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E S T E ES UN LIBRO Q U E MEZCLA HUMOR

Y HORROR. SUS INGREDIENTES S O N :


UN NIÑO SEMIHUÉRFANO
Esteban Cabezos (EL DEL TÍTULO)
LA FANTASMAL
UNA NINJA COCINERA (PÉSIMA)
AVENTURA DEL NIÑO
DOS A B U E L O S C A Z A ESPÍRITUS
SEMIHUÉRFANO
UN PELIGROSO GITANO A U T Ó M A T A
UNA NIÑA F A N T A S M A MUY G U A P A
UNA PIRATA LLAMADA CAPITANA S O T O

UNA T R O P A GIGANTE DE NO-VIVOS

Y UN DEMONIO MUY FÉTIDO L L A M A D O


ESDRUBANIPALESCOZORMORTALBA-
BELFATAL.

ESTEBAN CABEZAS E S E L AUTOR D E

E S T E LIBRO. A D E M Á S E S PERIODISTA

Y CRÍTICO G A S T R O N Ó M I C O . E N 2010

GANÓ EL PREMIO BARCO DE VAPOR

P O R MARÍA LA DURA EN: NO QUIERO


SER NINJA. T A M B I É N H A P U B L I C A D O E N

E D I C I O N E S S M MARÍA LA DURA EN: UN

PROBLEMA PELUDO.

I S B N 978-956-264-983-4

A PARTIR DE 9 AÑOS

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1

E r a una noche negra como el calzoncillo de


un troll.
Aunque, como todos saben, los trolls no
se l i m p i a n m u y bien después de ir al baño,
por lo que sus calzoncillos no son completa-
mente negros.
En verdad, son u n asco completamente
irregular, u n verdadero mapa oscuro de sus
costumbres alimentarias.
Ojalá capten la idea, de todos modos.
Era una noche "negra" y una bandada
de cuervos volaba en círculos sobre la M a n -
sión Almonacid.
Y no es que hubiera u n cadáver sabroso
y putrefacto servido en bandeja y al aire libre.

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Dentro de la mansión imperaba el único
silencio que podía reinar allí, algo imperfecto.
En el hall de entrada se oían los engranajes
del autómata gitano que recibía a quien tras-
pasara sus puertas. Y aunque este permanecía
inmóvil, todo dentro de él estaba en constante
movimiento. En los pasillos se escuchaban las
minúsculas pisadas de aquellas ratas que aún
no habían sido eliminadas por Deimos y Pho-
bos, los dos gatos guardianes.
(Prestando más atención, se podían es-
cuchar conversaciones del tipo:
— H o y la comida estuvo pésima — d i j o
una rata.
—Es cierto —asintió otra—, la cocinera
ha perdido su buena mano).
Además, dentro de los once cuartos mis-
teriosos y absolutamente cerrados del edificio
se oían algunos sonidos poco humanos, como
una agudísima ópera cantada en latín o una
rutina de zapateo ejecutada por algún ser con
una anatomía más generosa y menos humana
sino que acostumbraban a sobrevolar esta que la que regala solo dos pies a cada uno de
gran casa porque a veces les tiraban algunos * sus socios.
restos al patio para que comieran, sobre todo Continuando el recorrido sonoro hacia
cuando los experimentos no resultaban o, más las torres, el silencio seguía siendo incom-
bien, cuando nadie probaba los platos exóticos pleto. Y no era el viento en las rendijas el que
de la cena (y con mucha razón, uf).

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silbaba, sino alguno de los fantasmas que v i - A continuación, y de ser posible, se h u -
vían allí sin pagar pensión, lo que podría con- bieran escuchado los pasos de Sue Wang, el
siderarse reprobable, ya que, por lo mismo, ama de llaves de la mansión, hacia la entra-
no cancelaban impuestos ni cumplían con sus da. Pero las pisadas de esta experta en artes
mínimas obligaciones como ciudadanos de marciales orientales, maestra de la lanza de
Burgolalandia, donde obviamente estamos. bambú, reina de la espada doble, experta en
Es que por todos es sabido que los fantasmas
son unos zánganos sin peso alguno.
¿Más ruidos en medio del supuesto si-
lencio? De los abundantes sótanos de la man-
sión brotaban algunos minúsculos quejidos,
pero gracias a las pesadas puertas cerradas
con candados y hechizos sobre cada una de
sus entradas, solo lograban salir unos pocos
y apagados lamentos. Lo único que podemos
comentar es que en una de sus mazmorras
pasa sus días el dios menor Nialtotpeh, señor
y patrono de los nabinásperos, unas verduras
que se extinguieron desde que Nialtotpeh está
encerrado en su celda. Sobre su delito, pode-
mos comentar que es u n enigma tan grande
como el sabor de los nabinásperos.
En resumen, era una noche casi negra
(por lo que ya comentamos de los trolls) y
también casi en silencio. Hasta que llegó el
amanecer y, con los primeros rayos del sol, se
escucharon unos golpes en la puerta principal.
Toe, toe (golpes en la puerta principal).

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estrellas voladoras, líder en explosiones i m -
previstas y venenos sin remedio, contadora de
chistes incomprensibles (aburridos) y autora
del mejor chop suey de la ciudad (según ella),
eran realmente imposibles de percibir.
Entonces, abrió la puerta.
Y así fue como ella se encontró con una
pequeña caja de madera sobre el felpudo de
la entrada. Este tenía escrita en lengua arcai-
ca y legendaria la frase " N u b zigurath ob ka-
tán", lo que traducido libremente significa "Sé
bienvenido extranjero y no olvides limpiar tus
pies, sean estos cuantos sean, si no quieres re-
cibir una patada en t u trasero".
(En verdad no dice "trasero", como po-
drán imaginar. Sería u n poco ñoño escribir
"trasero" en un felpudo de una ciudad como
Burgolalandia. Ya se darán cuenta cuando lle-
gue el momento).
Sue miró en todas direcciones, levantó
su pequeña nariz para olfatear algún rastro y
se colocó en pose de alerta ninja durante cerca
de media hora. Pero no había nadie cerca y no
pasó nada n i de casualidad (aparte de que le
quedó u n pequeño dolor en el cogote).
Einalmente, tomó la caja, dio media vuel-
ta y se dirigió hacia el gitano autómata. Se sacó

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í

tres pelos y los puso sobre la pesa de plata que Sue levantó la caja y comenzó a mirarla
yace en la falda de la figura. por todas sus partes. La movió con gentileza,
luego la dejó en su falda y comenzó a meditar
(Porque, como debieran saber, los g i -
sobre qué hacer, hasta que salió otra cartuli-
tanos autómatas solo funcionan con alguna
na desde Rahid: "¡¿Qué estás esperando?!" Y
ofrenda orgánica de quien los consulta: pe-
luego vino una más: "Quiero saber qué tiene
los, uñas o dientes es lo más común, aunque
dentro, inepta".
hay quienes han experimentado con algunos
efluvios corporales menos dignos, los que sí En ese minuto, Sue pensó en qué tarea
resultan, pero con el consiguiente mal humor era más urgente: abrir la caja o sacarle de cua-
del autómata. Y la idea es que responda con jo la cabeza al gitano mecánico.
gentileza). Entonces, optó por lo primero (no le ape-
—Dime, Rahid, ¿qué debería hacer con tecía mucho tener que reconstruir al robot esa
esta caja? mañana).
Entonces comenzaron a funcionar todos Abrió la caja y lo que había dentro era u n
los engranajes de este antiguo robot, mien- pastel parlante.
tras se sentía el resoplar de algunos fuelles ¿Qué distingue u n pastel común de u n
de cuero en su interior. Rahid abrió sus pár- pastel parlante? se preguntarán.
pados dejando ver sus ojos de v i d r i o , movió
su cabeza hacia la caja y por una rendija salió Es que el pastel parlante tiene encima las
una pequeña cartulina color rosa pálido con iniciales PP, o sea, pastel parlante.
la respuesta solicitada escrita en ella: "Ábrela, "Qué esperas, ¡cómetelo!".
mujer idiota".
Esto no era una voz interior en Sue, sino
(Bueno, esa es otra de las características otra de las cartulinas del amoroso de Rahid.
de estos autómatas que todo usuario debe co-
El ama de llaves mordió el pastel y co-
nocer. N o se caracterizan por su gentileza n i
menzó a hablar (ella, no el pastel):
por su tacto. Y, además, son rematadamente
machistas).

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"Primero que nada, Sue, si ahora estás "Te odio, ¿lo sabías? Y t u chop suey huele
junto a Rodrigo, cierra la boca y cómete luego a cloaca y a pichí de elfo" decía la tarjeta que
otro bocado en privado". Sue no se molestó en mirar.
Como el Tónico niño de la Mansión Almo-
nacid dormía como piedra, la celadora siguió
con su boca abierta, como si fuera el parlante
humano de una radio.
"Esta es una invitación para el pequeño
Rodrigo. Queremos que celebre sus trece años
junto a nosotros. Pero no es solo eso. Hemos
recibido noticias intranquilizadoras sobre el
destino de la última exploración de sus pa-
dres, por lo que queremos que esté junto a no-
sotros lo antes posible. Euego les contaremos
más a ambos".
Sue cerró su boca, con u n molesto dolor
en su quijada, tapó la caja y se dispuso a des-
pertar al hijo de los dueños de casa: el peque-
ño Rodrigo.
"Y yo tengo que quedarme aquí, ¿cierto,
torpe?" se leía en la tarjeta que emitió el gitano
autómata. ,
—... —fue la respuesta de Sue.
Antes de ir al dormitorio, la maestra del
chop suey puso lenta y pausadamente una pe-
sada tela negra sobre el autómata.

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H a y tantas, pero tantas historias sobre la


Mansión Almonacid que un resumen de ellas
ocuparía cerca de diez tomos escritos con letra
pequeña. Pero no es el momento n i el lugar
para ponerse detallistas, por lo que tendrán
que conformarse con unas pocas líneas. Y el
que quiera saber más, que se las arregle por
su cuenta. A ver cómo les va...
En esta gigantesca y mítica mansión v i -
ven actualmente Oliver y Úrsula, dos inves-
tigadores de todo aquello sobrenatural que
merezca la pena ser investigado. Ellos tienen
un hijo llamado Rodrigo, quien está a punto
de cumplir 13 años.
Y este trío, junto a Sue, a quien ya cono-
cimos un poco, son los inesperados habitantes
de esta amplia y aún ignota mansión.

