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Antologia 40 Anios PDF
Antologia 40 Anios PDF
textos.
1976-2016: Dossier Literario.
1976 – 2016: 40 años, 40 textos. Dossier Literario.
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1976 – 2016: 40 años, 40 textos
PRESENTACIÓN
Hay fechas que, por ser significativas, son válidas para promover actividades
que inviten al debate y a la reflexión, y en las que los docentes y estudiantes
pueden apropiarse del pasado, no como meros espectadores sino como sujetos
históricos. Una de esas fechas es, sin lugar a dudas, el 24 de marzo, “Día
Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia”, vinculado con una de las
experiencias históricas más traumáticas de nuestra vida nacional, homologada
por organismos internacionales de derechos humanos a los holocaustos vividos
por distintos pueblos en el Siglo XX.
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Los textos compilados son fragmentos seleccionados que no superan las mil
palabras de cada original. El orden de presentación de los mismos responde a
la cronología de los hechos que mencionan o abordan, no obstante el material
fue publicado entre los años 1975 y 2014.
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RECOMENDACIONES PEDAGÓGICAS
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Para profundizar esta temática recomendamos la lectura del material realizado por el equipo de
Educación y Memoria del Ministerio de Educación y Deporte
http://portal.educacion.gov.ar/secundaria/programas/educacion-y-memoria/. Entre otros materiales
producidos:
A Treinta años del Golpe. Treinta ejercicios de memoria. (2006) Ministerio de Educación.
Argentina.
Pensar la dictadura: terrorismo de estado en Argentina: preguntas, respuestas y propuestas
para su enseñanza (2010), Ministerio de Educación. Argentina.
Holocausto, preguntas, respuestas y propuestas para su enseñanza. (2010). Ministerio de
Educación. Argentina.
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-No les doy otro catecismo. Leemos los evangelios, que son siempre la buena
nueva.
-Con algunas interesantes modificaciones. Perón y su mujer no existían, que yo
sepa, en la época de Jesús.
-Pero existían pobres, como los de hoy. Como esos de los que Perón y Evita se
ocuparon.
-Siempre habrá pobres.
-Nuestro deber es que dejen de serlo.
-Usted sabe que eso no es posible.
-No, no lo sé.
-¿Es cínico o ingenuo?
-Si no creyera en que Jesús vino a liberarnos del pecado, que es miseria en todas
sus formas y causa la pobreza y el sufrimiento de otros, no sería cristiano.
-Eso podrá ser, pero no en el reino de este mundo. El orden de la tierra no se
rige por esas leyes.
-Con nuestra fe tomamos el compromiso de convertir la tierra en cielo. Para
todos sin excepción.
-Déjese de sermones. No soy uno de sus feligreses.
-Pero su hijo es uno de mis alumnos. Usted lo mandó a esta escuela para que lo
educáramos en esos valores.
-Lo mandé a esta escuela por los mismos motivos que tantos otros padres,
incluso los ateos: es una de las mejores, si no la mejor, de toda esta zona. Su
madre y yo quisimos que nuestros hijos recibieran la educación más completa
posible. Y este colegio la imparte, al margen de algunos disparates prácticos que
son, me parece, su responsabilidad exclusiva.
-Yo no hago sino responder a la orientación de la Iglesia: la del Concilio
Vaticano II, la de Medellín.
-Basta leer un poco de historia para comprobar que la Iglesia no se caracterizó,
precisamente, por acatar y cumplir las palabras de Jesús, digan lo que digan en
los últimos años. El poner la otra mejilla y el amor al prójimo no fueron muy
tenidos en cuenta en eventos como las Cruzadas, la Inquisición y la conversión
forzosa de millones de personas, muchas de ellas sometidas a la esclavitud.
Claro que siempre hubo gente especial, eso lo concedo. Chicos de buena familia,
como San Francisco o Santa Clara de Asís, que lo dejaron todo para consagrarse
a los miserables.
-Es el camino que su hijo y otros compañeros se proponen seguir. El del
Evangelio.
(…)
-Quieren hacer una revolución. Algunos ya empezaron. Y otros seguirán.
Chicos como mi hijo, que tiene la sangre caliente, y cree que solo basta querer
para poder, porque todo hasta ahora le ha sido fácil. Usted, que ya no es un
chico, siente lo mismo. Siempre ha estado bajo las polleras de la Santa Madre
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y piensa que lo seguirán cubriendo. Pero no. Van a dejarlos en cueros, con el
Evangelio, que es pura intemperie.
-El Evangelio es alegría.
-¿Cómo la de los mártires que marchaban cantando al tormento? No quiero eso
para mi hijo.
-Yo tampoco quiero ningún tormento para su hijo. Pero pregúntele lo que
quiere él.
-Ojalá me equivocara en todo lo que digo.
-Se equivoca.
-Que su Dios lo oiga.
-¿No es también el suyo?
-Mejor que no se acuerde de mi existencia. Dios quema y destruye lo que toca.
Castiga a sus buenos siervos. No hay que acercársele demasiado. ¿Por qué no le
da un repaso al Libro de Job?
Todos éramos hijos. María Rosa Lojo. Sudamericana. Buenos Aires. 2014.
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EL MIEDO
¡Había que ir a trabajar todos los días en ese clima de amenazas y atentados…!
Con el humor, la ironía y el desparpajo, propios de los periodistas, en las
redacciones se trataba de seguir pensando y diciendo que no pasaba nada. O,
en todo caso, sostener la idea de que aquello que sabíamos que estaba
ocurriendo se superaría en corto tiempo. Aun cuando se intentaba soslayar la
persecuta, al fin, en voz baja, se arribaba a los mismos temas: muerte y miedo.
¿Te enteraste de lo que le pasó a…? Se lo llevaron… Lo sacaron de su casa… Le pincharon
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No podría decir que no tenía nada que ver. Estaba instalado en una vereda del
pensamiento sumamente reconocible, aquella desde la que se buscaba cambiar
el mundo que conocíamos por otro nuevo y, para nosotros, mejor. Participaba
de la generalizada idea de la ilegitimidad de todos los gobiernos, empezando por
aquellos que, aunque débiles, habían sido elegidos por el voto popular y
terminando e incluyendo a los militares que habían llegado de arrebato, como
salvadores de la patria, para constituirse en la mano dura que muchos argentinos
pedimos a gritos tantas veces. Descreíamos de las posibilidades
transformadoras de la democracia. Calificábamos de traidores o enemigos a
todos aquellos que no pensaban como nosotros. Consentíamos formas de
violencia que hoy deploramos (al menos yo), admitíamos que existían muertes
buenas y muertes malas. Éramos los que lamentábamos la muerte de un colega o
de un militante y en petit comité celebrábamos la de un militar o la de un
empresario explorador así como del otro lado se festejaban las muertes de
nuestros amigos. Así vivíamos. Y así se moría.
Carlos Ulanovsky. Seamos felices mientras estamos aquí. Crónicas del exilio.
Sudamericana. Buenos Aires. 2001.
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por mí. Porque es por él que no estoy con ustedes. Que el pueblo no puede
ponerme flores. Hincarse ante mi tumba. Rezar. Llorar. Pedir…”
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MILITANCIA
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Jorge Asís. Flores robadas en los jardines de Quilmas. Losada. Buenos Aires.
1987.
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Pensé que si este hombre pudiese hablar diría lo mismo, sólo que yo ya no era
un pibe. Y me dije, menos mal que no puede hablar, menos mal que tiene los
ojos cerrados, si no, vería todo el sufrimiento en esos ojos. En su estado, en
unas horas se moriría.
-¿No hay manera de reanimarlo? Tenemos que hacer que hable, tiene datos
importantes, están preparando un atentado contra el Ministro. Y éste es parte
de una pista.
-¿Pero no hay una inyección? ¡Tiene que haber alguna manera de hacerlo
reaccionar! ¡Si aguantó tanto tiene que poder aguantar un poco más! –dijo
Cummins con rabia, molesto por que el hombre pudiera haber decidido
morirse.
-Te dije que era demasiada parrilla- le reprochó Mujica-. Entró en shock, nadie
resiste tanto. Mientras estaba consciente vaya a saber qué cosa lo hacía callar:
los ideales, no convertirse en un delator, no saber nada en serio, o colgarse de
alguna puta idea que no tiene nada que ver con todo esto. Te dije, el tipo no
está acá, está colgado de algo. El cuerpo está, pero la cabeza se voló, se
desprendió el alma del cuerpo. Vaya a saber dónde… pero es la única manera.
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Las piernas me temblaban Como aquella vez en el Sur, una vez que salí vomité
todo. No podía quitarme de la nariz el olor a quemado. “Me tomó la pituitaria”,
me dije. Trataba de respirar a grandes bocanadas. Prendí un cigarrillo y me llené
las narices de humo. Fui hasta el coche y comencé a manejar desde el Norte
hacia el Sur.
En algún momento tuve que salir del baño y acostarme al lado de mi mujer
mientras pensaba en el cuerpo del hombre tirado en la cama con el bajo vientre
todo quemado. Y no sentí ningún remordimiento, no podía hacer nada por él,
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INFILTRADOS
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Se tapó la cara con las manos. “Me quieren mover el piso”, se dijo en voz alta. Fuera
de la plaza, los parlantes empezaron a vocear propaganda. Trató de repasar la
situación. Suprino era secretario del partido. Ignacio lo había mandado el día
anterior a Tandil a pedir al intendente que votara la partida para ampliar la sala
de primeros auxilios. Volvió agrandado y consiguió meter en algún asunto al
comisario y a Guzmán. Ahora lo querían joder. “Pero el pueblo me eligió a mí.
Seiscientos cuarenta votos. ¿Qué es eso de que Mateo es comunista? Cuando lo echaron a
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FIESTA Y TRAGEDIA
Con suficiente fuego y agua, un millón de almas tomó mate en espera del
amanecer. En ningún momento cesaron los cantos y los golpes de bombo. Era
un ejército acampando, con mujeres y niños que de puro entusiasmo se negaban
a descansar antes del combate. En realidad festejaban el triunfo de la batalla: ya
habían llegado al lugar de la cita y rodeaban el palco en donde debía aparecer
Perón.
