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Tapia galeras 14/4/04 7:20 PM Page 6
© Alejandro Tapia
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Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .235
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .239
El autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
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Introducción
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introducción ■ 11
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En “Remaking Theory, Rethinking Practice”, Andrew Blauvelt señala
que el reto es mutuo: “para la teoría, significa engarzarse con el hacer mismo
del diseño gráfico, no solamente en el sentido de crear una reflexión crítica
sobre el trabajo, sino una intervención crítica en el trabajo. Para la práctica,
ello significa repensar seriamente las definiciones y limitaciones del diseño
gráfico, no simplemente para agregar un pequeño glamour intelectual a la
práctica cotidiana […] sino para entender finalmente al diseño gráfico como
una práctica social” (Heller, comp., 1998: 72).
introducción ■ 13
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introducción ■ 15
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1
McKoy se pregunta: “¿somos diseñadores gráficos, artistas gráficos, ar-
tistas comerciales, comunicadores visuales o simples dibujantes o artesanos
del trazo? […] Los diseñadores gráficos no son los únicos que tienen dificul-
tades para definir su rol. El estatus profesional del diseño gráfico no tiene a su
vez un significado universalmente aceptado” (McKoy en Heller, 1998: 19).
2
Andión plantea también que la construcción de la autoridad en el campo
comunicativo implica la formación de un capital simbólico reconocido cuya
constitución “requiere hacer aceptar unas fronteras, unos confines que indi-
quen que dentro de ese ámbito se valen ciertos sentidos y otros no. Requiere
darse autoridad legítima como institución social para ejercer ciertas activida-
des como válidas y exclusivas y que requieren aranceles de ingreso, el con-
trol de la calidad de su ejercicio” (Andión, 1999b).
3
La noción de campo aquí empleada alude a uno de los conceptos esen-
ciales de la teoría de Bourdieu. En ella, los campos son los conjuntos de
agentes que se definen por su adhesión a un conjunto de prácticas que perte-
necen al campo propiamente dicho; en él se definen las prácticas, el hábito y
la disposición a aceptar el eje de la autoridad que ha establecido la propia
trayectoria histórica del campo. El campo determina el capital cultural que
funciona como cuota de ingreso, y parámetro para legitimar las prácticas. Es
así una unidad sociológica y dinámica que requiere de la construcción de sus
fuentes de legitimidad interna, además de recibir la sanción externa de su
actividad. En este trabajo nos referiremos al campo del diseño gráfico en
este sentido, es decir, como el conjunto de agentes y de reglas que aspiran a
definir la autoridad dentro del ámbito específico de su práctica académica y
profesional.
4
La crítica sociológica de las reglas del arte que emprende Bourdieu sitúa
el surgimiento de la disposición estética como fenómeno de distinción social,
surgida a partir de las filosofías kantiana o hegeliana, que impone condicio-
nes a la percepción: “No existe nada que distinga de forma tan rigurosa a las
diferentes clases como la disposición objetivamente exigida por el consumo
legítimo de obras legítimas, la aptitud para adoptar un punto de vista propia-
mente estético sobre unos objetos ya constituidos estéticamente, y por consi-
guiente designados a la admiración de aquellos que han aprendido a recono-
cer los signos de lo admirable” (Bourdieu, 1988: 37).
Los avances del diseño gráfico frente a la opinión pública han mostrado
que un logotipo puede ser más que un logotipo. En efecto, entre los más
jóvenes al menos, un logotipo suele ser una especie de carnet de identidad
de hábitos y preferencias, un pasaporte para lugares comunes de una ge-
neración, una bandera (Satué, 1992b: 47).
El lenguaje visual
5
Véanse los distintos estudios sobre la dimensión pragmática del lengua-
je, cuyas aportaciones reconfiguran conceptos básicos de la tradición grama-
tical, por ejemplo, Levinson, Stephen C., Pragmática, Barcelona, Teide, 1989,
o Gutiérrez Ordóñez, Salvador, Temas, remas, focos, tópicos y comentarios,
La comunicación
Difusión
Información Verificación
Documentación Incubación Idea creativa Desarrollo Formalización
I II III IV V Mensaje
6
Véase por ejemplo Perelman, Chaïm y Lucie Olbrecht-Tyteca, Tratado
de la argumentación, Madrid, Gredos, 1989.
7
Véase por ejemplo Csikszentmihalyi, Mihaly y Rochberg-Halton, The
Meaning of Things: Domestic Simbols and the Self, Cambridge, Cambridge
University Press, 1981.
8
Véase Firat, Fuat, y Nikhilesh Dholakia, comps., Consuming People:
From Political Economy to Theaters of Consumption, 1998, New York,
Rouletdge; y también Firat, Fuat et al., Philosophical and Radical Thought
in Marketing, Lexington, Lexington Books, 1987.
Al revisar los modelos de análisis del discurso del diseño vemos apa-
recer dos fenómenos centrales: que los juicios de los auditorios son
determinantes y que la acción comunicativa del diseño no es objetiva
o formal sino siempre persuasiva. De este modo, podemos plantear
ahora que para entender el discurso del diseño es necesario establecer
su núcleo conceptual y metodológico en términos de la retórica.
Los temas de la retórica, desde la antigüedad, fueron definidos a
partir de la experiencia práctica, para regresar a ella. De lo que se
trataba era de comprender qué principios racionales, emocionales y
organizativos subyacían al acto de comunicar, sobre todo cuando la
modulación de la opinión y su posterior desencadenamiento en ac-
ciones es lo que se pone en juego, con las consecuencias que eso trae
para su comprensión y su aplicación. Así, la retórica era un instru-
mento teórico y práctico que se podía enseñar para afrontar los de-
bates, y mediante ella los antiguos retóricos intentaban, al igual que
los diseñadores, convertir una habilidad natural en una habilidad
profesional.
La retórica implicaba, para su formulación, una separación de la
poética, es decir, se trataba de investigar los procedimientos de gene-
ración del discurso y no sólo su investigación estilística. Este desdo-
blamiento tiene importantes consecuencias para la teoría del diseño.
En la poética, tal como lo vemos en Aristóteles, el arte se volcaba so-
bre la naturaleza del hacer o producir (concepto que posteriormente
fue confundido con “la creación”), con el análisis de las partes que
componen una obra y con sus aspectos estilísticos y su valoración. En
el diseño la influencia de la Poética es considerable pues la enseñanza
y la bibliografía parecen acentuar, aunque sin bases muy firmes, su
naturaleza a partir de las obras. Vemos así que lo que se pondera en
los libros y transparencias que casi siempre se utilizan en la enseñan-
za del diseño y en su reflexión son obras de autores, imágenes y ejem-
plos, pero con frecuencia no existe una explicación de los razona-
mientos que llevaron a esas soluciones, generalmente determinadas
por contextos particulares, y así la exaltación de la poética, ver mu-
[ 57 ]
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el tema de los estudios de diseño no son los objetos como tales, sino el ar-
te de concebir y planear productos. En otras palabras, la poética de los
productos —el estudio de los productos como son— es diferente de la re-
tórica de los productos y el estudio de cómo los productos llegan a ser ve-
hículos de argumento y persuasión sobre las cualidades de la vida tanto
privada como pública (Buchanan, 1995: 26).