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i es parte de la leyenda, pero que quedará para
¿Por qué?
después. Lo mismo que la explicación de por
Porque u n tío de Úrsula, d o n Walter
qué se llamaba así esta mansión).
Pratchett, se las heredó días antes de morir
(ellos no lo mataron, por si acaso). Y acepta- Eue por eso que aceptaron el regalo, que
ron este presente por una sola gran razón: era venía junto a Rahid y Sue, y lo convirtieron en
sabido por todos los investigadores de lo so- el hogar de Rodrigo, su pequeño hijo, quien
brenatural que esta casa tenía, entre todas sus en este preciso momento aún duerme en su
dependencias, trece piezas cerradas que solo pequeña pieza pintada de negro (negro-negro,
se abrían cuando lo decidiera Rahid, el gita- no negro-troll), en su cama negra y con un p i -
no autómata. Él tiene las llaves y es imposible jama negro.
quitárselas o sacárselas, incluso destruyéndo- Antes Rodrigo no era así, tan oscuro
lo. El último que lo intentó ahora es una de para sus gustos, pero después del accidente
las ratas que recorre la casa (la que protestaba en la pieza doce, el negro se convirtió en su
por la comida, porque fue u n famoso crítico color favorito. Porque, para el que sabe contar,
de restaurantes). Rahid está protegido por eran trece las piezas originalmente cerradas en
unos hechizos que, hasta el día de hoy, nadie la mansión. Y una fue la biblioteca, por lo que
ha podido contrarrestar. algo debía haber ocurrido para que solo que-
Pero aquí viene otra pregunta de cajón daran ahora once puertas por abrir.
y sin ánimo de alargar este resumen: ¿quién Para no continuar dando la lata, esto fue
querría una casa gigante con u n montón de lo que ocurrió:
habitaciones llenas de quién sabe qué? La res-
puesta es: Oliver y Úrsula, porque, según les Más o menos u n año atrás, el pequeño
aseguró el tío cuando aún respiraba, la prime- Rodrigo andaba dando vueltas por el hall de
ra de las trece habitaciones, la única que po- la casa. Era su cumpleaños número doce y
día ser abierta sin el consentimiento de Rahid, también se le había caído un diente, justo ese
guardaba su majestuosa biblioteca privada mismo día. Como todos estaban en la cocina
dedicada a lo oculto, a la que solo se podía preparando la celebración, aprovechó el des-
acceder después de la muerte de don Walter cuido y se fue a parar frente al gitano.
Pratchett (un deceso misterioso que también

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Rodrigo sabía que al cumplir 13 años te- Entonces el gitano buscó lentamente en
nía derecho a pedir una de las llaves (luego uno de sus múltiples bolsillos y sacó una pe-
explicaremos este detalle), pero pensó que, queña llave negra, la puso en un agujero fren-
por ser u n día de festejo, podían adelantarle el te a él y esta salió por una ranura hacia las
obsequio. Entonces puso su diente en la pesa manos del pequeño Rodrigo.
del autómata. En menos de u n minuto, el niño estaba
—Rahid —dijo—, hoy es m i cumpleaños frente a la puerta número doce. Y sin pensarlo
y quiero m i regalo. n i media vez, giró la cerradura y miró al inte-
rior del cuarto.
Se escuchó u n "clinc" y apareció una tar-
jeta: "Eeliz día, pero aún falta u n año". No se veía nada, pero el olor era indes-
criptiblemente inhumano, como si recién h u -
—Por favor, Rahid, dámelo ahora, no
biera terminado allí una fiesta de graduación
quiero esperar más.
de u n colegio de zombis (los zombis no pien-
" N o puedo darte aún la llave 11". san y menos estudian, pero les encanta andar
—¿La once? ¿No debiera ser la doce? en grupos e inventan todo tipo de excusas
para juntarse. Y si apestan en solitario, imagi-
"Te corresponde la 11". nen cómo lo hacen en manada).
—¿Y la doce es de alguien? Entonces, en medio de la pestilente oscu-
"La 12 no tiene dueño". ridad, brillaron u n par de ojos rojos.
—¿Me la das? —preguntó Rodrigo algo —Hola, niño humano —dijo.
impaciente. En ese instante Rodrigo se dijo a sí mis-
"Realmente no la quieres". mo algo del estilo: " O h , oh, creo que no de-
bería haber abierto esa puerta". Pero ya era
—La quiero.
demasiado tarde.
"Sin arrepentirte".
— M e encanta el aroma a carne fresca de
—Dije que la quiero. niño humano.
"Oh, o h " , se dijo Rodrigo de nuevo.

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— N o . Soy solo u n pequeño demonio lla-
—Y te mascaría entero —dijo la criatu-
mado Esdrubanipalescozormortalbabelfatal,
ra—, pero te necesito para otra cosa.
más conocido como Esdru.
—Eh, ¿para conversar?
—¿Y cómo es eso de conversarme desde
— A l g o así. Pero digamos que te conver- dentro, Esdru? —preguntó Rodrigo.
saré desde dentro. —Es que v o y a tomar posesión de t u
—¿Eres ventrílocuo? cuerpo. N o te preocupes, no duele. Pero te
advierto que tus eructos van a ser espantosos,
sin olvidar que vas a vivir con una indigestión
eterna, que van a crecerte las uñas y se te pon-
drán negras, que se te caerá el pelo y tu lengua
se partirá en dos. Pero, por otro lado, apren-
derás a hablar en muchos idiomas, lo que no
deja de ser beneficioso cuando tengas ganas
de irte a turistear.
—Creo que paso de la oferta, gracias.
—Lo siento, ya es tarde.
Eue entonces que se escuchó en toda la
Mansión Almonacid u n horrible grito, mezcla
de bestia y de niño, que llegó a todas partes.
Entre ellas, la cocina.
Y si los autómatas pudieran sonreír, se
podría jurar que Rahid no estaba serio en ese
sonoro instante.

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Lo que sucedió a continuación no es m u y
grato de describir. Primero, toda la familia
tuvo que correr mucho para intentar atrapar a
Rodrigo-Esdru, que se trepaba por los muros,
lanzaba escupos ácidos y dejaba una estela de
hedor que, por suerte, servía para guiarse al
seguirlo por los pasillos. Pero Rodrigo-Esdru
se escurría con una rapidez paranormal. Y su
objetivo era uno m u y claro: la puerta de sali-
da. Todas las otras vías hacia el exterior de la
Mansión Almonacid tenían conjuros que no
permitían el paso de los no vivos. Tampoco
de los demonios, dioses, semidioses y sub-
semidioses. N i siquiera de la babosa mística
de Samarkanda, que apenas calificaba como
irreal, pero igual. Y que, por lo demás, era
m u y fea para ser tomada en cuenta.

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"Soy el grandioso Esdrubanipalescozormor-
talbabelfatal, y tengo el cuerpo de su h i j o " ,
"Después de dos siglos de encierro Esdrubani-
palescozormortalbabelfatal es libre", "¿Cierto
que soy guapo? Es que soy el irresistible Es-
drubanipalescozormortalbabelfatal", "Tengo
un hambre de los m i l demonios y me comería
dos perros asados con ensalada de lechuga. Eo
dice el hambriento Esdrubanipalescozormor-
talbabelfatal, por si no lo sabían".
La más concentrada era Sue, ya que te-
nía en su poder unas cadenas para amarrar al
niño poseído, para luego sacarle el demonio,
si es que lograban saber cómo hacerlo.
—Oliver, Sue, vamos al hall de entrada
— d i j o Úrsula de improviso, con u n libro en
sus manos.
Una vez allí, dibujó en el suelo una pe-
queña estrella m u y extraña con u n círculo
dentro, usando su saliva y su dedo, con el que
iba sacando una tierra de color de una bolsita
de cuero.
Oliver corría con su maletín de pócimas
mientras Úrsula, apenas escuchó el nombre —Oliver, cuando Rodrigo se pare sobre
del demonio, se dirigió rauda a la biblioteca, a este círculo, hazle cariño en el pelo, pero solo
buscar alguna solución. Es que los demonios cuando yo te diga, no antes. Sue, cuando se
son m u y pero muy jactanciosos y este no pudo quede quieto, envuélvelo con las cadenas fir-
evitar decir su nombre unas cincuenta veces, memente. Solo tenemos u n minuto para hacer
mientras arrancaba de sus perseguidores. todo esto.

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Entonces Úrsula tomó u n litro y comen- —¿Y dejarán que redecore toda esta es-
zó a leer en voz alta: "Espíritu del grandioso y túpida mansión con m i magnífico gusto?
magnífico Esdrubanipalescozormortalbabelfa-
—Por supuesto, amo.
tal, te convocamos ante nuestra presencia para
rendirte pleitesía. Solo queremos ser tus sier- —Entonces los acepto como esclavos.
vos incondicionales".
—Pero antes debemos hacer algo m u y
El ambiente comenzó a llenarse de unos importante, m i señor.
humos color verde podrido (hay colores que
— A h , no —respondió Esdru—. Ya em-
apestan, ¿no?), entre los que no se veía nada
pezamos con las negociaciones y la letra chica.
de nada. Hasta que sintieron un gruñido so-
bre sus cabezas. Era él (Rodrigo-Esdru), que —Es que este es u n contrato entre h u -
se dejó (se dejaron) caer desde la lámpara de manos y demonios —dijo Úrsula— y en este
lágrimas hasta el centro del dibujo. instante usted no es un demonio n i es u n h u -
mano ciento por ciento.
En realidad era Rodrigo, pero ligeramen-
te cambiado. Se habían cumplido algunas de —Pero n i loco me salgo de este cuerpo.
las advertencias del demonio, sumadas a al- N i lo sueñes.
gunas cosas más (como los mocos purulentos —Entonces, deje que el niño sea parte de
que caían en cascada desde su nariz y la cera este trato. N o se negará —dijo Úrsula—. Soy
viscosa que salía por sus orejas, sin olvidar su madre y me hará caso.
una cola semejante a la de u n cocodrilo).
—¿Por qué será que esto me huele más
—¿Es cierto que quieren servirme y con- mal que yo?
vertirme en su señor? —dijo el niño+demonio.
—Es solo un minuto.
—Eso es verdad, señor de la podredum-
bre —respondieron. — N o les creo. Es una trampa.