Con las luces del día llegaron quinientos policías de la provincia y se apostaron
alrededor del inmenso estrado tubular de varios niveles, coronados con los
retratos de Perón, Eva Perón e Isabel de Perón. Subieron al palco los músicos
de la orquesta del Teatro Colón y la banda de la municipalidad: lo mejor para lo
mejor, que es el pueblo. A través de cientos de altoparlantes se alternaban las
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voces de Leonardo Favio y Edgardo Suárez. No era cosa de animar aún más a
la incansable multitud que no cesaba de saltar y gritar, sino que por lo contrario
aconsejaban prudencia y serenidad. Pedían que descansaran un poco, aún
faltaba mucho tiempo para la llegada del avión; que se quitaran los abrigos ahora
que el sol calentaba el ambiente, pues podían resfriarse a la caída de la tarde, y
que guardaran energías para el momento culminante de la fiesta.
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cabeza era para apuntar un arma y disparar nadie sabía a quién. Tiros por
cualquier lado del palco y por los costados de la autopista y desde arriba de los
árboles: tiros de cualquier lado y para todos.
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NECESIDAD HISTÓRICA
-Como pasó con el cadáver de Evita, que lo anduvieron moviendo por todo el
mundo –dice Norma.
Rafael mira a Pablo, se pone dos dedos rectos ante los labios, en el gesto de la
enfermera. Entre ambos dedos tiene el palito:
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-Pero… ¿y qué van a hacer los milicos con el cuerpo de mi viejo? –Alfredo se
angustia.
Alfredo mira a sus interlocutores. Todos esperan su reacción. Alfredo larga una
carcajada:
-¡Pero ustedes son más boludos que las palomas…! ¿Cómo quieren engrupir a
los milicos con mi viejo si mi viejo no es parecido a Perón?
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-De eso nos encargamos –dice Rafael-. Quedate tranquilo que tu viejo va a
quedar igualito. Va a ser Perón.
-Yo estoy con ustedes, pero también tengo que pensar en mi familia. Mi
condición es que cuando tengamos el cadáver del general, hagamos una
operación para recuperar a mi viejo. Si no la hacemos, los milicos siguen
teniendo un punto a su favor, el cuerpo de un hombre del pueblo en sus manos.
-¿Pero no te dije yo lo que van a hacer los milicos con el cuerpo de tu viejo? –
dice Pablo.
-El compañero Alfredo tiene razón –sonríe Rafael-. Al enemigo no hay que
darle ninguna ventaja. Nosotros somos peronistas, argentinos y cristianos, y no
le vamos a regalar a la antipatria ni siquiera los cuerpos que les ofrecemos a
cambio de otros. Claro que no tenemos otra alternativa que continuar el
operativo tal como lo pensamos. Y es cierto que la recuperación del cadáver de
don Pedro Ignacio implica una serie de dificultades. Pero, ¿qué es la política
sino la resolución imaginativa de los problemas prácticos? Entonces, ¿cómo
hacemos para impedir que los milicos le den al cuerpo del padre de Alfredo el
destino que anticipa Pablo? Le ponemos un cartel que diga: Este cuerpo es peronista
y también nos importa? ¿Secuestramos el cadáver de una vieja oligarca enterrado
en el cementerio de la Recoleta? ¡Lástima que la viuda de Aramburu todavía no
esté muerta! Sería el cadáver ideal para hacer una operación canje. No sé.
Tendremos que pensarlo. No hoy. Mañana o pasado. Pero la cuestión, Alfredo,
es: ¿Estás de acuerdo con la necesidad histórica de lo que te estamos
planteando?
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-No puedo decidir todo de golpe –dice Alfredo-. Lo voy a pensar. Pero, ¿qué
va a decir mi vieja?
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ACTIVIDAD OFICIAL
Allá, a menudo, yo soñaba en voz alta con la casa en que hubiera querido vivir,
una casa con tejas rojas, sí, un jardín, una hamaca y un perro. Una casa como
ésas que se ven en los libros para niños. Una casa como aquéllas, también, que
yo me paso el día dibujando, con un enorme sol muy amarillo encima y un
macizo de flores junto a la puerta de entrada.
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O un gato. Ya no sé.
Yo escucho en silencio. Entiendo todo muy bien, pero no pienso más que en
una cuestión: la escuela. Si vivimos escondidos, ¿cómo voy a hacer para ir a
clase?
“Para vos, eso será como antes. Con que no digas a nadie dónde vivimos, ni
siquiera a la familia, suficiente. Todas las mañanas te vamos a subir al micro.
Vas a bajar solita en Plaza Moreno: ya conocés el lugar. El micro para justo en
la puerta de los abuelos. Ellos se van a ocupar de vos durante el día. Y ya
veremos la manera de parte a buscar a la tardecita o a la noche.”
(…)
No sé quién tuvo la idea de los conejos, si nació del Ingeniero, de alguna de las
personas que viven en la casa o si los responsables de la organización la
concibieron para nosotros. ¿Fue César, quizás? Yo entendí al Ingeniero cuando
me explicó cómo podía esconderse algo sin esconderlo. Pero ¿los conejos? ¿Por
qué deberíamos recibir centenares de conejos para protegernos mejor?
Él pintó las cosas más o menos de esta manera: la cría de conejos será la
actividad oficial de la casa. La cría artesanal y doméstica en todo caso, porque,
con o sin conejos, Cacho conservará su trabajo en Buenos Aires. Pero gracias a
esta actividad, se justificarán todas las idas y venidas, así como la construcción
del criadero ha justificado hasta hoy la otra obra, la construcción del embute.
Cuando los conejos estén aquí, los viajes incesantes de la furgoneta gris, que
servirá para llevar gente, o para hacer salir de la casa los periódicos ya impresos,
se explicarán como transporte de conejos o reparto de conservas.
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Sí, vamos a cocinar. Y nosotros mismos nos los vamos a comer. Vamos a hacer
como si llenáramos cajas enteras. Pero en estas cajas saldrán los ejemplares de
Evita Montonera.
Ciertas cosas no me quedan muy claras. Cuando cebo mate en una reunión, ante
César no me animo a abrir la boca, pero así, entre nosotros, sentados a la mesa,
siento que puedo hacer preguntas. Es extraño, pero ya somos casi como una
familia, Cacho, Diana que está cada vez más redonda, mi madre y yo.
-Y si alguien viene a comprar conejo, alguien del barrio, digo, ¿vamos a abrirle
la puerta y dejarlo entrar?
Laura Alcoba, La casa de los conejos. Edhasa. Ciudad de Buenos Aires. 2014.
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Hoy soñé que me iba a morir dentro de tres años. No puedo hilar por qué pude haber soñado
con algo tan absurdo. Ojalá durare tanto.
“En las últimas cartas aparece crecientemente el tema de la muerte y qué pasa
con los chicos. Incluso llega a un punto que a mí me preocupa, en el sentido de
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El otro día charlando con unos compañeros les decía, que lo único que me gustaba, y aparte
de gustarme creo que es lo justo, que si me pasa algo a mí, los dos niñitos sigan juntos. Que
no los separen.
Poco antes de Monte Chingolo, la Negra en una carta hablaba de los puentes
sobre el Riachuelo: Hoy están por ahí no están más dice, como una alusión directa
de que los van a volar”.
Mi más grande amor. Te quiero y te quise siempre como el amor más preciado. He aprendido
muchas cosas de vos. Sobre todo tu audacia. Quiero que te ocupes de los chicos, que decidas.
Te amo y te amo. Como decía Fucik: “he vivido por la alegría, por la alegría he ido al combate,
por lo alegre muerto; que nadie recuerde mi nombre con tristeza”.
Te amo. AVOMPLA *
Negra.
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Mis queridos quiquititos: lo que más adoro en el mundo. Su mamá los quiere mucho. El papi
algún día volverá y los cuidará. Por ahora su mami se va lejos; les recuerda que hay que ser
buenitos, obedientes, muy buenitos. Los quiero. Mami.
Mami: si yo no vuelvo es porque mucha gente sufre y necesita rápidamente que sus hijos dejen
de morir, que no sufran más hambre. Yo a mis hijos realmente los quiero con toda mi alma.
Lo único que deseo es que estén juntitos y que se los críe bien. Sin egoísmos. De esto decidirá
Arturo y los compañeros del partido con quien deben criarse. Un gran abrazo, gracias por
todo. Negra.
* El texto, parafraseado por Silvia en una de sus últimas cartas, es “Por la alegría
he vivido, por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que jamás la
tristeza sea asociada a mi nombre”. Corresponde al Reportaje al pie del patíbulo,
escrito en una prisión nazi por Julius Fucik, comunista checoslovaco.
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TODO BIEN
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-En esos años usted no era dueño ni de andar. Si se enfermaba y tenía que faltar
lo echaban. Si lo veían fumar en el trabajo ya le llamaban la atención. ¿Sentarse
a tomar mate, como ahora? Eso sí que no. Y para ir al baño le contaban los
minutos.
Con semejantes condiciones no era difícil suponer que las ideas sobre
vacaciones pagas y atención médica fueran pronto levantadas como una
bandera por los trabajadores. Como decían por ahí, la violencia de arriba
engendra la violencia de abajo. Pero una cosa son las demandas laborales y otra
cosa el comunismo, no se puede meter todo en la misma bolsa. Al comunismo
lo trajeron los inmigrantes que vinieron de España y aunque el gobierno
deportó a la mayoría- para nuestros maridos estuvieron bien echados- algunos,
a la larga, lograron infiltrarse en los sindicatos.
Cuando el hermano mayor de Estela volvió con el título fue nombrado abogado
del sindicato. El gremio había cambiado de mano y la conducción ahora era
peronista. Los relatos de esa época se centran más en el enfrentamiento entre
comunistas y peronistas que en los reclamos laborales. Eran como perro y gato,
no se podían ni ver. En casa de Estela ardió Troya. Los gritos se oían desde la
mesa de entradas. La pelea empezó por el tapizado de los sillones, siguió por la
escarola y por la púa rota del tocadiscos hasta llegar al abogado del sindicato.
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resultado del partido. Incluso años después, cuando vino la gente del Informe
a removerlo todo, las respuestas de los habitantes de la Villa siempre fueron del
tipo “acá no pasó nada”. Incluso algunos se mostraron extrañados: “¿Por qué
habría de pasar o cambiar algo?”
María Inés Krimer. Lo que nosotras sabíamos. Emecé. Buenos Aires. 2009.
