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EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR

Salvador Minuchin

Cap. 1 TERAPIA FAMILIAR: una dicotomía teórica

MADRE (con impaciencia): ¿Quieres contarle lo que hiciste?


DAVID: Oh, sí, mi ojo, me lo he frotado un poco. No debía hacerlo. El impulso no iba a durar tanto.
GIL (suavemente): David, ¿dónde estaban tus padres antes de que te entraran las ganas? ¿Qué
estaban haciendo?

La clase del miércoles, tras el cristal unidireccional, se dedica a observar a Gil con la familia de
David. David, de veinticuatro años, ha pasado el último año de su vida bajo vigilancia psiquiátrica.
Cuando la compulsión de frotarse el ojo amenazaba con cegarle, no parecía que existiese
alternativa a la hospitalización. Gil fue, en un principio, su terapeuta individual, pero durante los
últimos cuatro meses éste ha estado trabajando con David y sus padres.

En estos cuatro meses, Gil ha estado mostrando vídeos de la terapia al grupo. Hoy por primera vez
asistimos a la sesión de familia en vivo. Nos sentimos como si conociéramos bien a estas personas.
Estamos familiarizados con la forma en que los padres prestan atención a David. Cada detalle de
su conducta llega a estar dotado de sentido y es una preocupación para ellos. No puede ocultarlo.
El padre, una figura gris, parece dubitativo, deseoso de ser útil. La cara redonda de la madre
parece más cercana a la de David de lo que nosotros, los miembros del grupo, creemos necesario.
Las torpes explicaciones de David se dividen equitativamente entre ellos; primero trata de
satisfacer a su madre, después a su padre. Es evidente que su misión es agradar.

Gil, un psicólogo nacido y criado en el sur, tiende a relacionarse con la gente manteniendo una
distancia respetuosa. Como terapeuta, prefiere las interpretaciones moderadas en un tono
delicado.

MINUCHIN (el supervisor, al grupo): Creo que Gil les dice que el hecho de que David se frote los
ojos está desencadenado por la proximidad de la madre. Él es tan considerado con el poder de las
palabras que piensa que lo han entendido. Pero ellos se encuentran en otra órbita. Gil necesitará
aprender a gritar antes de que puedan escucharle.

He estado trabajando sobre el estilo de Gil con esta familia desde comienzos de año y, aunque ha
reconocido las limitaciones de su estilo y parece comprometido en ampliar su modo de trabajo, ha
mantenido su enfoque marcadamente cognitivo y su confianza en las interpretaciones expresadas
suavemente. Decidí unirme a Gil en el otro lado del espejo y trabajar con él como
supervisor-coterapeuta durante un breve lapso de tiempo.

Cuando entro, Gil dice simplemente «doctor Minuchin». Tomo asiento. La familia sabe que he
estado supervisando la terapia durante los últimos meses.
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MINUCHIN (al padre): Si quiere ayudar a su hijo, debe evitar que su esposa se comporte así con él.
Hable con su esposa.
PADRE: NO puedo. No se puede hablar con ella.
MINUCHIN (a David): Entonces continuarás cegándote.
DAVID: No voy a cegarme.
MINUCHIN: ¿Por qué no? Los chicos buenos hacen cosas agradables para sus padres. Tu padre ha
decidido que no puede manejar a tu madre. Ella se siente sola y aislada. Tú has decidido ser su
cura. Por tanto, te cegarás para darle una ocupación en la vida: hacer de madre.

Más adelante, en el capítulo décimo, Gil describirá en detalle su experiencia de mi supervisión en


este caso. En mi introducción al capítulo de Gil y en mis comentarios sobre su relato, describiré la
idea que me llevó a intervenir en la sesión de consulta tal y como lo he mencionado. El caso de
David y su familia es tan fascinante que sería tentador entrar ahora en los detalles de la
supervisión del caso. Antes de comenzar esta exploración de la supervisión de la terapia familiar,
sin embargo, se debe entrar en una cuestión más general.

El modo en que intervine durante la consulta —de hecho, el modo en que superviso en general—
está enraizado en mi visión del encuentro terapéutico. Se basa en un entendimiento particular de
la gente y de las razones por las que se comportan como lo hacen, de cómo cambian y de qué
clase de contexto invita al cambio. Este lazo íntimo entre la visión terapéutica propia y el modo de
supervisar y de entrenar no es exclusivo de la terapia estructural familiar. Desde los inicios del
campo de la terapia familiar, en cada una de las denominadas «escuelas» de terapia de familia, la
manera en que alguien supervisa ha estado dirigida por el modo en que concibe la terapia.

Así, una exploración de la supervisión en terapia de familia debe comenzar con una mirada al
modo en que se aplica la terapia familiar. Sin embargo, debe ser una visión que vaya más allá del
compendio de técnicas que se emplean en el área. Para realizar una exploración de la supervisión
de forma que se comprenda con claridad lo que ocurre en la terapia familiar, necesitamos
penetrar en el pensamiento que subyace a las técnicas y discernir los valores y supuestos
fundamentales que dieron origen a ellas. Cuando uno contempla la práctica de la terapia familiar
de esta manera, desaparecen muchas de las diferencias aparentes entre las escuelas de terapia
familiar. Pronto quedará claro, sin embargo, qué distinciones son las cruciales.

Retrocediendo al tema de la supervisión de Gil con la familia de David, es importante resaltar que
mi foco de atención como supervisor no se centra demasiado en las dinámicas familiares, al
contrario que el estilo terapéutico de Gil. Creemos que es esencial atender a la persona del
terapeuta. Desafortunadamente, la literatura de la terapia familiar ha puesto a menudo un interés
mucho mayor en la técnica terapéutica que en la propia figura del terapeuta como motor de
cambio. Esta división entre técnicas y el empleo del «yo» del terapeuta apareció muy temprano en
el desarrollo de esta área.

Esto, en parte, constituyó un subproducto involuntario de la necesidad histórica de la terapia


familiar de diferenciarse de las teorías psicoanalíticas. Considérense, por ejemplo, los conceptos
psicodinámicos de «transferencia» y «contratransferencia», conceptos que implican sobremanera
a la figura del terapeuta. Los terapeutas pioneros de la terapia de familia desecharon tales
conceptos por irrelevantes. Ya que los padres y otros familiares del paciente se encontraban en la
sala de consulta, no parecía necesario considerar cómo podría éste proyectar sus sentimientos y
fantasías vinculadas con miembros de la familia en la figura del terapeuta. Pero con el rechazo de
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estos conceptos, la persona del terapeuta comenzó a hacerse invisible en los escritos de estos
pioneros de la terapia familiar. A medida que el clínico desaparecía, todo lo que quedó fueron sus
técnicas.

Con la evolución de la disciplina, los terapeutas de familia aceptaron, copiaron y modificaron


técnicas introducidas por otros clínicos. Por ejemplo, la técnica del abandono del cambio, de Jay
Haley, reaparece en la noción de «paradoja» y «contraparadoja» de la escuela de Milán. La técnica
de la escultura de Virginia Satir fue retomada y modificada a partir de la técnica de la coreografía
de Peggy Papp. Y el genograma, desarrollado por Bowen y Satir, se convirtió en un medio común
para casi todos los terapeutas de familia a la hora de trazar el mapa de las familias.

Por supuesto, en la práctica, la manera en que los terapeutas aplicaban estas técnicas era
preocupante para las familias, clínicos y supervisores. Para la mayoría, sin embargo, este temor no
estaba reflejado en la li-teratura del campo; como mucho de manera adicional. Por ejemplo, en
Families ofthe slums (Minuchin, Montalvo, Guerney, Rosman y Schumer, 1967) escribí:

La elección de la intervención por parte del terapeuta está definitivamente limitada


porque debe operar bajo las demandas organizativas del sistema familiar. Pero esto
conlleva la ventaja de que su autoconciencia, en medio de las «fuerzas del sistema», le
permite identificar las áreas de interacción que requieren modificarse y los medios en que
puede actuar para cambiar sus consecuencias... El terapeuta pierde distancia y está
total-mente dentro del sistema cuando adopta el papel de intercambiar de modo
recíproco con respuestas complementarias que tienden a duplicar lo que cada uno de ellos
habitualmente obtiene de los demás (pág. 295).

Ésta es una descripción bastante compleja del proceso mediante el cual el terapeuta experimenta
y conoce a la familia empleando su auto-conciencia en el contexto terapéutico. No obstante, el
enfoque principal de mis primeros libros no radicaba en el yo del terapeuta, sino en las técnicas
para modificar a las familias. Como me centré en ellos (las familias) más que en nosotros (los
terapeutas), el clínico como portador de las técnicas se convirtió en universal mientras que las
familias se volvieron cada vez más idiosincrásicas.

Otro ejemplo de este proceso de supresión de la figura del terapeuta se puede ver en el modo en
que reapareció de manera modificada mi concepto de «coparticipación» en el término
«connotación positiva» de la escuela de Milán. En Family therapy techniques (Minuchin y Fishman,
1981),* describí «coparticipación» del siguiente modo:

El terapeuta está en el mismo barco que la familia, pero él debe ser el timonel... ¿Qué
cualidades tiene que poseer? ¿Qué puede emplear para guiar la habilidad?...[Él] aporta un
estilo idiosincrásico para comunicarse y un bagaje teórico. La familia necesitará adaptarse
a este bagaje de un modo u otro y el terapeuta necesitará acomodarse a ellos (pág. 29).

El concepto primordial de «coparticipación» se relaciona con dos sistemas sociales idiosincrásicos


(la familia y el terapeuta) que se adaptan el uno al otro.
Cuando la coparticipación se transforma en «connotación positiva», simplemente se convierte en
una técnica de respuesta a las familias.

Lo más conocido de estos intentos de solución fue indudablemente la táctica que


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denominamos «connotación positiva», la cual implica no sólo abstenerse de criticar a


cualquiera de la familia, sino también de interferir directamente con la «conducta
recomendable» de cada uno... Pensando hoy en ello, notamos que la idea de
«connotación positiva», diseñada originalmente como un medio de proteger al clínico de
los contraproducentes enfrentamientos familiares y los abandonos... era un recurso
estratégico débil... (Selvini-Palazzo-li, Cirillo, Selvini y Sorrentino, 1989, págs. 236-237; la
cursiva es nuestra).

La diferencia entre estos dos conceptos no se ubica principalmente en el nivel del contenido. Una
gran parte de la coparticipación guarda relación con la connotación positiva de la forma de ser de
la familia, pero no termina ahí. Mientras que la coparticipación reconoce al terapeuta como un
agente activo, como un instrumento terapéutico único, la connotación positiva sólo lo concibe
como agente pasivo, como un portador de sentido y técnica.

Como hemos resaltado, la desaparición de la persona del terapeuta en la literatura de la terapia


familiar puede atribuirse en parte al contexto histórico en el que se desarrolló la terapia de
familia. Sin embargo, du-rante un largo periodo de esta área, la desaparición del clínico ha sido
intencional más que accidental, como resultado, de hecho, de una elección teórica deliberada.
Una de las principales aseveraciones de este libro es que el campo de la terapia familiar se ha
organizado, a lo largo del tiempo, en torno a dos polos caracterizados por una visión diferente del
papel que el terapeuta podría desempeñar como motor de cambio.

Discutiremos, más adelante en el capítulo, las inquietudes teóricas que han legado algunos
terapeutas de familia en orden a buscar deliberadamente una especie de «invisibilidad» en el
consultorio. Primero, sin embargo, permítanos mostrarle el aspecto de una terapia de familia
cuando es efectuada por un miembro del grupo de clínicos que, en sus prácticas y publicaciones,
concibe al terapeuta como el principal instrumento de cambio del encuentro terapéutico. Este tipo
de terapia familiar se ejemplifica en la siguiente descripción de una sesión dirigida por Virginia
Satir.

LA TERAPIA DE FAMILIA ACTIVISTA


En la década de los setenta, la Clínica Filadelfia para la Orientación Infantil patrocinó varios talleres
sumamente interesantes en los cuales dos terapeutas entrevistarían por separado a la misma
familia durante días sucesivos. Las sesiones fueron observadas y grabadas en vídeo a través del
cristal unidireccional. (El secretismo que caracterizaba al psicoanálisis fue uno de los conceptos
contra los cuales se reveló la terapia familiar.) La idea que escondía este formato fue que, ya que
cada intervención del clínico estaría guiada por sus premisas teóricas, los asistentes podrían
percatarse de la forma en que estos conceptos sobre la naturaleza familiar y el proceso del cambio
tomaban forma en el estilo del terapeuta.

Uno de los primeros participantes fue Virginia Satir, que entrevistó a una familia mixta. El padre y
su hija de dieciocho años fruto de su primer matrimonio vivían con su segunda esposa y su hija de
dieciséis. El hijo de diez años del primer matrimonio vivía con su ex esposa. Ambas familias habían
estado en tratamiento durante aproximadamente un año a causa de sus disputas sobre el hijo. El
padre sentía que su primera esposa era una madre inadecuada y le había demandado para
obtener la custodia. Sus batallas legales se reflejaron en disputas amargas y mordaces entre las
familias. La hija no le había hablado a la madre en un año y el niño padecía severos problemas
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escolares.

Satir era rubia y alta, una diosa que llenaba la habitación con su sola presencia. Cuando entró en el
habitáculo, estrechó la mano de cada uno, se sentó cómodamente y le pidió al muchacho que
fuera a la pizarra y dibujara un organigrama de la familia. Ella charlaba con fluidez, preguntando y
haciendo comentarios personales: «No sé por qué no puedo recordar ese nombre». «Cuando me
siento así...» Desde hacía minutos, había creado una atmósfera de apertura en las que ambas
partes se sentían libres para hablar. Con una postura claramente a favor de todos, Satir procedió a
abordar a cada miembro de la familia, investigando el contenido de cada interacción y
puntualizándolo todo con comentarios amistosos.

Sus comentarios parecían azarosos, pero pronto organizó la información de la familia en una
narración unificada. Consiguió que el marido y su segunda esposa describieran su estilo de
resolución de conflictos y les pidió que representaran una discusión para ella. Después creó dos
esculturas familiares. Pidió al muchacho que se sentara en la rodilla de su madre y a su hermana
en la rodilla de éste. A modo de espejo, sentó al otro subsistema, colocando a la segunda esposa
sobre la rodilla de su marido y a su hija encima de ella. Más tarde solicitó al hijo que saliera,
dejando a la hija de dieciocho años sola sobre la rodilla de la madre. Satir puso una silla muy cerca
de la madre y pidió a la hija que se sentara en ella. Después, arrodillándose junto a ellos en el
suelo, animó a madre e hija a que describieran su resentimiento, el sentimiento de traición, el
amor y sus anhelos. Empleando la simpatía, la enseñanza y la dirección, logró que ambas mujeres
expresaran cuánto se extrañaban. Después solicitó al ex marido que se sentara con ellas. La sesión
finalizó con la posibilidad de que estas dos familias se reunieran a través del amor y no del
conflicto.

No existe relato alguno que pueda dar cuenta de la calidez extrema de aquella sesión o proceso
mediante el cual Satir transformó lo que parecía una implicación fortuita con cada miembro en
una reconciliación entre madre e hija. Estaba claro que su fin era la unión. Ella eligió como blanco
las áreas de contacto, utilizándose a sí misma con tal cercanía emocional que hubiera sido
bastante complicado para la familia resistirse a su dirección. Respecto al estilo, uno podría
argumentar que el nivel de implicación era muy meloso y que ella les empujó a expresar
emociones positivas invalidando y suprimiendo la expresión honesta del conflicto. De cualquier
modo, en el lapso de una hora, fue capaz de ayudar a la familia a apartarse de un año de
interacciones destructivas y a que iniciaran un proceso de relaciones más cooperativas.

La terapia de Virginia Satir fue, por encima de todo, marcadamente particular. Pero su
idiosincrasia sirve como un valioso ejemplo del trabajo de un grupo activista de terapeutas
familiares.

UN PUNTO DE VISTA DISIDENTE SOBRE LA TERAPIA FAMILIAR


A la vez que Satir estaba desarrollando su aproximación a la terapia familiar, ideas muy diferentes
se estaban explorando dentro de la misma área. Gregory Bateson, en el Instituto de Investigación
Mental (MRI) de Palo Alto, estaba utilizando sus sensibilidades combinadas de antropólogo y
cibernético en el intento de ayudar a las familias. Cómo antropólogo, Bateson estaba preocupado
profunda y oportunamente por los peligros de imponer los valores culturales propios sobre otra
persona. Sabía, desde la historia y la teoría, que en su campo es imposible predecir la dirección del
cambio; introduce cualquier alteración en una cultura, por pequeño y bienintencionado que sea, y
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el resultado es imprevisible. El fuerte deseo de Bateson de dejar que las cosas se desarrollen
naturalmente se expresa de manera cariñosa en su «Metadiálogo: ¿por qué se enredan las
cosas?».
HIJA: Papá, ¿por qué se enredan las cosas?
PADRE: ¿Qué quieres decir?, ¿las cosas?, ¿enredarse?
HIJA: Sí, la gente pasa mucho tiempo resolviendo problemas, pero no parece tener dificultades en
meterse en ellos. Parece como si las cosas se complicaran por sí mismas. Y después otra vez hay
que salir del atolladero.
PADRE: ¿Pero tus cosas se hacen un lío sin tocarlas?
HIJA: NO, no si no las toca nadie, pero si tú o alguien las tocara se lía-rían más que si hubiera sido
yo.
PADRE: SÍ, ésa es la razón por la que trato de mantenerte lejos de las cosas de mi escritorio.
Porque mis cosas se enredan más cuando las toca alguien que no sea yo.
PADRE: ¿Pero por qué siempre las personas enredan las cosas de los demás? ¿Por qué, papi?
(Bateson, 1972, pág. 3).

Como cibernético, Bateson mantiene una perspectiva epistemológica que refuerza y amplía sus
preferencias estéticas para «dejar a las cosas ser». Cuando la cibernética persigue la explicación de
un evento, no investiga las explicaciones positivas del mismo. Más bien, considera toda la gama de
eventos que podrían haber acontecido y después se pregunta: «¿Por qué no han ocurrido?».

En el lenguaje cibernético, se dice que el curso de los acontecimientos está sujeto a


restricciones y se asume que (aparte de tales restricciones), los caminos del cambio están
gobernados sólo por la igualdad de probabilidad... El método cibernético de la explicación
negativa sugiere esta pregunta: ¿existe alguna diferencia entre «estar en lo cierto» y «no
estar equivocado»? (Bateson, 1972, págs. 399,405).

