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MARCUSE, REVOLUCIONARIO1
Nota editorial
Marcuse, revolucionario
Entre los filósofos descendientes de Marx, ninguno, con certeza, marco la vida
político-cultural de los años sesenta, en el siglo XX, con mayor vigor que el alemán
Herbert Marcuse, cuyo centenario de nacimiento estamos conmemorando ahora.3 Se
trata, sin dudas, de un autor polémico. Realizado el balance de su obra, con todo, y
analizada su trayectoria, creo que también aquellos que divergen con su perspectiva,
reconocerán que la importancia de su contribución para el pensamiento crítico
contemporáneo prevalece ampliamente sobre cualquier restricción que se le pueda
realizar.
1 La presente traducción ha sido realizada desde el portugués por Carlos F. Lincopi Bruch para su
publicación en la Revista Marxismo & Revolución (marxismoyrevolucion.org)
2 Leandro Konder fue profesor de Filosofía de la Educación en el Departamento de Educación de la
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Walter Benjamin decía que la victoria pone al victorioso en una situación que
facilita el fortalecimiento de tendencias conservadoras, ya que, para consolidar su
conquista, el victorioso precisa cercar las murallas y pasar a vivir dentro de un Bunker.
El derrotado, por el contrario, si quiere sobrevivir debe “bañarse en la sangre del
dragón”, y desafiado a renovarse, pasando por todos los angustiantes incómodos de
un ajuste de cuentas con sus propias ilusiones, esto es, con aquellas sinceras y
enraizadas convicciones que, al tiempo, lo llevaron a la derrota (Benjamin, 1980: 372).
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conceptos de Heidegger y Marx, constando que las categorías del autor de los
“Manuscritos” superaban ampliamente a las otras.
Los ensayos que Marcuse publicó a lo largo de los años treinta critican
ásperamente las ambigüedades estructurales, insuperables, de la ideología
“racionalista” liberal, empero tiene siempre en cuenta los riesgos de una postura que,
en nombre de la crítica al liberalismo, llevaría a la destrucción de la libertad. El
liberalismo no peca por contraponer la defensa de las libertades individuales con el
totalitarismo: peca por dejarse infiltrar por criterios que resultan en formas de
complicidad con las tendencias totalitarias.
4 Cf. Habermas, J, et al. Gespräche mit Marcuse. El reconocimiento de la importancia del encuentro con
los “Manuscritos” está reiterado en Ideas sobre una teoría crítica de la sociedad (Marcuse, 1981).
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Al mismo tiempo, con todo, percibía que la grandeza de la lucha no podría ser
utilizada como disculpa para que se cobrase a los luchadores un comportamiento ab-
negado, esto es, de autonegación, de sacrificio acrítico (no consciente) de ellos
mismos, de sus saludables y humanas alegrías individuales, en el altar de la revolución
y la edificación de la sociedad futura.
En contra del sentido común, Georg Hegel había sustentado el punto de vista
según el cual lo que es percibido de manera inmediata, puramente empírica,
permanece abstracto, al paso que el conocimiento concreto es aquel que se obtiene a
través de un proceso, que pasa por mediaciones. Marcuse aprovecha esa
conceptualización que encuentra en Hegel para hablar del individuo abstracto como
aquel que se limita a percibir su situación inmediata de aislamiento (y carece de
parámetros para evaluarse a sí mismo, no dispone de términos de comparación
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fecundos), de manera tal que, el individuo concreto es aquel que reconoce la inserción
de su movimiento personal en el movimiento social, en el intercambio con los otros.
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La lógica de una economía que gira cada vez más exclusivamente en torno del
mercado exaspera el ejercicio de una autonomía ilusoria por parte de los individuos.
El yo es simultáneamente apagado y debilitado. Su poder es exaltado, su
independencia es proclamada y, sin embargo, se va tornando cada más dispuesto en
aceptar un comando externo, que acarrea una insensibilización de conciencia moral y
de responsabilidad personal.
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Era, por tanto, una cultura bidimensional. En la segunda mitad del siglo XX, con
todo, la sublimación característica de las creaciones artísticas fue substituida por una
de-sublimación que pasaba a domesticar los instintos de los individuos,
encuadrándolos pragmáticamente en la dinámica del mercado.
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En El fin de la utopía, alegó que en la utopía había una ampliación del campo de
posibilidades de acción pensables, lo que resultaría, al final, en un estímulo para la
creatividad de las acciones humanas. Alegó, también, que cualquier exageración en la
dimensión de continuidad en la historia resulta en un debilitamiento de la dimensión
de ruptura y en una reducción de nuestras ideas nuevas a simples ampliaciones de
ideas viejas. La utopía desempeñaba un papel decisivo en la resistencia contra ese
vaciamiento de lo nuevo. En este sentido, el fin de la utopía sería, de hecho, el fin de la
historia (Marcuse, op.cit., 1969).
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Fue en torno a la evaluación del movimiento estudiantil, por otra parte, que
Marcuse tuvo una áspera discusión epistolar con Adorno, una controversia
trágicamente interrumpida por la muerte del autor de Dialéctica negativa. Adorno y él
eran amigos hace más de treinta años. Marcuse fue bastante influenciado por las ideas
que Adorno y Horkheimer habían expuesto en Dialéctica de la ilustración. Su ensayo
La dimensión estética (Marcuse, 1986) se basaba explícitamente en la concepción de
Adorno sobre el arte. En 1968, sin embargo, se transformaron en divergencias
políticas serias entre ambos.
El intercambio de púas debía doler entre ambos. Adorno escribió que la policía
había tratado a los estudiantes de un modo mucho más civilizado de que los
estudiantes lo habían tratado a él. Caracterizó el grupo como políticamente aislado y
vio en la actitud de los jóvenes algo de “fascista”, una postura que podría venir a
destruir las instituciones de la democracia representativa. Marcuse admitió que había
comportamientos irresponsables y acciones insignificantes entre los estudiantes, sin
embargo negó que el movimiento estudiantil, en general, corriese el riesgo de sufrir
un proceso de “fascistización”. Reafirmó su punto de vista según el cual el
inconformismo de los estudiantes era un elemento fundamental en el cuestionamiento
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del capitalismo, y advirtió “Teddy” de que los daños acarreados a las instituciones de
la democracia representativa venían mucho más de parte de la clase dominante que
de la rebeldía de los estudiantes.5
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