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ACTOS HEROICOS
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ULTRAJE A LA INOCENCIA
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al golpe militar ya no verían deambular por las calles los atemorizadores autos
con cuatro matones adentro, o no aparecerían más cadáveres incinerados en las
esquinas ni cuerpos colgados como reses en algún camión frigorífico. La Triple
A –organización paramilitar al servicio del gobierno peronista que perseguía a
militantes revolucionarios o simples simpatizantes de algún cambio- solía
estremecer la quietud con escenas de ese tipo, dignas de una película de terror.
Tampoco escucharían el tronar de bombas o redoblantes ni el tráfico se vería
impedido por manifestaciones de ningún tipo. El silencio se adueñó de las
plazas y muchos suspirantes aliviados. En medio del gentío que se empeñaba
en callar y seguir con su camino de todos los días, estaban aquellos que habían
soñado un mundo distinto, crédulos de encontrarlo a la vuelta de alguna
esquina, fantasmagóricas figuras que intentaban en vano pasar inadvertidas.
(…)
El sol caía, las primeras luces empezaban a encenderse, las vidrieras se
iluminaban brindando a la ciudad aires de Navidad. Tenía algo festivo el
anochecer en Buenos Aires, con su tráfico intenso, luces rojas y amarillas;
colectivos coloridos que abrigaban con su tibia luz colorada y una dulzona
melodía de boleros, bares con carteles de neón anunciando chocolates con
churros; gorros y bufandas de colores; pasos rápidos y agitados; hojas
levantadas por el viento; cielo estrellado; edificios en los que cada ventana
proponía algo diferente, y podía intuirse la historia de sus habitantes. Jarito,
sentado contra la ventanilla de un colectivo, adivinaba la vida que transcurría
plácida detrás de los vidrios empañados de vapor.
Inocente, entró Jarito al cine. A los pocos minutos las luces se encendieron.
Todas las salidas fueron bloqueadas por hombres armados. El público
intercambió miradas en busca de alguna razón. Walter permaneció un segundo
inmóvil hasta que supo que lo habían identificado, un grupo se dirigió hacia él.
Estaba perdido pero no iba a entregarse. Decidió aplicar los consejos que había
publicado en Nuevo Hombre cinco años antes: se levantó, saltó por las butacas
en una última y frenética carrera hasta alcanzar el escenario. El público,
petrificado, observó la escena; un hombre corpulento, rubio, que en el
momento en que se acercaba una decena de hombres armados gritó: “Soy
Enrique Walter, periodista y montonero”. Tuvo tiempo para decirlo dos veces
y para agregar: “Llamen a los diarios, me están secuestrando”. Varios
uniformados se abalanzaron sobre él, lo inmovilizaron con un par de culatazos
y lo sacaron, encapuchado, a la rastra por el escenario.
(…)
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Luego, no se supo nada más de él. Sus familiares hicieron numerosas gestiones
ante los militares para obtener noticias de su destino, Generales de la Nación se
negaron a interceder; otros obtuvieron dinero a cambio de información que
nunca aportaron.
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tiempo la pequeña Malisa se fue a vivir con un tal Renato, que también había
sido montonero y ahora colaboraba abiertamente con los militares. Que
abiertamente quiere decir abiertamente. Estar en el otro bando, eso. Que ella
no, que ella simplemente cumplía una función que le habían encomendado. Y
trataba de hacerlo lo mejor posible. Igual que el Tordo, dice, que ahora no me
quiere ni saludar. Y que algunos otros. Como cuando era física, que podía
estar haciendo una investigación útil para el capitalismo, pero eso no le
impedía luchar por la revolución. Y como ahora mismo, que allá –y señala
hacia arriba, supongo que aludiendo al lugar de Sudamérica donde vive–
diseña proyectos para multinacionales pero eso no le impide interesarse y
participar en planes políticos nacionales de envergadura. Y que el amor es otra
cosa. Que cuando la pequeña Malisa se fue se quedaron los tres solos en el
departamento –ella, Violeta y el Escualo, a quien sigue llamando Pedro– y
constituyeron una familia, el Escualo y ella durmiendo en el dormitorio
matrimonial y Violeta encantada porque tenía una habitación para ella sola.
Una situación ideal. Que por supuesto Violeta lo quería al Escualo. Y lo sigue
queriendo, dice con firmeza. Que no hay que olvidar que fue él quien le salvó
la vida. Que no; que de hecho no fue él quien lo mató a Fernando: en un
operativo cada uno es un engranaje: hay que cumplir con un fin y listo. Que
no, Violeta nunca habla de Fernando, hay muchas cosas de las que nunca
habla, pero que volviendo al tema fueron muy felices en París, los tres en ese
departamento de la rue de Rivoli. Una familia. Y desde el setenta y uno que
ella no tenía una familia, una casa en la que una pudiera abrir las ventanas a la
mañana y ser saludada por los vecinos. Bon jour; votre fille comment est elle?
Et votre mari? Pero que claro, ésa era la parte idílica del tercer viaje, que lo
otro no andaba bien. Que el grupo se había hecho más grande, estaban varios
enviados del Almirante colaborando con ellos pero eso no mejoró las cosas.
Que estaba muy cerca el Mundial de Fútbol y había que contrarrestar como se
podía la propaganda en contra. Que ya circulaban hasta libros con los
nombres de los desaparecidos y con informes sobre la Escuela y otros centros
de detención, y que las Madres empezaban a andar por el mundo contando
sus problemas. Que para colmo una de las Madres reconoció al Ángel en
París. Que lo acusaban por ese asunto de la adolescente sueca y por la muerte
de unas monjas francesas, así que el escándalo era internacional. Que sacarlo
de Francia no había sido fácil; si no fuera por Pedro y por mí, dice, hoy no
estaría bailando en los boliches. Que lo sacaron en un tren de turismo que
cruzaba los Pirineos, él simulando viajar solo, con camisa de colores,
bermudas y anteojos oscuros, un perfecto turista yanqui, y el Escualo y ella, de
matrimonio muy formal, vigilando de cerca.
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-¿De quién?
-De los muertos.
-Ah, no. ¿Por qué quiere saber?
-Por nada. ¿Había una mujer?
-¿Cómo sabe? –Rita sonríe-. Sí. Un hombre y una mujer, ¿serían amantes?
Gómez se refugia en una imagen de ella, de esos ojos, junto a otro cuerpo. De
brazos, manos, boca que la habrán ´protegido. O acompañado. O que habrán
estado cerca en el momento en que entró la primera bala.
-Dicen que los venían persiguiendo hace mucho. Que eran muy peligrosos.
Parece que se habían metido por esta zona. Por eso deben haber dejado baja la
barrera, ¿no es cierto?
-Quizá.
-Y por eso el colectivo no paraba. Para que no pudieran escapar. Pero no se
escapan, no, no, ésos no se escapan. Un día u otro, los agarran. No hay dónde
escaparse.
-¿Eran de la zona?
-¿Está loco? ¿Cómo van a ser de acá? No. Acá no tenemos. Gracias a Dios.
Ésos aparecen en la ciudad. Andan por ahí, metiéndose en cosas raras. Usted
sabe… ¡cómo va a haber subversivos acá´? Noooo.
-¿Y cuándo los atraparon?
-Ayer. A mediodía. Esta mañana empezó a decir la radio. ¿Usted no sabía nada?
-No.
-Qué raro, ¿eh? Porque siempre anda de acá para allá, con la bicicleta… ¿usted
no vio nada?
-No, que voy a ver. Pero no fue acá en el pueblo, ¿o sí?
-No, fue camino a Pozo del sauce. Más o menos a la mitad. <parece que se
habían metido en un vagón que hay ahí. ¡Y cómo se resistían! Porque los
quisieron arrestar y ellos empezaron a los tiros. Y bueno. Los nuestros eran
más. Por suerte. Mire lo que hubiera pasado si no los agarran. Capaz que hasta
venían al pueblo y todo.
-Me voy.
-Está medio demacrado, Gómez. ¿Se siente bien?
-Sí. Estoy un poco cansado. Ando con tos y me cuesta dormir. Hasta luego.
(…)
El comisario dibuja una espiral negra en el borde del cuaderno. La radio acaba
de decir que hubo dos muertos a menos de doce kilómetros de su escritorio. El
policía piensa en la chica. Dieciocho años. ¡Cómo se le va a ocurrir venir a un
lugar así! ¿Y en qué habrá venido? Sin colectivo, sin tren. Por el pueblo no había
pasado. La radio dijo que la mujer tenía cerca de treinta años. Debe ser un error.
Seguramente el estar escapando había gastado los rasgos de la chica. Por eso
creían que era más grande. Y no estaba sola. ¿Quién era ese hombre?
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El comisario quiere llamar a Córdoba pero no sabe qué decir. Cómo preguntar.
Suena el teléfono. Es de la Cooperativa, para arreglar una reunión en el Club. Y
qué habrá hecho esa chica. Por la ventana ve a Gómez que viene caminando.
-¿Y la bicicleta?
-Hoy ando a pie. ¿Oyó las noticias?
-Sí.
-La chica…
-Y bueno… ellos juegan con fuego.
-Pero tan jovencita.
-Por eso los reclutan, porque a esa edad les quema la sangre… ya está. Lástima
que se haya resistido… podría haber salvado la vida.
-¿Si?
El comisario no descubre la ironía.
-Y sí, pero si se ponen a disparar… y parece que eran dos… qué pena. Si no
hubiera sacado el arma podía cambiar. La hubieran detenido, un tiempo. Y
después hubiera salido, para empezar de nuevo, otra vida. Hubiera podido darse
cuenta de que estaba equivocada…
Gómez sacude las manos en el pantalón.
-Me voy, comisario. Quizá nos veamos a la tarde.
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DENÚNCIELOS
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MI CASA ROTA
-Y sí, va a llover largo; que llueva de una buena vez y que limpie todo –sonó la
misma voz alrededor de nosotros.
Creo que la canaleta desapareció por la cantidad de agua y creo que llovió
también adentro de nuestra carpa esa noche. Creo que nuestras vacaciones
terminaron antes de lo previsto porque apenas se corrían un poco las nubes y
aparecía un rato el sol, una contraofensiva indestructible volvía a llenar el aire
de gotas. Creo que fui yo el que propuso la retirada, me parecía que ante tamaña
amenaza no podíamos resistir y que era mejor reservar nuestras fuerzas y
acumular esperanzas para otro veraneo. Creo que mi mayor temor era que la
lluvia empapara a mi madre, que la hiciera lágrima: las muchachas muy bellas
suelen apesadumbrarse mucho ante un horizonte oscuro.
