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El HORACIO

Heiner Müller

La ciudad de Roma y la ciudad de Alba


se disputaban la conducción de la guerra
contra los poderosos Etruscos que se habían
levantado en armas. Había que resolver la
cuestión antes del ataque del enemigo común.
De modo que, allí estaban, en formación de
batalla enfrentados entre sí, quienes sufrían
la misma amenaza. Los Jefes Supremos se adelantaron
a sus legiones y se dijeron mutuamente.
La batalla debilita al vencedor y al vencido,
echemos las suertes para que por nuestra ciudad,
luche un solo hombre y por vuestra ciudad,
luche un solo hombre, preservando así a todos
los demás para la lucha contra el enemigo común.
Y las legiones golpearon los escudos en señal de
aprobación y se echaron las suertes. Y la suerte
quiso que combatieran por Roma un Horacio y por
Alba un Curiacio. El Curiacio amaba a la hermana
del Horacio. Y las respectivas legiones preguntaron
al Horacio y al Curiacio:
El es tu
el amante de hermana. Deberemos arrojar
Tu eres su
las suertes nuevamente?
Y el Horacio y el Curiacio dijeron:
- No.
Y combatieron entre las filas de guerreros
Y el Horacio hirió al Curiacio.
Y el Curiacio dijo con voz desfalleciente:
-Perdón al vencido. Yo soy
quien ama a tu hermana.
Y el Horacio gritó:
Mi hermana se llama Roma.
Y el Horacio clavó su espada en la garganta
del Curiacio, derramándose sangre sobre la tierra.
El Horacio regresó a Roma llevado en andas,
como se lleva a un nuevo líder, sobre los escudos
de la tropa ilesa, y echado al hombro traía el atavío
guerrero de su contrincante muerto. De su cinto pendía
La espada conquistada al Curiacio y entre sus manos
estaba la propia ensangrentada.
Por el portón del este, salió a recibirlo con pasos
acelerados, su hermana, y detrás de ella, lentamente,
su anciano padre.
Y el vencedor descendió a tierra de un salto frente
al pueblo alborozado para abrazar a su hermana.
Pero la hermana reconoció el ensangrentado atavío guerrero,
trabajo de sus manos, y gritó, y desprendió su cabellera
desgreñándose sus cabellos.
Y Horacio increpó a la hermana doliente
Por qué gritas y te ocultas tras tu cabellera?
Roma ha vencido. Ante ti está el vencedor.
Y la hermana besó el atavío ensangrentado y gritó:
Roma, devuélveme lo que esta ropa contenía.
Y el Horacio, cuyo brazo aún se movía con el mismo
impulso con el que había matado al Curiacio, llorado
ahora por su propia hermana, clavó la espada con la
sangre todavía húmeda de aquel por quien se lloraba
en el pecho de la que lo lloraba,
derramándose sangre sobre la tierra, y dijo:
Ve con aquel, a quien amas más que a Roma.
Esto es para cada romana que llore a un enemigo.
Y mostró a todos los romanos la espada
doblemente ensangrentada. Y cesó el alborozo.
Sólo desde las filas más lejanas de la masa expectante
se escuchaban todavía algunos vivas.
Lo terrible, aún no había sido advertido allí.
Cuando el padre llegó junto a sus hijos en medio del
silencio que hacía el pueblo, le quedaba sólo uno.
El dijo: -Has matado a tu hermana.
Y no ocultó la espada doblemente ensangrentada, el Horacio
Y contempló la espada doblemente ensangrentada, el padre,
el dijo
-Tu has vencido. Roma
Impera sobre Alba.
Cubriéndose el rostro lloró el padre a la hija.
Con el trabajo de las manos de ella, el atavío
de guerra ensangrentado por la misma espada que ella,
cubrió el padre la herida de la hija.
Y abrazó al vencedor.
Y llegaron los lictores donde estaban los Horacios.
Y separaron el abrazo con las fasces y el hacha,
tomaron la espada conquistada del cinto del vencedor,
y de las manos del asesino la propia doblemente ensangrentada.
Y un romano entre los romanos exclamó:
- El ha vencido. Roma
impera sobre Alba.
Y otro romano entre los romanos replicó:
- El ha matado a su hermana.
Y los romanos se gritaron mutuamente
- Honrad al vencedor.
-Condenad al asesino.
Y los romanos alzaron sus espadas contra los romanos
Disputando si el Horacio debía
ser honrado como vencedor
o condenado como asesino.
Los lictores
Separaron con las fasces y el hacha a quienes diputaba
y convocaron a la Asamblea.
Y el pueblo decidió por su intermedio
Que se entendería en dos causas con el Horacio.
La mano del pueblo, por una de ellas, elevaba los laureles
sobre la cabeza del vencedor;
por la otra, levantaba el hacha
sobre la cabeza del asesino.
Y el Horacio estaba
entre el hacha y el laurel.
