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Conocer de que está hecha la sangre y cuáles son los beneficios que sus
componentes prestan a la vida fue una interrogante que estimuló por siglos la
curiosidad de los investigadores.
Cada una de las épocas del saber humano dio su propia explicación y aportó
paulatinamente una serie de descubrimientos que, al acumularse, han
permitido entender los procesos fisiológicos de este líquido, considerado como
vital desde los tiempos más remotos.
De ser uno más de los cuatro humores básicos que conforman la materia viva,
de acuerdo con la medicina antigua, la sangre se transformó, a partir del siglo
XVII, en una mezcla de fluidos y partículas diversas, movidas incesantemente
por la acción del corazón. Fueron empleando las nuevas herramientas
científicas de observación, experimentación y medición aparecidas a partir del
Barroco, como el microscopio. Durante el siglo XVII se descubrieron los
eritrocitos y el carácter metálico de la sangre al detectar en ella partículas de
hierro. En el siglo XVIII se agregaron los leucocitos, y casi un siglo después, las
plaquetas. Al iniciarse el siglo XX se conocía el origen y la morfología de las
células de la sangre, así como la variación que sufren durante algunas
enfermedades y se habían desarrollado las bases del laboratorio clínico, de la
clínica hematológica.