(…)
A pesar de esa cinta blanca de la que alguien tiraba para apurar las cosas
recuerdo bien la alegría de ver a Darío en el primer día de clases y el entusiasmo
de contarnos el verano que todavía podía acariciarse. Recuerdo que la canaleta
fue como la zanja de Alsina en mis cuentos al amigo, que las lombrices
seccionadas y coleando que aparecían en cada palada se convirtieron en malones
que llegaban en alaridos, que el río silencioso no tenía contención y lo chupó
todo, que había llegado hasta el quincho y que, por suerte, los chicos que
jugaban al ludo habían podido salir corriendo justo antes de que llegara la marea
silenciosa. Y que mi madre al volante era una chica de película.
(…)
Una tarde Elvira me fue a buscar a la escuela, y me alegró mucho la sorpresa.
No era para nada habitual y supongo que debió haber creído que una
cancionista a deshora tiene los ojos siempre tristes porque no me pareció raro
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Yo sabía algo. Sabía. Corrí desaforado, apretando fuerte la valija con mis
cuadernos de la escuela, para no perderla, y sabía algo. Yo sabía.
Cuando llegué al umbral de nuestra casa, uno de esos edificios del 50, modesto
pero elegante, fresco en el verano, helado cuando llegaba el otoño, vi que la
puerta de abajo estaba abierta. Entré. Elvira tardaba en llegar y yo quería que
no llegara, necesitaba estar solo y que nadie se echara sobre mí con la excusa de
que era un niño.
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Levanté los ojos una vez más y una vez más vi una luz blanca y nubosa. Una
luz como no creo haber visto. Vi mi casa rota.
Bajé los ojos otra vez y leí el jirón que se deshojaba entre mis dedos.
Era la tapa de El varón domado. El .libro dedicado a los demasiado viejos, los
demasiado enfermos, los demasiado feos.
No voy a volver a leer nunca, pensé mientras Elvira me abraza desde atrás.
Julián López. Una muchacha muy bella. Eterna Cadencia. Buenos Aires. 2013.
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EL TRASLADO
(…)
Recordó entonces la palabra: desaparecido.
Alguien que flota entre la vida y la muerte. La
muerte. La muerte que se le había presentado Miguel Bonasso
de tan distintas maneras durante la vida. La Miguel Bonasso nació en
muerte de su padre. Las primeras muertes de Buenos Aires en 1940.
la gente que uno había pensado que no se iba Como militante y político,
a morir nunca. La muerte de uno mismo. El formó parte de la
catolicismo tapó muchas veces la cuestión organización Montoneros y
el Frente Justicialista de
con la idea de “la otra vida”. Pero a veces el Liberación Nacional
pensamiento y el instinto coincidían en un (FREJULI), y fue diputado
vértice de espanto: la nada. Una eternidad de nacional entre los años 2003
no ser alumbrada por un diminuto y fugitivo y 2011. Como escritor y
instante de conciencia desesperada. Después periodista, publicó El
la militancia sepultó ese sentimiento. Pudo presidente que no fue
(1997), Don Alfredo
asumir su propia muerte como algo (1999) y La venganza de
independiente de sí mismo. Superior a la los patriotas (2010), entre
pequeña y miserable angustia individual. otros. Además, colaboró en
Retornaba la trascendencia. Y también la idea el guion de Iluminados por el
del Cielo y el Infierno. Sin los toscos fuego (2005), película
decorados de los ejercicios espirituales, es inspirada en narraciones de
combatientes de la guerra de
cierto, pero con toda la fuerza primitiva que Malvinas.
había incendiado su espíritu. Sólo que Cielo e
Infierno significaban ahora otras cosas. El
cielo de la victoria y la vida en los otros y el infierno de la traición. Esa fue una
decisión, un acto de voluntad y la imaginación, más que una experiencia directa.
Luego la muerte fue una experiencia directa, cuando comenzaron a caer
compañeros. Al principio esporádicamente, en los años de la anterior dictadura.
Después en racimos cada vez más grandes que hacían pensar en un nuevo nivel
del sentimiento de la muerte: el temor al exterminio. Cuántas veces había oído
esa frase, dicha por compañeros escépticos o poco aferrados al optimismo de
los documentos del Partido: /si esto sigue así nos van a matar a todos/. Más
tarde la ferocidad de la lucha volvería a modificar la conciencia de la muerte.
Antes de ella aguardaban las formas más terribles del tormento. Como decía
Walsh, retornaban el potro del inquisidor y el despellejamiento con el auxilio de
la ciencia moderna. El ya había tenido una buena muestra. Pero todo lo
padecido seguiría su curso, ganando en intensidad hasta el fin. Por eso
decidieron el uso de la pastilla. La muerte, entonces, pasó a ser una decisión
individual para no caer vivo. Si hubiera tenido una pastilla… o mejor, si hubiera
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Le sacaron las esposas y le ataron las manos con sogas. Le dejaron las vendas
en los ojos y se las afirmaron con cinta adhesiva para que no existiera ninguna
posibilidad de que pudiera espiar su traslado.
(…)
El avión comenzó a carretear. Era el domingo 18 de diciembre. El Pelado no
lo sabía. Había estado cuatro días en poder de las Fuerzas Conjuntas y volvía a
la Argentina. De la que había partido clandestino, pero libre diez días antes.
(…)
El Pelado no pudo contenerse. La sed volvía a agobiarlo. Se quejó en voz alta.
-No te podemos dar agua –una pausa-. No porque somos malos y no queremos
dártela, sino porque estás bajo los efectos del shock eléctrico y te podés morir.
La fúnebre ironía no tuvo respuesta. Aparentaba una sonda sin eco para indicar
a los secuestradores que su víctima podía haberlos descubierto. La Carta Abierta
de Rodolfo Walsh a la Junta Militar denunciaba que la Marina arrojaba
secuestrados a las aguas del río y del mar. El Pelado no sabía si estaba o no en
poder de la Marina y la frase había surgido en forma espontánea. La largó
porque la denuncia se le había quedado grabada.
(…)
Ningún testigo molesto reparó en ese hombre calvo, con barba de cuatro días,
que descendía de una avioneta con las manos esposadas y los ojos vendados.
Ningún curioso vio tampoco cómo lo metían en una pick-up con toldo de lona.
El trayecto fue tan corto que, aunque conocía poco Buenos Aires, se dio cuenta
del destino. La camioneta frenó y oyó taconeos y escuetas voces de mando,
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Cuando por fin lo dejaron solo, intuyó por los descensos y cierto enrarecimiento
del aire, que estaba en un sótano. Una luz muy potente atravesaba con su calor
las vendas. Un altavoz aturdía con música insensata y estridente. La música de
un disc-jockey que se hubiera vuelto loco. En los brevísimos intervalos de ese
ruido infernal, se oía con nitidez el trabajo incesante de una sierra eléctrica.
Volvió la Carta a su memoria: Cada veinte minutos abrían la puerta y me decían que me
iban a hacer fiambre con la máquina de sierra que se escuchaba continuamente.
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ZURDO DE MIERDA
Saporiti era un poco más grande que él, que tampoco era un alfeñique. Pero si
alguien los veía venir caminando juntos, Saporiti parecía el doble, con los
hombros a la altura de las orejas y los brazos separados del cuerpo, el andar de
quien va cargando una damajuana de cinco litros a cada lado. Capitán hizo los
pocos metros que había hasta la Casa 3 arrastrando por el pasto la parte de abajo
del cuerpo fláccido que acaba de levantar de La Parrilla. Caminaba sin sacar los
ojos del cuello doble pechuga de Saporiti, que llevaba el torso del detenido
apretado entre su brazo y su cuerpo como quien lleva un paquete liviano, una
caja de cartón con un vestido, por ejemplo. Cuando había un poco de viento,
como hoy, las ramas de los eucaliptos se movían para todos lados y las hojas se
sacudían tintineando un ruido molesto y parejo, y a Capitán los gemidos del que
arrastraba le llegaban con el sonido sucio de una radio con estática. Faltaba un
poco para el mediodía y éste no era el primer viaje de Saporiti, lo podía deducir
de los gritos que venían de la Casa 3 y por lo cansado que parecía Saporiti, que
en la puerta de la Casa 3 se trancó para resoplar más fuerte que un caballo.
Capitán lo miró y vio que los árboles lo rodeaban por completo y que la luz del
sol se movía tanto al pasar por las hojas que le costaba verle la cara. Su detenido
intentaba decir algo, o eso sintió él debajo del cuerpo como queriendo hablar,
pero ya no era el jadeo ni los gemidos, sino algo que no alcanzaba a pronunciar
con la boca seca del detenido que se le había empezado a hinchar, violeta, una
mora del tamaño de un pomelo. Capitán tenía los dientes apretados y cuando
andaba así en la oreja también se le armaba una sordina.
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Saporiti le gritó algo que tampoco entendió pero que le hizo volver la atención
a El Campo y a esa melaza de ruido y mugre que intentaba decirle algo por
encima del ruido de los eucaliptos y de la voz de Saporiti gritándole algo y de
los ruidos lejanos de la colectora y de los gemidos que, ahora que abría la puerta,
podían escucharse desde adentro de la Casa 3.
Pero los gemidos y los gritos desde adentro de la Casa tapaban lo que intentaba
decir su detenido. Ni siquiera podía saber si algunos eran gritos o llantos y la
sordina y el aire que le tapaba las orejas, más esa sensación de que su propia voz
le venía de afuera. “¡No te escucho! ¡Hablá más fuerte, mierda!” Dejó caer las
piernas que venía arrastrando y Saporiti lo arrastró por las axilas. Los pies
descalzos del detenido, con los dedos ensangrentados, golpeaban los talones
con el escaloncito de la entrada. Capitán se puso adelante como para sostener
la puerta abierta, y el rumor de los gemidos y los gritos se le vino encima con
tanta fuerza que sintió su cuerpo sacudiéndose, y ahora no podía escuchar ni su
sordina, pero igual se acercó un poco más a la cara de su detenido cuando pasó
por delante suyo. Tenía los ojos cerrados y olía a pis y carne quemada y tenía
una herida abierta en una de las costillas y unas manchas de sangre fresca que
crecían en lo que le quedaba del calzoncillo y en la entrepierna. Balbuceaba con
la boca cada vez más pastosa y violeta y los quejidos que venían de adentro de
la Casa ahora eran más altos, una cortina de ruido sólido y monótono
superpuesta con las ramas de los árboles. Se encorvó un poco más para que su
oído quedara más cerca del cuerpo que pasaba delante de él y sólo entonces
alcanzó a distinguir la voz de su detenido, el murmullo de un hilito de voz,
repitiendo sin fuerza ni entonación.
