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Duelo y Trauma
Duelo y Trauma
1 Lacan, J. (1992). “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En: Escritos 1, Siglo XXI, Buenos Aires,, p. 231.
2 Juarroz, R. (1992). La creación del arte. Incidencia freudiana. Ediciones Nueva Visión: Buenos Aires.
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Lacan, J. La angustia.
4 Freud, S. (1979) Duelo y Melancolía.
puede resonar ante aproximaciones estéticas, abriendo la posibilidad de trasmutar ese nostálgico material poética y
artísticamente. Segundo, reconocer que recordar es mucho más que una obligación moral; es, ante todo, un
reconocimiento crítico sobre qué, cómo y para qué se recuerda.5
Quien vivió en las épocas del conflicto armado en Colombia, queda marcado por el desastre súbito, instantáneo,
imperecedero, y ya no podrá regresar al pasado. Las víctimas saben que lo son y a la vez no quieren ser definidos
como tales por el Otro. Saben bien que no existe la identidad de la víctima, sino una irremediable alteridad en el curso
de una vida fracturada. Es por lo mismo que debemos estar advertidos de “la falsa unificación de las muestras”, por
ejemplo, de esa operación en que se toman como poblaciones homogéneas a las FARC, a las víctimas, a los
reinsertados, a los miembros de las fuerzas armadas, etc. 6. Y es que, aunque cada día resulta cada vez más apremiante
para el profesional de la salud mental entrenarse para encontrar lo que en un sujeto-víctima se suma a una nosología
determinada, es menester, en el trabajo de duelo, tener presente que el universal no puede anular la odisea de los
particulares. Cada uno de esos “todos” es víctima de un modo singular, el suyo. No cabe colectivizar la victimización.,
pues el significante en sí, creado para designarlos, los encarcela y ellos querrían liberarse de sus efectos desubjetivantes,
de la imposición de una marca que los condena a presentarse con el rótulo indeleble de testigos de lo inenarrable.
Lo que les sucede, el drama que viven, no es un indicio de anormalidad sino, como es el caso de todo síntoma para el
psicoanálisis, la mejor respuesta frente a la coyuntura histórica que les tocó vivir. Una alternativa ante la imposibilidad
que reside en el testimonio es aceptar la presencia irreductible de “eso” real, hacer un lugar a la escena dramática
incrustada en el sujeto y, cuando la evocación aparezca en el discurso, fuera de toda incitación o invitación,
“contaminarla” con lo imaginario y lo simbólico, enlazarla en una cadena significante. Se podrá construir, primero, un
sentido provisorio, una historización del acontecimiento, una ficción que restituya la función subjetiva, con el objetivo
de, en un segundo tiempo, poner a trabajar a ese sujeto sobre la situación de urgencia, situar un sujeto responsable
que debe dar cuenta de la historia que tejió con ese a quien amó. Este sería un camino inverso al que recorre el
psicoanalista en las neurosis clásicas donde el resultado final es el encuentro con un núcleo real traumático e
insoportable, vuelto posible por la presencia del funcionario del inconsciente que, si debe pasar por la reconstrucción
narrativa del pasado, lo hace para rasurar su sentido, para deconstruirlo, para desarmar los fantasmas.
Es por esto que he querido traer la noción de urgencia: esta se produce cuando el sujeto o la situación social o familiar
ha llegado al límite y requiere por resolver algo en el aquí y ahora. Retomo las palabras de J. A. Miller: “se trata de una
modalidad temporal que corresponde con el advenimiento de un traumatismo”. La urgencia, entonces, supone haber
llegado a un confín tras el cual se vislumbra el desastre, el riesgo de agresión o suicidio, la muerte, la desaparición
subjetiva, la exclusión social. Por ello, conjeturo que, ante la urgencia subjetiva suscitada por el cataclismo de la
pérdida, no se deberá actuar representando el papel convencionalmente atribuido al analista freudiano, colocado en
posición de neutralidad y dedicado a buscar y otorgar un sentido libidinal por medio de interpretaciones que, en estos
casos, no podrían sino multiplicar el absurdo y el trastorno en el que se hundió el doliente. La propuesta es, cuando y
si el recuerdo aparece, contextualizar al acontecimiento, hacerlo participar en una razón histórica que incluya también
nebulosos golpes del azar sin acusar ni absolver al sujeto-víctima. Historizar, propongo, en ningún caso denunciar o
tratar de desarmar los mecanismos de defensa empleados; respetando y valorando en el doliente su recurso a todas
las maniobras del inconsciente que le protegen de un mayor descalabro.
Y bien, hacer frente a la imposibilidad, tal como lo planteo, no implica legar un ilusorio ayer a la memoria, aportar
ficciones redentoras o maquillar el dolor, se trata de atravesar, mediante un cierto lenguaje, el mutismo infecundo, y
así cernir los alacranes del desastre que anidan más allá de la memoria y la historia; en otras palabras, me refiero a una
operación de des-victimización, que supone impugnar el estatuto ontológico del ser-víctima, es decir, distinguir en
ello una posición de carácter transitorio y no existencial.
Por último, considero necesario subrayar la importancia de la presencia del Otro, el testigo, la escucha y la mirada, la
transferencia, pues ¿cómo podríamos tener un recuerdo si no fuese porque hay otro que lo escucha y lo rubrica con
su acuerdo o su incredulidad? La memoria es vínculo social. Es una demanda dirigida a un destinatario, no se garantiza
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Lacan, J. (1992). “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En: Escritos 1, Siglo XXI, Buenos Aires, p. 231.