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ENSEÑANZAS
SATSANG
El SAMSARA
Estar vacío significa estar vacío del ego, no tener ningún pensamiento del “yo”.
No en el sentido que se actúe como un vegetal o un animal salvaje o como cosas
vivientes que simplemente procesan agua, comida y luz solar para poder crecer y
reproducirse, sino en el sentido de que “se deja de juzgar” las acciones, las
personas, los lugares, y el entorno en términos de “yo”, de “mí” o de lo “mío”.
Una persona que está “vacía del yo” rara vez tiene ocasión de emplear estos
pronombres.
Una persona que está verdaderamente vacía no posee nada, ni siquiera conciencia
del yo o de sí mismo. Sus intereses no dependen de sus propias necesidades y
deseos, pues en efecto no toma en cuenta estas consideraciones, sino que se
preocupa por los demás. No juzga a la gente por ser simpática o antipática, digna
o indigna, útil o inútil, no aprecia ni desprecia a nadie. Ama profundamente a
todos, comprende simplemente que el señor de la Luz Infinita y la Bondad ilimitada
vive en todos los seres y todo lo invierte solamente en la empresa de servir a los
demás.
En el mundo del Samsara, el Hombre es la mezcla de todas las cosas. Todo es
relativo. Todo cambia. Solo en el mundo real, el mundo espiritual, el mundo del
Nirvana, hay permanencia.
¿Cuál es la esencia del samsara? Es la vacuidad. ¿En qué forma se manifiesta? Como
confusión, ignorancia. ¿Cuál es su característica? Su característica es el
sufrimiento. La esencia del nirvana es la vacuidad. El nirvana se manifiesta como
el fin de toda la confusión, la eliminación de todo el error. La característica del
nirvana es la completa liberación del sufrimiento.
¿Quiénes son los que deambulan en el samsara? Son los seres que habitan en las
tres esferas de la existencia samsárica: la esfera del deseo, la esfera de la forma
y la esfera de la no-forma.
¿Qué es samsara? Un modo de existencia que engloba de manera intensiva y
voluminosa estados mentales y corporales de malestar, frustración, ansiedad,
dolor y miedo; se resume en la insatisfacción y una terrible perturbación mental
con respecto a la realidad. El malestar surge por la sencilla razón de nacer,
envejecer, enfermar y morir; la frustración se origina por no tener lo que se desea;
la ansiedad nace de perder lo que se desea; el dolor aparece por tener lo que no
se desea, y el miedo, por último, se produce por la existencia directa y llana de
sufrir.
El fenómeno de la existencia de los seres sintientes se define como una inmensa
rueda cuyo movimiento central se caracteriza por el sufrimiento. La imperfección
de la existencia psicobiológica y el apego obsesivo a esa existencia, establecen el
universo donde es posible la presencia del sufrimiento como una constante en los
procesos de vida.
Para analizar con mayor serenidad y profundidad el sufrimiento, y así poder
enfrentarlo adecuadamente, resulta vital comprender que existen tres tipos de
sufrimiento: a) El sufrimiento evidente, identificado como dolor físico
principalmente. b) El sufrimiento del cambio, determinado como aquellas
experiencias que son placenteras en un primer momento, pero que de manera
inmediata se vuelven experiencias de sufrimiento y hasta de dolor. c) El
sufrimiento omnipresente y general, que es el factor básico de identidad de una
vida determinada por cientos y miles de causas, condiciones y elementos agregados
en conflicto absolutamente impermanentes.
Lo que hace sufrir a los seres animados son aquellos componentes a los que la
conciencia se aferra. Dado en ese sufrimiento extensivo, los seres humanos
sustentan su reproducción constante y repetitiva debido a que no conocen sus
causas reales; debido a la ignorancia las acciones mentales, verbales y corporales
se convierten en fuente constante del incremento y consolidación del sufrimiento,
que tiende a crecer en la medida en que se ignoran sus verdaderas causas.
En el sendero tarea es discernir no entre lo falso y lo falso, sino entre lo falso y lo
real. Las diferencias en la apariencia externa no tienen ninguna importancia. El
mundo real está en nuestro interior. Para ser más exactos, dentro de nuestra
mente y más allá de esta.
En el mundo real solo hay paz, alegría, amor, y libertad. Cada ser humano posee
dos naturalezas: una aparente y la otra real. La aparente es nuestro pequeño yo,
o ego, que siempre es diferente de los demás pequeños “yoes”; la real es nuestro
Ser real, Yo Búdico o Alma que es en todas partes el mismo. Nuestro pequeño yo
existe en el mundo aparente, el mundo del Samsara. Nuestro verdadero Ser existe
en el mundo real, el mundo del Espíritu.
El Samsara es, pues, un estadio de la existencia que se caracteriza por la presencia
masiva, inevitable y repetitiva de sufrimiento.
Cualquier estado emocional sustentado en la ignorancia se caracteriza por ser
negativo, lo cual crea una serie compleja de respuestas y experiencias. Dos
emociones sensitivas determinan el mundo de las percepciones y de las acciones
humanas que ahí se fijan: el apego o aferramiento (adhesión) y el odio o la
hostilidad (agresión). Cualquier cosa que sea fruto de la ignorancia y del apego
está destinada a producir sufrimiento, ésa es su naturaleza.
Las experiencias y los acontecimientos que surgen de los impulsos derivados tanto
del apego como de la aversión se encuentran contaminados. Tanto las emociones
como los pensamientos nacen marcados por la insatisfacción y el malestar por el
simple hecho de no estar en armonía con la realidad.
La causa sustantiva del samsara, por lo tanto, es la confusión mental que se
produce cuando se malinterpretan los fenómenos de la realidad debido a los
apegos, las aversiones y por la ignorancia de las causas y las condiciones que
producen los fenómenos. Existe una serie de formas mentales engañosas e ilusorias
que obstruyen la capacidad innata de la conciencia para percibir de manera
adecuada la realidad. Las formas mentales que bloquean la claridad de la
conciencia para conocer la realidad provienen de los impulsos del apego, aversión
e indiferencia nos cosifican y endurecen, como resultado realidad dentro de cada
uno de nosotros se vuelve una proyección mental neurótica y absurda.
La mente contaminada, tiene la tendencia habitual a aferrarse a la existencia
intrínseca de todos los fenómenos.
El origen del sufrimiento puede ubicarse no sólo en las fuentes del apego, de la
aversión y de la ignorancia —los tres clásicos venenos mentales—, sino también en
las manifestaciones muy sutiles y complicadas de las proyecciones ilusorias de la
mente que hace de la realidad, sobre todo aquellas derivadas de los prejuicios, las
imputaciones moralistas del “deber ser” y de las comparaciones de las
experiencias presentes con las del pasado y las del futuro.
En términos más generales, se afirma que el sufrimiento surge debido a que el
cuerpo (las enfermedades), las acciones (erróneas y no virtuosas) y los estados
mentales (perturbados y afligidos) se encuentran contaminados. Las personas
estamos sometidas a este tipo de influjos desde un principio de nuestras vidas.
La angustia y la insatisfacción se convierten en estados constantes en las
experiencias dado que tenemos conceptos erróneos de la naturaleza de la realidad.
La única manera de liberarse de los estados mentales de engaño e ilusión es
generando una percepción de la naturaleza fundamental de la realidad, lo cual
implica el cultivo de la sabiduría y de la compasión.
