Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Durante muchos años los actores tradicionales en el quehacer político y público fueron los
partidos políticos y el Estado, este último a través de sus diferentes órganos. Los partidos
políticos, que representaban cada uno en el pasado reciente una cosmovisión particular y
un proyecto de sociedad y del Estado, monopolizaban la intermediación entre la ciudadanía
y el gobierno, entendido este como la personalización del Estado. Articulaban las demandas
de los distintos sectores de la sociedad y las formulaban al gobierno en busca de respuesta
pertinente y oportuna. Los temas o asuntos que no eran articulados y formulados por los
partidos, difícilmente podían ser conocidos por las instancias del gobierno. Además de esta
función, esencial en el sistema político, le correspondía también con exclusividad a los
partidos la preparación y entrenamiento de los cuadros diligénciales que ocuparían los
cargos de la administración pública, así como la presentación de los candidatos a los cargos
electivos.
El Estado, por su parte, tenía asignada la conducción del país y la realización de las
funciones, tareas y actividades que aseguraban la estabilidad del sistema y el bienestar
material y espiritual de los ciudadanos y ciudadanas. Además de sus responsabilidades de
dirección y control tenia también los de ser el principal motor de la economía y del
desarrollo social. Todo lo que se exigía para un funcionamiento adecuado del sistema
político y de bienestar de los ciudadanos quedaba en el ámbito de las acciones del Estado-
Gobierno y de los partidos políticos.
La Sociedad Civil y las organizaciones que la conforman han estado presentes en largas
jornadas de defensa de los derechos ciudadanos, observación electoral, demanda de respeto
a la institucionalidad democrática, hasta actividades de colaboración con las acciones y
autoridades locales o del gobierno central, como también participando en el diseño y
ejecución de políticas públicas o proyectos sociales. En estas acciones y espacios estas
organizaciones de la sociedad civil han asumido una cuota de responsabilidad aportando
elementos significativos para la consolidación de la democracia y la gobernabilidad del
sistema político. No aceptar esta realidad es, simplemente, pretender desconocer los
hechos.
Con relación a los partidos políticos debemos partir de su consideración como esenciales a
la democracia y a la estabilidad del sistema. Y que es precisamente por esta esencialidad
que sus limitaciones tienen tan honda repercusión en la institucionalidad democrática, en
la estabilidad política y en la configuración del sistema político.
Desde hace ya algunos años en los sistemas políticos de la mayoría de los países de la región
se advierte una opinión ciudadana poco favorable a los partidos políticos, a la política y a
los políticos. Con relación a los partidos con poco o una gran parte de las encuestas recogen
un valor "optimista sobre ellos. En muchas de ellas aparecen como una de las instituciones
del sistema político con más baja valoración, que se manifiesta en algunos países, ya no solo
ocasionalmente, en una menor concurrencia ciudadana a las urnas electorales.
Antes, cuando había una fuerte diferenciación ideológica entre ellos, cada partido
representaba un proyecto de nación diferente. Ahora, acusados de una orfandad ideológica
que les hace muy parecidos entre sí, actúan más como maquinarias electorales para llegar
al poder, y simplemente ejercerlo. De representar cosmovisiones diferentes sobre el Estado
y la sociedad, han devenido, en muchos casos, en simples instrumentos para el ejercicio de
la gestión publica desde el poder del Estado.
Por otro lado, ha ocurrido también que la función de intermediación entre la sociedad y el
Estado, ejercida por los partidos políticos, ha sido cada vez más limitada. La propia
consolidación de la democracia con la apertura a una mayor participación, la complejidad
de lo económico, lo social y lo político con la globalización, así como la consolidación de
grupos sociales y sectoriales emergentes, introduciendo nuevos temas y preocupaciones
que no siempre han sido asumidos por los partidos políticos, ha dificultado enormemente
la articulación oportuna y eficiente de estos múltiples y frecuentemente contradictorios
intereses, para presentarlos en forma de demandas al Estado y a sus diferentes órganos. En
esa situación diversas organizaciones han asumido directamente la articulación de
intereses y su presentación en forma de demandas al Estado, como es el caso de los asuntos
de la mujer y los ecológicos. Ambos tienen vigencia, y han obligado a la formulación de
políticas públicas al respecto, más por la acción de las organizaciones de la sociedad civil
que por iniciativas de los partidos.
Otras importantes funciones atribuidas en el sistema político a los partidos también están
siendo desempleadas de forma compartida con otras instituciones; tal es el caso de las
movilizaciones sociales, la promoción de la participación social y la demanda y formulación
de políticas públicas.
La pérdida relativa de legitimidad y credibilidad en los partidos políticos, hasta llegar al
descredito, tienen en Perú y Venezuela los ejemplos más recientes. Todos debemos evitar
que procesos como estos se repitan.
Respecto al otro actor tradicional, el Estado, ha ocurrido algo semejante. Sus ambitos de
competencia se han reducido y sus funciones redefinidas, trayendo como consecuencia el
abandono de tareas que antes realizaba y que hacía que en amplios sectores de la población
se mantuviera la percepción de que el Estado les asistía, resolviendo algunos de sus
problemas.
Así pues, Estado y partidos políticos han facilitado, de alguna manera, la presencia de la
sociedad civil como un nuevo actor en los asuntos públicos y políticos.
La sola presencia de un nuevo actor en un espacio que había sido manejado con exclusividad
despierta, cuanto menos, un cierto recelo en aquellos actores que se consideraban con
derecho único de ocuparlo. El natural recelo puede pasar a rechazo cuando los actores
tradicionales perciben que hay un cuestionamiento sistemático sobre el desempeño de sus
funciones y que existe la intencionalidad en el nuevo actor de sustituirlos. Eso es lo que ha
pasado con la sociedad civil y los partidos políticos. Disminuidas la credibilidad y la
legitimidad de los partidos, la sociedad civil ha tenido oportunidad de posicionarse como
un nuevo actor en los asuntos de interés publico y político, presentándose como alternativa,
o permitiendo que se forme esa percepción, o queriendo disputarle algunas funciones que
se entendían exclusivas de los partidos.
Llegado a este punto consideramos necesario precisar el concepto y la
naturaleza de la sociedad civil.
Pero quiz�s la dificultad mayor que tiene la sociedad civil para que sea
asumida como complementaria por los otros actores, es que algunas de sus
organizaciones, cuando no la propia sociedad civil en su conjunto, se
presentan como alternativas a los partidos pol�ticos, o desarrollan una
permanente cr�tica a ellos y proclaman la desvalorizaci�n de la pol�tica y
de los pol�ticos, dando lugar a que se tenga esa percepci�n de querer
sustituirlos.No debe olvidar que su vocaci�n es que la gobiernen bien, no
gobernar.Para que la sociedad civil sea reconocida como un actor
complementario a los partidos pol�ticos en el sistema y en la democracia,
ella misma debe primero asumirse como tal y actuar en consecuencia.Le asiste
el derecho a reclamar para s� espacios y roles determinados y tambi�n el
deber de reconocer que a los partidos pol�ticos le corresponde lo mismo y
que las funciones de �stos son y ser�n esenciales en el sistema pol�tico por
lo cual se debe procurar, no su debilitamiento, sino su fortalecimiento.