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IX ¿En qué sentido es

el Estado «instrumento»
y «separado»?

S ab e m o s que M arx n o se h a q u ed ad o ahí, y que ha extraíd o , de la distin ción real


entre el E stad o y la b ase, co n clu sio n es p o líticas m uy fu ertes. Pero teóricam en te n u n ca
h a ido muy lejos. L o que h a sido d ich o en el p refacio se refiere, en efecto, a un tem a
fu n d am en tal en el p en sam ien to m arx i s ta sobre el E stad o : el E stad o n o só lo es d istin to
de la b ase, ad e m á s e stá separado. E sta vez el corte es n eto y afirm ado.
Este tem a de la «sep aració n » tiene una larga historia en M arx y a n te s de él y es in se ­
parable de la c u e stió n del d erech o . T oda la p ro b lem ática ab ierta por la filosofía del d e re ­
ch o n atu ral, de G ro tiu s a K an t p a sa n d o p>r H obbes, L o ck e y R o u sse au , rep o sab a, en
efecto, sobre una increíble im p o stu ra o, si se prefiere, so b re una «e v id en cia» o b ligad a
(la ideología d o m in an te rein an te o qu e p reten día reinar: la ideología b u rgu esa): sobre
la im postura de tener q u e resolver en témim os de derecho privado las cuestiones del derecho
público (o político)36.

3° Ciertamente, d e d e Hugo Grocio (que fue en la primera mitad del siglo XVii uno de ios pr'mie-
ros teóricos del derecho en el marro de la prioridad, al menos ideológica, de la relación mercantil pro-
toburguesa), el pensamiento polírico burgués ha pretendido, en su pugna con las teorías en la proce­
dencia divina del derecho, que las leyes deben regular tan sólo las fomras, los límites y las garantías
de las relaciones entre los individuos privados. No se suprime así la trascendencia de la nonnacividad
que fundamenta el derecho (se sustituye tan sólo el fundamento «divino» por el fundamento en la
Razón universal que todos les hombres comparten como uno de los constitutivos de su naturaleza),
pero se deja su ámbito reducido al de la regulación de una actividad privada que es supuesta como
naturalmente primera y como fundante de sicialidad.

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H egel, después d e Spin oza, lo h abía com pren dido bien cu an d o rep ro ch ab a u n a c o n ­
cep ción «ato m ística» del su jeto a los filósofos del derech o n atu raP h Intentaba d e m o s­
trarles que h abían eq u iv o cad o el cam ino porqu e n u n ca es posible llegar a dedu cir el
derech o público, el E stad o por ejem plo, a p artir del d erech o privado qu e pone en ju ego
sujetos de derech o atom izados: ¿có m o vais a recom pon er el todo si tom áis com o p u n to
de p artida el elem en to ató m ico d el su je to h u m an o individual? ¿M edian te qu é co n tra­
to, por muy m alo que sea, pero realm en te estip u lad o entre los individuos, v ais; nunca a
llegar a reconstruir e sa R ealid ad prim era, fuera J e su alcan ce, qu e es el E stad o? Y H egel
recon ocía los m éritos de H obbes, qtie había sido lo b a sta n te d iestroLX para co n c e b ir38
u n contrato subalterno de todo hom bre con todo hom bre («a co v en an t from o n e with
an oth er») para «a ce p ta r no resistirse» al Príncipe, co n trato absu rdo entre los hom bres
que están de acu erdo y el Príncipe, p u es el P ríncipe q u ed ab a fuera del co n trato iy ellos
le cedían tt-x!o sin ninguna co n trap artid a!
B asta con un p o c o de trab ajo sohre la historia de e sta co n cep ció n p ara darse c u e n ­
ta de q u e los filósofos del d erecho n a t u ra l n o hacía n o tra cosa q ue i n te n ta r resolver [el
m ism o p ro b lem al, ap o lo géticam en te, ' c a d a uno a su m an era, según la relación de las
fuerzas cam b ian tes y lo decible (en to n ces n o se brom eaba co n los escritos d e p o lítica):
en con trar en el derecho mercantil (que e s la realidad de eso que los ju ristas llam an d e re ­
ch o privado) elem en to s para pensar el derech o público (el E stad o) y la in stau ración del
m ism o derech o m ercantil en su g a ra n tía . ln serto s en las ev id en cias de la p ráctica m er­
cantil, que tenía suficiente con el d erech o m ercantil, y d esean d o un E stad o que les
garan tizase ese derech o m ercan til y lo respetase él m ism o en su p ráctica política, im a­
gin aron que podían fu n d am en tar el E stad o sobre e! derech o m ercantil y se em p eñ aran
en una tarea ab su rd a cuyos b en eficio s p olíticos n o eran desdeñah les. E viden tem en te,
ellos no p en saro n la sep aració n del E stad o ; al contrario, d eseab an a cu alq u ier p recio

i' Conviene no (>lvidar que Hcgcl elahara sus concepciones en la jl<‘rspectiva de la Restauración del
orden tras la Revolución Francesa; garantizar el orden social implica entonces ¡,'<'nsar la sociedad como
un «organismo» (la sociedad civil: algo más, para Hegel, que uii simple agregado Je individuos y
de intereses privados: la sociedad civil es, entonces, la exigencia de su materialización en las for­
mas Je un Estado .¡político») cuya buena marcha corresponJe garantizar al Estado.
LX Primera redacción: «lo hastante astuto-.
En la concepción expuesta p<>r Hobbes. además Je l contrato por el que los hombres acuerdan
formar la sociedad, realizan otro en virtud del cual deciden entregar el pt><ler de tt><.los a un individuo
t|ue loejercerá en su nombre y al que (sin exigirle contraparriJas: nadie [Mll.irá «pedirle cuentas» de
su actuadon) ninguno poclrá deM>bcdcccr. I legel ve aquí un reconocimiento de la prioridad del Esta­
do (de la Razón) frente a la simple agrupación Je individualidades.

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que el E sta d o no fuera separad o , sin o fu n d ad o en el d erech o m ercantil m ism o, en el
d erech o d el propietario que e s pro pietario de su s bienes, esto es, p u ed e consum irlos,
venderlos, utilizarlos para com prar fuerza de trabajo y acrecen tar sus bienes, etc., pero
a co n d ició n de que ese d erech o de propiedad le sea garantizado, ip o r quién? iPor el
E sta d o , por su p u esto ! Y para tener del Estado la garan tía de que el Estado n o sería arbi­
trario, de que n o sólo n o le quitaría las v en tajas del d erech o m ercantil sin o que se las
garantizaría, el pr o pietari o tenía a G ro tiu s, y d esp u és a L ic k e , e n e l siglo XVII, que hicie­
ron su trabajo d e id eólogos fu n d am en tan d o p ú b licam en te (aqu ello se d ifu n día terrible­
m en te y, por lo tan to, se le ía) el E stad o sobre e l d erech o privado, el E sta d o so b re el
d erech o m ercan til, el E stado sobre la libertad del su jeto h u m an o . Q u é e scán d alo c u a n ­
d o R ou sseau , rad ical en su m an era de p lan tear los problem as y de tom ar de revés las
prohlem úticas y o tr a s po sicio n es de favor, in ten tó d em ostrar e n El contrato social que el
E stad o no sólo era todo sin o un to d o , el to d o de la sum a de las v o lu n tad e s particulares
que, por un e x tra ñ o sistem a, exp resan una v o lu n tad general que n u n ca yerra, una e
indivisible, una y aprem ian te («se le o bligará a ser libre»),
A K an t, q u e salía adelan te in v o can d o !a lejana «lín ea azul» d e la m oralidad y d e la
recon ciliación co m o Idea de la historia h u m an a, de la N aturaleza y de la Libertad, pero
que, en tretan to , tenía una visión b a sta n te m aterialista del derech o c o m o «co a cció n »,
H egel le resp on d ía co n una teoría del E stad o en ten d id o co n io la m ás alta realid ad ética,
a la que asp iran to d a s las an ticipacio n es, blo q u ead as en su finitud, del d erech o a b s­
tracto y de la m oralidad, a sí co n io de la fam ilia y de la «so c ie d a d civ il» (sistem a de n e ce ­
sid ad es = eco n om ía po lítica). El E stad o era así co lo cad o por encinia d e t o d o , por e n ci­
m a de la m oralidad (so lu ció n kan tian a) y por en cim a del atom ism o subjetivista de la
filosofía del d erech o n atu ral. Era el Fin y el Sen tid o J e todo lo dem ás. Pero n o era
«se p a ra d o », porque en H egel la sep aración la capta el entendim iento, y el en ten d i­
m iento «es así» y « n o está bien»l9. E ste h o m bre era ecu m en ista para to d o s, resolvien­
d o d e este m odo el problem a del derecho n atural m ism o, m o stran do que bastaba «d a r
la v u elta» a las c o sas y n o pensar el E stad o a partir d e l sujeto libre para pen sar el su je ­
to libre y el d erech o ab stracto (m ercan til), etc., a partir del E stad o : éste es el Fin que
guarda en su seno el sen tido d el com ienzo y d e las etapas interm edias-

En Hegel, el Entendimiento, que capta la realidad en su singularidad, e> superado por la Razón,
que «integra» en su Sentido lo que el Entendimiento capra únicamente como real-finito. La Razón, ""í, y
no el Entendimiento, capta el Oincepto que está al mismo riempo presenre y ausenre en lo finito:
capta la prioridad del Estado como encarnación suprema d cla Razón en el niundo y como razón ült i-
ina J e ttdas y cada una <le sus manifestaciones finitas (que son captada, por el Entendimiento -par­
cialmente, por lo tante>- como singularidades; plenas).

