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institucionalizada como
eximente para la justicia
por mano propia
Horacio ROSATTI
Introducción
1 Hemos desarrollado este tema en: Rosatti, Horacio, El origen del Estado, Rubinzal-
del hombre y orientado al bien común, siendo ésta su finalidad, en tanto en este último
es el hombre el que está al servicio del Estado, como un engranaje está al servicio de la
máquina o la abeja al servicio de la colmena.
Conviene recordar la diferencia entre el hombre y la abeja según la metáfora de
Maritain: tanto uno como otra emprenden tareas de construcción común con sus congéne-
res: en el primer caso la obra es el Estado, en el segundo es la colmena. A las abejas les
interesa la perfección de la colmena, a los hombres la seguridad, el progreso y el bienestar;
para aquéllas la colmena es un fin en sí mismo y ellas son un medio para construirla, para el
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hombre el Estado debe ser el medio para lograr el bien común. Maritain, Jacques, La persona
y el bien común, trad. por Leandro Sesma, Club de Lectores, Buenos Aires, 1981, p. 55.
3 Para Sigmund Freud (1856-1939) el ser humano está tensionado por los instintos
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1) Naturalismo
humana, de modo que es necesario colocar frenos culturales. La cultura es definida por
Freud como “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de
la de nuestros antecesores animales” (en los que dominan los instintos) produciéndose
la “sustitución del poderío individual por el de la comunidad” basada en el Derecho.
Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, 3, trad. por Ramón Rey Ardid, Alianza,
Madrid, 1987, ps. 33 y 39.
4 Weber, Max, Economía y sociedad, trad. por José Medina Echavarría, Juan Roura
Parella, Eugenio Imaz, Eduardo García Máynez y José Ferrater Mora, Fondo de Cultura
Económica, México, 1979, p. 1060.
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2) Contractualismo
7 Tomás de Aquino, Opúsculo sobre el gobierno de los príncipes, trad. por Carlos Ignacio
González S. J., Libro Primero, Capítulo I, Porrúa, México, 1985, ps. 257 y ss.
8 Tomás de Aquino, ob. cit., Libro Tercero, Capítulos I, II y III, ps. 308 a 312.
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9 Hobbes, Thomas, Leviatán, Parte Primera (Del hombre), trad. por Antonio Escoho-
tado, Capítulo XIII (De la condición natural del género humano, en lo que concierne a su
felicidad y miseria), Nacional, Madrid, 1983, ps. 223 y ss.
10 Hobbes, ob. cit., Segunda Parte (De la República), Capítulo XVII (De las causas,
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11 Hobbes, ob. cit., Segunda Parte (De la República), Capítulo XVIII (De los derechos
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17 Rousseau, ob. cit., Libro Primero, Capítulo V (De cómo hay que remontarse siempre
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járamos sin respuesta para recorrer las teorías sobre el origen lógico del
Estado. La falta de un adecuado servicio de justicia, ¿autoriza al justiciable
a modificar instituciones o autoriza a buscar soluciones fuera del Estado?
Yendo más lejos: la debacle del sistema judicial institucionalizado, ¿nos
compele a pensar de nuevo sobre el tema pero todos juntos como sociedad?
(situación A). ¿O nos devuelve al estado de naturaleza, aquel en el que
el Estado ineficiente no existía, y nos devuelve a nuestras propias fuerzas?
(situación B).
En el primer caso (situación A), asumimos que se trata de un problema
de eficiencia, que el cometido de prestar el servicio de justicia (de modo
directo o por habilitación hacia modalidades con participación privada)
debe seguir siendo estatal, aunque debe ser prestado de otra forma; en
el segundo caso (situación B) asumimos que se trata de un problema de
legitimidad y que no debe ser el Estado el encargado de resolver el problema,
pues el Estado es parte misma del problema.
En el primer caso (situación A), confiamos que el Estado que funciona
mal sigue siendo diferente a una banda de delincuentes19 (o aun de la
más eficiente agencia de protección que pudiera crearse)20 porque tiene
la legitimidad de los medios que utiliza y que provienen del consenso de
la población y de la confianza apriorística en su recta utilización; en el
segundo caso (situación B), creemos que el Estado no sólo ha perdido la
eficiencia sino también la confianza social para mantener el monopolio de
la coacción.
En el primer caso (situación A), actuamos como si hubiera fracasado
el “contrato político” (aquel que nos vincula con un sistema guberna-
mental) pero no cuestionamos al “contrato social” que nos mantiene uni-
dos como sociedad, apostando a que –a partir de un nuevo consenso que
modifique las líneas institucionales de la justicia– pueda revertirse la si-
tuación; en el segundo caso (situación B), actuamos como si hubiera
fracasado el contrato que nos mantiene unidos como sociedad, quedando
disuelto el consenso que nos alejaba de las soluciones individualistas.
19 Bodin, Jean, Los seis libros de la República, trad. por Pedro Bravo Gala, Libro Primero,
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a) Datos empíricos
21 “El hombre es lobo del hombre” –recuerda Freud en clave de Hobbes– para pre-
guntarse luego: “¿Quién se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias
de la vida y de la historia?”. Freud, El malestar... cit., 3 y 5, ps. 39, 40 y 53.
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22 “El valor del Índice de Confianza en la Justicia se obtiene del siguiente modo:
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donde 0 representa el menor valor y 100 representa el mayor valor. Promediando los
subíndices conductual y perceptual se obtiene el valor del ICJ.
Los resultados desagregados pueden consultarse en la siguiente página de Internet:
http://www.utdt.edu/departamentos/derecho/icj/index.php.
