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Aries Philippe - El Niño Y La Vida Familiar en El Antiguo Regimen PDF
Aries Philippe - El Niño Y La Vida Familiar en El Antiguo Regimen PDF
EL NIÑO
Y LA VIDA FAMILIAR
EN EL
ANTIGUO RÉGIMEN
Versión castellana
de
N aty G a r c ía G u a d illa
revisada por la Editorial
taurus
PRÓLOGO A LA NUEV A E D IC IÓ N }FRANCESA
* [Los otros seis años la h acen crecer... / Lo mismo que hace Febre
ro todos los años / Q ue se am am anta en la prim avera... / / Y hasta los
dieciocho años / Se le p resen tan tantas diversiones / Que él pretende
fortificar gustos / Y tam bién el mes de M arzo se vuelve herm oso / Y se
calienta de nuevo... / El m es que sigue a Septiembre / Q ue se llama
mes de O ctubre / El tiene 60 años y no más /Entonces se vuelve viejo
y canoso / Y debe, pues, rec o rd a r / Que el tiempo le lleva a la m uerte.]
14 Representado en los calendarios bajo, la forma de fa n u s bifrons.
15 J. M o r a w s k i , op. cit. [V ean aquí al mes de Enero / Q u e tiene
dos caras / Pues está m irando tanto / Al pasado como al futuro. / Asi
el niño, cuando ha vivido / Seis años, apenas tiene valor / Y a que apenas
tiene el saber. / Mas se le d eb e dar un buen trato / Que tenga una buena
alim entación / Pues quien n o comienza bien / Tarda en hacerse hom
bre.,, / Cuando llega el mes d e O ctubre / Debe el hom bre sem b rar buen
trigo / Del cual vivirá todo e l m undo; / Así debe hacer el p ru d en te /
Que ha llegado a los sesenta años: / Debe sembrar entre los jóvenes /
Buenas palabras por ejem plo / Y dar limosna, creo yo.]
tu m 16 es aún de la misma naturaleza. Hacia 1265, Felipe de
Novara se refiere a los «IIII temz d’aage d'ome» 17, es decir,
cuatro períodos de veinte años. Estas especulaciones no cesan
de repetirse en los textos hasta el siglo xvi 18.
Conviene recordar que toda esta._te.rminología que_hoy en
día no ¿“pare ce tan huera, traducía nociones-que-en ..aquel tiem-
po eran científicas, e igualmente correspondía ja_.un .sentimiento
popular y común de la~ vldáV A un en este .terreno nos enfren
tamos con grandes dificultades de interpretación, porque hoy
día ya no tenemos este sentimiento de la vida: la vida como
un fenómeno biológico, como una situación en la sociedad, eso
sí, pero no más. A pesar de eso,’ nosotros' decimos «son cosas
de la vida» para expresar a la vez nuestra resignación y nues
tra convicción de que existe, fuera de lo biológico y de lo so
ciológico, algo que carece de nombre, pero que conmueve* que
uno busca en los sucesos de los periódicos o de lo cual uno
dice «está lleno de vida».. La vida se vuelve entonces un dra- - - -
pies con que anda, dos están gotosos: / a cada paso tropiezan de puro
viejos, / y hay que sujetarlos o levantarlos sin cesar.]
42 R o t r o u , La Mere coquette. [Encorvándose sobre su bastón, el
buen viejecito / tose, escupe, se suena y se guasea, / y con los cuentos
de antaño aturde a Isabelle.]
idea tecnológica de conservación sustituye a la idea, a la vez
biológica y moral, de vejez.-
38 Museo de Versalles.
39 R o u c h e s , «Larguilliére, peintre d'enfants», Revue de iA r t anden et
moderne, 1923, p. 253.
numerosos y triviales durante éste siglo. Fue igualmente en el
siglo xvn cuando los retratos de familia de épocas anteriores
tendieron a organizarse en torno al niño, que se convirtió en
el centro de la composición. Esta concentración alrededor del
niño es particularmente sorprendente en el cuadro de esa familia
por Rubens * en el que la madre sostiene al niño por un hombro,
mientras que el padre le da la mano. En los retratos de Frans
Hals, Van Dyck, o Lebrun, los niños se besan, se abrazan y
animan los grupos serios de adultos con sus juegos o su ternura.
El pintor barroco cuenta con ellos para dar al retrato de grupo
el dinamismo que le faltaba. Asimismo en el siglo xvn, la esce
na de costumbres reservará a la infancia un lugar privilegiado:
se aprecian innumerables escenas de infancia de carácter con
vencional, la lección de lectura (donde subsiste, laicizándose,
el tema de la lección de la Virgen de la iconografía religiosa
de los siglos xiv y xv), la lección de música, niños y niñas
leyendo, dibujando, jugando. Interminable tarea sería el enume
rar todos estos temas que abundan en la pintura, especialmente
en la primera mitad del siglo, y después en el grabado. Por
último, como hemos visto, la desnudez se vuelve un convencio
nalismo riguroso del retrato de niño en la segunda mitad del
siglo xvn. El descubrimiento de la infancia comienza en el
siglo x v m , y podemos seguir sus pasos en la historia del arte
y en la iconografía durante los siglos xv y xvi. No obstante,
los testimonios se vuelven particularmente numerosos y signifi
cativos a fines del siglo xvi y durante el siglo xvii.
Esta opinión la confirma el interés manifestado en ese mo
mento por los niñitos, sus maneras, su «jerga». Ya indicamos
en el capítulo precedente que se les dieron entonces nombres
nuevos:* bambin (nene), pitchoun (chaval), fanjan (chiquillo).
