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La

personalidad

Teoría y Práctica
de la Motivación
y Promoción

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¿Qué define nuestro modo de
ser?
Podemos explicar la personalidad como el conjunto de aquellas
características definitorias de las personas, que se asocian con los
pensamientos, sentimientos, actitudes y hábitos expresados en conducta,
estando todos bajo un patrón único e irrepetible (Cfr. Cloingher, 2003)

Hablar de personalidad es hacer referencia a la complejidad misma de todo


ser humano. ¿Qué determina nuestros deseos, nuestros miedos, el modo
en que percibimos? Intentar responder estas preguntas forma parte del
propósito de esta lectura, para comenzar a comprender el “porqué” del
comportamiento de las personas.

Dimensiones que componen la personalidad


Diversas corrientes psicológicas han intentado estudiar y explicar el
comportamiento humano. Más allá de las diferencias que cada una
postula, se puede reconocer que el proceso de formación de la
personalidad involucra la relación de diferentes variables. Cada una de ellas
interactúa de modo tal, que permite una influencia recíproca y alimenta la
dinámica condición de ser persona.

Es así como, en el ámbito de la Psicología, se ha desarrollado una multitud


de trabajos y aproximaciones que tienen como característica fundamental
la utilización del individuo como unidad de análisis. Desde esta perspectiva,
se pone de manifiesto la necesidad de atender las diferencias individuales
(habilidades, aptitudes, personalidades, valores, actitudes, etc.) (Descals,
2008).

Lo “heredado”

Desde la propia concepción de la persona, podemos decir que existen


indicios de personalidad. El deseo con el que un ser es concebido, las
circunstancias en las que ocurre e, inclusive, el nombre que eligen asignarle
determina, en buena medida, las condiciones para la conformación de la
personalidad.

En este sentido, aquella niña que lleva como nombre “Victoria” ha sido
depositaria de deseos, frustraciones, expectativas, etc., que son diferentes

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a los de otra persona que lleve el nombre, por ejemplo, “Dolores”. Aunque
no es el propósito de nuestro análisis el dilucidar esta simbología, es válido
el ejemplo para mostrar que las palabras nos permiten representar gran
parte de nuestros pensamientos y que ellas generan improntas en quienes
están atravesando el proceso del desarrollo.

Cada niño llega, entonces, al mundo como depositario inicial de distintos


componentes que influirán en la formación de su identidad. Este proceso
de influencia se da gracias a las personas que se encuentran alrededor del
individuo, que conservan también un bagaje heredado respecto a lo que su
historia depositó en ellos.

Es así como, desde la condición social del ser humano, se gesta un proceso
de “arrastre” e influencia permanente. Es nuestra historia la que actúa
como determinante inicial, la que fue construida gracias a la historia de
nuestros antepasados. El desafío, en la edad adulta, es poder resignificar
de forma positiva lo recibido, lo vivido, lo aprendido, y lograr construir una
identidad única, que no tenga la intención de generar “réplicas” pasadas y
que tampoco busque la aceptación permanente del entorno.

Por otra parte, así como las personas adquieren condiciones físicas
similares a las de su familia, su condición genética contribuye al desarrollo
de los rasgos de la personalidad. Este es el espacio del “temperamento”,
entendido como el conjunto de emociones viscerales que logran (en la
mayoría de los casos) dominarse desde la racionalidad y la socialización.

Figura 1: Historia familiar

Fuente: [Imagen sin título sobre fotografías en blanco y negro]. (2016). Recuperada de
https://goo.gl/OvL1fr

El ser humano es, como dijimos, antes de llegar al mundo, un depositario


de diversas condiciones provenientes del exterior. Gran parte de ellas no

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son conscientes, pero definen lo que traerá este individuo como base para
conformar de forma paulatina su personalidad.

Se heredan condiciones físicas y emocionales con dimensiones en común


con nuestros antepasados. Muchas veces hemos escuchado frases como:
“Tiene los ojos del abuelo”, “Ha heredado el temperamento de su padre”,
“Es el más parecido a su tío”, etc.