—¿Y me darán de comer cosas ricas y me —Si acepta, honorable demonio — d i j o


Sue Wang—, le cocinaré m i famoso chop suey
harán una camita blanda con sábanas negras?
para que celebremos este trato.
—Sí, amo.
—¿Ese que huele como el infierno, pero

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bañado en salsa de soya? ¿El mismo multias- la cabeza. Y prepárense a sentir la rabia del
querosiento que sentí alguna vez por debajo demonio.
de la puerta de m i encierro?
Y después de un breve silencio...
—Eh, parece que es ese mismo —dijo.
—¡Nunca en m i vida había escuchado
—Acepto. Ya, mocoso, sale a conversar tanta frase melosa y tanto lugar común, y eso
por última vez con tus papitos. que he v i v i d o decenas de siglos! —vociferó
Esdru— ¡Son u n asco! ¡Merecen morir de dia-
—¿Papás? —dijo Rodrigo.
betes por lo melosos y pegotes! Me engañaron,
Entonces Úrsula ejecutó el plan para l i - humanos, pero se los haré pagar muy caro. Ja-
berar a su hijo. más saldré del cuerpo de su hijo. ¡Jamás! ¡¿Me
—Rápido, Oliver —le ordenó a su mari- escucharon?! ¡Jamás!
do—, tócale el pelo y dile cosas bonitas. Bueno, y para terminar este capítulo de
—¿Bonitas como qué? la historia, el "jamás" de Esdrubanipalesco-
zormortalbabelfatal duró cerca de una sema-
—Cosas tan tiernas y tan cursis como para
na, en la que el pobre de Rodrigo tuvo que
espantar a un demonio. Y tú, Sue, encadénalo.
estar encadenado y recibiendo conjuros, póci-
— H i j o mío —dijo Oliver—, eres la luz de mas y rezos milenarios, mientras el demonía-
m i vida, la sal de m i comida, el aire que res- co inquilino se resistía a salir de su nueva casa.
piro. Desde que naciste siento que el mundo
Einalmente, y lo que no fue para nada
es más pleno, que t u presencia en m i existir es
fácil, el pequeño quedó limpio de su huésped.
como u n faro que guía m i viaje por mares sin
Esdrubanipalescozormortalbabelfatal fue en-
mapa. Cuando te veo dormir por las noches,
cerrado en una pélela de plata, sellado con u n
me complazco en ser uno de los responsables
hechizo de Salomón y lanzado a uno de los
de que estés v i v o . Soy u n agradecido y u n
pozos subterráneos de la enorme casa, desde
afortunado, porque...
el cual se escuchan sus maldiciones. Y entre
—Suficiente —interrumpió Úrsula—, ya ellas, obviamente: "Aún me deben ese chop
está encadenado. Puedes sacarle la mano de suey, malditos mentirosos".

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Y aunque el demonio se fue lejos de Ro- 4
drigo, una mínima parte de Esdru nunca fue
totalmente expulsada. Y hay indicios de esto.
Primero, que los días de luna llena se siente un
aroma peculiar en los pasillos de la Mansión
Almonacid. Y no es el chop suey. Segundo, que
apareció ese nuevo gusto estético de Rodrigo
por el color negro (lo que justificó contar toda
esta vieja historia). Y lo tercero es que, a partir
de ese día, el niño ya liberado del demonio
(o casi) comenzó a sentir, misteriosamente, la
presencia de todo tipo de gentes antiguas y
nada de carnales. D e s p u é s de la llegada del pastel-invitación
O sea, comenzó a ver gente muerta. fue un día movido en la Mansión Almonacid.
Había que hacer maletas y dejar todo dispues-
Y todo por u n diente, algo de impacien-
to para abandonarla por unos cuantos días.
cia y un gitano mecánico. Había que regar y alimentar a las plantas car-
Por eso ya les advertimos: cuidado con nívoras y dejar el refrigerador con candado
el gitano. (no para evitar que lo abrieran, sino para que
las cosas que estaban dentro no escaparan).
Sue iba silenciosamente por los pasillos reno-
vando los hechizos de cierre en cada puerta y
ventana, mientras Rodrigo hacía una maleta
con su pijama negro, sus calcetines negros (de
cochinos) y algo de ropa de color negro.
Tenían prisa, ya que el viaje a la casa de
los abuelos era largo. Y, además, el niño que-
ría llegar luego, porque esperaba una buena

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sorpresa por su cumpleaños, para el que fal- —Eeeeeh, yo venía a sacar u n l i b r i t o
taba apenas u n día. —dijo Rodrigo—. Con permisito.
Camino a la puerta principal, Rodrigo — N o hay problema, subsobrino — d i j o
pasó por fuera de la biblioteca. N o sabía si amablemente el fantasma—, pase usted.
llevarse o no uno de los libros que tenía que —Y ¿cómo está la vida, tío Walter? Per-
estudiar, el Tractatus fungiforme (sobre hongos dón, la otra vida.
mulantes), pero finalmente entró a la pieza. Y
entonces vio al tío. A l tío muerto, al exdueño — N o me quejo, pero hay cosas que ex-
de la mansión, sentado en u n sofá. traño en cantidad, como el chop suey de Sue y
mis zapatillas peludas de conejitos.
—Ah.
—Y también echo de menos sacarme los
pelos de las orejas.
— A h , ya. M u y bien — d i j o Rodrigo, ya
u n tanto asqueado—. Pero no le quito más
tiempo, porque tengo que ir donde mis abue-
los y vine a buscar un libro que debo estudiar.
— M u y bien. El saber nos hace grandes.
—Y aburridos, perdón, inteligentes.
—Pero antes de que te vayas, Rodrigo,
tengo algo que decirte. Primero, que también
extraño sacarme los puntos negros. Y lo otro,
no menos importante, es que no olvides que
mañana es t u cumpleaños y que Rahid debe
entregarte t u llave.
—Pero mañana estaré lejos —repuso
preocupado Rodrigo.

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—Eso es u n problema, porque cuando para la ocasión. Se detuvo, puso la ofrenda
pase t u día no habrá más llave. en la balanza y los engranajes comenzaron
—Pero tengo que irme. a moverse. Rahid levantó sus párpados de
cuero y los ojos de v i d r i o se movieron como
—Entonces negocia con el gitano —sugi-
si miraran. Entonces salió una tarjeta de color
rió el tío Walter.
rosa pálido.
—Es que no le tengo mucha confianza
"Hola, semi Esdru. Ja, ja, ja".
que digamos.
—Gracioso. Ya, déjate de bromas, que
— L o peor que puede pasar es que te
m i tío me dijo que podías darme el regalo por
diga que no.
adelantado.
—¿Y si me dice que sí?
"¿De verdad lo quieres? Porque no está
—Puedes acceder a t u regalo, pero te ad- completo".
vierto que al no tener aún los trece años, pue-
—Sí, no tengo opción. Dame la llave.
de que no te llegue completo.
El autómata buscó en uno de los bolsillos
—Ya estoy juntando miedo —dijo Rodri-
de su chaqueta y sacó una llave dorada termi-
go—. ¿Y eso es malo?
nada en una cruz, movió su mano en dirección
— N o , solo incompleto. Pero no esperes al agujero y la dejó caer.
más, anda a ver a Rahid.
"Suerte".
—Bueno, le haré caso, tío. Hasta luego,
En menos de un minuto, Rodrigo estaba
nos vemos.
frente a la puerta número trece, con Sue a sus
—Adiós y feliz cumpleaños adelantado espaldas.
—dijo el fantasma antes de desvanecerse.
—¿La abro?
Rodrigo, como todo niño ante la opción
—Sí —respondió Sue—. Los regalos no
de recibir algo, fue corriendo a enfrentarse al
pueden ser malos.
gitano. Llevaba la mano en el bolsillo y, dentro
de esta, apretaba u n diente de leche guardado —¿Estás segura de lo que dices? —insis-
tió Rodrigo.

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— N o , pero quiero saber qué hay detrás — H a g a m o s una p r u e b a — p r o p u s o
de la puerta. Sue—: Rodrigo, ¡bésame los pies!
—Yo también. — N i loco, ¡qué asco!
Y lo que vieron ante ellos era u n cuarto — A l parecer no te pones obediente.
absolutamente vacío. Aunque al acostumbrar- — A ver tú: Sue, ¡arrodíllate ante mí, soy
se a la oscuridad era posible ver un minúsculo tu amo!
dulce en el suelo, justo en el centro de la habi-
tación. A l acercárselo, Rodrigo pudo leer en su -Ja.
envoltorio: "Dulce obediente". —Bueno. A falta de manual de instruc-
— A lo mejor te vuelves u n mejor niño si ciones, habrá que esperar a que el famoso re-
te lo comes —dijo Sue con sarcasmo. galo, por el que esperé tantísimos años, sirva
para algo.
—¿Y se supone que eso es un regalo?
—Ya, basta de gruñidos. Vámonos.
—Bueno, u n regalo para tus padres.
A f u e r a los esperaba una carroza, y ,
— H u m . ¿Me lo como? mientras el cochero iba subiendo el equipaje,
—Se ve rico. Sue dejó a los gatos Deimos y Phobos conver-
tidos en piedra, flanqueando y protegiendo la
—Ya. Total, ¿qué puede ser peor que ser
puerta principal. Ellos eran los primeros guar-
poseído por u n demonio fétido?
dianes de la mansión. Si alguien los evadía, lo
—Se me ocurren como cien cosas... peor estaba dentro, ya que Rahid tenía otras
—Pero si no me arriesgo, jamás sabré cualidades de las que aún no hemos hablado,
qué pasa. aparte de su retorcido sentido del humor. O,
más bien, era capaz de usar con los intrusos su
Glup (ese fue el sonido del dulce desli- retorcido sentido del humor de otras formas
zándose por la garganta de Rodrigo). que es mejor no conocer.
— M e siento igualito — d i j o — . Y tenía
gusto a pera.