Existen, pues, muchos factores que alteran y nublan la percepción sobre la
realidad. Las pasiones que brotan de los tres venenos (apego, aversión y engaño)
son las que tienen mayor peso en los procesos de desarticulación del reflejo de la
realidad en la mente. Ésta constituye una energía de conciencia que puede reflejar
la realidad tal y como es; pero cuando se experimenta el samsara, la capacidad de
reflejo limpio y claro del espejo/mente disminuye por el apego y la aversión que
corrompen la percepción de la realidad. La falsa percepción es la base sustantiva
del sufrimiento humano.
La corrupción del reflejo natural de la mente en función de la percepción de la
realidad se realiza cuando está ligada a las experiencias de agrado y desagrado de
los sentidos.
Entonces, el sufrimiento se sustenta en los estados mentales y en la manera en
que sus elementos se definen frente a los cientos de estímulos que la mente recibe
por medio de los sentidos. Al calificar como agradable, desagradable o neutra la
calidad de estos estímulos, la mente construye toda una serie de percepciones y
proyecciones valorativas sobre la calidad y características de la realidad reflejada,
las cuales invariablemente no coinciden con los conceptos previos que la
costumbre y los hábitos han estipulado en cada uno de nosotros como cultura
dominante. Por eso, el deseo y la pasión, comprendidos como la búsqueda de la
realización de las percepciones valorativas que tenemos de la realidad,
constituyen el meollo de las perturbaciones y aflicciones.
Nadie de entre nosotros quiere sufrir, lo que todos deseamos naturalmente es ser
felices. Ahora bien, se diría que casi actuamos adrede para crear las causas de
nuestro sufrimiento, lo cual es el efecto de la confusión. Sin esta confusión,
podríamos crear las causas de felicidad a las que aspiramos. Lo que queremos es
ser felices, pero debido a nuestra confusión, actuamos en dirección opuesta de
aquello que causa la felicidad.
La clave del asunto que se está tratando se encuentra en la confusión, o ignorancia,
que todo ser no iluminado tiene: al perseguir la satisfacción y la felicidad se
generan, paradójicamente, las mismas causas del sufrimiento. En otras palabras,
aunque todas las energías mentales, físicas y hasta económicas se encauzan al
logro de la felicidad, dados los niveles de confusión e ignorancia, los resultados
son proporcionalmente inversos a las intenciones: lo que se produce son estados
de dolor, sufrimiento, insatisfacción y angustia. No es de extrañar, por tanto, que,
en la actualidad, las enfermedades más genéricas en las sociedades modernas son
la depresión y el estrés.
Los agregados que forman el cuerpo y la mente se encuentran condicionados por
acciones contaminadas, es decir, por elementos impuros surgidos de experiencias
anteriores; en el presente, la mente y el cuerpo sufren las consecuencias
anteriores, pero también inducen, como una corriente imparable, a la presencia
de sufrimientos futuros.
Ahora bien, si el sufrimiento lo genera la ignorancia sobre la realidad, lo que
determina estados mentales perturbados y emociones afligidas, entonces es
posible su disminución y eventual aniquilación si se redefinen los procesos
mentales que le dan origen.
La posibilidad de liberarse del sufrimiento se basa en un sencillo pero sólido
pensamiento: el apego, la aversión y la ignorancia no son inherentes a la mente,
no son parte de su naturaleza, porque si así fuera, sería imposible superar las
causas del sufrimiento. La insatisfacción y el ansia de los deseos se constituyen en
las principales columnas que reproducen el sufrimiento. La desdicha y la
infelicidad son los principales sentimientos que nos conducen al odio. En
consecuencia, es posible acabar con el sufrimiento, porque existen formas de
lograr la dicha y la felicidad mientras vivimos en este mundo.
Hay cuatro factores por los cuales la mente dormida toma los pensamientos
emociones y sus respectivas historias por el yo, proceso éste también llamado
fijación egoica. El primero de los factores es que sentimos que la vacuidad interna
es el yo. Se establece una firme fijación en el ego; siempre estamos pensando,
diciendo, yo, yo, yo. El segundo es que al tener la fijación egoica luego surge el
apego hacia uno mismo y el deseo egoísta. El tercero es que cuando estos dos
factores se han dado, tomamos a sensaciones por el yo. Aunque las sensaciones
son impermanentes y perecederas las tomamos como una entidad, y de esta forma
surge la fijación egoica sobre ellas. Y el cuarto es una fijación que proviene de no
tomar las cosas por lo que son. Es decir, aunque no hay un yo nos aferramos al yo
como si lo hubiera; aunque no hay un ego hacemos una fijación en él como si lo
hubiera. Eso es no tomar las cosas tal cual son, y debido a esto surge la fijación.
El apego, la aversión y la ignorancia aparecen porque existe una conducta que
determina la existencia del apego al “yo”. Sin lugar a duda, éste es el apego mayor
del cual se derivan todos los demás. La “estimación propia” y el “aferramiento al
yo” parten de que ese yo es una entidad sólida, más valiosa que todas las demás,
que se encuentra situado en el centro de las relaciones sociales y, por lo tanto,
todas las acciones y condiciones existenciales deben estar disponibles para la
realización de sus deseos egocéntricos.
La cesación del sufrimiento implica desmantelar la estructura central del yo en el
desarrollo de la existencia individual y social.
La mayoría de las experiencias indeseables, del samsara, producen agregados de
apego y aversión como efectos de las acciones e ilusiones engañosas, derivadas de
la confusión y de la ignorancia. Por supuesto que existen experiencias
desagradables a causa de acontecimientos externos donde hay poco que hacer, por
ejemplo, los desastres naturales. Pero éstos son excepcionales. En general, los
problemas que experimentamos son creados por los defectos o confusiones
mentales; existe, una carencia interna; de ahí que, con un entrenamiento mental
adecuado y un cambio de actitud del yo hacia la cesación del egoísmo, estos
problemas tienden a desaparecer.
Más aún, habría que comprender que los pensamientos y las emociones negativas
obstruyen la aspiración y el deseo de felicidad y de vencer el sufrimiento. Cuando
actuamos bajo las premisas de la ignorancia y la confusión mental es inevitable
experimentar sufrimiento o, en su caso, producir sufrimiento a los demás. En otras
palabras, cuando se actúa bajo emociones aflictivas, se olvidan fácilmente las
repercusiones de los actos realizados y de sus efectos en las demás personas. El
engaño, la mentira, el homicidio, la violencia y demás acciones destructivas tienen
su origen en los estados mentales perturbados y en las aflicciones emocionales.
En las sociedades altamente materialistas, donde la mayoría de las relaciones
humanas se supeditan a la competitividad agresiva e individualista, los estados
mentales de odio, envidia y codicia suelen sembrar las semillas de la agresión y
considerar el materialismo como la única vía de apropiación y aseguramiento del
patrimonio material y social.
Este ambiente negativo crea el contexto para todo tipo de males, desde la
pobreza, la insalubridad, la falta de capacitación y educación para el trabajo hasta
la falta de vivienda y empleo, creando un masivo estado de dolor y angustia en los
miembros de las comunidades. La codicia y la envidia son los estados
predominantes en las sociedades excesivamente materialistas. Todas estas
perversiones surgen de la falta de contención en las acciones humanas y,
principalmente, porque se carece de caminos convincentes para eliminar las
causas y las condiciones que dan origen al sufrimiento.
En otras palabras, al buscar a los culpables del sufrimiento en el mundo exterior,
ya sea en personas cercanas o en los enemigos históricos de raza, clase o religión,
e intensificar de ese modo la competitividad destructiva y egoísta, los impulsos
negativos se recrean a sí mismos, produciendo sucesivamente mayores volúmenes
de pensamientos y emociones negativos que sustentan, a su vez, las acciones
destructivas productoras de más sufrimiento. Ésta es la cadena del drama del
samsara: un ciclo de problemas, imperfecciones y violencias repetitivas y
constantes.