La gente se distraía también destacando sus expresiones, em
pleando su vocabulario; es decir, el que empleaban las nodrizas
con los niños, Es muy raro que la literatura, incluso la literatura
más conocida conserve las huellas de la jerga del niño. ¿Se
sorprenderá uno de encontrarlas en la Divina Comedia41? «Qué
gloria tendrás de más si te despojas de tu carne avejentada, que
si hubieras muerto antes de terminar de decir pappo y dindi,
antes de que pasen mil años.» Pappo es el pan. El vocablo
existía en el francés contemporáneo de Dante: le papin. Se halla
40 H acia 1609. Karlsruhe, Rubens, p. 34.
4! Purgatorio, X I, 103-105.
igualmente en uno de los -Miracles Notre-Dame; el del «niñito
que da de "comer a la imagen de Jesús que sostiene Nuestra
Señora».
«Si lui a mis le p a p in sur la bouche en dísant: papez, beau doubc
enfes, s’il vous plaist. Lors papa il ung petit de ce papin: papez enfes,
dis le clergeon, si D ieu t'ayde. Je yoys que tu meurs de faim . Papine
en peu de m on gastel ou de m a fouace» *.
40 F é u b ie n , V, p. 662.
* Denier: antigua moneda francesa que valía 1:240 de la libra de
plata.
61 F é u b ie n , V, p. 689.
en 1501, hay un capítulo titulado: de exercitio corporali62. ¿Qué
significa esa frase? El texto comienza con una observación ge
neral más bien ambigua: «El ejercicio corporal parece de poca
utilidad cuando está mezclado con los estudios espirituales y ios
ejercicios religiosos; por el contrario, dicho ejercicio aporta un
desarrollo importante de la salud cuando se realiza alternativa
mente con los estudios teóricos y científicos.» Pero,- en realidad,
lo que entendía el redactor por ejercicios corporales era, no
tanto los j'uegos, como los trabajos manuales, en oposición a
los trabajos intelectuales, y concede el primer rango a las faenas
domésticas, a las cuales se reconoce también una función de
reposo: la cocina, la limpieza, el servicio de mesa. «En todos
los ejercicios arriba mencionados [es decir, en esas faenas do
mésticas] , nunca olvidará nadie el ser lo más rápido y vigoroso
posible.» Los juegos sólo se permitían después de las faenas y
¡con cuantas reservas! «Cuando el Padre [el jefe de la comuni
dad] estime que las mentes cansadas por el trabajo y el estudio
deben descansar mediante la recreación, los tolerará (indulge-
bit).» Ciertos juegos estaban permitidos en los locales comunes,
los juegos honestos, que no cansasen ni fueran peligrosos. En
Montaigu había dos grupos de estudiantes, los becarios, a quie
nes se les denominaba, como en otras instituciones, pauperes,
y los internos, que pagaban una pensión. Esos dos grupos vivían
separados, -Estaba previsto que los becarios debían jugar du
rante menos tiempo y únenos frecuentemente que sus camara
das: probablemente porque tenían la obligación de ser mejores
y, por lo tanto, menos distraídos: La reforma de la Universidad
de París de 145263, inspirada ya por un deseo de disciplina
moderna, persiste en mantener el rigor tradicional: «Los maes
tros [de los colegios] no permitirán a sus alumnos, durante
las fiestas de los oficios o en otras partes, bailar danzas inmora
les y deshonestas, llevar trajes indecentes y laicos [traje corto,
sin túnica]. En cambio, les permitirán jugar honrada y agrada
blemente, para aliviar el trabajo y como justo reposo,» «No les
permitirán, durante esas fiestas, beber en la ciudad, ni ir de
casa en casa.» El reformador se refiere a las salutaciones de
puerta en puerta, acompañadas de colectas, que la tradición
permitía a la juventud durante las fiestas estacionales. En uno
e F é u b ie n , V, p . 721.
63 Publicado en T h é r y , Histoire de l'éducation en F ranee, 1858,
2 vols., t, II.
de sus diálogos escolares, Vives resude de esta manera la situa
ción en París durante el siglo xVi w: «Éntre los alumnos, sólo
se juega a la pelota durante los recreos, pero algunas veces sé
juega en secreto a las cartas y al ajedrez, los niños a los caba
llos y, los más traviesos, a los dados.» De hecho, tanto los
alumnos como los demás chicos, no tenían ningún problema en
frecuentar las tabernas, los garitos, en jugar a los dados o en
bailar. El rigor de las prohibiciones no aminoró nunca, a pesar
de su ineficacia: tenacidad sorprendente para nuestra menta
lidad de hombres-modernos, más preocupados por la eficacia
que por el principio.
Los funcionarios de justicia y de policía, juristas amantes
del orden y de la buena administración, de la disciplina y la
autoridad, defendían la acción de los maestros de escuela y de
los clérigos. Durante siglos se sucedieron s.in interrupción las
ordenanzas que impedían a los estudiantes el acceso a las salas
de juego. Se alegan aún en el siglo xvm , como es el caso del
siguiente bando del lugarteniente general de policía de Moulins
del 27 de marzo de 1752, de la que se conserva en el museo de
Artes et Tradiciones Populares el cartel impreso destinado a ser
fijado en público: «Se prohíbe a los encargados de los juegos
de pelota y de billar dejar jugar durante las horas de clase, y
a los que regentan los juegos de bochas, de bolos y otros, dejar
jugar en los equipos a los estudiantes ni a los criados.» Se puede
observar la identificación de los criados con los estudiantes;
en efecto, ambos tenían frecuentemente ía misma edad y se
temía también su turbulencia y la falta de dominio de sí mismos.
