Está en la página 1de 38

Acción Democrática

Comité Ejecutivo Nacional


Unidad de Análisis y Políticas Públicas

MEMORIA HISTÓRICA
ACCION DEMOCRATICA
COMITÉ EJECUTIVO NACIONAL
UNIDAD DE ANÁLISIS Y POLÍTICAS PÚBLICAS

Acción Democrática: motor de progreso democrático


Adelante a luchar
milicianos
a la voz de la Revolución
[...]
Venezuela en Acción
Democrática
quiere ser Democracia en
Acción

Acción Democrática ha sido el centro de la vida política del país en el siglo XX y depositaria de las
más grandes esperanzas de los desposeídos de Venezuela. Ha sido el partido moderno y modernizador,
protagonista esencial y promotor de los más importantes cambios políticos, sociales y económicos de
Venezuela. El proyecto nacional democrático de transformación y progreso de la sociedad venezolana
promovido por Acción Democrática le dio forma a la sociedad contemporánea venezolana.

En líneas generales, la modernización de Venezuela promovida por Acción Democrática, se puede


sintetizar con la creación de una sociedad abierta y democrática, fortalecida económica, política y
socialmente, en el marco de una economía capitalista con fuerte presencia del Estado en materia social y
cultural, con tolerancia, pluralismo y compromiso con la prosperidad y el progreso económico y social, con
la creación de espacios para el ejercicio de la ciudadanía y la mejora continua de la calidad de vida de los
sectores tradicionalmente excluidos de la sociedad.

La construcción de la modernidad en Venezuela está ligada, además del ejercicio mismo de la


democracia representativa, con la labor pedagógica que la práctica democrática implica y con el ejercicio
libre de la actividad de los partidos políticos modernos. Acción Democrática ha sido la organización pivote
de dicho proceso.

Rómulo Betancourt, en su discurso del 13 de septiembre de 1941, pronunciado en el Nuevo Circo, selló
el nacimiento de Acción Democrática. Estas fueron parte de sus palabras:

...Este Partido ha nacido para hacer historia. Nace armado de un Programa que
interpreta las necesidades del pueblo, de la nación. (Aplausos); de un programa
realista, venezolano, extraído del análisis desvelado de nuestros problemas, porque
nosotros podremos ser partidarios de que se importe creolina —como acaba de decir
Ricardo Montilla—, pero programas, no. [...] Nace Acción Democrática asistido por
la fe y la emoción multitudinarias del pueblo, y lo comanda un equipo de hombres
conocidos de toda Venezuela, de bien ganada solvencia política y moral.

Han pasado más de seis décadas desde aquellas palabras en el Nuevo Circo. Gran parte de aquellos
dirigentes eran inexpertos políticamente, pero consustanciados con años de luchas sociales, sindicales,
persecuciones y de exilios. No habían experimentado el poder. Todavía faltaban años para el 18 de Octubre
y para el polémico trienio popular, el 321, el fifty–fifty y para la década de la dictadura militar que llevaría a
muchos de ellos a derramar su sangre en las calles o salir al exilio. Faltan diecisiete años para el glorioso 23
de Enero y el Pacto de Punto Fijo. Para la creación de la OPEP, la electrificación de Venezuela, la Reforma
Agraria y la masificación de la educación. Décadas para el Gran Mariscal de Ayacucho y la estatización del
petróleo. Poco menos de veinte años para que la lucha armada arrastrara a los más jóvenes entre los
presentes a alzarse contra el orador y contra su generación. Para que el trajinar cotidiano, la negociación y el
“fortalecimiento del sistema democrático” se arraigara en su ser.

Se encontraban allí jóvenes que venían de luchar contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, en las
filas de la Federación de Estudiantes de Venezuela, del ARDI, de la ORVE, y del PDN. Era la Generación
del 28. Los que pelearon en los sindicatos, como Valmore Rodríguez, intelectuales como Rómulo Gallegos,
Andrés Eloy Blanco e Inocente Carreño.

Fue la formación de un partido de masas: con campesinos, maestros, profesionales, obreros,


trabajadores de toda clase. Llegó a convertirse en un fiel reflejo de Venezuela entera, con sus virtudes y sus
defectos. Se asumió como el representante de “Juan Bimba”, del siempre excluido y del tradicionalmente
marginado: del campesino pobre y sin tierra, del obrero explotado, de la mujer sin derechos políticos. Todo
eso ha sido Acción Democrática.

Acción Democrática nació el 13 de septiembre de 1941 como un partido de oposición. Rómulo


Betancourt, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Juan Pablo Pérez Alfonso y toda aquella primera generación le
objetaban a Isaías Medina, más allá de su simpático talante, una escasa confianza en la voluntad popular. Se
le criticaba la ausencia de la reforma política fundamental: el voto directo, universal y secreto para la
elección del Presidente de la República.

El año de 1945 fue clave para la historia venezolana. Se planteó públicamente el problema de la
sucesión presidencial, no tanto por el protagonista sino, especialmente, por el método de elección.

Rómulo Betancourt, había sido apresado en 1939 y expulsado a Chile. Regresó en 1941 y asumió la
jefatura del partido. En esa circunstancia un grupo de ciudadanos había postulado a Rómulo Gallegos a la
Presidencia de la República. La campaña por la candidatura de Gallegos abrió el debate público al análisis de
los problemas políticos, económicos y sociales, lo cual se puede considerar como el último episodio del
PDN. Como en la estructura político–electoral de la época, el Congreso funcionaba como organismo
controlado por el gobierno y designaba al Presidente, no nombró a Gallegos, pero su candidatura fue
emblemática pues gozaba de un enorme consenso popular. Este hecho, abrió el camino al movimiento del
PDN que se legalizó con el nombre de Acción Democrática.

Durante el año de 1945 el ex presidente Eleazar López Contreras le había provocado un complejo
problema al gobierno medinista. Buscaba su postulación a la Presidencia. Había alertado sobre el “uso” que
aún le podía dar a su uniforme militar. El problema de la elección del nuevo presidente llevaría a la
postulación, por parte del PDV, partido de gobierno, de Diógenes Escalante —embajador en los EEUU— y
a un acuerdo entre el gobierno y Acción Democrática alrededor de dicha candidatura para iniciar un proceso
de democratización en 1946. La enfermedad de Escalante y la selección de Ángel Biaggini como nuevo
candidato del gobierno provocaron una reacción en cadena que llevó a Acción Democrática a incorporarse a
al episodio política más polémico de su historia. Importantes dirigentes del Partido se unen al golpe militar
de la Unión Patriótica Militar que derrocó a Medina Angarita, convirtiéndose el 18 de octubre de 1945 en la
Revolución de Octubre venezolana.

La Revolución de Octubre (1945–1948)

Si algún período determinó el recorrido histórico futuro de Acción Democrática, ése fue el trienio que
transcurrió entre el 18 de octubre de 1945 y el 24 de noviembre de 1948.

La primera de estas fechas conmemora un golpe de estado tradicional dirigido, en gran parte, por un
cuerpo de jóvenes oficiales de la UPM. Acción Democrática fue invitada a un banquete de poder que no era
el suyo. No obstante, asumió un protagonismo que marcaría de manera indeleble el futuro de la nación
entera. La Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt, inició un agresivo proceso
de profundas reformas sociales, económicas y políticas. Se decreta un Estatuto Electoral por medio del cual,
en 1946 en una votación universal, directa y secreta, se elige una Asamblea Nacional Constituyente que
incorpora a la vida política a dos sectores tradicionalmente excluidos, las mujeres y los campesinos. AD
triunfa con casi el ochenta por ciento de los votos. La polémica redacción de la Constitución de 1947 fue
seguida por el pueblo con pasión y atención. Los conflictos dentro de Acción Democrática estaban latentes.
La propuesta de elección popular de los gobernadores abriría una brecha en el partido. Alrededor de Ramos
Giménez se concentraron aquellos que insistían en dicha elección, la cual no fue votada por la mayoría. Las
semillas de las divisiones posteriores quedaron sembradas desde la Asamblea Constituyente, pero la
inestabilidad del régimen octubrista y el vivir peligrosamente, evitaron que aquellas tensiones desembocaran
en una división.
El modelo de desarrollo económico también le dio un giro modernizador al trienio. El paradigma que
tomó como centro el desarrollo industrial nacional se impuso popularmente. A través de la intervención del
Estado como agente de modernización industrial de la economía se le daría forma a la sociedad
contemporánea, lo cual implicó la ruptura definitiva con las ideas de la Venezuela rural que el siglo XX
dejaba atrás. La concepción del petróleo como herramienta de desarrollo de un nuevo parque industrial
venezolano se estableció como política de Estado durante aquel trienio octubrista.

El novelista Rómulo Gallegos, postulado por Acción Democrática, vence a Rafael Caldera, de
COPEI, y a Gustavo Machado, candidato del PCV el 15 de diciembre de 1947. La marejada popular
propiciada por Acción Democrática siguió derribando los muros de unas estructuras anquilosadas y
periclitadas, pero seguía creando temores y reticencias.

El Trienio adeco incorporó a las grandes masas organizadas al manejo del poder. Se rompió
definitivamente la represa de lo popular. Términos como “democracia”, “sindicatos”, alcanzaron plena
legitimidad frente al pueblo. Desgraciada, e inevitablemente, el desborde popular, simultáneamente, trajo un
desborde de las pasiones y temores.

El sectarismo de una organización que agrupaba a cerca del ochenta por ciento de la población, y la
revancha que amplios sectores saboreaban, llevó al régimen de octubre a incrementar las tensiones y las
contradicciones con los sectores más conservadores y con los militares que lo habían colocado en el poder.
El 24 de noviembre de 1948 un golpe de, prácticamente, los mismos militares que tres años antes habían
depuesto a Medina y los restos del estado gomecista, desplazan a Rómulo Gallegos y a Acción Democrática.

Pero la democratización impulsada durante esos tres años no pudo ser vencida a largo plazo, la
participación popular fue masiva, la abstención minúscula. La Revolución de Octubre rompió con el
gradualismo que el esquema de modernización positivista le imponía a los procesos sociales. El positivismo
pretendía administrar gradualmente la democratización, limitando la movilización popular, restringiendo los
espacios de participación a lo fijado por una pequeña elite que controlaba las pautas, modos y tiempos de la
democracia. El trienio incorporó el concepto de ruptura revolucionaria para abrir paso a una democracia
amplia con un carácter socialmente incluyente. El gradualismo positivista, mantenido por el postgomecismo
lopecista y medinista, había sido superado. La década de dictadura militar pretendió retomar un esquema que
se había tornado anacrónico.

La década militar (1948–1958)


Al otro día del golpe de Estado contra Rómulo Gallegos se inicia una dura represión y persecución
contra Acción Democrática, sus principales dirigentes son obligados a escapar al exilio o a esconderse en la
clandestinidad. A partir de la huelga petrolera en 1950, el Partido Comunista de Venezuela se suma a la
Resistencia. Betancourt va al exilio: México, Cuba, Costa Rica, Estados Unidos. La represión acaba con
Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli y Antonio Pinto Salinas.

La separación entre aquellos que participan en la Resistencia y quienes se fueron al exilio permite
comprender las raíces de dos lecturas distintas de la problemática venezolana. Por razones prácticas de lucha
cotidiana contra la tiranía, la Resistencia interna estableció una alianza con los dirigentes del Partido
Comunista de Venezuela. La necesidad y conveniencia por la unidad de la lucha contra la autocracia estaba
presente. Pero muchos dirigentes que fueron al exilio tenían una perspectiva distinta de la unidad contra la
dictadura de Pérez Jiménez. Consideraban una dinámica geopolítica de acercamiento con los sectores más
progresistas del gobierno norteamericano, en términos de perspectivas económicas futuras para el país.

Para mediados de la década militar la Resistencia interna estaba en manos de los dirigentes medios y
de los más jóvenes: Simón Sáez Mérida, Domingo Alberto Rangel, Américo Martín, quienes tenían contacto
cotidiano con los dirigentes y la militancia del Partido Comunista de Venezuela. Luego de la caída de
Marcos Pérez Jiménez, al llegar a Venezuela Rómulo Betancourt, encuentra al partido manejado por jóvenes
que crecieron luchando junto a los comunistas contra la dictadura.

Ya Betancourt no estaba dispuesto a cometer los mismos errores que habían llevado al fin del trienio
1945–1948. Su regreso es el retorno del prudente líder sólido, moderado y reformista, dispuesto a llegar a los
acuerdos que una década antes no se toleraron.