Así pues, la clave para cesar los estados masivos de dolor y angustia —que implican
desterrar las acciones de codicia y envidia— consiste en un poderoso
entrenamiento mental, bajo la guía del Gurú porque es en el mundo interno donde
tienen su origen. En otras palabras: Lo antes dicho apunta a que el fundamento
del sufrimiento está en nuestro interior, como también lo está el fundamento de
la felicidad.
Por tanto, el grado en que se puede disciplinar la mente, sus emociones y
pensamientos, determina si es posible superar o no las causas del sufrimiento.
Entonces, el karma negativo es un resultado, un efecto, no una causa. Entonces,
si el sufrimiento es un resultado, se puede eliminar cambiando sus causas.
La mayor parte del sufrimiento, identificado como malestar, insatisfacción y
frustración, se deriva de las perturbaciones mentales y de las aflicciones
emocionales que generan la adicción a objetos externos a los cuales se les imputa
la facultad de generar felicidad, seguridad y satisfacción. Pero en el samsara lograr
esto resulta imposible. El descontrol emocional refleja precisamente la violencia
cotidiana; dado que estos estados los produce la mente que ignora cuáles son las
causas y las condiciones para producir sufrimiento o felicidad, sólo la praxis de la
sabiduría y la compasión permiten enfrentar aquellas causas de manera adecuada.
El conocimiento que realiza lo “último”, lo convencional y la compasión aparecen
como el principal mecanismo interno para eliminar las causas y las condiciones del
sufrimiento, lo que requiere desatender las pasiones y los deseos del yo
egocéntrico. La posibilidad de cesar el sufrimiento está en función de tomar
conciencia de que somos nosotros quienes influimos en las “causas y circunstancias
que generan nuestra infelicidad, resistiéndonos a menudo a realizar actividades
que podrían conllevar una felicidad más duradera”.
Ello es posible porque en la cotidianidad, la mayoría de las personas nos dejamos
dominar por pensamientos y emociones negativos nacidos de la estimación propia
y del aferramiento al yo. Por tanto, el mecanismo para deshacer estos círculos
viciosos consiste en reconocer que son necesarios nuevos senderos de vida
encauzados a la sabiduría y la compasión.
En el Sutra del Corazón leemos, "La forma no es diferente del vacío y el vacío no
es diferente de la forma." Todo el mundo se pregunta, "¿Cómo Samsara y Nirvana
pueden ser lo mismo? ¿Cómo puede ser la ilusión lo mismo que la realidad? ¿Cómo
puedo ser yo y Buda a la vez?" Son buenas preguntas. Todo estudiante necesita
conocer su respuesta.
La respuesta se encuentra en la forma en que percibimos la realidad. Si percibimos
la realidad directamente, la vemos en su pureza divina. Si la percibimos
indirectamente – a través de la conciencia de nuestro ego- vemos su distorsión
samsárica. ¿Por qué nuestra visión de la realidad es defectuosa?
El Samsara es el mundo que nuestro pequeño “yo” piensa que ve y percibe con los
sentidos. A veces cometemos errores. Si un hombre está caminando por el bosque,
se encuentra con un rollo de cuerda y piensa que la cuerda es una serpiente, huirá
rápidamente. Para él esta cuerda era una serpiente y actuó de acuerdo con ello.
Cuando él llegue a su casa probablemente le hablaría a todo el mundo sobre la
peligrosa serpiente que casi le muerde en el bosque. Su miedo era legítimo. La
razón por la que estaba asustado, no.
El pequeño yo egoísta también percibe erróneamente la realidad siempre que
impone una opinión o punto de vista arbitrarios, o juicios morales sobre algo. Si
una mujer ve a otra que viste un sombrero verde y dice, "Veo una mujer que lleva
un sombrero verde", no hay problema. Pero si dice, "Veo una mujer que lleva un
sombrero verde y feo ", está cometiendo un juicio samsárico. Alguien podría
encontrar bello a ese sombrero. Pero en realidad, no es bello ni feo, simplemente
es. Asimismo, cuando una zorra mata a una coneja, esto, para los conejitos que se
morirán de hambre porque han matado a su mamá, es un acto muy malo. Pero
para los hambrientos cachorros de zorro que comen la coneja que su madre les ha
traído, esta misma acción es indiscutiblemente buena. En realidad, la acción no
es buena ni mala. Simplemente es. La realidad también es malinterpretada ya que
tanto el observador como lo que está siendo observado se encuentran en continuo
cambio. No hay un momento preciso en que un capullo se convierta en flor, o una
flor en fruto, o un fruto en semilla, o una semilla en un árbol. Todos estos cambios
son sutiles y continuos.
No podemos pisar el mismo río dos veces porque el agua está continuamente en
movimiento. Tampoco nosotros somos la misma persona de un minuto para otro.
Constantemente adquirimos nueva información y nuevas experiencias, y
simultáneamente olvidamos la vieja información y las viejas experiencias. Ayer
podíamos recordar lo que cenamos la noche pasada. Mañana, no tendremos el
privilegio de recordar ese menú, a no ser, quizás, que fuera un suntuoso
banquete... o si siempre comemos lo mismo podemos decir con seguridad, "Fue
arroz y tofú."
La ilusión de la vida es la opuesta a la ilusión del cine. En el cine una serie de
imágenes individuales son proyectadas de manera continua para formar una ilusión
de movimiento continuo. En la vida, cortamos un movimiento continuo, aislando y
congelando una imagen, y entonces la nombramos y etiquetamos como si fuera
una acción u objeto independiente. No siempre etiquetamos el momento en el
acto. ¿Qué es una mujer joven? Si un hombre tiene noventa años, muchas mujeres
serán mujeres jóvenes, pero si este hombre es un niño pequeño, esas mujeres
serán mayor que él. Bien, ahora podemos tener una idea más clara de porqué
nuestro pequeño yo interpreta erróneamente la realidad.
El pequeño yo nos hace conscientes del sentido de identidad continua que nos
permite saber a cada uno de nosotros, “Soy hoy lo que fui ayer y lo que seré
mañana”. Sin él, no podríamos organizar los datos sensoriales que nos asaltan. Sin
él, no tendríamos sentido de pertenencia o de estar conectados a otros. No
tendríamos padres o familia a la que llamar nuestra, ni esposa ni hijos, ni
profesores ni amigos para guiarnos y alentarnos. Nuestro pequeño yo nos da
nuestra naturaleza humana. Nuestro sentido de individualidad.
A medida que crecemos, descubrimos que el hilo de la mente no es una larga hebra
ensartada con cada acción por separada, como, por ejemplo, las cuentas de un
rosario. No. El hilo se entreteje en sí mismo para formar una red, una matriz
interdependiente de nudos. No podemos deshacer un simple nudo sin afectar a los
demás. No podemos sacar una simple línea de nuestra historia sin, quizás, alterar
su curso entero. Esta red de información y experiencia, de acondicionamiento y
asociación, de memoria y malentendidos, se convierte pronto en un laberinto
complicado y desconcertante; y nos vemos confundidos sobre el lugar que
ocupamos en el esquema de las cosas. Cuando somos jóvenes, nos vemos como el
centro del universo, pero cuando nos hacemos mayores, ya no tenemos certeza de
nuestra posición o de nuestra identidad. Pensamos, "No soy la persona que era
cuando tenía diez años, pero tampoco soy alguien diferente." Pronto nos
preguntamos, "¿Quién soy?" Nuestro yo egoísta nos ha conducido a esta confusión.