Las bochas y los bolos, hoy día diversiones tranquilas, provo
caban tales peleas que los magistrados de policía los prohibieron
a veces totalmente, durante los siglos xvi y xvn, tratando de
extender a toda la sociedad las restricciones que los eclesiásticos
deseaban imponer a los hombres cultos y a los escolares. Esos
paladines del orden moral colocaban prácticamente los juegos
entre las actividades casi delictivas, como la embriaguez, la
prostitución, que en último caso se podía tolerar, pero convenía
prohibirlas al menor exceso.
Sin embargo, esta actitud de total reprobación se modifica
en el transcurso del siglo xvn, principalmente bajo la influencia
de los jesuitas. Ya los humanistas del Renacimiento habían per-
Dialogues, t r a d . f r a n c e s a , c i t .
12 V i v e s ,
Citado p o r F. W a t s o n , T he Engíish gram m ar schools to 1660, 1907,
p. 112.
14 A . S c h i m b e r g , Éducation morale darts les colleges de Jésuites,
1913, p. 227.
15 F. d e D a i n v i l l e , op. cit.
1592 y reeditada en 1674. Brinsley la recomienda en su manual
del maestro 16.
En las academias protestantes francesas se utilizaban los co
loquios de Cordier (1564), que sustituyeron a los coloquios de
Erasmo, Vives, Mosellanus, etc. Encontramos en ellos un deseo
original de pudor, un esmero en evitar problemas de castidad
o de cortesía del lenguaje. Cuando, por casualidad, se tolera
una broma sobre los empleos del papel n, «papel de escolar»,
«papel para sobres», «papel secante»: se trata de un juego de sa
lón. Al final, uno de los muchachos se rinde, el otro le da la
solución: «Papel que sirve para limpiar las nalgas en el re
trete: o sea, que habéis perdido.» Concesión bien inocente, esta
vez, a las bromas tradicionales, Cordier puede realmente «po
nerse entre las manos de todos», expresión moderna que no es
anacrónica. Se agregarán además a los coloquios de Cordier
otros de tipo religioso, obra de S. Castellion.
A su vez, Port-Royal producirá una edición muy expurgada
de Terencio: «Comedias de Terencio convertidas en comedias
muy honestas cambiando muy pocas cosas» ia.
En lo que conciernte el pudor, en los colegios de jesuítas
se toman precauciones insólitas que se detallan en las reglas
con motivo de los castigos corporales, de la administración de
azotes. Se precisaba que no había que retirar las calzas de las
víctimas, adolescentum, «cualquiera que sea la condición y la
edad» [me agrada bastante esta referencia a la condición] ; se
debía descubrir únicamente la parte del cuerpo sobre la que
se infligía la pena, pero no más: non amplius 19.
En el transcurso del siglo xvn aparece una gran modifica
ción en las costumbres. Madame de Maintenon no tolerará a
los hijos del Rey, ni siquiera a los bastardos, la más mínima
de las libertades de la corte de Enrique IV, ni tampoco, por
otra parte, en las casas de los libertinos. No se trata ya de
algunos moralistas aislados, como Gerson, sino de un gran mo
vimiento, cuyos signos se perciben por todas partes, tanto en la
numerosa literatura moral y pedagógica como en las prácticas
de devoción y en una nueva iconografía religiosa.
16 F. W a t s o n , op. cit.
17 Mathurín C o r d i e r , Colíoques, 1586.
18 P o r P o m p o n í u s y T r o b a t u s .
19 Citado por F. de D a in v iix e , op. cit.
Ha triunfado una noción esencial: la inocencia infantil. Apa
rece ya en Montaigne, quien, sin embargo, se forjaba pocas ilu
siones acerca de la castidad de los jóvenes escolares: «Cíen es
colares han agarrado la sífilis antes de llegar a la lección de
Aristóteles sobre la templanza» 20. Mas este autor relata igual
mente la siguiente anécdota, que anuncia otro sentimiento: Al-
buquerque, «en un extremo peligro de riesgo del navio, cargó
a sus espaldas a un jovencito con el fin de que, compartiendo
el peligro, su inocencia le sirviera de garantía y recomendación
ante la gracia divina para llevarle a la orilla» 21. Cerca de un
siglo después, esta idea de la inocencia infantil se había con
vertido en una idea común. Leamos, como ejemplo, esta le
yenda de un grabado de F. Guérard que representa los juegos
infantiles (muñecas, tambor) 22.
Voilá l'áge de l'innocence
Oü nous devons tous revenir
Pour jouir des biens avenirs
Qui sont' icy nostre esperance;
L’áge oü l’on sait íout pardonner,
L’áge oü í'on ignore la haine,
Oü ríen ne peut nous chagriner;
L’áge d'or de la vie humaine,
L’áge qui brave les Enfers,
L’áge oü la vie est peu pénible,
L’áge oü la mort est peu terrible,
Et pour qui les cieux sont ouverts.
A ces jeunes plans de l’Egüse
Qu’on porte un respect tendre et doux:
Le ciel est toujours plein de courroux
Pour quiconque les scandalise *.
