Está en la página 1de 4

Vale aclarar que no es correcto denominar a este proceso “conquista del desierto”, porque el

desierto no se conquista, se ocupa; y si en él encontramos pueblos que lo habitan, y contra los que
se lucha, no se trata de un desierto. Lo que se hizo al denominárselo de esa manera, fue negar la
categoría de humanos a aquellos que lo poblaban. Hacia 1870 los habitantes originarios de la
región de La Pampa y la Patagonia argentina eran unos 30.000. Al finalizar la invasión se los
despojó de su tierra y se las incorporó al territorio nacional. ¿Por qué?

“Los primeros gobiernos patrios, envueltos en permanentes luchas externas e internas, solo
efectuaron campañas militares sobre tierras indígenas cuando la creciente expansión ganadera
comenzó a exigir la ampliación de las fronteras productivas, pero el interior patagónico seguía
siendo dominio indiscutido de los grandes caciques (…) Pero en la segunda mitad del siglo XIX, las
condiciones mundiales cambiaron y el país se insertó más decididamente en un mercado
internacional que día a día aumentaba la demanda de materias primas y alimentos. La ampliación
de las fronteras productivas se convirtió entonces en una necesidad ineludible del sistema (…) A la
expansión del país en el marco del capitalismo dependiente, le correspondió el crecimiento del
poder estatal como necesaria instancia articuladora de la sociedad civil. Esto derivó en la urgencia
de conformar un sistema de dominación estable que permitiese imponer el “orden” y asegurar el
“progreso” con la preservación del sistema”.[1]

En este texto pueden apreciarse dos aspectos centrales y complementarios de la formación dela
Argentina: el económico, en tanto permitió la incorporación de nuevas tierras en las cuales
producir alimentos y materias primas para exportar al exterior, y el político, porque el territorio y
la dominación efectiva de las autoridades sobre la población son atributos centrales del Estado.

ROSAS y LA PRIMERA CONQUISTA DEL TERRITORIO INDÍGENA

Creado el virreinato del Río de la Plata(1789), los indígenas que habían resistido a la invasión
española, tenían delimitada su frontera con el “hombre blanco”. El primero que encabezó una
expedición hacia estos territorios fue don Juan Manuel de Rosas, el que, ante las constantes
quejas de los estancieros acerca de los constantes robos de ganado por parte de los indios,
encabezó la primera “conquista al desierto”. Rosas fue gobernador de la provincia de Buenos Aires
por primera vez, entre 1829 y 1832. al concluir su mandato, inició la primera campaña financiada
por la provincia y los estancieros bonaerenses. Rosas combinó la conciliación con la represión.

Pactó con los pampas y se enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Juan Manuel
Calfucurá.

Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de comenzar la
conquista, el saldo fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y se rescataron 1.000 cautivos
blancos.[2]

Tras la caída de Rosas (1852), volvieron los malones[3] y con ellos la preocupación en las ciudades
fronterizas y en las estancias.

¿QUIENES HABITABAN EL “DESIERTO”?


En las Salinas Grandes, ocupando gran parte de la pampa húmeda, entre las actuales provincias de
Buenos Aires y La Pampa, se había establecido el más grande cacique araucano, Calfucurá. Nacido
en Lloma (araucania chilena) en 1785, en 1835 se impuso sobre los araucanos de Masallé (La
Pampa) y se proclamó “cacique general de las pampas” mientras sometía a todas las tribus del Sur.
Inteligente estratega y con una notable capacidad de organización, creó en 1855 la “Gran
Confederación de las Salinas Grandes”, en la que confluyeron las tribus pampas, ranqueles y
araucanas.

Al sur de San Luis existía otra poderosa confederación, la de los ranqueles, comandada por los
caciques Mariano Rosas, Baigorrita y Pincén. En Neuquén el liderazgo estaba en manos del
tehuelche Saihueque y cerca de la línea de frontera estaban los “indios amigos”, comandados por
Catriel y Coliqueo, entre otros.

Los gobiernos porteños trataron infructuosamente de mantener su frontera mediante la política


de establecimiento de fortines y tratados por los cuales se otorgaban beneficios a los aborígenes –
yerba, tabaco, azúcar, harina, jabón, ganado, alcohol, etc.- a cambio de que éstos se mantuvieran
en paz.[4]

Los araucanos eran considerados como el azote de las pampas. Sus incursiones infundían temor en
los gauchos y en las milicias en general, por su coraje, su manejo de la lanza y su destreza como
jinetes. En Argentina se los veía entonces como una amenaza chilena, cuando en realidad ellos no
pertenecían a esa nación ni a la argentina, sino a la mapuche o araucana, que tenían otra cultura y
eran perseguidos por ambos gobiernos (Eggers-Brass, 2006).

LA FORMACIÓN DEL ESTADO NACIONAL y EL TERRITORIO

El Estado Nacional Argentino estaba atravesando un proceso de organización tras el triunfo de


Buenos Aires sobre la Confederación en 1862. Dicho proceso se plasmó durante las llamadas
“Presidencias Históricas o fundacionales”. Su consolidación hacía necesaria la clara delimitación de
las fronteras con los países vecinos. En este contexto, se hacía imprescindible la ocupación del
espacio patagónico reclamado por Chile durante décadas. El gobierno de Avellaneda, a través del
ministro de Guerra, Adolfo Alsina impulsó una campaña para extender la línea de frontera hacia el
Sur dela Provincia de Buenos Aires.