1
Esta óptica explica por qué las bibliografías sobre el diseño gráfico se ba-
san en general más en hacer un catálogo de imágenes que en explicar los pro-
cesos de concepción. La poética de las imágenes parece ser suficiente y supone
que los diseñadores aprenderán básicamente viendo muchas imágenes.
parte de la lógica (la que, por otra parte, también tiene usos retóri-
cos) en su necesaria adecuación a las condiciones de los intercam-
bios, siempre complejos y multidimensionales.
Así, el modelo de las artes liberales comenzaría a ser revelador para
la discusión del diseño gráfico pues, como hemos visto, ésta enfrenta
una situación similar. Puestos en juego los mecanismos con los que
las imágenes y los textos promueven las acciones sociales, tal como lo
reseñamos anteriormente, lo que se discute es cómo teorizar y organi-
zar una labor que es esencialmente pragmática y persuasiva. Como
en la retórica, el diseño se plantea el problema de la acción de sus sig-
nos, y pretende profesionalizar y poder enseñar esa facultad que con-
siste en sintetizar la lógica con la capacidad persuasiva para el uso
público, que es lo que en términos de la antigüedad se llamaba una
psicagogía. Si analizamos los debates que la cultura del diseño ha
echado a andar para fundar sus bases, encontramos que aunque mu-
chos de ellos no se plantean con un fundamento en la naturaleza re-
tórica de su actividad, ese trasfondo está presente. En consecuencia,
el debate sobre la valoración de las formas, el postulado de los fun-
cionalistas sobre la racionalización, la tesis de la deconstrucción, los
planteamientos de la mercadotecnia o las teorías que intentan dina-
mizar las potencialidades de la comunicación, postulan de hecho un
problema fundamentalmente retórico en la medida en que abordan
las condiciones que sustentan la realización de su discurso. Tales teo-
rías son retóricas en cuanto se plantean esquemas de planeación para
la comunicación o la producción de objetos que van destinados al
público.
El carácter de la persuasión y los medios para conseguirla es un
asunto polémico. En la antigüedad este tema también fue discutido y
la retórica también fue refutada por su carácter pragmático y su rela-
tivización del concepto de verdad. Ello puede verse ya desde el Gor-
gias o de la retórica, de Platón (Platón, 1975). Sin embargo, Aristóte-
les había introducido una noción que resulta fundamental para las
artes retóricas como el diseño cuando acotaba que la naturaleza del
hombre hacía necesarios no sólo los instrumentos del razonamiento
dialéctico, sino que el sistema de los juicios de los auditorios se sujeta-
ba a características cambiantes y que la argumentación, o arte de ha-
llar las proposiciones adecuadas, era necesaria incluso para posibili-
tar el desarrollo de la vida democrática, pues las diferentes opiniones
entrarían en juego con el uso de la palabra, previendo así el papel que
jugaría ésta como una institución (en el derecho, en la organización
2
Véase el caso de la ciencia, cuyos avances conceptuales también son
construidos mediante el empleo de metáforas, las cuales anclan a la ciencia
no sólo con su tiempo histórico, sino con sus posibilidades cognitivas y, sobre
todo, con sus probabilidades de ser expresadas y comunicadas. Para un estu-
dio de este aspecto desde la óptica científica véase Alemañ Berenguer, Rafael
Andrés, Grandes metáforas de la física, Madrid, Celeste, 1998.
3
Recordemos que en la inventio, la primera de las partes de la retórica, se
plantea a partir de los topoi, que son los lugares de la opinión, y mediante los
cuales la invención se organiza como un dispositivo del que se parte para gene-
rar los argumentos. Para una explicación sucinta de este principio véase Beris-
táin, Helena, Diccionario de retórica y poética, p. 266, México, Porrúa, 1985.
4
Véase Williamson, Judith, Decoding Advertisements. Ideology and
Meaning in Advertising, Nueva York, Marion Boyars, 1998.
5
Perelman hablará entonces de la situación argumentativa, concepto que
es “esencial para la determinación de los lugares a los que se recurrirá, es
propiamente un complejo que comprende, a la vez, el objetivo perseguido
y los argumentos con los que se corre el riesgo de enfrentarse” (Perelman y
Olbrecht-Tyteca, 1989: 165).
6
Como señala Bourdieu: “El modo de percepción estética […] es producto
de una intención artística que afirma la primacía absoluta de la forma sobre la
función, del modo de representación sobre el objeto de representación, exige
categóricamente una disposición puramente estética” (Bourdieu, 1988: 27).
7
La noción de arte que se emplea aquí es la de la antigüedad, y no la que
empleamos generalmente: en la antigüedad el arte (ars) era toda habilidad
desarrollada sobre la que se podía teorizar para generar acciones o conoci-
mientos propicios para la polis. El arte como la exaltación de las obras y de
los individuos creadores no surgirá sino hasta entrado en el renacimiento,
justo cuando la escisión planteada aquí comienza a manifestarse.
8
“La retórica es un instrumento de continuidad y cambio —dice Mc-
Keon— que ha jugado un importante papel en la formación de la cultura oc-
cidental […] al convertirse en un arte productivo o poético, en un arte del
hacer en todas las fases de la actividad humana. Esta actividad fue sistemati-
zada en su organización, utilizando una forma comprensiva del instrumento
retórico de la “esquematización”, para convertirse en un arte arquitectónica,
un arte de la estructuración de todos los productos del conocimiento, del ha-
cer y de la producción”(Backmann, 1987: 2).
9
Las premisas que articulan el proceso académico del diseño en algunos
centros implican la inserción de los principios de la inventio, la dispositio, la
elocutio y la actio retóricas como base para su organización. Véanse por ejem-
plo las bases conceptuales de la división de ciencias y artes para el diseño de
la uam-Xochimilco, que consideran que el proceso de diseño se define por
las siguientes dimensiones: conceptualización fundamentada, formalización
y prefiguración, materialización y realización proyectual, aplicación y ejecu-
ción, que recuerdan el modelo retórico (División de Ciencias y Artes para el
Diseño, 2001: 29-31).
Ello daría pie, por supuesto, no a ponderar todas las imágenes como
instrumentos de conocimiento per se, sino como estrategias retórico-
persuasivas sujetas a la valoración de los juicios de los auditorios, a
la competencia de las enciclopedias, por ello la especialización que
implica la profesión del diseño para su producción hace necesaria la
toma de conciencia del escenario social en que éstas se mueven.
El tema nos conduce al problema de la legitimación de las opinio-
nes que subyace al planteamiento retórico de la persuasión. El argu-
mento retórico es una estrategia de validación. Tal como lo vimos con
María Ledesma (Ledesma, 1997), el papel del diseño consiste, a me-
nudo, en otorgar legitimidad a los conceptos, posiciones o estrategias
de los actores sociales, por ejemplo de las instituciones frente a diver-
sos tipos de auditorio. Así, en el ejercicio del diseño, como en cual-
quier discurso, la legibilidad o la difusión de imágenes o palabras no
es suficiente (aunque continuamente el diseño plantee que sus fines se
detienen ahí), sino que es necesario observar su inserción en el con-
texto y la viabilidad de su pertinencia con respecto a los juicios que
lo sancionan. En el establecimiento de tales condiciones encontramos
una teoría como la de Habermas. En Teoría de la acción comunicati-
va, un tratado que aspira a establecer una base lógico-racional en la
institución social de la comunicación, Habermas propone que los dis-
cursos se sustentan en la legibilidad, pero sostiene que al ser acciones
encaminadas a organizar juicios sobre el otro (de donde proviene el
carácter de acción y no sólo de expresión), el que comunica debe res-
ponder a la veracidad (a la coherencia de lo que se manifiesta), a la
rectitud (a la coherencia de las intenciones) y a la legitimidad (la auto-
ridad del que enuncia). Al menos tales principios guiarían la interpre-
tación del público, que generalmente otorga alguna credibilidad sólo
después de evaluar tales aspectos. El discurso se organizaría por la
necesidad de manifestarse coherentemente dentro de estos parámetros,
que es a lo que Habermas llama pretensiones de validez (Habermas,
1988). Ello puede explicar, por ejemplo, los mecanismos retóricos de
que se ocupan las empresas, los grupos políticos, las editoriales o los
centros educativos cuando hacen uso del diseño gráfico.