La letanía asfixiada entre coágulos y llanto llegaba entre los gemidos y los llantos
que se abalanzaban desde adentro, y las hojas de los árboles y los ruidos de las
cadenas. Saporiti agarró a su detenido de los pelos dejando el cuerpo
suspendido del cuero cabelludo mientras le sacudía la cabeza contra la pared sin
terminar de entrar. “Dale zurdo de mierda, ¿qué es lo que decías? No te
escucho, que están todos gritando. ¿Qué decías? Más fuerte. ¿Hijos de puta,
decías, ¿eh?”. Saporiti revoleó a su detenido una última vez con fuerza contra
el marco de la puerta y le soltó los pelos. La cabeza hizo un “plop” que apenas
se escuchó en medio del griterío, antes de caer al piso y seguir balbuceando.
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DERROTADOS
En cuanto los vio, desplegados sobre la vereda, supo que estaba frente a la
calamidad. El ahogo hizo que su cerebro recibiera la información por
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Intentó golpear al bulto pero sólo logró hacer pedazos el aire. …¡¡¡Terminála
porque te quemo!!! Sintió una sacudida a la altura de los riñones, creyó que
perdía el equilibrio, un impacto directo en la nuca, se revolvió tratando de
conservarse en su sitio, le doblaron el brazo derecho sobre la espalda. En medio
de un impulso de movimiento, un impulso de ojos que parecían lanzar espuma,
comenzaron a arrastrarlo mientras lo registraban.
-¡¡¡Cerrá los ojos, hijo de puta, cerrá los ojos!!! ¡Cabeza inclinada, obedecé,
carajo! -escuchó que le gritaron, mientras lo arrojaban sobre el piso del asiento
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UN SECRETO COMPARTIDO
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-No siempre –aclara Sayago-. A veces ni los tocábamos, nomás los dejabas ahí
unas horitas y cantaban solitos, los que sabían cómo venía la mano. Pero
Ezcurra no sabía, qué iba a saber ése. Así que tuvo que venir el comisario a
explicarle, no, para que entienda, y después se calló. Pero igual la cosa así no
podía seguir. Todos los comunes escuchando, viste, algunos porai que en unos
días te salían a la calle a desembuchar, y encima al otro día era día de visita. Así
que el comisario decidió un traslado. El tema era adónde. Con Greco que
también estaba desde la madrugada se encerraron en su despacho y cuando
salen se ve que lo tenían todo decidido fueron a buscarlo con un par de
oficialitos y lo sacaron esta vez en el doble de Greco no un patrullero y lo habrán
puesto en el piso digo yo porque ya era después de la siesta y empezaba a haber
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CUENTAS
Siento que sin Pedro la casa ha quedado vacía y quien más lo extraña es Federico
que hace muy poco tiempo empezó a caminar. Lo llama todo el día y me
pregunta a dónde fue, con claridad. Empezó a hacerse entender mucho mas
pronto de lo que le llevo caminar. Dicen que los varones son así. Yo, como es
el primero que tengo, no sé, pero debe ser así. De mañana nos levantamos muy
temprano y lo llevo a la guardería después del desayuno, que acompaño con
cuentos y charlas sobre el origen de todas las cosas que lo rodean o los por qué.
A veces estoy muy distraída o simplemente preocupada y le contesto cualquier
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cosa, pero él no se queda con lo primero que le digo y sigue preguntando hasta
quedarse satisfecho con la respuesta.
(…)
Algunas veces veo a Federico. Mi padre me lo trae, “para que no se olvide “,
me dice. Y eso me cae como un balazo, porque no entiendo que sabe él de todo
lo que nos pasa a mí y a Pedro, no entiendo por qué él no me habla casi. Creo
que está algo zonzo, o por lo menos me dice cosas cada vez más tontas.
También yo empecé a pensar que estoy tonta y traté de hablar con alguna de las
caras que me rodean. Hay algunos tipos macanudos, pero tampoco me saben
decir por qué están acá, o tal vez no me lo quieren decir. Una piba me dijo que
al final se estaba mejor afuera, pero habló como en secreto, casi no le oía. Aquel
de los labios carnosos tiene a su mujer en otro lado y eso me hizo sentir muy
cerca de él; dice que todo esto va a pasar, pero no enseguida, hay que tener
mucha fuerza y mucha esperanza. Ese no tiene miedo de hablar, no digo que
grite, pero no me cuesta oírlo y marca mucho la erre cuando dice reventar. Eso
es lo que le he observado.
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LA PASTILLA DE VENENO
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EN LA NOCHE
(…)
“Encerrado, carajo”, y “listo”, y “de ésta no
salgo”, balbucea el hombre, y murmura una Humberto
breve puteada. No puede explicarse cómo se Constantini
ha metido, él por su cuenta, en esa trampa. Humberto Costantini
“nada, ni siquiera una 22 para no regalarme”, (1924-1987) fue un
piensa, y el terror se le hace insoportable. Mira cuentista, novelista y autor
con desesperación a un lado y a otro. teatral argentino. En 1959
Comprende que ya no le queda ninguna formó parte de la fundación
de la revista de literatura El
salida. Grillo de Papel. Publicó
entre otros, Un señor alto,
Vé cómo del auto estacionado bajan dos rubio, de
hombres. Uno, con una pistola 45, otro, con bigotes (1963), Tres
Fal. En la ventanilla del auto percibe monólogos (1965), Más
claramente el caño empavonado de una cuestiones con la
vida (1967), Una vieja
Ithaka apuntándole. historia de
caminantes (1969), Háblen
El hombre de la pared cruza decididamente la me de Funes (1971), Los
calle. héroes de
Trelew (1973), Bandeo (19
El Ford Falcon se ha detenido a unos diez 75) y De dioses, hombrecitos
y policías (1979).
metros de él. Lo oculta en parte una
camioneta, pero oye voces que vienen de allí,
y el reido de las puertas.
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quiosco, la casa de Paulina entre dos altos edificios, los cuatro autos de la
izquierda y los cinco de la derecha, el hombre de la pared, el Ford Falcon a sus
espaldas, su apellido en labios del tipo de la pistola… todo, todo siente que se
encadena (que se fue encadenando) para formar esa ajustada, silenciosa, infalible
trampa que ahora se está ciñendo implacable sobre él.
Siente como un mareo. Le parece idiota lo que está haciendo. Se dice que sería
más razonable disponerse a morir con dignidad. Apoya su cabeza en la pared
relajándose, y en ese momento descubre, con sorpresa, con angustiosa
necesidad de creer lo que ve, descubre el minúsculo resorte flojo, la pieza que
no ajusta.
Ahora sabe que ese resorte, esa pieza, es su única aunque remotísima esperanza.
Que por allí, por el intersticio que deja esa pieza mal ajustada hay todavía alguna
posibilidad de escapar.
El mercado, la reja, la mujer… “Sí, está claro”, se dice el hombre tal vez para
convencerse. La pieza que no ajusta, la pieza falsa, tiene que ser la casa de
Paulina. Tiene que ser Paulina, con sus trenzas, y sus aritos de oro, y su pileta
en el patio… Por allí debe ser posible escapar.
Porque todo es, todo parece ser, espantosamente real. Sólo Paulina existió. La
casa de Paulina no pudo haber existido. En esa esquina, ahora cree recordar,
hay un gran edificio de departamentos. La esquina que vio al cruzar la calle es
(fue) la esquina de hace treinta años (la pieza fallida, el elemento que no
funciona).
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Y busca hacer presión con esa pieza sobre otros engranajes de la trampa,
aparentemente ajustados, aparentemente perfectos: las palabras
incomprensibles del carnicero, la vieja que después fue una mujer apetecible, el
disparado portón de ladrillos…
Sospecha entonces que todo lo que está viviendo es un sueño. Y para probarlo,
para convencerse de que las armas que le apuntan, y los hombres que lo están
tomando ahora de las solapas son simplemente partes de ese horrible sueño, el
hombre –mientras dos de los parapoliciales le sujetan los brazos, y otro con
habilidad pugilística le golpea con fuerza en el estómago, y alguien desde atrás
le tapa los ojos y la boca con una especie de bufanda o de venda –intenta un
penosísimo, casi sobrehumano esfuerzo de voluntad, y dice en voz alta: “Todo
esto es un sueño”. E inmediatamente el sonido de su propia voz lo despierta.
Oye el paso ruidoso de un primer camión en la calle. El hombre sabe que dentro
de poco va a amanecer.
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JUICIO REVOLUCIONARIO
Beto Atilio y yo fuimos tabicados a una casilla en alguna villa de Lanús que tenía
apenas dos ambientes y eran mínimos.
Y dentro de la misma locura que vivíamos recuerdo claramente que temí porque
viví con total conciencia el momento: si nos hubieran encontrado culpables de
algo, no dudo que habrían decidido fusilarnos.
Atilio nos había revelado días antes que según Gervasio “afortunadamente ha sido
derrotada una tendencia stalinista que planteaba que los compañeros que pidieran la
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separación, debían ser fusilados por traidores…” Como el mismo Atilio lo recuerda así
las cosas, “la ida a la reunión no fue de lo más optimista”.
Según él, todo el trámite duró cerca de siete horas y en su transcurso sostuvo
su posición: que no quería seguir porque consideraba que al pueblo no le
interesaba para nada nuestra lucha y que se había convertido en simple
espectador de nuestro enfrentamiento con la represión.
No sabe si llegó a decirlo abiertamente en ese momento, pero su mensaje era
claro: no quería que lo mataran inútilmente, es decir, no quería morir por algo
que no tenía perspectiva de triunfo ni adhesión popular. Ni él ni yo recordamos
cuáles fueron los argumentos de Beto, pero cuando nos formamos para la
“ceremonia”, Beto casi lloraba y yo, si bien tenía una postura que coincidía con
la de mis compañeros logré armar –en una mezcla de lucidez, convicción y
sentido de supervivencia- una estrategia que a la postre, logró que fuéramos
liberados y a mí se me permitiera quedarme en la orga…. desarrollé toda una
fundamentación respecto de que nuestro planteo en ningún caso ponía en duda
la legitimidad de la lucha ni quebraba nuestra decisión de continuarla. Lo cual
creía firmemente (aunque en esas circunstancias con mayor vehemencia).. En
todo caso teníamos la honestidad de plantear nuestras diferencias y no fugarnos
como muchos estaban haciendo a diario.