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M arx partió <le H egel a prop ósito d el E stad o : el E stad o e s la R azón, n a d a hay que
se a tan racio n al co m o el E stad o , que esté por e n c im a del E stad o, E n el E stad o se da el
reino de lo universal; cojn o prueba, un ciu d ad an o : e s libre, igual a los dem ás, incluido
el Príncipe, y d ecid e librem en te lo que le a ta fie a él, n ln con stiru ción , n ln v olu n tad
general y a su delegación . C iu d a d an o , n o es ya ese m iserable zapatero reducido sus
ch an cle ta s y a su n eg o cio , a !as p en as de su p a r e ja v a las p reo cu p acio n es de sus hijos:
él h abita lo universal y lo d ecreta o, mejor, lo co n cre ta {al m en os e n principio).
P artiendo de esta fuerte segu ridad, m uy pronto, M arx tu vo la ocasió n , b ajo Federi­
co -Gu illerm o IV, ese príncipe p ru sian o muy liberal en lo p rivado qu e se rev el ó com o un
tiran o eii lo público, d e dcscuhrir q u e e l E stad o , que era en sí la R azón, llevaba una exis­
tencia tristem en te poco razonable e incluso, en lo s h ech os, irracion al4 . D u ran te un
tiem po, ingenuam en te, con clu yó tic ello q u e «la R azón existe siem pre, pero n o siem pre
en la form a racio n al»: b asta con esperar, en sum a.
M arx esp erab a, cuan do Feuerbach hizo su en trad a en la esce n a filosófica alem an a.
E ste hom bre, que p ro d u jo eti tixios sus co n tem p o rán eo s una verdadera revelación ,
había ten ido la idea sim ple de p lan tearse la cu estió n : pero ¿por qué la R azón existe
necesariamente en fo^rrnas irraciorudes! Fue el reco n o cim ien to J e e sta necesidad lo que
c a m b ió to d o : a n te s, era a c c id e n ta l. E l su b títu lo de L a esencia del cristianismo (p o r­
que en to n ces, en A lem an ia, to d o se ju gab a en torno a la cu estió n desv iada de la reli-
gióu) era Crítica J e la sinrazón p u ra LX1. U n a verdadera p rovocación c u a n d o se la an u n ­
cia ab iertam en te frente a la Critica de la razón puní J e E m m an uel K an t.
E s co n o cid a la tesis p rincipal (todas las dem ás d e p en d en de ella) de Feuerlaach: es
por la alien ació n J e la R azón por lo que la R azón e x iste n ece sariam e n te en la form a
de la Sin razón p u ra (o im pura: en el lím ite, en Feuerh ach , no existe la im pureza; tod o
es puro, tran sp aren te: lo o p ac o , la n och e no e x iste n ). ¿A lien ació n de qu é? A lien ación
de la E sen cia del H om bre, que es el alfa y el o m e g a no d e to d a ex iste n cia (u n a lib élu ­
la y u n a estrella no son la alien ació n d e la e se n cia <lcl lie n ib re ), sin o de to d a significa­
ción, in cluida la sign ificación J e la libélalo (sii extrem a Ü b ertaJ) y la sign ificación de
la estrella {la luz de la co n tem p la ció n ). A h o ra bien, en tre la:. sign ificacion es, las hay
qu e so n d el tod o cu ltu rales-h istó ricas, p ro d u cid as totalm en te (a diferen cia de la libé­
lula y de la estrella) por el trab ajo , la luclia, la h isto ria tic la hum a 11 id ad ; las sign ifica­
cio n es in Jiv iJu a le s (Fenerboch escribía extraord in arias cartas J e am o r a su novia J e

Es en esta clave como liay que entender la Crinen de la Fdosu/w del Esiad> de Hegel, de 1843
(véase K. Marx, M¡mu.1 crífc)s de París. Anuarios francoidernanes. 1844, OME-5, cit., pp. 1-157), texto
manuscrito que no fue publicado hasta 1927.
lxi CuntríbuciÓn a la critica de la sinrazón /rnra era el subtítulo micialmente prevhto por Fcuerbach.

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las P o rc e la n a sLXM), pero sohre to d o las sign ificacion es cu ltu rales co le ctiv as, so ciales,
g e n érica s en sum a, son a q u e llas en las que e l gén ero h u m an o {del que to d o in dividu o
es «ab straíd o ^ ) se reco n o ce porque se e x p re sa en ellas. E stas gran d es sign ificacion es
h u m an as gen éricas son, e n prim er lugar, la religión, d esp u és la filosofía, luego el E sta ­
do, y la en u m eració n term in a en la p ro d u cció n a rte sa n a l e in du strial y el com ercio.
La religión ofrece el caso m ás puro de la alien ació n de la E sen cia h u m an a: los h o m ­
bres adoran , am an y tem en en Dios su p ro p ia esen cia gen érica infinita, o m n ipoten te,
o m n iscien te, infin itam en te bu en a y salv ad o ra (todo s esos atribu tos son, p ara F e u e r­
bach, los atributos del género h um ano n o im aginano sino de carne y hueso; él lo «d e m u e s­
tra » ). El género h u m an o se co n tem p la, se ve (físicam en te), se to ca, se siente, se am a,
am a su p ro p ia p o ten cia, su cien cia infinita, en D ios. H a p ro y ectado y alien ad o su p ro ­
pia esen cia en D ios, ha fab ricado co n su propia carn e y alm a ese D ob le al que reza y
ad ora: sin sab er que es él. U n a g ig an tesca ilusión, así, h a cre ad o a D ios, qu e n o es la
im agen sin o la esen cia del hoinbre. Y la d istan cia es tan gran de entre el p eq u eñ o indi­
v id u o que soy y el G én cto h u m a n o cu y as lím ites infinitos ign oro, qu e n o hay n ad a
extrañ o en que yo esté abrum ado por la o m n ip o ten cia del G én ero { = J e D ios), su c ie n ­
c ia infinita, su am or infinito y su bon dad y su p erd ó n sin lím ites. T an gran de es este ab is­
m o que el p eq u eñ o individuo n un ca llegará a re co n o cer qu e ese D io s que ad o ra es él.
n o en ta n ta q u e individuo lim itado «co n esa nariz c h a ta » (5¿c)Lxm sino en tan to qu e
m iem bro del G én ero hum ano.
¿C ó m o lian su ced id o las co sas al principio? ¿C óm o ha en trado la alien ació n en la
e sc e n a de la h istoria? Por un prim er ab ism o : entre la n atu raleza om n ipoten te y e sp an ­
tosa {y al m ism o tiem po bastan te g e n e ro sa para su su perviven cia) y los p eq u eñ o s bom -
hres. É sto s h an iden tificado su n aturaleza con la n atu raleza de la N atu raleza, y despu és,
co n el p aso de la historia, h an tran sfo m iad o su D io s según las m odificacion es h istóricas
d e >u historia (co n trariam en te a lo que dice M a rx LxIV, que n ec e sitab a de este error, la
/ustorla existe temfrlcmente para Feuerbach, au n qu e, eso sí, u n a h istoria su y a); e stá el D io s
de los Ju d ío s, ese p ueblo «p ráctico » ( = egoísta, cfr. la prim era tesis sobre Feuerbach LXV),

Lud"íg Feuerbach se casó en 1836 con Bertha Low, coheredera del castillo de Brucherg y de
una manufactura de porcelana instalada en él
txltl El (s'c) es Je L>uis Althusser.
LXIV Cf. sexta tesis sobre Feuerbach; «Feuerbach |...| está obligado l...J a hacer absrracaón del curso
de la histor.a», <>también MARX-ENGELS, IJéoklngie París, Édition.' Sociales, 1968, p. 57 [ed. cast.:
Barcelona, Gnjalbo, 1970, p. 49]: .En la medida en que bauerbaeh es matenalisra,
no aparece en él la historia, y en la medida en que toma la historia en consideración, no es materialista».
LXV " [Feuerbach] sólo considera auténticamente humana la actividad teót.ca, mientras que conciba
y fija la práctica sólo en su forrna suciamente judaica de manifestarse."