En la próxima década chocarían las dos apreciaciones con relación a la problemática venezolana. La
revolucionaria que, basándose en la sentencia establecida cuando se constituyó el partido, según la cual, éste
se auto calificó como una organización de izquierda revolucionaria basada en conceptos republicanos
democráticos, y la reformista democrática que, también desde la fundación del partido, se distanció de los
movimientos revolucionarios clásicos o demagógicos. El ala revolucionaria de Acción Democrática
1
mantenía la concepción de la revolución como “la marcha evolutiva hacia el socialismo” . El enfrentamiento
entre las distintas generaciones se acelera a partir del 23 de enero de 1958.

La consolidación de la democracia (1958–1968)

1
Manuel Vicente Magallanes, Acción Democrática. Partido del Pueblo. 52 años Ediciones Adeven.
Caracas, 1993. p. 36.
La década que corre entre el 23 de enero de 1958, cuando es depuesto Marcos Pérez Jiménez y 1968
cuando Rafael Caldera gana las elecciones, marca la consolidación y “depuración” del Partido del Pueblo.
En 1958 Rómulo Betancourt retoma el control de Acción Democrática, consolida un Pacto con COPEI y
URD y derrota a Larrazábal en las elecciones presidenciales. Ganadas las elecciones, Betancourt se dedica a
reiniciar, moderada y consensualmente, un importante proceso de reformas sociales y económicas en el país
y, a consolidar su poder dentro de Acción Democrática.

Es importante destacar el peso específico que el Pacto de Punto Fijo tuvo en la consolidación de la
democracia venezolana. La estabilización de las democracias contemporáneas en el mundo hispánico está
relacionada íntimamente con el establecimiento de acuerdos y pactos de normalización y tolerancia entre los
principales actores políticos y sociales: el Pacto de la Moncloa en España, el Pacto del Club Naval en
Uruguay, el Acuerdo entre liberales y conservadores en Colombia con posterioridad a la caída de Rojas
Pinilla en 1957, la creación de la Concertación chilena y el Pacto de Punto Final en Argentina, son ejemplos
que reflejan una tendencia de las democracias hispánicas a establecer pautas consensuales de
funcionamiento.

El Pacto de Punto Fijo evidenció madurez, racionalidad moderna y democrática de los políticos
venezolanos. La moderación de Acción Democrática y el liderazgo de Rómulo Betancourt contribuyeron al
establecimiento de este Pacto entre civiles contra la amenaza militar y por la consolidación del régimen
democrático.

En un contexto de inestabilidad política y social, el año de 1958, los más importantes dirigentes de
Acción Democrática se encontraban convencidos de la necesidad de establecer un conjunto de pautas de
convivencia que evitaran el canibalismo político que dio al traste con el experimento democrático del trienio
2
1945–1948 .

El proceso vivido durante la dictadura, nos hizo reconocer que no se debían cometer errores como los
que llevaron la dictadura al poder, tales como la intolerancia, el descuido de la unidad democrática y la falta
o dificultad en lograr acuerdos básicos para mantener y consolidar la democracia. Fue el reconocimiento de
aquellos errores los que dieron sustento político al Pacto de Punto Fijo, una vez caída la dictadura.

El Pacto de Punto Fijo se logró y soportó en el reconocimiento de que existen reglas en el juego
político que hay que respetar; que el consenso y la negociación son herramientas de la práctica política

2
El 15 de febrero de 1958, al retornar a Venezuela, Rómulo Betancourt hizo un llamado a la unidad
democrática, increpando a la dirigencia a evitar el “caníbalismo político”, además, en Nueva York antes del
23 de enero, Betancourt junto Jóvito Villalba y Rafael Caldera se había fortalecido un espíritu responsable
de unidad y convivencia política en la más alta dirigencia de la oposición política civil al régimen de Pérez
Jiménez.
democrática básicas para superar tensiones; que la discusión no significa llegar a un proceso de crisis; que es
posible ponerse de acuerdo en aspectos básicos para la democracia y para el país, sin perder la personalidad
política propia.

Estas pautas no podían ser fijadas por una sola parcialidad política, se requería el concurso de todos
los grupos que habían participado en la lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El tránsito de la
dictadura a la democracia no se encontraba asegurado en 1958, el regreso del militarismo era una amenaza
permanente. Diversos intentos de Golpe de Estado habían colocado en una misma acera a los dirigentes
civiles democráticos, contra la intervención de los militares en la política venezolana.

En diez años de gobiernos militares los distintos grupos políticos habían evolucionado. Acción
Democrática estaba dispuesta a negociar y a establecer pautas de consenso con los demás grupos políticos,
COPEI y Rafael Caldera habían limado asperezas en el exilio y en la resistencia, así como Jóvito Villalba y
URD habían demostrado su vocación democrática en su lucha contra la dictadura. Por medio del Pacto,
firmado por Rafael Caldera, Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt, con el apoyo del Partido Comunista de
3
Venezuela . Los líderes de los partidos políticos se comprometieron, primero, a defender la
constitucionalidad y el derecho a gobernar conforme al resultado electoral, segundo, a que el partido que
triunfara en las elecciones de diciembre conformaría un Gobierno de Unidad Nacional, con presencia de
todos los partidos firmantes en el gabinete y en diálogo permanente con los dirigentes y, finalmente, al
establecimiento de un Programa Mínimo Común, que las tres organizaciones se comprometían a respetar en
caso de que cualquiera de ellas alcanzara la Presidencia.

El Programa Mínimo Común recogía un conjunto de consensos democráticos generalizados en la


época, muchos de los cuales habían sido impulsados por Acción Democrática desde su fundación. En los
ámbitos de la Acción política y la Administración Pública —elaboración de una constitución democrática,
regularización de las relaciones entre el Estado y la Iglesia, derechos económicos y sociales, reforma de la
administración, entre otros—; en cuanto a la política económica —asignando al Estado un papel
preponderante, reconociendo la función primordial de la industria privada; la Reforma Agraria; y la
elaboración de un Plan integral de desarrollo, son algunas características—. En política petrolera y minera,
por ejemplo, la revisión de las relaciones con las empresas para obtener una participación más justa en los
beneficios derivados de la explotación del petróleo. En política social y laboral —políticas de aumento de
población, defensa y valorización del capital humano, protección a la madre y al niño, política de vivienda y
lucha contra el desempleo, entre otras—. En política educacional, el fomento de la educación popular,

3
Se olvida o ignora que también fue aprobado por el Partido Comunista de Venezuela al punto que, declinó
firmarlo, no como rechazo al mismo, sino para evitar que su nombre perjudicara al Pacto. Ese hecho no solo
demuestra el grado de consenso, sino la conciencia política del PCV en aquella época, como gesto político
alfabetización, intervención estatal sin detrimento de la libertad de enseñanza. Con relación a las Fuerzas
Armadas, su modernización, asegurando su carácter apolítico, obediente y no deliberante, y el ascenso por
méritos. Agregándose el diseño de política inmigratoria y una política internacional democrática.

Dentro de Acción Democrática, el enfrentamiento entre los dirigentes históricos y los jóvenes más
radicales se vió impulsado por dos hechos fundamentales. Por un lado, el impacto que la Revolución Cubana
produjo en la juventud latinoamericana y, por el otro, al enfrentamiento de la “izquierda revolucionaria” del
Partido con la política reformista del gobierno de Betancourt.

Para abril de 1960 la “izquierda revolucionaria” había sido expulsada de Acción Democrática. La
primera división del partido del pueblo se había consumado. Muchos de los jóvenes expulsados formaron el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria y se sumaron a la lucha armada contra el gobierno de Betancourt ∗.

Durante el gobierno de Rómulo Betancourt se inicia en un amplio esquema de modernización de la


sociedad y de la economía venezolana que implicaba la profundización en la política de industrialización a
través de del programa de la sustitución de importaciones. Según palabras de Manuel Caballero, se trataba de
“edificar una sociedad capitalista con fuerte participación del Estado y con una prioritaria intención de
4
desarrollo social, o sea de mejoramiento del nivel y la calidad de vida de las clases más desfavorecidas” .

Esta nueva sociedad democrática debía estar cimentada sobre cinco pilares fundamentales: una
Fuerza Armada Nacional eminentemente profesional, institucional y moderna, alejada del debate político
cotidiano; los partidos políticos organizados, como constructores de consensos e intermediarios; el
empresariado, relativamente débil en Venezuela frente a un poder político tradicionalmente arbitrario y
autoritario; los sindicatos, controlados durante mucho tiempo por los partidos políticos; y, natural en una
sociedad mayoritariamente católica, la Iglesia.

Estos lineamientos generales se desarrollan durante el gobierno de Betancourt, se aprueba el I Plan de


la Nación y se inicia inmediatamente la reorganización de la administración pública, ante el desorden

para cerrarle el paso a posiciones reaccionarias militaristas de tendencia dictatorial. Es justo reconocer tal
gesto de madurez política.

Al caer la dictadura, el PCV, en su 3º Congreso en la legalidad había adoptado, como estrategia, no recurrir
a la lucha. Según su concepción y “jerga”, aunque las “condiciones objetivas estaban dadas, no así las
condiciones subjetivas. Por tanto, había que trabajar en el proceso de la democracia representativa, en
términos progresistas, para consolidar las condiciones subjetivas (conciencia social revolucionaria) que, para
la concepción comunista, era condición “sine qua non” para la acción revolucionaria. No obstante al
aparecer el MIR y declararse marxista leninista y, además, arrastrando muchas más masas que el PCV, éste,
después de una fuerte polémica interna (donde, por ejemplo, Argimiro Gabaldón se opuso hasta el final ir a
la lucha armada y, al ser derrotada su posición por la mayoría acató la disciplina comunista y empuñó las
armas para ir al monte), el PCV decidió acompañar al MIR en la aventura de las guerrillas.
4
Manuel Caballero, La gestación de Hugo Chávez, p. 47.
administrativo que el gobierno de Larrazabal había dejado tras el Plan de Emergencia. El nuevo gobierno,
ante la necesidad de un ajuste macroeconómico, reduce en un diez por ciento los sueldos de los empleados
públicos y devalúa la moneda. Dentro de la reestructuración de la administración pública, el 14 de julio de
1961, se creó la Oficina Central de Personal (OCP) para regular la política del gobierno en torno a la
profesionalización de la carrera de los funcionarios públicos.

Para desconcentrar la industria se dio inicio a un amplio plan de construcción de infraestructuras.


Durante este quinquenio la zona La Victoria–Maracay–Valencia cambió de fisonomía, con el surgimiento de
una nueva zona eminentemente industrial. Igualmente, como parte de una nueva concepción de desarrollo,
durante el gobierno de Rómulo Betancourt, se concretó la idea de convertir a Guayana en un nuevo polo
industrial como un pivote para reducir al máximo la inconveniente y exagerada dependencia del petróleo; en
1960 se crea la CVG como motor de las industrias del hierro y del acero y el desarrollo hidroeléctrico del
Caroní. El 2 de julio de 1961, como síntoma de un nuevo modelo urbano e industrial, Betancourt inaugura la
ciudad de Santo Tomás de Guayana, integrada por las ciudades de San Félix y Puerto Ordaz.

El modelo de sustitución de importaciones, bajo el que el gobierno Betancourt realiza su política


económica, funcionará durante los tres primeros lustros democráticos. La creación de SIDOR en 1962 es
parte de este nuevo modelo de creación de un parque industrial venezolano distinto a la industria de los
hidrocarburos.

En materia petrolera también se pone en práctica las políticas públicas que Acción Democrática había
diseñados en la década de los cuarenta. Se alcanza un acuerdo con las compañías petroleras para la
realización de “consultas” para el establecimiento de los precios del petróleo. El 21 de abril de 1960 se crea
la Corporación Venezolana del Petróleo y, en septiembre, se apoya la creación de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP).

Pero la construcción de la Venezuela moderna no se detiene en la materia económica, una agresiva


política de inclusión y de justicia social se desarrolla durante el quinquenio. La Reforma Agraria,
promulgada el 5 de marzo de 1960, tiene consecuencias paradójicas: por un lado, es una antigua
reivindicación de los movimientos populares de casi toda Latinoamérica, pero, al coincidir esta política de
inclusión del campesinado, con la dinámica de la transformación de Venezuela de un país eminentemente
rural en uno mayoritariamente urbano, signo de modernidad, y al haber puesto el énfasis exclusivamente en
la reivindicación del campesino, descuidando el necesario impulso de la productividad y competitividad
propios de las empresas del agro, sus efectos fueron limitados. No obstante, es importante destacar que la
modernización del campo venezolano modificó la estructura de la producción agrícola durante los años
posteriores. Según las reflexiones de Manuel Caballero:
“Se repartió una buena cantidad de tierra y diez años después de iniciada la reforma,
se podía considerar cumplido uno de sus objetivos: la eliminación de las formas
indirectas de tenencia y explotación de las tierras, o sea la de los latifundios en
5
manos de propietarios ausentistas, que vivían del trabajo ajeno”... .