20 M o n t a i g n e , Essais, I, 26.
21 M o n ta ig n e , Essais, I, 39.
22 F. Guérard, Gabinete de Estampas, Ee 3a, petit in f.°
* He aquí la edad de la inocencia / a la que todos debemos re
gresar / para gozar de los bienes futuros / que son aquí nuestra espe
ranza; / la edad en la que se sabe perdonar todo, / la edad en la que
se ignora el odio, / en la que nada puede entristecernos; / la edad de
oro de la vida humana, / la edad que desafía a los Infiernos, / la edad
en que la vida es poco penosa, / la edad en que la muerte es poco
terrible, / y para quien tos cielos están abiertas. / A esos jóvenes pro
yectos de la Iglesia, / que se otorgue un respeto sensible y suave: / el
cielo está lleno de ira / para con quien los escandalice.
¡Cuánto camino recorrido! Se le puede seguir a través de
una abundante literatura, de la cual presentamos algunas mues
tras:
L ’honneste gargon, ou l ’art de bien élever la noblesse á la
vertu, aux sciences et á tous les exercises convenables á sa con-
dition [El joven honesto, o el arte de educar debidamente a la
nobleza en la v irtu d e n las ciencias y en todos los ejercicios
convenientes a su condición], publicado en 1643 23 por M. de
Grenaille, escudero, señor de Chatauniers, es un buen ejemplo.
El autor había escrito ya L ’honeste filie [La joven honradaJ, Es
preciso destacar el interés por la educación, «la institución de
la juventud».- El autor se da cuenta de que él no es el único
en tratar este tema y se disculpa de ello en la «Advertencia»:
«Yo no creo entrar en el terreno de M. Faret24 tratando un
tema que él sólo ha tocado de pasada, y hablando de la edu
cación de esos de quienes él nos presenta las perfecciones.»
«Aquí yo guío al Joven honesto desde el comienzo de la in
fancia hasta la juventud. Trato primeramente de su nacimiento
y luego de su educación; pulo sus costumbres y su mente con
juntamente; le instruyo en la piedad y en el protocolo del mun
do, con el objeto de que no sea ímpío ni superticioso.» Con an
terioridad existían tratados de urbanidad que eran sólo manua
les de""buenós modales, de protocolo; gozaron de estima hasta
principios del siglo xix. Mas, al lado de los libros de ürbanidad
que se dirigían sobre todo a los niños, existe desde principios
del siglo xvn una literatura pedagógica para uso de padres y
educadores. Por más que se refiera a Quintiliano, a Plutarco
y a Erasmo, dicha literatura es nueva. Tan nueva que M. de
Grenaille tiene que defenderse contra los que ven en la edu
cación de la juventud un tema de práctica y no de libros. Ade
más de Quintiliano, etc., hay algo más, y el tema es particu
larmente grave en la Cristiandad: «Ciertamente, puesto que el
Señor de los Señores pide a los pequeños inocentes que se acer
quen a Él,1yo no creo que ninguno de sus súbditos tenga dere
cho a rechazarlos, ni que los hombres se opongan a educar
los, visto que, al educarlos, no hacen sino imitar a los ánge
les.» El paralelo entre los ángeles y los niños se convierte en
un tema de edificación trivial. «Se dice que un ángel en forma
23 M, d e G r e n a i l l e , L’Honneste gargon, 1642.
24 F a r e t , L’Honnéte homme, 1630. Con el apellido de este autor,
Faret, hacía Boíleau rimar cabaret.
de niño iluminó a San Agustín* pero, en. cambio, a él le agra
daba comunicar sus conocimientos a los niños, y encontramos
en sus obras tratados a su favor, si bien hay otros dirigidos a los
más grandes teólogos.» Cita a San Luis, que redactó una ins
trucción para su hijo- «El cardenal Belarmino ha escrito un
catecismo para los niños.» Richelieu, «ese gran príncipe de la
Iglesia, ha dado instrucciones a los más pequeños, así como
consejos a los mayores». También Montaigne, quien no se es
peraba encontrar en tan grata compañía, se inquietó por los
malos ‘educadores, en particular por los pedantes,
«No debe uno imaginarse que cuando se habla de la in
fancia se habla siempre de algo frágil; al contrario, yo demos
traré aquí que un estado que muchos juzgan despreciable es
perfectamente ilustre.» En efecto, en esa época es cuando
se habla realmente de la debilidad, de la imbecilidad de la in
fancia. Anteriormente más bien se la ignoraba, como una tran
sición rápidamente superada y sin importancia. El poner de
relieve el lado despreciable de la infancia es quizá una conse
cuencia del pensamiento clásico, de su exigencia razonable, pero
es principalmente una reacción contra la importancia que ad
quirió el niño dentro de la .familia, en el sentimiento de la fa
milia, Volveremos a tratar este tema en la conclusión de la pri
mera parte. Retengamos únicamente que a los adultos, de todas
las condiciones, les agradaba entretenerse con los pequeñines.
Comportamiento muy antiguo, probablemente, pero en lo suce
sivo era tan notorio que a la gente le irritaba. Nació así ese
sentimiento de irritación ante las chiquilladas, el reverso mo
derno del. sentimiento de la infancia. También se agregaba a
ello el desprecio que esta sociedad de hombres acostumbrados
al aíre libre, y de hombres de sociedad, hombres de mundo,
sentía por el profesor, el director del colegio, el ««pedante», en
una época en que los colegios se tornaban más numerosos y eran
más frecuentados, y en la que la infancia recordaba ya a los
adultos la época escolar. En realidad, ese sentimiento poco fa
vorable a los niños por parte de las personas serias o preocupa
das es una prueba de la importancia, excesiva a su manera de
ver, que se reconocía a la infancia.