10
Para una discusión sobre este tema véase también Buchanan, Richard,
“Branzi’s Dilemma: Design in Contemporary Culture”, en Design Issues,
vol. 14, núm. 1, primavera 1998.
11
Por la importancia que la noción de lugar tiene en este trabajo, es nece-
sario precisar el concepto. Los lugares se oponen a las categorías porque estas
últimas son nociones que tienen un sentido único de acuerdo con las conven-
ciones de una teoría o un modelo científico. Son unívocas. Los lugares, en
cambio, son los puntos de partida de cada situación particular, y dependen
de los acuerdos tácitos que guarda cada caso en relación al contexto y a los
auditorios que así los consensan. La retórica los clasificaba como tópicos,
archivos de opiniones generalmente aceptadas a las que los discursos acu-
den. Han existido, a su vez, diversas clasificaciones. Aristóteles hablaba de los
lugares de la esencia y del accidente, que son los que responden a las pregun-
tas ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿dónde? Perelman, por su parte, habla de los
lugares de lo real y de lo preferible. El trabajo de investigación para la prepa-
ración del discurso se basa pues en el hallazgo de los lugares propicios para
la situación argumentativa, que constituye la inventio, la primera de las par-
tipo de problemas, que son con los que el diseño opera: los proble-
mas indeterminados, que se definen, como explica West Churchman
como una clase de problemas del sistema social que se dan equívocamente
formulados, donde la información es confusa, donde hay muchos clientes y
agentes de decisión con conflictos de valores, y donde las ramificaciones al
interior del sistema son conceptualmente confusas (Churchman, 1967: 42).
Son problemas que no tienen una solución definitiva, pero a los cuales les
corresponde una solución; no tienen reglas cerradas; sus soluciones no pue-
den ser falsas o verdaderas, sino buenas o malas; en su solución no existe
una lista de operaciones admisibles; para cada uno existe siempre más
de una posibilidad de exploración que depende de la visión del mundo del
diseñador; cada problema indeterminado es reflejo de otro problema de un
mayor nivel y cada uno es único (Rittel, 1972: 5-10).
13
Dentro de la teoría retórica el entimema es un razonamiento incomple-
to que asume la forma de un silogismo sólo en apariencia, pues en realidad
carece de una premisa. La premisa determinante es expresada tácitamente,
pues se basa en la idea de estar previamente acordada por el público. Así, el
entimema define como razonamiento lo que en realidad es una forma de
obviar un lugar común, satisfaciendo el instinto del auditorio.
14
En un estudio sobre el concepto de técnica en las artes liberales, Virgi-
nia Aspe también ubicará esta perspectiva como parte de la fundación aris-
totélica de la retórica considerada un razonamiento práctico, en la cual se
valora que “toda obra de arte, para serlo, ha de tener, bajo una dimensión
epistemológica, un origen en la necesidad, pero la necesidad de la obra ha de
ser algo que está en el comienzo de él mismo, pues como se vio en el silogis-
mo práctico, toda ación y producción son de lo singular.” (Aspe, 1993: 77).
sión estética (para algunos esta petición de principio del arte estaría
en crisis, pero el arte tiende entonces a replantearse —entre otras co-
sas con el diseño—, lo que muestra que el trabajo de invención sigue
adelante aún cuando la institución artística entre en crisis, pues reve-
la que el distanciamiento estético era uno de sus lugares históricos, y
no una situación natural, y puede por tanto ser movilizado). No se
trata de decir que en el diseño no exista una estética (algo a lo que
nosotros podríamos llamarle, según la teoría retórica, una acción a la
vez racional y emotiva, o sea persuasiva, encaminada a la argumenta-
ción y al deleite), sino que esa “estética” (noción que es un lugar sim-
bólico) está imbricada con distinguir, funcionar para la acción y en-
carnar valores sociales, lo que no sucede de manera autónoma.15
La diversidad de las posiciones y colocaciones del diseño sería en-
tonces una de las bases de su discurso, de hecho una de sus cualida-
des (a pesar de que la historia metodológica del diseño sea, a menu-
do, un intento constante por fijar sus lugares). Pero plantearse que la
diversidad y la movilidad de sus límites impide establecer su núcleo
conceptual es otra cosa. Tal postura no sólo no instituye sino que
destituye sus fundamentos como disciplina. Ello sucede particular-
mente en una sociedad reticularizada, donde el constante desplaza-
miento de los lugares y su desorganización unidireccional (producto,
entre otras cosas, de la acción del diseño) es leída, en cambio, como
un despropósito: en consecuencia la idea del diseño no se construye
sino se deconstruye, y se confunde su capacidad de reordenar la acción
con la idea de que las intenciones ya no generan una organización
15
En este punto es preciso aclarar la concepción problemática de la esté-
tica que se emplea en este trabajo. La estética es un término polisémico, que
alude tanto a las experiencias emotivas, dramáticas o plásticas de los espec-
táculos artificiales, como a la disciplina filosófica que proponía que los cáno-
nes —sobre todo del arte— podían establecerse. Nosotros pensamos que los
objetos artificiales proveen de esas experiencias, pero que tal dimensión no
parte de las cualidades intrínsecas de las obras (lo que genera la idea de con-
templación, como en el caso del museo), sino de la interacción social y de sus
efectos prácticos. Por ello preferimos optar por una concepción retórica del
problema, pues la retórica incluye de suyo lo emotivo, lo dramático o lo sen-
sual como parte del argumento, de lo que resulta una de las precisiones que
más contribuyen a comprender el diseño para no caer en paradojas como la
expresión “estética aplicada” (que implicaría reconocer que existiría una es-
tética “no aplicada” o pura, idea con la que no estaríamos de acuerdo).
Gestión y persuasión
Tercera segmentación
Segunda segmentación
Semio-ergonómico D
Semiótico C
Variable
Semio-lingüístico B ocurrente
Lingüístico A Estable
recurrente
No imaginario Imaginario
Primera segmentación
Imagen Comunicación
institucional institucional
El imaginario social cubre ese espacio que está más allá de la vida
material o la organización legal de la política, es lo que hace que, en
palabras de C. Castoriadis:
figura 6.
Representación
esquemática de
conceptos, según
Rudolph Arnheim.