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está el D ios d el N u e v o T estam en to y otros D ioses q u e devuelven al G énero hum ano h is­
tóricam en te d eterm in ad o (y lim itado) su propia esen cia especular. D esp u és h a e stad o
la filosofía, su b p ro d u cto de la teología, ella m ism o subprod ucto de la religión (con una
excep ció n : los griegos. m aterialistas, que adoraban su E sen cia en 1:i belleza del co lm o s,
el cuerpo del niundo estrellado y el cuerpo del hom bre am ad o, y filósofos, qu e tenían
la filosofía por religión). D espués fue el E stado, form a con siderable de la alien ación ,
pu esto que el E stad o es el D ios profan o sobre la tierra. D espués fueron los gran des d es­
cubrim ientos cien tíficos, la gran revolución cien tífica y técn ica de los tiem pos m oder­
n os (¡y a !), la R ev olu ció n Francesa en la que el G én ero lium an o se reconoció en la
Razón, ad o ra d a com o ta l y al a lc a n c e d e la m ano. El largo trabajo de alum bram ien to de
la historia, la industria, la m áq u in a d e vapor, la g r a n crisis de la R estau ració n tra s la
R ev olu ció n F ran cesa, la crisis religiosa, todo e sto m uestra que se p u ed e salir de ella, que
las co sas están m aduras, que la religión está en cuestión , q u eb ran tad a, en crisis, p ró xi­
ma a en treg ar su secreto , y que han llegad o los tiem pos en que un hom bre podrá, al fin,
decir la V erdad. L a V erdad tien e un nom bre: «el H o m b re». El hom bre que dice la ver­
dad tiene un nom bre: «ei H o m b re», y un noble filósofo barbudo cie cu a re n ta añ os que
vive en el cam p o en u n a p equ eñ a m an ufactu ra de porcelan a con cuya h ija se ha c a s a ­
d o 41 [sic]. E n g e ls, pasad o el tiem po de lo s grandes am ores feu erbach ian os, el tie m p o de
darse cuenta de que el gran hom bre no ha le v an tad o el dedo m eñique en 1848, escri­
birá: ieso es lo que le pasa a un gran espíritu cu an d o vive en el cam po!
M arx retien e una c o sa de F eu erb ach : que «la raíz: del h o m bre es el H o m b re » y
q u e la sinrazón del Estado e s el efecto de su alienación. Le añadirá (en 1843) que hay que
bu scar las razones de la alien ació n en un lugar d istin to que en la diferencia entre el
individuo y la especie: en las co n d icio n es alien ad as d e vida d e la socied ad , después, de
lo s trab ajad o res y finalm ente, a n te s J e term inar Con esta e xp lo tació n furiosa del tem a
de la alien ación (que n o le ab an d o n a totalm en te n u n ca, al m e n o s en El capital), e n el
«trab ajo alie n ad o » (M anmcríros de 1844).
M arx aplicó el e sq u em a de la alien ación al E stad o , e xactam en te c o m o Feuerbach lo
h abía ap licad o a D ios, y es aquí d o n d e, por prim era vez, interviene la noción de sepa­
ración. C o m o el hom bre religioso e n Feu erb ach , el hom bre vive iin a existencia d oble.
Su vida gen érica, universal, la contem pla en el E stado, que es la R azón y el Bien. S u

& rtha Lew, como se Ira indicado en la nota LXII, era heredera de una manufactura Je porce­
lana (con «Cuya hija», la «novia Je las Porcelanas», Feuerbach se casó). Feuerbach, tras su boda, fue
a vivir a suo propiedades («al campo»): ése es el motivo Je las bromas de Engels sobre su «descone­
xión» de los asuntos sociales y políticos; cfr. Luduig Feuerbach y el fin de la fiiosofla clásica alemana, en
K. yE Obras escondes, l vol.s., Madrid, Ediciones Akal, 1975, vol. 2, pp. 377*425.

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vida privada, personal, la realiza en sus actividades prácticas. Como ciudadano, tiene
derecho a la vida de la especie, la vida de la Razón. Como individuo privado, tiene dere­
cho a la riqueza o a la miseria, a nada que se parezca a La otra vida. El hombre está sepa­
rado en dos, y es por eso por lo que el Estado está separado de los hombres. Son las célebres
páginas de La judía y de la CriCríticade la filosofía del Estad) de Hegel (manuscrito)LXVi
sobre «los derechos del hombre», la contradicción entre los derechos formales («el
Estado es el cielo de la vida política») y los «derechos» reales que no son nada o son
totalmente distintos (la Tierra de la vida privada, en la que reinan el egoísmo y la lucha
de la competencia). Conclusión: hay que poner fin a la alienación aquí abajo, en La Tie­
rra de la necesidad y de la competencia, fin al trabajo alienado, para que, recuperando
al fin el hombre el cielo de su esencia, se acaben la separació n entre los hombres y el
Estado y la separación entre los hombres y la naturaleza (orgen feuerbachano de todo,
no lo olvidemos): entonces, el naturalismo acabado no será distinto del humanismo aca­
bado y viceversa. Estas son las palabras del propio Marx, en 1844.
Estas palabras, que querían ser fuertes (Marx no ha querido publicar el manuscrito
de 1844 que las con tenía, y una vez más se comprende), prueban su propia debilidad
teórica en la confusión de su conclusión. M arx abandonaría la conclusión y conserva­
ría la idea de que la separ a r á n (la alienación) del Estado está unida a la alienación de
los hombres, y de aquellos que están en el corazón de la producción: los trabajadores.
Pero para llegar ahí era necesario algo distinto de la vía abierta en 1844 sobre «el tra­
bajo alienado». La alienación no es más que una palabra, incapaz ella misma de expli­
carse. Era necesario todo el rodeo por La crítica de la economía política y, antes, toda la
experiencia de las revoluciones de 1848.
Leed El 18 bru.mario: no hay ya señal de los temas de 1844. El Estado sigue estando
«separado», pero se convierte en una «máquina», un «aparato», y ya no se lo intenta expli­
car por la alienación. La «separacón» del Estado no quiere entonces decir ya que el Esta­
do es idéntico a la política ni, a / ^ fortiori, que él es la vida genética de la especie humana.
«Separado», el Estado recibe un estatuto teórico diferente, materialista mecanicista,
para hacer temblar, por un í^ ado, todo el hunanism o de Feuerbach o de sus epígonts CTos
«socialistas alemanes» u otras sectas moralizantes) y, Lar or:ro, toda la «dialéctica» hege-
liana que Marx había comprometido fuertemente en los Manuscritos de Í844 «myectan-
do» a Hegel en Feuerbach. Temblores que, aún hoy, agitan a lo mejor de la inteílig^tsia
«eurocomunista» ¿Cuál es, pues, este estatuto teórico de la separación del Estado? El
Estado está separado porque es, como dice Marx, «un ¿nstmmento» (Lenin dirá incluso
«un garrote») del que la clase dirigente se sirve para perpetuar su dominación de clase.

lXVI L<) esencial de la Crítica del derecho político heggeliaro no lue publicado hasta 1927.