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que quien tenga más fuerza, más medios o más influencia, tendría más
“justicia” (para llamarla de algún modo) que el resto y el de la legitimidad,
pues perdida la fuente de referencia que es el Estado, la legitimidad (basada
en cierto respaldo consensual o moral, afirmado a su vez en una cierta
idea de imparcialidad) se reemplazaría por cierta idea de la eficiencia
(medida en la capacidad de resolución de los casos mediante la acción
directa o el servicio de las agencias de seguridad y justicia).
De este modo, la legítima defensa, concebida como mecanismo de jus-
tificación excepcional del empleo de la acción directa que funciona como
eximente de responsabilidad ante la imposibilidad de recurrir al sistema
institucionalizado para obtener justicia, se convertiría en la regla de la
administración de justicia ante la desaparición del sistema instituciona-
lizado. Claro que, en realidad, en esta hipótesis, ya no podría hablarse
de legítima defensa de la sociedad sino de defensa a secas, pues lo que la
hacía legítima era un consenso social expresado en un Estado que habría
desaparecido. Con lo cual, cada uno podría interpretar que su defensa
es legítima, que la misma habilita la muerte del homicida (ley del talión)
o tal vez la muerte del delincuente, o tal vez la muerte del sospechoso,
o tal vez otras formas de muerte preventiva, etcétera.
En ese contexto de pérdida de referencias, de defensa de todos contra
todos, ¿qué será del que no pueda comprar un revólver, del que no pueda,
no quiera o no sepa usarlo, o del que no pueda pagar una agencia?
Es que, como deduce Nozik en su intento intelectual de reducir al
Estado a su mínima expresión (y aun de hacerlo desaparecer), lo que
diferencia al Estado de una agencia de protección (aun de una agencia
de protección dominante) es que el Estado puede impartir sus reglas a
todos en tanto la agencia de protección sólo puede hacerlo a sus clientes23.
¿Qué queda entonces para los no clientes? ¿Y quién habrá de resolver los
problemas entre clientes de distintas agencias?
Como se ve, las hipótesis de la acción directa o de una nueva concesión
no estatal de la capacidad de venganza no resuelven los problemas de la
desigualdad y de la deslegitimación y es por ello que no constituyen
sucedáneos de la justicia institucionalizada. No se ha intentado aquí ni
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c) El camino de la reforma
24 En nuestro criterio, el juicio por jurados es una alternativa que permite conjugar
la precisión propia del saber técnico con la sensibilidad propia del saber popular, en la
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medida en que congrega al garantismo anejo al debido proceso legal adjetivo y al “sustancialismo”
propio de una decisión popular consensuada. El “debido proceso adjetivo” constituye una
garantía para evitar que se consagre la arbitrariedad; el “debate colectivo sobre el resultado”
constituye una garantía para evitar que se consagre la astucia antes que la verdad.
En el juicio por jurados: a) los representantes del saber técnico se encargan de controlar
que el camino hacia la decisión se encuentre balizado conforme a reglas procesales previas
y precisas (debido proceso adjetivo), y b) los representantes de la opinión popular se
encargan de construir una conclusión sensata sobre la base del sentido común (debido
proceso sustantivo).
¿Qué es lo que hace suponer que una respuesta popular sea más adecuada que una
respuesta profesional unipersonal (o colegiada, pero de un número reducido de magistra-
dos) al momento de resolver un conflicto? En nuestro criterio, existen tres fundamentos
de convalidación, que denominamos: a) la teoría de la “distancia justa”; b) la teoría del
“margen de error”, y c) la teoría del “valor epistemológico de la construcción de consensos”.
a) La teoría de la “distancia justa”, originada en el juicio estético pero aplicable al
juicio moral, enseña que aquellos que se ubican “a la distancia justa” –ni muy cerca ni
muy lejos– del conflicto que deben resolver están en mejores condiciones de emitir una
opinión imparcial (se suele citar el caso del juicio de los espectadores sobre la obra teatral
Otello: el marido celoso está “demasiado cerca” del drama; el experto en escenografía
“demasiado lejos”). En el caso de la resolución judicial de un conflicto (especialmente
en materia penal) la unipersonalidad del juzgador “concentra” irremediablemente (en el
sentido en que su mirada sobre el “tema dicendum” no puede ser compensada por otras
miradas) cualquier desenfoque sobre la “distancia justa”.
b) La teoría del “margen de error” enseña que en el ámbito del conocimiento social,
donde no rige el tipo de ley propio de las ciencias físico-matemáticas (caracterizada por
su inexorabilidad, como la ley de gravedad), existe una relación inversa entre el número
de personas que participan en la deliberación previa a una decisión y el margen de error
en que tal decisión pueda incurrir.
c) La teoría del “valor espistemológico de la construcción de consensos” enseña que el
proceso deliberativo concreto previo a la toma de decisiones posee un efecto positivo,
no sólo en términos de la “calidad del resultado” de la decisión final sino en términos
del aprendizaje que en los constructores de ese consenso se desarrolla, medido en pará-
metros tales como “buena fe” y “tolerancia”. El efecto multiplicador de esta experiencia
derrama sus beneficios cívicos sobre la comunidad toda.
Hemos desarrollado este tema en: Rosatti, Horacio, Un círculo vicioso: impacto de las
emergencias continuadas en el diseño institucional argentino. Emergencia y división de poderes
en la Argentina, en Revista de Derecho Público, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, Nº 2002-2,
ps. 19 y ss.
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3. Resumen
4. Conclusión
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