Para el autor del Vhonneste gargon, la infancia es ilustre
debido a la infancia de Cristo. Se la interpretaba, por otra par
te, como símbolo de humillación a la que había descendido
Cristo, adoptando no solamente la naturaleza humana, sino la
condición de niño, inferior a la del primer Adán, según San
Bernardo. Hay, por el contrario, niños santos: los Santos Ino
centes, los santos niños mártires que se negaron a honrar a los
ídolos, el niño judío de San Gregorio de Tours, a quien su pa
dre quiso quemar en un horno porque se había convertido.
«Yo podría demostrar asimismo que la fe produce hoy en día
mártires entre los niños lo mismo que en los siglos pasados.
La historia de Japón nos presenta a un niño, Luis, que a la
edad de doce años supera ampliamente la generosidad de los
hombres perfectos.» En la misma hoguera que dom Carlos Spi-
nola, murió una mujer con «su hijo pequeño», lo que demuestra
que «Dios obtiene sus elogios por la boca de los niños». Y el
autor acumula ejemplos de niños santos en ambos Testamentos,
y agrega este otro ejemplo, sacado de nuestra historia medieval
e inesperado en la literatura clásica: «No debo olvidar la vir
tud de esos valientes muchachos franceses, a los cuales Nau-
cierus ha elogiado, que se enrolaron en las Cruzadas, 20.000 en
total en la época del Papa Inocencio III, para ir a rescatar
Jerusalén de manos, de los infieles.» La cruzada de los niños...
Sabemos que los niños de las canciones de gesta y las no
velas de caballería se conducían como caballeros, lo cual de
muestra, según de Grenaille, la virtud y la cordura de los
niños. El autor cita el caso de un niño que se hizo paladm
de la emperadora, esposa del emperador Conrado, en el duelo
judicial contra «un famoso gladiador». «Que se lea en los Ama-
di s lo que han hecho los Reinaldos, los Tancredos y tantos otros
caballeros: la fábula no Ies otorgará tantas ventajas en ningún
combate como la verdadera historia le otorga al joven Aquiles.»
«Después de esto, ¿cabe decir que la primera edkd no es
comparable, incluso frecuentemente preferible, a todas las de
más?» «<¿Quién se atreverá a decir que Dios favorece tanto
a los niños como a las personas de edad?» Dios les favorece
a causa de su inocencia, que «se parece mucho a su impeca
bilidad», Los niños carecen de pasión y de vicio: «Su vida pa
rece ser enteramente razonable precisamente cuando parecen
menos capaces para usar la fuerza de la razón.» Evidentemen
te, ya no se habla del peccatum mollicei, y nuestro hidalgo de
1642 parece, desde ese punto y a nosotros que conocemos el
psicoanálisis, en retraso con respecto a Gerson. Y es que la
idea misma de impudor y de pecado de la carne en el niño
le molesta, como un argumento de quienes consideran «la in
fancia como una necedad viril» y «viciosa».
Esta nueva mentalidad se. halla en los círculos de Port-
Royal y primeramente en Saint-Cyran: sus biógrafos jansenis
tas nos informan acerca de la elevada opinión que él tenía
Üe la niñez y de los. deberes para con ella. «Admiraba al hijo
de Dios quien, en las más altas funciones de su ministerio,
no había querido que se impidiera a' los niños acercarse a Él,
quién les abrazaba y les bendecía, quien nos ha recomendado
tanto no. despreciarlos o descuidarlos y quien, en una palabra,
ha hablado de ellos en términos tan favorables y sorprendentes
que son capaces de aturdir a los que escandalizan a los peque-
ñuelos, Igualmente, M. de Saint-Cyran manifestaba siempre a
los niños |una bondad tal que llegaba a una especie de respeto
para honrar en ellos la inocencia y al Espíritu Santo que habita
en ellos» M. de Saint-Cyran es «muy instruido» y «muy dis
tante de esas máximas del mundo [el desprecio a los educa
dores] y como se daba cuenta de la importancia que tenía el
cuidado y la educación de la juventud, la veía también de una
manera muy diferente. Por penosa y humillante que [dicha
educación] fuera a los ojos de los hombres, no dejaba de em
plear en ella a numerosas personas sin que éstas pensaran -te
ner derecho a quejarse».
Se forma entonces una concepción moral de la infancia que
hace más hincapié en su debilidad que en su «ilustración»,
como decía M. de Grenaille, pero que asocia su debilidad a su
inocencia, verdadero reñejo de la pureza divina y que coloca
la educación en el primer plano de las obligaciones. Dicha
concepción reacciona simultáneamente contra la indiferencia
hacia la infancia, contra un sentimiento demasiado sensible y
egoísta que hace del niño un juego para adultos y cultiva sus
caprichos, contra el sentimiento opuesto a este último, el des-,
precio del hombre racional. Esta concepción domina la litera
tura pedagógica desde finales del siglo xvn. He aquí lo que
dice en 1687 Coustel en las Régles de l’éducation des enfants7*
acerca de que es preciso amar a los niños y vencer la repug
nancia que éstos inspiran a un hombre racional: «Si se consi
derara el exterior de los niños, que es sólo imperfección y fra
gilidad, tanto de cuerpo como de mente, cierto es que no ha-
25 F. C a d e t, L’Éducation á PorhRoyal, 1 8 8 7 ,
36 C o u s t e l , Regles de l'éducation des enfants, 1687.
bría motivos para estimarlo mucho. Pero uno cambia de sen
timientos cuándo se mira el porvenir y cuando se obra un poco
por la fe». Por encima del niño se verá al «buen magistrado»,
ai «buen cura», al «gran señor»., Pero lo que hay que consi
derar'sobre todo es que sus almas, que poseen aún la inocen
cia bautismal, son la morada de Jesucristo. «Dios da el ejem
plo ordenando a los ángeles que les acompañen en todos sus
pasos, sin abandonarlos jamás.»