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Soh re e sta base, y n o sobre o tra, sobre e sta única hase y, d esg raciad am en te para
n o so tro s, so lam en te sohre e sta h ase, se h a edificado eso que im p ru d en tem en te se llam a
«lo teoría m arx ista del E stad o », cu an d o deh ería h ablarse J e elem entosL^'u teóricos sobre
el E stad o . L o repito: au n q u e n o eran m ás qu e elem en tos te ó rico s, tenían .il m enos un
sentido político capital.
R ecapitulem os. El E stad o está separado. La política n o se reduce al E stad o, ni m ucho
menoS (ia Dío s g racias!). E l E s t ad o es una « maq uin o », íin «a p a r ato ” d estin ad o (?) ¡is e r ­
vir a !a lu ch a de la clase d o m in an te y a pe rpetuarla. L en in dirá: el E stad o n o h a ex isti­
do siem pre. Es n on n al: si es u n instru m en to de d o m in ació n de clase , só lo hay E stad o
en una so cied ad de clase s*42, n o an tes. El E stad o se perpetúa. iP or q u é ! El in stru m en to
h a ad o p tad o su form a p rim er a en la a lta an tig ü e d ad para el m u n do occidental y las c la ­
ses d o m in an tes que h an ca íd o h a n pasarlo el in stru m en to a la s sigu ien tes, qu e lo h an
«p erfeccio n ad o ». E x p licació n d e una sim plicidad qu e desarm a: el E stad o se perp etú a
p orque... se tiene n ecesid ad de él. H e ahí tod o lo que es seguro y he ahí tod o io que es
d ich o . E n gels in ten tará, en El origen de la familia, de la pmpiedati privad¿i y del Estado,
esbozar tina teoría del n acim ien to del E stad o , pero se trata de un trab ajo de c o m p ila­
ció n que n o es ap e n as co n v in ce n te 41. L o d ejarem os así.
S in em bargo, el alcan ce y las co n se cu e n cias políticas d e estas sim ples te'sis son c a p i­
tales, La lu ch a de clases (econ óm ica, «p o lítica» e «ideológica») tiene al E stad o en juego;
las clases d o m in an tes lu ch an p or co n serv ar y reforzar el E stad o , que se h a co n v e rtid o
e n un «in stru m e n to » g ig a n te sc o ; las c la se s re v o lu c io n a ría s lu ch an p ara co n q u ista r
el p oder de E stad o (ip o r qué «p o d er»?, porque hay qu e distin guir entre i;j m áqu in a y el
p oder qtie hace fu n cio n ar la m áqu in a: si nos ap o d eram o s de la m áq u in a sin e star en
co n d icio n cs de h acerla funcionar, será un golpe in ú til). L a clase obrera deberá con-

lXvi1 Primera redacció n: « Je rudimento s»,.


42 Esta tesis de Lcnin no es sólo (aunque pueda también serlo) una tesis «histórica»; se trata, fun­
damentalmente, ilc una tesis teórica; definido el Estado como instrumento de dominio de una clase
sobre otta, sólo lo hay donde hay dominio de lina clase sobre otra. No se niega que cualquier forma
S<icial tenga (o pueda tener) una cierta estructura política; se niega, antes bien, la ecuación estruc­
tura ¡xilírica "" Estado. Pese a las «evidencias» del sentido común, pues, no siempre lia habido «Esta­
do» (incluso el concepto no existe hasta que Maquiavelo lo «inventa»; cfr. El Pri>u:ipe, 1).
Más que de una «explicación», de lo que se trata es de establecer las condiciones históricas (con
las dato; de los que Engels disponía; fundamentahnente. a partir de L i sociedad frrimiiiVd de Morgan)
de la formación de los «Estados» de los griego-s, los romanos y los germanos. La obra de Engcls se
encuentra en castellano en varias ediciones; véase El origen de la famiiw, de la propiedad ¡rmvula y del
Esiído, Madrid, en K. MARX y E ENGtl., Obrru escogidas, 2 vols., Madrid, Ediciones Akaí, 1975, vol. 2,
pp. 177-345.

BB
quistar el poder de Estado, no porque el Estado sea lo universal en acto o el todo, no
porque el Estado sea «determinante en última instancia», sino porque es el instrumen­
to, la «máquina» o el «aparato», del que todo depende cuando se trata de cambiar las
bases económico-sociales de la sociedad, es decir, las relaciones de producción. Una vez
conquistado el Estado burgués, será preciso «destruirlo» (Marx, Lenin) y construir «un
Estado que sea un no Estado», un Estado revolucionario totalmente diferente', en su
estructura, de la «máquina» actual y dispuesto no para su reforzamiento sino para su
desaparición. Se entrará entonces en la fase de la «dictadura del proletariado» de la que
Marx decía, en 1852, que era su propio descubrimiento y la tesis esencial que él había
elaborado.
d'oda esta terminología, digo bien terminología, requiere explicación. Porque esta­
mos habituados a las palabras de tal modo que ya no sabemos o, peor, no queremos ya
saber lo que quiere'n decir [en virtud de lo cual, parece, los partidos «eurocomunis-
tas»LXVHI, en congreso solemne, precipitadamente, o ambas cosas al tiempo, habrían
«abandonado» la dictadura del proletariado; en virtud de lo cual estamos contentán­
donos con «democratizar» el Estado para no tener que «destruirlo» (Francia) o «recom­
ponerlo] » con toda la fuerza para no vivir ya en la «descomposición», «separación», etc.
(Italia) ].
En primer lugar, unas palabras sobre «instrumento». Sí, elEstado es un «instrumen­
to» en las manos de, y al servicio de, la clase dominante. La palabra instrumento no
tiene buena prensa en nuestros días (le'e'd las glosas de nuestros autores, que toman unas
distancias respecto de esta palabra como para mover montañas). Pero quien dice «ins­
trumento» dice «separado». lodo instrumento, evidentemente', está «separado» de su
agente; el instrumento de música, del músico; la «porra», del policía. ¿Separado de qué?
Toda la cuestión está ahí. ¿Separado de la sociedad? Eso es una banalidad y una sim­
pleza, incluso si es de Engels, y además pone en juego la vieja oposición e'ntre el Estado
y la «sociedad civil», de la que Marx se ha alejado en su texto del prefacio, profunda­
mente teórico (incluso si contiene expresiones dudosas). Si fiera así, el Estado estaría
«separado» de lo que no es él mismo, del resto, o sociedad civil (la producción, etc.). Y cuan­
do Gramsci, para restablecer (no sin intenciones que, además, tienen consecuencias) el
equilibrio simétrico Je los vocablos, dice que la sociedad civil está separada de la «socie­
dad política», no cambia gran cosa (salvo que se guarda en la manga una definición suya
de «sociedad civil»). ¿Estará el Estado se'parado de la clase dominante? Eso no es pen-
sable. Paso por [alto] las «soluciones» intermedias, y voy a lo esencial.

lx\ ni cfr.
en particular Louis ALTHUSSER, XXÍIcmc Congrés, París, Maspcro, 1977 [cd. cast.: Seis
iniciativas comunistas, Madrid, Siglo XXI, 1977].

89
C reo que hay que com p ren der q u e, para M arx y Len in , si el E stad o está «sep arad o »
e s en el sen tido fu erte d e separado de la lucha de cla.ses44. E sto es lo que h ará tem blar a
to d o s n u estros teóricos d el «a tra v e sa m ie n to * [travcrséej integral del E stad o p or la luch a
de clases, a to d o s Ios que d isp u tan d o co n tra la idea d e la «Separación» del E stad o, y
d án d o se cu en ta de q u e la lu ch a d e clase s está ahí, de algun a form a, en ju ego, rechazan
por eso m ism o qtie el E stad o sea un «in stru m en to ». iFuera! N o so m o s eii ab so lu to de
e so s m arx istas vulgares que ac ep tan ese grosero «m ecan icism o »,,. Por una vez (y alg u ­
n as o tras que se verán) hay que h acer ju sticia n o al m arxism o vulgar (que se le bu sque
allí d o n d e se en cu en tre), sino a M arx , y L cn in , y M ao , que, en una situ ación teórica de
pen uria, al m en os h an susten ido fim iem en te e sta «p ro lo n gació n » decisiva. C o n total
seguridad el Estado está separado de la íwclw de clases, porque está hecho para eso, y p o r eso
es un instrum entu. ¿Im agin áis un in stru m ento, utilizado por la clase dom in an te, que no
estuviera «se p a rad o » de la luch a de clases? iC orrería el riesgo de estallarles entre la.s
m an o s a la prim era o casió n ! Y no p ien so só lo en ese «atrav e sam ien to » del E stad o por
la lucha d e clases popular (im agino que es de cso de lo que h ablan nuestros m arxistas no
vulgares, n av egan tes aficio n ad o s), luch a popular q u e, sin d u d a, n o lia «atrav e sad o » el
E stad o a lo largo J e la historia m ás qu e para d esem b o car eii la política bu rgu esa (conio
e n 1968). H ab lo sobre todo de la m ism a lucha de clase s bu rgu esa. S i los gran d es a p a ­
ratos del E stad o deb ieran estar a m erced de los «atrav e sam ien to s» dei E stad o por la
luclia de clases burguesa, eso prxiría perfectam en te significar el fina! de la d o m in ació n
bu rguesa... Las c o sa s han e stad o " p u iito J e llegar a e s e extrem e cii el tiem po d el a su n ­
to D rcyfus y d e la g u erra de A rgelia, p or no tom ar o tro s ejem plos.
Si digo qtic el E stad o está sep arad o de la lu ch a de clases (que se despliega en la p ro ­
d u cció n -ex p lo tació n , en los ap arato s políticos y en los ap arato s ideológicos) porque está
hecho para eso, h ech o para estar separado de ella, eso significa que n ecesita esa «se p a ra ­
ció n » para p oder in terven ir en la luch a de clases y, ad em ás, «en tod as las d ireccio n es»;
n o só lo en la luch a de la clase obrera, p a ra m an ten er el sistem a de e x p lo tació n y de
o p resión gen eral de la clase bu rguesa sobre Lis clases exp lotado*, sin o tam bién e v e n ­
tualm ente en la lu ch a de clases interior a la clase dom in an te, con tra la división d e la