La confusión conduce a la calamidad, y entonces la vida, como el Buda apuntó en
su Primera Noble Verdad, se hace amarga y dolorosa.
¿Qué hacemos para disipar esta confusión? Cambiamos nuestra consciencia.
Rechazamos el mundo exterior de la complejidad en favor de nuestro mundo
interior de la simplicidad. En vez de intentar ganar poder y gloria para nuestro
pequeño yo egocéntrico y egoísta, volvemos nuestra consciencia hacia el interior
para descubrir la gloria de nuestro Ser Espiritual. En vez de hacernos desdichados
queriendo estar por encima de los demás, encontramos alegría y contento en ser
útiles para los demás desprendiéndonos de la mezquindad.
el propósito del entrenamiento Espiritual es aclarar nuestra visión para así poder
adquirir una nueva percepción de nuestras identidades verdaderas. La sagrada
enseñanza nos permite trascender nuestra naturaleza humana y realizar nuestra
naturaleza Divina. Liberemos a la mente del egoísmo, liberemos a la mente de la
mezquindad, liberemos a la mente de los apegos, liberemos a la mente del sentido
de posesión, liberemos a la mente de la visión errónea, ya que mientras no se haga
esto, no habrá progreso espiritual posible.
La enseñanza se define como el sendero que permite iniciar la superación
definitiva del sufrimiento y el cultivo de una felicidad estable, sensible, sabia y
compasiva.
Dado que el sufrimiento proviene de las ilusiones y engaños producidos por las
falsas concepciones que tenemos sobre los objetos de la realidad, y que se
encuentran profundamente arraigadas como hábitos y costumbres en la
personalidad, se puede establecer que la confusión básica en todo este asunto es
la creencia de que, en toda persona, objeto, hecho o situación existe una
“sustancia permanente” o entidad única e inalterable. Este dogma de percibir
“esencias inmutables” origina una multitud de vicios (en especial, el odio y la
codicia) que “colocan los cimientos para una vida confusa psicológica y
emocionalmente”.
El sufrimiento tiene la característica de estar en una posición “incorrecta”; en
cambio, la felicidad aparece como un “bien”, algo agradable y que es causa de
bienestar.
La consideración de que “el sufrimiento es incorrecto” da luz sobre lo que es
correcto en la valoración genérica de las experiencias humanas. La aversión, por
ejemplo, es un error o un estado emocional erróneo toda vez que se experimenta
un estado de malestar e insatisfacción; hay una visión y una moralidad equivocadas
en la medida en que la cualidad de “aversionalidad” no existe en ningún objeto
como algo dado por sí mismo. Por lo tanto, para evitar la emoción negativa de la
aversión, igual que otras tantas, hay que prevenir que surjan sus causas y
condiciones o, en su caso, ser capaces por medio de la objetividad y la
ecuanimidad de contrarrestar esas sensaciones desagradables.
El sufrimiento tiene sus causas en la confusión y en las ilusiones que nacen del
apego, la aversión y la ignorancia; por eso es importante distinguir el dolor que
percibimos por medio de nuestras respuestas nerviosas y cerebrales, y el
sufrimiento que creamos mediante las emociones y los pensamientos negativos.
La verdad de la cesación de esos estados mentales implica poseer una serie de
herramientas para combatirlos y erradicar el sufrimiento. Ello se logra superando
las condiciones que le dan sustento y que propician su reproducción, es decir,
comprendiendo todas las directrices que implica el sendero del Maestro: recto
entendimiento, recto pensamiento, recto lenguaje, recta acción, recta vida, recto
esfuerzo, recta atención y recta concentración. El sendero se inicia al comprender
correctamente la realidad, penetrando en ella, independientemente de las
creencias y prejuicios que cada yo realiza sobre el mismo mundo.
La falta de entendimiento sobre la realidad hace que la mayoría de las personas
se inflijan sufrimiento a sí mismas y a los demás, a causa de creer que la felicidad
del yo es más importante que la de los demás o que causar daño a los demás
garantiza la felicidad propia. Cualquier provecho inmediato que se obtenga a
expensas de los demás, es efímero.
A pesar de que en el samsara confluyen emociones y pensamientos negativos,
desagradables, de malestar, frustración, ansiedad, dolor y miedo, se encuentra
inmerso en leyes universales irrevocables, pues todo ello es efímero, al igual que
los placeres. Por lo tanto, saber que existe la impermanencia resulta alentador
toda vez que involucra la posibilidad de trascender el sufrimiento, que es la peor
pesadilla para todo ser viviente experimenta.
La ilusión más recurrente en la cotidianidad de las personas es la creencia, muchas
veces inconsciente, de que existen objetos permanentes en el universo. En las
conductas cotidianas resulta muy común que las apariencias den la impresión de
estar siempre igual a través del tiempo y el espacio. Éste es uno de los hábitos
mentales más difíciles de superar porque estamos sumamente familiarizados e
identificados con ellos; de hecho, constituye la base de la identidad personal y
social. Por ende, la creencia en la permanencia nos ofrece un espacio de
certidumbre y seguridad bastante convincente.
Un pensamiento recurrente, produce un hábito mental que genera una acción
consecuente. La repetición incesante de pensamientos crea redes neuronales fijas
que se pueden comparar, de modo muy literal, con canales cerebrales, los cuales
se activan de manera similar frente a diversas realidades. El conglomerado de
redes de pensamientos repetitivos, hábitos mentales, constituye el fundamento de
una personalidad. Alguien enojado presupone que tiene pensamientos de enojo
constantes que se repiten una y otra vez. No es de extrañar, por tanto, que el
hábito genere resultados similares, aunque las circunstancias objetivas sean
distintas. En otras palabras, los hábitos hacen que, frente a condiciones mundanas
muy diferentes, la actitud y las reacciones conductuales sean similares; son las
respuestas que en automático generamos a los diversos estímulos externos.
A la distancia que hay entre los estados mentales habituales y las condiciones de
la realidad se le llama ilusión o engaño; es en este espacio de desencuentro mente-
realidad donde se dan todas las emociones humanas. En la medida en que los
estados mentales tengan una mayor separación con respecto a la realidad, las
perturbaciones mentales y las aflicciones emocionales serán mayores, y por ende
se incrementará el sufrimiento. La base de las ilusiones es el desquiciamiento de
la realidad objetiva a causa de la idea que se tiene de esa misma realidad; se
confunde la imagen en el espejo mental con el objeto mismo.
La conciencia iluminada logra percibir mentalmente la realidad sin ninguna
contaminación ilusoria: la ve tal y como es, sin los elementos que la mente común
incorpora cuando produce pensamientos dependientes de las sensaciones
(agradables, desagradables y neutras) y de las percepciones (buenas, malas e
indiferentes). Dada esta inmensa confusión, no extraña que, bajo la influencia de
las emociones y pensamientos ilusorios, errantes y perturbados, las personas
actúen mal al interactuar con otras, o cuando responden con acciones, la mayoría
de ellas equivocadas, a las diversas circunstancias. Casi siempre los resultados son
dañinos para las personas mismas y para quienes las rodean.
Superar las ilusiones requiere meditar intensa y profundamente para trascender la
mente que a causa de la ignorancia se distorsiona y por lo tanto resulta
incomprensible. Sabiduría es superar las ilusiones de que es víctima la mente al
actuar en lo que imagina es la realidad. El término dharma tiene diversas
implicaciones. La primera definición tiene que ver con las enseñanzas, que incluye
el cuerpo teórico materializado en las escrituras tradicionales. Pero también se
refiere a una mente despierta gracias a que tiene conciencia de la realidad debido
a la aplicación correcta de las enseñanzas. Una tercera interpretación del
concepto se utiliza para definir la verdadera naturaleza de los fenómenos; significa
“la realidad tal y como es”. El significado original sánscrito de dharma es
“sostener” a las personas para protegerlas de los sellos de la realidad
(impermanencia, insatisfacción y vacuidad) y salvaguardarlas así del sufrimiento.
