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Pero, no obstante esta base sustancial, nosotros hemos visto el desarrollo artísti
co universal de los dioses clásicos alejarse cada vez más de la calma del ideal hacia
la multiplicidad de la apariencia individual y exterior, hacia el detallamiento de los
acontecimientos, incidentes y acciones, que cada vez devienen más hum anos. Por
eso al final el arte clásico procede según su contenido a la singularización de la indi
vidualización contingente, según su form a a lo agradable, encantador. Pues lo agra
dable es el desarrollo de lo singular de la apariencia externa en todos los puntos de
la misma, por lo que ahora la obra de arte ya no sobrecoge al espectador afectando
sólo a lo interno sustancial suyo propio, sino que alcanza una relación múltiple con
esto también respecto a la finitud de su subjetividad. Pues precisamente en la reduc
ción a finito del ser-ahí artístico reside la conexión más estrecha con el sujeto él mis
mo finito como tal, el cual se reencuentra y satisface, tal cual es, en el producto ar
tístico. La seriedad de los dioses se convierte en gracia que no estremece o eleva al
hom bre más allá de su particularidad, sino que le deja mantenerse en ella tranquila
mente y sólo aspira a agradarle. Ahora bien, así como en general ya la fantasía, cuando
se enseñorea de las representaciones* religiosas y las configura libremente con el fin
de la belleza, comienza a hacer desaparecer la seriedad de la devoción y a este respec
to corrom pe la religión en cuanto religión, así ocurre esto en la fase en que aquí esta
mos, sobre todo por obra de lo agradable y grato. Pues lo agradable no desarrolla
lo sustancial, el significado de los dioses, sino que son el aspecto finito, el ser-ahí
sensible y lo interno subjetivo lo que debe suscitar interés y dar satisfacción. Por
consiguiente, cuanto más prevalece en lo bello el encanto del ser-ahí representado**,
tanto más la gracia del mismo aparta de lo universal y aleja del contenido únicamen
te por el cual podría contentarse el más profundo abismamiento.
A hora bien, con esta exterioridad y singularizante determinidad con que es pre
sentada la figura de los dioses se vincula la transición a otro ám bito de las formas
artísticas. Pues la exterioridad implica la multiplicidad de la reducción a finito que,
cuando tiene campo libre, se contrapone a fin de cuentas a la idea interna y a su
universalidad y verdad, y comienza a despertar la aversión del pensamiento hacia
su realidad ya no correspondiente.
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