38 39
B u r g o l a l a n d i a es una ciudad que nació por
la magia. O, más bien, por la fiebre de todos
los cazafortunas que buscaban una veta de
cuarzo violeta, el mejor material para hacer
hechizos de amor.
Ocurrió hace cientos de años, en la Era
del Conejo Tembloroso, cuando un sujeto lla-
mado Alf Eñique iba montado en su burra por
estas tierras que, en ese entonces, eran un pe-
ladero sin vida (aparte de algunos pequeños
monstruos desérticos arenófagos, u n par de
zombis y los cuervos que estaban empeñados
en comerse al par de zombis).
Eñique se detuvo en la mitad de la nada
para hacer un fuego y calentar su sopa de na-
binásperos (es una historia vieja). Estaba en

41
Ese fue el i n i c i o de B u r g o l a l a n d i a y
también la explicación de por qué la fuente de
su plaza principal está compuesta de estatuas
de burras con sombrero que escupen agua en
poses de ballet.
También es la explicación de por qué el
himno de la ciudad tiene u n coro de sonoros
rebuznos amorosos.
Después de Eñique llegaron centenares,
miles de buscadores de cuarzo violeta. Y la
verdad es que había para todos y la fortuna
no les fue esquiva, pero fueron pocos los que
volvieron a sus respectivas ciudades a contar
eso cuando se dio cuenta de que las rocas con
sus éxitos. La razón fue una: el mismísimo
las que había rodeado su fogata despedían u n
cuarzo. Por eso la población del lugar creció
leve color violeta. Tomó una de ellas y, como
a una velocidad del tipo conejo, sentando las
hace todo buen minero, le pasó la lengua por
bases de la actual Burgolalandia.
encima. (Es cierto que hacen esto, porque son
como catadores de vino. Y también escupen La Mansión A l m o n a c i d se encontraba
siempre después de probar, porque comerse en el centro de esta ciudad, cerca del palacio
una piedra no es buen negocio para el estó- de gobierno y de la fuente antes mencionada.
mago. N i cuando entra y menos cuando sale). Su nombre, decían, era una derivación de u n
rebuzno. O sea, que Almonacid fue, original-
La leyenda cuenta que Eñique se percató
mente, ahhhh-moooon-acid. Pero como la his-
de inmediato de su hallazgo, en especial por-
toria no ha sido escrita por los burros, que no
que se enamoró locamente de su burra. Dejó
pueden escribir por sus pezuñas, ha quedado
una marca y volvió allí una semana después,
la duda para que la resuelvan los historiado-
esta vez montado sobre u n caballo. La burra
res humanos. Si es que pueden.
iba a su lado, con u n sombrero floreado y u n
collar que le hacía juego.

42 43
Los abuelos de Rodrigo vivían algo lejos 6
del centro de la urbe, en las afueras, en una
zona conocida como Socavón Fantasma. La ra-
zón del nombre no puede ser más simple: los
fantasmas de la ciudad vacacionaban en esas
tierras debido a que el clima les hacía bien a
sus cuerpos protoplasmáticos, los mantenía
m u y transparentes y sus aullidos mejoraban
con el aire de la montaña. Eso es lo que se de-
cía, porque pocos podían verlos (como ahora
puede hacerlo nuestro pequeño protagonista),
pero sí era cierto que al aumentar el calor en
esa zona se escuchaban unos aullidos que pa- E l camino a Socavón Fantasma no estaba en
raban los pelos. Y además el bronceador des- m u y buen estado.
aparecía de las farmacias en esas fechas (como
si les sirviera para algo...). —Su-su-Sue, ¿cuán-cuán-cuánto falta?
—preguntó Rodrigo al ritmo del camino.
Estos abuelos de Rodrigo (ya sabrán más
—Po-po-pocoparece.
tarde de los otros, no menos importantes y
fantasmagóricos) vivían allí en una mansión —¿Cuán-cuán-cuántoespoco?
embrujada, con u n cementerio en el patio
—Co-co-comounaho-ho-hora.
trasero. Eran gente feliz, agradable y nada
estresada, aunque siempre tenían demasiado Eue una lar-lar-larga hora.
trabajo. Tanto, que muchas veces tenían que Cuando se bajaron de la carroza, Sue y
llevárselo a la casa. Es que eran cazadores Rodrigo todavía seguían hablando algo mo-
de fantasmas. Además, la locación vecina vidos. La puerta de la mansión se abrió y sa-
les generaba a ratos u n trabajo extra: nunca lieron dos personas ancianas, m u y flacas y de
faltaba el espíritu desubicado que venía desde pelo canoso, llenas de colgantes mágicos y de
el cementerio a pedir una taza de azúcar. Y tatuajes en idiomas extraños en las manos.
que no volvía nunca más a su tumba.

44 45
Esos eran los tatuajes visibles, porque
bajo la ropa no había parte de su cuerpo que
no estuviera escrito o dibujado. Se habrían vis-
to como unas alfombras exóticas si estuvieran
pianitos y secos, pero estaban Uenitos y vivitos.
—Ho-ho-holabuelos.
—¿Estás enfermo nieto? —preguntó
preocupado el abuelo.
—No-no-noestoy en-en-en-enfermo.
—¿Y por-por-porqué tar-tar-tarmudeas?
—Ya, no me molesten.
—¡Nieto! —exclamó la abuela— ¡te curaste!
—Ya, oh. Es que el viaje fue m u y m o v i -
do. Y tengo que ir al baño, urgente.
—Pasen, pasen. Adelante, nieto —dijo el
abuelo—. Y es u n gusto verte de nuevo, m i
estimada Sue Wang.
—Tam-tam-también es un-un-ungusto
— d i j o Sue—. Y tam-tam-también tengo que
hacer pi-pi-pipí.
—Pasen, miccionen y luego hablamos.
Entrar a esa mansión era como ingresar a
un museo de lo imposible. Esculturas de dio-
ses extraños de pueblos antiguos, como la de
Soh-pa-pop, señor de las cloacas. O la de la

47
diosa de la adolescencia, Esh-pin-nniya. Del
techo colgaban toda clase de amuletos, hue-
sos y calaveras de seres ya inexistentes, como
el lémur flautista de dos cabezas o el hámster
bailarín de ocho patas. Había fotos de fantas-
mas, obtenidas con una cámara especial i n -
ventada por los dueños de casa. U n picnic de
fantasmas, una carrera de ensacados de fan-
tasmas y hasta un baile fantasmal, todos dan-
zando al ritmo del twist del esqueleto (obvio).

Pero todo esto pasó desapercibido para


Rodrigo, que fue rápidamente corriendo en
dirección al baño.
Después de aliviarse, se lavó las manos
y alguien le pasó una toalla.
—Gracias... eh —dijo Rodrigo—, ¿quién
eres tú y qué haces aquí, por ser?
—Soy Olga, la ayudante de tus abuelos, (seguramente unos siglos) y que nunca pasa-
para servirte. ría algo romántico entre ellos, porque estaba
—Y, ¿cómo entraste al baño? más muerta que una mesa. Una pena.

—Atravesé la puerta. —Gracias, Olga, nos vemos.

Entonces el pequeño vio que la joven es- — N o s vemos, porque por lo visto tú
puedes verme.
taba flotando en el aire y que sus ropas eran
m u y anticuadas, llenas de botones innecesa- —Cierto. Adiós.
rios y lazos que para nada servían. Y también
Rodrigo fue al living de la mansión, don-
se fue armando rápidamente una opinión de
de ya estaban Sue y sus abuelos tomando té y
ella: que era m u y bonita, algo mayor que él

48
49
masticando unas galletas en forma de hueso. —Qué interesante — d i j o la abuela—,
Un bonito y macabro detalle, muy de su abuela. porque efectivamente ella nos ayuda en nues-
tros trabajos cada vez que la llamamos. A veces
— R o d r i g o , siéntate u n rato para que
nos da pistas o nos guía en nuestras investiga-
nos cuentes qué ha sido de t u vida, pequeño
ciones, porque está condenada a servir a los v i -
—dijo el abuelo.
vos antes de dar el siguiente paso al más allá.
—Bueno, imagino que saben que fui po- Y como nuestra misión es hacerla cruzar esa
seído por un demonio. frontera, hemos optado por integrarla a nuestro
—Nos enteramos. Debió ser una expe- equipo para ayudarla. Pero nunca la hemos vis-
riencia interesante. to. Y cuando intentamos sacarle una foto, ella
nos dio a entender que estaba despeinada y no
—Y ahora me toca preguntar a mí — i n - quiso posar.
terrumpió Rodrigo—: Me encantaría saber
quién es Olga, su ayudante. —Qué vanidosa —dijo Rodrigo—, aun-
que seguramente lo es porque también es muy
bonita.
— ¿ C ó m o sabes de la pequeña Olga?
— M i pequeño se enamoró — d i j o Sue
—preguntó la abuela. pestañeando.
— N i tan pequeña. Es u n poco más alta
— N o , no seas latera, pero eso no me p r i -
que yo y además flota, por lo que me veo más va de tener buen gusto.
chico aún.
Entonces Rodrigo sintió una mano que
—¿La viste? pasaba suavemente por sobre su pelo y un su-
-Obvio que la v i —respondió algo gru- surro que le decía "graciaaasssss".
ñón Rodrigo—. Ver espectros es uno de los
Y casi casi le volvieron los tiritones y los
regalos que me dejó el maldito de Esdru des-
tartamudeos.
pués de que me ocupó de envase. Aparte de
otras cosas q;^:^r^í|rtjTibj4^^

BIBLIOTECA
^ HISPANOAMERICANO ^

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7

j A i h o r a viene el turno de explicar quiénes


son los abuelos tatuados. Se llaman Renato y
Consuelo y se conocieron de una forma que
alguna gente podría catalogar de "romántica".
Seguramente u n par de momias opina-
rían eso, pero bueno.
Renato estudiaba latín en la universidad
y Consuelo estudiaba arameo. O sea, les gus-
taban las lenguas muertas, llamadas de ese
modo porque solo se usan en encuentros de
cadáveres copuchentos y buenos para hablar,
aunque sus lenguas ya estuvieran resecas y
desaparecidas, por lo que "hablar" sería más
bien una figura poética.
Renato era una de esas personas que
amaba la música que ya nadie toca, por vieja

53
y desaparecida. Buscaba partituras antiguas, lucha titánica contra la diosa-bistec, cuando
lograba encontrar instrumentos que estaban Renato se acercó a ella.
en los museos y se lanzaba a reconstruir —Una razón más para no ser vegetaria-
los sonidos de u n pasado que estaba más ^ no, ¿no? —dijo con tono seductor.
que o l v i d a d o . Menos para él y sus gustos
añejísimos. —¿Perdón?