Aunque muchas veces dichas opiniones no sean objetivas (principalmente,


las vinculadas con opiniones respecto al temperamento/carácter), la
palabra que “define” en instancias iniciales del desarrollo comienza a
generar identidad.

Por lo tanto, si frente al modo de comportarse de un niño, se lo relaciona


de forma permanente con cómo lo hacía su abuelo, que era conocido por
ser impulsivo, poco racional y en ocasiones violento, comenzará a gestarse
la idea en el primero de que buena parte de su personalidad de asocia con
dicha imagen. Ante la necesidad de “definir y encontrar” una identidad,
adoptará (en la mayoría de los casos) conductas como las de su abuelo,
pues necesita descubrir quién es, y el entorno rectificará paulatinamente
que es “como su abuelo”.

Por último, aunque todo lo mencionado da muestras de una herencia de la


que no es fácil escapar, vale aclarar que las personas no son una réplica de
lo que han sido sus antepasados. De hecho, y bajo la condición de
individualidad, podemos afirmar que no hay ningún individuo que pueda
considerarse “igual” a otro.

Estas diferencias básicas implican considerar el hecho de que, a pesar de


utilizar como “base” para la construcción de la personalidad características
personales y físicas de nuestra propia familia, no es factible hablar de una
réplica exacta; y es la condición de “único” lo que hará que cada persona
adapte lo que “ha recibido” a lo que, en definitiva, “es”.

Lo “adquirido”

Además de las condiciones heredadas, la personalidad se entiende como


un estado “dinámico” por mantenerse en permanente cambio.

Esta modificación es, en realidad, superficial, ya que a nivel estructura, se


mantiene un núcleo sólido, que logra establecerse (cuando de salud se
trata) una vez superada la adolescencia de todo individuo.

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Aun así, este espacio de “cambio” nos permite explicar que la acumulación
de experiencias van adquiriendo sentido en quien las vive y generan una
impronta, un modo de ser, una modificación (momentánea o permanente)
en el comportamiento.

¿Quién puede afirmar que es la misma persona luego de haber conseguido


su primer trabajo?, ¿después del primer enamoramiento?, ¿de un viaje o
de una pérdida...?

Cada circunstancia vivida define, pero a la vez modifica, aspectos dinámicos


de nuestra personalidad, y nos hace decir que “ya no somos los mismos”.

La personalidad se conforma en la interacción con otros seres humanos, y


en ella influyen las experiencias pasadas, pero también los sucesos del
presente; por ello se sostiene que es dinámica: cambia a lo largo del
tiempo, de acuerdo con la maduración del individuo. En las diferentes
etapas de la vida (infancia, adolescencia, edad adulta, vejez), la
personalidad sufre modificaciones no solo por el crecimiento propio y
natural del ser humano, sino también por los distintos eventos vividos
como traumas o conflictos. Entonces, la personalidad será el producto de la
historia particular e individual de cada persona, en relación a una historia
que involucra el factor grupal y social, pues es allí donde fue vivida
(Franklin, 2011, 129).

Las experiencias pasadas, entonces, generarán un bagaje de emociones,


pensamientos, miedos, frustraciones, etc., que van a predisponer la
manifestación de determinadas conductas por procesos asociativos.

Por ejemplo, aquellas personas que hayan sufrido un accidente


automovilístico podrían atravesar situaciones de estrés cuando se
encuentren en zonas de alto tránsito vehicular. Antes de dicho episodio,
estas emociones no estaban presentes, por lo que se puede asociar el
malestar al episodio vivido.

En una situación similar, muchas personas pueden experimentar


emociones parecidas, pero asociadas no a un evento en particular, sino a
una sumatoria de malas experiencias (llegadas tardes y apercibimientos en
el trabajo, la pérdida de un vuelo importante, fatiga, etc.). A su vez, otras
personas pueden no tener emoción negativa alguna.

Por lo tanto, no solo es el hecho en sí mismo el que generará


modificaciones en la personalidad, sino también el modo en que dicho
evento es percibido por cada individuo.

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¿Quién puede asegurar que el color azul es igual para todos? ¿Cómo
definimos objetivamente cuánto frío sentimos? ¿Qué es el hambre?, ¿la
alegría? ¿Qué tan mala es la soledad?