Cuando las preocupaciones intelectuales y estéticas de Bateson se extrapolaron a la tarea de


ayudar a las familias, el resultado previsible fue una preocupación máxima por su parte sobre la
introducción de cualquier cambio que produjera un desequilibrio familiar imprevisible. Rechazó la
teoría psicoanalítica, pero su postura durante las entrevistas familiares, como la del antropólogo
que recopila datos, reflejaba la pre-ocupación psicoanalítica de evitar toda intrusión en el área
psicológica del cliente. Así, Bateson introdujo una tradición muy diferente en el área de la terapia
familiar, una tradición del entrevistador cauteloso y reservado, que con el tiempo llegó a centrarse
más en qué no hacer en la terapia («no equivocarse») que en lo que debería hacerse («estar en lo
correcto»).

El trabajo del grupo del MRI, entre cuyos fundadores se incluye a Virginia Satir, comenzó su
terapia familiar con la devoción intervencionista de la época. Pero después, especialmente bajo la
influencia de Paula Watzlawick, crecieron las inquietudes, iniciadas por Bateson, sobre los
aspectos potencialmente disgregadores de la intervención. Watzlawick enseñó que los intentos de
solución son precisamente los que crean problemas humanos en primera instancia. Así pues, la
terapia debería ser breve y mínimamente intervencionista.

La introducción por parte de Bateson de una postura neutral y reflexiva planteó automáticamente
un rompecabezas para aquellos terapeutas familiares que anhelaban seguir este acercamiento en
la práctica terapéutica. ¿Cómo podría controlarse la influencia del terapeuta en la sesión?
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Para el psicoanalista, la herramienta para controlar las respuestas contratransferenciales era la


autoconciencia desarrollada a través del entrenamiento analítico. Pero no existía ningún
equivalente al entrenamiento analítico disponible para el terapeuta familiar. Así que a aquellos
que deseaban seguir la postura terapéutica reflexiva, no les quedaba otra opción que crear
controles externos sobre sus intervenciones terapéuticas.

En este empeño, el grupo más ingenioso fue la escuela de Milán, cuyos métodos serán descritos
más detalladamente en el capítulo cuarto. Para controlar la intrusividad del terapeuta, crearon un
«equipo terapéutico» de observadores situados detrás del espejo unidireccional ante el cual el
terapeuta de la sesión era responsable. Cambiaron el «yo» del terapeuta por el «nosotros» del
equipo y trabajaron para activar un proceso de cambio en los miembros de la familia para cuando
estuvieran fuera de la sesión y de la influencia del terapeuta. Los terapeutas se veían a sí mismos
como mediadores objetivos en la distancia, lanzando los «guijarros psicológicos» que crearían
ondas en la familia.

La terapia intervencionista versus la terapia pasiva


Nuestro recorrido acerca de cómo se practicó la terapia familiar ha revelado que, a lo largo de su
breve historia, este campo ha sido poblado por dos clases de terapeutas. La diferencia entre los
dos grupos radicaba en el grado en que defendían el empleo del yo para producir el cambio. En un
extremo se encuentra el terapeuta intervencionista, que practica la terapia activa comprometida
del «inténtalo, inténtalo nuevamente» producto de los años sesenta, con todo su optimismo,
energía, experimentalidad, creatividad y candor.

Padre: Jimmy es muy, pero que muy rebelde. No puedo controlarle.


Terapeuta: Pídale a Jimmy que traiga su silla aquí y hable con él. Jimmy, quisiera que le
escucharas. Después dile lo que piensas. ¡Y la madre que no interrumpa!
En el otro extremo se encuentra el terapeuta pasivo:
Padre: Jimmy es muy, pero que muy rebelde. No le puedo controlar. Terapeuta: ¿Por qué
cree que sucede?

El terapeuta puede formular otras cuestiones, animar a que se explore el sentido. Será atento y
respetuoso, cuidadoso para no imponer sus propios prejuicios sobre el padre y el hijo. Es una
terapia de mínimos.

El terapeuta moderado ha encontrado justificación intelectual para su estilo terapéutico


minimalista en varias fuentes. Durante la década de los ochenta, los cimientos teóricos de Bateson
se complementaron con ideas importadas del trabajo de los científicos chilenos Humberto
Maturana y Francisco Varela (1980). Sus investigaciones habían demostrado que la percepción del
mundo externo por parte de un organismo está ampliamente determinada por su estructura
interna. En algunos círculos se sacó mucho partido de un experimento donde el ojo de un tritón se
giró 180 grados. Cuando un insecto en movimiento se colocaba enfrente de él, el tritón saltaba
desorientado y trataba de capturarlo creyendo que el insecto estaba situado tras él (Hoffman,
1985).
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Las fútiles objeciones en base a fundamentos biológicos (que el ojo y cerebro mamíferos son de
diferente orden que el reptil) y humanos (que los seres humanos y sus interacciones no están
confinadas a cuestiones de neurobiología), no disuaden a algunos terapeutas pasivos de su triunfal
marcha hacia la conclusión lógica: la realidad objetiva no se puede conocer. Si cada organismo
responde primariamente a su propia estructura interna, entonces ninguno puede provocar
directamente un estado determinado en lugar de otro.

Para los practicantes de la terapia pasiva, un corolario terapéutico parecía más que evidente: es
imposible para el clínico generar cambios en blancos terapéuticos específicos en una familia. Por
tanto, la terapia debería ser «no intervencionista», una simple conversación entre personas.

En los noventa, el terapeuta pasivo dio un giro hacia el constructivismo social (Gergen, 1985) y el
posmodernismo de M. Foucault (1980) en busca de apoyo e inspiración. El constructivismo social
subraya el hecho de que el conocimiento no es una representación de la realidad externa, sino un
consenso construido por individuos que hablan «un mismo lenguaje». El posmodernismo de
Foucault añade la observación de que la conversación está gobernada por amplios discursos
socioculturales y prevalecen ciertas perspectivas mientras que se obvian y marginan otras. Bajo la
influencia de estas escuelas de pensamiento, el terapeuta pasivo ha venido a centrarse en el
lenguaje y la narrativa. El clínico realiza a sus clientes preguntas que les brindan la oportunidad de
reconsiderar ciertos significados y valores que hasta la fecha habían sido considerados como
«definitivos» y normativos. El terapeuta crea de este modo un contexto dentro del cual se invita a
los clientes a recapitular sus vidas deshaciéndose, en el proceso, de la opresión de los discursos
culturales constrictivos.

No cuestionamos la importancia del constructivismo social ni del posmodernismo para entender


los fenómenos sociales, pero, según nuestra percepción, la terapia no debería ser un mero
ejercicio de entendimiento y menos de tipo abstracto o académico como el postulado por el
análisis posmodernista. Por el contrario, la terapia debería estar orientada hacia la acción. Es una
cita relativamente breve entre una familia y un terapeuta, con la meta explícita de aliviar un
estrés. Aplicar las ideas constructivistas y posmodernistas de modo literal a tales encuentros senos
antoja como un ejemplo de lo que Bateson llamaría un «error de categoría», una aplicación
errónea de un concepto desde un nivel de abstracción a otro.

Harlene Anderson describió de la siguiente manera el cambio en las bases teóricas que acompaña
a la práctica constructivista:

DE A
Conocimiento como objetivo y fijo—sujeto y Conocimiento creado socialmente y
conocimiento como independientes generativo—interdependiente
Lenguaje como representacional, reflejo fiel de Lenguaje como manera en que
la realidad experimentamos la realidad; herramienta con
que le damos sentido
Sistemas sociales como cibernéticos, Sistemas sociales como unidades sociales
imposición de orden, unidades sociales configuradas y producto de la comunicación
definidas por la estructura y el papel social
Terapia como una relación entre un Terapia como colaboración entre personas con
experto y personas que requieren ayuda diferentes perspectivas y experiencia
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En ninguna columna se encuentra incluida la palabra «familia». La conceptualización de la familia


como la unidad social significativa que genera definiciones idiosincrásicas del «yo» y los «otros»
desaparece virtualmente. La idea factible de familia como sistema social, en la cual se moldean los
patrones de experiencia, es reemplazada por la noción de «sistema de lenguaje» como unidad
social. Entretanto, al terapeuta se le resta la flexibilidad mediante el imperativo ideológico de que
opere únicamente en posturas colaborativas, simétricas. Desaparece su libertad para cuestionar,
actuar, opinar o comportarse en el despacho como la persona compleja y multifacética que es
fuera de él. Todo lo que le queda en su papel de terapeuta es actuar como un entrevistador
distante y respetuoso.

Como grupo, los terapeutas constructivistas se han esforzado en crear una terapia de apoyo y
respeto a sus clientes. En su práctica, la patología es empujada fuera de la familia para situarla en
la cultura que la rodea. El terapeuta se ciñe a un lenguaje gobernado por el imperativo de ¡ ser
respetuoso. En estas aproximaciones, el clínico se convierte en el recolector de las historias
familiares. Funciona como la persona a quien los miembros de la familia dirigen sus relatos y que
los une.

Los terapeutas pasivos han llegado lejos desde que Bateson defendiera una terapia democrática
del significado y, en el proceso, han llegado a una conceptualización totalmente diferente sobre la
posición de los individuos en el contexto. En el marco de pensamiento de Bateson, las inte-
racciones de los miembros de la familia sostienen el funcionamiento familiar, su visión de ellos
mismos y del otro. El pensamiento, expresado en términos científicos de sistemas y ecología, es
profundamente moral. Implica responsabilidad mutua, compromiso con el todo, lealtad y protec-
ción entre sí, esto es, pertenencia.

Obliga al clínico y al científico social a centrarse en las relaciones entre el individuo, la familia y el
contexto. El constructivismo contemporáneo, sin embargo, ha adoptado una postura moral
distinta. Se centra en el individuo como víctima del lenguaje restrictivo que implica el discurso
invisible dominante en boga. La respuesta al constreñimiento cultural es una postura de liberación
política, de desafío cultural a través del cuestionamiento de los valores y significados aceptados.

Esta posición renuncia a la responsabilidad de los miembros de un grupo en favor de una filosofía
de liberación individual. Para los que defienden esta postura, por tanto, el contacto idóneo entre
las personas se caracteriza por el respeto mutuo pero sin compromisos. Creemos que esta noción
refleja la visión posmoderna pesimista sobre nuestra cultura, el desencanto con el Estado y la
convicción de que las limitaciones sociales son perjudiciales para el individuo.

Desde el punto de vista del terapeuta de familia intervencionista, el terapeuta pasivo se centra en
el contenido y la técnica de interrogar secuencialmente a los miembros de la familia situándose en
una posición central que despoja a la situación terapéutica de su recurso más valioso: el
compromiso directo existente entre los familiares. Todos los elementos no verbales, la
irracionalidad y todo el afecto de la interacción familiar se han perdido. Como resultado de ello,
algunas de las más importantes ventajas del movimiento de la terapia familiar quedan
abandonadas.

Para el terapeuta intervencionista, la familia constituye el contexto privilegiado en el cual las


personas pueden expresarse de manera más plena y en toda su complejidad. Así, la interacción
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familiar, potencial-mente destructiva o curativa, sigue ocupando un lugar fundamental en la


práctica. Para nosotros, la vida familiar es tanto drama como historia. Como drama, la vida familiar
se desenvuelve en el tiempo. Tiene un pasado, expresado en historias narradas por los personajes.
Pero también es presente, que se desarrolla en las interacciones de estos personajes. Y como el
drama, la vida familiar es también espacial. Los miembros de la familia se comunican entre sí con
gestos y sentimientos tanto como con palabras.

El proceso de cambio ocurre a través del compromiso del terapeuta con la familia. El terapeuta es
un catalizador del cambio familiar (a diferencia del catalizador físico, él mismo podría alterarse en
este proceso).

Cualquier acontecimiento terapéutico que se produzca durante la terapia se debe a este


compromiso. Así, el terapeuta traslada el drama familiar al consultorio, generando un contexto
donde se anima a los miembros de la familia a interactuar directamente con el otro. El terapeuta
escucha el contenido, los temas, relatos y metáforas, pero también observa. ¿Dónde se sientan las
personas? ¿Cuál es la posición relativa de los miembros de la familia? Atiende al movimiento: las
diferentes entradas y salidas, los movimientos de los familiares entre sí. Observa los gestos:
cambios sutiles en la postura, los toques aparentemente casuales mediante los cuales los
miembros de la familia se avisan entre sí; los límites que definen las afiliaciones, las alianzas y las
coaliciones comienzan a aflorar. Cuando esto sucede, el terapeuta empieza a experimentar las
fuerzas familiares. La familia empuja y atrae, induce al terapeuta al papel de juez, mediador,
aliado, oponente, pareja, padre e hijo. El terapeuta desarrolla una comprensión experimental de
los patrones interactivos familiares elegidos y a su vez comienza a sentir las alternativas
subyacentes que podrían llegar a ser accesibles. Ahora podría emplear sus respuestas personales
para guiar sus intervenciones, quizás incluyéndose de forma resuelta en el drama familiar.

Intervenir de este modo conlleva sus problemas. Añade otra fuerza a una área interpersonal de
por sí ya sobrecargada. Pero la respuesta a este problema no estriba en evitar el compromiso sino
en controlarlo.

El terapeuta debe actuar como participante en el drama familiar y como observador. Es


importante comprometerse, y también es vital salirse, animando a los miembros de la familia a
que interactúen directamente entre sí. Es básico dejarse atraer por la emotividad del área pero
también observar. Es el punto medio lo que otorga a las intervenciones del terapeuta su poder de
cambio. Provoca a la familia para que responda, y después estudia su respuesta. Si las
intervenciones del clínico han sido útiles, los miembros de la familia se descubrirán relacionándose
de una forma novedosa, generadora de desarrollo y enriquecimiento. La curación sucede en estos
momentos y los sanadores son el terapeuta y los mismos familiares.

El terapeuta familiar intervencionista acepta las responsabilidades de la intervención. Necesita


concienciarse de su ignorancia y de sus conocimientos. Precisa saber cómo las normas sociales
moldean a la familia. Necesita conocer los factores fisiológicos, culturales y económicos. Debe
saber que él mismo está limitado por su propia historia. Pero a pesar de estas limitaciones, debe
hacer algo más que escuchar.

El terapeuta de familia, sea pasivo o intervencionista y con independencia del marco teórico, es un
agente de cambio. Modula la intensidad de sus intervenciones de acuerdo con las necesidades de
la familia y de su propio estilo personal. El terapeuta pasivo se mueve bajo mínimos en un
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 11

espectro de baja intensidad, conformándose con ayudar a los miembros de la familia a que
entiendan cómo construyen sus historias. Su meta es proveer un contexto neutral para
«conversaciones terapéuticas». Un terapeuta intervencionista, por el contrario, actúa bajo
mínimos en un espectro de alta intensidad, quizás representando el conflicto familiar yendo a
comer con un cliente anoréxico y su familia (Minuchin, Rosman y Baker, 1978).

Pero sea el terapeuta cuidadosamente neutro o todo lo contrario, siempre será un


«perfeccionador». Se introduce en las familias (como sanador, profesor, resonador) para un viaje
experimental. E inevitablemente traerá consigo ideas preconcebidas sobre la familia. ¿Cómo se
traban las familias? ¿De qué recursos dispone esta familia para resolver conflictos? Tales ideas se
pueden formular o permanecer sin examinar pero, de forma explícita o no, organizarán el
contenido que escuche el terapeuta y determinará a qué interacciones atiende y cómo responder
a ellas. Es más, el estilo personal que haya desarrollado a través de las experiencias de su vida
modelará sus intervenciones.

A su vez, la familia presenta sus propias ideas preconcebidas y sus propios estilos. Es un sistema
social que refleja, inevitablemente, los sistemas políticos, históricos y culturales en los cuales se
envuelven, a la manera de un conjunto de muñecas rusas. La familia comparte algunos universales
con el terapeuta; mantienen en común el lenguaje, ciertos conceptos sociales y valores porque
conviven en un mismo espacio y tiempo. Si fuera de otra forma, la familia y el terapeuta no
podrían entenderse el uno al otro. Sin embargo, las actitudes que comparten pueden conducir a
mantener los mismos puntos ciegos.

Es importante reconocer qué es lo que desconocemos. Pero también es vital para el terapeuta
conocer qué es lo que sabe y albergar un conocimiento propio. La postura de desconocimiento del
terapeuta pasivo no puede eludir los sesgos, la experiencia, los conocimientos con los cuales
funcionan los seres humanos; sólo puede oscurecerlos. Los clínicos no pueden escaparse de la
noción de «familia funcional» que les guía; y, más a menudo de lo que quisieran, de sus nociones
acerca del ajuste correcto (al menos sobre uno mejor) entre la familia y la sociedad.

Nuestra cultura puede cambiar más rápido que nuestra conciencia, pero parece que alguien que
pretenda ser un terapeuta de familia debería tener alguna idea de lo que es la familia. Si vamos a
intervenir en los miembros de una familia para incrementar la flexibilidad de su repertorio o aliviar
dolor y estrés, nuestra actuación debe estar guiada por una comprensión juiciosa del contexto en
el cual estamos actuando. Los dos capítulos siguientes giran en torno al estudio de las familias; lo
cual, paradójicamente, recuerda la historia del rabino del prefacio: todas son iguales y a la vez
diferentes.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 12

Cap. 3 FAMILIAS UNIVERSALES


Todas las familias son semejantes

Un terapeuta de familia debe comprender cómo la etnia, la clase, y otros factores sociales
tienen implicaciones en la estructura familiar y su funcionamiento, y por lo tanto en la
terapia familiar. Pero existen ciertos imperativos relativos al desarrollo que son más
universales que los referidos al contexto. Los padres necesitan cuidar a los hijos. Ciertos
requerimientos son apropiados para determinadas etapas evolutivas. La configuración y
organización de la familia determinan sus dinámicas. Los componentes de la familia
presentan edades diferentes y, por lo tanto, necesidades distintas que pueden entrar en
conflicto. Y la lista continúa. El terapeuta familiar, durante su reconocimiento de la
diversidad de los esquemas familiares, en su aspecto histórico y actual, cree que existen
principios supraordinales que guían la terapia. Éste capítulo presenta un modelo de
conceptos familiares que conforman un paraguas bajo el cual distintos terapeutas pueden
experimentar con procedimientos diferentes y ser, con todo, capaces de generalizar y
comunicarlos de forma útil.

La construcción de la familia

Una familia es un grupo de personas, unidas emocionalmente y/o por lazos de sangre, que
han vivido juntos el tiempo suficiente como para haber desarrollado patrones de
interacción e historias que justifican y explican tales patrones. En sus interacciones
modeladas con el otro, los miembros de la familia se construyen entre sí. Esta
construcción complementaria en la red familiar de intercambios es una circunstancia
buena y mala a la vez. Significa que los miembros de la familia siempre están funcionando
por debajo de su capacidad. Existen aspectos del yo que no se activan en los papeles y
patrones familiares habituales, y eso es una pérdida. Pero la vida en común también tiene
la comodidad de una cierta predictibilidad y el sentido de pertenencia.