Dicho plan consistía en avanzar la frontera hasta Carhué, por lo que envió expediciones de
reconocimiento de la frontera. El cacique Namuncurá, hijo de Cafulcurá, trató de impedirlo
llevando adelante el malón más importante de la historia, consiguiendo 500.000 cabezas de
ganado. Una vez repuesto, el gobierno llevó adelante el plan de Alsina, levantando poblados y
fortines, tendiendo líneas telegráficas y cavando un gran foso, conocido como la “zanja de Alsina”,
con el fin de evitar que los indios se llevaran consigo el ganado capturado. El proyecto original
planificaba una fosa de730 kilómetros, pero antes de poder concretarlo, Alsina murió y fue
reemplazado por el joven general Julio A. Roca. La política desarrollada por Alsina había permitido
ganar unos 56 mil kilómetros cuadrados, extender la red telegráfica, la fundación de cinco pueblos
y la apertura de caminos.
El nuevo ministro de Guerra aplicará un plan de aniquilamiento de las comunidades indígenas a
través de una guerra ofensiva y sistemática. Favoreció a dicha estrategia una epidemia de viruela
que diezmó a los indios, la comunicación brindada por los recientemente instalados telégrafos, la
extensión de los ramales ferroviarios y la importación de fusiles Remington.[5]

La primera parte de su campaña se llevó a cabo en 1878 y la segunda al año siguiente. En un


principio fueron enviadas partidas de desgaste, que atacaban las tolderías y poblados indígenas,
tomando prisioneros a los caciques más importantes. Cientos de indígenas fueron muertos y miles
fueron tomados prisioneros.

La segunda parte estuvo comandada por Roca y fue prácticamente un paseo porque las principales
tribus estaban ya aniquiladas. La expedición partió entre marzo y abril de 1879. Seis mil soldados
fueron distribuidos en cuatro divisiones que partieron de distintos puntos para converger en
Choele Choel. Las columnas centrales, al mando de los coroneles Nicolás Levalle y Eduardo
Racedo, entrarían por la pampa central y ocuparían la zona de Trarú Lauquen y Poitahue.

“El 25 de mayo de 1879 se celebró en la margen izquierda del Río Negro y desde allí se preparó el
último tramo de la conquista. El 11 de junio las tropas de Roca llegaron a la confluencia de los ríos
Limay y Neuquén. Pocos días después, el ministro debió regresar a Buenos Aires para garantizar el
abastecimiento de sus tropas y para estar presente en el lanzamiento de su candidatura a
presidente de la Repúblicapor el Partido Autonomista Nacional. Lo reemplazaron en el mando los
generales Conrado Villegas y Lorenzo Vintter, quienes arrinconaron a los aborígenes neuquinos y
rionegrinos en los contrafuertes de los Andes y lograron su rendición definitiva en 1885”.[6]

CONSECUENCIAS

En seis años habían muerto más de 2500 indígenas. La población autóctona fue reemplazado por
colonos, permitiendo la ley la instalación de latifundistas ausentistas. ¿Qué significa esto? Grandes
extensiones de tierras en manos de unos pocos que ni siquiera vivirían en el territorio, sino que lo
administrarían desde Buenos Aires. La cultura indígena fue desintegrada, borrando su sentido de
identidad, sus caciques fueron muertos o encarcelados, sus cementerios fueron profanados y la
mayoría de los prisioneros (alrededor de 14.000) fueron confinados en reservas o trasladados para
servir como mano de obra barata en ingenios azucareros y obrajes madereros. Las familias fueron
separadas, utilizando a las mujeres y a las niñas como sirvientas en casas acomodadas de la
ciudad. Un verdadero genocidio se había perpetrado.

El general Victorica no andaba con rodeos al explicar los objetivos de la conquista: “Privados del
recurso de la pesca por la ocupación de los ríos, dificultada la caza de la forma en que lo hacen,
que denuncia a la fuerza su presencia, sus miembros dispersos se apresuraron a acogerse a la
benevolencia de las autoridades, acudiendo a las reducciones o a los obrajes donde ya existen
muchos de ellos disfrutando de los beneficios de la civilización. No dudo que estas tribus
proporcionarán brazos baratos a la industria azucarera y a los obrajes de madera, como lo hacen
algunos de ellos en las haciendas de Salta y Jujuy”.[7]
Menos de cuatrocientas personas adquirieron más de ocho millones y medio de hectáreas. Los
territorios no vendidos fueron repartidos entre los militares y responsables de la conquista, según
su graduación y jerarquía: a 541 personas les otorgaron casi cinco millones de hectáreas (a los
herederos de Adolfo Alsina,15.000 hectáreas; a cada soldado,100 hectáreaspara chacra y un
cuarto de manzana). Los que recibieron poco terreno fueron presionados para venderlos a los
terratenientes y a los especuladores. El mismo destino obtuvieron3.300.000 hectáreas que les
fueron sacadas a aquellos que no revalidaron su título ante el Poder Ejecutivo en un determinado
plazo (muchos ni sabían que debían hacerlo y otros no tenían los medios para hacerlo). (Eggers-
Brass, 2006).

Aquellos indígenas que tuvieron la ¿fortuna?, de sobrevivir, iniciaron una etapa nada feliz, la de la
marginación y desaparición cultural. Hasta el día de hoy.

También podría gustarte