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El Simbolismo del Mandala

Definición del mandala


En sánscrito, mandala
significa círculo, en especial
círculo mágico, pero en
sentido más amplio
representa medios auxiliares
de concentración y de
meditación construidos a
partir de círculos y de formas
derivadas del círculo, como
flores o ruedas, en el ámbito
indo-budista y también en el
Tibet lamaísta. Tales
estructuras son
generalmente dibujadas y pintadas, pero también se emplean
arquitectónicamente como planos en la construcción de
templos. En sentido propio son reproducciones espirituales del
orden del mundo, a menudo combinadas con elementos
derivados del cuadrado. La dirección hacia un centro tiende
hacia la concentración y la meditación. En el centro del
mandala, según la doctrina y el grado de iniciación, se
encuentran diversos símbolos.
Como ayudas para la meditación, estas imágenes de
mandalas se designan con el nombre sánscrito de yantras. Se
emplean en técnicas de visualización en las que, después de
contemplar largamente un mandala y memorizar sus
intrincadas figuras, se cierran los ojos y se trata de
representarlo internamente con todos sus detalles. Cada
cierto tiempo se abren los ojos y se compara con el original.
Una vez que el practicante adquiere mayor pericia, se
complica la técnica haciendo desaparecer en la imagen
mental cada uno de sus componentes, en un orden riguroso
hasta quedar en un absoluto blanco. Después se empieza a
poblar ese espacio mental - en el mismo orden de la
desaparición - hasta reconstruir el mandala en su totalidad.
No debe pensarse que la representación plástica del mandala
sea propia sólo de los budistas. Ellos solamente han
elaborado con mayor precisión una intuición antiquísima de
origen asirio-babilónico. Es ante todo un cosmograma, una
proyección geométrica del universo entero en su esquema
esencial, en su proceso de emanación y reabsorción (los días
y noches de Brahma). El mismo principio regula la
construcción de los templos, cada templo es un mandala. El
ingreso al templo no es solamente a un lugar consagrado,
sino que es la entrada al mysterium magnus. Quien cumpla el
rito de circunvalación según las reglas prescritas, recorre el
mecanismo secreto del mundo, hasta transfigurarse junto al
sanctum sanctorum, ya que al alcanzar el centro místico del
edificio sagrado se identifica con la unidad primordial.
El mandala es el paradigma de la evolución y la involución
cósmica en su retorno al centro del universo; pero simboliza
también el refluir de la experiencia de la psiquis en busca de
la unidad de consciencia para descubrir el principio ideal de
las cosas. No es solamente un cosmograma sino también un
psicograma, el esquema de la desintegración del uno en lo
múltiple y la reintegración de lo múltiple en el uno, en la
consciencia absoluta, entera y luminosa, que tendría que
brillar en lo profundo de nuestro ser. El hombre tiene en el
centro de sí mismo el principio recóndito de su propia vida, la
esencia misteriosa, el punto luminoso de consciencia del que
irradian las facultades psíquicas. Él tiene la vaga intuición de
esa luz que podría brillar dentro de sí, expandiéndose y
propagándose hacia planos espirituales.
Cuando el pintor de la India o del Tíbet dibuja un mandala, no
obedece a un arbitrio de la fantasía: sigue una tradición
precisa que le enseña a representar de una manera especial
el drama mismo de su alma. No pinta las imágenes de un
ícono, sino que vuelca los fantasmas de su yo profundo y así
los conoce, y de ese modo se libera,
El mandala en psicoterapia
En sus Memorias, Jung cuenta que durante la Primera Guerra
Mundial, siendo comandante de un campamento de
prisioneros en Suiza, empezó a dibujar cada mañana un
mandala que - según él - reflejaba su estado de ánimo
interno. Era como una radiografía de su psiquis. En ella iba
observando cambios sutiles en su crecimiento personal. Era
como si fuera armonizándose en torno a un núcleo, un punto
central, un centro magnético que lo iba conduciendo hacia