En materia educativa también se concretaron profundas políticas de inclusión, que permitieron, a


mediano plazo, un importante proceso de movilización social ascendente y la creación de la clase media
contemporánea en Venezuela. Durante el gobierno de Betancourt no sólo se construyeron tres mil escuelas
primarias y doscientos liceos, sino que se inauguró una importante tradición de los gobiernos democráticos,
que el Presupuesto del Ministerio de Educación superó al de las Fuerzas Armadas Nacionales. La inmensa
inversión en educación se compaginó, más allá de la tesis del Estado Docente, con la tolerancia y estímulo a
la expansión de la educación privada, fruto también de una política de convivencia democrática con la
Iglesia Católica venezolana —refrendada en la firma del Concordato con la Santa Sede—.

El desarrollo social se compagina con una expansión de las políticas culturales del Estado
venezolano, la creación del INCIBA, y su posterior transformación en el CONAC, fue síntoma de un
importante resurgir de la vida teatral, literaria y artística durante este período.

Mientras el gobierno de Betancourt consolida un importante proceso de reformas: la creación de la


OPEP, la Reforma Agraria, la electrificación del país y la construcción masiva de escuelas, se da de manera
paralela una dura lucha contra la extrema izquierda, en la guerrilla y, simultáneamente, contra la extrema
derecha, enfrentando diversas insurrecciones militares. Ese primer gobierno de Acción Democrática tuvo
que soportar varias rebeliones, un intento de magnicidio y el inicio de la lucha armada de la guerrilla.

De esta manera, se superó también una temprana crisis económica. Para el 25 de diciembre de 1963,
Alfredo Machado Gómez, presidente del Banco Central de Venezuela, señala que la economía venezolana
había superado la marca de los años previos en cuanto a la recuperación, colocando su tasa de crecimiento
económico entre el 4 y 5%.

Las libertades políticas se desarrollan con la instauración del régimen libre de partidos políticos y con
la promulgación de una nueva constitución democrática en 1961, apoyada mayoritariamente por los
venezolanos con su participación masiva en los comicios de 1963, lo que se convirtió en la gran derrota
política de las guerrillas de la extrema izquierda.

En la política exterior la Doctrina Betancourt, de “no reconocimiento” de los regímenes de facto en el


continente, así como una política activa de defensa y promoción de la democracia marcó la primera década
venezolana la gestión de los gobiernos de Acción Democrática. La idea de tender un “cordón” alrededor de
los regímenes dictatoriales del hemisferio chocó contra una dura realidad continental: la democracia se

5
Manuel Caballero, La gestación de Hugo Chávez, p. 39.
encontraba en retroceso y el aislamiento de Venezuela se convirtió en la crítica más común contra dicha
política. Además, el gobierno venezolano se mantuvo muy cercano a la Alianza para el Progreso y al
liderazgo del Presidente estadounidense John F. Kennedy. El gobierno reformista y democrático de Rómulo
Betancourt se convirtió en punta de lanza de una alternativa democrática ante la expansión del comunismo
en el continente, en estrecha relación con la Alianza para el Progreso.

Hoy, a finales del siglo XX e inicios del XXI, aquella doctrina se presenta como actualizada o, en
otros términos, como avanzada para la época en que fue establecida. En efecto, es a finales del siglo XX que
la OEA sanciona la Carta Democrática que, incluso, en medida más suave es análoga a la doctrina
Betancourt.

La segunda división del Partido se teje entre 1961 y 1962. Un problema entre el Comité Ejecutivo
Nacional e importantes dirigentes lleva a que el organismo expulse a varios líderes, lo cual dio inicio a la
creación del PRIN. Raúl Ramos Giménez y el denominado grupo “ARS”, dominando el CEN del Partido se
enfrascan en una lucha que llevó a la realización de dos Convenciones Nacionales en enero de 1962, una en
el Teatro Caracas, la del grupo ARS —Ramos Giménez—, y otra en el Teatro Boyacá, con Paz Galarraga y
Raúl Leoni. Ambos grupos se disputaron los símbolos del Partido, el Consejo Supremo Electoral decidió
someter a escrutinio popular la iconografía adeca: en las elecciones presidenciales de 1963 Rául Leoni, con
la tarjeta negra, vence a la tarjeta plata de ARS, y se queda con los símbolos partidistas y con la Presidencia
de la República.

El gobierno de Leoní se desarrolló como una continuidad política y administrativa con el quinquenio
anterior, pero no contó con el apoyo de COPEI como sí lo hizo Betancourt. No obstante, se estableció como
un gobierno de coalición con URD y el FND de Uslar Pietri.

Se adelantó aún más el proceso de reformas económicas y sociales en el país entre 1964 y 1969,
continuando el impulso de la modernización del Estado y de la sociedad. De manera paralela, frente al
extremismo, ya derrotado políticamente en las elecciones presidenciales de 1963, se reforzó la dura política
de represión contra las guerrillas.

La economía creció y se consolidó durante el gobierno de Raúl Leoni, superando las dificultades de
los primeros años de la democracia. Venezuela fue testigo de una importante expansión del sector
manufacturero, del aluminio y del hierro. Durante el gobierno de Leoni creció la producción petrolera a los
niveles más altos, hasta alcanzar, en 1968, un promedio diario de 3.600.000 barriles. De igual manera
aumentó la explotación del mineral de hierro, el segundo producto de exportación, hasta alcanzar más de
16.000.000 TM extraídas. Se fortaleció la Siderúrgica del Orinoco (SIDOR), que tuvo en 1968, por primera
vez, utilidades por Bs. 24.000.000. Los sectores internos, destacando la agroindustria como derivación
colateral de la modernización del campo, crecieron en más de 6,5% anuales.

Es importante destacar que la política de sustitución de importaciones impulsada por esos gobiernos
contribuyó al desarrollo de la industria privada. Este crecimiento de la economía mejoró significativamente
los niveles de empleo. La reducción del desempleo se compaginó con el aumento medio de los sueldos de
los empleados, que fue de Bs. 78,80 mensuales y con el de los obreros, que alcanzó Bs. 56,10 por mes. Los
programas de la Reforma Agraria se profundizaron y ampliaron.

El gobierno puso en práctica un conjunto de medidas para estimular el desarrollo de los principales
sectores productivos, la política fiscal estuvo orientada a lograr una mayor justicia tributaria. Sin embargo, a
pesar de que la Reforma Tributaria que AD intentó aprobar en el Congreso, la misma fue bloqueada por
presiones externas. El gasto público durante el quinquenio de Leoni se canalizó hacia áreas de mayor
beneficio social a la población más necesitada, incrementándose los gastos destinados a financiar programas
de educación y servicios sanitario-asistenciales.

La infraestructura vial venezolana continuó ampliándose, se construyeron y reconstruyeron 3.993 km


de carreteras y autopistas y se pavimentaron y repavimentaron 6.330 km. De la misma manera se completó
la unificación terrestre de Venezuela al inaugurarse los puentes sobre el Río Orinoco y el Río Apure que se
agregaron a Puente sobre el Lago de Maracaibo inaugurado en 1963.

La industria de los hidrocarburos y derivados se consolidó, con la ampliación del Complejo


Petroquímico de Morón y la construcción de El Tablazo en 1967. La electrificación de Venezuela, de donde
se desprende un gran conjunto de beneficios sociales, tiene un momento importante de desarrollo con la
inauguración de la Represa del Gurí en 1967 y la posterior conexión de toda la red eléctrica nacional. Esto
contribuyó a establecer a la región de Guayana como el más importante polo de desarrollo industrial fuera de
la región costera del norte.

Se invirtieron importantes sumas en construcción de viviendas a precios moderados, más de cien mil,
y en urbanismo, así como en la construcción de acueductos y obras sanitarias. En 1968 comenzó a funcionar
el Banco de los Trabajadores de Venezuela, como una entidad dedicada a la captación del ahorro popular y a
la canalización de recursos hacia las necesidades básicas de la clase obrera.

La creación de un sistema de seguridad social moderno e incluyente fue una de las preocupaciones
fundamentales del gobierno de Raúl Leoni y Acción Democrática, como parte de dicha construcción el 1° de
enero de 1967 entró en vigencia una nueva ley que reguló los seguros sociales, y durante todo el quinquenio
el Seguro Social fue objeto de reformas administrativas y asistenciales.
La política de modernización hacia las Fuerzas Armadas Nacionales se adelantó durante este
quinquenio, atendiéndose al mejoramiento profesional, a la construcción de instalaciones militares y a la
renovación de equipos y materiales de guerra. Por último, la Compañía Venezolana de Navegación arrojó un
beneficio líquido de Bs. 34.000.000 y los niveles de seguridad en el tráfico aéreo aumentaron.

La más importante división de la historia de Acción Democrática ocurrió en 1967. Luego que en unas
elecciones internas, concebidas como una especie de primarias, la plancha dominada por Paz Galarraga
derrota a la de Gonzalo Barrios, Betancourt vuelve de su retiro en Berna para “poner orden” en el partido al
considerar que las cercanías de Prieto Figueroa con el radicalismo de izquierda podían perjudicar a la
estabilidad de la democracia venezolana. Se impone la candidatura presidencial de Gonzalo Barrios. El
rechazo a la maniobra fue tajante por parte de los afectados. Uno de los más importantes dirigentes históricos
de la organización, Luis Beltrán Prieto Figueroa, junto a Jesús Ángel Paz Galarraga, es expulsado del partido
llevándose consigo a una buena parte de la militancia, incluyendo a la mayor parte del Magisterio. Aparece
de esta manera el Movimiento Electoral del Pueblo. Durante el año electoral de 1968, y después de que la
mayor parte de los aparatos guerrilleros se encontraban política y militarmente derrotados, se abrió el cauce
para el posterior proceso de pacificación e integración de la extrema izquierda en el sistema político
democrático; proceso que se desarrollará después de 1969.

Como hemos visto, entre 1961 y 1968 Acción Democrática purga a sus sectores más radicales, a
través de dos divisiones y pierde por primera vez unas elecciones presidenciales, en gran parte, debido a la
pérdida del electorado urbano. Más de un politólogo de la época presagiaba el fin de Acción Democrática.
Pero no contaban con el fenómeno de Carlos Andrés Pérez.

La reflexión más importante que, a lo interno de la organización, se puede hacer es que los conflictos
internos en la década de los sesenta reflejan la dificultad de AD para manejar adecuadamente sus disidencias
internas en el contexto de grandes presiones sobre los gobiernos de Betancourt y Leoni y sobre el partido
mismo.

Camino a la recuperación (1969–1974)

El liderazgo de Carlos Andrés Pérez representó un vuelco en la historia de Acción Democrática, de ser el
Ministro de Relaciones Interiores de Rómulo Betancourt, pasó a ser su protegido para asumir la
reconstrucción del Partido luego de la derrota electoral del 1968. Para ese año Acción Democrática era un
partido que había perdido a su electorado urbano, su votación venía en gran parte del menguante
campesinado del interior del país, la clase media urbana no se sentía identificada con los dirigentes históricos
y con el programa tradicional del Partido. Carlos Andrés Pérez le dio una nueva estructura, un nuevo mensaje
y una nueva imagen que conquistó a la clase media y a las ciudades. Una transformación que se evidenció en
la campaña electoral de 1973. Los tradicionales mensajes de Acción Democrática cedieron ante el marketing
y la “venta” del candidato con el uso masivo de los medios de comunicación. Aparecen los famosos asesores
extranjeros de las campañas. Dentro del partido se cocinaba también un enfrentamiento que afectaría su
desarrollo futuro.

Consolidación y luchas intestinas

Guerra de titanes (1974–1981)

Resulta inevitable afirmar que el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez fue profundamente
controversial, no sólo para Acción Democrática sino para el país. En su primer mensaje a la Nación,
pronunciado durante la toma de posesión y los actos de juramentación frente al Congreso Nacional, se
establecieron los lineamientos generales de su programa de gobierno, el adelanto de la reversión petrolera,
política aplaudida por todos los grupos políticos en su momento, el aumento de los salarios, una auditoría
nacional de los institutos autónomos y las empresas del Estado, la reconstrucción de la agricultura, el
desarrollo de la pequeña y mediana industria, la defensa internacional de los derechos de América Latina y el
uso del petróleo como instrumento de política internacional.