Mal matrimonio
16
Esta postura remite a Descartes y al positivismo lógico. Para él, la sus-
tancia de las cosas y la esencia de los fenómenos son un producto del cogito,
que por lo tanto está separado del cuerpo, de la materialidad fenoménica. Des-
cartes opone así lo que llama sustancia pensante de la sustancia extensa; esta
última asociada a las imágenes y a lo sensual o lo corporal, sólo generaría
apariencias. Con esos postulados, las imágenes se convirtieron en categorías
menores de comunicación en la tradición iconoclasta de la filosofía, lo cual
constituyó el discurso sobre la imagen en la era moderna. Para una revisión
de este concepto cartesiano sobre las sustancias del pensamiento véase Des-
cartes, R., Meditaciones metafísicas y otros textos, Madrid, Gredos, 1984.
figura 7. Reglas
morfológicas de
la imagen, según
Nivelación Aguzamiento Tensión Dondis.
sin tensión
17
Las reglas de la contribución han sido expresadas sobre todo por Grice,
quien considera en sus máximas conversacionales los principios de pertinen-
cia, economía, calidad y estilo, como implícitamente asumidas en los inter-
cambios. Para una exposición pormenorizada de estas máximas véase Levin-
son, Stephen C., Pragmática, Barcelona, Teide, 1989.
18
Incluso, dirá López Eire, “ello repercute en las teorías lingüísticas del
texto y no sólo en los problemas de la imagen. Al intervenir la pragmática la
semiótica se reencuentra tarde o temprano con la retórica pues ve en el texto
el resultado de una serie de operaciones por las que localizamos los materia-
les semánticos extensionales —en la invención— que luego pasan a ser inten-
cionales —disposición— porque el tema se arborifica [sic] en proposiciones
macroestructurales que más tarde se convierten en microestructuras textua-
les” (López, 1996: 141).
19
Véase Gombrich, Ernst, Arte e ilusión, 1998, cap. vii.
figura 9. Representación
proposicional, según
Manuel de Vega.
20
El autor agrega que “Naturalmente la red proposicional podría am-
pliarse, incluyendo detalles sobre la estructura del tejado, las ventanas, el
paisaje, etcétera. Sin embargo, son precisamente esos detalles los que la gen-
te suele olvidar en el dibujo” (Vega, 1990: 273).
21
En este caso se trata de sinécdoques. En la teoría retórica se establece
que las manifestaciones de este tipo son las que construyen expresiones me-
diante las subentidades o supraentidades que la interpretación resuelve por
medio de inferencias. La cigüeña sería una subentidad de ave, mientras que
visual. En efecto, un signo, no sólo por medios visuales sino por cual-
quier otro, hace interactuar contenidos culturales, y su carta frente al
deseo de estructurar al otro es la estructura formal sobre la que decide,
por ello el lenguaje es siempre metafórico y se da en un contexto prag-
mático ubicado en la esfera de la proposición persuasiva. Lo mencio-
nado desdicotomiza la noción de denotación y connotación o de sen-
tido directo o figurado tal como se han establecido en buena parte de
la teoría del lenguaje. Paul Ricoeur, especialmente, planteó esta cues-
tión en La metáfora viva, donde demostró que la metáfora no sus-
pende la “realidad natural” sino que construye conceptos (incluidos
aquéllos con los que comprendemos la “realidad”). La idea de deno-
tación sería considerada por su no oposición con la connotación pues
“si representar es denotar —dice— y si mediante la denotación nues-
tros sistemas simbólicos rehacen la realidad, entonces la representa-
ción es uno de los modos por los que la naturaleza se convierte en un
producto del arte y del discurso” (Ricoeur, 1980: 313). Ricoeur res-
tablecerá así el estatuto de la metáfora por oposición a la idea gene-
ralizada de que constituye una transgresión a la norma, y más bien
será un hecho de discurso cuyo estatuto consiste en “producir combi-
naciones nuevas e insólitas a partir del contexto” (Ricoeur, 1980:
246), lo que le confiere el poder de actuar “sobre todos los conflictos
entre perspectiva y apertura, designación y sugerencia, imaginación y
relevancia, concreción y plurisignificación, precisión y resonancia afec-
tiva” (Ricoeur, 1980: 336).
Esta discusión nos lleva a comprender, finalmente, porqué la retó-
rica incluía en este terreno la existencia de figuras, y el papel que de-
sempeñan realmente en la techné retórica: ellas no significan de for-
ma inmanente, sino sólo en cuanto que contribuyen a cristalizar un
argumento. Como el principio retórico no se encuentra en ellas sino
en la invención, la idea de reducir la retórica al catálogo de los tropos
trastoca sus fundamentos mismos. La retórica había llegado al con-
cepto de figura no para imponer un catálogo de formas estilísticas, si-
no para dar cuenta de lo que los sujetos hacen con el lenguaje en el
acto de persuadir: no es la retórica la que inventó estos artificios, si-
no los sujetos en interacción comunicativa; la retórica teorizó estas
fórmulas, haciéndolas identificables (poniéndoles nombre) y gene-
rando una conciencia de su uso, que antes sólo era ejercido intuitiva-
mente. Lo anterior representa —o debe representar— un vuelco en el
modo de concebir la retórica y su base epistemológica, ya que gene-
ralmente se parte de una incomprensión de la elocutio y se habla de
22
Umberto Eco señala que “cuanto más original haya sido la invención
metafórica, tanto más el recorrido de su generación habrá violado cualquier
costumbre anterior. Es difícil producir una metáfora inédita basándose en
reglas ya adquiridas, y cualquier intento de prescribir las reglas para produ-
cirla in vitro llevará a generar una metáfora muerta, o excesivamente trivial”
(Eco, 2000: 160).
23
Vico recordará el origen metafórico incluso de los conceptos filosófi-
cos o racionales para sostener la tesis de “la razón poética”: “Mas aún hoy
en día, para explicar los trabajos de la mente pura, es menester que nos so-
corran las hablas poéticas por traslación de sentidos: como intelligere, para
conocer en verdad, de donde viene intelecto, que es escoger bien, dicho de
las legumbres, de donde viene legere (leer); sentir por juzgar; sentencia vale
por juicio, siendo cosa propia de los sentidos; disserere por discurrir, o razo-
nar, siendo esparcir simientes para luego recogerlas; y, para acabar, sapere,
saber, de donde se dice sapientia, sabiduría, que es acusar el paladar el sabor
de los manjares” (Vico, 1987: 196).
24
Stephen W. Gilbert, siguiendo a Lakoff y Johnson, ha propuesto una
“teoría del mezclaje” en la concepción metafórica, de la que, señala, existen
dos aproximaciones: “la teoría de la metáfora conceptual propone una pro-
yección entre dos representaciones mentales, mientras la teoría del mezclaje
permite más de dos; la teoría de la metáfora conceptual define la metáfora
como un fenómeno estrictamente direccional, mientras que la teoría del mez-
claje no ha hecho esto; la teoría enfatiza el mensaje como un proceso on line
que a la vez puede activar metáforas atrincheradas y originar conceptualiza-
ciones novedosas que las complementan” (Gilbert, s. f.).
25
Véase Alemañ Berenguer, Rafael Andrés, Grandes metáforas de la físi-
ca, Madrid, Celeste, 1998.
imágenes, pues como lo ha postulado también —sólo que desde las ma-
temáticas— D. Hofstadter, toda estructura se puede relacionar con
otra estructura a condición de que las jugadas establecidas por el iso-
morfismo “revelen un segmento de la realidad” (Hofstadter, 1995: 58).