Por ello, afirma Varet en su Obra De Véducation chrétienne
des enfans, 166671, «la educación de los niños es una de las
cosas más importantes del mundo». Jacqueline Pascal, en el
reglamento para las niñas pensionistas de Port-Royal, dice: «Es
tan importante vigilar a los niños2* que debemos preferir esta
obligación a todas las demás, cuando la obediencia nos encar
gue de eso, y, más aún, preferirla á nuestras* satisfacciones par
ticulares, aun cuando correspondan a las cosas espirituales.»
No se trata de declaraciones aisladas, sino de un§ verdade
ra doctrina, admitida por todos, tanto entre los jesuitas como
entre los oratorianos o los jansenistas, que explica en parte la
profusión de instituciones educativas, colegios, escuelas elemen
tales, casas particulares, y la evolución de las costumbres hacia
una disciplina más estricta.
De esta doctrina se desprenden algunos principios generales,
que están considerados como lugares comunes en la literatura
de la época. No se dejará nunca a los niños solos: este prin
cipio se remonta al siglo xv y procede de la experiencia mo
nástica. Pero no empieza a ser realmente aplicado hasta el si
glo xvn, porque el público en general lo considerará necesario,
y no un pequeño número de religiosos y de «pedantes». «Hay
que cerrar hasta donde sea posible todas las aberturas de la
jaula...», se dejarán «algunos barrotes abiertos para vivir y
para estar bien; eso es lo que se hace con los ruiseñores para
hacerlos cantar y con los papagayos para enseñarlos a hablar» ” ,
A esta afirmación no le falta agudeza, ya que se ha enseñado,
tanto en los jesuitas como en las escuelas de Port-Royal, a co
nocer, mejor la psicología infantil. En el Reglamento para las
niñas de Port-Royal, de Jacqueline Pascal, se lee: «Hay que
27 V a r e t , De l'éducation chrérienrte des enfaius, 1666.
2i J a c q u e l i n e P a s c a l . Réglement pour les enfants, Appendice aúx
Constitutions de Port-Royal, 1721.
29 F . C a d g t , op. cit.
vigilar a las niñas muy bien, no dejándolas nunca solas en nin
guna parte, sanas o enfermas.» Pero «es preciso que esta vi
gilancia continua se haga con dulzura y con cierta confianza,
que más bien les haga* creer que uno las quiere y que única
mente por acompañarías estamos con ellas. Eso hace que a ellas
íes agrade este desvelo, en lugar de temerlo»30.
Este principio será absolutamente general, pero no será
aplicado a la letra más que en los internados de los jesuítas, en
las escuelas de Port-Royal, en los internados particulares, es de
cir, que sólo afectaba a una minoría de niños muy ricos. Se
deseaba evitarles la promiscuidad de los colegios que tuvieron
durante mucho tiempo mala fama, menos tiempo en Francia
que en Inglaterra, gracias a los jesuítas. «En cuanto los jóvenes
— afirma Coustel31— ponen el pie en esos sitios [“la gran
multitud de estudiantes de los colegios"] no tardan en ; perder
esa inocencia, esa sencillez, esa modestia que les hacía ser an
teriormente tan estimables ante Dios y ante los hombres.» Se
dudaba en confiarlos a un solo preceptor, pues la extremada
sociabilidad de las costumbres se oponía a ello. Era convenien
te que el niño aprendiera muy pronto ¿ conocer a los hom
bres, a conversar con ellos; eso era muy importante, más ne
cesario que el latín. Era mejor «poner a cinco o seis niños con
un hombre honrado, o dos, en una casa particular»» idea que
ya aparece .en Erasmo.
El segundo principio es que se evitará mimar a los niños
y se les acostumbrará a una severidad precoz: «No me digáis
que aún sólo son niños y que hay que tener paciencia. Porque
los efectos de la concupiscencia se manifiestan abudamentemen-
te en esta edad.» Reacción ésta contra el «mimoseo» de los
niños menores de ocho años, contra la opinión de que aún eran
demasiado pequeños para que valiera la pena reprenderlas.
La Urbanidad de Courtin de 1671 32 explica ampliamente: «A
esas pequeñas mentes se las hace pasar el tiempo sin tener cui
dado de lo que es bueno o malo, lo que se les permite indife
rentemente; no se les prohíbe nada: ríen cuando hay que llo
rar, lloran cuando hay que reír, hablan cuando hay que callar
y se quedan mudos cuando la cortesía les obliga a responder.»
[Ya estamos en el «merci, monsieur» de nuestros niños france
30 Jacqueline P ascal , op. cit.
J1 C o u s t e l , op. cit.
32 La civiliíé nouvelle, Basiíea, 1671.
ses que sorprende a los padres de familia americanos y los .es
candaliza.] «Es crueldad para con ellos el dejarles Yivir de tal
modo. Los padres y las madres dicen que cuando sean mayores
ya les corregirán. ¿No sería mejor hacer de tal manera que no
hubiera nada que corregir?»
Tercer principio: la discreción. «Modestia mayor» del com
portamiento. En Port-Royal33: «En cuanto se acuestan [las ni
ñas] , regularmente se las visita a cada una en particular, en su
cama, para ver si están acostadas con la modestia requerida y
también, en invierno, para ver si están bien tapadas.» Se trata
de extirpar mediante una verdadera propaganda la costumbre
bien arraigada de dormir varias personas en la misma cama.