Tenemos que ver cómo es ese yo al cual estamos aferrados. La mayoría de las
personas cuando dicen "yo", lo acompañan con un gesto que identifica su cuerpo
con el yo. Pero el cuerpo no es el yo. ¿Por qué? Porque nosotros decimos mi cabeza,
mi mano, mi boca, mis pies, no decimos "yo cabeza", "yo mano", "yo boca", "yo
pies". Si el yo fuera el cuerpo, entonces si se cortara una mano, el yo debería
disminuir. Pero el yo no disminuye. Y cuando morimos el cuerpo se destruye, pero
esa fijación del yo aún sigue persistiendo. Si examinamos mediante razonamientos
si el cuerpo es o no es el yo, es fácil para cualquiera de nosotros ver que el cuerpo
no es el yo.
Es por eso por lo que, si uno aplica razonamientos para examinar e investigar, le
resulta muy difícil encontrar algo que se pueda identificar, apuntar con el dedo y
decir “esto es el yo”. Aunque utilicemos estos razonamientos y comprendamos
intelectualmente que realmente no hay un yo, igual seguiremos firmemente
aferrados a él, sintiendo que existe.
Entonces, sea que el yo exista realmente o no, al sentir "yo" se genera la fijación
egoica. Basada en ésta surge la fijación en el ego o entidad de las cosas: mi casa,
mi auto, mis cosas, etcétera. Por el contrario, cuando no se origina el yo tampoco
se origina el otro, y no se genera la fijación en la realidad del mundo fenoménico:
las cosas no se toman como reales. Esto es similar a lo que sucede con un bebé
que aún no se ha concebido: nada se puede decir acerca de su tamaño o la forma
de su cara.
Todas las apariencias samsáricas, los fenómenos de la confusión se forman a través
de los sentidos. La ignorancia fundamental es el origen o la raíz de toda esta
cadena. Esta cadena, entonces, se genera al no reconocer la perfección natural.
Esto es otro de los porqués de la generación del samsara o de la experiencia
samsárica de la confusión. la ignorancia, que es la base de toda esta cadena,
consiste en asumir un yo donde no lo hay. En la ignorancia está el yo porque
justamente esa es la ignorancia; en el impulso de crear buen o mal karma también
está el yo porque hay alguien que lo está creando; en las sensaciones sucede lo
mismo, ya que hay alguien que está percibiendo. Y así sucesivamente, si uno
considera todos los eslabones uno por uno, ve que el yo está presente en todos.
De ahí que se parta de que todo fenómeno es efímero, se encuentra contaminado
de insatisfacción y está vacío de entidades internas permanentes, es decir, no
posee elementos eternos, sólidos e inmutables. Las enseñanzas hacen referencia
al hecho de que todas las cosas se componen de elementos agregados, son
impermanentes, y por lo tanto cambian; dado que todas las entidades animadas
están condicionadas en su nacimiento, desarrollo y muerte, son susceptibles de
sufrimiento y todos los fenómenos carecen de existencia aislada porque dependen
totalmente de otros fenómenos.
Todo fenómeno compuesto es transitorio. Todo fenómeno contaminado es
insatisfactorio. Todos los fenómenos carecen de existencia autónoma.
La sabiduría implica darse cuenta de que todo fenómeno mental o físico es
impermanente, que contiene un alto grado de contaminación en la medida en que
no es perfecto, que tiende a su desintegración inevitable y que no posee entidad
propia, única; precisamente esa falta de entidad propia es lo que permite que
exista la impermanencia en los fenómenos, los cambios. Las cosas no duran,
cambian porque no tienen nada en su interior que los haga permanentes, ni
eternas, todo, absolutamente todo es pasajero.
Cuando la impermanencia salta a la vista, como en un accidente, una explosión o
un derrumbe, se dice que es burda. Existen otros fenómenos, como en el caso de
los órganos biológicos, por ejemplo, el cuerpo humano, cuya impermanencia no
resulta muy evidente, pero sí notoria al pasar los años; entonces se dice que es
una impermanencia media. Pero cuando las cosas y los fenómenos tienden a
conservar durablemente sus formas, como las montañas, edificios y objetos de
metal, entonces se está frente a una impermanencia sutil. Con todo, la
impermanencia conduce de manera irremediable a la destrucción en los objetos
inanimados y a la muerte en los animados.
En efecto, todo fenómeno existe porque se conjugan causas y condiciones,
elementos desintegrados que se reintegran en otras formas, el fenómeno puede
ser físico, cuando ocupa un volumen en el espacio, o mental, cuando ocupa un
flujo en la conciencia. La impermanencia, constituye la columna central de la
vacuidad, esto es, de la cualidad de los fenómenos que no pueden existir de modo
autónomo e independiente.
Lo paradójico de la impermanencia es que se accede a ella desde el primer
momento de la existencia; el proceso de desintegración acompaña al proceso de
desarrollo y crecimiento; por eso la vida y la muerte no son contrarios, sino fuerzas
universales que trabajan desde el primer soplo de vida; el mecanismo de la
cesación está incluido en el propio sistema de vida y existencia. Por eso, todo
fenómeno y acontecimiento contienen la semilla de su propia desaparición.
La impermanencia lleva sufrimiento porque en las personas existe la fuerza del
deseo que procura estabilizar lo desestabilizado y eternizar lo impermanente, pues
ese mecanismo solventa los estados de satisfacción y felicidad; son estados del ser
que por su sobrevaloración se procura su permanencia. Pero la impermanencia es
inevitable y no perdona ningún elemento de la existencia. Se sufre porque que se
desea que las cosas sean permanentes, pero en algún momento cada cosa asumirá
el proceso de desgaste natural y sencillamente dejará de existir. En función de los
seres amados, de las cosas queridas y los acontecimientos añorados, la
impermanencia se convierte en una fuente productora del sufrimiento más
profundo y dramático del ser humano. No hay mayor dolor humano que el que
causa la muerte de un ser amado.
El samsara es este mundo lleno de dolor y tristeza tal como lo conocemos. Todos
los seres de este mundo están sujetos a la ley del karma. Karma significa destino.
Todos los actos tienen consecuencias o frutos. La liberación del samsara ocurre
sólo si se llega a la iluminación y la iluminación se alcanza sólo por la gracia del
Maestro.
SATSANG
Preceptos para la práctica espiritual
Soltar significa que uno debe dejar de ser el títere de sus pensamientos,
emociones, tensiones, apegos, deseos y negaciones.
Soltar es un gesto interior que interfiere con nuestra manera habitual de
reaccionar. Algunos soltar requieren de una gran fuerza de convicción, mientras
que otros son más fáciles. Y hay un momento en el que observamos que el hecho
de soltar se ha hecho permanente. Se podría hasta decir que el soltar se ha vuelto
inútil en cuanto no hay más apego, ninguna apropiación de la realidad.