Consuelo estudiaba leyendas perdidas, —Bueno, es que ser vegetariano en esos


exploraba mapas celestes grabados en tabli- tiempos era algo peligroso. Por algo hoy es-
llas de arcilla e intentaba cocinar las recetas tamos entre ruinas y no en la capital de u n
de pueblos hechos polvo y borrados por el imperio vegetal.
viento. Se sentía en extremo cómoda cuando —Bueno, será difícil, pero yo no como
percibía el aroma de una tumba recién abierta. cadáveres.
También era, como Renato, una adoradora de
—Yo tampoco, pero era una excusa para
lo pasado, m u y pasado. Aunque cuando una
conversar. Me llamo Renato.
de sus viejas recetas quedaba horrorosa, le en-
traba una pequeña duda al respecto y pedía —Y yo me llamo Consuelo.
una pizza a domicilio.
—Soy vegetariano, hablo latín y solo toco
A lo mejor sus caminos jamás se hubie- música de cuando no existía la electricidad.
ran cruzado, pero, de casualidad (aunque no —Yo también soy vegetariana, hablo
existe eso en el mapa celeste), ambos se en- • arameo y cocino recetas de cuando no existía
centraron cuando visitaban unas ruinas. Los el refrigerador.
dos habían tomado u n tour para conocer el
antiquísimo templo devastado de los dioses- —También tengo tatuajes antihechizos
verdura (entre ellos, el de los nabinásperos), en m i espalda.
unas deidades desaparecidas de los antiguos —Yo me hice unos cuantos para llamar a
pueblos agrarios del Viejo Continente. Con- la buena fortuna.
suelo se había acercado a u n mural en el que
— M i barco de vuelta es el Corto Maltés
se veía al sangriento dios-alcachofa en una
—dijo Renato.

54 55
El mío también. marinos, pues la pieza clausurada era donde
estaba todo el vino y el ron, por lo que duran-
—¿Quieres ser m i amiga?
te el largo viaje se escuchó cada noche la fiesta
—Depende. ¿Sabes jugar bachillerato en que tenían allí dentro los fantasmas, mientras el
lenguas muertas? resto del barco tomaba solo agua y té.
—Fui el campeón de m i colegio. Me gané Cuando arribaron a Burgolalandia, nun-
una estatuilla de la diosa Abu-Rhida, patrona ca más se separaron (ya lo habíamos dicho,
de las bibliotecas. pero es por si no lo habían computado).
—Creo que nos vamos a llevar bien Su fama de cazaespectros se repartió por
—predijo Consuelo. las ciudades.
—Y a la antigua, creo. Se casaron y tuvieron una niña. Y esta
Desde ese día jamás se separaron. Ade- niña creció y es la mamá de Rodrigo, Úrsula.
más que en el viaje de vuelta en el Corto M a l - Y así es como ahora volvemos a la casa
tés hubo una invasión de espíritus chocarreros, donde estábamos antes de este largo rodeo
los que comenzaron a molestar a los pasajeros histórico.
haciéndoles sábanas cortas y poniendo pelos
de rata en sus cepillos de dientes. Afortuna- Sobre los tatuajes que recorren los cuer-
damente, Renato tenía entre sus libros uno de pos de ambos, lo dejaremos a la imaginación
hechizos para limpiar casas poseídas. Consue- de cada uno. Aunque dicen que después de
lo, por su parte, llevaba unos cuantos amuletos unos del tipo antidemonios que se tatuaron en
para apresar espectros. Cuando ambos se die- una parte de atrás, no pudieron sentarse como
ron cuenta de que los fantasmas sabían latín en u n mes.
(porque escribieron con jabón y en ese idioma Auch. Fue un dolor demoníaco, dicen.
una frase algo ofensiva sobre u n espejo), p u -
sieron manos a la obra y, contra todo pronós-
tico, lograron encerrar a los invasores en uno
de los camarotes. Después de poner los sellos,
todos los tripulantes los felicitaron. Menos los

56 57
8

E s t a b a todo el grupo espiritual (ya verán)


y carnal reunido en torno a unas tazas de té
caliente y de sospechoso color verde, cuando
el silencio fue roto por una extraña noticia.
—Rodrigo, tenemos algo importante que
contarte —dijeron los abuelos.
—¿Algo sobre m i regalo de cumpleaños?
— H u m , no. Algo sobre tus padres.
—¿Qué pasó? —preguntó Rodrigo algo
angustiado.
—Es que nos enteramos hace poco de
que su exploración no está resultando m u y
exitosa que digamos.
—¿Y cómo saben eso?

59
—Nos lo dijo el fantasma de su ayudante. —Entonces debajo de la " a " estaba es-
—Eh, ¿su ayudante está muerto? condida una tribu de caníbales —dedujo Ro-
drigo de inmediato.
—Qué bueno que entiendes a la primera
—dijo aliviada la abuela—. Así será más fácil. —Parece que sí. Por lo que nos contó
Sí, el pobre de Nibaldo está muerto. Y no solo Nibaldo, arribaron a la costa y se encontraron
eso: se lo comieron unos caníbales. con una estatua gigante en la playa. Estaban
felices, ya que supusieron que había vida inte-
Rodrigo palideció. Sue también, aunque
ligente en la isla. Pero al ver de cerca la escul-
se le notó menos (por su color de piel, obvio).
tura, se dieron cuenta de que tenía u n collar
—Pero, ¿dónde están mis papás? —pre- de calaveras, unas pulseras de huesos y una
guntó Rodrigo más angustiado— ¿Qué esta- mesa de piedra frente a ella, algo manchada.
ban haciendo en un lugar lleno de caníbales? —De sangre.
Entonces el abuelo Renato se acercó a u n
—Sí, entonces dieron media vuelta e i n -
gran mapa. tentaron llegar a su barco, cuando comenzó
—Aquí estamos nosotros, en Burgolalan- una lluvia de flechas y . . .
dia. Si tú navegas desde nuestra costa hacia
En ese minuto la mesa del comedor co-
el oeste, en línea recta, llegas al archipiélago menzó a moverse. Primero ligeramente; luego,
de Las Gónadas. Hasta ahí, todo es materia saltó de su lugar.
conocida. Pero tus padres se dieron cuenta
de que en todos los mapas estaba puesto el —Debe ser Nibaldo —dijo la abuela.
nombre del mar Macabro en el mismo sitio. Entonces apareció u n fantasma con u n
Y como son exploradores, se preguntaron si aspecto algo singular, ya que llevaba su ca-
podía haber alguna isla escondida bajo esas le- beza bajo el brazo. Y la cabeza no estaba m u y
tras. Hace unos años navegaron bajo las letras feliz que digamos.
" b " , "r" y "o", sin encontrar nada, pero en las
aguas cerca de la " b " vieron algunas gaviotas —Perdón —interrumpió N i b a l d o — ,
pero creo que esa historia es mía y soy yo
y sospecharon que podía haber algo cerca. Ese
quien debe contarla.
era el objetivo de este viaje.

60 61
la mesa y sin n i n g u n a cuota de pasión, n i
aventura, n i nada. Por eso, mejor escucha m i
versión de la historia.
—Soy todo oídos.
—Como dijo t u abuelo, llegamos a la
playa y nos encontramos con la estatua. Tus
padres quisieron volver de inmediato, pero
m i espíritu aventurero me decía que teníamos
que seguir. Einalmente, no logré convencerlos,
pero mientras subíamos al barco, comenzaron
a caernos lanzas y flechas por todos lados.
M i e n t r a s ellos se escondían e intentaban
hacer partir la nave, yo tomé m i rifle y los
mantuve a raya lo más que pude, pero era
una tarea imposible. Eran cientos, gritando y
corriendo, con los rostros pintados de blanco,
como si fueran unos esqueletos guerreros.
—¿Tú eres Nibaldo? —preguntó Rodrigo.
Disparé y disparé, pero era inútil. Las balas
—¿Lo puedes ver?—preguntó Sue. se me acabaron y, como último recurso, tomé
—Sí, y en realidad no se ve muy comple- una bengala y la lancé al cielo. Se hizo u n
silencio y aproveché de pararme en la punta
to que digamos.
del barco y dirigirme a ellos. "Somos dioses
—Entonces habla con él y luego nos blancos y venimos en son de paz" alcancé a
cuentas, nieto — d i j o el abuelo—. De todas decir antes de que me dejaran como alfiletero.
formas, algo sabemos, ya que nos lo dijo con Después subieron y tomaron a tus papás como
otros métodos para hablar con espíritus, unos prisioneros. Todo esto lo veía desde arriba
más lentos, como en una toma superpanorámica, porque
—¿Tontos? ¡Absolutamente antiguos! estaba bien muerto, entenderás.
—largó N i b a l d o a Rodrigo—, con golpes en

62 63
—¿Qué pasó con mis papás? —insistió
Rodrigo.
—Espera, primero tienes que saber qué
pasó conmigo, aunque lo de tus papás fue
simple: los amarraron, los llevaron a su aldea
y hasta hoy los tienen prisioneros en una cue-
va. Conmigo se tomaron su tiempo. Llamaron
a uno de ellos, que venía con u n delantal y un
montón de cuchillos de todos tipos. Yo creo
que deben de haberlos juntado de todos los
barcos que pasaron por allí y nunca volvie-
ron. Entonces, el cocinero me puso en la mesa
frente al ídolo y me convirtió en u n montón
de pedacitos. Se los repartieron y me prepara-
ron a la parrilla, en sopa, como charqui, como
sushi, en guiso, a la plancha y, debo confesár-
telo, creo que quedé bastante sabroso, porque
dejaron solo mis huesitos.
—Qué didáctico, Nibaldo. Ahora entien- ¿Cier-to, Ni-bal-do? Por ejemplo: ¿dónde está
do por qué no pudiste contar esto en detalle a exactamente la isla?
los abuelos. — N o tengo ganas de decírtelo —dijo N i -
—Es que no tienen mucha imaginación baldo—, porque tus papás son responsables
para hacer preguntas que solo pueden respon- en parte de que haya terminado como cena de
derse con un golpe o dos. esos bárbaros.

—Vaya, por eso no saben lo más impor- — A ver, Nibaldo, parece que no me es-
tante ¿no? Bueno, aparte de los detalles san- cuchaste. Quiero encontrar a mis papás. ¿Dón-
grientos. Pero tú me lo dirás, ¿cierto, Nibaldo? de está esa isla?

