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El suicidio como acto político

Históricamente, puesto que su comprensión nos es engorrosa, el suicidio ha mostrado ser


una cuestión polémica. Esta dificultad del entendimiento dota al suicidio de un aire
fascinante y misterioso, nada parece ser razón suficiente. Descifrar las motivaciones que
llevan al acto de terminar con la propia vida, esa cosa única que, pareciera ser, es lo único
que verdaderamente nos pertenece, casi siempre finaliza en el hallazgo de contradicciones.
Para términos prácticos, el suicidio carece de sentido. En el siguiente ensayo, a través de
Aristóteles y la corriente helénica del estoicismo, se analizará en principio el suicidio por el
acto en sí, desnudo de todo tipo de motivación que radique en la emocionalidad del sujeto
que lo lleva a cabo. Ya en lo posterior, se estudiará la posible lucidez del suicidio. Ahora
bien, pensar el fin y no los medios permite no perderse en la ambigüedad de los casos
particulares que nos llevarían a la psicología y podamos, más bien, analizar el suicidio
como tal: el acto de darnos muerte. El acto por sí mismo posee una connotación política.
¿Por qué? A continuación el desarrollo de dicha tesis.

Según la definición aristotélica de hombre, ubicada en el Libro I de Política, este es


un zoon politikón, ello quiere decir que su Naturaleza es la de vivir en sociedad, puesto que
sólo dentro de esa estructura podrá desarrollarse. Teniendo en cuenta esta premisa,
Aristóteles dedica dos momentos para tratar el suicidio en Ética Nicomáquea, uno para
realizar una crítica a las motivaciones y otro, que es el que más nos interesa, para rechazar
el acto en tanto que este atenta contra la polis. El primer momento al que me refiero, es a su
crítica del Libro VII, en la que argumenta: “El morir por evitar la pobreza, el amor o algo
doloroso, no es propio de un valiente, sino, más bien, del cobarde; porque es blandura
evitar lo penoso, y no sufre la muerte por ser noble, sino por evitar el mal” 1. De acuerdo
con lo citado, no es posible hallar una justificación para darse muerte. La dignidad humana
queda liquidada ante el suicidio, pues este es un acto de pura cobardía y desesperación. Esta
es una postura que permanece hasta nuestro tiempo. Lo razonable es vivir de manera digna,
pues es este el camino a la virtud. Morir es indigno. Por lo tanto, morir es irracional. Habrá
que preguntarse si, en efecto y sin lugar a dudas, lo es. ¿Es todo suicida víctima del arrebato
para huir de algo? En lo posterior me daré momento para responder a esa cuestión.

1 Aristóteles. Ética Nicomáquea. Madrid. Gredos. 1985. p.

1
El segundo momento se desarrolla en el capítulo XI del Libro V. Al no existir un
señalamiento por parte de la ley en la que mande a suicidarse, se induce que ésta lo prohíbe.
Posteriormente añade que, cuando un hombre se da muerte, al ser una obra injusta, él no
atenta únicamente contra sí mismo, lo hace, de igual forma, contra la ciudad. Puesto que a
toda falta su debido castigo, la ciudad puede legítimamente aplicarlo. El hombre suicida es
culpable de cometer una injusticia contra la ciudad y el castigo para este va incluso contra
su cuerpo inerte, al serle cercenada la mano con la que cometió el acto. Ahora bien,
podemos desarrollar lo siguiente: el hombre es un animal político, por ende, sus elecciones
han de estar sujetas a la integridad de la polis. Darse muerte es una obra injusta debido a
que se atenta contra la ley y, entonces, contra la polis, señal clara es la facultad que posee la
ciudad de castigarlo. Como conclusión y retomando la tesis de este ensayo, el suicidio es,
en efecto, un acto político.

Juguemos un poco con aquello que hemos concluido, pero haciendo uso de otra
postura: la estoica. Antes habrá que estructurarla. La presencia del lógos (razón, Dios) es de
gran importancia, ello empapa y mueve la totalidad del Cosmos. El Universo no es caos, es
orden, sentido, razón; el hombre posee un alma racional, es decir, tiene la facultad de
comprender la lógica del Cosmos. Todo acontece en tanto el lógos, por lo tanto, “vivir en
acuerdo razonable con la naturaleza es la primera norma moral”2. Puesto que ese es el caso,
es de sabios aceptar el devenir de las cosas, no induciéndose a un estado de inacción, sino,
más bien, de no obtener los resultados deseados al llevar a cabo algo, no habrá porque
perturbase.

El estoico hace frente al Destino y obra de acuerdo a lo que de él depende a partir de


su hegemenikón (guía interior). De no poder soportar la circunstancia en la que se
encuentre, no hay una obligación para tolerarla. Lo cuestión de lo apropiado a cada ser, tò
oikéion, o sea, lo propio, tiene un peso sustancial en el epicureísmo, pues seguir esto
conduce a la felicidad. Aquello que resulta conveniente guía al sabio. Existe una cadena
causal del Destino, lo correcto es ir acorde a ella y obrar conforme las posibilidades que se
tengan, según lo propio. El sabio acata al orden natural de las cosas, siempre, por ello sus
acciones resultan apropiadas, oportunas. Ahora, recordemos el alma racional del hombre,
2 García Gual, Carlos y María Jesús Ímaz. La filosofía helenística. Madrid.
Editorial Síntesis. p. 153.