Este consejo se repite a lo largo del siglo xvn. Aparece en La
civilité chrétienne, de J.-B. de La Salle, cuya primera edición es
de 1713: «Sobre todo, debe evitarse, a menos que se esté ca
sado [he aquí una salvedad que hoy día a nadie se le ocurriría
introducir en un libro destinado a los niños; pero, a decir ver
dad, los libros dedicados a los niños no se limitaban a estos
lectores, y el progreso inmenso de la decencia, del pudor, no
impedían ciprias libertades a las que nosotros ya no nos atre
veríamos], acostarse delante de cualquier persona de otro sexo,
lo cual iría totalmente contra la prudencia y la honestidad. Aún
más, se prohíbe que dos personas de sexo diferente duerman
en la misma cama, aun cuando se tratara sólo de niños peque
ños, ya que ni siquiera es decente que duerman juntas personas
del mismo sexo. Son esas dos cosas las que San Francisco de
Sales recomendó especialmente a Mme. de Chantal con respecto
a los niños.» «Los padres y las madres deben enseñar a sús hi
jos a taparse su propio cuerpo cuando se acuestan.»
Esta preocupación por la decencia aparece en la elección
de lecturas, de conversaciones: «Haced que aprendan a leer
en libros en los que la pureza del lenguaje y la selección de
buenos temas coincidan.» «Cuando [los niños] comiencen a
escribir no toleréis que se rellenen los ejemplos que se les da
con modos de hablar malintencionados» i*. Muy atrás ha que
dado la libertad de lenguaje de Luis XIII cuando era niño,
que divertía incluso al digno Heroard. Por supuesto, se evita
rán las novelas, el baile y la comedia, lo cual también se des
aconseja a los adultos; Se vigilarán las canciones, recomenda
33 J a c q u e l i n e Pascal, o p . cií.
w V a ret. op. cit.
ción ésta muy importante y necesaria en una sociedad en la
que la música era algo muy familiar: «Poned un cuidado espe
cial en impedir a vuestros hijos que aprendan canciones moder
nas» 35. Pero las canciones antiguas tampoco son más dignas:
«Canciones conocidas por todos y que se enseñan a los niños
desde que empiezan a hablar... Apenas las hay que no traten
de las más atroces murmuraciones y calumnias, y que no sean
sátiras crueles en las que nadie se salva, ni la persona sagrada
de los soberanos, ni las de los magistrados, ni las de las per
sonas más inocentes y más piadosas.» Dichas canciones expre
san «las pasiones desordenadas» y están «llenas de equívocos
deshonestos» 36.
A comienzos del siglo x v i i i 37 , San Juan Bautista de La Salle
confirma esta desconfianza de los espectáculos: «Para un cris
tiano, no es más decente asistir a representaciones de mario
netas [que al teatro]». «Una persona seria no debe considerar
esa clase de espectáculos más que con desprecio [...] y los
padres y madres nunca deben permitir a sus hijos que asistan
a ellos.» Las comedias, los bailes, las danzas, los espectáculos
«más corrientes», los «malabaristas, saltimbanquis, volatine
ros», etc., son .prohibidos. Sólo se permiten los juegos educa
tivos, es decir, los juegos que se integran en la educación: los
otros son y permanecen ^sospechosos.
Otra recomendación se repite frecuentemente en esta lite
ratura pedagógica, preocupada en extremo por la «modestia»;
3a de no dejar a los niños en compañía de los sirvientes, reco
mendación ésta que iba en contra de una costumbre absoluta
mente general: «No los dejéis solos con los criados, y sobre todo
con los lacayos, más que lo indispensable [los criados: térmi
no que tenía un sentido más amplío que actualmente; com
prendía a los “colaboradores”, como diríamos hoy día, y a los
familiares también]. Esas "personas, para entremeterse y ganar
se a los niños, sólo les cuentan generalmente necedades y 'Ies
inspiran únicamente el amor al juego, las diversiones y la va
nidad» 33.
35 V a r e t . op. cit.
36 V a r e t , op. cit.
37 Jean-Baptiste d e l a S a l l e , Les Regles de la bienséance et úe la
cívilité chrétienne. La primera edición es de 1713.
33 V a r e t , o p . cit.
Aún a principios deí siglo xvm , el futuro cardenal de Ber-
nis, recordando su infancia - —nació en 171539—, decía: «No
hay nada tan peligroso para las costumbres y quizá para la
salud como el dejar a los niños durante mucho tiempo bajo
la tutela de la servidumbre.» «La gente se atreve a hacer con
un niño aquello a lo que le daría vergüenza arriesgarse con un
jovencito,» Esta última frase expresa exactamente la mentali
dad que hemos analizado anteriormente y que era propia de
la corte de Enrique IV.y del tranvía de Cartago en el siglo xx.
Subsistió en el pueblo, aunque ya no fuese tolerada en los me
dios avanzados. La insistencia cte los moralistas en separar
a los niños de ese mundo diverso de la «servidumbre» prueba
lo conscientes que estaban de los peligros que presentaba esta
promiscuidad de niños y criados, quienes, a veces, eran muy
jóvenes todavía. Dichos moralistas deseaban aislar al niño para
preservarle de las bromas, de los gestos tenidos en lo sucesivo
por deshonestos.
El cuarto principio no es más que una aplicación de esa
preocupación por la decencia, por la «modestia»: acabar con
la antigua familiaridad y sustituirla por una mayor reserva de
los modales y del lenguaje, incluso en la vida cotidiana. Esta
política se manifestó en la lucha contra el tuteo. En el colegio
menor, jansenista de Chesnay 40: «Tanto se les había acostum
brado a respetarse mutuamente que nunca se tuteaban, y tam
poco se les oía decir nunca la mínima palabra que ellos hubie
ran juzgado desagradable para algunos de sus compañeros.»