La ciencia misma, como vemos, partiría del hallazgo de isomorfis-
mos o metáforas apropiadas, en ello consistiría su investigación, y así
Hofstadter dirá que “la percepción de un isomorfismo entre dos es-
tructuras ya conocidas es un avance significativo de conocimiento, y
sostengo que tales percepciones son lo que genera significaciones en
la mente humana” (Hofstadter, 1995: 58). Los isomorfismos son
pues la movilización de los lugares, y son por definición provisiona-
les y no verdaderos o falsos sino localizados: de esta enorme capaci-
dad de acción para generar la cultura a través de las imágenes, los sis-
temas o los objetos artificiales, se abrirá la posibilidad generativa de
una disciplina como el diseño, que miraremos como un hecho discur-
sivo generador de diversas estructuras cognitivas para la vida social.
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El discurso de la lectura
1
Véase el cuadro i de “Teoría general de las figuras de lenguaje”, en
Grupo µ, Retórica general, Barcelona, Paidós, 1987, p. 72.
3
Esta idea está presente en Ruiz, quien señala que: “la disposición mate-
rial de un texto en la antigüedad obedecía generalmente a criterios relacio-
nados con el arte de la elocuencia, la puntuación se establecía con la finali-
dad de indicar las unidades retóricas y las pausas oratorias” (Ruiz, 1992: 132).
de los énfasis, que son los que habían dado pie a las marcas de pun-
tuación y sobre cuyos hallazgos fue posible construir después las ca-
tegorías gramaticales.
La pragmática moderna se ha encargado de restablecer el problema
de la enunciación y del contexto para solventar el conflicto, y hoy se
habla de la necesidad de volver a considerar esos elementos como
parte determinante de la actividad comunicativa, pues son ellos, y no
sólo la estructura lógica de las frases y oraciones, los que deciden la
estructura discursiva y el rol de los significados. La pragmática se preo-
cupa más por el acto (los actos lingüísticos) que por la estructura, y
señala los elementos ilocutivos del discurso como fuente indispensable
de los análisis, pues en ellos se traduce el carácter comunicativo e inten-
cional de los enunciados. La semiótica, por ejemplo, considerará que el
análisis de los discursos sólo será completo cuando postule la interac-
ción de los elementos semánticos, sintácticos y pragmáticos dentro de un
mismo movimiento, lo que, por otra parte, significa volver a la retórica.
Salvador Gutiérrez ha señalado esta actualización teórica que está
teniendo lugar y propone partir de conceptos como los de tema, rema,
foco, tópico y lugar, para reconstruir los postulados de la gramática.
Por ejemplo, señala que en una situación de intercambio donde al-
guien pronuncia la oración “Pablo me mandó hacer un poema”, la
aportación comunicativa sería diferente si tal respuesta proviniera de
la pregunta “¿Qué estás haciendo?” y no de “¿qué te mandó hacer
Pablo?” Con respecto a la primera pregunta el enunciado sería remá-
tico, pues toda la información es nueva, mientras que si hacemos la
segunda pregunta “Pablo” sería el tema (pues reitera lo que ya es co-
nocido en la situación comunicativa), y “me mandó hacer un poema”
sería el rema (lo que se aporta). Por otra parte, si fuera Pablo Neruda
de quien se hablara, lo más importante sería este hecho, de modo
que la referencia a “Pablo” destacaría el foco de la estructura, y en-
tonces las relaciones gramaticales (que no dan cuenta de estos proble-
mas) tendrían que plantearse como subordinadas a la situación con-
textual y no al revés.4 Tal planteamiento es lo que explica las marcas
gráficas de puntuación y su papel cognitivo. Los sistemas de puntua-
ción, los diferentes tipos de letra, las combinaciones de clases dis-
tintas de enunciados marcados gráficamente tendrían como objeto
remitir a la situación pragmática, a los mecanismos ilocutivos. En la
realización gráfica se podría escribir “¡Pablo me mandó hacer un
4
Véase Gutiérrez Ordóñez, Salvador, op. cit.
5
Véase Barthes, Roland, “Retórica de la imagen”, en Lo obvio y lo obtu-
so, Barcelona, Paidós, 1990.
idea de que el conocimiento se rige más por la razón humana que por
la razón divina hizo que las leyes de la geometría analítica definieran la
posición de las coordenadas, concebidas ahora como cantidades nu-
méricas, en un plano del espacio. “Por supuesto —dice Williamson—
esta operación reductiva geométrica es un proceso mental. De este
modo, la retícula vino a representar no sólo las leyes y los principios
estructurales que están detrás de la apariencia física, sino al proceso del
pensamiento racional mismo” (Williamson en Margolin, 1989: 176).
La retícula cartesiana, basada en módulos racionalmente distribui-
dos —presente también en los jardines geométricos franceses—, estipu-
laba el carácter impersonal, lógico e inevitable de la ley natural que era
lo que se postulaba como la matriz que controla y estructura los even-
tos del mundo. Estos principios están presentes en la concepción de la
tipografía, pues si hasta el siglo xix los libros impresos se habían cons-
truido con las familias romana o itálica, hacia los años veinte de la
vigésima centuria (justo cuando nace la noción de diseño) se comenzó a
experimentar con tipografías sans serif, y con retículas basadas en ba-
rras horizontales y verticales para dividir la hoja y marcar así los ejes
que demostraran este nuevo orden en la retícula subyacente. En esta
transición, los espacios en blanco pasaron a tomar también un valor ac-
tivo como elemento del ordenamiento lógico e impersonal de lo escrito.
El espacio en blanco sería significativo en el diseño justamente por
el valor atribuido al nuevo simbolismo encarnado por la retícula, que
respondía a la fase de concepción moderna del mundo en la cual el
orden lógico racional, así como los ideales de la era industrial y el uni-
verso de la máquina, dieron cauce a una retícula construida axial-
mente. Tal sería la metáfora de los movimientos como De Stijl o como
los postulados de la Bauhaus y el arte abstracto de inicios del siglo XX.
Estas retículas intentan afirmar esa matriz impersonal establecida por
la razón como orden que rige la materia, el espacio y el tiempo.
los que concurren en la calidad de la lectura lo que explica por qué el lector
normal es insensible a los detalles de la ejecución de las letras, y por qué,
incluso, incidentes o anomalías tipográficas no entorpecen el proceso, dado
lo absorto que está el lector en su tarea esencial: descubrir el sentido del
texto (Richaudeau, 1987: 127).
1 2 3
4 5 6
7 8
1 Garamond 5 Times
figura 14. La legibilidad 2 Baskerville
3 Bodoni
6 Palatino
7 Optima
como ideal, según Frutiger, 4 Excelsior 8 Helvética
1992.
6
Véase López Eire, Antonio, “La retoricidad en la lengua del mensaje publi-
citario”, en La retórica en la publicidad, Madrid, Arco Libros, 1998, p. 141.
cluso mostrarán al fondo la retícula que han rebasado para hacer saber
que han procurado la violación del orden (no están interesados tanto en
romper el orden como en el hecho de que se sepa que lo están rompien-
do). Y así las proposiciones serían como las de las figuras 19 y 20.
De hecho, si la retícula simboliza el orden del pensamiento, su com-
posición reflejará los debates sobre la cultura, ya que encarna en sus
figura 20.
Ray Gun (interior
de la revista
Second Sight), por
David Carson.