La verdad era que nos estaban matando como a moscas, que no había reacción
popular ante la dictadura, que nos movíamos como autistas en un entorno
político y social al que reproducíamos rechazo y desconfianza.
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Esto quiere decir, quitarles el grado militar que tenían el que, por otra parte, era
el más bajo del Ejército Montonero. Pero esto no fue resuelto mediante una
declaración o cosa por el estilo. Respondiendo a la impronta militar de la etapa
y a una progresiva formalización de las relaciones con los compañeros, se llevó
a cabo una ceremonia en la que debimos formarnos, cada u o con la signa de su
grado a la vista (escrita en precarios papelitos).
Todos los presentes nos calzamos los fierros menos Beto y Atilio a quienes les
fueron retiradas sus armas reglamentarias.
Atilio dice que cuando Gervasio se calzó el fierro –algo que también hizo el
dueño de casa, que participó de la degradación- sintió un temblor, “porque uno
nunca sabe (o sabía) si la tendencia stalinista estaba realmente derrotada”.
Adriana Robles. Perejiles, los otros Montoneros. Colihue. Buenos Aires. 2008.
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RECORTES DE PRENSA
La que suscribe, Laura Beatriz Bonaparte Bruschtein, domiciliada en Atoyac 10, Colonia
Cuauhtémoc, México 5, D.F., desea comunicar a la opinión pública lo siguiente:
Hecho: A las diez de la mañana del 24 de diciembre de 1975 fue secuestrada por personal
del Ejército argentino (Batallón 601) en su puesto de trabajo en Villa Miseria Monte
Chingolo, cercana a la Capital Federal.
El día precedente ese lugar había sido escenario de una batalla, que había dejado un saldo
de más de cien muertos, incluidas personas del lugar. Mi hija, después de secuestrada, fue
llevada a la guarnición militar Batallón 601.
Allí fue brutalmente torturada, al igual que otras mujeres. Las que sobrevivieron fueron
fusiladas esa misma noche de Navidad. Entre ellas estaba mi hija.
La sepultura de los muertos en combate y de los civiles secuestrados, como es el caso de mi
hija, demoró alrededor de cinco días. Todos los cuerpos, incluido el de ella, fueron
trasladados con palas mecánicas desde el batallón a la comisaría de Lanús, de allí al
cementerio de Avellaneda, donde fueron enterrados en una fosa común. (…) De mi hija
sólo me ofrecieron ver las manos cortadas de su cuerpo y puestas en un frasco, que lleva el
número 24. Lo que quedaba de su cuerpo no podía ser entregado, porque era secreto
militar.
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¿Acabaste de leer? Tengo que irme, che. Hizo un gesto negativo, mostró la
cafetera.
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Julio Cortázar. Queremos tanto a Glenda. Nueva Imagen. México, D.F., 1981.
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-Te espero mañana. Voy a amasar fideos –le gritó mientras Néstor desaparecía
por el largo pasillo tirándole un beso con la mano.
(…) Tenía cincuenta y dos años. Era corpulenta, pero blanda y suave. El cabello
recogido en la nuca, la cara redonda y los labios entreabiertos como si siempre
estuviera a punto de decir algo.
Toda ella era un enorme abrazo, aunque había algo que la hacía diferente: esa
mirada intensa y desafiante, un gesto que nunca imaginó le costaría la vida.
Aquella tarde, cuando despidió a Néstor, Azucena Villaflor sintió que nunca iba
a volver a verlo y que había empezado su propia lucha. No dijo nada a nadie.
Pedro, su marido, lo notó.
(…) Lo sabía, lo sintió. Por eso, cuando la vecina la cita en la verdulería para
decirle que se habían llevado a Néstor, muy golpeado, casi muerto, Azucena la
abraza, le da las gracias y camina hasta la puerta de su casa con la mirada puesta
en un punto lejano, era una idea fija que la hizo sentarse en el cordón de la
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vereda, mirar con cierto cariño las suelas de sus zapatos y pensar: “A caminar,
compañeras, a caminar”. Hay que buscar a Néstor.
En ese instante sintió que le nacía desde adentro otra mujer. Quedaba en un
rincón, intacta, el ama de casa, la que amasaba, la que tenía todo impecable, la
que barría, la que lavaba, la que escuchaba y se desvelaba. Desde el dolor y la
bronca, desde la impotencia y la esperanza, abría la puerta y salía a la calle una
mujer, madre, grito, rabia que con el tiempo se transformaría en el motor de
otras madres y en la pesadilla de la dictadura.
(…) Hasta que una tarde, por fin, se encontró con un rostro como el de ella y
otro… y, en un pasillo varios más, y en el mostrador, decenas. Rostros de
párpados hinchados, espaldas vencidas y tobillos morados de tanto andar:
Madres. Otras madres como ella. Se atrevió a hablar: -Esto no sirve. No sirven
las colas, las pilas de expedientes, las respuestas estúpidas, los comisarios, los
curas. Tenemos que juntarnos. Que nos vean juntas. Que nos oigan. Que nos
sientan. Vayamos a Plaza de Mayo y pidamos por nuestros hijos.
Al principio fueron pocas. Pero el dolor y la esperanza fueron más fuertes que
el miedo y ahí estaban, un sábado, tomadas de la mano, Las Madres de Plaza de
Mayo.
Ahí estaba Azucena creando una forma de organización que el enemigo jamás
iba a olvidar. Una plaza de Azucenas que seguirían creciendo a pesar de los
inviernos y los otoños más implacables.
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Los días siguieron: la república era una gran cancha de fútbol. Empatamos,
ganamos, perdimos, pero no importa, porque la copa se la van a llevar si son
brujos y el televisor ya fijo en la oficina, mirá, mirá que remate, cómo se perdió
el gol ese boludo y aquel hoy no pega ni una. Las mujeres, ya bien al tanto de lo
que significa un córner, cuál es el área chica y qué es lo que debe hacer el puntero
derecho. Pero Goyito, el de Expedición, desapareció hace cuatro días y nada,
dale Flaca, vos siempre la misma amargada, el cadete con sonrisa de costado y
Javier que por algo habrá sido, che, porque a mí todavía nadie me vino a buscar.
Y ellas siguen ahí, dando vueltas a la Pirámide, ma sí, ya se van a ir, acabala,
parecés la piedra en el zapato, pero tienen que darles una explicación, lo que
tienen que darles es una paliza y listo, así se dejan de decir macanas cuando el
país está de fiesta. Hay que embromarse con alguna gente, la patria no les
importa, el gerente opinando desde la primera fila frente a la pantalla y la Flaca
como para sí misma, el fútbol no es la patria. Gol. Gooooolllll. Golazo. ¡Ar-
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gen-ti-na! ¡Ar-gen-ti-na! ¿Hacen falta seis para pasar a la final? Se hacen los seis,
pero a la hermana de Carrasco la secuestraron anoche a dos cuadras de la
facultad, que se embrome, por meterse donde no debe, dijiste vos y Javier yo
siempre le vi algo raro a esa chica, enganchando enseguida con que después de
los seis pepinos a los peruanos, concierto de cacerolas en el edificio, en pleno
Barrio Norte, nunca visto, el delirio, la locura y nosotras, contando de la
caravana de coches y el novio y el marido, con las banderas, los gorritos y las
cornetas, nos acostamos como a las cuatro y hasta la chica aquella, Mariana, la
de Libertador, con la vincha y subiéndose a un camión que pasaba para el
centro, no se puede creer, ¿viste? Por un anónimo, nada más que por una
denuncia sin fundamento y al otro porque ayudaba al cura y a las monjas en la
villa del Bajo Flores. Te digo que no me quedó uña por comerme y la hora
maldita no pasaba nunca, tocando el techo con cada gol y mirando el reloj, hasta
que al fin se dio. Se me cayeron las lágrimas, ¡qué final! ¡El que no salta es un
holandés! Y los que desaparecen son argentinos, dale Flaca, no empecés, ¿no te
dije, pibe, que la Copa se quedaba aquí? Todos con las banderas y los pitos, a
gritar y a cantar, dale con el tachín- tachín, juntos, en aquella fiesta que parecía
que no iba a terminar nunca, porque ganamos, salimos campeones y fue como
una borrachera de la que nos despertamos con este dolor de cabeza que nos
martillea las sienes y un revoltijo de estómago que aumenta a medida que la tapa
de la olla se va corriendo. Las cuentas finales no aparecen y la lata está rota de
tantas manos que se le metieron adentro. Pero lo peor es lo otro, ellas que siguen
ahí, ellas, que ya estaban pidiendo por los que no estaban mientras nosotros
saltábamos, sordos a lo que decían algunos como la Flaca, ustedes no se dan
cuenta de lo que está pasando y cuando comprendan, ya va a ser tarde.
Aseguraba que éramos como los alemanes, que veían el humo saliendo de las
chimeneas de los campos de concentración y miraban para otra parte, se
callaban, como callamos nosotros, entonces y después, tapándonos hasta las
orejas cuando las sirenas nos interrumpían las noches, o escuchábamos algún
grito, o se llevaban a alguien del piso de abajo. Nos dieron un pirulín para matar
el hambre, Flaca, tenías razón y una entrada al circo para comprarnos la
conciencia.
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EN DEUDA
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clavaron unas maderas para cerrar la comunicación entre las habitaciones y los
sexos.
(…)
“Ahí nos enteramos de que cuando entraban a operar en territorio ocupado, si
eran detenidos estaban autorizados a delatar para no sufrir la tortura. Antes, a
su familia la mandaban a Jordania. La idea era impedir que lo destrozaran hasta
que hablase. Sabían que las fuerzas de un hombre tiene un límite”.
Fito nunca olvidará las torturas que sufrió mientras estuvo desaparecido, y
reivindica la postura de los árabes para evitar el sufrimiento de los combatientes.