Un libro de Urbanidad de 1671 41 reconoce que la cortesía
exige el tratamiento de usted, pero también está obligado a ad
mitir algunas concesiones a las antiguas costumbres francesas;
lo que hace no sin ciertas dificultades: «Se utiliza de ordinario
el usted, sin tutear a nadie, a no ser que se trate de algún
niño y que fueseis de mucha más edad y que la costumbre
incluso entre los más corteses y los más instruidos fuera de
hablar así.- No obstante, los padres para con sus hijos, hasta
cierta edad (en Francia hasta que estén emancipados), los maes
tros para con sus pequeños colegiales y otras situaciones pare
cidas, parecen, según la costumbre general, poder utilizar el tú,
39 Métnoires du cardinal de Bernis, 2 vols., 1878.
^ Reglamento del colegio de Chesnay, W a l l o n d e B ea u p u is. Suite
des vies des amts de Port-Royal, 1751, tomo I, p. 175.
41 Ver nota 32.
pura y simplemente. Y entre los amigos familiares, cuando con
versan juntos, la costumbre hace que en ciertos lugares puedan
tutearse más libremente; con los demás se es más reservado y
educado.»
Incluso en las escuelas elementales donde los niños eran
más chiquitos, San Juan Bautista de La Salle prohíbe a los
maestros el tuteo: «No hablando a los niños más que con
reserva, sin tutearlos jamás, pues ello .significaría demasiada
familiaridad.» Ciertamente, bajo esta presión, el empleo del
usted ha debido extenderse. Nos sorprende leer en las memo
rias del coronel Gérard que a finales del siglo xvm los solda
dos se trataban de usted entre camaradas: ¡el uno con veinticin
co años y el otro con veintitrés! Por lo menos, el coronel Gérard
podía utilizar el tratamiento de usted sin que le frenase el
ridículo.
En el colegio de Saint-Cyr de Mme. de Maintenon, las se
ñoritas evitarán «tutearse y utilizar modales contrarios a la
cortesía» 42. «No hay que adaptarse nunca a ellos [a los niños]
con un lenguaje infantil, ni con modales pueriles; por el con
trario, se debe elevarlos hasta uno hablándoles siempre razo
nablemente.»
Ya en la segunda mitad del siglo xvi, los colegiales..de los
diálogos de Cordie-r se trataban de usted en el texto francés,
mientras que en latín se tuteaban con naturalidad.
Efectivamente, este interés por la seriedad que estamos ana-
' lizando no triunfó realmente en las costumbres sino a partir
del siglo xix, a pesar de la evolución contraria de la puericul
tura y de-una pedagogía más liberal, más natural. Un profesor
americano de Francés, L. Wylie, pasó su año sabático de 1950-51
en una aldea del Mediodía galo, compartiendo la vida cotidia
na de ese pueblo. Este profesor se asombró de la seriedad con
la que los maestros de la escuela primaria tratan en Francia
a sus alumnos, y los padres campesinos a sus hijos. El contraste
con la mentalidad americana le parece muy grande: «Cada
paso en el desarrollo del niño parece depender del desarrollo
de lo que la gente llama su razón...» «Al niño se le considera,
por consiguiente, razonable, y se espera de él que continúe
siendo razonable» 43. Esta razón, este control de sí mismo, esta
seriedad que se exige de él muy temprano, para la preparación
42 Th. L a v a l l é e , Histoire de la maison royale de Saint-Cyr, 1862.
° L. W y lie , Village in the Vaucluse, Cambridge (E.U.), 1957.
de su diploma de estudios primarios, y que ya no se exigen
en los Estados Unidos, son el último resultado de la campaña
emprendida desde finales del siglo xvi por los religiosos y los
moralistas reformadores. Esta mentalidad» por otra parte, co
mienza a desaparecer hoy día de nuestras ciudades y ya sólo
subsiste en nuestras aldeas, donde la ha encontrado el observa
dor americano.
El sentimiento de la inocencia infantil conduce, pues, a una
doble actitud moral con respecto a la niñez: preservarla de las
impurezas de la vida, especialmente de la sexualidad tolerada,
cuando no admitida, entre los adultos, y fortificarla desarrollan
do el carácter y la razón. Se puede pensar que hay ahí una
contradicción, ya que, por una parte, se conserva la infancia
y, por la otra, se la avejenta; mas esa contradicción sólo existe
para nosotros, hombres del siglo XX. La relación entre infancia,
primitivismo e irracionalismo o prelogicismo caracteriza nuestro
sentimiento contemporáneo de la infancia. Dicho sentimiento
apareció con Rousseau; pero pertenece a la historia del siglo xx.
Sólo recientemente ha sido admitido en las teorías de los psicó
logos, pedagogos, psicoanalistas, en la opinión pública; este
sentimiento es el que sirve de referencia al profesor americano
Wylie para evaluar la actitud que él descubre en una aldea
de Vaucluse, y en la que nosotros reconocemos la supervivencia
de otro sentimiento de la infancia, diferente y más antiguo,
nacido en los siglos xv y xvi y generalizado y popularizado
a partir del siglo xvii.
En esta concepción, antigua con respecto a nuestra menta
lidad contemporánea, pero nueva con respecto a la Edad Media,
las nociones de inocencia y razón no se oponían. Si puer prout
decet, vixit, se traduce en el francés de un tratado de urbani
dad de 1671: «SÍ el niño ha vivido como hombre»