Sin embargo, ese periodo debe verse, y entenderse, en el contexto, en el ambiente de las corrientes
6
ideológicas predominantes en el mundo en ese momento . La bonanza petrolera, producto de la crisis
energética mundial a partir de 1973, transformó por completo el ritmo y el esquema de crecimiento de la
economía nacional, alteró la manera en que el Estado desarrollaba políticas públicas y generó una expansión
inmensa del gasto público, alterando asimismo la manera en que la sociedad venezolana se articulaba entre sí
como frente al mismo poder político. Esta expansión del Estado, aplaudida en principio por los más
importantes grupos políticos, se expresó en cada una de las iniciativas del gobierno, pero a largo plazo
levantó fuertes críticas de los líderes fundadores de la democracia venezolana y de Acción Democrática.

Carlos Andrés Pérez intentó aprovechar lo que parecía ser un insólito golpe de buena suerte para la
economía venezolana con el aumento de los precios del petróleo a fines de 1973, (4$ a 14$, consecuencia del
embargo árabe contra Occidente) llevando a cabo un ambicioso programa de desarrollo, en un estilo muy
parecido a los de Echeverría Álvarez y López Portillo en México, precisamente en la década de los setenta, o
a lo que intentó Juscelino Kubitschek en Brasil en los cincuenta bajo el lema “cincuenta años en cinco”.

6
Los años setenta, una década colectivista, en Paul Johnson Tiempos Modernos. pp807, 845-853.
Es decir, usar masivamente los extraordinarios recursos fiscales del momento para impulsar la
industrialización y el desarrollo económico venezolanos por el envión de la acción directa del Estado en casi
todas las áreas. El resultado legaría a Venezuela una notable obra de gobierno, pero al mismo tiempo crearía
profundas distorsiones en una economía incapaz de absorber tal magnitud de recursos en tan corto tiempo.

Tales distorsiones se manifestaron en el aumento en la dependencia del petróleo y de tasas de inflación


no conocidas antes en nuestro país, que empañaron un quinquenio de alto crecimiento económico, pleno
empleo y altos ingresos reales y de bienestar social para la población, como no se conocieron nunca antes o
después en Venezuela.

En cuanto a la práctica política, el gobierno de Carlos Andrés Pérez se iniciaba con los mejores
augurios, un amplio respaldo popular, un país pacificado con los radicales más extremistas integrados al
sistema político y una democracia consolidada que era un modelo en medio de una Latinoamérica
convulsionada. Como consecuencia, y evidencia, del fuerte liderazgo personal por parte de Carlos Andrés
Pérez, éste fue un gobierno que, en la mayor parte de las ocasiones, llevó a cabo sus iniciativas por medio de
los decretos presidenciales.

El hombre que como Ministro del Interior del gobierno de Rómulo Betancourt protagonizó la
contención contra la insurrección de la izquierda radical en 1962-1963, como Presidente de la Republica
desplegó muchas de las reformas que esa misma izquierda, ahora en su mayor parte pacificada, solicitaba se
pusieran en práctica para el país. Pero lo hizo sin la retórica épica revolucionaria latinoamericana.

Reformas de una orientación socialista que implicaban un enorme aumento del papel del Estado en la
sociedad y la economía, que en otros países contaron con fuertes resistencias por parte sectores
conservadores y empresariales, en Venezuela fueron posibles mediante la liquidación del haber nacional: el
petróleo. El 1 de enero de 1976, en Cabimas, se promulgó solemnemente la Ley de estatización de la
industria petrolera, hasta entonces en manos de empresas extranjeras. Contrariando la muy difundida idea
tercermundista de los años setenta, las cuatro principales empresas petroleras extranjeras que operaban en
Venezuela dejaron una muy notable infraestructura física, tecnológica y humana que fue la base de lo que
posteriormente se denominó como Pdvsa, pero además la estatización se realizó en un momento en el cual el
siempre prospero negocio petrolero atravesaba una notable etapa de auge económico, como consecuencia del
embargo petrolero árabe contra Occidente en 1973.

Sin embargo, eso fue lo circunstancial, lo fundamental fue el proceso mediante el cual se realizó la
estatización: hubo continuidad, no ruptura. Se negoció con las empresas transnacionales y se les pagó un muy
buen dinero, lo que fue muy criticado en su momento, especialmente por los políticos de izquierda; pero
gracias a esa Ley de Nacionalización se mantenía el carácter mercantil del negocio, es decir, la búsqueda del
beneficio a favor del accionista (ahora el Estado), clave del éxito de toda empresa privada.

Como consecuencia de lo anterior, se respetó la manera en como se manejaba la industria, el personal


capacitado por las transnacionales continuó ejerciendo sus funciones con un mínimo de interferencia política.
El gobierno de ese momento demostró el suficiente sentido común de dejar manejar el negocio a los que
sabían de él. Así, se pasó de la etapa inicial de estatización a la de consolidación en una sola empresa,
posteriormente a la de internacionalización para asegurar los mercados externos en los años ochenta y
finalmente a la de expansión en los noventa.

Todo se correspondía con la lógica mantenida en el tiempo de manejar a una empresa pública como si
fuera privada. Esto siempre fue severamente criticado por un sector intelectual de izquierda, que no concebía
en sus esquemas ideológicos que el manejo económico de un recurso natural como el petróleo pudiera ser
nacionalizado negociando con las transnacionales, y que además el “espíritu” empresarial por ellas dejado
fuera preservado. Sin embargo, esas críticas fueron ahogadas por el éxito económico de la industria petrolera
nacionalizada.

A diferencia de otras empresas en manos del Estado, PDVSA se destacaría por su rentabilidad continua
a favor de su propietario y por la fama de no ser obstruida en su vida diaria por la política partidista en
contraste con las demás empresas estatales de Venezuela y de la mayoría del mundo, caracterizadas por la
mala administración, las perdidas que debían ser sufragadas por el resto de la nación, la consecuente bajísima
rentabilidad y la corrupción.

Pero Pdvsa sería la excepción a la regla, llegó a ser el modelo por antonomasia de una empresa estatal
bien administrada, el ejemplo de una estatización realizada por un país subdesarrollado para rescatar una
riqueza vital de manos de las transnacionales que no termino mal, a diferencia de los ferrocarriles argentinos
y del petróleo mexicano, sólo por citar dos ejemplos de los innumerables en el tercer mundo y en el extinto
bloque socialista.

La infraestructura cultural venezolana se expandió y consolidó durante el primer gobierno de Carlos


Andrés Pérez, el INCIBA cedió paso a la creación del Consejo Nacional de la Cultura el 26 de marzo de
1974. El 10 de septiembre, mediante decreto, se crea la Biblioteca Ayacucho para recopilar y publicar las
más importantes obras del pensamiento latinoamericano. Estas iniciativas se compaginan con una política
agresiva de formación de recursos humanos actualizados, el Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho es
una prueba evidente de ello.
Por otro decreto de marzo de 1974, se crea la comisión femenina Asesora de la Presidencia. Otros
decretos, como el del siguiente 5 de abril, conllevaron una serie de medidas, entre las cuales puede señalarse
la prohibición del cobro por entrada a las playas.

La creación de una Fiscalía Nacional de Mantenimiento de las instalaciones públicas fue una iniciativa
que reflejaba una preocupación esencial por la conservación de una infraestructura estatal que ya acusaba
algún envejecimiento. A partir de 1974 la Oficina Central de Información (OCI) pasó a centralizar y
coordinar los servicios de información del Estado.

Ligado al escenario de bonanza de los ingresos estatales, y al clima ideológico nacionalista de la época,
se reglamenta el 15 de mayo de 1974 la entrada de las inversiones extranjeras. La legislación laboral se
extiende y la política de ampliación de los derechos de los trabajadores se establece de manera continua, la
imagen de la bonanza petrolera permitió dicha expansión. Por decreto se prohibieron los despidos
injustificados de trabajadores y se crearon el Fondo de Desarrollo Agropecuario y el Fondo de Desarrollo
Industrial. El 22 de abril de 1975, se promulgó el decreto que ordenaba extender los beneficios del Seguro
Social para prestaciones en dinero por invalidez, incapacidad parcial, vejez, nupcias y muerte. El 13 de mayo,
por decreto presidencial, se creó el Instituto Nacional de la Vivienda en sustitución del antiguo Banco
Obrero.

A pesar de que la presión hacia la Reforma del Estado no se convertiría en una marea hasta la década de
los ochenta, el Congreso de la República, el 3 de agosto de 1974, aprueba la reforma a la Ley Orgánica del
Poder Judicial.

En materia económica de planificación el 3 de septiembre de 1974 se creó el Consejo Nacional de la


Industria del Carbón, el 16 de mayo de 1975, también por decreto, el Consejo Nacional de la Industria
Nuclear y se dictan normas para su desarrollo. El 1 de octubre de 1974, se decidió el aumento de los
impuestos a las empresas petroleras en un 3,5%, con efecto retroactivo. El 30 de octubre, por decreto
presidencial, se dictó una nueva Ley del Banco Central de Venezuela. El 5 de noviembre, se reglamentó el
puerto libre de la isla de Margarita.

Las nacionalizaciones se encontraban a la orden del día, estas se realizaron en Venezuela de manera
progresiva y consensual, manteniendo la estructura gerencial que permitiría la continuidad administrativa. El
1 de enero de 1975, desde la ciudad de Puerto Ordaz, el presidente de la República anunció la estatización de
la industria minera del hierro.

La crisis energética y la bonanza petrolera le permitieron al gobierno venezolano mantener una política
exterior mucho más activa a escala mundial, lo que implicó la proyección de Venezuela como líder del tercer
mundo y de los no alineados en los más diversos escenarios. El acercamiento de Acción Democrática a la
Internacional Socialista, hasta convertirse en uno de sus miembros más activos, fue otro síntoma del nuevo
papel que Venezuela estaba jugando en el concierto internacional. La Doctrina Betancourt había cedido paso,
durante el gobierno de Rafael Caldera, al pluralismo ideológico de los socialcristianos, política que Pérez
sostuvo durante su gestión, regularizando, por ejemplo, las relaciones diplomáticas con la Cuba de Fidel
Castro. Como parte del protagonismo venezolano en una política exterior activa, El 4 de marzo, el presidente
Pérez asistió a la Conferencia de Jefes de Estado de los países de la Organización de Países Exportadores de
Petróleo (OPEP) que se instaló en Argel.

Se dictó una resolución que imponía una rebaja de precios para los implementos agrícolas y la
exoneración de impuestos a las actividades agropecuarias productoras de bienes de consumo diario. El 7 de
octubre de ese mismo año fue creada la Universidad Rural Ezequiel Zamora.

Frente a las crecientes manifestaciones inflacionarias el 23 de abril de 1976, por intermedio del Banco
Central, se adoptan medidas monetarias y financieras: restricción del crédito hipotecario, incremento del
encaje legal de los Bancos, aumento del precio de los dólares vendidos a los bancos comerciales y limitación
del plazo para los efectos de comercio. Posteriormente el Banco Central adoptó nuevas medidas contra la
inflación: el congelamiento de los precios de servicios básicos, la re orientación del crédito hipotecario, la
eliminación del financiamiento para las tarjetas de crédito, liberando además las medidas sobre encaje y
ajustando las disposiciones sobre créditos hipotecarios.

Se promulga la Ley Orgánica del Ambiente el 15 de junio de 1976, por decreto presidencial. El 1 de
abril de 1977 iniciaron sus actividades los nuevos Ministerios de Desarrollo Urbano, del Ambiente y de los
Recursos Naturales Renovables, de Información y Turismo, de Transporte y Comunicaciones y de la
Secretaría de la Presidencia de la República.

La infraestructura de la educación superior también se expandió en este período. Se creó por decreto la
Universidad Francisco de Miranda, en la ciudad de Coro, y la Universidad Rómulo Gallegos en el estado
Guárico el 26 de julio de 1976, y el 27 de julio de 1977 se decreta la creación de la Universidad Nacional
Abierta.

Ese mismo año se inaugura el cable submarino para suministrar energía eléctrica desde el Guri a la isla
de Margarita. El 7 de abril, en Consejo de Ministros, es creada la Empresa Estatal del Carbón. El 11 de
junio, en Matanzas, se inaugura la planta de aluminio de Venalum. El 2 de agosto, en Maracaibo, se
promulga la Ley de Desarrollo Carbonífero y Siderúrgico de la región zuliana. El 23, por decreto
presidencial, se crea el Instituto Universitario de Tecnología del estado Portuguesa.

La fuerte expansión de los precios del petróleo amenazó con crear un fuerte desequilibrio de la
economía nacional, razón por la cual se creó al Fondo de Inversiones de Venezuela como dique de
contención a la avalancha de petrodólares. Sin embargo, las políticas económicas de fuerte expansión
puestas en práctica por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, abrieron las compuertas del dique, con lo cual,
se inició un fuerte proceso de desajustes macroeconómicos, con fuertes presiones inflacionarias que, si bien
se mantuvieron subyacentes, tuvieron un desarrollo posterior inevitable. La exagerada “bonanza monetaria”
provocó además un fuerte deterioro en la productividad de la producción nacional y grandes dificultades
para el desarrollo de su competitividad.