En lugar de la reacción habitual del ego "esto me gusta, esto no me gusta", aparece
una sensación de apertura del corazón. Los aspectos mentales, emocionales y
fisiológicos están interconectados y, poco a poco, el esfuerzo de "soltar" se
contrapone a la fuerza de inercia de las costumbres que hace que estemos siempre
reaccionando frente a los sucesos. Y, paso a paso, nos dirigimos hacia la
ecuanimidad. Pero es evidente que, durante mucho tiempo, la existencia tendrá
todavía el poder de producir en nosotros algunas reacciones. Reacciones estas de
las que hacemos una cuestión personal. De hecho, tendríamos siempre que
plantearnos la pregunta de cómo nos situamos respecto a estas reacciones físicas,
emocionales y mentales. ¿Cómo logramos "soltar" cuando nos encontramos frente
a estos momentos felices o infelices, o cuando estamos de buen o mal humor? De
hecho, la práctica de soltar pone de inmediato en tela de juicio al egocentrismo.
Lleva a un abandono de nuestro querer personal y este abandono produce una
relajación. Es a partir de esta relajación que se va a realizar nuestra acción, y no
a partir de una reacción epidérmica y mecánica fundada en nuestros viejos
esquemas de funcionamiento. Es la sumisión a lo que es y no la sumisión a lo que
debería ser. Es la célebre expresión: "Que se haga tu voluntad y no la mía". En este
punto ya no hay separación, dualidad, entre la realidad del momento y yo.
Por dentro, activamente pasivo; por fuera, pasivamente activo. Es decir, al interior
de sí mismo tranquilamente atento; al exterior, tranquilamente activo.
Todos los maestros lo dicen: nuestro error consiste en llevar inútilmente sobre los
hombros el peso de nuestra existencia. No podemos siempre ser los más fuertes;
nuestras acciones producen o no producen los efectos deseados; las interacciones
de causas y efectos son independientes de nosotros e interfieren con lo que hemos
intentado, reforzando o, por el contrario, anulando el resultado de nuestros
esfuerzos. Esta separación del yo -mi manera personal de tener miedo o
esperanzas- en el fluir de la realidad se revela como el mayor obstáculo a una vida
desarrollada, serena y pacífica. Por ende, esta separación debe de ser disuelta.
Los hay que son llevados y zarandeados por la corriente, mientras que otros se
hacen unos con ella. Dicho de otra forma: si no suelto, los eventos van a producirse
y me llevarán; si suelto, me adhiero a esos eventos, en una unidad de cuerpo y de
espíritu con ellos. Hemos de tener, una sinceridad y un compromiso interior fuertes
para llegar a contener las constantes y perversas tácticas del ego. Tenemos que
lograr no sólo tomar conciencia para llegar a una verdadera metamorfosis. Como
dicen todos los místicos: hay que morir a uno.
Muchas personas que se sienten atraídas por lo que se define como "espiritual" y
por las diferentes formas de psicoterapia de fondo espiritual no se limitan a curar
tal o tal síntoma patológico preciso, sino que también quieren alcanzar en sí
mismas un espacio más amplio. Pero no buscan los medios para lograrlo. Hay en
esto un malentendido, porque continúan llevando esta información al interior del
sistema y del antiguo entorno, que están delimitados por su egocentrismo.
Entonces hay que comprender que la práctica es el sendero mismo que no está
disociada de la vida cotidiana, pero que debemos tener la atención para que no se
convierta en propiedad del ego, para esto es esencial inclinarse interiormente,
reconociendo lo que es. Siempre hay que actuar en función de lo que es y no en
función de lo que, según nosotros, debería de ser. Pero funcionamos sin parar
según el modelo de "no es justo -él o ella debería de haber hecho o dicho esto o
aquello; tal suceso debería de haber ocurrido de manera diferente, etc.". Pero
soltar frente a esta manera equivocada de funcionar en ningún caso excluye la
acción; sólo que ésta emana sencillamente de una fuente del todo diferente. No
es ya el yo que quiere, sino que es la situación la que requiere una respuesta
oportuna. Cada vez que una preocupación demasiado intensa nos lleva fuera de
nosotros mismos, seguimos siendo nosotros mismos, pero al mismo tiempo ya no
estamos con nosotros mismos; nos perdemos y nos volcamos a las cosas exteriores.
¿Queremos entonces seguir viviendo siempre de una forma egótica, teñida de
deseo, rechazo y tensión, empeorando, así las cosas, o preferimos vivir y actuar
sobre una base de confianza y libertad? Tal vez hemos leído muchos libros, ido a
muchos cursos, viajado a la india, tal vez hemos visto luces o tenido experiencias
místicas de diverso tipo, pero todavía somos este pequeño personaje dispuesto a
inflamarse, reaccionar, rechazar, enfadarse, querer que las cosas ocurran como él
las quería y no como ellas son. Aún después de todo esto somos esclavos del ego y
de sus límites. El ser humano es un títere cuyos hilos son manejados por la vida.
COMPARADO CON EL HÁBITO DE INCONTABLES EONES de estar engañado, nos
hemos estado entrenando en la realización de la naturaleza espiritual tan sólo por
un tiempo breve. Es imposible lograr la estabilidad en unos pocos meses o aún en
unos pocos años, no sucede. Es necesario ser diligente, en el sentido de
persistencia o constancia, una constancia totalmente sin esfuerzo.
la manera de practicar no es esforzarse para reconocer la esencia de la mente y
después soltar; es un asunto de estar relajado profundamente desde adentro y
continuar en la naturalidad sin fabricar.
Debemos acostumbrarnos a la práctica continua; por medio del momento breve
del reconocimiento repetido muchas veces. De lo contrario estaremos sumergidos
siempre en el engaño. Eso significa que cada instante de tiempo es derrochado en
la ilusión, en el enredo dualista con algún objeto. Este es un hábito fuerte, y crea
las circunstancias para que el momento siguiente prosiga de la misma manera. Así
los momentos tercero y cuarto sobrevienen; y antes de que lo sepamos, meses,
años, vidas y eones se han ido mientras continuamos dormidos. Este instante
continuo del engaño es una inclinación profundamente congénita hacia la total
dispersión en el estado de confusión que ha estado funcionando sin cesar por tanto
tiempo. No es que necesitemos entrenarnos en ello – ¡ya lo hemos estado haciendo
así por vidas incalculables! Lo opuesto a esta tendencia es cuando nos entrenamos
en el “instante continuo de la no- fabricación”, que es el estado despierto en sí
mismo. A través de esta naturalidad sin fabricar, sin tratar de hacer cualquier cosa
que sea, contrarrestamos el modo arraigado habitual del instante continuo del
engaño, el creador del estado samsárico. El yogui verdadero no alimenta el enredo
con el pensamiento discursivo, la fijación, o el apego. Su mente es semejante al
espacio mezclándose con el espacio. Cuando no hay pensamiento discursivo no hay
engaño.
La presencia no-dual en el caso de un yogui verdadero es el reconocimiento de la
mente libre sin atributos, es el dharma mismo. Su esencia es vacía, su naturaleza
es pura y su capacidad es ilimitada, profunda presencia. Prescindiendo de si
estamos hablando acerca del confundido o del estado despierto de la mente, el
momento presente es siempre la unidad del conocimiento vacío – no hay
diferencias sobre este asunto.
Pero en el instante continuo del engaño, nunca hay conocimiento alguno de su
naturaleza – está difundido con desconocimiento, con ignorancia. En contraste, el
instante continuo de no-fabricación es un conocimiento de su propia naturaleza.
Por consiguiente, se la llama presencia auto existente – cognición vacua difundida
con conocimiento. Cuando no ocurre el pensamiento discursivo, la distracción o el
engaño, éste es el estado de un Buda.
Nosotros los seres sintientes nos distraemos y nos engañamos a nosotros mismos.
Hemos olvidado nuestra naturaleza y caído bajo el poder del pensamiento
discursivo. Nuestras mentes están fundidas con ignorancia; no conocemos. Para un
yogui verdadero, el sendero de los budas es la indivisible cognición vacua difundida
con presencia.