Si hacemos el ejercicio de contrastar nuestras respuestas con la de otras


personas, encontraremos claras diferencias en la forma de percibir el
mundo. Esto nos permite decir que el mundo no es lo que es, sino lo que
vemos de él.

Figura 2: ¿Cómo ves tu mundo?

Fuente: [Imagen sin título sobre un niño mirando a las montañas en blanco y negro y en color].
(2016). Recuperada de https://goo.gl/G5x7f5

Lo “social”

Por último, decimos que el hombre es un ser social por naturaleza. Esta
afirmación, además de ser real por la necesidad de vinculación del hombre,
involucra ideas más complejas y que impactan en la constitución de la
personalidad.

¿A qué ideas hacemos referencia? Principalmente, al modo en el que los


otros nos ven y a que, en función de su mirada, descubrimos también
quiénes somos.

Cuántas veces hemos escuchado frases como: “Ese niño es muy rebelde”,
“Esa persona es muy talentosa”, “Tal persona es muy conflictiva”, etc.
Todas estas afirmaciones, que actúan como grandes verdades cuando son
destinadas a los niños que están en proceso de desarrollo, generan

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“apropiación” por parte de quien las recibe, y comienza a describirse cómo
los demás lo ven.

Pensadores en materia de Psicología explican que el primer vínculo (y, en


algunos casos, identificado como el más importante) es el del recién nacido
con su madre (Spitz, 1981). Dicha relación se sustenta en un apego inicial,
definido, principalmente, por el estado de dependencia e indefensión del
niño.

Frente a la imposibilidad de expresarse con palabras, es el llanto uno de los


primeros modos de comunicación que establece con su madre para
manifestar disgusto o disconformidad. Y la “mirada” se presenta de forma
paulatina como el medio de contacto para encontrar amor, contención,
sostén.

Será, de acuerdo a la explicación que diversos autores exponen, la calidad


de este vínculo primero el que determine la calidad de los que el niño
desarrolle a lo largo de su vida. Quienes, por lo tanto, sintieron seguridad y
afecto, podrán generar relaciones más saludables y maduras. Por el
contrario, aquellos que no mantuvieron (por ausencia de una
madre/adulto contenedor, por incapacidad de la madre, etc.) una relación
temprana positiva presentarán mayores dificultades en sus relaciones
futuras y, por ende, en el proceso de elaboración de su personalidad (Spitz,
1981).

Figura 3: Primer vínculo: relación madre-hijo

Fuente: [Imagen sin título sobre una mujer alzando a un bebé]. (2016). Recuperada de
https://goo.gl/W7Tfh3

Pensemos que la construcción de la identidad es un proceso de “búsqueda


y descubrimiento”. Todos necesitamos saber quiénes somos, y recurrimos

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a fuentes internas y externas para obtener información desde que
nacemos.

En este sentido, comenzamos a ser, desde la pequeña infancia, en parte lo


que los demás “nos dicen que somos”. Y, a pesar de que esto es muchas
veces cruel o injusto, es estrictamente necesario; sin la mirada de otro que
nos diga quiénes somos, es muy difícil (para no decir imposible) que lo
descubramos.

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Referencias
Cloningher, S., y Ortiz, M. (2003). Teorías de la personalidad. Nueva York: Pearson
Educación.

Descals, F. (2008). Psicología de la organización. Nueva York: Pearson Educación.

Franklin, F., y Krieger M. (2011). Comportamiento organizacional. Nueva York:


Pearson Educación.

Spitz, R. (1981). El primer año de vida del niño. Madrid: Aguilar.

[Imagen sin título sobre fotografías en blanco y negro]. (2016). Recuperada de


https://unsplash.com/photos/cqgnUEOaW00.

[Imagen sin título sobre una mujer alzando a un bebé]. (2016). Recuperada de
https://unsplash.com/collections/878/mothers-day?photo=g6neij8RQmg.

[Imagen sin título sobre un niño mirando a las montañas en blanco y negro y en
color]. (2016). Recuperada de https://unsplash.com/?photo=8MbdD0pHXGY.

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