una paulatina integración. En aquel punto central estaban
condensadas todas sus posibilidades, esperando desplegarse
para llegar a un desarrollo pleno y armonioso, tal como un
director de orquesta da vida a lo escrito en un lenguaje
cifrado.
Al principio, comprendía muy poco lo que esto significaba,
pero gradualmente fue dándose cuenta que estaba teniendo
una experiencia extraordinariamente significante: aquellos
dibujos eran informes diarios sobre el trabajo interno que ese
punto central estaba efectuando en él. Comprendió que la
meta del desarrollo del individuo es su Ser, que su evolución
no es lineal sino en espiral, en una circunvalación ascendente
que se va acercando cada vez más al centro y cúspide de esa
espiral.
Continuó investigando y dibujando mandalas, sobre todo
cuando en su práctica como psiquiatra empezó a ver que sus
pacientes hacían dibujos espontáneos que iban evolucionando
a medida que avanzaban en lo que él llamó «proceso de
individuación». Esos dibujos iban siendo cada vez más
definidos y más armónicos durante este período. Algunos
aparecían en los sueños de los pacientes y ellos los dibujaban
para hacer más explícito el relato de su sueño.
Como fenómeno psicológico aparecen espontáneamente en
los sueños en ciertos estados de conflicto, también en algunos
casos de esquizofrenia. Con frecuencia contienen una
cuaternidad o un múltiplo de cuatro, como una cruz, un
cuadrado, un octagono. Por lo general aparecen en casos de
disociación o desorientación psíquica cuando la persona se
siente atrapada entre impulsos divergentes de igual potencia,
que le producen una sensación de desgarramiento interior.
Algunos son conscientes de ello y dicen: «Necesito
centrarme». También sucede en los comienzos de un estado
esquizofrénico, cuando el paciente empieza a sentir que su
visión del mundo se está haciendo confusa debido a la
invasión de contenidos del inconsciente que no es capaz de
procesar. Entonces pueden aparecer mandalas como instancia
salvadora (¿acaso los salvavidas no son circulares?). Es
posible observar cómo la imagen reguladora de un círculo
se impone - compensando el desorden y la confusión de la
psiquis - al mostrar un punto central alrededor del cual se
organiza la dispersa y contradictoria multiplicidad de
elementos, aparentemente irreconciliables. Por tratarse de
una figura arquetípica, trae consigo un impulso de
autosanación ancestral que no se origina en una reflexión
consciente.
Mientras que los mandalas rituales siempre muestran un
estilo definido y un número limitado de motivos típicos en su
diseño, los mandalas individuales presentan una riqueza
ilimitada de símbolos o alusiones simbólicas. Su fundamento
es la representación de una contradicción entre el Ser y el
ego, siendo el primero la totalidad de nuestra psiquis -
incluyendo el inconsciente - y el segundo, sólo un punto de
referencia de nuestra consciencia. A menudo aparecen en
series, mostrando una secuencia de estados desordenados,
caóticos, llenos de conflictos y angustia. Estas imágenes
pintadas con gran devoción, a veces por manos tan
inexpertas como las de un niño, son yantras a la manera
hindú, instrumentos de concentración, meditación y visión
introspectiva, que permiten realizar la experiencia interna de
un refugio seguro, de reconciliación y de totalidad.
La voluntad consciente no puede alcanzar tal unidad
simbólica, pues la consciencia sólo es parte de algo. Su
opositor es el inconsciente colectivo, el que no entiende
ningún lenguaje de la consciencia. Por lo tanto, se tiene
necesidad de símbolos mágicamente efectivos que contengan
aquellos analogismos primitivos que hablan a lo inconsciente.
Sólo mediante el símbolo puede ser alcanzado y expresado el
inconsciente. Por ese motivo - según Jung - jamás podrá el
proceso de individuación abstenerse de símbolos. El símbolo
es, por un lado, la expresión primitiva de lo inconsciente y,
por otro, una idea que corresponde al más alto grado de
intuición que pueda ser dado a la consciencia.
Saelas Jarrel

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