Una vez que hemos sido introducidos a nuestra naturaleza, habituados a ella y
permanecido sin distraernos a lo largo del día y la noche; descubrimos que dentro
de nosotros también habita un Buda.
No deberíamos cansarnos por reconocer y olvidar alternadamente la naturaleza de
la mente. Lo que es verdaderamente agotador es el estado de la mente engañada
que crea actividad completamente insustancial de un momento al otro. Es un
enredo totalmente inútil que ha estado continuando por incontables vidas, pero es
tan habitual que no nos damos cuenta de cuán agotador es. En el estado de
naturalidad sin fabricar, de ningún modo hay nada de qué estar cansado. Es
totalmente libre y abierto; no es como transportar una carga pesada. ¿Cómo podría
la naturalidad sin fabricar ser agotadora? De modo que en un lado está el
agotamiento de la oscurecida “difusión negra” de la mente, de la actividad del
pensamiento habitual. En el otro lado está el buen hábito de reconocer la
presencia a cada momento y no estar distraído.
Lo que podría ser agotador es el esfuerzo de tratar de reconocer – “Ahora
reconozco. ¡Uy! ¡Ahora me he olvidado! Me distraje y se escabulló.” Esta clase de
estado de alerta puede ser forzosa y muy exigente. Puede abrumarnos, mientras
que no hay manera en que reconocer y permanecer en la naturalidad sin fabricar
pueda ser agotador. El antídoto para el agotamiento es, desde el comienzo mismo,
relajarse profundamente desde adentro, de dejarla ser totalmente. El
entrenamiento en el estado despierto de la mente no es algo que debamos
conservar de una manera deliberada. Al contrario, reconocer la naturalidad sin
fabricar es totalmente sin esfuerzo.
La mejor relajación produce la mejor meditación. Si estamos relajados
profundamente desde adentro, ¿cómo puede ser eso agotador? Lo que es difícil es
estar distraído continuamente; permaneciendo en el estado sin fabricar, no-
meditación sin distracción, es imposible que el cansancio ocurra. Repetimos otra
vez: lo que es agotador es el engaño ordinario ininterrumpido, la mente pensando
en esto o aquello – el giro continuo de la rueda viciosa de la ira, el deseo y
agitación. Nos empeñamos en semejante actividad inútil sin parar, tanto en el día
como en la noche. En la esencia de la presencia que está libre de la fijación
dualista, ¿qué hay para crear? Necesitamos relajarnos; la dificultad viene de no
entender esto. Si esta relajación no viene profundamente desde el interior,
definitivamente nos cansaremos. Lo que se cansa es la mente dualista. La
presencia no-dual es como el espacio – ¿cómo puede el espacio cansarse? La
meditación más excelente es ser estable en la presencia no-dual. Al principio,
cuando empecemos este entrenamiento, el maestro dirá, “¡Mira en tu mente! ¡Mira
en tu mente!” Esta vigilancia es necesaria hasta que estemos habituados a ello.
Una vez que ha sucedido no necesitamos mirar aquí o allá. Habremos capturado el
‘perfume’ de la naturaleza de la mente. En ese punto, no necesitamos forcejear;
la naturaleza de la mente está naturalmente despierta. Recordemos, el estado
desnudo de la presencia ha sido nublado de un extremo a otro por el encuadre
mental dualista, como es expresado por los pensamientos del pasado, el presente
y el futuro. Cuando la presencia está libre de los pensamientos de los tres tiempos,
es similar a estar desnuda. A no ser que miremos en la naturaleza de la mente
nunca la reconoceremos.
La presencia es No-Conceptual. Los fenómenos de la vida pueden semejarse a un
sueño, un fantasma, una burbuja, una sombra, el reluciente rocío, o el brillante
relámpago; y así deben ser contemplados. En la meditación, no tenemos que
establecer división alguna entre la percepción y el campo de percepción.
La práctica cotidiana consiste en cultivar simplemente una plena aceptación
carente de preocupación y una apertura sin límite ante todas las circunstancias.
Debemos comprender que la apertura es el campo de juego de las emociones y
relacionarnos con nuestro prójimo sin artificialidad, manipulación ni estrategias.
Tenemos que experimentarlo todo completamente, sin tratar de escondernos
dentro de nosotros mismos como la marmota que se oculta en su madriguera. Esta
práctica libera una energía tremenda que, por lo general, se ve constreñida porque
intentamos mantener puntos de referencia fijos. Los puntos de referencia son el
proceso que utilizamos para alejarnos de la experiencia directa de la vida
cotidiana. Al principio, el intento de permanecer presentes en el momento puede
provocar cierto temor. Pero, si damos la bienvenida a la sensación de temor con
plena apertura, atravesaremos ese obstáculo creado por nuestras pautas
emocionales habituales.
Cuando llevamos a cabo la práctica de descubrimiento del espacio, debemos
experimentar un sentimiento de plena apertura hacia todo el universo. Tenemos
que abrirnos con absoluta simplicidad y desnudez mental. Ésta es la poderosa,
aunque ordinaria práctica de dejar caer nuestra máscara de autoprotección.
En la meditación, no tenemos que establecer división alguna entre la percepción
y el campo de percepción. No debemos parecernos al gato que acecha a un ratón.
Debemos comprender que el objetivo de la meditación no es sumergirnos
“profundamente” en nuestro interior ni retirarnos del mundo. La práctica es libre,
carente de conceptos, sin introspección ni concentración.
El vasto espacio sin origen de la luminosa sabiduría espontánea es la base del ser
y el principio y el final de la confusión. La presencia de la sabiduría en el estado
primordial carece de predilección por la iluminación o la no-iluminación. La base
del ser también conocida como la mente pura original, es la fuente de la que
emergen todos los fenómenos. También recibe el nombre de la Gran Madre, ya que
es la matriz potencial donde todas las cosas aparecen y se disuelven en su
perfección natural y espontaneidad absoluta.
Todos los fenómenos son completamente claros y lúcidos. El universo es apertura
sin obstrucción. Todas las cosas están interconectadas. Para ver todas las cosas en
su desnudez, con claridad y sin oscurecimientos, no hay nada que alcanzar o
realizar. La naturaleza de los fenómenos aparece naturalmente y se halla
espontáneamente presente en la conciencia que trasciende el tiempo. Todo es
naturalmente perfecto tal como es. Todos los fenómenos emergen, de manera
única, como parte de una pauta en continua transformación. Esa pauta vibra plena
de sentido y significado a cada instante, pero no podemos apegarnos a su
significado más allá del momento en que se presenta.
Ésta es la danza de los elementos donde la materia es un símbolo de la energía, la
energía un símbolo de la vacuidad y nosotros mismos un símbolo de nuestra propia
iluminación. Sin necesidad de esfuerzo ni de práctica en absoluto, la liberación o
la iluminación está ya con nosotros. La práctica es la misma vida cotidiana. Puesto
que no existe un estado inferior, no hay necesidad alguna de comportarse de un
modo especial o ni de alcanzar nada por encima o más allá de lo que ya somos
realmente. No debemos cultivar ningún sentimiento de esfuerzo por lograr alguna
“meta extraordinaria” o un estado “superior”. Esforzarse por alcanzar ese estado
es una neurosis que sólo nos condiciona más y obstruye el libre flujo de la mente.
También debemos evitar pensar en nosotros mismos como personas carentes de
valor, puesto que nuestra verdadera naturaleza es naturalmente libre y no
condicionada. Estamos intrínsecamente iluminados y, en consecuencia, no
carecemos de nada.