Los componentes de la familia adaptan a los papeles familiares esos roles y funciones
asignadas. Esta adaptación fomenta un funcionamiento fluido, la anticipación de
respuestas, la seguridad, la lealtad, y la armonía. Eso también significa que las novedades
se convierten en rutina, que la espontaneidad se coarta y que el crecimiento se restringe.
Puede llegar a implicar aprisionamiento en los moldes interpersonales y aburrimiento. Pero
siempre existen posibilidades para la expansión.

La construcción complementaria de los miembros familiares requiere largos periodos de


negociación, compromiso, reorganización y competición. Tales intercambios son normalmente
invisibles, no sólo como consecuencia de que el contexto y el sujeto cambian constantemente sino
también porque son, en general, la esencia de lo minucioso. ¿Quién pasa el azúcar? ¿Quién
comprueba el mapa para las direcciones, elige la película o cambia el canal? ¿Quién responde a
quién, cuándo y de qué modo? Éste es el cemento que emplean los miembros familiares para
solidificar sus relaciones. ¿Quién está incluido? ¿Cuál es el nivel de proximidad e intimidad?
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 13

¿Quién es responsable de quién? ¿Quién está excluido, quién es el chivo expiatorio, de quién se
abusa? ¿Cuáles son los detonantes que incrementan el placer o aumentan la tensión? ¿Y cuáles
son los mecanismos más frecuentes para reducir los conflictos?

En cientos de pequeñas maneras, los miembros de la familia desarrollan estilos preferentes para
intercambiar sus verdades sobre el yo y el tú, y la manera en que nos relacionamos. Las familias
mantienen algunas de estas «verdades» acerca de su idiosincrasia mientras cambian otras a
medida que evolucionan. Los componentes de la familia pueden descubrir maneras alternativas y
espontáneas de relacionarse y, cuando esto sucede, la flexibilidad del funcionamiento familiar se
incrementa. Pero la mayoría de las veces, los familiares permanecen previsibles el uno para el
otro.

La expectativa de predictibilidad permite una «coreografía» vital parsimoniosa, un ahorro de


energía que conlleva el hecho de relacionarse. Pero existe también un elemento coercitivo en las
demandas de lealtad a los roles familiares, ya que el crecimiento o el cambio de algún miembro
puede experimentarse como traicionero.

Un terapeuta familiar, entrenado en la observación y clasificación de patrones, puede anticipar el


movimiento de las piezas en el tablero familiar, tal y como lo hace un maestro ajedrecista. El
terapeuta observa las características formales del juego. ¿Quiénes son los jugadores alrededor de
ciertos temas? ¿Quién forma una coalición contra otros? ¿Cómo se está alimentando, apoyando y
vigorizando al débil? Tales parámetros definen la estructura familiar.

He desarrollado previamente algunos conceptos sobre la organización familiar (Minuchin, 1974)


que serán resumidos aquí. Tales conceptos no pretenden ofrecer una descripción exhaustiva, o
científicamente rigurosa, del funcionamiento familiar. Sólo son una organización que he impuesto
a mis observaciones.

En honor a la verdad, no existe algo como la «estructura familiar». La estructura familiar es sólo un
sistema que el terapeuta impone a los datos que observa. Creemos que un terapeuta debe poseer
un marco que ofrezca un modo de organizar y pensar acerca del bullicioso y complejo mundo de la
familia. Pero la estrategia tiene todos los peligros que ésta conlleva.

Cuando el terapeuta observa bajo un punto de vista, tiende a ver ciertos datos de forma más clara,
datos a los cuales ya se les había asignado importancia. Un genograma es otro ejemplo de este
tipo de construcción artificial. Como instrumento para organizar la información es valioso,
altamente útil por su inclusión de la participación histórica y actual, pero también mantiene su
propio tipo de sesgo.

De todas maneras, he encontrado útiles las construcciones estructurales. Diseñadas para ser
heurísticas y clínicamente sugerentes, ayudan al terapeuta a organizar sus percepciones y
pensamientos de manera que le lleven a intervenciones eficaces. También organizan las
observaciones de las interacciones, así como el material verbal. Así, pueden ser útiles con este
rango de familias que confía más en las relaciones que en las historias familiares.

El concepto de «estructura familiar» trata algunos universales de la vida familiar: cuestiones de


pertenencia y lealtad, de proximidad, de exclusión y abandono, de poder, de agresión; tal y como
son reflejadas en la formación del subsistema, la permeabilidad de los límites, la afiliación y la
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 14

coalición. El terapeuta que emplea un marco estructural no puede ser objetivo, pero mantengo
que ningún terapeuta puede serlo. Y la oportunidad favorece a la mente preparada.

Sistemas familiares
Cada sistema familiar encierra un número de subsistemas. Cada individuo de la familia es un
subsistema de esa familia. Las diferencias de edad crean subsistemas familiares; los adultos de la
familia constituyen un subsistema, los niños otro. En una cultura que prescribe roles sexuales
diferenciados el género crea subsistemas: el subsistema masculino y el femenino. En una familia
mezclada, los lazos de sangre y la historia entre el padre y el hijo pueden originar subsistemas:
«hijos de él», «hijos de ella».

Los desafíos cotidianos que constituyen el material de la vida familiar conducen a rangos
aceptados de proximidad entre varios subsistemas de la familia. Los subsistemas pueden, así,
concebirse como rodeados por límites de una permeabilidad variable. Si un padre es muy cercano
a su hijo, se dice que este límite entre ellos es permeable.

De modo complementario, la madre puede estar relativamente desapegada respecto a padre e


hijo; el límite entre el subsistema padre-hijo y la madre es entonces denominado «rígido». En
otras familias, los límites entre el subsistema de los padres y el de los hijos podrían ser
extremadamente permeables, reflejando así la participación de los niños en interacciones de los
padres entre sí y/o la intrusión de los padres en el funcionamiento de los niños. La metáfora del
«límite» puede parecer abstracta, pero tiene su utilidad en la terapia, como demostraremos más
adelante en el libro.

Las negociaciones cotidianas de la vida familiar también establecen patrones (o incomprensiones)


acerca del uso del poder de la familia. La jerarquía puede concebirse como un aspecto de la
organización de la vida familiar. ¿Qué subsistemas ejercen poder sobre los restantes? ¿De qué
manera se ejerce poder? ¿De forma coercitiva y autoritaria, o invita a la discusión y tolera el
disentimiento? ¿Se acepta el uso de autoridad en la familia o se le ofrece resistencia y oposición?

Mapas familiares

Las respuestas a estas preguntas esbozan un dibujo de la familia que llamaremos mapa
estructural. Un terapeuta familiar estructural evalúa tales mapas mediante el empleo de
conceptos como configuración familiar y evolución familiar. La configuración familiar hace
referencia a la demografía de una familia. ¿Es la familia en cuestión de tipo «tradicional» nuclear
compuesta por dos padres? ¿Es familia de un solo padre o mixta? Quizás se trate de una familia
extensa con miembros de una o dos familias que vivían originalmente juntos en una casa o que
jugaban un papel muy activo en el día a día de la vida familiar. Quizás la pareja sea gay o lesbiana.

Las distintas configuraciones familiares efectúan demandas funcionales diferentes sobre los
miembros de la familia. Así, una estructura familiar que podría ser adaptativa para un
determinado tipo de familia, pudiera ser desadaptativa para otra. Un alto grado de proximidad
entre madre e hijo que podría ser disfuncional en una familia con dos padres, lo que resultaría en
una marginación del padre, podría ser considerado perfectamente normal y funcional en una
familia mixta en la cual madre e hija compartan una historia que antecede a la relación de la
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 15

madre y su nuevo esposo. La conducta de un abuelo podría verse como socavadora de la


autoridad paterna en una familia nuclear de dos padres, pero podría ser perfectamente necesaria
y útil en una familia de un solo padre o en un sistema familiar extenso.

El concepto de evolución familiar se basa en el hecho de que las culturas invariablemente


prescriben conductas distintas para los individuos en diferentes etapas del ciclo vital. La cultura
contemporánea norteamericana, por ejemplo, espera que los adolescentes piensen y se
comporten de modo distinto a los niños más jóvenes o a los adultos. De manera similar, existe una
presión social para que los jóvenes adultos desarrollen cierto modo de independencia respecto a
sus padres (un tipo de independencia que las circunstancias económicas actuales frecuentemente
impiden).

La familia, como constructora de la identidad de sus miembros, debe organizarse a sí misma para
adecuar las prescripciones socioculturales a la conducta de sus miembros. En la medida en que
tales prescripciones varían como respuesta al crecimiento y circunstancias cambiantes, la familia
debe alterar su estructura con el fin de adecuarse mejor a las nuevas necesidades y a expectativas
revisadas.

Todo esto significa, desde un punto de vista clínico, que la misma estructura familiar que es
adaptativa en una determinada etapa, puede ser disfuncional en otra. En etapas tempranas del
desarrollo familiar, la formación de la pareja requiere de una cantidad y calidad en la implicación
entre ambos miembros que debe cambiar una vez que entren los hijos en escena. Y las familias
con niños pequeños requieren un grado de implicación entre padres e hijos que podría resultar
asfixiante para los adolescentes.

Los conceptos de «configuración familiar» y «evolución familiar» permiten al terapeuta evaluar el


mapa estructural que haya dibujado de una determinada familia. Ponen normas a la luz de las
cuales la adaptación relativa de una estructura familiar puede ser evaluada. El terapeuta sabe que
tales normas no son universales. Son específicas para una determinada época y un contexto
cultural concreto. El uso clínico de tales conceptos en modo alguno contradice la comprensión de
la variedad de formas familiares; lo que se asume es que cada familia debe encontrar el modo de
llegar a un acuerdo con el contexto sociocultural en el cual se mueve.

Conflicto familiar

Las familias son sistemas complejos compuestos por sujetos que necesariamente ven el mundo
desde sus propias perspectivas únicas. Tales puntos de vista mantienen a la familia en estado de
tensión equilibrada, como en los nudos de una cúpula geodésica. La tensión se encuentra entre el
sentido de pertenencia y la autonomía —entre el yo y el nosotros—. Las tensiones se activan
diariamente en cada familia, en cientos de interacciones, en cualquier punto donde se toma una
decisión significativa o incluso poco importante. Existe siempre la negociación. ¿Lo haremos a mi
manera, a la tuya, o llegaremos a un acuerdo? Al igual que los patrones formados por los estilos
preferidos de los miembros familiares a la hora de verse a sí mismos y a los otros, el manejo del
conflicto llega también a estar modelado.

Los miembros familiares aceptan la experiencia de los miembros familiares individuales; si ella es
contable, dejémosle hacer el balance del talonario de cheques. El hermano mayor es un hombre
de negocios; si nos dejas columpiarnos puedes montar en nuestros triciclos. Una familia puede, de
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 16

forma explícita, estar de acuerdo con que los modos del padre son mejores; todos debemos
intentar ser como él. O puede que adopten sus maneras sin darse cuenta de ello; el padre
aborrece las serpientes, por tanto nosotros nunca iremos a la «casa de los reptiles». De forma
alternativa, los miembros de la familia pueden, en las negociaciones, desarrollar maneras
totalmente novedosas de tomar decisiones, las cuales se convierten en nuestra forma, la forma
familiar. Pero algunas cuestiones de desacuerdo son tan difíciles de resolver que la familia tiende a
crear «espacios en blanco». Capítulos enteros de experiencia que están cerrados herméticamente,
que no se afrontan, con el resultado de un empobrecimiento de la vida familiar.

En algunas ocasiones, cuando los miembros familiares se encuentran con desacuerdos


irresolubles, se organizan jerárquicamente, empleando la autoridad como un medio de zanjar la
cuestión. El contenido tiende a desaparecer y los miembros familiares toman posiciones
polarizadas. En algunas ocasiones, personas de la familia extensa son reclutadas como aliadas en
el conflicto, estableciéndose una tregua armada que cierra las negociaciones.

La jerarquía puede ser necesaria y útil. La diferenciación de funciones y la aceptación de la


experiencia y la autoridad de un miembro sobre ciertas áreas particulares mejoran el
funcionamiento. En familias con hijos, la autoridad de los padres, empleada para resolver
conflictos, puede ser saludable y los hijos aprenden del proceso. Pero cuando el poder manifiesto
se convierte en el modo de imponer soluciones, normalmente se convierte en algo desadaptativo.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 17

CAP 4. TERAPIAS DE FAMILIA


Práctica clínica y supervisión

El clásico japonés Musashi Miyamoto describe la formación del gran samurai Musashi. Comienza
cuando Musashi se encuentra con un monje sabio y anciano que se da cuenta del potencial y el
talento de este joven rebelde que ha estado tiranizando al pueblo.

Decidido a educar a este hombre salvaje, el viejo monje desafía primero a Musashi a luchar contra
él con toda su fuerza. Musashi, un experimentado luchador callejero, se ríe de la idea de desafiar
al aparentemente endeble monje. Pronto descubre, sin embargo, que incluso con su fuerza física
no puede vencer al monje, que simplemente evita la confrontación directa con él. En este proceso
de jugar al escondite, el monje engaña a Musashi para que éste perfeccione sus artes de lucha de
un modo que sólo le quedará claro mucho más tarde.

Encolerizado por su incapacidad para capturar al monje, el pupilo desagradecido le busca por todo
el templo donde vive, sólo para encontrarse a sí mismo atrapado al final por el monje, esta vez en
una biblioteca sin salida. Después de meses gritando obscenidades en vano, Musashi finalmente
sienta la cabeza y comienza a leer los muchos libros y extraños manuscritos de la estancia donde
se mantiene confinado durante diez años. Durante este periodo, se dan numerosos encuentros
entre Musashi y el monje, y con cada experiencia las habilidades de Musashi son cada vez más
refinadas.

Un día, Musashi se encuentra la puerta de la biblioteca abierta. Al otro lado de la puerta se


encuentra el monje, que le dice que le ha enseñado todo lo que sabe y que, a partir de ahora,
Musashi deberá continuar aprendiendo por sí mismo. Así, Musashi comienza la gran aventura de
convertirse en el más grande samurai de la historia.

La historia de este profesor comprometido consigo mismo y de su desmotivado alumno se


encuentra en lo profundo de nuestras fantasías como estudiantes y profesores. Para los
profesores, la historia demuestra que los conflictos de poder son inevitables en el proceso de
aprendizaje interpersonal. Para aquellos de nosotros que deseamos encontrar un profesor muy
comprometido con nuestro crecimiento y rendimiento, a pesar de nuestra estupidez y resistencia,
la experiencia de Musashi con el monje es el encuentro de una vida. Sin embargo, para los que son
sensibles a las jerarquías y las cuestiones de control, este método del entrenamiento del samurai
podría ser una experiencia de aprendizaje espeluznante.

El drama de la relación en el aprendizaje nos aporta temas y significados variados para cada
persona. El campo de la terapia familiar siempre se ha enorgullecido de su diversidad, como se
refleja en sus muchas escuelas diferentes de pensamiento. La misma diversidad se presenta en el
entrenamiento.

En los noventa, la terapia familiar es una práctica establecida. Las primeras oposiciones contra la
dictadura del psicoanálisis han sido reemplazadas por la preocupación por la efectividad en áreas
discretas. El en-trenamiento de los terapeutas familiares no está relegado a institutos
especializados, sino que en vez de ello tiene lugar en las universidades, en los departamentos de
trabajo social, psicología, psiquiatría y enfermería. Los programas que otorgan el grado de máster
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 18

en terapia familiar han florecido en numerosos puntos de Estados Unidos y del extranjero, y
continúa expandiéndose el alcance de su aplicación potencial. Ya no existe un centro teórico para
la disciplina; los programas de entrenamiento advierten de su adhesión a una escuela en
particular, y existe una fuerte polémica entre los discursos rivales de los terapeutas
intervencionistas y los pasivos. Pero la terapia familiar de los noventa, cualquiera que sea su
aproximación preferencial, da por establecido aquello que ha llegado a ser del dominio público en
la teoría y la práctica, sin ni tan siquiera un gesto de reconocimiento hacia sus orígenes.

Nuestra labor en este capítulo será proveer de una visión general de las numerosas formas en que
se ha conducido la terapia familiar y en que han sido entrenados los terapeutas en su práctica.
Para dotar de una cierta organización a nuestro esquema, volveremos a la división del campo
entre terapeutas intervencionistas y pasivos. Esta distinción es, de alguna manera, artificial y los
terapeutas que han sido agrupados juntos no necesariamente se verán a sí mismos como
semejantes; pero la agrupación ayuda a arrojar luz sobre los importantes puntos en común y las
diferencias entre las principales aproximaciones a la terapia sistémica.

LAS TERAPIAS INTERVENCIONISTAS

Hemos elegido a cuatro terapeutas entre los pioneros de la terapia familiar para representar al
grupo intervencionista de terapeutas. Nuestra selección es de algún modo arbitraria y se basa, en
parte, en el hecho de que ya poseemos grabaciones de sus trabajos desde las cuales describir sus
estilos clínicos. A pesar de que son marcadamente diferentes, todos ellos transmiten la sensación
de un compromiso personal con el proceso terapéutico, lo que constituye el auténtico sello del
grupo. En el capítulo 5, se discutirá e ilustrará mi propio estilo terapéutico, y en la segunda parte
del libro ese estilo será elaborado en las historias de supervisión por nueve de mis estudiantes y
colegas.

Virginia Satir

El estilo cálido y próximo de Virginia Satir fue descrito en el capítulo 1 como un ejemplo de
práctica intervencionista. La meta terapéutica de Satir era el crecimiento, que ella medía con una
mayor autoestima para los individuos y un incremento de la coherencia para la unidad familiar.
Para Satir, el concepto de «fabricar personas» era idéntico en la supervisión y en la terapia. Por lo
tanto, Satir creaba para los estudiantes el mismo tipo de experiencias que ideaba para las familias,
experiencias cuyo fin era mejorar la expresión emocional y lograr insight.

Satir pensaba que era esencial que los terapeutas se conocieran a sí mismos como integrantes de
sus propias familias. En su pensamiento, los terapeutas necesitaban trabajar a partir de las
cuestiones no resueltas en sus propias relaciones familiares. A menudo entrenaba en un formato
grupal en el cual el alumno podía esbozar un periodo particular de su vida y del contexto familiar
de esa época. Entonces ella se dirigía a la gente del grupo para que interpretaran las diferentes
partes de la familia, de forma que el estudiante pudiera reexperimentar su papel familiar para
lograr un nuevo crecimiento.

Habiendo creado seguidores por todo el mundo, Satir solía encontrarse con su «gente guapa» en
un retiro veraniego de un mes al que asistían no sólo los estudiantes, sino también sus familias.
Durante tales retiros, una parte de su formato de enseñanza implicaba entrevistar a los
estudiantes y sus familias frente al gran grupo, en un espíritu de crecimiento y participación.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 19

Algunos encontraron que la manera en que Satir se implicaba a sí misma, llegando a ser una
«buena madre» para sus estudiantes, era bastante intrusiva y abrumadora. Ella era, de hecho,
extremadamente cercana y se manejaba a sí misma de un modo altamente sustentador. Los
supervisores que prefieran una relación con el estudiante amigable, formal y de una cierta
distancia, podrían haber encontrado su estilo de supervisión demasiado íntimo como para que
surgiera un pensamiento independiente. Pero la terapia de Satir era una terapia de intimidad y su
supervisión albergaba esa misma cualidad. Muchas de las técnicas que desarrolló, como la
reestructuración, el uso del árbol familiar (que precedió al genograma), y la escultura familiar, por
nombrar unas pocas, todavía son ampliamente utilizadas en el área.