' ' Ésta es la tesis sobre la que va a trabajar la exposición de Althusscr: se verá inmediatamente
que lo que tiene en mente es la discusión, por un lado, coil quienes afirman que el Esrado «corres­
ponde» en cada caso concreto al interés de la clase dominante (que nn pueden captar, por eso, la
mnnera en que el Estado funciona generando el efecto ideológico de interés general) v, rnr otro, ccm
las diversas formas de planrcar la cuestión de la «autonomía de lo político»; en un intento de rccon-
ducirlas a la comprensión de la implicación de esa «autonomía» en la ocultación del interés de clase
que el Estado garantiza en su funcionamiento-

90
clase dominante que puede ser para ella un grave peligro si es fuerte la lucha de la clase
obrera y popular.
¿Puedo evocar, para este propósito, como ejemplo extremo, la situación de la bur­
guesía francesa en 1940, tras la derrota, y bajo Pétain? El Frente Popular, la guerra civil
en España habían inspirado tales temores a la burguesía francesa que, antes de la gue­
rra incluso, había hecho en silencio su elección: «Mejor Hitler que el Frente Popular».
Esa decisión inspiró la política militar de Francia: esa estupidez de guerra. Y la derrota
fue acogida por «los poseedores», según la expresión de Maurras, como «una divina sor­
presa». Siguió Pétain y la política de colaboración. Pero siguió también, al mismo tiem­
po, y en condiciones horriblemente difíciles, el rechazo de la derrota, del nazismo ale­
mán y del fascismo corporativista de Pétain, por los hombres del pueblo de nuestro país,
poniéndose a la cabeza los más formados políticamente. La dirección del partido comu­
nista francés, que, durante varios meses, pidió a los ocupantes la «legalización» de su
organización, sacrificó en ello a los mejores de sus militantes, a los que llamó, para apo­
yar su petición, a retomar su actividad política: terminaron, Timbaud y Michels a la
cabeza, bajo las balas nazis en Cháteaubriant, y muchos otros en otros lugares. Pero
muchos comunistas alejados de la dirección emprendieron espontáneamente la lucha
(cfr. el testimonio de Charles Tillon, jefe de los FTPLX1X). Al mismo tiempo, un general
del ejército, de origen aristocrático y patriota, De Gaulle, llamaba desde Londres a los
franceses a la unidad. En esa situación extrema puede verse qué sucede con el Estado.
De hecho, la burguesía francesa estaba dividida: en su inmensa mayoría, por «apo­
liticismo» o por intención política salvaje, estaba con Pétain. Una restringida minoría
de la burguesía y, sobre todo, de la pequeña burguesía, seguía a De Gaulle. Su primer
llamamiento se basaba en el rechazo de la derrota y de la humillación y en el patriotis­
mo. Pedía también a todos los soldados y oficiales patriotas que «cumplieran su deber»
y se le unieran en Londres para constituir las bases de una fuerza militar. General y, ade­
más, gran político burgués, De Gaulle pretendía encarnar la resistencia de la nación y
dar a la nación su Estado legítimo, al no ser el Estado de Pétain más que un instrumento
sometido a los alemanes.
Toda la política de De Gaulle, tanto en la guerra como después, incluso más tarde,
en el «asunto de Argelia» (otra guerra que, también, dividió a la burguesía), consis­
tió en imponer contra viento y marea una política burguesa de recambio (y más «inte­
ligente») a la burguesía dividida y comprometida mayoritariamente con Pétain. De
Gaulle tuvo la inteligencia (burguesa) de comprender que la burguesía como clase
corría el riesgo de no poder resistir a un movimiento de resistencia popular que no

LXIX Franco-Tiradores y Partisanos. Cfr. Charles T illo n , Les FTP, París, Julliard, nueva edición, 1967.

91
podía dejar de crecer, si no estaba ella misma representada en la Resistencia y si, entre­
tanto, no formaba un Estado capaz de suceder al Estado marioneta y fascista de Pétain.
A partir de la posición consciente de clase De Gaulle puede comprenderse la historia
tumultuosa de sus relaciones con la resistencia interior que, evidentemente, no esperó
sus órdenes para actuar. Es desde la posición de clase de De Gaulle, que representaba
los intereses de clase de la burguesía en su conjunto incluso si sólo era seguido por débi­
les destacamentos militares y voluntarios aislados de la burguesía, desde donde hay que
comprender su actitud frente a Pétain y los militares y frente a la inmensa mayoría de
la burguesía aliada con Pétain. De Gaulle tenía en perspectiva la reconstrucción de la
unidad de clase de la burguesía, más allá de su división actual. En esta empresa supo
sacar todo el partido del Estado legítimo en cuyo nombre hablaba y con el que se iden­
tificaba.
Supo, tras largas vicisitudes y graves conflictos, hacer reconocer su «gobierno» por los
aliados y, sobre esta base, emprender acciones militares por las fuerzas de la Francia libre.
Había sabido reunir sus fuerzas, tomadas de las fuerzas militares francesas existentes,
dirigiéndose a los oficiales y a los soldados en nombre del patriotismo y apelando tam-
hiPn a qi ~deber-. Constituyó en Londres, y muy pronto en Argel, todo un aparato de
Estado capaz de controlar los movimientos interiores de la resistencia: no sin malas con­
secuencias. Y en los conflictos a los que dio lugar este «encuentro» que los sucesos mili­
tares y políticos imponían, se enfrentaron la política que llevaba el movimiento popular
y la política que había tras el embrión de Estado de De Gaulle. M ientras que toda la his­
toria de la Resistencia resonaba con los grandes ecos históricos de la lucha de clases,
mientras que en la lucha misma se esbozaron proyectos políticos de transformación, y en
I ocasiones incluso de revolución social, De Gaulle intervenía siempre en nombre de prin­
cipios en los que el patriotismo era severamente controlado por el «interés nacional»,
por el «sentido del Estado», por «el deber», por la disciplina y la obediencia a las órde­
nes aisladas del jefe del Estado, que representaba los «intereses generales» de la nación.
De Gaulle, que había tomado abiertamente partido político, difícilmente podía impedir
que' se «hicie'ra política» en las organizaciones de resistencia. Pero ya se hacía mucho
menos e'n las fuerzas de' la Francia libre', donde' podía también darse' el sentimiento de
actuar no sólo «para liberar la patria» sino también por deber o disciplina. Y tras el esce­
nario de los combates que controlaba bastante mal o nada en Francia, y a través de esos
combates, De Gaulle ponía en marcha los elementos del aparato de Estado destinado,
llegado el momento, a tomar el relevo del aparato de Estado que había quedado en Fran­
cia, o más bien a ponerlo a sus órdenes y, excepto a algunas de sus cabezas, a recuperar­
lo para servir a los intereses de la burguesía como clase.
Se sabe' que' los planes de' De Gaulle resultaron aproximadamente según sus deseos.
Supo negociar con los partidos políticos, mientras que los comunistas, contenidos por

