con particulares para promover la
minería y los pagaban con dinero de las regalías. En el municipio chocoano de
Itsmina, la suspensión de los giros se dio por un súbito e inexplicable crecimiento de la
producción de oro declarada: un aumento de 2.031 % en sus regalías entre 2008 y
2010. Más raro fue que, apenas Itsmina recibió las enormes regalías, salió a pagar
una deuda “sin saberse si era real o ficticia”, dijo a Ciper un funcionario que conoció el
caso.
Los vínculos de la minería con grupos armados no sólo se dan en las minas de hecho.
En diversos puntos de la geografía, organizaciones sociales han denunciado que
algunas mineras han financiado a grupos paramilitares para protegerse o para forzar el
desalojo de comunidades de las minas que quieren explotar. Quizás la empresa más
cuestionada en esta materia ha sido la multinacional estadounidense Drummond.
Y hay más. En abril de este año, la Fiscalía acusó a un contratista que les proveía la
comida a los trabajadores de la Drummond, de complicidad con los paramilitares en el
asesinato de dos líderes sindicales de la empresa minera, Valmore Locarno y Víctor
Hugo Orcasita, en marzo de 2001. Por estos hechos organizaciones sindicales y de
derechos humanos han entablado tres demandas civiles contra la Drummond en
Alabama. Alegan que los directivos de la carbonera sabían de estos crímenes y los
cohonestaron. La empresa, que ya logró que la justicia estadounidense desestimara
una primera demanda, ha reiterado en avisos de prensa, que las acusaciones son
falsas.
Los miles de mineros informales que buscan explotar el oro de los ríos están
contaminando el agua con metales pesados como el mercurio y al cianuro. Además,
como la amalgama que se forma con estos metales se quema para extraer el oro, el
aire también se envenena. La Defensoría encontró que en el aire de los pueblos
mineros de Segovia, Zaragoza y Remedios, el nivel de mercurio puede ser hasta mil
veces más alto que el permitido. En Remedios se descubrió que 15 personas han
pedido trasplante de riñón por intoxicación con mercurio.
Grandes proyectos mineros también han sido cuestionados por sus posibles efectos
nocivos a los ecosistemas. El gobierno de Santos, presionado por la movilización de
los habitantes de Bucaramanga, una de las principales ciudades colombianas, puso en
entredicho la licencia ambiental otorgada a la minera canadiense GreyStar para
explotar un área en el páramo de San Turbán, donde nace el agua que abastece a los
bumangueses y la minera debió retirar su proyecto y tendrá que reformularlo.
-De los otros 37 casos de títulos mineros que se superponían con parques naturales,
en 12 encontramos superposiciones de menos del 1% de área y estamos ajustándolas
de oficio, y en los demás estamos trabajando con las compañías para resolver el tema
-dijo a Ciper, Oscar Paredes, actual director del Ingeominas.
Anglo Gold Ashanti (AGA) , está preparándose para pedir la licencia ambiental para la
gran mina de oro de La Colosa, en el municipio de Cajamarca, en Tolima. El proyecto
ha sido cuestionado por organizaciones ambientales de la región y algunas
autoridades, principalmente por el posible impacto que puede tener la actividad
minera sobre la vecina área de Reserva Forestal Central y sobre el Río
Coello que abastece a los habitantes de varios municipios.
Sin prevención
Tampoco están bajo control de las autoridades los accidentes laborales del sector que
a mayo de este año había dejado ya 62 mineros muertos. La mayoría de estos
accidentes suceden en las pequeñas minas artesanales en cuatro departamentos que
producen carbón de socavón: Antioquia, Boyacá, Cundinamarca y Norte de Santander.
La mayoría se produce cuando el gas metano atrapado en la mina estalla con una
chispa de una lámpara o una cerilla o cuando los rudimentarios soportes de la mina se
desploman.
Hasta ahora los sucesivos gobiernos han anunciado apoyo para mejorar las
condiciones de seguridad de los mineros, pero como sucedió en la mina San
Fernando, en Amagá (Antioquia), en junio de 2010, donde perecieron 73 trabajadores,
la respuesta más frecuente es cerrar la mina después de la tragedia. Al poco tiempo la
gente se las ingenia para volver a trabajar porque no tienen otro medio de ganarse la
vida. Así lo documentó en detalle la televisión local en un programa desgarrador sobre
el caso. (Haga clic aquí para ver el reporte oficial de fatalidades en los últimos años).
Retos y medidas
Desde la industria minera los anuncios se reciben con sentimientos mezclados. Volver
a abrir la caja de Pandora de intereses que significa cada reforma al Código Minero
puede tener un final impredecible. El más temido es que les arruine la rentabilidad de
sus inversiones. Aunque evidentemente, les será más fácil operar con instituciones
más transparentes y menos arbitrarias, como por ejemplo, un nuevo catastro minero.
El camino para ello no es fácil. El gobierno deberá crear fórmulas para desterrar
las mafias y darles espacio a los mineros artesanales. Además, deberá imponer
ante las empresas que corrompieron las instituciones y violaron la ley, una nueva ética
de desarrollo sostenible. Una vez creados los mecanismos institucionales adecuados,
tendrá que hacer valer la protección del medio ambiente colombiano como un tesoro
más valioso que el oro y el carbón.
Para esa gran transformación pendiente los tiempos políticos son cortos. Mientras la
locomotora minera va a toda máquina cruzando la vía de un negocio de miles de
millones de dólares, el temor de que la promesa de prosperidad termine en un mero
espejismo sigue vigente para la gran mayoría de los colombianos.