Este patrón tiene que ver con el surgimiento de la era digital y el nuevo
perfil del pensamiento cultural, donde la posibilidad de mezclaje, diver-
sificación y ruptura tenían que manifestarse simbólicamente. Lupton
y Miller señalan que, en este sentido, las manifestaciones deconstruc-
tivas y posmodernas permitieron simbolizar el descontento ante las
pretensiones del modernismo, pero por lo mismo pertenece también
a la metaforización que los objetos de diseño realizan con respecto a la
cultura.7 Para Williamson, estas manifestaciones, donde se exalta la ca-
rencia de orden, expresan
7
Véase Lupton, Ellen y Abbot Miller, “Deconstruction and Graphic
Design”, en Design Writing Research, Londres, Phaidon, 1996, p. 62.
estará limitado de base por una imagen insuficiente del los principios hu-
manos, puesto que en general sólo admite facultades racionales o irracio-
nales [de modo que] El posmodernismo debe ser considerado como una
forma tardía del modernismo, puesto que no supera sino más bien ratifi-
ca la clave de las limitaciones de la concepción modernista de los princi-
pios humanos (Williamson en Margolin, 1989: 181).
Por eso, más allá del carácter técnico o científico que parecía deter-
minar la estructura de la letra o de la retícula, nosotros podemos pen-
sar en ellas como argumentos que se refieren desde ciertos lugares a la
vida práctica y que se encarnan en el diseño de la comunicación. Des-
de la perspectiva de la retórica podemos asumir estas jugadas como
elementos mediante los cuales la audiencia o los usuarios pueden ser
persuadidos a adoptar significados que configuran modelos de pensa-
miento. El diseñador crea esas formas porque intenta persuadir me-
diante el uso de las comunicaciones al usuario hacia ciertos fines, y si
ello no es visible a primera vista es porque esta dimensión de su pen-
samiento ha quedado inexplorada. Sin embargo, dentro del razona-
miento tecnológico que subyace a estas articulaciones, está presente
tanto una forma de concebir la operación de lectura como una lógica
discursiva supeditada a la apuesta por el carácter y la emotividad per-
suasiva que intenta moldear el discurso hacia propósitos específicos.
Las formas gráficas y los criterios editoriales constituyen formas
proposicionales, y por ello contienen un argumento. Según la teoría
retórica, tal como lo plantea Aristóteles, las proposiciones apelan tanto
al juicio como a la emoción y al carácter, y así los argumentos del di-
seño pueden ser entendidos bajo los tres aspectos que la teoría retórica
confiere a los argumentos como hechos persuasivos: el logos como
razonamiento tecnológico que subyace a la realización de las formas,
el pathos, que permite al diseño ejercer control sobre el carácter para
persuadir a los usuarios potenciales en tanto que el producto se inser-
ta de forma creíble dentro de sus acciones de lectura y el ethos, que
apela a la emoción del auditorio mediante la incorporación de valo-
res o juicios estéticos que encarnan las ideas consideradas válidas en
el auditorio.8
El discurso de la lectura en el ámbito del diseño será, entonces,
una matriz clave en la movilización del pensamiento cultural y social
por las metáforas que genera y porque incorpora las distintas dimen-
siones simbólicas y pragmáticas que regulan los intercambios comuni-
cativos. Ahora podemos revisar otros géneros, entendiendo que prác-
ticamente en todos los casos el tema de la letra y la decisión editorial
8
Para un análisis de estas dimensiones dentro de las formas del diseño,
en especial dentro del diseño industrial de los objetos entendidos como argu-
mentos, véase Buchanan, Richard, “Declaration by Design, Argument and
Demonstration in Design Practice”, en Design Discourse, Chicago y Lon-
dres, The University of Chicago Press, 1989.
El discurso de la identidad
vivimos tan peligrosamente como en la edad media (ahí donde las mar-
cas) parecen trabajar conjuntamente para despertar en todos los seres de
la Tierra intereses y dependencias para con el diseño gráfico, en su faceta
de intermediario del consumo de productos (Satué, 1992b: 41)
figura 24.
Ejemplo de la
imagen de identidad,
logotipo de Nike.
9
Véase Hefting, Paul, “En busca de una identidad”, en Manual de identi-
dad corporativa, Barcelona, Gustavo Gili, 1991.
figura 25.
Ejemplos
de imagotipos.
■
Por sus partes materiales (sinécdoque parte-todo, como cuando una
escuela es definida por un pupitre o un lápiz), Román Esqueda y el
Grupo µ clasifican este recorrido generativo como un tipo de serie
semiótica que denomina serie tipo Π, que permite que en un enun-
ciado una vela pueda referir a un barco, como en la expresión “Las
es posible prever las jugadas retóricas que se utilizarán. Por otro lado,
la elocución retórica de los emblemas y su procesamiento cognitivo
hablan del tipo de argumento que se dirige al auditorio y la considera-
ción que se hace de él. Por ejemplo, si la imagen se unifica a toda costa
en las aplicaciones, como establecían los manuales, se generará la idea
de que la homogeneidad de la tipificación será un valor de la institu-
ción, un argumento sobre su permanencia y estabilidad. Este recurso
era propio del discurso modernista y de su deseo por ajustarse a lo ra-
cional y lo geométricamente fijo. En cambio, cuando una deshomolo-
gación o desgeometrización de los principios compositivos o aplicati-
vos tiene lugar, no sólo se expresa una adhesión a una visión más
“contemporánea” de la cultura (fenómeno ya de suyo altamente per-
suasivo) sino que sus múltiples direcciones pueden elaborar diversas
lecturas retóricas para distintas cualidades particulares e incluso diver-
sos tipos de público. El emblema de la figura 33 remite a una identi-
dad no constituida por la regularidad y el orden, sino por el juego de
formas variables y colores que se intersectan alternativamente (es de
una empresa que produce empaques a partir de la fécula de maíz).
El emblema refiere por metonimia y por sinécdoque a ciertas tona-
lidades de la planta del maíz (los envases son hechos con esa planta,
la cual a su vez tiene esos colores), así como a la silueta de los empa-
ques que producen. Estos emblemas hablan de que la postura frente a
la identidad ha cambiado, es decir, que el diseño postula otros luga-
res argumentativos para identificar: las reglas interpretativas no son res-
trictivas sino productivas (y por tanto retóricas), y este artificio dota
a su vez de una presencia distinta a la entidad que refiere, es decir, el
ethos produce la necesidad de un estilo propio, el logos mantiene la
asociación lógica, y el pathos se proyecta cuando el usuario concede
la credibilidad emotiva a estos nuevos principios.
La imagen de identidad se ha convertido así en un recurso especia-
lizado retóricamente para generar la presencia de las instituciones. Es
un objeto de análisis y exploración constante, al menos donde el dise-
10
Véase Chaves, Norberto, La imagen corporativa, Barcelona, Gustavo
Gili, 1994.
