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The British School Patagonia

Departamento de Humanidades
Puerto Montt

Guía de trabajo Electivo de filosofía 3° medio


Problemas del Conocimiento

Miss Karen Pérez Cáceres

Aprendizajes Esperados
1. Distinguen entre los diferentes enfoques epistemológicos de la época moderna que asientan las bases de la
ciencia
2. Conocen la teoría del conocimiento de Hume.
3. Profundizan en el empirismo humeano.

El Empirismo inglés de David Hume

El enfoque del empirismo de Hume, se centra la capacidad del entendimiento


humano con métodos diametralmente opuestos a los del racionalismo, y partiendo
de la base de que el conocimiento humano no se basa en verdades innatas y a priori,
sino en un conjunto de creencias básicas, o suposiciones sobre el mundo exterior, -las
relaciones entre los hechos-, que son a modo de «un instinto natural, que ningún
razonamiento o proceso de pensamiento puede producir o impedir». Para Hume, la
costumbre, es el fundamento de los razonamientos causales:
“Toda creencia en una cuestión de hecho o existencia reales deriva meramente de
algún objeto presente a la memoria o a los sentidos, y de una conjunción habitual
entre éste y algún objeto. O, en otras palabras: habiéndose encontrado, en muchos
casos, que dos clases cualesquiera de objetos, llama y calor, nieve y frío, han estado
siempre unidos; si llama o nieve se presentaran nuevamente a los sentidos, la mente
sería llevada por costumbre a esperar calor y frío, y a creer que tal cualidad
realmente existe y que se manifestará tras un mayor acercamiento nuestro. Esta
creencia es el resultado forzoso de colocar la mente en tal situación. Se trata de una operación del alma tan
inevitable, cuando estamos así situados, como sentir la pasión de amor, cuando sentimos beneficio, o la de odio
cuando se nos perjudica. Todas estas operaciones son una clase de instinto natural que ningún razonamiento puede
producir o evitar.” Investigación sobre el conocimiento humano, Sección 5, parte 1 (Alianza, Madrid 1994, 8ª ed., p.
70).

De modo que «no es, por lo tanto, la razón la que es la guía de la vida, sino la costumbre»:

“Estamos determinados sólo por la costumbre a suponer que el futuro es conformable al pasado. Cuando veo una
bola de billar moviéndose hacia otra, mi mente es inmediatamente llevada por el hábito al usual efecto, y anticipa mi
visión al concebir a la segunda bola en movimiento. No hay nada en estos objetos, abstractamente considerados, e
independiente de la experiencia, que me lleve a formar una tal conclusión; e incluso después de haber tenido
experiencia de muchos efectos repetidos de este género, no hay argumento alguno que me determine a suponer
que el efecto será conformable a la pasada experiencia. Las fuerzas por las que operan los cuerpos son enteramente
desconocidas. Nosotros percibimos sólo sus cualidades sensibles; y, ¿qué razón tenemos para pensar que las mismas
fuerzas hayan de estar siempre conectadas con las mismas cualidades sensibles? No es, por lo tanto, la razón la que
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es la guía de la vida, sino la costumbre. Ella sola determina a la mente, en toda instancia, a suponer que el futuro es
conformable al pasado. Por fácil que este paso pueda parecer, la razón nunca sería capaz, ni en toda la eternidad, de
llevarlo a cabo”. Compendio de un tratado de la naturaleza humana. (Revista Teorema, Valencia 1977, p. 16).

En el bien entendido de que las creencias surgen de la costumbre, los materiales básicos (los «átomos» de la mente)
de que se nutre el conocimiento son percepciones de la mente. Estas percepciones son impresiones, si son
sensaciones o sentimientos (por ejemplo, oír, ver, sentir, amar, odiar, desear, querer), y son percepciones vivaces e
intensas; o son ideas, si son recuerdos o imaginaciones de sensaciones. Las ideas son siempre débiles y oscuras, y
son copias de las impresiones, mientras que éstas, afirma Hume, provienen de causas desconocidas. Las palabras, a
su vez, representan a las ideas, por lo que, para saber si una palabra tiene significado, hay que averiguar cuál es la
idea que representa, y se conoce la idea averiguando la impresión de donde procede:

Sobre las ideas e impresiones:


“Todas las ideas, especialmente las abstractas, son naturalmente débiles y oscuras. La mente no tiene sino un
dominio escaso sobre ellas; tienden fácilmente a confundirse con otras ideas semejantes; y cuando hemos empleado
muchas veces un término cualquiera, aunque sin darle un significado preciso, tendemos a imaginar que tiene una
idea determinada anexa. En cambio, todas las impresiones, es decir, toda sensación -bien externa bien interna-, es
fuerte y vivaz: los límites entre ellas se determinan con mayor precisión, y tampoco es fácil caer en error o
equivocación con respecto a ellas. Por tanto, si albergamos la sospecha de que un término filosófico se emplea sin
significado o idea alguna [como ocurre con demasiada frecuencia, no tenemos más que preguntarnos de qué
impresión se deriva esta supuesta idea, y si es imposible asignarle una; esto serviría para confirmar nuestra
sospecha”. Investigación sobre el conocimiento humano, Sección 2 (Alianza, Madrid 1994, 8ª ed., p. 37).

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Este principio, que suele llamarse el microscopio de Hume, lo aplicará Hume cuidadosamente al análisis de palabras
tales como sustancia, causa, libertad, y otras, que suelen considerarse palabras clave de la filosofía tradicional. Por
consiguiente, el origen de las ideas es la sensación, interna o externa. Ahora bien, las ideas se entrelazan
espontáneamente entre sí, constituyendo un mundo ordenado. Desde Platón insisten los filósofos en que pensar es
ordenar ideas. Las leyes por las que se asocian las ideas en la mente son la semejanza, la contigüidad en el espacio o
en el tiempo, y la relación de causa y efecto. A esta asociación o relación, por su importancia en la ciencia de la
naturaleza, dedicará Hume un análisis especial. Toda idea deriva, por tanto, de una impresión y, por lo mismo, no
hay ideas innatas. Pero sí que la mente posee cierta tendencia natural a la asociación de ideas, cuyo resultado
principal es la constitución de ideas complejas. La idea de sustancia es, por ejemplo, una idea compuesta por
asociación: no se deriva de ninguna impresión, interna o externa; no es más que «la colección de ideas simples
unidas por la imaginación», que atribuye el conjunto de características a algo desconocido, como si fuera su soporte
permanente. ¿Mediante qué sentido se capta la sustancia de una manzana? ¿Con los ojos, con los oídos, con el
paladar? Toda idea abstracta no es más que una idea particular, a la que corresponde, por tanto, una impresión;
asignando un nombre distinto a esta impresión, la hacemos capaz de representar a todas las ideas que mantienen
cierta semejanza entre sí. La idea general de «hombre» es la idea particular de «Pablo», por ejemplo, a la que,
cambiándole el nombre, le damos el significado de representar a «Julián», «María», «Ana», etc.

“Nuestra imaginación tiene una gran autoridad sobre nuestras ideas; y no hay ideas, que siendo diferentes entre sí,
ella no pueda separar, y juntar, y componer en todas las variedades de la ficción. Pero pese al imperio de la
imaginación, existe un secreto lazo o unión entre ciertas ideas particulares que es causa de que la mente las
conjunte con mayor frecuencia, haciendo que la una, al aparecer, introduzca a la otra. Estos principios de asociación
son reducidos a tres, a saber,

 Semejanza: un cuadro nos hace pensar naturalmente en lo que fue pintado en él.
 Contigüidad: cuando se menciona a la torre Eiffel, ocurre naturalmente la idea de París.
 Causación: cuando pensamos en el hijo, propendemos a dirigir nuestra atención hacia el padre.

Será fácil concebir cuán vasta consecuencia han de tener esos principios en la ciencia de la naturaleza humana, si
consideramos que, en cuanto respecta a la mente, ellos son los únicos vínculos que reúnen las partes del universo, o
nos ponen en conexión con cualquier persona u objeto exterior a nosotros mismos. Porque como es tan sólo por
medio del pensamiento como opera una cosa sobre nuestras pasiones, y como estos principios son los únicos lazos
de nuestros pensamientos, ellos son realmente para nosotros el cemento del universo, y todas las operaciones de la
mente precisan, en una gran medida, depender de ellos. Compendio de un tratado de la naturaleza humana (Revista
Teorema, Valencia 1977, p. 31-32)”.