64 65
—Si navegas hacia al oeste siguiendo el 9
trópico del Perro, puedes hacer caer una línea
desde la estrella principal de la constelación
del Mono Didáctico, pero —dijo el fantasma
algo s o r p r e n d i d o — yo no quería decírtelo,
pero lo dije i g u a l . . . ¿por qué lo dije?, ¿cómo
lo hiciste?, ¿por qué te obedecí?
— N o lo sé, pero gracias. Y ándate por
favor, que ya me molestas.
— M e voy, pero no quería irme... ¿cómo
lo haces?... adiós. Puf.
E s a fue una noche silenciosa. Hubo cena y
Como algunos de ustedes podrán dedu- se conversaron algunos temas sobre qué ha-
cir (los más inteligentes, ojo burros), he aquí la bía que llevar en la expedición de rescate. La
solución al enigma del dulce mágico. A l pare- idea de los abuelos era partir lo antes posible,
cer, son los espíritus los que deben obedecer ya que los papás de Rodrigo podían terminar
a Rodrigo, no los humanos. Y con esta revela- en la olla si no se apuraban. Planificaron todo
ción, cerramos este capítulo. rápidamente, se dijeron buenas noches y cada
Aunque sin dejar de lado una reflexión uno fue a su pieza a descansar.
extra: esto ¿significa que Olga debiera obede- Aunque Rodrigo, obviamente, no podía
cer a Rodrigo? ¿Traerá eso algún problema a dormir. Entonces apareció Olga.
futuro? Vaya uno a saber.
—Imagino que estás pensando en tus pa-
pás y en lo que les pueda pasar —le dijo.
—Sí. El relato de N i b a l d o no fue m u y
tranquilizador al respecto.
—Pero él ya estaba muerto cuando lo cor-
taron en pedacitos. A lo mejor no hacen parri-
lladas con los vivos.

66 67
—Prefiero n i pensar en la posibilidad —Buenas noches, niño humano.
—dijo Rodrigo—, gracias.
A l día siguiente, y desde m u y tempra-
— L o siento. Estaba tratando de darte no, la casa fue un desorden absoluto. Maletas,
algo de esperanza. carpas, rifles, amuletos, todo se juntaba en la
—¿Y has hablado con Nibaldo? sala principal, mientras Renato llamaba para
que los transportaran al puerto. Entonces, en
—Sí —respondió Olga—, aunque es u n medio del bullicio, alguien comenzó a cantar
poco incómodo mirarle la cabeza que no tiene m u y despacito.
sobre su cuello, sino bajo el brazo. Me ha con-
tado que a tus papás no les han hecho nada, Era Sue.
que los mantienen encerrados y les dan comi- —Cuuuuumpleañoooos feeeliz...
da y agua todos los días. Y que el indígena-
Y el resto se sumó.
cocinero no se les ha acercado n i se interesa en
ellos, por ahora. —Te deseaaamos a t i . . . Eeliz cumplea-
ños, Rodrigo, que los cumplas feeeeliz...
—Por lo menos.
N o hay que olvidar que Rodrigo, pese
—Además —continuó Olga—, me contó
a todo lo intenso que ha pasado en su corta
que en estos días toda la tribu ha comido solo
vida, es finalmente un niño. Por eso soltó u n
de los vegetales que cultivan cerca de la aldea.
lagrimón mientras recibía unos paquetes de
Parece que no son carnívoros fanáticos.
sus abuelos y de Sue.
—Ojalá sea así. Te agradezco la informa-
—Gracias —dijo, mientras abría los rega-
ción, Olga. los—, pero ¿qué es esto?
— O tal vez tienen problemas de tránsito
—Es una brújula mística. Su punta indi-
intestinal lento, quién sabe. Pero yo estoy para
ca siempre hacia al lugar donde hay mayor
ayudarte y tranquilizarte. Espero que duermas
presencia de espíritus.
más tranquilo después de lo que te he contado.
—Gracias, abuela. Y esto, abuelo, ¿qué es?
— O K . , gracias. Buenas noches, amiga
fantasma. —Es una pulsera espantaespectros. Si

68 69
la tienes puesta, es m u y difícil que puedan Entonces Rodrigo vio a Olga traspasan-
molestarte. Tiene una semilla que les resulta do una de las paredes en su dirección. Estaba
extremadamente fétida. más linda que antes. Más peinada, con una
ropa negra ajustada y con sus labios pintados
—Muchas gracias. Y este debe ser t u re-
rojo guinda seca y sus ojos con una sutil más-
galo, Sue. ¿Qué es? cara oscura.
— U n desodorante mágico que, espero,
—Gracias, Olga, gracias. Me encantó.
te quite el olor de Esdru en las noches de luna
llena. Porque apestas horrible, en serio. —Qué bueno, porque me costó mucho
sacárselo al cadáver que lo tenía. Como esta-
—Tan amorosa. ba fresco todavía, y algo hinchado, tuve que
—Así soy — d i j o Sue, jactanciosa— ¿Y cortarle el dedo.
alguien sabe qué es este paquete chico y en-
— A h , ya. U n bonito gesto.
vuelto en papel viejo que quedó en la mesa?
—Es que quería entregarte algo que te
— N o sé —respondió Rodrigo—. ¿Uste-
gustara mucho, Rodrigo. Y me pareció que te-
des saben? nía que ver con t u estilo.
— N o —dijo la abuela.
—¿Y cuál crees que es m i estilo? —pre-
— N o —dijo el abuelo. guntó el niño.
— N o — d i j o Sue. — U n o algo gótico, creo. Por t u relación
—Da lo mismo — d i j o Rodrigo—, igual con nosotros, los no vivos.
lo voy a abrir... ¡Qué bonito! ¡Es u n anillo con —Es verdad. Eres m u y perceptiva. Gra-
forma de calavera! ¿Quién de ustedes me lo cias, amiga, muchas gracias por el detalle.
regaló?
—De nada. ¿Te gustaría tener el dedo
—Yo no fui. también? Le hace juego.
—Yo tampoco. —Creo que acabo de perder el apetito.
Voy a pasar del desayuno.
—Yo menos.
—Fui yo.

70 71
10

E l primer destino de nuestro grupo explora-


dor era Puerto Espín.
El nombre del lugar tenía una razón
obvia: toda su costa estaba plagada de rocas
puntiagudas y filosas, por lo que nadie en su
sano juicio podía explicarse quién escogió ese
sitio para poner u n puerto. Pero en fin. Este
pueblo costero vivía por el comercio naviero
y por todos los oficios de quienes mantenían
p r e n d i d o s los veinte faros que l o g r a b a n ,
medianamente, que los barcos no encallaran.
Los otros profesionales que gozaban allí
de buenos sueldos eran los enterradores,
quienes tenían que lanzarse al mar a buscar
a sus posibles clientes, que flotaban entre las
algas. Si encontraban alguno con algo de linaje
y dinero, los tomaban de rehenes hasta que

73
sus parientes pagaran por recuperarlos, para de contrabandistas y piratas, ya que cuando
luego despedirlos hacia el más allá. aparecía algún navio del gobierno, por una
misteriosa coincidencia los veinte cuidadores
de los faros sufrían una sorpresiva intoxica-
ción alimentaria con el típico plato de la zona
—pastel de pez perro—, con el esperable re-
sultado de oscuridad total y absoluta.
Más negra que el calzoncillo de un troll,
ya saben.
Y no es que a nuestros exploradores les
gustara el riesgo por el riesgo de ir a meterse
ahí. El problema es que Puerto Espín era el
único punto de salida hacia la isla perdida de
los caníbales.
—Necesitamos arrendar u n barco y no
va a ser fácil —comentó Renato mientras ca-
minaban por el puerto.
—Tampoco hay mucho donde escoger
El problema era cómo conservarlos en el —remató Consuelo. Y era verdad.
intertanto, por lo que los frigoríficos también
Solo se veían tres barcos viejos y semipo-
tenían mucho movimiento y hartos huéspe-
dridos amarrados en el puerto. Uno era gran-
des. También había momificadores, pero a
de y de tres velas. Su nombre era "La sirena
veces los deudos no podían reconocer a sus
asesina".
difuntos en versión cara-de-ciruela-pasa. Y
eso hacía algo difícil cobrar por ellos. —Es muy grande para nosotros —dijo el
abuelo—. Y debe ser caro.
Resultaba evidente que Puerto Espín
tenía su estilo. Uno m u y emparentado con la El s e g u n d o era más p e q u e ñ o , u n a
otra vida. N o por nada era el lugar favorito goleta, pero los moluscos y las algas que lo

74 75
cubrían llegaban hasta el borde de la cubierta. Hasta que desde atrás de unas cajas salió una
Parecía que se hubiera hundido y lo hubieran mujer cargando el rifle y con u n loro en el
reflotado, quién sabe cómo. Se llamaba " E l hombro, que era el que había gritado. Ella era
pulpo cojo". baja, morena y con cara de pocos amigos. De
M U Y pocos amigos. Seguramente solo el loro
Einalmente, el tercer bote se veía más
la soportaba.
normal. N o era tan viejo, tenia u n buen tama-
ño y su nombre no era tan sugestivo-agresivo: —¿Qué quieren y por qué andan r o n -
Atalaya. dando m i barco? —preguntó la mujer.
—^Vamos a ver de quién es —dijo Rodrigo. —Es que necesitamos sus servicios para
buscar a unos amigos —respondió la abuela.
El grupo se fue acercando con confian-
za, hasta que escucharon el ruido de alguien —¿Buscar amigos en alta mar? Suena u n
amartillando u n rifle para disparar. Y luego poco extraño.
se oyó una voz que no parecía humana, por lo
—Están en una isla.
chillona y algo animalesca.
— A h , ¿exploradores o contrabandistas?
—¡Alto, pecadores! N o den u n paso más
si sus almas están sucias. —Exploradores.

—Eh, estoy seguro de que me bañé hoy —¿Y qué tiene que hacer u n niño junto a
—dijo Rodrigo. un grupo de rescata-exploradores compuesto
por dos viejos arrugados y llenos de tatuajes
—¡Hablo de t u alma, sucio pecador! junto a una china que huele a chop suey?
— A h , eso no sé. Pero tengo hasta las ore- —Los perdidos son mis padres —res-
jas limpias, lo juro. pondió Rodrigo.
Era una situación compleja. —¡Qué tierno! ¿Y no puedes dormir si no
Allí estaban, los cuatro (o los cinco, si te cuentan un cuento?
contamos a Olga) parados estáticos en el ma- — N o tienes por qué ser tan pesada. Soto
lecón, esperando ver a quien los amenazó.
—soltó el loro.

