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Leyenda de la flor del Amancay

En las tierras del sur, el viento sopla constantemente; pero donde más sopla es al pie del Ten-
Ten Mahuida o Cerro Tronador. Allí vivía hace mucho una tribu, feliz y en paz con la naturaleza.
El cacique tenía un hijo valiente y de buen corazón llamado Quintral, admirado por hombres y
mujeres… pero alguien, además de admirarlo, lo amaba en secreto, una pobre muchacha
llamada Amancay. Ambos jóvenes se enamoraron, pero no dijeron nada a sus padres…

Un día, la tribu fue atacada por una epidemia y Quintral cayó enfermo. El cacique escuchó que
su hijo mencionaba a la joven en medio del delirio provocado por la fiebre y la mandó llamar,
pero Amancay ya había partido a consultar a una machi, que le dijo “solo será posible salvar a
quien amas con una infusión hecha de la flor que crece en la cima del Ten-Ten Mahuida”.

La muchacha no lo dudó y, aunque el viento soplaba más fuerte que nunca y la nieve iba
cubriendo sus ropas y cabellos, ella decidió seguir su camino. Estaba tan contenta cuando halló
la flor, que no vio que detrás de ella unas alas enormes acababan de aparecer. Era el Cóndor,
guardián de las cumbres, mensajero de los dioses.

Amancay explicó su situación, pero el guardián de los dioses fue implacable: los humanos no
debían robar lo que no les pertenecía. Viendo que ella no desistía, le ofreció un trato: a cambio
de la flor, debía entregar su corazón. La muchacha aceptó sin dudar. Conmovido, el Cóndor tomó
en una garra el corazón y en otra la flor y fue hasta la morada de los dioses para pedir dos cosas:
que se salvara al pueblo de la epidemia y que se recordara aquel acto de valor de la muchacha.

Los dioses accedieron. Por eso, en cada lugar donde cayó una gota de sangre de aquel corazón,
crecieron las flores amarillas y rojas que hoy pueblan las montañas del sur… y dicen que esa flor
es la flor del amor incondicional y que quien te regala esa flor, en verdad te está entregando su
corazón.

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