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El ser humano, además de percibir, razona, o construye frases. Así, si se considera las diversas proposiciones con las
que la mente expresa la verdad, vemos que hay dos clases: aquellas cuya verdad consiste en relaciones de ideas y
aquellas cuya verdad es una cuestión de hecho:

Todos los objetos de la razón e investigación humana pueden, naturalmente, dividirse en dos grupos, a saber:
relaciones de ideas y cuestiones de hecho; a la primera clase pertenecen las ciencias de la geometría, álgebra y
aritmética y, en resumen, toda afirmación que es intuitiva o demostrativamente cierta. Que el cuadrado de la
hipotenusa es igual al cuadrado de los dos lados es una proposición que expresa la relación entre esas partes del
triángulo. Que tres veces cinco es igual a la mitad de treinta expresa una relación entre estos números. Las
proposiciones de esta clase pueden descubrirse por la mera operación del pensamiento, independientemente de lo
que pueda existir en cualquier parte del universo. Aunque jamás hubiera habido un círculo o un triángulo en la
naturaleza, las verdades demostradas por Euclides conservarían siempre su certeza y evidencia.

No son averiguadas de la misma manera las cuestiones de hecho, los segundos objetos de la razón humana; ni
nuestra evidencia de su verdad, por muy grande que sea, es de la misma naturaleza que la precedente. Lo contrario
de cualquier cuestión de hecho es, en cualquier caso, posible, porque jamás puede implicar una contradicción, y es
concebido por la mente con la misma facilidad y distinción que si fuera totalmente ajustado a la realidad. Que el sol
no saldrá mañana no es una proposición menos inteligible ni implica mayor contradicción que la afirmación saldrá
mañana. En vano, pues, intentaríamos demostrar su falsedad. Si fuera demostrativamente falsa, implicaría una
contradicción y jamás podría ser concebida distintamente por la mente”. Investigación sobre el conocimiento
humano, Sección IV, parte I (Alianza, Madrid 1994, 8ª ed.).

Estas dos clases de verdades constituyen la denominada horquilla de Hume; toda proposición o es necesaria o
contingente (analítica o sintética, en la expresión de Kant). Hay cosas que son verdad en virtud de las mismas ideas
que pensamos y de éstas hay verdadero conocimiento o ciencia, que se obtiene por intuición o demostración. Es el
mundo de la verdad matemática o lógica. En cambio, en todo cuanto se refiere a la existencia de objetos, a las
cuestiones de hecho, no hay posibilidad de ningún conocimiento demostrativo: todo cuanto sabemos, lo sabemos
por observación directa, cuando nos atenemos a los hechos, o por inferencia inductiva, cuando vamos más allá de
los hechos. La inferencia que nos lleva más allá de lo directamente observado se basa en el principio de causalidad, y
él mismo es una cuestión de hecho que sólo llegamos a conocer por experiencia. Todo lo que se afirma por el
principio de causalidad, o por una relación entre causa y efecto, puede no suceder, por lo tanto no es un saber
demostrativo, sino inductivo. Todo razonamiento sobre la experiencia, dice Hume, se basa en la suposición de que la
naturaleza transcurre de un modo uniforme. Pero este supuesto no tiene ninguna base racional (no se funda en una
demostración); se funda en una mera creencia, que se debe a la observación de una conjunción constante de los
hechos en la experiencia. A la idea de «causa», que aplicamos a hechos de los que decimos «A es causa de B» no
corresponde ninguna otra impresión sensible que la presencia contigua en el espacio y sucesiva en el tiempo de A
(causa) y B (efecto). Pero, en realidad, a la idea de causa atribuimos otra característica que es la de conexión
constante entre A y B. Esta idea no corresponde a ninguna impresión sensible, es sólo fruto de la asociación de ideas
debida a la costumbre o hábito de observar que «siempre que A, entonces B», o bien de que «no se produce B, si no
existe previamente A». Tenemos por costumbre asociar lo que hemos observado que se produce repetidamente, y
traducimos la asociación como una conexión necesaria.

“Cuando miramos los objetos externos en nuestro entorno y examinamos la acción de la causas, nunca somos
capaces de descubrir de una sola vez poder o conexión necesaria algunos, ninguna cualidad que ligue el efecto a la
causa y haga a uno consecuencia indefectible de la otra. Sólo encontramos que, de hecho, el uno sigue realmente a
la otra. Al impulso de una bola de billar acompaña el movimiento de la segunda. Esto es todo lo que aparece a los
sentidos externos. La mente no tiene sentimiento o impresión interna alguna de esta sucesión de objetos. Por
consiguiente, en cualquier caso determinado de causa y efecto, no hay nada que pueda sugerir la idea de poder o
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conexión necesaria. [...]”. Investigación sobre el conocimiento humano, Sección VII, parte I, parte II (Alianza, Madrid
1994, 8ª ed., p. 91)