76 77
—Soy como quiero ser. Por algo la ca- Brrrrr.
pitana Soto es conocida en todos los puertos
—Pero si vamos a pagarle, señora Soto
como la mujer más dura de altamar.
—dijo Rodrigo.
Y entonces la morena loba de mar (o más
—Eso no importa. N o necesito dinero.
bien, elefante marino o cachalote) largó una
Aunque nunca está de más algo de oro, ¿no?
risotada que hizo volar a todas las gaviotas a
Pero de todas formas no puedo ayudarles.
medio kilómetro a la redonda. Y las que esta-
ban más cerca, cayeron muertas. —¿Está de vacaciones?
— N o . El problema es que el Atalaya está
embrujado y en todo este puerto roñoso no
hay quién me ayude a desencantarlo.
—Nosotros podemos —dijeron los abue-
los—. Somos expertos en la materia.
—¿En serio? ¿De verdad pueden?
—Viste, Soto —dijo entonces el loro—,
tu sicólogo te dijo que tienes que confiar más
en la gente.

78 79
11

D e inmediato Rodrigo tomó las riendas en


el asunto.
—Olga, ¿puedes ver de qué se trata este
problema?
—¿Ese niño habla solo? ¿Se volvió loqui-
to sin sus papás? —comentó el loro.
— N o — d i j o Sue—, está instruyendo a
nuestra ayudante fantasma.
—¡Qué susto! —exclamó el loro—. Se me
pararon las pocas plumas que me quedan, ¡ac!
¡Ac! ¡Ac!
El grupo se quedó esperando por una
respuesta mientras la capitana Soto aprovechó
de prender un pequeño puro que olía a algas
podridas.

81
—Ojalá puedan ayudarme, extranjeros
— d i j o finalmente la capitana Soto—. He es-
tado dos veces a punto de naufragar por las
molestias que me provocan esos espíritus.
—Pero ¿qué es lo que hacen, exactamen-
te? —preguntó la abuela.
—Se empieza a escuchar una música y
se sienten los pasos de baile por todo el barco.
No me dejan dormir, pero puedo ponerme ta-
pones y, a veces, logro pegar pestaña. El pro-
blema es cuando estoy al timón y siento que
alguien me toca el hombro por detrás, me da
vuelta suavemente y me toma para bailar u n
vals por todo el puente de mando.
—¡Ac! ¡Qué romántico. Soto! —soltó sú-
bitamente el loro.
—Pero odio el vals —replicó la capita-
na—, esa es cosa de señoritos estirados. Y casi
nos fuimos hacia unos roqueríos u n par de
veces. Hasta tuve que ir al sicólogo, porque — N o se preocupe, capitana Soto —dijo
después de estas situaciones cada vez que es- la abuela—, somos los mejores en el tema de
cuchaba u n ritmo de dos por tres sacaba las eliminar espíritus.
pistolas y me volvía loca. La última vez des-
—Espero que sea así, porque no hay más
truí entero el bar "La copa rota". Y casi aguje-
barcos que puedan ayudarlos en su búsqueda,
reé a un proyecto de novio que me había invi-
¿entienden eso?
tado u n trago. Nunca más lo v i , snif. ¿Estará
vivo, me pregunto? Era feo y tuerto, pero su —Euerte y claro —dijeron todos.
único ojo era casi tierno... —Es Soto o nadie, ja, ac, ja, ac, ja, ac.

82 83
En ese instante, Olga salió flotando del —Eh, ese no es u n tema menor, pero
Atalaya. Rodrigo caminó hacia ella. Apenas la bueno, hay que solucionarlo.
alcanzo, le preguntó:
Sin perder n i un minuto, Rodrigo explicó
—Entonces, socia, ¿cuál es el problema? - la situación al grupo. Su abuela, Sue y la capi-
tana tendrían que mover los pies para liberar
— N o es fácil, pero tampoco imposible
al Atalaya de su carga fantasmal. Soto, obvia-
—respondió la fantasma.
mente, no se lo tomó muy bien.
—¿Quiénes son?
—¡¿Bailar u n montón de valses?! —ex-
—Son u n grupo de bailarines profesio- clamó la capitana— ¿Yo, la mujer más temida
nales que murieron en u n naufragio en alta- de estos mares?
mar. Una noche el Atalaya pasó cerca de ellos,
creyeron reconocer al barco en el que iban —Pero estarías bailando con unos muer-
cuando estaban vivos y subieron a bordo. Por tos; ¿no te parece de lo más siniestro? — d i j o
eso van de polizones. Sue, riéndose u n poco.
— H u m , no está mal: la única mujer que
—Bien. ¿Qué tenemos que hacer para
ha bailado con la muerte.
que se vayan?
—Dije "muertos".
—Bailar con ellos. Es que solo son h o m -
bres y necesitan compañía para su último vals. — N o sabes nada de marketing, chiqui-
Los dos que lograron hacerlo con la capitana lla. Por m i parte, ya me gusta la idea, así que
Soto ya pasaron hacia el otro lado, aunque con manos a la obra. O sea, pies a la obra.
los pies todos pisoteados. Los otros dicen que
Rodrigo fue repitiendo las instrucciones
Soto baila como mamut sonámbulo.
que le iba dando Olga. Subieron al barco,
— N o veo tan difícil liberar a los espíritus despejaron el comedor y las tres mujeres bien
—repuso Rodrigo. dispuestas se pusieron en u n extremo. Los
fantasmas hicieron tres filas frente a ellas,
— N o lo es, aunque quedan 37 con espe-
vestidos muy, pero muy elegantes.
ranzas de ejecutar su último baile.

84 85
—¿Les parece bien la fiesta final que les reverencia y tomaba la posición para ser guiada
hemos organizado? —preguntó Rodrigo al por su nueva pareja. Sue tampoco lo hizo mal,
fantasma que parecía ser el jefe, por viejo y aunque nunca dejó de arrugar la frente de pura
condecorado. concentración, con lo que sus ojos se veían más
oblicuos todavía. Einalmente, la capitana Soto
— N o vamos a decir que es una gala inol-
desplegó su mejor esfuerzo, aunque los rostros
vidable —respondió flemático el fantasma—,
de los fantasmas dejaban en claro que esto era
pero sirve. El único problema fue rifar los
un mero trámite para irse al más allá, ojalá lo
puestos para no bailar con la capitana, pero
más lejos posible de los tacos de la capitana del
la suerte es la suerte. Gracias de todos modos,
Atalaya.
por ayudarnos a dar este paso final.
—¡Están bailando solas, ac! ¡Están todas
—Si le parece, maestro —le indicó Rodri-
locas, ac!
go—, podría empezar la música.
—Cállate loro, que las desconcentras
Entonces uno de los fantasmas sacó una
— l o regañó el niño.
batuta de su bolsillo y comenzó a moverla,
como si estuviera dirigiendo a una orquesta. —¡Nadie hace callar a Jeremías Parrott,
Una que, por supuesto, no se veía. N i siquiera pequeño excremento! —exclamó el loro.
era fantasmal. Era irreal —Mucho nombre para u n pájaro en de-
Primero fue el silencio. Pero no un silen- cadencia, perdona que te lo diga.
cio que dejara oír a las olas, sino una falta de —Llámame Je, entonces.
sonido absoluto. Lenta y progresivamente fue
poblándose el aire de una música que llenaba — M u y bien. Je, je.
todos los espacios del Atalaya. Rodrigo sintió Y en ese instante Rodrigo sintió que una
que sus pies no podían mantenerse quietos y, mano se posaba en su h o m b r o y lo giraba
desde su esquina, fue testigo de los continuos suavemente hasta que quedó frente a Olga,
valses que debió bailar el trío de mujeres. Su quien lo tomó de la cintura y apretó su mano
abuela, distinguida y con u n ritmo invariable, izquierda, alzándola, en el preciso instante en
daba vueltas con una sonrisa en sus labios. Lue- que se escuchaba el último de los valses en
go, al terminar cada pieza, hacía una pequeña cubierta de la embarcación.

86 87
A l finalizar la música, desaparecieron los 12
últimos fantasmas del Atalaya. Olga también
se fue desvaneciendo, con u n "gracias" que se
fundió con el silencio. U n silencio que fue roto
por, adivinen quién:
—¡Yo pago los tragos! ¡Vamos a festejar
que m i barco ya está listo, limpio de fantasmas
y presto para zarpar en una hora más!
—¡Yo quiero u n whisky doble, ac!
—Olvídalo, Jeremías — d i j o la capita-
na—. Hoy te toca conducir a ti, lo dice t u jefa.
—Aaaaaaaac... aguafiestas. La celebración en lo que quedaba parado y
sin quebrarse de "La copa rota" fue corta y
regada, por lo menos para la capitana Soto. El
resto del grupo tomó una inocente cerveza de
raíz y hasta el loro (protestando) optó por esta
sana bebida. Euego todos caminaron bajo la
luz de una luna llenísima hasta el navio, don-
de la capitana, algo más alegre que hace unas
horas, les fue asignando sus camarotes, hasta
llegar al de ella.
—Y este es m i dormitorio —dijo apenas
la capitana—, donde pegaré una pestañada,
porque tanto baile me dejó agotada, hic. Bue-
nas noches y entiéndanse con el loro.
—¡¿Queeeeeeeeeé?! —fue la esperable y
unánime reacción de los pasajeros.

88 89
Y la puerta se cerró de golpe. —Vamos a una isla de caníbales.
—Ac. —Perfecto, porque si se comen a Soto, el
Atalaya queda a m i nombre y mejor imposi-
—¿Se supone que este bicho semiemplu-
ble. Necesito de inmediato las coordenadas,
mado va a ayudarnos? —dijo Sue, con cara de
ac. Y el resto de los pasajeros que se vaya a
"si la respuesta es sí, lo hago chop suey".
dormir, que no los quiero cerca ahora que soy
—Ac, sí. el jefe, ac.
—¿Pero cómo? —¿Y si no estamos de acuerdo, capitán
—Sé perfectamente cómo manejar el loro? —masculló Sue.
Atalaya, ac —respondió el loro—. Si no, hace —Creo que las leyes de alta mar son
años nos habríamos ido a pique si contamos muy sencillas. A l que se amotina, se le sugiere
cada vez que Soto se pasó de copas, ac. Y no que haga turismo submarino tomando vuelo
quiero morir joven y creo que lo he logrado, desde la tabla que se ve en la cubierta. Ac.
¿no? Pero en esas ebrias situaciones tengo
que darle instrucciones a la capitana (o lo que —¿Y eres tú quien nos va a obligar, p l u -
queda de ella) y ahora necesito que uno de mero parlante? —dijo Sue, amenazante.
ustedes sea mis manos. Por ejemplo, el niño. — N o , pobres ignorantes, ya que no sa-
ben cómo se despierta Soto con m i grito espe-
—¿Por qué él? —preguntó algo extraña-
cial de "motín a bordo". Ac.
da la abuela.
— M u y bien, nos damos por vencidos
—Porque ustedes están m u y viejos y la
— d i j o Sue con voz de rendición—. Buenas
china esa me cae mal.
noches a todos.
— A h , ya —fue la única constatación so-
—Buenas noches —repitieron los abuelos.
nora ambiente.
— N o se preocupen, equipo —dijo Rodri-
—Entonces, grumete —le dijo el loro a
go—, que lo haremos m u y bien con Je.
Rodrigo—, vamos al puente de mando. Hay
que levar anclas y todavía no sé cuál es nues-
tro destino.