Cuando abordamos la práctica de la meditación, tenemos que hacerlo de manera
tan natural como comer, respirar o defecar. No tenemos que convertirla en un
acontecimiento especial o formal, lleno de seriedad y solemnidad. Debemos
comprender que la meditación está más allá del esfuerzo, la práctica, los
objetivos, las metas y la dualidad entre liberación y no-liberación. Nuestra
meditación siempre es perfecta. No hay necesidad alguna de corregir nada. Puesto
que todo lo que surge es el juego de mente, no existe la meditación incorrecta, ni
necesidad alguna de juzgar los pensamientos como buenos o malos
respectivamente. Por lo tanto, debemos sentarnos simplemente, permaneciendo
sencillamente en nuestro propio lugar y en nuestra propia condición tal cual es,
sin pensar que estamos “meditando”. Nuestra práctica debe carecer de esfuerzo,
de tensión, de cualquier intento de control o manipulación para intentar que sea
más “apacible”.
Si descubrimos que estamos alterándonos del modo antes descrito, sencillamente
dejamos de meditar y descansamos y nos relajamos un rato. Luego, reanudamos
nuestra meditación. Si tenemos “experiencias interesantes” durante la meditación
o después de ella, debemos evitar convertirlas en algo especial. Perder el tiempo
pensando en esa clase de experiencias es una mera distracción y un modo infalible
de perder la naturalidad. Esas experiencias sólo son signos de la práctica y deben
ser consideradas como eventos pasajeros. No debemos intentar repetirlas porque
eso sólo sirve para distorsionar la espontaneidad natural de la mente. Todos los
fenómenos son atemporales y completamente nuevos o frescos, absolutamente
únicos y completamente libres de los conceptos de pasado, presente y futuro.
El continuo flujo de nuevos descubrimientos, revelaciones e inspiraciones que
emerge a cada momento es la manifestación de nuestra propia claridad. Debemos
aprender a ver nuestra vida cotidiana como un mandala o como el ornamento
luminoso de las experiencias que irradian espontáneamente de la naturaleza vacía
de nuestro ser. Los elementos que forman nuestro mandala son los objetos
cotidianos de nuestra experiencia moviéndose en la danza o el juego del universo.
Gracias a ese simbolismo, el maestro interior revela el significado profundo y
último del ser. Por lo tanto, debemos ser naturales y espontáneos, aceptándolo
todo y aprendiendo de todo. Eso nos permitirá percibir el lado irónico y divertido
de muchos acontecimientos que, por lo general, nos irritan.
La meditación nos permite ver a través de la ilusión del pasado, el presente y el
futuro, con lo que nuestra experiencia deviene la continuidad del ahora. El pasado
sólo es un recuerdo poco fiable sostenido en el presente. El futuro sólo es la
proyección de nuestras concepciones presentes. El presente mismo se desvanece
tan pronto como tratamos de asirlo. Entonces, ¿por qué molestarnos en tratar de
dar consistencia a la ilusión? Tenemos que liberarnos de nuestros recuerdos y de
todos los prejuicios acerca de qué es la meditación. Cada instante de meditación
es completamente único y pleno de potencialidad. En ese momento, no podemos
juzgar nuestra meditación en términos de experiencia pasada ni de secas teorías
o retóricas vacías. La mera inmersión en la meditación en el momento presente,
con todo nuestro ser, libres de dudas, aburrimiento y excitación, es la iluminación.
En la presencia pura traslúcida cual-espejo, libre de toda intromisión conceptual,
cuando surge de pronto un pensamiento vívido, le llamamos “creatividad”. Esta
creatividad mana de la presencia pura básica. Es la naturaleza constantemente
cambiante de la presencia pura.
Permaneciendo naturalmente en este entendimiento supremo, toda esta
creatividad junto con su despliegue carece de base y de raíz. Cuando despertamos,
como de un sueño, de las ilusiones engañosas; ambos, el campo objetivo y el
conocedor subjetivo se desvanecen en su propio espacio.
No importa cuales sean las características de lo que vemos, ya sea que nos haga
felices o tristes, ya sea que sean apariencias temibles o placenteras, ya sea que la
mente esté activa o pasiva, no debemos inclinar la mente hacia ningún antídoto.
Cualquier cosa que aparezca, mira, con una mirada desnuda, la esencia de la
apariencia conforme esta surge, y, sin modificarla de ninguna manera, solo déjala
ser. Entonces, la presencia pura con todo su resplandor emerge desde adentro.
Cualquiera que sea el campo sensorial, cualquiera que sea el objeto, míralo
directamente, como un niño embelesado ante el altar de un templo. No te aferres
a las sensaciones específicas; mantén la frescura. Déjalo ser en su propio lugar sin
elaborar nada al respecto, sin cambiar su forma o complexión y sin adulterarlo con
fijaciones conceptuales. Entonces, todas las apariencias van a surgir en la
presencia pura como la conciencia primordial desnuda de claridad y vacío.
Para el yogui-principiante, cuando surge el pensamiento, la experiencia es como
la de reconocer a un viejo amigo al encontrarlo en medio del mercado. Así, el
mero surgimiento de un pensamiento ya sea feliz o triste, bueno o malo, es
reconocido como una ilusión subjetiva, como la creatividad de la presencia pura y
por lo tanto es liberado inmediatamente en el momento en el que emerge. Cuando
la meditación ha mejorado, a la mitad de la práctica, el pensamiento se libera a
sí mismo como una serpiente que se desenreda. Cualquier cosa que surja en la
mente, ya sea felicidad o sufrimiento, se libera simultáneamente en la matriz de
la presencia pura, donde la esperanza no viene acompañada de alegría ni el miedo
de tristeza. Finalmente, cuando la meditación es completa, el pensamiento ya no
trae ni beneficio ni detrimento y la experiencia es como la de un ladrón que entra
en una casa vacía; entonces, cualquier situación negativa que surja ya no puede
perturbarnos porque no tiene ningún efecto sobre nosotros y así actuamos como
niños mirando con asombro los murales de un templo. No Escuches a tus
Pensamientos. ¿Qué pasa si simplemente dependemos de la Gran Perfección de la
vida?
No escuches a tus pensamientos ni pongas atención a aquello que surge en la
mente, en cambio, examina de dónde viene el pensamiento o la imagen, dónde
permanece y hacia donde desaparece. Si hacemos esto por un tiempo
considerable, descubriremos que todas las formas de pensamiento son vacías y que
no hay nada sustancial en la mente. Mantén a la mente en su propio lugar, sin
modificarla, sin distracción, en calma en su clara y desnuda vacuidad. No intentes
detener a la mente y tampoco la sigas. De esta manera somos liberados de todo el
sufrimiento de las aflicciones emocionales y estamos en paz.
La felicidad que así se genera, es una calma profunda que llamamos serenidad.
Esto no es lo mismo que el sentimiento placentero que acompaña a un evento
mental materialista, el cual, con un ligero cambio de condiciones, puede
convertirse en tristeza. Esta felicidad es derivada de la conexión al espacio de gran
gozo que es la conciencia primordial –libre de pensamiento. Este “Gran Gozo” es
la conciencia primordial de la no-dualidad de gozo y vacío, y así como un arma no
puede dañar el cielo, del mismo modo, ese gozo no puede ser afectado por las
circunstancias. Por lo contrario, los sentimientos placenteros de felicidad basados
en eventos mentales transitorios se convertirán siempre en sufrimiento a través de
las circunstancias cambiantes. Todos los seres sensibles, incluidos nosotros, poseen
ya la causa primaria para la iluminación.
SATSANG
La transmisión de la mente