2
alma que lo distingue del resto de los animales: al partir de ella, todo acto es apropiado y
armónico con la razón, incluso el suicidio. Respondiendo a la pregunta hecha antes y desde
el planteamiento estoico, es cierto que nos es posible comprender el suicidio más allá de un
arrebato irracional: el hombre es razón. En ese sentido y aunado a la facultad del individuo
de finalizar con lo que no tolera, pues no está obligado a permanecer en algo que no le
brinda felicidad, de vivir en circunstancias insoportables, por ejemplo bajo cierta forma
política en la que no pueda seguir sus convicciones y prácticas que han de conducirlo a la
virtud, el sabio podrá suicidarse una vez haya hecho lo que se encontraba dentro de sus
posibilidades, puesto que resultaría oportuno y razonable.

Ahora bien, formemos una síntesis de todo lo dicho. De acuerdo con Aristóteles, el
suicidio posee una carga política y se encuentra inmerso en mero impulso carente de lógica,
puesto que se trata de huir para no tener que afrontar a la vida misma, por lo tanto uno es
víctima del impulso tentador y cobarde de morir. Al contraponer el planteamiento estoico,
el acto es comprendido como algo racional, oportuno, apropiado, siempre y cuando el
estado del individuo sea uno en el que su modus vivendi sea insostenible. Tenemos como
resultado: el suicidio es un acto político que cuenta con posibilidad de ser racional. La
condena aristotélica del Libro VII en Ética Nicomáquea ha sido superada, el suicidio lúcido
es factible.

La legislación actual en materia de suicidio por parte de los países occidentales ya no


castiga al individuo que lleva a cabo el propio acto, anteriormente lo hacía, pero hoy sólo se
limita a aquellos que le asistan o sean testigos del mismo. No obstante, Estados Unidos
tiene la capacidad legal de negar la entrada a su territorio en caso de que el solicitante
cuente con un historial suicida. Por su parte Oriente, hasta el año 2014 en India se aplicaba
una pena incluso a los familiares del occiso. Hoy la controversia yace en la eutanasia, el
buen morir, pudiendo ser castigado en México hasta con siete años de cárcel aquel que le
suministre la solución final al individuo.

El 8 de abril del año 2009, la escritora italiana Roberta Tatafiore tomó la decisión de
suicidarse en el cuarto de hotel que había alquilado para dicho fin. El diario que la
acompañó durante los tres meses previos encontrábase junto a su cuerpo. Un suicidio
lúcido, un acto con cada detalle escogido por ella misma: lugar, momento, personas de las

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que se despediría con una carta. Su última aparición pública fue, precisamente, para hacer
declaraciones acerca del caso de Eluana Englaro, mujer que tuvo que pasar 17 años en
coma incluso al haber declarado previo al hecho que prefería ser desconectada a vivir en
esas circunstancias. La legislación de ese momento no le permitía seguir al padre la
voluntad de su hija, puesto que dicho acto era tipificado de homicidio. En su último
artículo, de Tatafiore a propósito de Eluana Englaro, expresó: "Sólo hay dos formas de
morir por voluntad propia: recurrir al suicidio (que no por casualidad en alemán se dice
Freitod, muerte libre) o fiarse de las leyes que establecen los límites dentro de los cuales
uno, algunos o algunos otros, pueden acelerar nuestra partida". Al repensar la vida como
una propiedad individual en la que únicamente ella tenía en sus manos el destino de su
existir, decide envenenarse. Su suicidio lúcido fue, en parte, pues nunca sabremos la
totalidad de aquello que pensó momentos antes, una protesta política en la que ella decidió
escapar de las absurdas leyes del Estado, esas que le permiten otorgarse a él mismo todo
poder sobre la culminación de la vida.

Retomando a Aristóteles en Ética Nicomáquea, este argumenta que la única muerte


voluntaria con posibilidades de ser digna es en la guerra. Suena familiar a la glorificación
de los pilotos kamikaze durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo suicidio les otorgaba la
categoría de héroes históricos. Pareciera ser que tal supuesto es debido a que, al vivir de
forma política, la propia vida no le pertenece a uno mismo, sino a la ciudad, al Estado. Es
en Política donde esto queda dicho con todas las letras: “ninguno de los ciudadanos se
pertenece a sí mismo, sino todos a la ciudad, pues cada uno es una parte de ella” 3.
Exclusivamente es él, el Estado, quien decide suministrar la muerte, y lo hará en aras de sí
mismo. En Grecia el suicidio era castigado, sí, y era necesario, puesto que esta era la forma
en la que la polis demostraba que nuestra propia vida no nos pertenece. Por ende, bajo esa
lógica, la manera de recuperar el derecho sobre mi vida, es cuando decido quitármela.
Morir es, en ese sentido, aquello que permite la desactivación del dispositivo biopolítico. A
través de la historia, la ley se adecua y cambia, de optar por morir hoy, no nos cercenarán la
mano o aplicarán sanción alguna a nuestra familia. Sin embargo, la política del acto mismo
se descubre al aún haber impedimentos para la aplicación de la eutanasia o el suicidio

3 Aristóteles. Política. Alianza Editorial. p. 307.

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asistido. Habrá que pensar, por lo tanto, si en nuestro tiempo hemos recuperado lo único
que verdaderamente nos pertenece: nuestra propia vida. ¿O alguna vez fue nuestra?

Victoria Añorve

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