“Yo sabía que a mí no me iban a torturar más. Yo iba a delatar. Había pasado
por esa prueba, y no lo había hecho. Pero no sabía si lo iba a volver a tolerar”.
Y no dejaba de pensar en eso, y se decía: “No, ese precio no lo voy a poder
pagar. No quiero convertirme en una basura humana”.
En una de esas charlas que tanto los hermanaban, recuerda que le contó a
Ricardo de Lucila, una íntima amiga de su adolescencia, que estaba
desaparecida. “Mi decisión de volver tenía que ver con que si estaba viva, debía
salvarla. Él ya me había dicho en Madrid que le había llegado información de
que el enemigo tenía localizada toda la estructura militar de Montoneros, y que
manejaban un organigrama donde iban tachando a los que iban cayendo”.
“A Lucila la mataron con un embarazo de nueve meses”, dice que le dijo el Pato
sin anestesia, que también la conocía por ser la mujer del Negro Fassano, uno
de sus ex compañeros de la Facultad de Derecho.
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“Se especializaba a la gente de acuerdo con las potencialidades: los más ágiles
eran los que iban al frente, que se exponen más y van con armas cortas; y los de
atrás, que van como contención y como apoyo, por si aparece alguien, eran los
que tenían mejor puntería. Esas prácticas las hicimos muchas veces, para evitar
lo del “fuego amigo”, y matar a alguno de los compañeros. Primero lo hacíamos
sin armas, como si fuera un ensayo de ballet o de teatro. Íbamos haciendo ‘ta,
ta, tatata’, como si de verdad estuviéramos disparando. Había que ir
zigzagueando, reptando, que es más o menos lo que te enseñan en la colimba”.
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EL CONSEJERO
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REPROCHES MUTUOS
Invento cualquier cosa con tal de no decirlo. ¿Tengo miedo? Sí, prefiero este
reproche, injusto porque soy yo la que impidió hace meses con cualquier excusa
que nos veamos, y si lo hago es cuando hay mucha gente, para evitar que se dé
una situación en la que podamos hablar.
-Mostrale a Mariana cómo caminás –le dice a Juan, como si no me oyera-, a ver,
lindo, mostrale.
Que qué tontería, acaso yo le dije abuela a Amalia alguna vez, vos ya no sabés
qué inventar, Luz. Y me pongo pesada, le digo que lo normal es que le diga
abuela. Y entonces me crispa diciéndome que es totalmente vulgar decir abuela.
-Mariana, como si no fueras su abuela –se lo digo, sí, se lo digo-. Porque no sos.
No sos su abuela.
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Me mira asustada: ¿Qué me querés decir? Se hace la ofendida pero tiene miedo.
-Luz, yo no creo en los psicólogos, pero quizás te haría falta ver a alguno. Decís
cada cosa, que sólo pensando que la maternidad te trastornó mentalmente
puedo tratar de pasar por alto esta actitud.
Quién me lo dijo, quiere saber, quién puede ser tan pero tan malo, tan cruel. La
bruja de Laura, no puede ser otra. Y se enfurece. Las dos gritamos, exigimos,
ella que le confirme si fue Laura quien me lo dijo y yo que me diga qué es lo
que averiguó de mi verdadera madre. Juan llora fuerte en el otro cuarto. Lo voy
a buscar, lo alzo e intento calmarme. Veo a esa mujer, pasado el arrebato de
furia, llorando desconsoladamente sobre el sofá. No me quiero dejar ganar por
la lástima. Le pido que se tranquilice, un denodado esfuerzo de voluntad por
aplacar mi voz y adentro de mí todo arde. Que lo haga por Juan, que va a ser
mejor que lo hablemos con calma y no así, las dos furiosas.
Ella se pone de pie, toma su bolso, mientras busco agua para darle a Juan.
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¿Cómo qué? –le salto-, ¿cómo que me robaron a una mujer indefensa?
Decímelo –y la sostengo del vestido cuando avanza, me viene una imagen de
mí, chiquita, tratando de retenerla a mi lado de la misma forma, prendiéndome
a su vestido, y me duele, no quiero ese inoportuno sentimiento ahora que me
he atrevido a decírselo, por eso grito-. Tu papá me debe haber robado. Y vos
sabés bien quién era tu papá.
(…)
-No te permito que hagas insinuaciones sobre papá. Con lo que te quería.
Deberías estar infinitamente agradecida. Por él tuviste una madre, una familia.
-Ah, sí, ¿y quién se lo pidió? ¿Lo hizo por mí? ¿O para que su nena no sufriera?
Camina en el hall decidida, desde allí me mira otra vez. La lástima se le mezcla
a la furia, la voz deshilachada.
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LA BÚSQUEDA
Llovía sobre las casas torcidas de Hualacato, un maizal bajo agua y viento sur,
y los albañiles con las plomadas en las manos esperando que escampara para
empezar a enderezarlas. La propia lluvia rompiendo los canales que había hecho
para desviarla y envasarla, corriendo ahora libremente por las calles y los
campos. La gente que chapoteaba en las calles tuvo que empieza a subirse a las
veredas y refugiarse en los zaguanes, ya se venía la creciente trayendo el agua de
los cerros. Se quedaban todavía los más atosigados, dejándose bañar por el agua
aromatizada con las hierbas de los montes, y los amantes que habían salido a
besarse bajo el agua. Los hualacateños corrían de un lado a otro buscando
desaparecidos, preguntaban y buscaban mirando caras, si no habían visto a los
padres de esta criatura, a los pequeños nietos de estos viejos, secuestrados con
sus padres, a los bebés nacidos en cautiverio de madres secuestradas en estado
de embarazo. Sila corría por una calle preguntando si alguien había visto a la tía
Francisquita con su Carlos; la Coca golpeaba la puerta de tía Marcelina y no
contestaba nadie, quién había visto por favor a la tía Céfiro y a su marido el
Lucho, nadie había visto al Yeyo por ejemplo; y el Kiko preguntando por el
Bocha, y cada pregunta contestada con otra, que a su vez preguntaba por
alguien. El Kico pudo llegar a la casa de la tía Francisquita, casi tapada por la
maleza. Las puertas estaban rotas, la casa vacía refugio de animales sueltos, un
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Nunca vi tantas caras desconocidas, decía el viejo empujando con su silla a las
gentes que todavía chapoteaban en los charcos dejados por la lluvia. Vayamos
a buscarlos directamente en sus casas; la tía Francisquita está muy cerca, dijo la
Coca. No vale la pena, dijo Kico, hoy todo el mundo está en la calle, ya los
encontraremos, además se está poniendo fresco y conviene que volvamos a
casa, los chicos tienen frío.
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Dice, con ánimo de escribirlo después: Soy frugal, soy económico, me sostengo
con lo poco que me pagan por mi trabajo….Especialmente contigo, hija, soy
bueno, como no me conociste, bueno como el pan…
Con las palomas en fuga prudente, con los píos perforantes de las golondrinas,
se entrecruza el trino tenaz y repetido de otro alado, un prisionero. Un canario
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El hombre presta ojos a los pájaros, como si fuera algo importante, dándose
cuenta que no lo son, ya que lo tiene capturado el ansia de alegar lo que se ha
propuesto: pasar al papel que él es bueno, bueno como un pedazo de pan.
De tanto contemplar los monótonos desplazamientos de las aves, ese día otros
días, la búsqueda acuciosa del pico de las palomas entere los desperdicios que
las señoras de los pisos altos arrojan al patio y la terraza, el hombre se va
adormeciendo, como pan en el horno, como pan que duerme al abrigo del
fuego.
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¿QUÉ HICIERON?
Termina un primer trago. Los ojos miran, alto, como si oyera el silencio. Los
ruidos han mermado en casa de los Kuperman; solo hay algunas voces, un
tronar de transmisores, puertas de autos que se cierran –como el eco de un
acorde que quedó sin resolver.
Pero él escucha otra cosa. ¿Qué recuerdos extraños que el agua le revive?
Yo temo. Yo trato de inventar, como siempre que temo, un pretexto que aparte
a mi madre de allí. Pero no se me ocurre.
¿Y si ella comprende, además, que yo sí he visto, y que no tengo valor para decir
lo que he visto?
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Mi padre pateando la puerta, rodeado por detrás de toda la patota –ellos, tan elegantes, y él
en ropa de cama. Ellos jóvenes y altos y él viejo y aindiado. ¿Con qué expresión en los mojos,
tras los anteojos negros? ¿Aprobación o burla?
¿Antonio, me oís?
“Antonio”, dice, y no “papi”, como lo llama siempre. Así lo llamaría ella antes
de que yo naciera. El nombre que figura en el pacto que yo desconozco.
“Yo qué sé, me repito: eso mismo me dijo, cuando yo era muy chico, la única
vez que me atreví a preguntar por su padre. “Yo qué sé –y fue su forma de
prohibirme, hasta hoy, que volviera sobre el tema.
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RECUERDOS
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con los ojos cerrados. Entonces, la impotencia ante todo lo que sucedía y el
miedo, que yo había pensado de niño que mis padres no conocían y que sin
embargo conocían mucho mejor de lo que yo pensaba, vivían con él y luchaban
contra él y nos sostenían en él como se sostiene a un niño recién nacido en lo
alto de una habitación de hospital para que el niño se haga uno con el aire que
lo rodea y lo rodeará y así viva, y la carencia de una organización, que en esos
años era lo mismo que decir la carencia de una contención y una orientación de
los vínculos afectivos y las amistades, que no podían volver a visitarse bajo
riesgos de que esos encuentros fueran interpretados como un retorno a la lucha,
y la soledad y el frío. También, la práctica de rituales privados que iban a acabar
dejando huellas en todos nosotros y particularmente en quienes éramos niños
por entonces: la exclusión de las celebraciones, las precauciones en el uso del
teléfono, el compartimentamiento, mi padre caminando hacia el coche cada
mañana, mis hermanos caminando de la mano y sorteando bultos en las aceras,
yo caminando en dirección opuesta al tránsito y bajando la cabeza al ver pasar
un coche de policía, compartiendo el silencio con mis padres y mis hermanos,
un poco perplejo cada vez que-pero esto sucedió muchos años después-mis
padres volvían a encontrarse con sus compañeros y los recuerdos dolorosos y
los alegres se superponían en sus voces y se confundían y se fundían en algo
que era tan difícil de explicar para mí y que tal vez sería inconcebible para sus
hijos y que era un afecto y una solidaridad y una lealtad entre ellos que estaban
más allá de las diferencias que pudieran tener en el presente y que yo atribuía a
un sentimiento que yo también podría haber tenido hacia otras personas en el
caso de que hubiéramos compartido algo fundamental y único, en el caso de
que-y esto, desde luego, sonaba pueril o tal vez metafórico, pero no lo era de
ningún modo-yo hubiera estado dispuesto a dar la vida por unas personas y esas
personas hubieran estado dispuestas a darla por mí, todos los apodos o más
bien nombres de guerra que emplearon, los de sus compañeros y los que todavía
utilizan mis padres.