El discurso de la información
La matriz retórica del diseño parece ser evidente en los aspectos edi-
toriales y en la imagen de identidad, como acabamos de ver. Lo ante-
rior permite señalar que la impronta de la condición persuasiva del
discurso se trasluce en diferentes géneros, con diferentes principios y
finalidades, abarcando a lo gráfico como una de sus extensiones de-
sarrolladas a partir del surgimiento del diseño. Sin embargo, existe
otro género de la acción del diseño que ha destacado en los últimos
tiempos como uno de los más visibles e innovadores: el llamado diseño
de información. Este género se ha configurado a sí mismo, y dentro de
su pensamiento teórico, como la expresión gráfica de datos, horarios,
tablas, espacios y sujetos, conceptos científicos y estadísticas sociales
o económicas, que pueden ser usados tanto en libros, anuarios y repor-
tes gubernamentales como en las páginas de los periódicos y revistas
y en las pantallas de computadora. El acercamiento a los datos, antes
referidos a través de cifras, palabras y barras estadísticas, podría ser
más asequible mediante imágenes expresivas, colores, figuras y dia-
gramas ilustrados. El diseño de información se considera a sí mismo
como una herramienta objetiva para la visualización de los hechos
empíricos, racionales, que generan las actividades científicas y a los
cuales brinda un instrumento de comunicación igualmente fiable y
objetivo, es decir, como un campo donde la acción retórica desapa-
rece o es mínima (se reduce a hacer elocuentes los datos).
Esta confianza en la observación y en el dato empírico, sin embar-
go, parte del supuesto de que el registro de los datos es una actividad
desinteresada, neutral. El estilo, entendido como manifestación de la
subjetividad del diseñador a través de los gestos expresivos, parecería
no ser un rasgo pertinente dentro de la actividad puramente informa-
tiva y, con ello, se confía en la apariencia de objetividad que los es-
quemas y modelos aparentan tener. Pero precisamente por la sensa-
figura 34.
Siguiendo una
bola de béisbol,
por Peter E.
Elsworth, 1991.
Los circuitos eléctricos han suplantado a los círculos, los triángulos y los
cuadrados, como las metáforas dominantes del diseño: la formulación de
la teoría de la información de que el mensaje transmite directamente in-
formación del emisor al receptor ha confirmado la confianza modernista
de que el diseño puede ser objetivo e inequívoco (Margolin, 1989: 17).
11
Confróntese con Tufte, Edward, Visual Explanations. Images and
Quantities, Evidence and Narrative, Graphic Press, Cleshire, 1998.
■
El fenómeno aparece en primer lugar como índice. Se selecciona
un fragmento, se transforma la materia en sustancia y se hace una
discretización (es decir, se establecen los umbrales de sentido que di-
rigirán la observación: por ejemplo, disposición física vs. impulso
eléctrico).
■
El fenómeno es recibido y transformado en función de los paráme-
tros establecidos (el impulso eléctrico es coloreado sobre una super-
ficie en la que se distingue).
■
El lector recibe y a su vez reinterpreta el signo, integrándolo a un
sistema de saber, que a su vez es cambiante.
■
Se genera eventualmente un consenso sobre lo interpretado. A par-
tir de aquí el proceso puede ser a su vez reorganizado en otros tér-
minos si los acuerdos/desacuerdos lo hacen pertinente.
era además fundador del positivismo lógico, una teoría que vinculó dos
modos opuestos de indagación: el racionalismo, que estudia la realidad a
través de la lógica, la geometría y las matemáticas; y el empirismo (positi-
vismo) que proclama que la observación es la llave del conocimiento
(Lupton y Miller, 1996: 41-42).
figura 39.
Señales para el
U. S. Department
of Transportation,
por el American
Institute of Graphic
Arts, 2000.
periencia directa con el mundo real, como si los datos ofrecieran una
naturaleza en sí, considerando dicho mundo como una entidad obje-
tiva y matematizable, aspiraba a encontrar en las imágenes la realiza-
ción del ideal de un lenguaje intrínsecamente neutral: “Sólo a través
de su neutralidad —decía Neurath— y su independencia de otros len-
guajes, la educación visual es superior a la educación de las palabras”
(Lupton y Miller, 1996: 148). El lector vería entonces los datos del
mundo registrados en pictogramas, y las cifras económicas serían tra-
ducidas por series de figuras de hombres o de objetos que, funcionando
más como caracteres tipográficos, significaría las nociones o explica-
rían los procesos complejos por medio de elementos visuales abstrac-
tos, como si los hechos pudieran reducirse a una operación mecánica
basada en la simbolización de sus relaciones cuantitativas.
Pero la pretensión de objetividad y de neutralidad se vuelve insoste-
nible, pues la interpretación aparece de cualquier manera en la pro-
pia idea de partir de la racionalidad como método para iconizar los
fenómenos. En efecto, las imágenes internacionales demandan inter-
pretación: deben ser leídas, pues un pictograma funciona conectando
las expectativas culturalmente limitadas de aquellos que los usan. Las
figuras no representan objetos en particular, sino clases de objetos, y
su estilización geométrica constituye su propia retórica para la cons-
trucción de la credibilidad.12 De esta manera,
12
Por ejemplo, en este punto habría que preguntarse qué criterio impli-
can las acciones retóricas como supresión, adjunción o género-especie, según
las cuales se construye lo “informativo”.
En los temas anteriores hemos visto cómo las formas gráficas, por su
situación retórica, constituyen implícitamente argumentaciones: los
parámetros editoriales, las fórmulas de identidad y las estrategias del
diseño de información presentan, a partir de su propio carácter es-
tructurante, puntos de partida que son necesariamente persuasivos y
no “objetivos” o basados en la mera “legibilidad”. La conciencia de
la acción persuasiva que generan nos parece por ello necesaria para la
enseñanza y la práctica profesional del diseño. Sin embargo, debemos
expandir este rango y hablar de otros casos donde la argumentación
es más bien explícita y, en la cual, el diseño juega también un papel
importante a través de otros géneros. Nos referimos al cartel, al anun-
cio, a la publicidad, en los cuales parecen intervenir no sólo los tipos
y las imágenes, sino un tipo de construcción que involucra la elabora-
ción de frases, enunciados complejos y distintas formas de interacción
entre la imagen y el texto.
Como punto de partida para el estudio de estos fenómenos —que
llamaremos propiamente argumentativos porque promueven explíci-
tamente un razonamiento— es posible decir que su aparición ha obe-
decido a la necesidad de proyectar los hábitos deliberativos, que an-
tes se podía haber hecho de forma verbal, a los medios gráficos. La
deliberación se desprendió del cuerpo (de la oratoria, el pregón o el
Grantía
La experiencia
clínica indica
que x enfermedad
exige tratamiento
con penicilina
A menos
que el paciente
sea alérgico
a la penicilina
figura 43.
Anuncio de
American
Honda Motor.
cursos que son útiles para cada caso particular, así el diseño tendrá
que plantearse no en términos visuales sino en términos de vincula-
ción con la opinión o los juicios, pues es el argumento y no sólo una
imagen lo que se diseña.
Lo valioso en
un automóvil es
su alto desarrollo
tecnológico
(éste es el acuerdo
que puede aceptar
el público)
El auto es tan
Esta marca
avanzado como
Por tanto tiene lo que
el avión que
es deseable
se muestra
A menos
que se busque
la sencillez
o la economía
Lo valioso
en un automóvil
es su seguridad
VW tiene
Esta marca
sistemas
Por tanto tiene lo que
avanzados
es deseable
de seguridad
figura 50.
Ejemplo de lítote.
Por ello, la mera descripción de las cosas o el modo como son presen-
tados los datos adquieren una intención retórica que está presente en
todo el desarrollo argumentativo. La búsqueda de las expresiones ade-
cuadas es, entonces, parte del proceso, y “dicho esfuerzo pretende, en
13
La estructura y contenidos de la mayor parte de este apartado fueron
publicados originalmente por el autor dentro del artículo “Graphic Design
in the Digital Era: the Rhetoric of Hypertext”, en Design Issues, Chicago y
Londres, vol. 19, núm. 1, invierno 2003.