Cari Whitaker

El estilo de Cari Whitaker era completamente distinto al de Satir. Donde ella era cálida y simpática,
él era sentencioso y de alguna manera espontáneo. Whitaker abogaba por la «locura» —lo
irracional, la experi-mentación y el funcionamiento creativo— como algo integral al proceso de
terapia. Creía que permitiéndoles llegar a ser un poco más alocadas, las familias podrían disfrutar
de los beneficios de la espontaneidad y de una emotividad reforzada.

Con el fin de poner en marcha la «locura» de la gente y librarles de sus bloqueos emocionales,
Whitaker creó la técnica de la comunicación espontánea de sus propios sentimientos a los
pacientes, compartiendo sus emociones y fantasías, así como también sus propias historias. Su
estilo único está muy bien ilustrado en una sesión que condujo con una familia de un niño de diez
años que había sido hospitalizado después de un intento de suicidio. Whitaker empezó hablando
con el padre, preguntándole por la historia de la familia. Prestó especial atención a las muertes.
Un abuelo había muerto recientemente. La hermana del padre se había suicidado empleando el
mismo método que había intentado el niño. Por dos veces, Whitaker interrumpió para decir:
«Tengo una idea loca». Interpuso algo tangencial, a lo cual no esperaba que el padre respondiera.
Dirigiéndose a la madre, le preguntó sobre sus padres, poniendo especial atención de nuevo a la
muerte de su padre. Después le habló sobre la muerte de su propio padre, diciendo que se sentía
como un asesino. Añadió que probablemente cualquiera que sobreviva a la muerte de un
miembro familiar se siente como un asesino y sugirió que esta familia debía de sentirse de la
misma manera.

La madre dijo que ella no podía comprender esta idea. Whitaker replicó con indignación que no
estaba intentando enseñarle a entender sino a cómo tolerar el no saber: «La única manera con la
que podemos en-frentarnos a este mundo enfermizo». La mujer estaba asustada con esta
respuesta tan brusca, pero Whitaker parecía absolutamente despreocupado. Él trasmitía la
sensación de que los relatos no tenían que seguir ninguna dirección particular. Una y otra vez
interrumpía el flujo lógico con sus «pensamientos locos». En una ocasión dijo: «Me haces bien; tu
acento me recuerda a cuando yo vivía en Atlanta», y el sabor sureño de su propio acento se
evidenciaba más. En otra ocasión, dijo nuevamente: «Tengo una idea loca. Estoy pensando en un
duelo. ¿Quieres retarme?». Y ante la expresión desconcertada de la familia afirmaba: «No,
supongo que no», y continuaba la entrevista, interponiendo comentarios sobre su propia vida.
Una vez habló a un niño sobre un paciente suyo que había sido entrenado para matar en Vietnam.
De regreso al país, intentando vender una aspiradora a una mujer que no la quería, el paciente
había tenido impulsos de utilizar el cable de la aspiradora para estrangularla tal y como le habían
enseñado.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 20

Para la audiencia, así como para la familia, la entrevista de Whitaker era desconcertante,
aparentemente sin dirección. Estudiando el cásete, sin embargo, uno se da cuenta de que, en una
entrevista con una duración menor a una hora, sugería discusiones sobre la muerte, el suicidio y el
asesinato como unas treinta veces. La sesión completa estaba llena de imágenes sobre la muerte y
respuestas a ella, de tal forma que la exploración de la muerte y sus consecuencias se convertía en
algo familiar. Whitaker estaba retando en secreto a una familia que tendía a no compartir diálogos
internos. Les animaba a presentar, reservar y validar los elementos inconscientes de su
pensamiento, desafiando su exceso de racionalidad.

Virginia Satir y Cari Whitaker compartían al menos una meta: abrirse paso hacia niveles de
experiencia más profundos. Pero el énfasis de Satir residía en el afecto y el cuidado; se implicaba a
sí misma de forma muy directa en el descubrimiento de esas emociones dolorosas. Las
afirmaciones de Whitaker estaban enraizadas en ideas universales, cuestiones que trascendían a
los individuos, familias, e incluso culturas. Él estaba relacionando los elementos perennes de la
muerte, el asesinato, el sexo y la discontinuidad, no introduciéndose en la familia, sino más bien
retando a sus miembros a unirse a él en su manera profunda e irreverente de ver las cosas.
Whitaker veía la teoría como un obstáculo para el trabajo clínico (Whitaker, 1976). Pensaba que
los terapeutas que basan su trabajo en la teoría tienden más a sustituir la calidez por la tecnología
desapasionada. No causa sorpresa, por tanto, que Whitaker pensara que el hacer terapia no
puede enseñarse. Si uno no puede enseñar terapia lo único que puede hacerse es exponer a los
estudiantes a ésta, conduciéndola con ellos. Por lo tanto, todos los estudiantes de Whitaker eran
sus coterapeutas. A través del proceso de impartir y recibir terapia con él y habiéndole, se suponía
que se convertían, no en alguien como él, sino más bien en sí mismos. El suyo era un
entrenamiento de participación y no de instrucción.

A pesar de que la terapia experiencial que Whitaker empleaba con sus familias no era siempre fácil
de seguir para las personas, su capacidad para «admirar a la gente en el mundo de los sueños y
actuarlo, como Alicia en el país de las maravillas» (AAMFT Founders Series, 1991), es un legado
que él deseaba dejar y que, de hecho, así ha sido. Aprender a actuar y a introducir elementos del
absurdo en un sistema familiar rígido es beneficioso para cualquier terapeuta, sea o no seguidor
de Whitaker.

Desafiando el significado y la lógica del pensamiento de la gente y los roles familiares en la familia,
Whitaker procedía al reto constructivista de la realidad. Al comprometerse a sí mismo de forma
personal en el proceso de cambio terapéutico, también desafiaba la postura cognitiva del
constructivismo práctico.

Murray Bowen

Mientras que Satir y Whitaker eran espontáneos, emocionales e instructivos, Murray Bowen era
cerebral, deliberado y teórico. Bowen concebía los síntomas como un producto de la reactividad
emocional dentro de la familia, fuera dicha reactividad aguda o crónica. Ya que Bowen veía como
principal problema familiar la fusión emocional, su meta terapéutica capital era la diferenciación.
Con el fin de crear las condiciones para una mayor autonomía y crecimiento individual,
consideraba necesario reabrir las relaciones familiares interrumpidas y destriangularlas.
Bowen creía que el cambio sólo podía darse cuando la ansiedad era mínima y que el
entendimiento, y no la emoción, era el vehículo crítico para el cambio. Así, los terapeutas deben
aprender a tolerar la emotividad en las familias sin que ellos mismos lleguen a ser reactivos. En la
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 21

aproximación de Bowen, el terapeuta es un entrenador que permanece de forma no susceptible,


calmada y fuera de los embrollos emocionales entre los miembros de la familia. Si el terapeuta
puede resistir la presión de con-vertirse en un tercer vértice del conflicto familiar, la tensión de la
familia se reducirá y la fusión entre sus miembros finalmente se resolverá (Ni-chols y Schwartz,
1991).

En contraste con la emotividad cálida de Satir y el habilidoso caos de Whitaker, la racionalidad de


Bowen parecía excesivamente controlada y carente de humor. Su aproximación está bien ilustrada
con una entrevista a una pareja que se encontraba continuamente discutiendo. El marido y la
esposa saltaban siempre de un asunto a otro, sin cesar jamás en sus riñas y sin resolver nada.
Bowen tomó el control de la sesión pidiendo a cada uno de ellos que sólo le hablara a él. Se
convirtió en el vértice de un triángulo, instruyendo a la esposa a escuchar mientras él y el marido
hablaban, pidiendo después al marido que escuchara mientras él hablaba con la esposa. El marido
empezó a describir su enojo hacia la esposa.

Bowen interrumpió: «No me digas lo que sientes», dijo en su estilo frío y seco. «No me interesa lo
que sientes, dime lo que piensas.» A lo largo de la sesión, Bowen se inmiscuyó una y otra vez,
ejerciendo el control cogni-tivo para limitar la intensidad de las interacciones de la pareja. Al final
de la sesión, la lucha por el control, que había impregnado cada interacción entre el marido y la
esposa, se había suavizado ya. Dentro de la estructura formal que Bowen imponía, estaban
empezando a explorar las necesidades propias y del otro, en vez de criticarse el uno al otro.

La teoría de Bowen guía la supervisión del mismo modo que la terapia. La meta de la supervisión
es incrementar la habilidad del terapeuta para permanecer reflexivo y no reactivo frente al
proceso emocional de la familia. Pero, en términos bowenianos, esto significa que el fin de la
supervisión es fortalecer la diferenciación del yo por parte del terapeuta. Ya que esta meta es la
misma que la terapéutica, el proceso de supervisión sería idéntico al terapéutico.

El supervisor funcionará como un entrenador calmado y destriangulado, mientras el supervisado


busca, en primer lugar, entender la relación entre sus momentos clínicos críticos y el historial
multigeneracional de su familia y, después, sigue adelante volviendo a su familia de origen con la
intención de cambiar su postura en relación a familiares clave.

Un problema de la teoría de Bowen es que fija el nivel de diferenciación de las personas en las
experiencias infantiles de la familia de origen. No permite la posibilidad de cambio o
diferenciación basados en experien-cias vitales más tardías en la nueva familia.

En algunos aspectos, su teoría recuerda a la teoría psicoanalítica de la represión, donde el


potencial del crecimiento depende del cambio de relaciones tempranas. Con todo, la teoría
boweniana ofrece una conceptualización exhaustiva de la relación entre los individuos y sus
familias, cuya comprensión es muy útil para el terapeuta.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 22

Jay Haley1

Jay Haley es más un supervisor que un terapeuta. Pero su pensamiento es tan claro y sus
directrices tan fáciles de transformar en maniobras terapéuticas que puede ser comparado con un
maestro cartógrafo. Con uno de sus mapas, un terapeuta siempre sabrá con certeza dónde se
encuentra el norte. Haley concibe las interacciones humanas como luchas internas por el control y
el poder. El poder al que hace referencia, sin embargo, no es necesariamente el control de otra
persona; más bien es el control de la definición de la relación. La meta de la terapia, bajo su punto
de vista, es redefinir la relación entre los miembros familiares de tal forma que el síntoma se
abandona como un medio de ejercer el poder dentro de la familia.

Para Haley, la terapia es un intento de creación de condiciones en las cuales los miembros de la
familia «se encuentren» a sí mismos en circunstancias en las que necesiten hacer algo diferente
con el otro. La tarea del terapeuta se convierte en un proyecto de ingeniería social: dado
determinado síntoma, cierta familia organizada disfuncionalmente, una dificultad o estrés vital,
¿bajo qué circunstancias estarían los miembros de la familia a cambiar? Y, ¿cómo puede el
terapeuta dirigirles hacia tales circunstancias, de un modo tal que vivan el alcance de una cierta
solución como algo logrado por sí mismos? La terapia se convierte en un ejercicio de «dirección
indirecta».

En el tratamiento de una pareja en la que la esposa era bulímica, dirigió al terapeuta para que
explorara las áreas de desconfianza entre los esposos, diciendo que el tratamiento de la bulimia
no empezaría hasta que el problema estuviese encauzado. Para ayudar a la esposa a creer en su
marido, ella le pide que le acompañe al supermercado para comprar la comida basura con la que
se pega sus atracones nocturnos. Se animó a la pareja a que hicieran cuentas sobre la cantidad de
comida que la esposa comió y después vomitó. En una ocasión, se le pidió al marido que comprara
la comida de ella. Después ellos decidieron que ya que ésta iba a vomitarse más tarde, podrían
perfectamente pasarla por la batidora para ahorrar a la esposa esfuerzos a la hora de vomitar; se
pusieron de acuerdo en comprar la comida, hacerla puré, y después arrojarla por el baño.

El incremento en la colaboración, la mutualidad, y la confianza entre los esposos que era esencial
para modificar la dinámica de la pareja, así como cambio del síntoma, permanecían ocultos en la
formulación estratégica de Haley; parecían casi ajenos. Pero eran la esencia de las estrategias de
Haley. La estrategia terapéutica de Haley ha sido descrita algunas veces como manipulativa pero,
habiéndole observado durante décadas, podemos testificar la preocupación cuidadosa y
respetuosa por la gente que subyace invariablemente a su estrategia de pensamiento.

La supervisión de Haley es también un ejercicio de «dirección indirecta». De forma similar a su


concepto de terapia, la supervisión de un terapeuta estratégico implica siempre, por parte del
supervisor, el diseño de un plan específico e individualizado (que puede compartirse o no) con el
estudiante (Mazza, 1988). El contexto de entrenamiento es una supervisión en vivo. Actuando tras

1
Aunque el trabajo de Jay Haley precede a su asociación con Cloe Madanes y puesto que él y Madanes han escrito
mucho juntos pero nunca han firmado en común un libro, parece difícil escribir sobre su trabajo sin tener en cuenta que
durante más de una década Madanes y Haley fueron codirectores del Instituto Familiar Washington, enseñando y
pensando juntos. Durante la década pasada, tomaron rumbos diferentes. Mientras que Haley ha proseguido explorando
técnicas estratégicas, Madanes se ha interesado más por los aspectos espirituales de la terapia.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 23

el cristal unidireccional, Haley dirige el curso de la terapia enviando directrices al alumno. Tales
orientaciones están diseñadas para ayudar al supervisado a aumentar su capacidad como
terapeuta estratégico. Cambia haciendo algo más que pensando o hablando sobre ello. El
aprendizaje tiene lugar indirectamente, muy afuera de su conciencia. Por lo tanto, a pesar de que
hemos incluido a Haley en el grupo intervencionista, su posición con respecto al sentido del yo del
terapeuta como instrumento terapéutico es diferente al del resto del grupo.

Aunque la enseñanza de Haley se compara a menudo con otras escuelas estratégicas minimalistas
como el Instituto de Investigación Mental y el enfoque de Milán, Haley es, bajo nuestro punto de
vista, un intervencionista. Emplea el síntoma que se presenta para introducirse en la familia del
paciente o en un sistema más amplio, y su meta última no sólo es enfrentarse al síntoma, sino
cambiar el sistema.

A pesar de sus diferencias en estilo y pensamiento, todos los terapeutas tratados hasta ahora se
centran en el clínico como desencadenante del proceso de cambio. De forma inevitable, todos
ellos actuaban como su-pervisores del mismo modo que dirigían a sus estudiantes hacia su tipo
ideal de terapeuta. Satir creaba una relación emocional con sus estudiantes que fomentaba la
proximidad, la lealtad y el afecto. Whitaker creaba de forma simultánea el respeto, el afecto y la
perplejidad. Él daba pie a la creatividad de sus estudiantes y concedía importancia a la distancia
necesaria para que conectaran con su propia individualidad, así como a que confiaran al estar
unidos a él. Bowen mantuvo una relación caprichosa e independiente con sus supervisados. Su
ideal del terapeuta como entrenador era retomado en su supervisión con estudiantes que estaban
trabajando con sus familias de origen. Haley, trabajando a una distancia prudencial, creaba una
atmósfera de respeto intelectual a partir de la cual enseñaba su aproximación antiintelectual.

Satir y Whitaker asumieron que sus relaciones con los clientes no sólo cambiaba a éstos sino
también a sí mismos. Así pues, se sintieron cómodos adoptando un papel instrumental para
cambiar a sus estudiantes. El respeto de Bowen por la autonomía y la diferenciación, sin embargo,
responsabilizó a sus alumnos del cambio en su trabajo con sus familias de origen. Haley creó una
relación jerárquica en la cual los estudiantes vivían el uso de la autoridad terapéutica a la hora de
dar directrices.

Cada uno de estos terapeutas intervencionistas prefería un aspecto en particular del drama
humano: Satir, la crianza, Whitaker, la creatividad, Bowen, la autonomía y Haley, el poder. Sus
diferentes aproximaciones a la terapia nos muestran que es posible, para los terapeutas, operar en
base a un estilo preferente para incrementar la complejidad del trabajo terapéutico, al menos
mientras éstos entiendan que su estilo no es la única posibilidad.

LAS TERAPIAS PASIVAS

La pasividad en la terapia familiar puede tomar formas diferentes, y varias escuelas de terapia han
adaptado distintos modos de restringir sus intervenciones. Un grupo de terapeutas limita
cuidadosamente el área del funcionamiento familiar en el cual intervienen; la terapia se centra
sólo en el problema identificado por la familia. El segundo grupo desarrolla un gran conjunto de
técnicas que limitan las actividades y la postura del terapeuta. Un tercer grupo ejerce esta
restricción limitando la modalidad de las respuestas del terapeuta al área del lenguaje y la historia.
Los tres grupos, sin embargo, comparten la preocupación por la imposición de sí mismos sobre la
familia, y se mantienen alerta para que la intervención no se convierta en opresiva.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 24

El grupo MRI

El grupo de terapia breve del Instituto de Investigación Mental de Palo Alto, California, al cual
pertenecen John Weakland, Paul Watzlawick, Arthur Bodin y Richard Fisch, fue el primero en
defender una aproximación no normativa a la terapia sistémica. El grupo MRI declaró que no
consideraba ningún modo en particular de funcionamiento, de relación o vida como problemático
si el cliente no expresaba su descontento con ello (Fisch, 1978).

Una vez que alguien define algo como un problema, se intenta invariablemente solucionarlo.
Algunas veces la solución misma sólo sirve para mantener y agrandar el problema. Si, como
respuesta, esta misma solución se reitera, comienza un círculo vicioso. La próxima parada puede
ser el consultorio de un terapeuta.

Si el terapeuta practica el modelo MRI, la terapia será autoconsciente-mente minimalista. El


terapeuta aceptará la definición del problema del cliente, a pesar de que puede empujar al cliente
a que describa el conflicto en términos conductuales. El clínico entonces evaluará las secuencias
de los intentos de solución que parecen mantener el problema. Creará las directrices diseñadas
para interrumpir la secuencia del mantenimiento del problema y presentará éstas reestructurando
el problema en términos que utilicen el lenguaje, las creencias y los valores del cliente. El
terapeuta será activista y estratégico, pero sólo para interrumpir las secuencias del
mantenimiento del problema. Cuando el problema actual, tal y como lo define el cliente, está
resuelto, la terapia finaliza. El terapeuta MRI espera que la terapia sea breve, no más larga de ocho
sesiones.