La manera en que Pérez manejó la política económica y la política internacional, sumado a las
continuas denuncias de corrupción, iniciaron un creciente cuestionamiento, en la segunda parte de su
administración, y una progresiva desconfianza de ciertos sectores de la opinión pública de la que se hicieron
eco Rómulo Betancourt y Juan Pablo Pérez Alfonso. Betancourt criticó además la extensión del clientelismo
y la burocratización del Partido y se lanzó en una campaña ética contra la corrupción dentro de Acción
Democrática, fortaleciendo el Tribunal Disciplinario.

Este conflicto entre Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez se reflejó en la campaña electoral de
1978. Para las elecciones presidenciales se convocaron unas primarias en 1977, Carlos Andrés Pérez apoyó la
precandidatura de Jaime Lusinchi y Rómulo Betancourt aupó la victoriosa de Luis Piñerúa Ordaz. De este
modo, el ex Presidente y máximo líder histórico de Acción Democrática, Rómulo Betancourt, ganó la batalla
interna que le haría perder la guerra por el control de la organización. Luego de la derrota de Piñerúa en las
presidenciales frente a Luis Herrera, la historia se repetirá en las municipales de 1979, la derrota más
desastrosa para Acción Democrática hasta ese momento. Rómulo Betancourt morirá en 1981 en Nueva York.
A pesar del peso que su liderazgo tenía en el Partido, su influencia había disminuido.

Durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez la democracia venezolana llegaría a su cúspide en
cuanto a realizaciones materiales, esa administración, aprovechando sus ingentes recursos en divisas aceleró
mucho las grandes obras de infraestructura física iniciadas por las administraciones anteriores, pero también
empezaría a manifestar la crisis del modelo. Las expectativas de la ciudadanía se revolucionaron; como
ocurrió en otras sociedades, la mayoría de la población al ver satisfechas sus más básicas necesidades, no se
hizo menos, sino más exigente.

Por otra parte, las tendencias negativas en la economía nacional del desproporcionado peso del petróleo
en la misma desde los años treinta, manifestadas en la agudización de su improductividad e insuficiente
diversificación de sus exportaciones, tendrían consecuencias funestas en la siguiente década que los
gobiernos correspondientes no supieron atajar.

Renovadores vs. Ortodoxos (1981–1991)


Durante la década de los 80, posterior a la muerte de Rómulo Betancourt, la política partidista sería
conmovida por las disputas entre dos grandes bloques, la denominada “ortodoxia”, ligada a Gonzalo Barrios
y los más antiguos dirigentes, y la “renovación”, ligada al perecismo.

Muerto Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios se convierte en el líder más importante de la ortodoxia.
Pero la precampaña electoral para las presidenciales de 1983 cambió el juego político. Un pacto entre Jaime
Lusinchi, jefe de la Fracción Parlamentaria, y el poderoso Buró Sindical, Manuel Peñalver, impulsó la
candidatura presidencial de Lusinchi hasta la Primera Magistratura. EL candidato de Acción Democrática se
impuso con facilidad por encima de Rafael Caldera, con más de tres millones setecientos mil sufragios
efectivos.

Jaime Lusinchi tomo posesión de la Presidencia el 2 de febrero de 1984, sus primeras palabras reflejaron
7
“modestia y conciliación” . Acción Democrática fue masiva y poderosa durante su gestión presidencial; más
de dos millones de militantes inscritos lo convertían en el partido socialdemócrata más numeroso del
hemisferio.

Se cometieron errores, la pretensión del gobierno de consolidar la relación Estado-Partido hasta el punto
de acoplar ambas estructuras, fortaleció el carácter clientelar de la organización, convirtiéndola en un partido
que dependía del Estado para sobrevivir. Como consecuencia de lo anterior el gobierno tendió a asumir, en
ciertas ocasiones, conductas que se confundían con el sectarismo y presentaba rasgos autoritarios.

El abanico de la gestión económica era reducido. En 1983 ante la caída de los precios del petróleo que
imposibilitó que el ingreso fiscal petrolero, en términos reales, pudiese seguir manteniendo el ritmo de gastos
públicos inducidos desde los anteriores gobiernos, el gobierno de Lusinchi devaluó la moneda como
instrumento para generar ingresos fiscales adicionales mediante el diferencial cambiario. Esta medida en una
economía que había perdido productividad, constituyó el presagio de futura inflaciones. Evidenció el primer
síntoma del estremecimiento de una economía sustentada en la renta petrolera. Se agregaba a esta situación
unos signos, fiscales y económicos, negativos y unas profundas contradicciones entre las autoridades
económicas, para generar un cuadro que aumentaba la incertidumbre.

Finalmente, en un ambiente económico marcado por la contracción de los precios del petróleo se
agregaba la compleja problemática, que asolaba a la gran mayoría de los países latinoamericanos, de la deuda
interna y externa. Este desolador cuadro de la Venezuela de principios de 1984 reducía el margen de
maniobra del nuevo gobierno.

7
“Gobierno de Jaime Lusinchi” en Diccionario de Historia de Venezuela, Tomo II, p. 1040.
Ya en ese momento quedó evidenciada la imposibilidad de desarrollo económico para Venezuela
impulsado desde el Estado con base en el recurso petrolero, situación que perdura en la actualidad, a los
inicios del siglo XXI.

Desde la toma de posesión Jaime Lusinchi anunció un gran conjunto de medidas para paliar los
devastadores efectos de la crisis económica. Respecto a la deuda reafirmó, el día de la toma de posesión, que
«Venezuela pagará todo lo que debe, hasta el último centavo»; e insistió en darle cauce a una reforma
integral de las estructuras del Estado para «redimensionarlo y restituir su jerarquía», reiterando finalmente la
necesidad de construir un amplio «pacto social» para distribuir la riqueza con una mayor equidad. El 24 de
febrero de 1984 se anunciaron medidas que definían las grandes líneas de la gestión económica. El
establecimiento los 4 tipos diferenciales de cambio: manteniendo el de Bs. 4,30 por dólar, que había sido
fijado por Luis Herrera en 1983, sólo para el pago de las cuotas de capital de las deudas externas, para los
estudiantes en el exterior y alimentos esenciales y medicinas. El segundo tipo de cambio, de Bs. 6,00, se
dedicó a la compra y venta de divisas de los sectores petrolero y del hierro; para el servicio de la deuda, así
como para las transacciones, públicas y privadas, financieras y comerciales, se destinaba el de Bs. 7,50. El
dólar fluctuaría de acuerdo a la demanda para el resto de las actividades económicas. Mantuvo el sistema
administrado de precios que había fijado el gobierno de Herrera. Con respecto a la política petrolera, el nuevo
gobierno anunció que se le devolvería a la industria la autonomía financiera para asegurar las inversiones y
su futuro desarrollo. Se anunciaron próximos aumentos del precio de varios derivados del petróleo,
incluyendo la gasolina (la que se fijó en Bs. 1,20 la alta y Bs. 0,80 la baja). Para el manejo de la crisis
financiera, se anunció una drástica baja de las tasas de interés, así como el pago de las deudas internas del
Estado, especialmente, aquellas contraídas con los pequeños y medianos empresarios y con los agricultores.

Buscando el equilibrio social se anunciaron, por dos años, bonos compensatorios de transporte para
aquellos asalariados que ganaran menos de Bs. 3.000 mensuales, además de la creación de comedores
industriales y el incremento, en un 10%, de la nómina de las empresas para el segundo semestre de 1984.
Como una política de austeridad, entre sus primeras iniciativas, se ordenó a los ministros una revisión de los
programas para reducir los gastos de funcionamiento.

Durante el quinquenio el sector agropecuario creció efectivamente, ya que, desde un primer momento se
anunciaron algunas medidas tendientes a estimular su desarrollo, entre las cuales podemos mencionar la
elevación del aporte de la banca privada a la agricultura a un 22,5% de sus carteras crediticias.

Un acuerdo con la banca internacional fue anunciado por el Presidente desde Nueva York, donde
pronunciaba un discurso en la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 1984, mediante este acuerdo
se establecían las bases para un convenio de financiamiento de la deuda externa.
Más allá de la gestión de la crisis, Cordiplan presentó al Congreso los «Lineamientos generales del VII
Plan de la Nación» a finales del mes de noviembre. Es importante destacar los grandes rasgos de este plan de
la nación, ya que éste evidenciaba una toma de conciencia frente a la necesidad de asumir la crisis con una
perspectiva de transformación y modernización. El VII Plan de la Nación presentaba importantes novedades.
Para superar las limitaciones de la planificación tradicional, normativa, e incluir consideraciones de nuevos
actores con capacidad de generar decisiones, se pasó a la aplicación de la planificación situacional. En este
plan se diagnostica el agotamiento del modelo venezolano de crecimiento y se afirma la necesidad de
avanzar, desde el rentismo, hacia una sociedad en la cual el crecimiento y el desarrollo sean consecuencia del
trabajo productivo de los venezolanos.

El listado de los problemas del país se inicia con el reconocimiento de la excesiva dependencia de la
explotación petrolera. La estrategia general giraba alrededor de un conjunto de «proyectos de acción», con
tres grandes líneas, reiniciar el crecimiento económico, acelerar el desarrollo social y crear una sociedad más
libre. La viabilidad de esta estrategia descansaba sobre 2 bases: el Pacto Social, concebido como un proyecto
político consensual, y la reestructuración del Estado venezolano.

La promoción de la agricultura, de la industria y del turismo se presentaba como el gran eje de la


estrategia económica, mientras de manera paralela se modernizaba el sector público, redefiniendo su papel en
la economía. La necesidad de transferir al sector privado un conjunto de actividades y servicios, de privatizar,
también se reconocía en el documento. El establecimiento de un conjunto de incentivos a las empresas que
adoptasen tecnologías intensivas en mano de obra se incorporaba dentro de la estrategia social. El VII Plan
planteaba que se facilitaría, para el sector informal, el acceso al crédito y a la tecnología, a través de los
fondos de garantía y del apoyo a empresas familiares de construcción, confección, artesanía y abastecimiento
de alimentos. Se reconoce la necesidad de un cambio en la política tributaria, colocando el peso fiscal sobre
la renta personal y el consumo suntuario. El diseño de un «Sistema Integrado de Transferencias Sociales»,
incluyendo la «cesta familiar», las becas a los escolares, un conjunto de programas de atención nutricional en
el preescolar, con atención prioritaria en salud, vivienda y educación, se incorporaba a una política social
incluyente.

La profundización de la democracia se presentó como un eje central de la estrategia política, a través de


la conquista de la democracia social, lo que pasaba por la democratización del Estado venezolano, de sus
relaciones con la sociedad civil y la creación de una nueva base de sustentación para la sociedad civil a
través de la creación de un tercer sistema de propiedad, el «Sistema de Cooperación Económica». El objetivo
de este nuevo sistema de propiedad era equilibrar las relaciones de propiedad, propiciando el acceso a la
propiedad empresarial a los sectores de menores recursos. La privatización de algunas empresas estatales,
para crear las bases de sustentación para el desarrollo de este sistema, se correspondía con esta estrategia.
Pero las iniciativas derivadas del VII Plan de la Nación quedaron truncadas en el quinquenio. Las
importantes críticas que generaron estos anuncios, especialmente por parte del sector empresarial, se
convirtieron en fuertes resistencias a muchas de sus proposiciones, especialmente al «Sistema de
Cooperación Económica». Al truncarse su puesta en práctica, el ministro Luis Raúl Matos Azócar renunció al
iniciarse 1985. La salida de este ministro, importante dirigente de AD, no sólo es síntoma de las dificultades
con que el nuevo gobierno se encontró para construir el Pacto social, sino que también es evidencia de otro
rasgo de la crisis interna, la separación constante del Presidente con uno de los sectores que con más fuerza lo
había llevado a la candidatura presidencial: el sector sindical.

La creación de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), el 17 de diciembre de


1984, se convirtió en el punto de inicio de la modernización del Estado venezolano. A pesar de que la mayor
parte de los trabajos realizados por dicha Comisión entre 1984 y 1988 sólo se pondrían en práctica con el
segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, el hecho mismo de reunir en su seno a distintas generaciones de
intelectuales, políticos, técnicos y profesionales valiosos para repensar el Estado venezolano, y definir los
grandes lineamientos de su modernización, es un aporte vital para evidenciar una respuesta creativa a una
crisis profunda que se reconocía como estructural. El propósito de la COPRE, coherente con el VII Plan, era
establecer, como se señala en su decreto de creación, un «Estado moderno, esencialmente democrático y
eficiente, en el cual los postulados de la Constitución adquieran plena vigencia y la participación ciudadana
constituya un elemento efectivo en la toma de decisiones de los poderes públicos». Ramón J. Velázquez
presidió la COPRE desde su instalación, Carlos Blanco, fue el secretario ejecutivo.