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JUZGAR O COMPRENDER
Sea como fuere, y aún a riesgo de salir “escupido como rata por tirante” (N:
del I.: ésa es la frase que utilizó Pacha Freytes, “lo va a sacar escupido como
rata por tirante”), el redactor de este informe se llegó nuevamente hasta la casa
de la mujer en cuestión, en las afueras del pueblo donde reside (N: del I.: el lugar
exacto de residencia es el único dato que este informante se ha visto obligado a
prometer la reserva que ella reclama, según dice, por razones de seguridad ),
para ampliar su conocimiento sobre algunos puntos, básicamente a aquellos
referidos a su detención y permanencia en cárceles clandestinas, y los que tienen
que ver con ciertas acusaciones realizadas contra la persona de su ex marido
Guillermo Rodríguez.
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(N: del I.: cassette 18, lados A y B) narrar con serenidad la noche que la fueron
a buscar, buscaban a Eva Mondito, no sé si me asociaban con Aldo, me
buscaban a mí…, dice la vendaron, la metieron en un lugar oscuro y húmedo,
sé que era oscuro, no me pregunte cómo porque estaba vendada, pero lo sé, y
le pegaron, “mucho, a las que teníamos cara de judía nos pegaban más”.
“Morir ahogado es mejor que morir asfixiado”, cree Eva, y así se lo dice a este
informante en esa oportunidad y dice también que fue de esa forma como “ me
sacaron información sobre Ernesto *, me apretaron hasta que no pude más y
largué…”, y agrega que era muy amiga de Ernesto Soteras, que lo quiso “como
se quiere a un hermano” y que “daría todo lo que tengo, salud, todo, por
borrarme de la cabeza lo que dije esa tarde…”, pero que “no es como la gente
cree”, que lo dije, “…me apretaron y no pude más, pero eso no es colaborar,
usted sabe bien que colaborar es otra cosa”.
Acto seguido toma agua, se recompone, y pregunta a quien redacta este informe
si conoce el submarino seco y el húmedo y, en ese caso, cuál prefiere y “con
cuál hubiera desembuchado** menos”, pero este informante no tiene
experiencia sobre ese asunto, ni tampoco se siente en condiciones de juzgar el
accionar de Eva, en relación a Ernesto Soteras, quien fuera abatido por las
fuerzas de seguridad el 3/11/78.
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ADJETIVO
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HIJOS
Mi abuelo murió sin nunca darle importancia a lo que decía mi abuela sobre mi
supuesto hermano nacido en cautiverio. Pero ella siempre insistió, sola, y
supongo que ya en el velorio de mi abuelo pensaba en salir a buscarlo. Era como
si todas las cosas de la familia, que desde ese momento éramos ella y yo,
dependieran de la necesidad de encontrar a mi hermano. De hecho, ella no tardo
en vender la casa de Moreno y pedirles a unos amigos dedicados al negocio del
remate de propiedades que le consiguieran un departamento en Nuñez lo más
cerca de la ESMA quien fuera posible. Íbamos a vivir de la pensión de mi
abuelo, de la pequeña renta que nos deja la diferencia por las operaciones
inmobiliarias y de los trabajos de repostera de Lela pudiera hacer para
confiterías de la zona.
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EN VOZ ALTA
Mateo pareció adivinar su presencia y entreabrió los ojos por un instante. (…)
Lorenza se sentó al borde de su cama y le habló de ellos, de sus antiguos
compañeros del partido, de cómo hacía unas horas habían llegado nueve de
ellos a la presentación de su novela y la habían buscado cuando terminó el acto.
(…)
Aunque él se hacía el sordo, ella le contó de los abrazos con los compañeros en
plena calle, ahora por fin despreocupados, armando escándalo y en montonera,
sin mirar por encima del hombro a ver quién los seguía, sin bajar la voz por si
alguien los escuchaba, y le contó también que luego fueron a una pizzería que
se llamaba Los Inmortales porque tenía las paredes tapadas con fotos de los
grandes del tango.
Pero esa noche, tantos años después, se habían reencontrado ya sin alias, ya sin
miedos, a celebrar con pizza y cerveza el fin de la pesadilla; mejor dicho a
celebrar con ella, Aurelia, ahora Lorenza, porque entre ellos habían celebrado
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ya; llevaban rato saliendo del hueco y tratando de acoplarse a la vida, a la luz del
día, a lo que había empezado a llamarse democracia.
-Lo que pasa, Mateo, es que yo me fui de Argentina antes del fin de la dictadura
y he estado ausente todo este tiempo, ¿entiendes? Para mí es como si el viejo
escenario hubiera quedado congelado. Hasta esta noche en que no has querido
acompañarme y mira todo lo que sucedió.
-¿Hablaron de Ramón? ¿Te dijeron dónde está? –la voz de Mateo salió de la
cueva.
-Sí, hablamos de él, y no, no saben dónde está. Pero me dieron pistas… Nada
demasiado claro. Pero deja que te cuente poco a poco.
-Si quieres vamos –le propuso Lorenza a Mateo, y él gruñó como un oso-. Qué
alegría saber que Tuli se dedica al tango; le pregunté si en tiempos de militancia
también lo hacía y dijo que sí. Raro, por ese entonces poco teníamos que ver
con tangos, esa es la verdad; la música de la resistencia fue el rock en español,
lo que llamábamos rock nacional.
-¿Fumahierba? No, cómo crees, esa música era de nosotros, o a lo mejor sí,
también era de los que fumaban hierba, pero era sobre todo nuestra, mira que
ahí en Los Inmortales Dalton contó que durante los meses en que estuvo preso,
hubo un momento en que tocó fondo y se quiso morir, y lo salvó descubrir la
frases que algún otro preso había rayado en uno de los muros de la celda, por
allá abajo, casi invisible en un rincón; era una línea de Canción para mi muerte,
de Sui Generis, la que dice hubo un tiempo en que fui hermoso y fui libre de verdad,
aunque dijo Dalton que sólo estaba escrito y fui libre de verdad, y que apenas
descubrió esa frase, escrita por otro, ya no se sintió solo y ya no se quiso morir.
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- (…) el rock en español era la música de tu padre. La primera vez que fui al
sitio donde vivía, me mostró sus discos como si fueran un tesoro. Y claro,
cuando Dalton contó en Los Inmortales lo de la frase arañada en la pared,
enseguida nos dejamos venir con la canción entera, y esa fue llevando a otras,
las de Charly García y Fito Páez, León Greco, Spinetta, no sabés qué bueno fue
cantar a lo loco después de tantos años de silencio.
-Muy romántico. Pero creo que Spinetta vino después, Spinetta es más joven.
-Qué va, kiddo, el flaco Spinetta era ídolo en ese tiempo, con Almendra. ¡Y Sui
Generis! Cómo me gustaba Rasguña las piedras, de Sui Generis.
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HICIMOS BALDOSAS
Le pido una tarea. Necesito que mis manos intervengan en el proceso. Marcela
me enseña cómo cortar unas mallas de alambre y de qué medida. Jota me ayuda.
Otros preparan la mezcla, cuelgan fotos o ceban mate. Son unos veinte Vecinos.
La mayoría de cincuentipicos, varias cabelleras femeninas y masculinas, con
canas al viento, muchos con pinta de ex militantes de la Fede o similar, otros
inclasificables. Se han puesto de acuerdo en algo tan mínimo como marcar la
presencia/ausencia de los militantes populares-detenidos-desaparecidos-por-el-
terrorismo-de-estado. Lo que habrán discutido por cada una de esas palabras y
por las que quedaron fuera: revolucionarios, víctimas, dictadura, genocidio.
Podría reconstruir esas discusiones con escaso margen de error. No teman, no
lo haré, son un embole.
Estamos en la vereda del tugurio más hippie del barrio de Almagro, suerte de
café-centro cultural. La habitación que les prestan los Vecinos para funcionar
es un cementerio imperdonable de cucarachas, pero afuera hay mate y sol y va
llegando gente, mucha. Una de las baldosas que hacemos es para los estudiantes
desaparecidos del colegio Avellaneda. Son un montón, con un montón de
familiares. No falta el hiji: Antonio. Nombre perro como pocos. No nos
veíamos desde 1997, cuando hicimos una prueba piloto del Proyecto Re
Importante. Él era el camarógrafo y con Juli y Laurita hicimos una vaquita para
comprar los cassettes. Filmamos a varios familiares-con marcada preferencia
por los hijis-pero abandonamos el proyecto por falta de recursos. Éramos
cuatro pre-adolescentes en su tiempo libre y la empresa comprendía un universo
de más de doscientas familias. Fue imposible. Antonio vino porque su papá
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En cambio, abrí el megáfono para todos los que quisieran contar algo sobre
Paty y José.
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ellos, los militantes, sus hijos, cómo nunca se imaginaron que los milicos se iban
a meter con nosotros, cómo meterse con nosotros fue lo peor que les podrían
haber hecho.
Habló Site y nos embistió como la topadora de la emoción cuando contó cómo
conoció ese departamento, cuando tuvo que ir a levantarlo después del
secuestro. Desolado, fue la palabra. Se habían robado todo, hasta las estufas y
una puerta plegadiza. Le agradeció públicamente a Soli que la hubiera
acompañado ese día y estiró la mano hasta encontrar la de su hermana (yo voy
pero no hablo, me había dicho Soli, que es todo corazón. Site nos remató con
una historia que yo había logrado olvidar y que ahora que la escribo no podré
olvidar jamás: su segunda visita a ese departamento, con José, Argentina y
conmigo. Yo corro por las habitaciones llamando a mi mamá. No coments.
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COLOFÓN
Sin lugar a dudas, el recorrido por los textos del dossier acerca a las experiencias
de los sujetos protagonistas de la década del 70 y a las tensiones político-sociales
que la atravesaron.
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