14
Véase Berger, John, Modos de ver, Barcelona, Gustavo Gili, 2000.
15
Véase Bolter, Jay David, Writing Space. The Computer Hypertext and
the History of Writing, Lawrence Erlbaum Associates Hilsdale, 1991.
16
Véase Nielsen, Jakob, Hipertext & Multimedia, Boston, Academic
Press, 1990.
17
Véase Ong, Walter, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra,
México, fce, 1987.
18
Véase Aarseth, Espen, Cibertext, Perspectives on Ergodic Literature,
Baltimore, The Johns Hopkins Univerity Press, 1997.
19
Véase Barthes, Roland, S/Z, México, Siglo Veintiuno, 1987.
20
Véase Deleuze, Gilles y Felix Guattari, Rizoma, México, Premiá, 1983.
21
Véase Derrida, Jacques, La gramatología, México, Siglo Veintiuno, 1981.
que generan las redes informáticas, pues los hipertextos (no lineales)
siguen estando construidos a través de fragmentos de textos lineales
y lo que se exige ahora es una capacidad de escribir en múltiples cir-
cunstancias y entre diversas disciplinas, para lo que la enseñanza re-
tórica provee una base indispensable, pues la comprensión y el cono-
cimiento a través de imágenes, palabras y sonidos electrónicos exige
nuevamente reactivar los procesos de invención, de disposición y de
elocución apropiados en una era dominada por los hipertextos. Lan-
ham también revertirá el sobredeterminismo de la tecnología, pues, tal
como hemos intentado sostener en este trabajo, “la tecnología no con-
trola, sino sigue al Zeitgeist (el espíritu de la época)” (Lanham, 1994b).
El aspecto central para entender los nuevos medios y el papel que
el diseño y la escritura juegan en ellos tendría que desplazarse hacia
la situación argumentativa propia de la comunicación digital, de
donde provienen sus mecanismos discursivos. Muchos diseñadores
elaboran hoy páginas web teniendo que asimilar las reglas interpreta-
tivas que se desprenden de la hipertextualidad y de las posibilidades
multimediáticas. ¿Qué ocurre en la pantalla electrónica y cómo se dan
sus mecanismos retóricos? Veamos la cuestión a través de los siguien-
tes puntos:
■
La página web se establece como un recorrido hipertextual donde
no existe una secuencia lineal sino un diagrama de recorridos po-
sibles. El hipertexto se puede definir como un “sistema de acceso a
los datos textuales en el cual se entiende que éstos no están alma-
cenados en ninguna secuencia en particular. Los datos se almace-
nan de una manera ordenada, pero esta ordenación no intenta in-
fluenciar el orden en el cual los datos deben ser recorridos, sino
que más bien la secuencia es seleccionada por el lector” (Ingra-
ham, et al., 1994).
■
El sistema de recorridos genera, hasta cierto punto, una movilidad
libre, pues el orden de las partes y sus contenidos están prefigura-
dos por el autor. En este sentido, la disposición de las partes ofrece
un esquema de posibilidades y la naturaleza de dicho esquema cons-
tituye un elemento argumentativo, pues representa el modo en que
una temática puede ser abordada o cómo se propone pensarla o
experimentarla.
■
Los hipertextos se presentan como una matriz de recorridos posi-
bles, pero sus partes son desarrolladas por medio de textos lineales
y posibles interacciones con imágenes fijas, en movimiento o soni-
22
Véase Bergson, Henri, Time and Free Will: An Essay on the Immediate
Data of Consciousness, Nueva York, Dover, 2001.
■
una agenda,
■
un libro,
■
una enciclopedia,
■
un periódico,
■
la visita a un almacén,
■
la experiencia del lector que busca
materiales específicos en una librería,
■
la realización de operaciones en un banco,
■
la visita a un museo,
■
un álbum fotográfico,
■
el organigrama de una institución,
■
una revista,
■
un mapa,
■
un recorrido por una ciudad,
■
un aparato de sonido.
■
Ello implica un universo de posibilidades, algunas inéditas, pero
en la medida en que cada una de estas experiencias está constituida
como una situación sujeta a un conjunto de determinaciones espe-
cíficas, la página web o el hipertexto necesita construir las metáfo-
ras en el sentido adecuado para reemplazar y potenciar esa expe-
riencia. En ello reside la necesidad de su organización retórica y su
pertinencia o significatividad como producto de diseño. Un buen
ejemplo de ello lo constituye el sitio de Amazon, que reproduce la
experiencia de quien visita una librería e incluso supera (o intenta
23
Lo que Fuat Firat llamaba “mercadotecia radical”. Véase Firat, Fuat
et al., Philosophical and Radical Thought in Marketing, Lexington, Lexing-
ton Books, 1987.
■
Respecto a los iconos y a los sistemas de puntuación y navegación
dentro de la página, los procesos de lectura digital han reactivado
la conciencia de que las marcas que dirigen la lectura adquieren
formas visuales en función de agilizar y contribuir a la delibera-
ción del discurso. Las letras y los signos de puntuación en la anti-
güedad, como señalaban Lupton y Miller, eran dispositivos visua-
les elaborados en función de emular el fluido del discurso oral.
Así, el surgimiento del punto, las comillas, los signos de interroga-
ción o de admiración, la vírgula, los espacios entre las palabras o
entre los párrafos eran marcas visuales que primero se usaron in-
tuitivamente con el propósito de mostrar el curso de la delibera-
ción: “Tales signos fueron pensados para dar marcas a la lectura
en voz alta: ellas marcaban la subida o la bajada del tono de la
voz” (Lupton y Miller, 1996). Nosotros hemos dicho que este ori-
gen retórico compromete a los signos visuales como algo más que
una representación del discurso verbal, pues con el paso del tiempo
la organización gráfica empezó a regularlo y la lengua escrita se
volvió prominente. Cuando la imprenta estandarizó esos patrones,
las marcas se volvieron institucionales y quizás olvidaron su ori-
gen retórico visual, es decir, la función que intuitivamente unía la
expresión del pensamiento con la forma gráfica se asumió como
norma gramatical. Los gramáticos se sirvieron de ellas para esta-
blecer las estructuras normativas de la lengua, pero provenían no de
la adaptación a la morfología de las palabras sino de la adaptación
a las necesidades elocutivas frente al lector. La gramática, como
discurso racional sobre el lenguaje, se impuso entonces a la retó-
rica, pero provenía de ella. Con el discurso digital, sin embargo, la
productividad elocutiva de los signos visuales para la lectura vuelve
a reactivarse y el sendero establecido por la retórica para la pun-
tuación temprana comienza de nuevo a incidir en la creación de
marcas, esta vez en función de las necesidades expresivas de la na-
vegación. Esto es lo que hace pensar en un redescubrimiento de la
retórica como proceso generativo que incide en los dispositivos de
lectura. Siguiendo el mismo cauce con que la acción retórica había
producido la puntuación temprana, los escritores y diseñadores en
los nuevos medios “han estado usando las marcas de puntuación
para fines expresivos” (Lupton y Miller, 1996: 39). De este modo,
la forma, el color y las distintas operaciones semánticas que lo grá-
fico aporta a la organización del pensamiento, vuelven a tomar
su lugar como instrumentos de construcción cognitiva y expresiva.
Conclusión
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conclusión ■ 237
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