Sus actividades se iniciaron en 1985, con el mandato de adelantar una reforma de carácter consensual.
Para diagnosticar y jerarquizar los problemas se crearon un conjunto de subcomisiones y equipos de técnicos.
El trabajo de la COPRE no se realizaba de manera impermeable y cerrada, sino que se impulsó un amplio y
permanente proceso de consulta con la sociedad política y civil. Esta característica permitió incorporar las
principales recomendaciones de la sociedad alrededor de la reforma, al tiempo que se mantenía el flujo de
información y se ampliaba el consenso alrededor de la misma, comprometiendo a los más diversos sectores.
El amplio consenso que se generaba alrededor de la reforma del Estado a través de su permanente
comunicación con la sociedad contribuyó, con la creación de una sólida plataforma política de sustentación,
lo que le permitió en diversas oportunidades sortear las resistencias. Todo proceso de reformas estructurales
genera un cuerpo importante de resistencias, esta característica no invalida de ninguna manera la relevancia
que tiene la iniciativa política para adelantarla.

A pesar de que el gran momento de la reforma política llegaría a partir de 1989, ya desde los últimos
meses de 1985 cristalizaban algunas propuestas específicas que habían sido previamente debatidas. La
reforma política estructural se encuentra expresada en cuatro importantes documentos, que aparecieron entre
1986 y 1987 y que gozaban de una amplia mayoría en la COPRE, las propuestas «para políticas inmediatas»
(1986); los «Lineamientos generales para una política de descentralización territorial en Venezuela» (1987);
la «Propuesta para impulsar el proceso de descentralización en Venezuela» (1987) y las «Reformas
inmediatas del Poder Judicial» (1986).

El documento que provocó un mayor debate en la opinión pública fue «Propuestas para reformas
políticas inmediatas», al ser el primero con un contenido eminentemente político. En el documento se
proponían reformas políticas en los aspectos siguientes, la profundización de la democracia interna en los
partidos políticos; unas reformas a la Ley Orgánica del Sufragio que abría cauce a la elección popular,
directa y secreta de los gobernadores; las reformas a la Ley Orgánica de Régimen Municipal para crear la
figura del alcalde y permitir su elección popular; y reformas en el esquema de financiamiento de los partidos
políticos. La elección directa de las autoridades locales derivaba más de un conjunto de aspiraciones
profundas pero difusas de la sociedad, que de una exigencia específica de algún grupo político. La COPRE
canalizó las necesidades y deseos de la sociedad en un conjunto de reformas coherentes y posibles.

La descentralización adelantada en los documentos de la COPRE también provocó un importante debate


en la opinión pública nacional y la reacción de los partidos políticos. La crítica sobre la excesiva
concentración de la administración pública, así como la fuerte concentración del poder político se expresaron
como diagnóstico en los documentos, ampliando aún más el radio de acción de las reformas. Se propuso en
este documento, amén de las elecciones populares de gobernadores y alcaldes, la eliminación de las
tradicionales “regiones económicas”, formas supraestatales de organización territorial que se habían
desarrollado en la planificación nacional. Se propuso como alternativa el retorno a la organización territorial
presente en la Constitución de 1961, centrada en los municipios, como unidades primarias, y en las entidades
federales, como unidades regionales.

Las reformas económicas generaron una mayor discusión y una más poderosa resistencia, entre estos
documentos podemos destacar los «Lineamientos generales para una nueva estrategia económica para
Venezuela» en 1987, del asesor técnico Gerver Torres. Pero ningún documento sobre economía fue aprobado
en las plenarias de la Comisión, lo cual evidencia las dificultades que existían en la elite política, y
económica, para alcanzar algún tipo de consenso en torno a una redefinición de las relaciones entre el Estado
y la economía. Estas resistencias se harían cada vez más poderosas en el transcurso de los años posteriores. A
pesar de la importancia que tenían, y de ser aprobadas por unanimidad por la COPRE, las reformas judiciales
no despertaron la atención de la opinión pública.

A pesar de que las reformas políticas que la COPRE propuso, la mayoría de ellas, representaban las ideas
más progresistas de la época, fruto de un amplio proceso de consulta, su viabilidad política se encontraba
comprometida. Cuando el documento de las reformas políticas salió a la luz pública sin autorización el
gobierno lo rechazó. El período de maduración de estas importantes reformas sería pospuesto hasta el otro
quinquenio. Durante el gobierno de Lusinchi faltó la voluntad política para convertir las iniciativas de la
COPRE en políticas públicas en pro de la Reforma del Estado. Acción Democrática, con mayoría absoluta en
ambas cámaras, contribuyó a demorar la posición oficial. La reforma política se trancaba, 1987 fue un año
clave, en el mes de enero, Manuel Peñalver, secretario general de AD, declaró: «Los venezolanos no somos
suizos», exponiendo las resistencias de algunos elementos en la cúpula del partido a los cambios en las
relaciones políticas en Venezuela.

La estructura leninista que le había dado forma a la moderna sociedad democrática venezolana, que
había permitido y aupado la formación de una conciencia democrática en una sociedad abierta con una nueva
clase media, comenzaba a chocar con las expectativas y necesidades de esa sociedad. Esta disociación entre
una estructura vertical formada en la primera mitad del siglo XX, y una sociedad democrática que se
desarrollo a la luz de un régimen abierto en la segunda mitad del mismo siglo tendría consecuencias
dramáticas, no sólo para Acción Democrática, sino también para la Democracia venezolana.

A pesar de las resistencias, entre 1988 y 1989 el Poder Legislativo aprobó la Ley sobre Elección y
Remoción de Gobernadores de Estado (1989), la Ley sobre el Período de los Poderes Públicos de los Estados
(1989); la Ley Orgánica de Régimen Municipal (1989) y la Ley Orgánica del Consejo de la Judicatura
(1988), abriendo los espacios para los importantes cambios en el funcionamiento del Estado y sistema
político que se desarrollarían en los años posteriores.

Pero la crisis económica estaba presente. El problema de la deuda fue acometido a través de diversos
esquemas de refinanciamiento, el primer paso hacia la redefinición de los pasivos había sido el paquete de
medidas anunciado en 1984, ajustado a las condiciones sugeridas por el Fondo Monetario Internacional
(FMI).

El Gobierno, que anteriormente se había mostrado reacio a negociar con la agencia internacional, asumió
voluntariamente las condiciones para entenderse con la banca acreedora. El acuerdo de refinanciamiento se
firmó en febrero de 1986, en un contexto económicamente hostil, ya que los precios petroleros tendían a la
baja.

Este descenso de los precios petroleros en 1986 agudizó la crisis económica, obligando al Gobierno a
diferir los pagos de amortización de la deuda, y a plantear una reapertura del proceso de negociación, para
alcanzar unos plazos más largos y unos intereses más bajos. El precio del petróleo venezolano descendió
desde los US $ 24 por barril en enero hasta los US $ 13,42 por barril en marzo, ubicándose en junio en US $
12,99. Los ingresos fiscales se redujeron a casi la mitad. En diciembre de 1986 Jaime Lusinchi anunció un
«golpe de timón» en el terreno económico.
Más allá del Plan de la Nación la política económica del gobierno se orientó a través del denominado
«Plan Trienal de Inversiones». Para estimular el aparato productivo, y reiniciar el crecimiento económico el
gobierno venía aplicando, desde finales de 1985, una política expansiva del gasto público. A pesar de la caída
de los precios petroleros esta política tuvo continuidad durante todo el año 1986, apelando a los ahorros de
los años anteriores y a diversas formas de endeudamiento. Las utilidades del Estado aumentaron
artificialmente, lo que permitió continuar consumiendo recursos ficticios y cubrir parcialmente la brecha
fiscal. La crisis se posponía mientras los precios del petróleo continuaban en niveles bajos entre 1987 y 1988.

A estas políticas se le suma, tanto la falta de iniciativas para la creación de nuevas fuentes de ingresos
como un nuevo refinanciamiento de la deuda, firmado en febrero de 1987, para desembocar en una masiva
contracción de las reservas internacionales que coincidía con el último año de gobierno y la campaña
electoral para las presidenciales de 1988.

El refinanciamiento de 1987, a pesar de que fue promocionado como «el mejor refinanciamiento del
mundo», evidenció, no sólo la debilidad de la posición venezolana en la mesa de negociaciones, sino también
el grado de fragilidad que había alcanzado la economía nacional. Venezuela no obtuvo período de gracia,
estableciéndose un plazo de 14 años para pagar, con una tasa de interés superior a la que México había
obtenido previamente. Durante el quinquenio de Lusinchi el monto total de la deuda externa venezolana se
redujo, aunque el uso de la devaluación para resolver emergencias financieras perjudicó la economía
nacional.

La candidatura presidencial de Carlos Andrés Pérez fue impulsada desde la base hasta la Presidencia de
la República contra la voluntad de la ortodoxia, de Gonzalo Barrios y del Presidente Jaime Lusinchi. En las
elecciones internas el gobierno y la ortodoxia impulsaba la candidatura de Octavio Lepage. Carlos Andrés
venció a Lepage en las internas y a Eduardo Fernández en las presidenciales con 3.800.000 votos, ganando la
batalla que le haría perder su última guerra. Es importante destacar que, más allá de la obligatoriedad del
voto, la participación popular en las elecciones democráticas, al menos a nivel presidencial, se encontraba
muy por encima del 80% hasta 1988.

La Gran crisis (1991–2000)

Como en su primer gobierno, la segunda administración de Pérez también pasó a la historia por la
controversia. Muy en su estilo personal, impulsaría cambios de grandes magnitudes para el país. Al igual
que en su primera presidencia, esta reflejaría el ambiente ideológico que experimentaban el mundo, y más
particularmente el movimiento socialdemócrata internacional.
Esos cambios, que podemos resumir en la descentralización en lo político-administrativo y la
modernización y liberalización en lo económico, constituían una agenda de reformas necesarias para la
superación de la crisis nacional y para la modernización de Venezuela con miras al siglo XXI.

No obstante, Pérez pareció subestimar la magnitud que implicaba iniciar la transformación de una
sociedad acostumbrada a la distribución por vía del Estado de la renta petrolera, a otra con una economía
diversificada, productiva y competitiva. Su segundo periodo demostró que ello no era posible desde un
solitario liderazgo personal; se hacía imprescindible cultivar el apoyo de un partido comprometido con un
coherente programa de reformas orientado en el sentido antes señalado. De otra manera tales
transformaciones no podrían desarrollarse adecuadamente ante las resistencias de los sectores opuestos o
afectados por las mismas, como finalmente ocurrió.

Al anunciar Pérez su gabinete, parte de la dirigencia adeca se sintió traicionada, contrastando


fuertemente con su predecesor, el nuevo presidente, escogió a sus ministros entre los profesionales más
preparados del país. La política económica sería coordinada por Miguel Rodríguez, la escasa presencia de
militantes del partido en el gabinete incomodó a varios dirigentes. Carlos Andrés Pérez inicia un proceso de
reforma profunda del Estado (aunque la creación de la COPRE (1984) se hizo en el gobierno anterior) y de
descentralización política y administrativa. El proceso de reforma, llamado el Gran Viraje o El Paquete,
contó con la fuerte oposición de importantes sectores de la dirigencia del Partido.

El Caracazo del 27 y 28 de febrero de 1989 le dio un duro golpe al nuevo gobierno de Carlos Andrés
Pérez, y su liderazgo dentro del partido mermó considerablemente. A pesar de que en 1989, las primeras
elecciones para elegir por vía del voto popular a los gobernadores y alcaldes le dieron un triunfo a AD, el
derrumbe de Pérez arrastraba la credibilidad de Acción Democrática. En 1991 se realizó la última
Convención Nacional efectiva, el enfrentamiento entre los renovadores, perecistas y los ortodoxos tuvo lugar
por la Secretaría General del Partido. Héctor Alonso López, de Mérida, fue candidato de los renovadores, y
Luis Alfaro Ucero de los ortodoxos.

Luis Alfaro Ucero se impuso en la Secretaría General y, a la par del derrumbe de la credibilidad de
Pérez, se inició una persecución contra gran parte de los líderes renovadores. Acción Democrática a partir de
1991 retiró el apoyo a muchas de las iniciativas del Ejecutivo. Los señalamientos públicos de corrupción de
la dirigencia sindical de la Confederación de Trabajadores de Venezuela, con mayoría de Acción
Democrática, colaboraron con el desprestigio de la organización.