El grupo MRI también cree que el entrenamiento debe ser breve. Ya que su modelo es simple,
creen que pueden enseñar a cualquier terapeuta razonablemente interesado e inteligente a
emplearlo. La meta principal del entrenamiento MRI es conseguir que los estudiantes abandonen
la perspectiva de cualquier modelo que utilizasen antes y se sumen al enfoque del MRI. Aprender
qué no incluir es considerado más importante que aprender qué incluir.

El otro obstáculo es ayudar a los aprendices a llegar a ser más activos en la otra área donde el
modelo MRI exige un activismo terapéutico, la de evaluar e interrumpir las secuencias de
soluciones intentadas. Para ser activo en este campo, el estudiante necesita adquirir la habilidad
para obtener de los clientes definiciones precisas del problema, imaginar y «vender»
reestructuraciones, y comunicar pautas. La supervisión en vivo se puede emplear para ayudar al
estudiante a adquirir tales habilidades. En este momento, la principal intervención del supervisor
será transmitir, por el auricular, directrices al estudiante. Puede guiar al alumno para que haga
más preguntas sobre un área particular. Puede dirigir al supervisado para que use una cierta
reestructuración. O podría dar al estudiante una orden para que sea comunicada palabra por
palabra al cliente.

Es un modelo de entrenamiento que no requiere hablar de la historia, ni insight, ni retroceder a la


propia familia de origen del estudiante. Se trata de un modelo de entrenamiento que se centra en
la planificación y en la técnica mucho más que en el estilo personal del terapeuta.

La insistencia por parte del MRI de que los supervisados deben abandonar todo aquello que han
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 25

aprendido para emplear su nuevo modelo, parece ser restrictiva y puede crear terapeutas
orientados hacia la técnica y sin la sofisticación requerida para afrontar las situaciones humanas
complejas. Al centrarse en la descripción que hacen los clientes de sus problemas y conductas,
frecuentemente pierden de vista a la familia como un sistema interactivo y se centran en el
fenómeno individual. Por lo tanto, cuando los terapeutas del MRI consideran su aproximación
como minimalista, hablan de dirigir su interés hacia un solo aspecto de la solución del problema.
Con esta definición limitada, el minimalismo puede concebirse como algo unidimensional.
La contribución actual del movimiento MRI no es quizás tanto su modelo breve en sí, sino más
bien su manera de manejar los problemas. Es beneficioso entender que la solución que acompaña
a un problema puede ser más problemática que el mismo conflicto; una lección valiosa también
para el grupo MRI a tener en cuenta en su intento de proveer una fórmula para la terapia familiar.

La aproximación centrada en la solución

El modelo concentrado en la solución de Steve de Shazer nació dentro del enfoque del MRI. Pero
mientras que el grupo MRI presta atención a las soluciones poco exitosas intentadas por el cliente,
De Shazer se centra sólo en lo que los miembros del sistema del cliente están haciendo —o han
hecho en el pasado— que sin saberlo ellos ha resultado, de hecho, exitoso para aliviar el problema
actual. Así, los terapeutas centrados en la solución no están demasiado interesados en los
problemas presentados por los clientes, sino más bien en los momentos excepcionales en los
cuales los clientes se encuentran a sí mismos más capaces de manejar los problemas. La tarea de
una terapia centrada en la solución es ayudar a los clientes a ampliar las conductas de solución
efectiva, de las cuales ya están en posesión.

Dos técnicas son esenciales en la aproximación terapéutica del enfoque centrado en la solución
para la terapia. La primera es «la pregunta de la excepción». Esta pregunta está diseñada para
conseguir que los clientes busquen episodios en el pasado o en el presente durante los cuales no
se encontraban afectados por sus problemas. Una vez que tales excepciones han sido
identificadas, el terapeuta puede explorar con los clientes qué estaban haciendo de forma efectiva
para aliviar sus problemas. Entonces se pueden desarrollar planes para ayudar a los clientes a
incrementar tales conductas.

De Shazer y su equipo encontraron que existían clientes que, cuando se les efectuaba la pregunta
de la excepción, eran incapaces de identificar aquellas ocasiones en las que se sentían menos
acosados por sus problemas. Estos clientes están tan centrados en sus problemas que parecen
completamente inconscientes de cualquier cosa que estén haciendo o hayan hecho en el pasado
que tuvo éxito en aliviar sus problemas. Para tales clientes, De Shazer desarrolló la «pregunta del
milagro»: «Suponga que una noche, mientras usted duerme, sucede un milagro y su problema se
resuelve. Al día siguiente, ¿cómo podría decir que su problema se ha ido? ¿Qué estaría haciendo
diferente?». Para el cliente centrado en el problema, la pregunta del milagro tiene la misma
función que la pregunta de la excepción. Les permite centrarse en las conductas que sirven para
resolver el problema actual.

La supervisión de la terapia centrada en la solución se encuentra, ella misma, centrada en la


solución. Frank Thomas (1994) lo ha caracterizado como el «halago de la pericia». Es el alumno
quien establece la agenda de supervisión en este enfoque, quien define sobre la base de
funcionamiento cuál será el foco del encuentro terapéutico.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 26

Los supervisados noveles en la perspectiva centrada en la solución están más predispuestos a


definir la agenda de supervisión en términos de cuestiones «clínicas» o «problemas». La respuesta
del supervisor a tal definición está formada por el supuesto centrado en la solución de que el
estudiante está haciendo cosas que representan una solución a los denominados «problemas
clínicos». Así, el supervisor realiza preguntas de la excepción para ayudar al supervisado a
centrarse y ampliar estas soluciones no identificadas. Thomas (1994, pág. 14) ofrece la siguiente
muestra de diálogo entre el supervisor y supervisado.

ESPECIALISTA: A lo largo de la sesión, ¿cuándo experimenta [el cliente] un cambio?


TERAPEUTA: ¿Cuándo le mantengo sobre la tarea y sobre la cuestión? ESPECIALISTA: ¿Cómo lo va
a hacer? TERAPEUTA: La interrumpo. ESPECIALISTA: ¿Podrías hacer algo más?
Cuando esta línea de supervisión fracasa a la hora de ayudar al estudiante a identificar las
conductas de excepción, es fácil que al supervisor le quede el recurso de la pregunta del milagro.
Al igual que con los clien-tes, se asume que el hecho de que el supervisor imagine una
desaparición milagrosa de su «problema clínico» servirá para atenuar su foco en el problema y
animarle a que se centre en las conductas de solución.

Quizás el mayor obstáculo para aprender la terapia centrada en la solución sea superar la
preocupación por los problemas que domina el campo de la salud mental. Haciendo una
supervisión congruente con los su-puestos de la aproximación centrada en la solución, el
entrenador de este enfoque ofrece al estudiante una experiencia de primera mano acerca de la
utilidad y eficacia de mirar más allá de los problemas, hacia las soluciones. Al final, esta
experiencia es la que transforma al estudiante en un terapeuta centrado en la solución.
La promesa de un modelo centrado en la solución es seductora por su corta duración y porque
atiende sólo a las cosas positivas y que funcionan. Ofrece un optimismo que es bueno si se usa
para ofrecer una apertura para algo más. Sin embargo, podría ser ingenuo y engañoso cuando se
convierte en el asunto principal. El concepto central del modelo —la pregunta del milagro y la de
la excepción— no es único; son elementos del dominio público en psicoterapia, pero en este
modelo se han elevado a un arte sumo. Es cuestionable si son suficientes para formar la base de
un modelo terapéutico. Esto explica el debate actual (Journal of systems and strategic therapy,
noviembre de 1994) entre sus propios miembros en relación a la necesidad de ir más allá del
ámbito de aplicación que ha definido el modelo. Si se expande, podría perder las características
particulares que ha promovido el modelo. Y si no, sus limitaciones desafiarán a los terapeutas para
encontrar otras soluciones. Lo mismo es aplicable a su modelo de entrenamiento. Algunos
terapeutas, que ya han sido entrenados en un modelo genérico y desean algo más específico,
podrían beneficiarse de su dirección clara. Los terapeutas noveles, sin embargo, podrían llegar a
estar centrados excesivamente en los procedimientos técnicos en una etapa demasiado temprana,
impidiéndose, por lo tanto, su evolución total.

De nuevo, al igual que el modelo MRI del cual se ha derivado, el modelo centrado en la solución
conduce la terapia familiar lejos de su foco distintivo en la organización familiar y los procesos
interactivos, para atender a un proceso cognitivo mucho más individual.

Las exploraciones conceptuales del grupo de Milán

Desde sus comienzos, el equipo de Milán ha pasado por varias etapas de transformación.
Comenzó como un cuarteto formado por Mara Selvini Palazzoli, Luigi Boscolo, Gianfranco Cecchin
y Guiliana Prata. Entre 1979 y 1980, el equipo de cuatro comenzó a disgregarse. Boscolo y Cecchin
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 27

se dedicaron a la enseñanza y el entrenamiento, mientras que Palazzoli y Prata continuaron con su


interés en la investigación y fundaron el New Center for Family Studies.

Fue el equipo original de cuatro el que ideó el formato de entrevista que ha quedado como el
distintivo de la terapia de Milán a lo largo de sus distintas encarnaciones. Con el fin de controlar la
intrusividad del terapeuta, crearon el equipo terapéutico, un grupo de colegas observando detrás
del cristal unidireccional, que se convirtió en una parte integral de la terapia. También modificaron
el lenguaje de la intervención terapéutica, reemplazando las directrices y los supuestos por el
examen y el cuestionamiento circular, y establecieron las ahora famosas pautas para la
formulación de hipótesis: la circularidad y la neutralidad.

El equipo observador y sus directrices reflejan la preocupación de Milán por el pensamiento. Para
el equipo original de Milán, la intervención exitosa requería que el terapeuta formulara una
comprensión exhaustiva, matizada y sistemática de lo que estaba ocurriendo dentro de la familia.
Las pautas estaban ideadas para evitar que el terapeuta se comportara de una manera que
pudiese interferir en la formulación de tal entendimiento. La conciencia que tenía el terapeuta
entrevistador de que sus colegas estaban tras el cristal unidireccional también ejercía como
función limi-tante, ya que la vorágine de hipótesis del equipo observador tras el cristal servía para
incrementar de modo exponencial la cantidad de reflexiones que podían entrar en cada caso.

Las sesiones se mantenían mensualmente y al final de cada sesión el terapeuta presentaba a la


familia un mensaje transmitido en términos positi-vos acerca del entendimiento del equipo sobre
lo que ocurría en la familia. La meta de tales maniobras era activar el proceso de cambio en los
miembros de la familia cuando caminaran por sí mismos, lejos del consultorio.

La primacía de la epistemología sobre la praxis que caracterizó los escritos de Bateson fue
retomada por el equipo de Milán y explica tanto sus «silos como sus limitaciones. En la práctica de
Milán, la intervención del terapeuta está más en relación con su manera de pensar, que con las
ca-racterísticas o necesidades de la familia; por tanto, su terapia es del tipo de la familia universal.
Paradójicamente, con todo el énfasis puesto en la manera de pregun-tar del terapeuta, de
comunicar prescripciones, de ser neutral, curioso o hipotetizador, el clínico como entidad humana
completa parece extrañamente vacío. El clínico podría conocer la manera idónea de prescribir la
intervención correcta, ¿pero quién es el terapeuta? Parece como si la crea-ción de un equipo
hubiese difuminado los límites del terapeuta indivi-dual, cuya identidad llega a ser confusa.

Desde su adopción de una epistemología de segundo orden, Boscolo y Cecchin no aceptan ya la


noción de un entendimiento «correcto» de lo que está ocurriendo en la familia, sin importar lo
sistemática que pudiera resultar tal comprensión. Sin embargo, más que disminuir su atención en
el pensamiento, este giro epistemológico en realidad la ha reforzado. Cecchin defiende ahora que
el terapeuta y el equipo se comprometen en formular hipótesis «curiosas» sobre las familias como
un medio para concienciarse de que cualquier hipótesis es simplemente una construcción
derivada socialmente.

El equipo observador, a la vez que un componente integral de la terapia de Milán, constituye, con
una interesante variación, también el elemento principal de la supervisión de Milán. Para
propósitos de entrena-miento, los estudiantes de Boscolo y Cecchin se dividen en dos grupos. El
primero funciona como un observador del terapeuta, también un alumno, que entrevista a la
familia. El segundo grupo observa las interacciones que ocurren en el salón de terapia y las
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 28

interacciones dentro del equipo observador. No ocurre ninguna interacción entre los dos equipos;
su separación es intencional para demostrar los «diferentes niveles de análisis de los sistemas
interactivos» (Pirotta y Cecchin, 1988, pág. 53). La presencia de un equipo observando a otro
equipo que a su vez vigila al terapeuta, sirve para inculcar en los estudiantes el principio de que el
sistema que es preciso observar durante una sesión de terapia no es simplemente el familiar, sino
también el terapéutico. Mediante la participación a lo largo del tiempo en ambos equipos, y
actuando como terapeutas entrevista-dores también, los supervisados cultivan el hábito
intelectual de considerar perspectivas múltiples, una característica distintiva del pensamiento del
terapeuta de Milán.

Los miembros de Milán han continuado evolucionando, reemplazando una teoría por otra. Sin
embargo, el equipo original de Milán permanece como el más influyente, ya que ha ofrecido una
alternativa a la apro-ximación intervencionista norteamericana. También allanó el camino para el
constructivismo al ofrecer una posición más restringida en terapia de familia.

El concepto de externalización de Michael White

De alguna manera, el trabajo de Michael White es similar al de Steve de Shazer. Ambos están
interesados en que los clientes exploren e incrementen las ocasiones en que están libres de sus
problemas. Mientras que De Shazer prefiere evitar la discusión de los problemas para centrarse en
las soluciones, White, sin embargo, cree que la gente se siente oprimida por sus conflictos y que,
antes de que se puedan activar los recursos latentes del cliente, es necesario separar el problema
del cliente y ayudar a éste a que lo vea como una entidad aislada.

White cree que la gente inicia la terapia absorta en el conflicto, con historias saturadas de
problemas sobre sí mismos, historias en las cuales los clientes están controlados por sus
dificultades. La externalización comienza cuando el terapeuta pide a los clientes que le expliquen
cómo han llegado a elegir no estar dominados nunca más por sus problemas. Ahora surge una
nueva historia, se trata a los clientes como personas con recursos para luchar contra el «villano
externalizado» en el que ha sido trans-formado el problema.

La terapia de White gira en torno a este proceso de «re-historiar», mediante el cual los clientes
abandonan las historias dominantes, saturadas de problemas sobre ellos mismos, con las que
llegan a terapia, para adoptar una alternativa de historias vigorizantes que habían sido marginadas
por la historia centrada en el problema. Así, la terapia de White es una terapia.de la narrativa, del
significado y del lenguaje. La única herramienta de intervención que emplea es el lenguaje. En un
esfuerzo para emplear el lenguaje como un medio que guía a los clientes hacia la re-historiza-ción,
White ha ideado un extenso repertorio de preguntas terapéuticas: preguntas que facilitan la
descripción de los efectos que los problemas han causado en los clientes, cuestiones que ofrecen
una descripción de «resultados únicos» (lo que De Shazer llama «excepciones»), preguntas tle la
«arquitectura de la acción», de la «arquitectura de la conciencia», y de la «experiencia de la
experiencia». Cada cuestión es neutral, provisional e hipotética. No obstante, el proceso general
de la entrevista lleva inexorablemente al desafío de la historia dominante.

La supervisión en la terapia narrativa de White pone su meta técnica en ayudar a los estudiantes a
aprender el proceso de entrevista recién descrito. Se pide a los supervisados que copien el modelo
terapéutico provisto por el supervisor. White espera que esto sea «una copia que origine» y, así,
pide a los alumnos que identifiquen qué es lo que están creando en sus intentos de copiar. La
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 29

observación de las sesiones en vivo de los estudiantes o sus grabaciones se concibe como una
oportunidad excelente para identificar aquello que es único en la interpretación de cada alumno
del modelo narrativo general.
Quizás más importante que su meta técnica sea la oportunidad que ofrece la supervisión para que
el estudiante experimente, de primera mano, la naturaleza parcial de cualquier historia. Así, parte
de la supervisión implica entrevistas con el supervisor, que se esfuerza por obtener la narración
del estudiante sobre sí mismo, su historia, su carrera profesional, su trabajo. A través de un
proceso de cuestionamiento idéntico al de la terapia, el supervisor lleva al alumno a
«recomponer» su autobiografía de modo que sea más rica que la historia original. De este modo,
el estudiante será capaz de participar directa y personalmente en el proceso de re-historiar.

White, probablemente el pensador más profundo entre los pioneros del movimiento
constructivista, está encaprichado con el lenguaje y la historia. Alzándose allá donde renunció el
equipo de Milán, White ha aprovechado la «técnica de la cuestión». Desde este punto de vista,
White no está encasillado entre el grupo de terapeutas restringidos. Su vivo interrogatorio durante
la terapia le coloca en la posición de un «director» absolutamente fundamental.

Al externalizar el síntoma, White lo antropomorfiza y lo hace visible para los portadores de forma
que puedan luchar contra él. Ésta es una arma terapéutica innovadora y, a la vez, muy útil. Sin
embargo, cuando White comienza a culpar a los síntomas de la «colonización cultural» o al
discurso social, se arriesga a disolver en la abstracción al enemigo que volvió visible y a perder el
área de relaciones interpersonales que hace a la psicoterapia única.

Los sistemas lingüísticos de Galveston

Al igual que Michael White, Harlene Anderson y el Harold Goolishian tardío del Instituto Familiar
Galveston desarrollaron una aproximación a la terapia que también está decididamente enfocada
en el lenguaje y el significado. Su enfoque, sin embargo, aspira a ser menos instrumental y más
centrado en el cliente que la de White.

El sistema de Galveston ratifica la vieja premisa del MRI de que un problema no es tal hasta que la
gente así lo define. En términos de Anderson y Goolishian, los problemas existen sólo en el
lenguaje. Así como los problemas son definidos de forma consensuada como existentes, también
de modo consensuado se definen como no existentes. La meta de la terapia, desde la perspectiva
de Galveston, es juntar a las personas que han definido el problema como existente («el sistema
organizador del problema») y mantenerles en una conversación controlada, en la cual los
significados cambien y evolucionen constantemente. Si la conversación de la organización del
problema está bien dirigida, el problema inevitablemente será definido como «no existente» (en
el lenguaje de Anderson y Goolishian, se «disolverá»). El movimiento hacia la inevitable disolución
del conflicto sólo se estancará si la conversación de la organización del problema llega a
polarizarse —esto es, si los participantes llegan a comprometerse con su particular significado y se
empeñan en convencer a los otros participantes de la corrección de sus significados.