Pero el padre, el más damnificado,
se puso de su parte, y dijo:
- Espectáculo escandaloso, que el mismo albano
no vería sin avergonzarse.
Los etruscos amenazan la ciudad
y Roma quiebra su mejor espada.
Cuidaos de algo
Cuidad a Roma
Y un romano entre los romanos, le replicó
- Roma tiene muchas espadas
Ningún romano es menos que Roma o Roma no es.
Y otro romano entre los romanos, dijo
mientras señalaba con su mano en dirección al enemigo
- Duplicará sus fuerzas
El etrusco si Roma,
por diferencias de opinión,
divide las suyas en un juicio inoportuno.
Y el primero fundamentó así su posición
- Conversación no conversada
debilita la mano armada
Discordia que no se airea
formación de batalla que ralea.
Y los lictores separaron por segunda vez
el abrazo de los Horacios, y los romanos se armaron
cada cual con su espada.
Con la mano izquierda alzaban unos el laurel
y otros alzaban el hacha, con la derecha
todos alzaban la espada. Y hasta los mismos lictores
abandonaron por un momento las insignias de su oficio,
para poder colocar sus espadas al cinto y retomar
luego en la mano las fasces y el hacha.
Y el Horacio se inclinó hacia su espada,
la ensangrentada, que yacía en el polvo.
Pero los lictores, con las fasces y el hacha, se lo impidieron.
Y el padre del Horacio también tomó su espada y quiso
levantar con la mano izquierda la ensangrentada,
la del vencedor que era un asesino.
Y también a él se lo impidieron los lictores
Y se reforzó la guardia en los cuatro portones.
Y se continuó con el juicio
Mientras se esperaba al enemigo.
Y dijo el coronador
- Sus servicios borran su culpa
Y dijo el decapitador
- Su culpa borra sus servicios.
Y preguntó el coronador
- Debe ejecutarse al vencedor?
Y preguntó al decapitador
- Debe honrarse al asesino?
Y dijo el coronador
- Si se ejecuta al asesino
se estará ejecutando al vencedor
Y dijo el decapitador
- Si se honra al vencedor
se estará honrando al asesino.
Y el pueblo contempló al indivisible y único
autor de los distintos hechos y guardó silencio.
Y preguntaron el coronador y el decapitador
- Dado que lo uno no podrá hacerse
sin lo otro que lo deshará
vencedor asesino
porque el y el son un mismo hombre, indivisible
asesino vencedor
Deberemos no hacer ninguna de las dos cosas.
victoria vencedor
De modo que hay pero no (hay)
asesinato asesino
vencedor
sino que el se llama nadie?
Asesino
Y el pueblo respondió al unísono
(pero el padre del Horacio guardó silencio)
- He aquí el vencedor. Su nombre: Horatius.
- He aquí el asesino. Su nombre: Horatius.
En un hombre hay muchos hombres.
Uno venció por Roma con su espada.
Otro ha matado a su hermana
sin necesidad. A cada cual, lo suyo.
Al vencedor el laurel. Al asesino el hacha.
Y el Horacio fue coronado con el laurel
Y el coronador elevó su espada en señal de saludo
con el brazo extendido haciendo las honras al vencedor.
Y los lictores dejaron a un lado las fasces y el hacha
Y levantando del polvo la espada doblemente ensangrentada,
con distintas sangres, se la ofrecieron al vencedor.
Y el Horacio ya laureado, elevó su espada doblemente
ensangrentada de distintas sangres de modo que todos
pudieran verla.
Y el decapitador dejo a un lado el hacha, y todos los romanos
Elevaron sus espadas con el brazo extendido, durante
Algo más que un momento, haciendo las honras al vencedor.
Y volvieron los lictores sus espadas al cinto,
Tomaron la espada del vencedor de la mano del asesino
Y la arrojaron de nuevo al polvo, y el decapitador
Arranco de las sienes del asesino los laureles
Con que se había coronado al vencedor, entregándolos
Otra vez en manos del coronador y arrojando
Sobre la cabeza del Horacio el paño negro como la noche
A la que había sido condenado, por haber matado a un
Ser humano, sin necesidad, y todos los romanos
Envainaron sus espadas, de modo que, los filos que
Habían honrado al vencedor estuvieran cubiertos
En presencia del asesino. Pero no envainaron sus
Espadas los guardianes de los cuatro portones que
Estaban a la espera del enemigo.
Y quedaron al descubierto los filos del hacha
Y la espada del vencedor yacía ensangrentada en el polvo
Y el padre del Horacio dijo:
- No me queda más que éste. Matadme en su lugar.
Y el pueblo respondió al unísono:
- No hay hombre que sea otro hombre.
Y se ejecuto al Horacio con el hacha,
Derramándose sangre sobre la tierra
Y el coronador, que tenía de nuevo en sus manos
La corona de laureles, ahora desgarrada, porque
Hubo que arrancarlas de las sienes del asesino,
Preguntó al pueblo
- Qué ha de suceder con el cadáver del vencedor?