Sin embargo esta administración avanzó en su intento de salir de la profunda crisis económica y fiscal
que venía desarrollándose desde años anteriores, por medio de la realización de un conjunto de políticas de
liberación de la economía. El 16 de febrero de 1989, Pérez presentó su programa de ajuste económico,
conocido de allí en adelante como «el paquete», con disposiciones de libre economía. El programa
contemplaba medidas inmediatas y otras de aplicación gradual en plazos relativamente cortos. Las
principales fueron acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) y someterse a su programa de ajustes, con
el fin de obtener un financiamiento de US$ 4.500.000.000 en 3 años; liberar las tasas de interés activas y
pasivas hasta un tope temporal fijado en alrededor del 30%.

Se decidió la unificación de la tasa cambiaria, con la eliminación de la tasa preferencial de divisas y la


realización de todas las transacciones a la nueva tasa flotante. Esto significó eliminar la polémica Oficina de
Régimen de Cambios Diferenciales (RECADI).

Se adelantó la liberación de los precios de todos los productos a excepción de 18 renglones de la «cesta
básica»; se aumentaron las tarifas de los servicios públicos como luz, agua y teléfono; anualmente durante 3
años los derivados del petróleo en el mercado nacional con un primer aumento de 100% en el precio de la
gasolina y un 30% en los precios del transporte. Se decretó un aumento en los sueldos de la administración
pública entre el 5 y el 30%, el salario mínimo a Bs. 4.000 en la ciudad y Bs. 2.500 en el campo; además,
comenzó el proceso de racionalización y eliminación progresiva de los aranceles de importación; y la
reducción del déficit fiscal a un máximo de 4%.

Tales medidas, muy poco populares, causaron tensiones negativas en la relación de AD con amplios
sectores de la población, acostumbrada a recibir del partido políticas orientadas a su bienestar social. Como
compensación para la población más afectada, además del aumento de los sueldos de la administración
pública y el incremento del salario mínimo ya mencionado, se adelantaron políticas de subsidios directos a
los componentes de la canasta básica; programas de becas alimentarias; y constitución de 42.000 hogares de
cuidado diario; reforzamiento de programas de control del lactante y del preescolar y combate de las
enfermedades diarreicas, respiratorias y las que son prevenibles por vacunas, se impulsó además un
programa masivo de transferencias alimentarias dirigido a los niños hasta los 14 años, a las madres
embarazadas y a los lactantes.

Las radicales medidas que el gobierno del presidente Pérez aplicó a los males económicos de la
sociedad venezolana producirían a lo largo de los años 1990, 1991 y 1992 impresionantes resultados en
cuanto a tasas de crecimiento de la economía. Luego de la peor contracción económica hasta ese momento,
del orden del 8,1%, y una tasa de inflación histórica de 84,5%, la economía daría muestras de rápida
recuperación. Las reservas internacionales aumentaron para ubicarse en US $ 7.411.000.000; en el año 1990
la economía, según el Banco Central de Venezuela, creció en un 5,3%, revirtiéndose la depresión del sector
manufacturero y de la construcción. El sector de la banca y los seguros sobrepasaron el 23% en su
crecimiento, mientras la agricultura cayó en un 1,3%. La tasa de desempleo se colocó en 10%, superior a la
del año anterior, cuando estuvo en 9,6%; la inflación sobrepasó los cálculos iniciales, situándose en 40,7%;
la balanza global de pagos registró un superávit, aumentando las reservas a US $ 11.700.000. Se firmó el
acuerdo con la banca internacional, lográndose una reducción de la deuda en alrededor del 20% y una
reducción del 50% en el pago de los intereses de la misma.

La economía experimentó la mayor tasa de crecimiento registrada en la historia venezolana, alcanzando


9,2% en el año de 1991, que sumado al 5,3% en 1990, compensó con creces la contracción ocurrida en 1989.
El sector petrolero tuvo alta incidencia en el total, pues sus efectos multiplicadores generaron cerca de la
mitad del crecimiento de la economía ese año.

El rendimiento de las privatizaciones de la Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela


(CANTV) y de Venezolana Internacional de Aviación, S.A. (VIASA), significó una entrada de capital del
orden de Bs. 122.000.000.000. Lo que le permitió a la gestión fiscal de 1991 cerrar con un importante
superávit de unos Bs. 75.000.000.000,

En los tres primeros años del gobierno de Pérez, la reducción del déficit fiscal se logró por factores
diversos, desde una guerra internacional, hasta la realización de una política económica concreta: en 1989
contribuyó la fuerte devaluación y la violenta contracción del gasto; en 1990 el impacto de la guerra del
Golfo Pérsico en la comercialización internacional del petróleo y en 1991 la privatización actuó como el gran
factor de impulso. En 1991 el precio del petróleo bajó de US $ 20 por barril, a un promedio de US $ 16,60. El
ingreso fiscal se vio compensado sin embargo, por el aumento de los volúmenes exportados. La balanza de
pagos fue superavitaria gracias a una combinación de factores: tasas de interés positivas, lo que junto a una
tasa de cambio revaluada estimuló el ahorro.

Los resultados concretos de la reforma fueron exitosos y progresistas. A inicios de 1992, algunos
indicadores mostraban cierta mejoría en las condiciones de vida de la población: la tasa de desempleo abierto
había descendido a 6%. La tasa de población empleada en el sector informal de 42,4% a 40,5%; hubo una
mejoría en los sueldos y salarios y el consumo de alimentos repuntó en cerca del 20%. El porcentaje de
hogares por debajo de la línea de la pobreza, luego de un aumento de 44% al cerrar 1989, disminuyó a un
8
35% a fines de 1991 .

Empero, desde 1989 las manifestaciones, huelgas y brotes de saqueos no cesaron, el paro nacional de
trabajadores convocado por la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV) en mayo de 1989, «la marcha de
los pendejos» realizada poco después para expresar el rechazo a los actos de corrupción, contribuyeron a
mantener una corriente de opinión pública adversa a esa administración. En 1990, una ola de disturbios y el
temor del gobierno a desembocar en un nuevo «sacudón», pospuso hasta agosto el aumento de la gasolina
previsto en la Carta de intención con el Fondo Monetario Internacional. En 1991, ante los anuncios de la

8
Margarita López Maya, en Costos Sociales de la Reformas Neoliberales en América Latina. p239. UCV.
2000.
modificación del sistema de prestaciones sociales se acentuaron los disturbios y el gobierno se avino a
congelar el proyecto de ley.

Carlos Andrés Pérez informó, a fines del año 1991, que se habían cumplido las metas del paquete y
correspondería, de allí en adelante, el crecimiento económico y la puesta en acción de un vigoroso programa
social. Anunció un nuevo y ambicioso proyecto, conocido como «El Megaproyecto Social», con una
inversión de millones de dólares concedidos en préstamo por los organismos internacionales, para
profundizar programas de ayuda y atención a la infancia, a las madres y a los jóvenes y otros sectores
sociales más vulnerables a la crisis.

La aprobación de un conjunto de reformas políticas del Estado, por parte del Congreso Nacional, en los
últimos meses del gobierno del presidente Lusinchi, y en los primeros de la segunda presidencia de Carlos
Andrés Pérez iniciaron el proceso de descentralización político-administrativa del país. En diciembre de 1989
y en diciembre de 1992 tuvieron lugar los 2 primeros procesos electorales para la escogencia de gobernadores
de estado y alcaldes.

El segundo de estos comicios se realizó sorteando los más difíciles retos para el sistema democrático,
dos intentos de golpe de estado habían pretendida no sólo terminar con las transformaciones que estaba
promoviendo el gobierno nacional sino que, además, pretendía destruir todo la democracia. Los intentos de
golpe de estado le hicieron un daño difícil de reparar al proceso de modernización de la sociedad democrática
venezolana, la Reforma del Estado se encontró con más escollos a partir de las asonadas y las reformas
económicas se vieron casi paralizadas por la crisis política desatada. Los sectores más opuestos al proceso de
reforma se coaligaron contra el gobierno de Pérez, la reacción conservadora consiguió en sectores militaristas
y en el radicalismo de algunos un apoyo constante. La cultura caudillista y militarista, que Venezuela parecía
haber dejado atrás reaparece con fuerza. A estas corrientes desatadas podemos agregar la prédica que contra
los partidos políticos habían desatado importantes sectores de la opinión pública venezolana, en connivencia
con algunos grupos económicos. La modernización de la sociedad y del Estado venezolano se vería frenada.

No obstante, es preciso destacar, que sectores conservadores, acostumbrados a vivir de las prebendas de
un Estado benefactor, se opusieron sistemáticamente a la posibilidad de perder tales gajes; no así aquellos
grupos empresariales modernos que vieron el camino de la prosperidad y empezaron a transitarlo. La
izquierda en general, no solo incapaz de comprender la reforma, sino opuesto a ella por razones dogmáticas,
también seguía enfrentándola. Estos sectores, apoyados en una persistente campaña de opinión pública
negativa impulsada por grupos de interés, mantuvieron el repudio a la reforma. A pesar de la notoria mejoría
de las condiciones económicas, rechazaron las medidas, abonando el terreno para el desarrollo del drama
político venezolano de fines de los años noventa.
Acción Democrática vivía uno de los peores momentos de su historia para encarar las elecciones de
1993: su credibilidad era fuertemente cuestionada, se le hacía responsable de la inestabilidad y de la crisis del
gobierno de Pérez. Pero la candidatura presidencial de Claudio Fermín sorprende a todos con un segundo
lugar en las elecciones de diciembre de 1993. A pesar de ser un partido golpeado, se mantiene fuerte y se
encuentra consustanciado con muchas emociones del pueblo venezolano.

La contrarreforma triunfó en esas elecciones, aunque ya lo habían hecho con la caída de Pérez, a partir
del reflujo contrarreformista la crisis económica tendió a agudizarse, la inestabilidad de la economía pasó a
ser el comportamiento consuetudinario. En 1994 el PIB decrece en –2,86%; en 1995 crece al 4,9%, para
volver a caer en 1996 a –2,99. De allí en adelante el signo del comportamiento económico ha sido de
continua inestabilidad. Los trazos comparativos en materia de índice general de precios también son
sintomáticos del costo del abandono del proceso de modernización reformista, en 1989, año de los ajustes
este índice creció en 81%, para descender a 36,5%, 31% y 31,9% en 1990, 1991 y 1992, respectivamente.
De 1993 en adelante, derrotada la reforma este índice creció en 45,94%, 70,84%, 56,62% y 103,3% desde
1993 hasta 1996.

La campaña de 1998

Las elecciones regionales de 1995 le otorgan al partido blanco una victoria, a pesar de la alta abstención.
A partir de este momento, y hasta 1998 AD parece crecer nuevamente. En 1996 Luis Alfaro Ucero se
consolida en el poder dentro del partido por un procedimiento nuevo para convocar una Convención
Nacional sin traer los delegados a debatir en un lugar específico.

Acción Democrática se presentaba en 1997 como un partido fuerte, en proceso de transformación que,
incluso sin llegar a la Presidencia de la República, sería protagonista de la política venezolana durante
muchos años más. Se invitó a intelectuales y a destacados miembros de la sociedad civil a unas Jornadas
Programáticas para estructurar el programa de gobierno del partido blanco antes de seleccionar al candidato
presidencial. Se manejaban diversos nombres para dicha candidatura que eran observados por la opinión
pública como posibles postulados blancos para la Jefatura del Estado. Pero la presión del Buró Sindical, el
temor ante el liderazgo emergente, la renuncia de destacados dirigentes a la organización, la excesiva
confianza en la maquinaria y en la estructura, llevan a postular “por consenso” al Secretario General Luis
Alfaro Ucero para la Presidencia. Esta manera de estructurar un consenso en el seno de una estructura
partidista rígida y vertical clausuró el debate y la democracia interna. Craso error. De aquí en adelante
Acción Democrática se dejó llevar por la falta de visión política, facilitando de esta manera el ascenso del
actual régimen a partir del 6 de diciembre de 1998. La percepción popular fue que el miedo se adueñaba de la
dirigencia tradicional, el acuerdo de los gobernadores adecos, electos el 8 de noviembre de 1998 en las
elecciones regionales, con un candidato cuya propuesta era ideológicamente distante con la de Acción
Democrática, no vino sino a consolidar esta percepción.