La teoría de la terapia, según esta visión, es esforzarse en asegurar que la conversación de la


organización del problema permanezca bien dirigida. Para tal fin, el terapeuta se reúne con el
sistema organizador del pro-blema como un participante que dirige la conversación. En un
esfuerzo por mantener la conversación fluida, el clínico muestra respeto y toma seriamente
cualquier posición establecida, «sin importar lo sorprendente, trivial o peculiar que sea»
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 30

(Anderson y Goolishian, 1988, pág. 382). El terapeuta concede credibilidad a todas las ideas
escuchadas en la conversación, aunque se contradigan entre sí. Es «lento para entender» las ideas
que se presentan, realizando preguntas que invitan a los participantes a elaborar sus ideas. Así, el
terapeuta intenta siempre hacer preguntas cuyas respuestas encierren nuevas cuestiones.

Manejar una conversación de organización del problema de esta manera no exige emplear
técnicas específicas. (La aversión de Anderson y Goolishian a las técnicas es lo que distingue su
terapia de la terapia centrada en el lenguaje de Michael White, que también emplea técnicas
como la externalización.) Lo que se requiere para manejar una conversación terapéutica de este
estilo es un grupo de actitudes, y entre éstas, principalmente, una actitud de no conocer. Ésta es la
disposición que conduce al terapeuta a otorgar credibilidad a cualquier creencia y, al mismo
tiempo, a considerar que cualquier idea necesita cuestionarse para facilitar una elaboración más
amplia. La actitud de no conocer convierte al terapeuta en una persona que «es un oyente
respetuoso que no entiende demasiado rápidamente (si llega a entender)» (Anderson y
Goolishian, 1988, pág. 382). El clínico que no conoce, no considera ningún significado como
evidente en sí mismo y siempre está preparado para preguntar: «¿Qué quieres decir cuando
afirmas...?».

La tarea de la supervisión en la aproximación de los sistemas lingüísticos de Galveston es ayudar al


estudiante a cultivar una actitud de desconocimiento. Se emplea un equipo reflexivo para el
entrenamiento, para verbalizar de forma libre la conversación observada en la sesión y para
realizar comentarios sobre el significado que los miembros del equipo extraen de ella.

Entre todas las escuelas que priman el lenguaje, el grupo de Galveston es quizás el más
«lingüístico». Como práctica, es difícil entender de qué modo su conversación es más terapéutica
que un buen diálogo ordinario. Quizás éste es exactamente el punto que están tratando de
elaborar: ¡la terapia es justamente una buena conversación! El modo en que emplean el equipo
reflexivo tras el espejo unidireccional corre paralelo a los procesos no estructurados que
defienden en la terapia. Al igual que el modelo de White, el de Galveston es básicamente
cognitivo, aunque sin el tipo de estructura elaborada que White aplica al lenguaje. Quizás sea
preciso entender esta aproximación sobresimplificada del grupo en relación con el
posmodernismo con el cual se identifica el grupo. Comparado con otras escuelas más inclinadas a
la técnica de este grupo, Galveston se caracteriza por una vuelta a lo básico; la empatia y la
conversación atenta son todavía los elementos más importantes en el arte de la curación.

OTRA PERSPECTIVA SOBRE LA TERAPIA: EL FEMINISMO

La terapia feminista, tal y como existe en la actualidad, conforma una filosofía sobre la terapia más
que una escuela particular. La esencia del trabajo clínico feminista radica en la actitud terapéutica
hacia el género y la sensibilidad hacia el diferente impacto que tienen las intervenciones sobre los
hombres y las mujeres. Los terapeutas feministas están acumulando una gran cantidad de
investigaciones y conocimiento sobre los trastornos de alta frecuencia en las mujeres, tales como
la depresión, los trastornos alimenticios, y las secuelas de la violencia interpersonal y la agresión
sexual. El foco del tratamiento consiste generalmente en animar a los clientes a que cambien los
ambientes sociales, interpersonales y políticos que han impactado en su relación con los otros,
antes que ayudar a los clientes a ajustarse con el fin de hacer las paces con un contexto social
opresivo (Brown y Brodsky, 1992).
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 31

Los terapeutas feministas comparten con el constructivismo el interés por el significado, ya que
generalmente atienden a los sistemas de creencias de hombres y mujeres y a cómo desarrollan los
conceptos de rol que les fijan en una posición particular. Al contrario de los constructivistas, sin
embargo, los terapeutas feministas no temen el poder. Por el contrario, muchos de ellos ven la
decisión de emplear el poder como la única manera que tienen las mujeres de equilibrar la
balanza. Como resultado, acentúan la solidaridad como un medio para que las mujeres puedan
lograr una influencia mayor.

Ya que los terapeutas feministas varían en sus aproximaciones, la supervisión también se conduce
de varias maneras, pero siempre con una perspectiva común. Marianne Walters, miembro del
pionero «Proyecto de las mujeres», el cual incluía a Betty Cárter, Peggy Papp y Olga Silvers-tein, ha
descrito la supervisión en la terapia feminista como «un proceso de desafío a nuestros supuestos y
tradiciones terapéuticas con el fin de investigar las formas en que los roles sexuales y el poder del
género fortalecen la estructura de los sistemas de las relaciones familiares, e influyen en nuestro
propio pensamiento sobre lo que ocurre en la familia que observamos» (Walters, Cárter, Papp y
Silverstein, 1988, pág. 148). Dentro de este marco, su supervisión entre las sesiones de terapia se
centra en analizar y criticar los conceptos y supuestos que subyacen a las intervenciones
alternativas. Ella subraya la importancia de emplear conceptos sisté-micos con referencia a los
diferentes significados que estos conceptos tienen para cada sexo.

El trabajo actual de Peggy Papp, con su colaboradora Evan Imber-Black (Papp e Imber-Black, 1996),
se centra en «los temas multisistémi-cos» como un concepto unificador en la terapia y en el
entrenamiento. Este foco de atención amplía su interés, previamente expresado en las cuestiones
del género, para incluir la transmisión y transformación de los temas familiares. En el modelo de
entrenamiento que ellas han ideado, se pide a los estudiantes que exploren un tema significativo
en su familia de origen que haya afectado sus propias vidas y que apliquen este mismo tema de
orientación en el análisis de un caso actual. A pesar de mantener una orientación fuertemente
feminista, esta perspectiva clínica subraya el sentido de la familia en una época en que éste parece
estar pasado de moda en la literatura y la terapia posmoderna.

Aunque con esfuerzos muy diversos, el movimiento terapéutico feminista, como el ejemplificado
por el trabajo de los miembros del «Proyecto de las mujeres», ha abierto nuevas posibilidades en
el campo de la te-rapia familiar.

Mientras que a cada una de las escuelas de terapia de familia le gustaría considerarse a sí misma
como inclusiva, muchos profesionales se consideran a sí mismos como eclécticos, tomando partes
de varias aproximaciones para adecuarlas a su estilo particular y a la idiosincrasia de su práctica
Por tanto, a pesar de que la terapia familiar no ha reemplazado a la aproximación psicoanalítica
individual, tal y como habían predicho los optimistas hace treinta años, ha evolucionado hacia una
práctica^ mul-tigrupal (como la misma familia) que ha afectado a todas las áreas de humanidades.

La mayoría de los clínicos y entrenadores de hoy en día han dirigido su atención no tanto hacia el
desarrollo de nuevas teorías, sino hacia la difusión de las ideas de la terapia de familia a lo largo
del amplio sistema de asistencia de la salud mental. Al hacerlo, han enriquecido el campo.

A medida que las diferentes escuelas y aproximaciones continúan influyéndose mutuamente,


ideas que han sido consideradas anticuadas a menudo se retoman, mientras que aquellas que se
han visto como novedosas son, de hecho, poco originales. Quizás en la próxima decada, mas o
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 32

menos, la originalidad no se perciba como necesaria entre las escuelas rivales. Entonces, el
mosaico de la terapia familiar se completara.

CAP. 5 EL ENCUENTRO TERAPEUTICO

Armado con su comprensión de la familia, su conocimiento de las normas sociales y de la


diversidad familiar, limitado por sus teorías de la terapia y por sus propias experiencias vitales, el
terapeuta se encuentra con la familia que le pide ayuda. La familia normalmente aborda el
encuentro con esperanza. En todos los casos vienen con una fuerte sensación de que ésta es una
oportunidad para hacer una afirmación significativa. Ellos van a decir «somos quienes somos» de
una manera importante. Como consecuencia de esta sensación, y porque están bajo la
observación de otro, ellos se encuentran también bajo una intensa autoobservación.

El terapeuta trae su propio equipaje vital. Él también «es quien es» y la combinación de su
carácter y experiencia impone ciertos límites que no puede trascender. ¿Cómo encajará él con
esta familia? ¿Qué atributos suyos se activarán en este encuentro?

El terapeuta posee las ventajas y las desventajas del entrenamiento. Tiene experiencias de
encuentros previos con otras familias. Lo quiera o no, y lo sepa o no, mantiene ciertos supuestos
sobre las familias con un perfil como éste:

Las familias con niños jóvenes necesitan...


Las familias que presentan enfermedades psicosomáticas tienden a...
Las familias donde se da el incesto...
Las familias con niños adoptados...

Él comprende que mantener tales supuestos constriñe su entendimiento, pero ningún terapeuta
puede trascender la estructuración que organiza su pensamiento. Todo lo que puede hacer es
reconocerlos, usarlos de la mejor manera posible y saber que sus expectativas deben estar
abiertas a una revisión de acuerdo a los datos que surjan en el encuentro. Mientras se ocupa de la
familia, fomenta la revelación y busca los problemas y las posibilidades; asocia, intenta ajustar,
prueba, modifica supuestos de acuerdo con los resultados y prueba de nuevo. Existe siempre una
tensión intelectual entre sus asunciones sobre lo que debe ser y lo que él ve en este encuentro
particular.

Los capítulos previos han realzado conceptos que preparan al terapeuta para el encuentro
terapéutico. La página impresa acomoda fácilmente los conceptos, pero la terapia es
multidimensional, es mucho más que conceptos. Me pregunto cómo puedo comunicar el ánimo
del encuentro, los silencios que envuelven los pensamientos tangenciales, el sentido del ritmo que
me alerta para centrarme en la emoción que quiero que exista pero que no puede expresarse, el
misterio de experimentar a los miembros de la familia a través de nuestras diferencias y darnos
cuenta de que son «más humanos que otra cosa».

Y entonces, ¿cómo describo la obra, el proceso creativo por el cual me convierto en audiencia y
actor, en director de la terapia y también en miembro del sistema terapéutico, y los caminos que
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 33

siguen los miembros de la familia mientras experimentan con nuevas y mejores maneras de
relacionarse?

CUATRO CASOS
La enseñanza de la terapia familiar confía sobre todo en la observación de las familias en terapia o
en cintas grabadas de las sesiones.

En este capítulo, describo qué hago y cómo pienso mientras hago terapia. Intentaré pormenorizar
mi práctica. Para este propósito, he seleccionado cuatro consultas para emplearlas como casos,
porque éstas muestran las tensiones del primer encuentro.
Estos cuatro casos incluyen la búsqueda de patrones familiares, la exploración de caminos para el
cambio y los intentos por unirse a la familia y desafiarla. Una consulta exige una demanda útil para
propósitos educa-tivos; se espera que el especialista genere una guía clara y predictiva de hacer
terapia familiar con una familia en particular.

La familia Ramos: la tiranía del síntoma

Vi a la familia Ramos en Sudamérica. Habían estado en terapia durante cinco meses y les recibí en
una consulta de dos sesiones.

El terapeuta dijo que la familia había venido como consecuencia de la severa conducta
obsesivo-compulsiva de la señora Ramos, la cual organizaba por completo la vida familiar. La
señora Ramos describía su existencia como controlada por el asco*. Siempre que tocaba algo sucio
experimentaba náuseas, palpitaciones y sudoración hasta que lograba lavarse las manos.

Le pedí que me mostrara sus manos. Estaban enrojecidas y en carne viva de tanto lavarlas. Las
miré cuidadosamente sin tocarla.

Los niños —Sara, de once años; Tomás, de trece; y Juan, de diecinueve— y el señor Ramos
escuchaban cómo la señora Ramos describía vivamente sus ataques de ansiedad cuando ella o
alguien de la familia tocaba algo sucio.

Yo mostré sorpresa cuando ella afirmó que si uno de los niños o su marido tocaban sus zapatos,
ella no se calmaba hasta que se lavaran las manos bajo su supervisión. «Esto es muy interesante»,
le dije. «He visto a mucha gente con problemas similares. Pero usted es la primera persona que
conozco a quien se le reduce la ansiedad si los miembros de la familia se lavan. Es bastante
interesante», repetí para darle énfasis. Después hablé con Sara, que me contó cómo su madre le
pedía que se lavara y algunas veces tenía que lavarse las manos dos o tres veces antes de que su
madre quedara satisfecha. Le pedí que se pusiera en pie y que viniera hacia mí. Sin tocarla observé
cuidadosamente sus dos manos. Examiné el aspecto de cada mano y dedo, repitiendo
frecuentemente: «Y esto es lo que les sucede a tus manos».

Realicé este procedimiento con cada miembro de la familia, afirmando con frecuencia mi sorpresa
por la manera en que la repulsión que sentía la señora Ramos se podía calmar al lavarse los otros.
El señor Ramos entonces dijo que ya no podían comer huevos porque estaban sucios. Le miré
perplejo. La señora Ramos me explicó que era debido al lugar de su procedencia. Le pregunté qué
ocurriría si alguien le quitara la cascara. «Ah», contestó, «entonces estarían limpios.»
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 34

«¿Usted compra sus gallinas sin trasero?», pregunté. «Sí», replicó. «Compro sólo trozos de pollo.»
Mi actitud durante los primeros treinta minutos de la entrevista era de desapego clínico. Sentía
que estaba escenificando a alguno de los grandes clínicos franceses del siglo xix que podían ver,
oler, oír y saborear una enfermedad. Al mismo tiempo, me divertía el poder de la narración.
¿Cómo era posible que la familia no se diera cuenta de lo absurdo de mis preguntas? ¿Cómo era
posible que el síntoma se expandiera hasta incluir a todos y cada uno de ellos, de modo que al
final la vida entera de la familia estaba regulada por el lavado de manos?

Les pedí a los niños que salieran del despacho y pregunté a la pareja sobre su vida sexual. Asumía
que la sexualidad sería de alguna manera «sucia» y quería saber cómo. La señora Ramos dijo que a
su esposo le gustaba «demasiado» tener relaciones sexuales y que le compadecía y se lo permitía
cada sábado. Él podía tocarla todo lo que quisiera mientras no le tocara las manos. «Mis manos
son sagradas», dijo.

Habíamos consumido cuarenta minutos de la consulta, y sabía tan poco sobre la familia Ramos
como cuando empecé. Todo había sido absorbido por el relato del síntoma.

Recordando a Whitaker me vino un non sequitur: un pensamiento loco. Le pregunté: «¿Por qué no
cree en su esposo? ¿Por qué cree que le miente?». Tras una larga pausa el resultado fue
sorprendente y satisfactorio.

«Sueño con frecuencia que me despierto y me encuentro con que se ha ido.» Fue como si se
hubiera abierto un grifo. Dejó el síntoma y empezó a describir lo crítico que era su esposo: cómo
ella intentaba complacerle pero todo lo que decía estaba mal, cómo lloraba cuando él le gritaba y
cómo los niños acudían a consolarla.

Le pregunté si Sara la protegía y llamé a Sara de vuelta al despacho.

Ella describió que se sentía apenada por su madre y que ella acariciaba el pelo de su madre
cuando lloraba y le besaba la frente hasta que se calmaba. Uno a uno, los otros dos hijos se
sumaron a la sesión para contar historias similares de protección a la madre de la crítica paterna.
Al mismo tiempo, dijeron que su padre nunca había sido violento con nadie de la familia y que era
muy cariñoso.

En este punto, los síntomas se habían alejado de su lugar central y nos encontrábamos en un
simple drama familiar con los hijos participando en el conflicto paterno. Este drama era conocido
para mí; lo había vivido muchas veces. Paré a los niños, diciéndoles que su protección de la madre
no ayudaba a ninguno de los padres. Animé a la señora Ramos a desafiar la falta de comprensión
de su esposo. Si lo hacía, yo apoyaría y ampliaría sus peticiones de un trato más justo.

Le pedí a la señora Ramos que me hablara sobre sus padres y sobre quién de ellos había sido más
crítico con ella. Me dijo que ella siempre había sido considerada la menos atractiva e inteligente
de su familia. Cuando era niña siempre había trabajado más duro que su hermana para conseguir
el amor de los padres, pero siempre se había sentido una segundona.

Terminé la sesión, invitando a la pareja a una segunda consulta al cabo de tres días. Instruí al
marido para que encontrara nuevas formas de apoyar a su esposa mientras tanto. Quería que
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 35

recordara viejos tiempos, cuando él la había cortejado. Iba a comprarle un regalo. Le dije a la
señora Ramos que debía dejar en paz las manos de los niños para que pudieran ser dueños de sus
propios cuerpos. Les pedí a los niños que dijeran a su madre que sus manos les pertenecían y que
se las lavarían cuando pensaran que era necesario.

Cuando la sesión finalizó, estreché la mano de cada uno. Sólo después de que se marcharan
recordé que las manos de la señora Ramos eran sagradas y que no tocaba las manos de otras
personas. El matrimonio Ramos y yo habíamos olvidado sus síntomas.

¿Qué es lo que pasaba de manera vaga y compleja por mis circuitos cerebrales durante la sesión?
Primero, estaba impresionado por el poder del síntoma para controlar a la familia entera. También
estaba divertido por la habilidad de los Ramos —o la desgracia— para trasformar el significado de
cada evento en la lógica de la narración referente al síntoma. En algún punto pensé que la señora
Ramos debía de sentirse extremadamente impotente para necesitar todas estas formas de control
tan elaboradas y, casi de forma simultánea, pensé que si se sentía tan atemorizada, indefensa,
desamparada, ella y su marido debían de estar viviendo en un contexto que les empujaba a
sentirse y actuar de esta manera.

Quiero aclarar mi pensamiento. No creía que el señor Ramos hubiera creado las condiciones de su
esposa. Lo más probable es que la señora Ramos hubiera extraído de su familia de origen una
propensión a sentirse incomprendida. Cuando ella se casó, debieron haber existido las condiciones
para establecer algunas formas nuevas de relacionarse, pero no se habían desarrollado. El señor y
la señora Ramos estaban manteniendo los viejos patrones que inducían su particular respuesta.

Pero en vez de un diálogo o un conflicto, teníamos a una familia completa lavándose las manos.
Para inducir al cambio, mi pensamiento fue que la dirección más prometedora sería ayudar al
señor Ramos a cambiar la relación con su esposa. Mi non sequitur vino en este instante: «¿Por qué
no cree a su esposa? ¿Por qué cree que él le miente?». La respuesta a este requerimiento de un
relato personal fue, creo, predecible.