Y el pueblo respondió al unísono.
- El cadáver del vencedor ha de ser amortajado
sobre los escudos de la tropa, custodiado por su espada.
Y volvieron a unir en lo posible
lo que, en todo caso, ya era imposible de reunir.
La cabeza del asesino y el cuerpo del asesino,
tiñéndose mutuamente con su propia sangre, y
separada la una del otro por el hacha de la justicia,
para conformar así sobre los escudos de la tropa
el cadáver del vencedor, custodiado por su propia espada.
No importaba su sangre que se derramaba sobre los escudos,
no importaba su sangre que les empapaba las manos, y
aseguraron a sus sienes los laureles desgarrados
Y entre los dedos de la mano, aún contraídos por la última
lucha, colocáronle su espada ensangrentada y polvorienta.
Y se cruzaron las espadas desnudas por encima del cadáver,
indicando con ello que nada debería ni rozar al Horacio
que había vencido por Roma
Ni la lluvia, ni el fluir del tiempo; ni la nieve, ni el olvido
Y lo lloraron con el rostro cubierto.
Pero los guardianes de los cuatro portones
que estaban a la espera del enemigo
no cubrieron sus rostros.
Y el decapitador que tenía de nuevo en sus manos
el hacha de la justicia, todavía húmeda con la sangre del vencedor,
preguntó al pueblo
- Qué ha de suceder con el cadáver del asesino?
Y el pueblo respondió al unísono.
(pero el último Horacio guardó silencio)
- El cadáver del asesino
ha de ser arrojado a los perros
para que los destrocen
de modo que no quede rastro de él,
de aquel que ha matado a un ser humano
sin necesidad
Y el último Horacio, con su rostro marcado
por dos surcos de lágrimas, dijo
- Ha muerto el vencedor, que será inolvidable,
en tanto Roma impere sobre Alba.
Olvidad al asesino, como yo, el más damnificado,
lo he olvidado.
Y un romano entre los romanos le respondió
- Más allá del tiempo en que Roma impere sobre Alba,
Roma misma no será olvidada, así como
el ejemplo que ha brindado o no brindado,
contrapesados ambos en la balanza del comercio,
o separados pulcramente culpa y servicios
del autor indivisible de distintos hechos,
con temor a la verdad escabrosa o sin temor
Y la mitad de un ejemplo, no es ejemplo,
lo que no se ha hecho por completo hasta su verdadero fin
con el correr del tiempo vuelve irremisiblemente a la nada.
Y le fueron quitados los laureles al vencedor
Y un romano entre los romanos,
se inclinó ante el cadáver y dijo
- Permítenos vencedor, ya que ahora no puedes sentirlo,
que te arranquemos de la mano la espada de los hechos.
Y otro romano entre los romanos,
echó un vistazo al cadáver y dijo,
- Entrega la espada, asesino.
Y de su mano le arrancaron la espada,
cuyo pomo rodeaba la mano, por cierto
con la rigidez de la muerte, de tal modo
que hubo que quebrarle los dedos para que entregara
la espada con la que había matado por Roma, y una vez
no fue por Roma, y esa vez la sangre fue un exceso.
Así, la espada que él había sabido usar muy bien siempre,
pero una vez mal, podría ser usada por otro.
Y el cadáver del asesino, con sus partes separadas
por el hacha de la justicia, fue arrojado a los perros
para que estos lo despedazaran por completo.
Para que nada quedará de aquel
que había matado a un ser humano
sin necesidad, o casi nada
Y un romano entre los romanos preguntó a los otros
- Cómo ha de llamar la posteridad al Horacio?
Y el pueblo respondió al unísono
- Ha de ser llamado el vencedor de Alba.
- Ha de ser llamado el asesino de su hermana.
La misma voz deberá decir de sus servicios y de su culpa
Y el que mencione su culpa sin mencionar sus servicios,
ha de vivir como un perro entre los perros.
Y el que mencione sus servicios y no su culpa,
también ha de vivir entre lo perros.
Pero quien hable de su culpa en un momento y
de sus servicios en otro momento,
diciendo su boca cosas diferentes en distintos tiempos
o cosas diferentes a diversos oídos.
A ese habrá de arrancársele la lengua. A saber,
es imprescindible que las palabras permanezcan limpias.
Porque, una espada se puede quebrar en pedazos y
también un hombre se puede quebrar en pedazos, pero
las palabras son el alimento inevitable de las pasiones
en lucha, permitiendo que las cosas se conozcan
o impidiendo que se conozcan.
Lo irreconocible es mortal para el ser humano.
Establecieron así, a la espera del enemigo,
sin temor a la verdad escabrosa, un ejemplo
del discernimiento más puro sin disimular la escoria
que no desapareció con el inexorable paso del tiempo
Y cada cual volvió a su tarea.
Y junto al arado, empuñaron el martillo, la lezna, el estilo
y también la espada.

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