92
el caso T h o rez (la «deserción,, de un hom bre q u e n o h abía qu erido dejar Francia pero
que h abía ced id o an te S talin , que, p rácticam en te, lo secu estró co m o re h é n 45), p erm a­
necían dóciles. Im puso el envío de com isarios políticos a F ran cia y -d e b ilid a d política
de los m ovim ien tos de resisten cia, fuerza de! p ersonal del ap arato de E stad o qu e p er­
m an eció en F ran cia, ap oyo político ev id en te de los aliad os al fin a l- p u so fin, tras el
desem barco y la liberación de F ran cia, a los problem as políticos p lan tead o s por las o rga­
nizaciones y los cuerpos m ilitares de la r e s ite n c ia interior, d ecretó la unificación, hizo
«en tregar las arm as» y lanzó a los resisten tes a la lucha m ilitar regular co n tra A lem an ia.
Q ue el E stad o, que el ap arato de E stado, n o só lo el em brión de aparato de E stad o
creado en U m d re s y luego eii A rgel, sino tam bién el ap a rato de E stad o qu e p erm an eció
en Francia sirvien do a la política J e co lab oració n , h a cu m p lid o uii papel esen cial en la
in ten ción política de D e G au lle de salv ar a la clase bu rguesa en tan to qu e clase, es
dem asiado ev id en te. Q u e los m ecan ism os de esos ap arato s, iguales en L on dres y en
Vichy, han facilitado las c o sas, es d em asiad o claro. Q u e De G au lle no h a lle g ad o a cu m ­
plir esa intención sino a con dición de poner en ju e g o los «v alores» tradicion ales del a p a ­
rato de E stad o, e sto es, ad em ás y al m argen del patriotism o sobre el qu e 110 p o d ía ev i­
tarse la división, valores co m o el deber, la disciplin a, la obedien cia al E stad o y a sus
rep resen tan tes, la jerarquía, el «servicio a la n ació n » y el «servicio p ú blico», es decir,
se/xrrariWi en tod o lo posible el ap arato de E stad o de los prohlem as m ás can d e n te s de la
lu ch a J e clases: que D e G au lle ha ten ido éxito en esta o p eració n apoyán dose no sólo en
los «efectos de estru ctu ra» del aparato de E stad o, sino tam bién en la ideología de E sta ­
d o que inculcaba, desde Lon dres, a sus ejecu tores, ideología sab iam en te co m b in ad a con
las exigencia,; del patriotism o, creo qu e 110 se p u ede negar. A l igual qu e n o se puede
negar que la restauración de la unidad de clase hurguesa, muy' peligrosam en te dividida
y exp u esta a la luch a ele las fuerzas populares, ha sitio realizada al tiem po por una polí­
tica « inreligente», sabien do ver lejos, d eclaran d o qu e una b atalla n o era la guerra, y
tam bién por el m an ejo hábil de un ap arato d e E stad o que, d u ran te varios añ os, p resen ­
tó la p articularidad de tener una parte de sus cfectivos en Londres y la o tra en Francia.

^ Manrice Thoreí fie secretario general del PCF desde 1936 hasta 1964. En la década 1930,
pactó La unidad con los stx:ialist¿is de IctSl’ lO, propuso la creación de " " hcnte popular (octubre de 1914)
y recabó [a colah>ración de los trabajadores católicos en el mismo (abril de 19 36). E11 1919 (y ,1 ""te
asunto, tanto como a su utilización ideológica contta los comunistas, es al que Althus,er se refiere),
tras ser llamado a filas, desertó. Esto le costó una condena a prisión y la pérdida de la nacionalidad.
Desde esc momento, y basta que en 1944 fue amnistiado v regresó a Francia (en 1945-1946 fue minis­
tro de Estado en el gobierno de L e Gaulle), permaneció en la URSS y tomó parte en los debates que
en 194) culminaron en la disolución del foimintem. La fulelidad Je TIiorez a las posiciones Je Stalin
nunca fue cuestionada.

93
Sería p reciso, sin d u d a, e n tra r en el <letalle p ara co n v e n ce r mejor, pero creo que a
la luz de este episodio-lím ite e h istórico se p u ede so sten er la tesis de q u e p ara cum plir
su función d e instrum entu al servicio de la clase d o m in an te, el a p a rato de E sta d o debe,
en la s peores circu n stan cias y en la m edida de lo posible, estar separado de la lucha de
clases, retirado de ella tan to com o sen posible, para p o d er in terven ir n o sólo co n tra las
am en azas de la luch a de clases popular, sino tam bién con tra las am en azas de las form as
qu e la luch a de clases p u ed e tom ar en el sen o de la clase d o m in an te m ism a, y co n tra la
C om binación de am bas.
A sí pues, lo que hace que el E stad o se a el E stad o es tam bién que está h ech o p ara,
en la m edida de lo posible, e sta r sep arad o d e la lu ch a de clases, p ara ser el in stru m en ­
to de los que d eten tan el p oder de E stad o . Q u e «esté h ech o para e s o » se inscribe en la
csm <cmra del Estado, e n la jerarquía del E stad o y en la obligación de o b ed ien cia (y de
reserva) de todos lo ; fu n cio n ario s d el E stad o , se a ctial se a su p u esto . E sto exp lica la
situ ació n excep cion al d el p ersonal militar, policial y ad m in istrativo del E stad o . N o liay
sin d icato s en el ejército, ni en tre el alto personal político, y la huelga les está proh ib i­
da b a jo la am enaza de san cio n es dracon ian as. H ay sin dicatos en la policía (desde h ace
algún tiem po) y en la m agistratura (recien tem en te), hay, desde h ace poco, en el C R S ,
pero n o hay sin d icato en el «n ú cleo duro,,, la fuerza arm a d a, la gen darm ería, la gu ardia
m óvil, etc., que son fuerzas rep resivas por excelen cia. Y si la policía p u ede h acer h u el­
ga (en circu n stan cias ex cep cio n ales), n u n ca se han co n o cid o h u elgas en el ejército, ni
en d C ltS , ni en l i gen d arm ería; tod o lo m ás, «m ale star», en la Re'>istencia y en 1968,
o en alg u n as o tras circu n stan cias, cn an d o las fuerzas d el orden han ju zgad o que h abían
sido m ezcladas im p ru d en tem en te en co m b ates d u d o so s o muy co sto so s para ellas (y a
v eces, p eto en excep cio n es ex trem ad am en te raras, para p ro testar co n tra las violen cias
qu e se les o rd en ab an y que n o se co rresp o n d ían con su co n cep ció n del «m an ten im ien ­
to del o rden »). C laro que el derecho de huelga es reconocido desde la C onstitución de 1946
a los •fu n c io n a rio s», pero n o a los fu n cio n ario s «co n au to rid ad », y e s e d erech o de hi lel-
g a no co n ciern e ni al ejército ni a las fuerzas del o rd en (C R S , guardia m óvil, g e n d a r­
m ería n acion al, q u e, p o r o tra parte, form a parte del e jército ). Y c u a n d o un sin d icato de
m agisrrados tom a iniciativ as p rogresistas, es repren dido sev eram en te n o só lo por el
m inistro, sin o por alto s fun cion arios de la m agistratu ra qu e castigan a los «d e lin cu e n ­
te s» c o n m ed id as disciplin arias por h ab e r faltad o al «d eb er de reserva» que se exig e a
todos los fun cion arios y que p erm ite p rácticam en te tod as las san cio n es d eseab les en
u n a coyun tura difícil dad a.
C u e sta trab ajo rep resen tarse e sta «situ ació n de excep ció n » qu e se h a c e ai E stad o y
a sus servidores, porque se tiene la ten den cia a d e jar a un lado los «d eberes» propios de
los m ilitares, de los C R S , de los gen darm es, de los m agistrados, de los altos fu n cio n a­
rios llam ad o s «d e a u to rid ad », es decir, «del rníc/eo Ju n j» del Estado, del n ú cleo qu e deten-

94
ta y en glo ba la fuerza física, la fuerza J e in terven ción d el E stad o , y su fuerza «p o lític a »,
para no con siderar m ás que lo s fen óm en os secu n d ario s q u e se ju egan en las huelgas y
m an ifestacion es d"' funcionarios de los «servicios públicos», desde los en señ an tes a los
em pleados de correos, ferroviarios y o tro s trab ajad o res de la «función p ú b lica ». Y se
tiene ten d en cia a to m ar las m an ifestacion es de ciertos m agistrados, e n se ñ an tes u otros,
com o form as abiertas de la lucha d e clases, cu an d o, al m enos, habría q u e preguntarse
por la tenden cia y los efectos de algu n as de ellas.
Pienso aquí en lo que M arx ha d icho de los inspectores de fábrica, b a sta n te niás
«av an zad o s» que n uestros m odernos inspectores d e trabajo (hablo del co n ju n to , y no
d e ca so s individuóles que p u ed e n ser n o tab les), en su den uncia de la duración d e l tra­
b ajo , e n to n ce s in h u m an a. Sus esfuerzos se vieron co ro n ad o s por e! é x ito cu an d o el
E stad o burgu és inglés instauró, en 1850, la jorn ad a de diez h o ras. M arx m o strab a que
esta m ed ida, e fe c to de la lucha de clases obrera, com batida ferozm ente por una parte
J e la burguesía industrial inglesa e im puesta por e! E stad o burgués in glés, servía eii re a ­
lidad a la burguesía in glesa cap italista protegien do a su m ano J e obra obrera, es Je c i r
protegien do la salud y !a rep rodu cción d e su fuerza de trabajo. Y d esp u és de e sta m edi­
da, e scan d alo sa para la mayor p arte de lo s cap italistas, ap areciero n e stu d io s burgueses
(que M arx cita) que d em ostrab an que e n diez lloras de trabajo a plen o em pleo los tra­
bajado res ¡mnducían que en d oce o quince horas, porque la fatiga dism inuía su ren ­
d im iento de co n ju n to por debajo del rendim iento de una jo rn ad a de diez h o rasLXX.
Eso es el Estado: un aparato capaz de tornar m edidas contra una parte, o la m ayoría,
de la burguesía para defender sus «intereses generales» de clase dom inante. Y es por eso
que el Estado debe estar separado. Es ju gan do con la naturaleza del Estado, con su sep a­
ración, con los valores que aseguraban su sep aración (ante todo: 110 hacer política y «se r­
vicio público») com o el E stado burgués inglés pudo imponer la ley de diez h o ras y como
D e G aulle supo reunir, en eln o m b re del E stad o, ile la N ació n y de la Patria b astan tes fuer­
zas militares de Estado para hacerse reconocer com o el presidente del gobierno provisio­
nal de I:i R epública Francesa ( = del E stad o francés republicano) por los aliados y jugar a
fondo la carta de la legitim idad en todos lo s terrenos y eii todas las c u e s t i o n e s ^ 1,