Durante el actual régimen Acción Democrática ha sido la organización más atacada, como exponente
fundamental de la denominada Cuarta República y del puntofijismo, la que ha tenido una posición más
sólidamente opuesta, en el marco de los procedimientos democráticos, a las iniciativas del actual régimen. A
pesar de ser el blanco de todos las ataques, desde el gobierno, desde los medios de comunicación de masas y
desde otras organizaciones de la oposición, en las elecciones del 30 de julio de 2000 el partido blanco se
erige como la principal y más importante organización de la oposición. Se inicia un proceso de elecciones
internas para renovar autoridades, posiciones y políticas, además de un debate ideológico para renovar
ideológica y estructuralmente a la organización. El contenido del documento Visión-país representa un paso
adelante hacia la modernidad de la organización, un paso para llevar a Venezuela al siglo XXI, la
construcción de un partido moderno y modernizador, que implica un proyecto de construcción de la sociedad
venezolana del nuevo siglo, incorporándose a la corriente de pensamiento socialdemócrata internacional.

No se pueden dejar de reconocer las grandes luchas que el partido blanco ha llevado a cabo por la
democracia venezolana. Su carácter policlasista y popular es la clave de su supervivencia. Fue el partido
modelo de la política venezolana. Tienen un cuerpo de dirigentes desde las Juntas Parroquiales hasta los
Estados, valiosos y representativos. Tienen una militancia que continúa fiel a pesar de todos los golpes
recibidos por parte de sus adversarios y de sus propios dirigentes. Acción Democrática está viva. Está
luchando. Su militancia quiere una verdadera transformación. Venezuela necesita una Acción Democrática
renovada y fortalecida.

Acción Democrática ha luchado con denuedo para retomar la calle. El 22 de noviembre del 2001 una
marcha de Acción Democrática avanza hasta el Palacio Legislativo, siendo rechazada por parte de los
círculos bolivarianos, esta triunfante manifestación dio inicio a una retoma de la calle por parte de la
oposición democrática. Igualmente, en las jornadas de resistencia democrática al régimen el partido Acción
Democrática ha demostrado tanto voluntad de diálogo y negociación democrática como capacidad de lucha.
Desde las masivas manifestaciones del 23 de enero, hasta la nueva exposición de los partidos políticos en la
manifestación del 11 de mayo, alcanzando a la multitudinaria movilización del 11 de julio, reafirmando su
carácter popular en distintas manifestaciones multitudinarias en todo el país, Acción Democrática ha
evidenciado su importante fuerza en la calle. Hoy en día la construcción de una nueva opción política, el paso
de la oposición a una verdadera alternativa de poder en Venezuela no se puede hacer sin este partido
democrático.

Las vías institucionales para resolver la grave crisis política, que tiene como eje las pretensiones
autoritarias, se han convertido en el punto central de la agenda de la oposición. Acción Democrática ha
estado siempre dispuesta, y lo está ahora, a que la salida sea institucional y electoral, durante los paros y
huelgas, de carácter absolutamente democrático, se ha mostrado fortalecida.

Durante las Jornadas de abril de 2002 Acción Democrática demostró siempre su vocación popular y
democrática, no sólo en su lucha contra los abusos de poder del régimen chavista sino en defensa pública de
la institucionalidad democrática frente al efímero gobierno del empresario Pedro Carmona. Diputados de
Acción Democrática, como Pedro Pablo Alcántara y Henry Ramos Allup, quienes rechazaron tajantemente el
decreto que pretendió disolver todos los órganos representativos y electos del Estado venezolano.

Acción Democrática está cumpliendo ahora 62 años de lucha por la democracia venezolana,
reconociendo errores y avanzando hacia la rectificación, por vía de la modernización y apertura del partido a
una sociedad civil diversa, sumándose siempre a las vías institucionales y populares que nos permitan
construir un mejor futuro.

La modernización del partido tiene dos caras, internamente debe asumirse la construcción de un partido
moderno, lo que pasa por su apertura estructural, por la construcción de un partido socialdemócrata abierto al
debate interno, a la fructífera construcción de una organización federal que refleje la diversidad de una
sociedad distinta y abra caminos a los liderazgos formados en las inmensidades del interior venezolano. Un
partido tolerante con el debate de sus propios dirigentes y militantes, en el que las discusiones políticas
internas no terminen en la purga sino en la unidad en la diversidad de opiniones y opciones.

Por otro lado su reinvención como un partido modernizador, esto nos lleva a la discusión no sólo en
torno al contenido ideológico de la propuesta socialdemócrata sino a una reflexión crítica sobre la historia de
Acción Democrática, de su relación con la sociedad venezolana, y de las consecuencias históricas derivadas
de su estructura interna. Acción Democrática surge en 1941 como un partido de la izquierda nacionalista
venezolana, hereda las formas leninistas típicas de los partidos políticos socialistas y comunistas sin heredar
su ideología.

La discusión interna es fructífera en la primera generación de fundadores, Pérez Alfonso, Rómulo


Betancourt, Valmore Rodríguez, Raúl Leoni reflejan en su diálogo epistolar una discusión ideológica activa y
permanente. La llegada al poder implicó fuertes enfrentamientos internos, la elección directa de los
gobernadores de Estado llevó a un enfrentamiento entre la más alta dirigencia del partido y liderazgos
regionales como el de Raúl Ramos Giménez. Estos enfrentamientos se vieron truncados por el golpe de
Estado del 24 de noviembre de 1948. Durante la resistencia las diferencias entre quienes se fueron al exilio y
quienes, más jóvenes e inexpertos, se quedaron dentro del país marcaron la década militar. La ruptura
funcional entre ambos grupos se profundiza luego del asesinato de Alberto Carnevalli y Leonardo Ruiz
Pineda, ante la escasa comunicación y las cercanías de los liderazgos juveniles de AD con los cuadros del
PCV.
Luego del 23 de enero de 1958, y con la consolidación de la democracia venezolana el conflicto
generacional e ideológico explota con toda la intensidad. La estructura interna leninista tiende a consolidar a
los grupos que tienen el poder interno. La purga interna y la expulsión de la juventud adeca radicalizada, que
luego formaría el MIR, tuvo un impacto en el debate interno a largo plazo, impacto que se vería reforzado
con las posteriores divisiones del grupo ARS y del liderazgo de Prieto Figueroa en 1967. Con la
consolidación de la democracia se amplía el consenso con factores diversos de la sociedad venezolana, un
pacto populista de conciliación que tendió a posponer y negar la discusión interna de los problemas
venezolanos. Esta ausencia de debate interno, que intentaba reforzar y reflejar la unidad interna, tuvo efectos
demoledores en la formación de la militancia. A mayor expansión electoral menor discusión ideológica en
una sociedad que crecía, progresaba y prosperaba. Las estructuras internas, plenas de un leninismo
intrínsecamente conservador, se dieron de la mano con las transformaciones de la sociedad derivando en su
conversión en estructuras clientelares.

Durante la década de los ochenta la disputa entre los renovadores y los ortodoxos anunciaba la
revitalización de la discusión interna en el seno de una sociedad que ya anunciaba los tambores fatídicos de
una crisis económica y social que afectaría la legitimidad del sistema democrático. Pero nuevamente la
estructura leninista reaccionó como su naturaleza imponía, el debate terminó en el triunfo de los sectores más
conservadores y en la posterior purga del perecismo. Los temores ante futuras purgas tendían a clausurar las
discusiones internas, no sólo en torno al modelo organizativo que el partido debía asumir, sino también frente
al proyecto de país que Acción Democrática debía ofrecer a Venezuela.

Nuevamente en 1997 el partido parece abrirse a una discusión interna fructífera, pero las jornadas que
convocaron a importantes representantes de esa sociedad diversa formada en el seno de la democracia, y que
anunciaban un nuevo proyecto, decantaron en la imposición “consensual” de una candidatura con escasas
posibilidades en 1998, para intentar evitar un enfrentamiento interno, y finalizaron con la implosión de la
candidatura en desesperada carrera hacia un liderazgo que resultaba incoherente con las posiciones que AD
había tomado. La escasez de debate ideológico llevó finalmente a AD a las puertas de su crisis más
importante.

De esta historia podemos extraer un aprendizaje fundamental, la democratización interna del partido es
fundamental para presentarle a la sociedad una propuesta de país moderna que tenga capacidad de
convocatoria masiva. La construcción de una organización democrática y abierta es un imperativo categórico
de la transformación del partido, sólo en una organización que tolere y estimule el debate interno se podrán
generar las visiones alternativas de la Venezuela futura.

Hoy en día, de cara a la sociedad se gesta una nueva visión de un país moderno y próspero, que asume la
necesidad de construir una sociedad democrática fortalecida: la Visión-país. Concepción del país que no se
gesta en los cerrados claustros de las oficinas caraqueñas, en la rechazada tradición centralista, sino que se
construye en el calor de la discusión en cada pueblo, en la diversa visión de una sociedad plural, concepción
de futuro que se compone asimismo de la integración activa de las 23 visiones de los estados venezolanos,
construidas desde, para y por las regiones que están dando forma a una visión federal de la nación
venezolana.

La actual dirigencia de Acción Democrática está consciente del reto que le toca afrontar al partido
socialdemócrata de Venezuela, con los sectores populares en su lucha por una democracia moderna e
incluyente, con un partido abierto y progresista, y se encuentra actuando en consecuencia, a la altura de las
circunstancias, reavivando el debate ideológico, abriendo cauces y espacios para la discusión, para la
generación de visiones y para la renovación a fondo de la organización, desde la base, desde los municipios y
las regiones, para continuar siendo un espacio de libertad y confianza para los venezolanos, el partido del
pueblo. Comprendiendo que Acción Democrática fue un actor decisivo en la incorporación de Venezuela al
mundo del siglo XX, y que su reto en la actualidad es emular a la generación fundadora incorporando a la
nación venezolana al siglo XXI.
Bibliografía

Baptista, Asdrúbal, Bases cuantitativas de la Economía venezolana, Caracas, Fundación Polar, 1995, 340pp

Betancourt, Rómulo, Venezuela, política y petróleo, Barcelona, España, Editorial Seix Barral, 1979, 938pp.

Blanco Muñoz, Agustín y Gumersindo Rodríguez, Acción Democrática, memorias de una contradicción,
Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1989, 640pp.

Caballero, Manuel, El 18 de octubre de 1945, Caracas, Historiadores s.c., s/f, 36pp.

Caballero, Manuel, El 23 de enero de 1958, Caracas, Historiadores s.c., s/f, 36pp.

Caballero, Manuel, “Introducción” en Rómulo Betancourt, leninismo, revolución y reforma, México, Fondo
de Cultura Econoómica, 1999, 7 – 41.

Caballero, Manuel, La gestación de Hugo Chávez (40 años de luces y sombras en la democracia venezolana),
Madrid, Los libros de la Catarata, 2000, 176pp.

Caldera, Rafael, Los Causahabientes, de Carabobo a Puntifijo, Caracas, Editorial Panapo, 2° edición, 1999,
203pp.

Carpio Castillo,Rubén, Acción Democrática, bosquejo histórico de un partido, Caracas, Ediciones Centauro,
1983, 254pp.

Ewell, Judith, “Venezuela, 1930–1990” en Historia de América Latina, Tomo 16. Los países andinos desde
1930, Barcelona, España, Editorial Crítica, 2002, pp. 301–356.

Johnson, Paul, Tiempos modernos, Barcelona, España, Vergara Editores, 2000.

López Maya, Margarita, Auge y declive de Acción Democrática, Caracas, Historiadores s.c., s/f, 32pp.

López Maya, Margarita y otros, Costos sociales de las reformas neoliberales en América Latina, Caracas,
Universidad Central de Venezuela, 2000, 239pp.

López Maya, Margarita, EEUU en Venezuela: 1945–1948 (Revelaciones de los Archivos Estadounidenses),
Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1996, 400pp.

Magallanes, Manuel Vicente, Acción Democrática, Partido del Pueblo. Caracas, Ediciones Adeven, 1993.

Plana, Elena, El 23 de enero de 1958, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 2° edición, 1999, 240pp.

Salazar V., Zalena, El gobierno de Rómulo Gallegos, Caracas, Historiadores s.c., s/f, 32pp.

Velázquez, Ramón J., y otros, Venezuela moderna, medio siglo de historia 1926 – 1976, Caracas, 2° edición,
Editorial Grijalbo, 1993, 700pp.

Varios autores, Diccionario de Historia de Venezuela, Caracas, Fundación Polar, 2° edición, 4 tomos, 1995.

Varios autores, Las 3 divisiones de AD, Caracas, Ediciones Centauro, 1987, 284p

=Desemejantes autores, Rómulo Betancourt: historia y contemporaneidad, Caracas, Fundación Rómulo


Betancourt, 1989, 496pp.
Varios autores, Venezuela contemporánea 1974–1989, Caracas, Editorial Grijalbo, 2° edición, 1993, 824pp.

También podría gustarte