A esta conexión necesaria debería corresponder alguna impresión externa o interna: externamente, no hay nada
más que la conjunción de A y B; internamente, no hay nada más que la inclinación, que produce la costumbre, de
pasar de un hecho a otro que normalmente le acompaña. La «necesidad» es meramente mental, no está en las
cosas, ni en la naturaleza, «pertenece por entero al alma». Si se añade que, poniendo la confianza en el principio de
causalidad, creemos que lo que ha sucedido en el pasado sucederá igualmente en el futuro:

“Todos los razonamientos relativos a la causa y al efecto están fundados en la experiencia, y [que todos los
razonamientos que parten de la experiencia están fundados en la suposición de que el curso de la naturaleza
continuará siendo uniformemente el mismo”. Compendio de un tratado de la naturaleza humana (Revista Teorema,
Valencia 1977, p. 14).

Entonces, es preciso que nos demos cuenta de haber argumentado dentro de un círculo vicioso, o con un argumento
circular: sólo podemos suponer, esto es, dar por supuesto, y no probar, que el futuro será semejante al pasado. O
bien, todo lo que sabemos del futuro lo sabemos por experiencia, por argumentos que son sólo probables y, por
tanto, no demostrativos. Esta crítica de Hume al principio de causalidad se opone directamente a Descartes y a los
racionalistas en general, sino al mismo Locke y a los supuestos de la física de Newton. Por un lado, según el
empirismo de Hume, el conocimiento de la naturaleza no es demostrativamente cierto, como lo es en el
racionalismo, pero, por el otro, sabemos que la ciencia de la naturaleza se basa en la observación y la inferencia
inductiva, la cual, por definición, sólo ofrece un conocimiento probable. Y así nace, históricamente, el llamado
problema de la inducción, que ha de tener repercusiones directas en la teoría de la ciencia. Cuando se dice, por
ejemplo, que «los metales funden a temperaturas determinadas», ley de la naturaleza que se expresa mediante una
generalización, no se quiere indicar que exista una relación necesaria o causal entre determinadas temperaturas y
los puntos de fusión de los diversos metales, debidas a cosas no observables, sino que entre un fenómeno y otro,
existe una conjunción constante en la que basamos las predicciones para el presente y el futuro, porque la
naturaleza humana tiene la costumbre de sentirse influida por la repetición de hechos y tiende a creer que lo que ha
sucedido hasta el presente continuará sucediendo en el futuro. Hume, no obstante, mantiene que los razonamientos
inductivos, si provienen de observaciones regulares y uniformes al curso de la naturaleza, constituyen auténticas
pruebas que no permiten una duda razonable y distingue entre demostraciones, pruebas y probabilidades; aquéllas
son los razonamientos por relaciones de ideas, mientras que la diferencia entre las dos últimas consiste en si la
conjunción que se manifiesta entre dos acontecimientos puede considerarse constante o simplemente variable.
Lo que sostiene Hume definitivamente, frente a las pretensiones del racionalismo, es que el conocimiento de la
naturaleza debe fundarse exclusivamente en las impresiones que de ella tenemos. De esta conclusión, en sentido
estricto, se deriva el fenomenismo y el escepticismo: el ser humano no puede conocer o saber nada del universo;
sólo conoce sus propias impresiones e ideas y las relaciones que establece entre ellas por hábito, costumbre,
principio de asociación o sentimiento de la mente. No hay impresión alguna que corresponda a «cuerpo» o a «objeto
material», y mucho menos a «yo», «mundo», «causalidad», «sustancia»; todo lo que el ser humano sabe, por
discurso racional, acerca del universo se debe única y exclusivamente a la creencia, que es una especie de
sentimiento no racional.

Los poderes de la razón son, pues, sumamente limitados. Sobre cuestiones de hecho, no tenemos auténtico
conocimiento; sólo la regularidad de los fenómenos nos hace creer en conexiones necesarias. No obstante, las
creencias religiosas no se explican por la regularidad de los fenómenos, puesto que varían de religión a religión; se
fundamentan en muy diversas causas, como son la ignorancia, el temor, la esperanza y hasta la manipulación de
todas estas cosas con vistas a mantener el poder. En modo alguno la creencia religiosa se fundamenta en el
razonamiento, más bien quien tiene fe experimenta en sí mismo la determinación de creer lo más opuesto a la
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costumbre y a la experiencia. Contra quienes creen que la religión es el sostén de la moral, Hume emprende la tarea
de someter a revisión las creencias morales en su Ensayo sobre los principios de la moral, para precisar que también
ellas, igual que las leyes de la naturaleza, se sustentan en la experiencia universal.

En el siguiente esquema, tenemos la visión humeana del conocimiento:

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