LX Q'. K. Marx, Le Captud, Libro 1, cap. X, cu., pp. 227-296 lcd. cast.: cit., Libro !, t. 11, pp. 5-lój
[N. del T : se trata Je! famoso capítulo sobre el «Concepto Je plusvalor relativo». Véase también el
cap. VIH, «La jornada laboral», El capital cit., Libro !, t. 1, pp. 309-402].
LvX1 El manuscrito contiene aquí el párrafo siguienrc, finalmente tachado pur Leuis Althusscr. «Y ni
una sola vez. ni un solo instante, aceptó entrar enotra práctica que la de recurrir a los deberes de lo.1
ciudadanos frente al Estado de la nación francesa oprimida y humillada, y así, de invocar, esto es, de
utilizar los valores del Estado: obedeced al EstaJo legítimo, al jefe legítimo del EstaJo legítimo, el de

95
Pero aq iií 1105 en con tram os an te una extrañ a p arad o ja. En efecto, ¿cóm o p en sar qu e
el E stad o sea un in strum ento, "'separado» p o i lo tan to , y qu e al m ism o tiem p o sea el
instrum en to ele! que se sin ’e la clase d o m in an te para asegu rar su d o m in ació n y p erp e­
tuarla? A segu rar: el E stad o debe ser fuerte. Perpetuar: el E stad o debe durar para que las
co n dicio n es de la ex p lo tació n duren.
N o hay co n trad icció n o, niejor, n o la h abría si el E stado no fuera m ás que un p
in strum ento, co m p letam en te ajen o a la lu ch a ele clases. Ju stam e n te , si e stá «se p a rad o »
de ella, esta «sep a ració n » n o su ced e na turalm eiite, ni sin dificultad, com o prueban
to d as las m edid as clue el E stad o está o b ligad o a tom ar resp ecto de' la> diferentes c a te ­
gorías de' sus ;igen tcs, políticos, m ilitares, policías, m agistrados y d em ás, p a r a asegu rar
hie'n e sta «.separación»46, tudas la:, m edid as d e sep aració n en la división d e tareas, tod as
las m edid as d e jerarqtiización, qtie v arían según los ap arato s pero que siem pre tien en
algo en com ún : una defin ición estricta d e la resp on sabilid ad, y tod as las m edid as sohre
las o b ligacio n es, e-e servicio, ele reserva, etcétera.
N o está asegúratelo, a c ab o J e m ostrarlo, q u e tóelas e sa s m edid as esté n d e stin ad as
ú n icam en te a «sep arar» al EstaeJo de los e fe cto s o d e lo s co n tag io s ele la 1uclia ele la d a s e
obrera y p opu lar (n o olvidar n u n ca qu e la gran m ayoría ele los funcionarios, có m

la Francia libre, y no hagáis política, porque si ^vosotros, militares, uniformados o no, hacéis política,
entonces el Esrado se desgarrará y se perderá. Seguramente, eso era jugar en la cuerda flojn, pero n e
Gatillo no ero otru cosu que esa tensión, y era de esa tensión de donde snciiha su fuerza; Churchill
supo algo de eso. Pero lo cierto es que esa carl<i era buena porque', jugándola a Irmelo, De' Gaulle ter­
minó por hacerla prevalecer sobre las organizaciones los hombres de' la Resistencia interior, todos
los cuales no tenían erectamente el mismo «sentido del Estado», pues tenían la pretensión de «hacer
política». Claro que, después de t d n , su papel era equívoco, no eran verdaderos militares, como De
Gaulle se lo hiw sentir con severidad cuando, en la unificación de la Resistencia, debieron rett^oce
der en grade, y retornar a su puesto».
1'' La separación del Estado respecto de la lucha de ciases, de la que tabla Althusser, es, por !o
to nto, una separa ció n «bu.sc.ida». y «cons truida» (no im.a separación «natural») para gm aurizor el podet
de dase. una separación, pues, asentada en la materialidad Je loo eliversos «aparatos». (administrati­
vos, represivos e ideológicos) \'de su funcionamiento. Esto es, precisamente, lo que olvidan lo, teó­
ricos de Li «autonomía» de lo político. En realidad, J a la impresión de que Althusser, cuando habla
de la «separación» v también cuando se refiere a la manera de actuar (práctici e ideológicamente)
de los aparatos deí Estado y de los funcionarios del mismo, está respondiendo, punto por punto, a las
tc'sis mmtenidas por Ralph MilibanJ un un texto de 1977, ALrxtsmn y política, Madrid, Siglo XXI,
1978. A partir de la noción de «autonomía relativa», /.l¡liband (y no sólo él, naturalmente: la tradi­
ción socialdeniecrata ha descuhierto antes el argumenro y los parridos comunistas europeos de la.
décadas de 1950 )' 1960 lo han hechi > propii 1) piic'de ji istificar la posihilidnd de modificar la orienta­
ción de clase Je las decisiones del E.stado cuando otros parridos «lleguen :il poder».

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didas las «fuerzas del orden», son de origen campesino, obrero y popular; Gramsci lo
había notado bien). Pueden también estar destinadas a «separar» al Estado de las for­
mas de división que puedan nacer también en el seno de la clase dominante, de las
intrigas de ciertos grupos o de prácticas totalmente ajenas al «espíritu de servicio públi­
co» que debe reinar, y reina la mayor parte de las veces, entre los agentes del Estado a
pesar de algunos escándalos47 (raros en Francia, más frecuentes en otros sitios; cfr. los
escándalos LockheedLXXn muy extendidos en el mundo occidental).
Pero si se toman en cuenta todos estos datos, es claro que «el instrumento del Esta­
do», o «el aparato de Estado», o el Estado sin más, no es neutral y que se inclina terri­
blemente de parte de la clase dirigente. Oficialmente, sin duda, «no hace política»; es
la ideología burguesa la que lo proclama. El Estado no hace' política, porque no se pone
de una parte; estaría «por encima de las clases» y no haría sino administrar objetiva y
equitativamente los asuntos de la nación, los asuntos de todos. Si se quiere, tendría una
política: pero sería la política del «servicio público». Y es esta misma ideología la que el
Estado inculca a sus agentes, sea el que sea el puesto en que estén empleados.
Marx, antes que nadie, ha denunciado esta mistificación: el Estado está «separado,,,
pero para ser un Estado de clase, que sirva lo mejor posible a los defensores declarados
y probados de los intereses de la clase dominante. El jefe del Estado asegura la unidad
del Estado y dirige su política. Forma parte del aparato político del Estado, con el
gobierno y sus ministros, que se amparan gustosamente en la tecnicidad de las cues­
tiones y en sus capacidades técnicas, para ocultar la política que hacen, para servir
mejor a los intereses superiores de la clase dominante. La inmensa mayoría de los altos
funcionarios, ya sean políticos, militares o policías, son altos burgueses de extracción
o de carrera. Y apelando continuamente a la jerarquía y a la responsabilidad, al secre­
to de Estado o a la reserva de Estado, el Estado es ahora tan complicado que cuando
se llega ante una ventanilla de correos (PTT), a una taquilla del SNCF o de la Segu­
ridad Social, hace tiempo que se ha perdido de vista la política de clase que gobierna
desde lejos todos los aparatos administrativos, y se puede tener la impresión de encon­
trarse ante «formalidades», ciertamente complicadas, pero que podrían simplificarse y
que son «naturales».