Me encontraba, entonces, en disposición de dirigir la sesión hacia la exploración del modo en que
los niños eran enrolados en el conflicto del cónyuge. Después de eso, estábamos preparados
para preguntas sobre el pasado de la señora Ramos y para intervenciones en el conflicto de párela,
en el cual apoyé a la señora Ramos.

Hacia el final de la sesión, me sentía excitado por los cambios y decidí mantener la siguiente sesión
con la pareja a solas. También preparé el escenario para un final feliz y decidí comprar una docena
de rosas rojas para que el señor Ramos se las entregara a su esposa. Yo no tenía idea de romo
usaría esas rosas, ni tan siquiera de si las utilizaría.

Tres días después, la pareja volvió. La señora Ramos se había vestido indudablemente con su traje
de domingo. Empezó a hablar, describiendo cómo ella se había percatado de que estaba dañando
a los niños y que había decidido liberarlos de sus demandas. Durante esos tres días, comen-ló,
tuvo momentos en que se sintió angustiada cuando pensaba que estaban sucios, pero ella sabía
que necesitaba controlarse a sí misma y así lo hizo.

Su marido dijo que él había estado atento con ella y que había dejado de criticarla. La señora
Ramos asintió. Como la pareja parecía ahora más unida emocionalmente, le pedí a la señora
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 36

Ramos que me contara más sobre su familia, afirmando que quizás podríamos descubrir juntos la
razón de sus síntomas. Ella narró una infancia difícil en la granja de sus padres. Eran pobres y
tenían que trabajar duro. Se había transformado en la niña que más trabajaba para ser,
solamente, tan buena como las demás. Su marido intervino, describiendo cómo ella siempre
necesitaba complacer a todo el mundo y estar siempre disponible para hacer frente a las
necesidades de sus padres y hermanas. Entonces hablaron sobre cómo, cuando la madre de la
señora Ramos se estaba muriendo, ella se pasó tres semanas cuidándola día y noche. En este
punto, la señora Ramos empezó a llorar y describió cómo su madre se llegaba a alterar por la
noche y le golpeaba en su cama. Para protegerse, ató las manos de su madre, como lo hacían en el
hospital. Hacer eso había sido muy traumático para ella, dijo. Se sentía culpable por lastimar las
manos de su madre.

A los cuarenta minutos de sesión, me avisaron que cogiera las rosas que había pedido. Volví con
las flores y se las entregué al señor Ramos diciéndole que se las había comprado para que él se las
diera a su esposa cuando se sintiera cariñoso. Él tomó las flores y se dispuso a dárselas. Le paré,
diciéndole que lo dejara para más tarde, cuando ellos estuvieran solos y en un estado anímico más
propio. La sesión finalizó con una discusión sobre Cenicienta. Le sugerí a la señora Ramos que ella
había estado controlada por su necesidad de trabajar más duro para ser aceptada. Empleé la
palabra fregona * para resaltar mi visión; quizás, al igual que Cenicienta, ella podría relajarse y
aceptar a su príncipe.

En realidad, no sé qué sucedió para que la sesión finalizara como un cuento de hadas. Algo de esta
familia hizo que me moviera de una manera simple. Me sentí atrapado en su drama y su lenguaje.
Los Ramos tam-bién se sintieron tocados. Fueron agradecidos y la señora Ramos no dudó en
estrechar mi mano. Esta vez ambos, ella y yo, sabíamos que era un nuevo paso, una liberación de
la tiranía del síntoma. Si pienso sobre el proceso del cambio —cómo un síntoma tan extraño
comenzó a cambiar en una consulta de dos sesiones—, debo atribuirlo a mi confluencia con ellos.
Al unirme con la señora Ramos, se sintió fortalecida para realizar demandas. Le ayudé a pasar de
actuar sus emociones a través del síntoma, a expresarlas en forma de lenguaje y de retos
interpersonales.

¿Cuáles fueron los elementos clave en esta consulta con la señora Ramos? Lo primero, creo, fue
mi atención y mi manejo del síntoma. El poder del síntoma parece depender de la descripción
invariable de la historia. Es como los relatos infantiles, siempre narrados del mismo modo. Si en la
exploración el terapeuta amplía la historia, incluye a otras personas, o introduce cualquier tipo de
novedad, la automaticidad del síntoma es puesta en duda. El síntoma de la señora Ramos se había
ido fortaleciendo durante años por la repetición diaria, y me sentí empujado a explorarlo de forma
detallada para validar mi hipótesis. (Un manejo similar del síntoma se presenta en el capítulo 14.)
Desde el comienzo, cuestioné la validez de la historia en toda su extensión. Mis dudas eran visibles
en un primer momento: «He visto muchos casos similares, pero ésta es la primera vez que veo...».
Cuando pedí a los niños que me mostraran sus manos, subrayé que eran sus manos. Exploré
detalles: «¿Los huevos están sucios? ¿El sexo es limpio?». Acompañé mis preguntas con
exclamaciones de sorpresa, que al repetirse ponían en tela de juicio la realidad del síntoma. Tales
cuestionamientos estaban acompañados de afirmaciones de aceptación de la realidad del
síntoma. Es una estrategia con dos caras.

También trabajé con subsistemas. Comencé con la familia completa, pero cuando quería
cuestionar la intrusión de los hijos en el conflicto del cónyuge les invité a que salieran, después
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 37

pedí que regresaran cuando la sesión requería nuevamente de su participación. En la creencia de


que las personas se construyen unas a las otras, concluí que el síntoma de la señora Ramos debía
ser parte de las interacciones entre ella y su esposo. Mi pregunta: «¿Por qué cree que su esposo
miente?», estuvo motivada por este concepto. Una vez que la pareja se comprometió en la
terapia, alenté el conflicto y participé ampliándolo, me uní a la señora Ramos para ayudarle a
cuestionar a su esposo. Y ya que creo que los padres, al menos la mayoría, desean ayudar a sus
hijos, le entregué a la señora Ramos la tarea de controlar su ansiedad por el bien de los hijos,
esperando que dominaría sus síntomas, y así lo hizo. La exploración de su historia llegó una vez
que habíamos explorado el presente y como un medio de clarificar las distorsiones actuales. La
segunda sesión estuvo dedicada, casi por completo, a la familia de origen de la señora Ramos.

El retorno de María y Corrine

Esta consulta era técnicamente ilegal. Como vimos en el segundo capítulo, los hijos de María
estaban adoptados por un familiar, bajo responsabilidad legal de una cuñada de María, Corrine, y
una orden disuasoria había prohibido a ambas mujeres que se encontraran. La sesión fue una
consulta con un grupo de supervisores y asistentes sociales de la división infantil del
Departamento de Bienestar. Ellos y los asistentes sociales de los niños estaban observando desde
detrás del espejo unidireccional. En la sala de terapia, se encontraban María y Corrine, ambas
veinteañeras, Juana, de seis años, y Peter, de tres. Y los consejeros respectivos de las mujeres,
cuya función en la sesión era, presumiblemente, contener la agresión.

Mientras las «madres» estaban en el sofá, los niños comenzaron a romper los juguetes de mi
oficina. Pronto había tres muñecas decapitadas en el suelo, y Juana había cogido los rotuladores y
estaba pintando la mesa del café. Observé a las madres, esperando que alguna de ellas controlara
a los niños tal y como suelen hacer las madres. Finalmente dije: «Estoy confundido. No sé quien es
la madre o quien está al cargo. Pero no quiero que llegue a tocarse ese micrófono. Y deseo hablar
con las dos, y no puedo hacerlo en medio de este jaleo».

Este comentario ilustra una técnica simple pero muy importante. Guarda relación con el
autocontrol cuando existe un conflicto familiar. Si yo hubiera intentado controlar a los niños y
hubiese tenido éxito, los resultados hubieran sido desafortunados. Habría demostrado a ambas
madres que eran incompetentes. En vez de eso, les dejé la tarea y su control sobre los niños me
permitió observar los recursos que habían desarrollado en la crianza de los hijos.

Esperé. María fue donde Peter y habló con él tranquilamente. Corrine «se compró» a Juana con la
promesa de una excursión al McDonald's. Comenté lo complementarios que eran sus estilos y les
animé a hablar entre ellas, primero sobre los niños y luego sobre sí mismas.

Por supuesto, podría haberlas comprometido, entre otras formas, con una descripción de su
historia personal con los niños, mientras la otra escuchaba y observaba. Pero animarlas a dialogar
entre ellas me otorgó la ventaja de permanecer descentralizado; me dio la libertad de observar de
qué manera se relacionaban estas mujeres, con las rigideces y la posibilidad de alternativas.

Tuve que poner en juego toda mi habilidad para mantenerlas hablando, ya que existía mucha
amargura entre ellas. Cambié al castellano, alabando que se ayudaran la una a la otra. Me uní a
Corrine, felicitándola
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 38

por su desinterés al cuidar a los niños de María, pero también resalté cómo se había limitado su
vida y cómo María le podía liberar de ser madre a tiempo completo. Critiqué al tribunal, indicando
inconfundiblemente que un juzgado angloamericano no podría entender lo importante que es
para los latinos ayudarse entre sí. Dije que la orden limitante había impedido la mejor solución:
que trabajaran juntas.

Recapitulando para el personal, observé que era natural para los niños comportarse de forma
hiperactiva en presencia de dos madres reñidas entre sí. Subrayé que había empleado sus
conductas para crear una representación de los estilos parentales y sugerir alternativas que
podrían mejorar las vidas de ambas madres. Más tarde, el trabajador social y yo diseñamos un
plan para cambiar la orden disuasoria del tribunal.

Nina y Juan: escuchando voces

El capítulo 8 presenta una familia puertorriqueña compuesta por Juan, el marido, que
frecuentemente se encontraba bebido; su esposa, Nina, de cuarenta años, que había sido
hospitalizada muchas veces con múltiples diagnósticos, y su hija Juanita, de quince años, que se
negaba a ir a la escuela. Estaban en terapia con Margaret Meskill, que les trajo a mi grupo de
supervisión para la consulta.

Le pedí a Nina que describiera sus alucinaciones auditivas. ¿Eran voces masculinas o femeninas?
Nina respondió, sin dudarlo, que eran voces femeninas. «¿Qué te dicen?», le pregunté.

La búsqueda de detalles sobre el síntoma es parte de todo examen psiquiátrico. Pero mi intención
aquí es diferente a la de esta frecuente investigación. Estaba empleando la descripción de Nina de
sus alucinaciones auditivas como un trampolín para transformar su posesión individual del
síntoma en una red más compleja de interacciones complementarias.

«Tus voces se pueden controlar», le dije. «Pero necesitan que otras voces —igual de fuertes—
luchen contra ellas. ¿Escuchas la voz de Juan? ¿O la de Juanita?»
«No, nunca.»
«¡Ah! Sus voces son demasiado suaves», le dije.

Me pregunté por qué la voz de Juan era tan suave que Nina no podía oírle. ¿Y por qué la voz de
apoyo de Juanita era inaudible? Entonces espeté a Juan: «Tú te refugias en la bebida cuando tu
esposa te necesita». Este es un ejemplo de una de las intervenciones más características de la
terapia familiar: centrarse en el mantenimiento del síntoma por parte del otro miembro familiar.
A lo largo del resto del tratamiento, Margaret Meskill y yo apoyamos la voz de Juan, cuya fuerza
podría retar a las alucinaciones auditivas de su esposa. Cuando él cambió y se volvió más asertivo y
responsable con ella, sus historias cambiaron. Sus voces desaparecieron y él dejó de beber.

Este es un caso en el cual ignoré un diagnóstico psiquiátrico individual de esquizofrenia y en vez de


ello establecí un diagnóstico de alucinaciones auditivas histéricas en un contexto familiar
disfuncional. Empleando al marido como coterapeuta, cambié su relación con su esposa, y ello se
tradujo en la curación de los dos.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 39

«Todo el mundo pelea contra todo el mundo»

Esta consulta tuvo lugar en el departamento de atención externa de una gran agencia que tiene un
hospital de día para los niños. La familia, una madre divorciada y sus cuatro hijos, llevaba en
contacto con la agencia cuatro años y medio. Harriet, la madre, de treinta y ocho años, había
estado casada dos veces, en ambas ocasiones con maridos que abusaban físicamente de ella y su
segundo esposo estaba encarcelado por abusar se-xualmente de los hijos. El terapeuta de familia
describió a la familia como caótica. Había una alta incidencia de violencia; estallaban conflictos
durante las sesiones. El terapeuta temía cada sesión, pero afortunadamente la familia cancelaba
las citas con frecuencia.

No podía obtener ningún comentario positivo sobre esta familia, así que decidí hablar con la
«parte» de la familia que el grupo desconocía. Para desafiar el énfasis del grupo en la patología,
me ocuparía en las cuestiones familiares referentes a la competencia y evitaría las áreas de
agresión. (Asumí, sin ningún dato que lo confirmara, que esta familia presentaba áreas de
competencia. No podían haber sobrevivido como familia, si hubiesen sido sólo tal y como el
personal les describió.)

Cuando comenzó la sesión, la madre dijo que venía a la terapia «porque todo el mundo pelea
contra todo el mundo». Y como espoleados por esta afirmación, George y Harry comenzaron a
luchar como si fueran gallos de pelea.

George, de doce años, era mucho más grande que Harry, de diez años. George parecía bastante
controlado, pero Richard, de dieciséis, se movió inmediatamente para sujetarle y le agarró con
fuerza, aun cuando Geor-ge no se resistía. Suzanne, de diecinueve años, que se sentaba cerca de
Richard, estaba en un estado de alerta, preparada para ayudarle. La madre se sentó tensa en su
silla, mirando con expresión de desamparo la caótica escena. La interacción completa no duró más
de dos minutos; los participantes lo tenían bien ensayado.
Era claramente la cultura de la terapia, cuajada en encuentros previos. Tales peleas eran la
asignatura de la familia, ejecutadas para probar al terapeuta lo imposibles que eran. Yo no piqué.
Hice una pausa y después cogí un lápiz de color de mi bolsillo y le dije a Richard que, ya que
parecía claro que él era un ayudante, me preguntaba si él podría usar mi lápiz mágico para dibujar
una familia que funcionara mejor. Él permaneció en silencio y, afortunadamente, así lo hicieron el
resto de miembros familiares, que parecían intrigados por mi extraña petición. Después de un
minuto o dos, dijo: «Me gustaría que nadie de la familia peleara, así mi madre no sufriría».
Impresionado, le pregunté en qué curso escolar se encontraba. Él comentó que en el instituto, que
sacaba buenas calificaciones, y que deseaba estudiar para convertirse en policía. Añadió que
durante los dos últimos años había trabajado en McDonald's al salir de la escuela.

Le pedí que pasara el lapicero a su hermana. El hecho de pasar el lapicero, como si fuera un ritual
mágico, llamó la atención de los otros miembros familiares, que se convirtieron en la audiencia.
Esta técnica es útil en familias en las cuales el ruido es el contenido de las interacciones familiares.
Si fuera necesario, el terapeuta puede dirigir el flujo de la conversación insistiendo en que sólo
puede hablar el miembro de la familia que posee el lapicero.

Suzanne me dijo que después de terminar el instituto había comenzado a trabajar en McDonald's.
Durante el último año había sido la supervisora. Daba a su madre una gran parte de su salario. Le
pregunté sobre sus responsabilidades en el trabajo y si su madre la alababa por ser tan
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 40

responsable. Ella respondió que no. Me quedé sorprendido, después estreché la mano de la
madre, felicitándola cálidamente por su capacidad al haber criado niños tan responsables y leales.
Ésta es una intervención sugerida por Jay Haley. Felicitar a los padres por el éxito de los hijos (o
viceversa) es una intervención sistemática que resalta claramente la complementariedad entre los
miembros de la familia, enfatizando las uniones positivas.
A los quince minutos de sesión había enganchado a cada miembro de la familia y había observado
la agresión y los intentos por controlarla, los cuales ignoré. Había confirmado la fuerza de los dos
hermanos mayores y la madre. Y también había comprobado que los temas de lealtad y de
protección de la madre y los otros eran áreas importantes y admirables, no exploradas
totalmente.

Pedí ahora a George y Harry que se pusieran de pie uno junto al otro. Cuando se trabaja con niños
pequeños, el lenguaje de la terapia debe ser el lenguaje de la acción. A menudo pongo a los niños
de pie uno junto al otro para ver quién es más alto, quién sonríe más abiertamente, etc., para
ayudarles a sentirse como participantes. Le pregunté a Harry cómo era posible que George le
hubiera provocado si éste era mucho más pequeño. Suzanne afirmó que George podía ser muy
destructivo y que rompería los brazos y las piernas de Harry si no llegaba a intervenir. La secuencia
de violencia en casa, que la familia estaba describiendo en ese momento bastante afablemente,
era que Harry provocaba a George, y George acechaba a Harry. Richard se encargaba de George y
Suzanne agarraba a Richard. Me parecía claro que esta familia de gente maltratada había
desarrollado una gran sensibilidad a las señales de agresión y un sistema de respuestas inmediatas
para aplazar la agresión antes de que se volviera destructiva, como había ocurrido.

Pregunté a la madre, a Richard y a Suzanne, si podrían dejar a George y a Harry luchar sin que
intervinieran. De forma unánime respondieron que George mataría a Harry. Le pedí a George si él
podría convencer a su familia de que no estaba loco o de que no era un criminal. Así estaba
creando un contexto en el cual los miembros de la familia podrían interactuar en mi presencia y yo
podría observar los patrones familiares típicos y experimentar alternativas.

George suplicó a su madre que le dejara demostrar que podía controlarse, pero la madre, Suzanne
y Richard replicaron recordando viejas imágenes de destrucción y describiendo escenarios de
futuros horrores. Finalmente, la madre estuvo de acuerdo en no interferir durante dos días en las
luchas de George con Harry. Suzanne afirmó que ella estaría mirando, pero la madre, en lo que era
claramente una nueva postura, dijo que ésta era su decisión y Suzanne debería acatarla.

Por lo tanto, se habían dado una serie de cambios. Primero, yo apoyé a George. George, en una
postura inusual pero claramente atractiva, pidió a la familia que cooperara mientras
experimentaba con el autocontrol. La madre respondió apoyando este cambio. Suzanne cuestionó
a su madre volviendo a patrones habituales de control, pero la madre cambió la ordenación
jerárquica de la familia al asumir la responsabilidad.

La familia quedó sorprendida de que el terapeuta no hubiera visto —o hubiera sido engañado al
no ver— lo destructivos que eran. Pero hubo un contacto con cada uno de los miembros de la
familia, y ellos agradecieron mi confirmación de ellos como personas únicas, competentes, leales y
cariñosas.

El personal de la agencia no entendía la transformación de la familia en un grupo cooperativo.