47 Referencia a los escándalos de corrupción (mediados de la década de 1970) que salpicaron a


importantes cargos públicos europeos que, a cambio de suculentas comisiones, prestaron sus favores
a esa compañía consiguiendo para ella jugosos contratos con cargo a los presupuestos de las distintas
instituciones estatales.
LXXn Sonoro escándalo de corrupción internacional que condujo, entre otros, al príncipe Berh-
nard de Holanda a dimitir de sus funciones oficiales en 1975.

i
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¿Q u é hay m á s n a tu ral q u e co m p rar u n o s billetes d e au to b ú s o un c a rn e t n aran ­
ja ? Ju s ta m e n te , sobre el ca rn e t n a ra n ja , hay un m o v im ie n to de p ro te sta q u e , en
F ran c ia, rech aza la legitim id ad d e su a u m e n to de precio. Y co m o se trata de d in ero
ya no se tien e, e n a b so lu to , la im p re sió n de «fo rm a lid ad n atu ral» cu an d o se en cu e n ­
tra u n o a n te u n a v e n ta n illa de im p u e sto s, co m o ta m p o c o c u a n d o se o b se r v a n los
te rrib le s im p u e sto s in d ire c to s q u e sa n g ra n el p lu sv alo r en el p o r ta m o n e d a s p o p u ­
la r (i l 7,5 por 100 en F r a n c ia !), h a c ie n d o recaer lo m ás p e sa d o d e lo s im p u e sto s en
lo s m á s d e sfav o re cid o s, en aq u e llo s q u e , e x p lo ta d o s y a en el trab ajo , no e n c u e n tra n
« n a tu r a l» ten er que pagar, a d e m á s de su d e c la r a c ió n d e la ren ta (sobre la q u e a lg ú n
m in istro p u ed e sin iular a lg u n a s c o n c e sio n e s p a ra lo s v iejo s y los p o b res), un d r a c o ­
n ian o im p u esto sohre el p an y la le c h e , sin h a b la r de la ropa y los o b je to s de c o n su ­
m o popular.
El E stad o es uii E stad o de clase por su po lítica; todo el m un do lo pu ed e co m p ren ­
der. Pero e stá ligado a la c la se dom in an te p o r su s altos y m ed ios funcionarios, d irecta­
m en te, porque sus agen tes son gran des burgueses o burgueses co n v en cid o s. Y com o
esos altos fun cion arios d om in an a lo s otros por to d o el sistem a de la jerarq u ía e statal,
todo e l sistem a de respon sabilidad y d e reserv a, p o r to d o el sistem a de excep ción que
p reten d id am en te coloca «fuera de la luch a de cla se s», co n stitu cio n alm en te al m enos, y
en los caso s realm en te d ecisiv os (el ejército, la policía, los C R S , la gen darm ería, los ser­
v icio s secretos, las prisiones, e t c .), p u ed e decirse con razón que el E stad o está «se p a ra ­
do de la luch a de cla se s» para in terven ir m ejor e n ella.
Q u e h ay a co n tra d iccio n e s en el a p arato d e E sta d o , que el e jé rcito no fu n cion e
co m o la p o lic ía , que en algunos países tenga in te n cio n e s p o líticas y pueda p a sar a la
acción ; q u e en otros [sea] la policía la que controla todo, la policía oficial y las policías
p aralelas; que en otro s, co m o Francia, el M in isterio de Finanzas ocu pe un lugar y eje r­
za un co n tro l d eso rbitado , e so e stá «d en tro del o rd en ». U n E stad o es co m p licad o . Q u e
las co n trad iccio n es p u ed a n servir de pu n to de apoyo a las in ten cio n es o las a m b icio ­
nes de ciertas fra ccio n e s de la burguesía, se sabe y hn sido, incluso, o bjeto de estudios.
Q u e , eii fin, esas m ism as co n tra d iccio n e s puedan ser e x asp e rad as por la luch a de cla ­
ses en gciieral e incluso, y sobre to d o (lo que nos in teresa), por la lucha de clase o b re ­
ra y p o p u lar y su cont agio, ayud an do a p ro v o car h u elgas en ciertas ad m in istrac io n e s y,
por su p u esto , en las in d ustrias y e m p resas del sector público, e s algo clarísim o. Pero no
hem os o íd o so ste n e r en serio la id ea de que el a p a ra to de E stad o, in clu so si en ciertos
sectores ha c a si v acilad o (sobre to d o d u ran te la p sico d ra m átic a a u sen cia de D e G au-
lle, v isita n d o a M assu , que «n o h a c ía p o lític a »), h ay a sid o , in clu so en 1 9 68, se ria m e n ­
te sac u d id o eii su e stru c tu ra y su u n id ad. L a policía, lo s C R S , los gu ard ias m óviles, la
gen d arn iería han cu m plid o, y lian cu m p lid o b ie n , los m an ifestan tes de la s b arricad as
saben algo de e sto , e in cluso n o han lie ch o un solo d isp aro (cfr. la s m em o rias d el p r e ­

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fecto G rim a u d !XXm); e n cu an to al ejército, h a g u a rd a d o su s carros b a jo lo s árboles del
b o sq u e d e R am bouillet, sin m ostrar su fuerza, p ara influir m ejor sobre el tum u lto.
S o ste n e r por e llo que el E stad o está «atr a v e sad o p o r definición por la luch a d e cla ­
ses» e s tom ar los propios deseos po r la realid ad . E s to m ar los efectos, incluso pro fundos,
o las tra 2as de la lucha de clases (burguesa y obrera) por la luch a de cla se s m ism a. Pero,
ju stam en te, yo sosten go que el E stado, en su corazón , que es su fuerza de intervención
física, política, p o lic a l y d e alta adm in isrración, e stá hecho, en la m ayor m edida posi­
ble, para n o ser afectad o ni «atrav esa d o » por la lu ch a de clases. Q u e lo co n s'gu e, y muy
bien, es d em asiad o claro, no sólo en Fran cia, sino tam bién en Italia, d on d e se desarro­
lla, a partir de G ram sci, una teoría de la d ebilid a d ^ o de la no existen cia del E stad o que
me parece un errorLxxiv . Q u e tiene d ificu ltad es p ara conseguirlo es algo a veces visible:
pero e l h ech o es que lo co n sigu e, tan to entre n o so tro s c o m o en la U R S S , y por m edios
muy p arecido sLXXV A veces hay huelgas de ciertos agentes del aparato de E stado, pero
n o todos, y n u n ca en el corazón físico del E stad o , y estas m an ifestacion es de d e sc o n ­
ten to p u e d e n c o n s id e r a s e casi co m o so p ap o s de seguridad y co m o un sistem a de ad v er­
te n cia que perm ite u n a rectificació n au torregu lad o ra que d ese m b o ca en la co n sign a:
hay que p ag ar m ás a los servidores del E stado o hay que m ejorar los servicios ad m in is­
trativos para pon erlos m ejor e n c o n ta c to con el público, hay que sim plificar form alida­
des adm in istrativas (el propio G s c a r d , jefe del E stad o, d estaca en estas fórm ulas tran ­
quilizantes q u e tienen, se d g a lo que se diga, su efecto).
T odo eso p a ra repetir q u e ía fónnuía de M arx y Lenin sobre el Estado como «instru­
mento», separado por lo canto de la lucha de clases para servir mejor los intereses de la d ase
dominante, es una fám ula fuerte, que n o hay que abandonar.
L o m ism o puede afirm arse, p u esto que estam o s siem pre en la term inología, para la
exp resión aparato, o máquina .

LXfU Maurice G rimaUD, En mai, fais ce qutl te pU« t, París, Stock, 1977. Entonces prefecto de poli­
cía de larís, Maurice Grimaud desempeñó un papel clave en la evolución de los «acontecimientos»
de mayo de 1968.
48 Se trata de una rcícrcnc a que, sin duda, remite a posiciones cláscas de orgen gran ^ a no y
quejustificaiían en último término los giros «eurocomunstas» en los que Berlinguer y el PCI se aden­
traron. Más adelante, Althusser pone esta «teoría» en relación con la supuesta debilidad de un Esta­
do cuyos funcionarios (de ahí el «atravesamiento») proceden de una extracción obrera (véase el fn al
del cap. 14 de este escrito). Véase a propósiro de esta cuestión el texto de Althusser de 1977 sobre
•el marxismo como teoría “finita”», así como la discusión que del mismo hacen diversos autores, en
Discutir el Estado, México DF. Folies Ediciones, 1982.
LXX1V Primera redacción: «disparate».
LXV Primera redacción: «aunque por otros medios».

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