Prometieron observar la siguiente sesión con el terapeuta familiar, que se sentía muy optimista.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 41

Tras la sesión exploramos cómo el grupo se había centrado exclusivamente en los déficits
familiares. También discutimos las maneras en que los servicios ofrecidos a esta familia fueron
ineficientes, repetitivos, y fragmentados. El terapeuta familiar, el terapeuta individual y el personal
de día del hospital pertenecían a equipos diferentes y trabajaban con distintos segmentos de la
familia. No habían visto la necesidad de una integración. Una discusión de seguimiento con el
personal, seis meses después, indicó que ésta había sido una sesión crítica para ellos, y que la
familia había continuado mostrando cambios significativos.

CREACIÓN DEL SISTEMA TERAPÉUTICO

Supongo que si uno hiciera el intento de describir pormenorizadamente mi trabajo, diría que lo
que hago es ampliar diferencias allá donde lo habitual se convierte en incómodo y algunas veces
en imposible. Realizar eso implica un compromiso directo con uno mismo y es un proceso de
cuestionar los patrones familiares a la vez que se refuerza reiteradamente a los individuos
atrapados en ellos.

Durante mis cuarenta años de terapeuta de familia he descubierto lo que mucha gente ya había
descubierto antes: la gente prefiere no cambiar. Se sienten cómodos con la seguridad de lo
previsible, así que continuarán manteniendo sus modos preferidos de responder. Tienen que ser
empujados para elegir respuestas más allá del rango establecido de lo permisible.

Por lo tanto, casi siempre trabajo cuestionando lo que es costumbre. Pero sé que mi desafío en sí
no es muy poderoso, así que lo que hago es crear una inestabilidad entre los miembros de la
familia que les fortalezca, forzándoles a encontrar modos nuevos de responder. Entonces puedo
trabajar con esta energía, dándole importancia al movimiento. Las familias presentan unas
fotografías muy bellas y estáticas. Y yo soy «el de los dedos ansiosos por dibujar bigotes».

Al contrario que los constructivistas, yo no trabajo con miembros familiares individuales para
explorar y entender modos alternativos de comportarse. Trabajo con el cambio familiar. Cuando
me relaciono con miembros individuales de la familia, estoy frecuentemente uniéndome a ellos y
dándoles autoestima. En el caso de Nina y Juan, le dije a Nina: «Eres una mujer tan entera; ¿cómo
es que fuiste a parar al hospital?», e intervine para localizar la patología, no en ella sino en el
contexto familiar.

Continuando con mi intento para extraer de mi estilo particular de terapia algunas reglas
universales que podrían ser útiles para otros terapeutas, he redactado algunas pautas sobre la
concepción de la familia y del proceso de transformación familiar. Las he organizado en un listado,
esperando que se lean, como se espera de las pautas, como una simplificación útil.

Conceptos sobre las familias

1. Las familias son sistemas sociales conservadores, limitantes, que organizan a sus miembros
hacia un cierto funcionamiento previsible con respecto al otro. Por tanto, los modos alternativos
de relacionarse que tenga cada miembro familiar son marginados por las vías preferidas de la
familia.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 42

2. A medida que las familias evolucionan, se mueven a través de periodos críticos en los cuales
las demandas de las nuevas circunstancias requieren de un cambio en la manera de pensar, sentir
o relacionarse de los miembros de la familia. El nacimiento de un hijo, el envejecimiento, el
cuidado de los niños, el abandono de la familia por parte de los hijos, el cambio o pérdida de
trabajo, son ejemplos de transiciones que contienen elementos de peligro y oportunidad. Es en
estas confluencias donde las familias crecen (se convierten en más complejas) o se estancan (se
empobrecen). Los síntomas de un miembro familiar pueden reflejar el estrés resultante.

3. El yo es siempre íntegro y, al mismo tiempo, forma parte y está constreñido por el conjunto
de las relaciones familiares. Uno puede reconocer el síntoma de un miembro familiar y señalar
cómo el control se encuentra en manos de alguien más, según los «modos» de la función y
estructura familiar.

4. Los miembros de la familia desarrollan medios para negociar el conflicto que permiten la
predicción de la interacción pero que a la vez coartan la exploración de la novedad.

5. El diagnóstico puede verse como algo interno, pero también externo, al individuo y como algo
que ocurre en las interacciones entre los miembros familiares.

6. El diagnóstico de una familia, «conocer» los métodos de la familia, incluye la organización


visible de la familia, el funcionamiento, y el repertorio invisible de las posibles interacciones
suprimidas por el reduccionismo acomodativo a las circunstancias vitales por parte de los
familiares.

7. A pesar de que el terapeuta mantiene ideas y sesgos sobre las normas familiares, y sobre el
mejor ajuste familiar, sólo puede ir en la dirección que la familia indica cuando representan su
drama y muestran posibles alternativas.

La transformación en las familias

1. Los miembros de la familia se representan a sí mismos alrededor del síntoma y de la definición


familiar del portador del síntoma. Los primeros puntos de unión y de cuestionamiento del
terapeuta a la familia giran en torno a la exploración detallada, la ampliación y el desafío de esta
definición.

2. El cambio de los patrones familiares requiere del uso por parte de los miembros de la familia
de formas alternativas de comportarse y relacionarse que sólo están disponibles bajo ciertas
condiciones.

3. El clínico es el motor del cambio. Cuando incorpora el sistema terapéutico, introduce cambios
en el patrón usual disfuncional (léase «estrecho») de relación familiar.

4. Para saber hacia dónde dirigir el proceso de cambio, el terapeuta necesita observar el drama
en la cotidianeidad familiar. Necesita traer el ambiente de la cocina a su consultorio; eso es lo que
significa «representación».

5. El terapeuta entonces explora el potencial de cambio mediante la localización de áreas de


conflicto e incrementando la intensidad del conflicto más allá del umbral acostumbrado de la
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 43

familia. La intensidad convierte a las interacciones usuales en algo difícil e imposible y abre a los
miembros de la familia a la exploración —algunas veces tímida— o a nuevas formas de
comportarse.

6. Con el fin de responder de un modo diferencial a las necesidades de los miembros del
sistema terapéutico, el clínico necesita acceder a diferentes aspectos de sí mismo. Debe, por
tanto, ser autorreflexivo, conocerse a sí mismo y sentirse cómodo con la manipulación del yo en
beneficio de la curación de la familia.

7. Para fomentar y acceder a la novedad, el terapeuta selecciona a un coterapeuta entre los


miembros de la familia. Esta unión con el co-terapeuta es temporal; una persona podría ser
coterapeuta durante varias sesiones, pero también es posible cambiar los coterapeutas dos o tres
veces en una misma sesión. Todos los miembros de la familia deberían sentirse reclutados en una
ocasión u otra dentro de este proceso.

8. Al trabajar con organismos que ofrecen servicios a las familias, el clínico necesitaría
considerarles parte del contexto familiar. Debería ampliar sus intervenciones con el propósito de
crear cambios de organización que no perjudiquen a la familia.

Cualquier lista es arbitraria. Otros aspectos de mi trabajo son también característicos: por
ejemplo, mis técnicas particulares para relacionarme, ' o las maneras en las cuales «acaricio y
golpeo» al mismo tiempo. Releer las historias de los casos que se esparcen por todo el libro nos
puede conducir a una comprensión más compleja de estos puntos.

En cualquier caso, algunos aspectos de mi pensamiento y mi trabajo no encajan en absoluto con


un formato o lista. Necesito presentarlo de forma detallada. Lo que sigue es una discusión de la
historia oficial, la memoria familiar y el trabajo con la representación.

La historia oficial

Las familias vienen a terapia con un paciente oficial y una presentación sobreensayada del yo a los
extraños. Ésta es la historia oficial; ha sido organizada a fondo. Uno debe respetarla, pero también
debe saber que es simplista. Donde no existen alternativas, donde no se describen tangentes, se
está limitando artificialmente la riqueza humana de la familia.

Uno puede postular intrigas de forma automática. Debe haber otras historias, como esos bocados
tentadores, aparentemente fortuitos, que formaban parte de los argumentos de las ricas novelas
del siglo XIX que terminaban revelándose como importantes al final. Estos argumentos aparecerán
en los diferentes relatos de los distintos miembros familiares, así como en su conducta real. El
terapeuta escucha la historia oficial, porque es fundamental para la preocupación de la familia.

Pero a medida que participa y pregunta, sentirá curiosidad sobre diferentes perspectivas. A
medida que sigue la pista de los temas que presentan los miembros de la familia, es importante
que anime a hablar a cada uno sobre sí mismo y a los , otros sobre ellos. Si permanece alerta y
curioso ante la historia oficial, pronto ésta se amplía y muestra argumentos inesperados.

Las historias familiares se transmiten en dos niveles. Son narrativas y drama. La narrativa (o
narrativas) está organizada en el tiempo. Es lineal y coherente. El argumento, los personajes, las
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 44

conclusiones se desenvuelven en una secuencia ordenada, y los miembros de las familias


representan su parte como personajes de la historia o como narradores implicados en el cuento.

Pero la narración es siempre interrumpida por algo. Existe alguna disonancia. Un miembro de la
familia posee una historia diferente o permanece extrañamente en silencio o es marcadamente
intrusivo. Éste es el ruido que no encaja con el guión. A medida que el terapeuta investiga la
disonancia, puede ampliarla hasta que su impacto emocional se convierta en algo aparente. Hasta
que el conflicto latente o inexpresado llegue a visualizarse y comience a aparecer su relación con
otros elementos del drama familiar.

El portador individual del problema es entonces sustituido por patrones relaciónales. El problema
se mueve del interior de los miembros individuales de la familia a las interacciones entre los
miembros de la familia. Cuando las cosas se ven de esta manera alternativa, la realidad fija de las
historias familiares puede cuestionarse.

La convicción por parte de los miembros familiares de su autonomía, es desafiada por la visión del
terapeuta de sus «yoes» limitados y construidos por los otros. Por ejemplo, si la historia de la
familia es «Jean es anoréxica», el terapeuta puede preguntar: «Jean, déjame hacerte una pregunta
absurda. ¿Cómo crees que tus padres te animan a que no comas? Cuando tú no comes, ¿qué
hacen tus padres? Sam, ¿tú crees que tu esposa le ayuda a Jean a comer normalmente? Diane,
¿cómo responde Sam a los hábitos alimenticios de Jean?».

Aquí la explicación se relaciona con las interacciones de los padres de Jean que la invitan a no
comer. La meta es trasladar la comida de Jean a la esfera de su relación con los padres, animando
a una exploración y expresión del conflicto interpersonal entre padres e hija que moverá el centro
de atención del tema de la comida a la autonomía.

Pero el terapeuta podría también cambiar la atención hacia el control de Jean sobre sus padres: la
historia de la madre sobre las demandas de Jean para que ella cuente las calorías, la narración del
padre sobre la manera en que los hábitos alimenticios de Jean organizan su cena, los relatos de los
esposos sobre sus conflictos respecto a la manera adecuada de responder a su hija, o el miedo a
que ella se muera de hambre.

En este punto, la historia original de Jean ya no es su historia. El terapeuta ha creado tensión


resaltando los dramas conflictivos. Cuando la gente ocupa el lugar central de las historias, la
cuestión de cómo los miembros familiares se encuentran aprisionados por los otros crea opor-
tunidades para el cambio. De forma que tenemos múltiples lecturas.

La meta del cambio en esta perspectiva es animar a la exploración de las diferencias y poner a los
miembros familiares en posición de ser potenciales curadores del otro. Este concepto es diferente
del de re-historiar, en el cual la exploración es cognitiva y la historia parte de un miembro
individual de la familia. Al implicar a los narradores en diálogos que amplíen las historias
conflictivas, se sacan a la luz los controles que los miembros de la familia tienen sobre el otro y les
permite centrarse sobre las alternativas.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 45

La memoria familiar

Los terapeutas estructurales —y los terapeutas familiares intervencionistas en general— han


otorgado tal prominencia a nuestra participación en el proceso terapéutico, que hemos tendido a
pasar por alto la historia familiar, probablemente como reacción a las aproximaciones
psicodinámicas, las cuales exageraban la importancia del pasado, como si la infancia fuera el
destino. Asumíamos que lo que es relevante en el pasado existe en el presente, y se destaca en el
encuentro actual.

Pero en la práctica clínica, la atención a la historia familiar a menudo aparece en la fase media de
la terapia, cuando tiende a descubrirse algún segmento relevante de la historia familiar. Para
cuando la familia y el terapeuta se hayan comprometido de un modo que les permita creer el uno
en el otro. Ahora la historia paternal, sus padres y la familia al completo se convierten en una
fuente de curiosidad y de construcción de hipótesis sobre la relevancia de los eventos pasados en
el modo actual de relacionarse y pensar de los miembros de la familia.

La familia y el terapeuta exploran los límites que las experiencias previas imponen en sus patrones
e intenciones actuales. Pueden surgir perspectivas novedosas partiendo del entendimiento de
cómo los viejos modelos de relacionarse extraídos de la infancia se están representando de forma
anacrónica en las interacciones diarias. Los «yoes» de hoy son concebidos como una atadura a
viejos propósitos.

Por ejemplo, a John le habían prometido un perro por su octavo cumpleaños. El padre le
llevó a una tienda de animales donde él eligió un encantador cachorrito de raza
doméstica. Pero su padre insistió en comprarle un perro de raza con pedigrí. Discutiendo
el incidente en la terapia, el padre describió su conducta como un remanente de la
devoción de su familia de origen a «lo mejor». Este esquema, aprendido en un contexto
previo, le impidió actuar de una manera sensible con respecto a los deseos claramente
expresados de su hijo.

En otro caso, Jim siempre se irritaba cuando su esposa se sentía cansada. Cuestionado por
el terapeuta, Jim se percató de que vivía la conducta de su esposa como una demanda
para hacer algo. La respuesta airada de Jim puede concebirse como una consecuencia de
su experiencia, como hijo responsable y paternalista en su familia de origen.

En el proceso de captar datos de la historia, el terapeuta no deja de explorar áreas de fuerza en la familia,
periodos de su pasado donde las trayectorias eran diferentes. ¿Su repertorio interpersonal era más rico
antes de que sus problemas estrecharan su visión de sí mismo y del mundo? Durante esta fase, el terapeuta
puede describir las demandas que piensa que los miembros de la familia están efectuando sobre él, como
un medio de ayudarles a identificar sus «fantasmas» y explorar su pasado relevante. Él puede compartir
experiencias de su propia vida y del pasado que parezcan relacionadas con los conflictos de la familia.

Trabajando con la representación

En los primeros análisis que hacían los terapeutas estructurales sobre las habilidades terapéuticas,
la representación era considerada una técnica. George Simón (1995) ha sugerido que la
representación es algo mucho más básico que eso; es la esencia de la terapia familiar estructural.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 46

Con muy pocas excepciones, como, por ejemplo, la «escultura familiar» de Virginia Satir y Peggy
Papp y algunas de las implicaciones experienciales de Carl Whitaker, la terapia se asienta sobre el
discurso. Los juegos de la gente se reducen a las historias que cuentan. Este enfoque, una
reminiscencia de la terapia individual psicodinámica, domina la terapia familiar hoy en día. Se
asume que ocurrirá algún tipo de reestructuración cognitiva durante la sesión o después de ella y
que esta reestructuración cognitiva producirá el cambio.

Esta hipótesis no está corroborada con resultados. La trampa de lo familiar y lo previsible casi
siempre pesará más que la atracción de lo nuevo. Necesitamos «tocar» a las familias a nivel
emocional y de relaciones. La ruta para estas intervenciones es la representación, llevar a la
familia a la acción en presencia del terapeuta. El siguiente paso es alguna forma de «quisiera verte
actuando de un modo diferente al habitual», lo cual establece condiciones para observar recursos
infrautilizados. En general, el terapeuta crea el contexto para la representación, pero las familias
se enzarzan a menudo espontáneamente en interacciones que, con la magia que otorga el
contexto terapéutica, el terapeuta puede transformar en una representación.

Por ejemplo, un estudiante presentó el caso de una madre soltera de treinta y cinco años,
una enfermera que trabajaba como supervisora en un hospital cercano. Tenía tres hijos,
incluyendo a un niño de siete años. La madre había venido a la agencia con la idea de
colocar en adopción a su hijo, que era destructivo. Había estado hurgando con un clip en
un enchufe de la escuela, diciendo que se quería morir. El psiquiatra escolar y el
Departamento de Bienestar estaban implicados. El chico era inteligente y observador. La
terapeuta empezó a hablar con él. Ella le preguntó si recordaba el momento en que su
padrastro golpeó a su madre y cómo se sentía al respecto. El chico empezó a hablar sobre
el miedo que sentía por su madre. Mientras el terapeuta participaba con el chico en la
descripción de estos eventos, la madre, que había permanecido reservada y distante,
interrumpió a la terapeuta para ampliar algunos puntos. El niño y su madre comenzaron a
dialogar. El terapeuta movió su silla hacia atrás. Había creado una situación en la cual una
madre rechazadora y un niño temeroso estaban implicándose en una conversación que les
interesaba, y hubo un cambio en el tono emocional.

Ahora existían dos historias, una contada por la madre rechazadora que quería colocar a
su hijo en adopción y la otra contada por una madre y un hijo recordando un evento
amenazante juntos. La primera historia llevaba la perspectiva de desmembrar la familia.
Pero el terapeuta puso el énfasis en la segunda historia, referente a la necesidad que
sentía el niño de proteger a su madre. La historia de la conexión indicó nuevas direcciones.

Espero que les haya transmitido algo acerca de la manera en que hago terapia hoy en día. Pero,
¿cómo lo enseño? Esto lo hago a través de una supervisión muy amplia. La instrucción académica
tiene un lugar en la enseñanza de la terapia de familia, especialmente en las fases iniciales de este
proceso, pero el entrenamiento ayuda a crear un terapeuta, más que un científico familiar. La
adquisición por parte del estudiante de nuevas maneras de ver y pensar depende de su desarrollo
de nuevas maneras de comportarse dentro del contexto terapéutico. Por tanto, los conceptos
fundamentales, valores, supuestos y técnicas de la terapia familiar estructural no pueden
comunicarse principalmente de modo cognitivo. Un estudiante que adquiera el conocimiento de
tales conceptos solamente en el contexto de la didáctica o de las presentaciones cognitivas puede
encontrar que su dependencia de las ideas no le sirve del todo en el calor y la intensidad del
encuentro terapéutico.
EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR 47

De forma similar, aunque la descripción de técnicas es importante en el entrenamiento, el proceso


de crear un terapeuta va mucho más allá de eso. En Families and family therapy (Minuchin, 1974)
describí la terapia de una forma tan clara y simple que el libro se convirtió en un texto clásico para
los estudiantes de la terapia de familia. Durante décadas, muchos estudiantes de la terapia
familiar estructural ejecutaron una terapia de técnicas. Pero, claramente, la terapia implica mucho
más que técnicas. Las historias de la supervisión de la segunda parte nos recalcan no sólo la
complejidad de la terapia, sino también el complejo proceso por el cual un terapeuta oficial se
convierte en experto.

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