90 91
—Capitán Jeremías, por favor, y la boca 13
te queda donde mismo, chiquillo insolente, ac.
Habrase visto. Uno les da la pata y se toman
el ala, ac.

E l Atalaya navegó toda la noche casi sin


sobresaltos en la dirección correcta hacia el
peligro. Rodrigo resultó ser u n piloto concen-
trado, que obedecía sin réplicas a su extraño
minicapitán. Y como el loro hablaba sin freno,
el niño n i pestañeó en toda la noche.
Con ese pajarraco en el hombro, era i m -
posible pensar en algo parecido al silencio de
una almohada.
Pero la travesía no fue silenciosa. A ve-
ces, cuando Jeremías tenía alguna duda del
rumbo, era cosa de pedirle a Olga que hicie-
ra las consultas respectivas a Nibaldo y listo:
nuevamente la costa de los caníbales era el
destino fijo de esta singular travesía.

9$
92
quedó frenado en u n "bueee", que continuó
alargándose luego en el baño vecino, al que
apenas alcanzó a llegar.
Sue, en cambio, llegó a completar el
"buenos", antes de dar la media vuelta y
correr a la borda del barco para devolver el
registro de sus costumbres alimentarias del
día anterior.
Los abuelos, expertos en estas lides, le
pidieron a su nieto, desde el otro lado de la
puerta, que recurriera al regalo de Sue para
que el puente de mando fuera habitable sin el
riesgo de quedar con la pituitaria zombi y el
hipotálamo comatoso.
Lo único inusual en esta media jornada
nocturna sobre las olas fue algo de lo que ya se Einalmente, y como ocurre con todos los
ha hablado: había luna llena, por lo que algo problemas, la mejor solución era la más sim-
parecido a un perfume azufroso de ultratumba ple: combatir la peste con algo de perfume.
(Zonnbi N° 5), mezclado con orina de duende U n rato después, todos los pasajeros y
vegetariano (de esos que comen repollitos de protagonistas de esta aventura miraban a tra-
bruselas y espárragos), salía por todos los po- vés de los ventanales del Atalaya, esperando
ros del improvisado navegante preadolescente. ver tierra, pero según los cálculos fantasmales
Esta situación aromática, que hubiera de Nibaldo, todavía faltaba u n par de horas
tumbado a cualquier humano (junto con de- antes de encontrarse frente a frente con la san-
jarlo al borde de la demencia), no hizo mella guinaria estatua playera de la isla caníbal.
alguna en el loro. A l parecer padecía de anos- —Entonces, pasajeros ¿cuál es su plan
mia (o sea, que no podía oler). Pero en cam- para rescatar a los cautivos? —consultó la
bio, cuando la capitana Soto hizo su entrada capitana Soto.
matinal al puente de mando, su "buenos días"

94 9S
— N o tenemos plan alguno —dijo Renato. Fue entonces que Rodrigo sintió que
Olga le hablaba en el oído:
—Pero algo se nos ocurrirá en la marcha
—complementó Consuelo. — N i b a l d o me contó que lo obligaste
a hacer cosas que no quería, que tenías algo
—¿Siempre han sido así de relajados?
como un poder extraño sobre él.
— N o , pero esta situación es completa-
—Es verdad —respondió el niño en voz
mente nueva para nosotros —replicó Renato.
muy baja.
Nuestra especialidad es combatir con espíri-
tus, no lidiar con una tribu de caníbales para —¿Y no se te ocurre que en una isla de
rescatar a nuestros hijos. caníbales debe haber una buena cantidad de
espíritus para que obedezcan tus órdenes?
—Yo tengo una idea, ac.
—Puede ser. Para saberlo es cosa de
—¿Cuál? —preguntó Sue.
utilizar la brújula que me regaló m i abuela,
—Regálenle a Soto —respondió el loro—. aunque estamos algo lejos.
Como todos van a quedar intoxicados con ella,
Fue cosa de un par de minutos hasta que
podrán salvar mientras tanto a los cautivos,
vieron cómo la aguja en forma de hueso i n -
ac, ja, ac, ja.
dicaba, tiritando fuertemente, hacia el destino
—¿Y por qué mejor no desayunamos ca- final de este viaje.
zuela de loro, querido Jeremías, ah? —dijo la
—¿Qué haces, querido nieto? —pregun-
capitana. tó Consuelo.
—Era una bromita jefecita, para relajar el
—Estoy confirmando la cantidad de tro-
ambiente. Ac.
pas que tendremos para rescatar a mis papás.
—Bueno, lo que es yo, me quedaré en No se los había dicho, pero el regalo que me
m i nave. N o pienso poner un pie en tierra, así dio Rahid para m i cumpleaños permite que
que esperaré a que vayan y vuelvan enteros los espíritus obedezcan mis órdenes. Y pienso
en menos de u n día, si no, me voy. utilizarlo. Creo que ahora, por fin, me siento
menos semihuérfano que en todos estos maca-
—Gracias por la claridad y la franqueza
bros días que han pasado.
—dijo Sue.

96 97
Entonces los abuelos se acercaron y vie- 14
ron lo que indicaba el artilugio mágico.
— U f , nunca habíamos visto tanta ener-
gía junta.
—Lo único que espero es que ese poder
sobre los fantasmas funcione de nuevo —dijo
Rodrigo—. Y que logre hacerlo con tantos no
vivos al mismo tiempo.
—Ojalá — d i j o la abuela—, porque de
lo contrario tendremos dos frentes de lucha:
uno contra los indígenas vivos y otro contra
los espíritus que se sientan molestados por JALI avistar tierra, todos estaban listos y en
nosotros. En ese caso, tú y Sue tendrán que sus posiciones; la capitana y el loro, encerra-
efectuar el rescate, mientras t u abuelo y yo dos en su camarote tomando ron; los abuelos
usamos nuestros amuletos y embrujos hasta y Sue, con todos sus aparatos listos para l u -
poder salir de allí. char contra vivos y muertos. Y Rodrigo, pla-
—Bueno, nadie dijo que este iba a ser u n nificando la estrategia con Olga y Nibaldo,
viaje de turismo. que apenas quería ayudar.

—¿Turismo, ac? —preguntó el l o r o — . —Después de t u "sugerencia" —dijo el


No, por favor. Imagínense a Soto con bikini. fantasma— hice u n censo de los descarnados
en la isla. Y son cerca de cien los extranjeros y
Después de este comentario, nadie quiso
otros cien los antepasados de quienes todavía
tomar desayuno. Menos Jeremías, que ya ha-
me están digiriendo.
bía pasado por ese trauma. Y en la vida real.
—¿Puedes hablar con los que quieran
Por eso el pobre loro ya n i olía, y menos
ayudarme? —preguntó Rodrigo.
veía mucho después de haber visto eso. A la
capitana en bikini. —Te están esperando en la playa. Mira.

Brrrrrrr.

98 99
La imagen era sorprendente. M a r i n e - en paz. Esperaba convencerlos por la buena,
ros y exploradores de épocas m u y distintas, sin usar su poder. De inmediato se desató una
formados como una disciplinada tropa espe- serie de conversaciones entre la improvisada
rando órdenes. armada, hasta que uno de ellos, con un aire de
—Esto es muy impresionante. ¡Abuelos! mando indiscutible, tomó la palabra y se puso
frente a Rodrigo.
—gritó Rodrigo.
—¿Sí?—dijeron. —Niño, hay algunos de nosotros que lle-
vamos décadas en la isla esperando por una
—Contamos con la ayuda de un batallón oportunidad como esta. Pero nos resulta d i -
de fantasmas, pero me faltan dos cosas para fícil confiar en el primer humano que llega y
poder proceder y necesito de su ayuda. ofrece una solución que suena tan ideal como
—Dinos —dijo la abuela. irrealizable.

—Primero, ¿pueden hacerlos visibles? —Te pido que escojas a uno de los tuyos
—dijo Rodrigo.
—Es difícil, pero podemos. Solo con los
muertos más recientes, los otros se han ido bo- —¿A quién?
rrando con los años. — A l que más necesite pasar al otro lado.
—Bien. Y lo otro: después de que los fan- —¡Marco, acércate! —ordenó el fantasma.
tasmas nos ayuden ¿podemos ofrecerles u n
pasaje al más allá? U n pequeño niño, ojeroso, caminó entre
las filas de fantasmas hasta pararse frente a
—Eso es más fácil. Es nuestra especiali- Rodrigo.
dad. Pero vamos a tener que hacer u n trabajo
caso a caso. — E l no alcanzó a pisar la arena de esta
isla maldita —explicó el fantasma—. Se lo lle-
—Eso es lo que quería escuchar, gracias. vó la fiebre cuando su barco estaba anclando
Rodrigo saltó a la playa y se puso frente en esta costa.
a su terrorífico ejército. En pocas palabras les Rodrigo dibujó un círculo en la arena al-
explicó la situación y la oferta del descanso rededor del pequeño y llamó a sus abuelos.

100 101
Les explicó la situación y se hizo a u n lado. El silencio que se hizo fue total.
Ambos ancianos se pararon frente al dibujo
—Rodrigo —dijo el fantasma—, ahora te
y comenzaron u n canto lento y monocorde,
creo y estamos contigo. Después discutiremos
al mismo tiempo que sacaban unos trozos de
los detalles. M i nombre es, o fue, Rainier, al-
madera que prendieron en sus puntas. Los
mirante Rainier. Por lo que sabemos, quieres
apagaron y comenzó a salir u n humo aromá-
rescatar a tus padres de la tribu de esta isla. Si
tico que fue envolviendo al pequeño Marco,
hasta que se hizo medianamente visible, como
si estuviera hecho de cera transparente.
—Marco, niño —dijo la abuela—, nues-
tra tarea es devolverte a los brazos de quien
más quieres.
— A m i mamá —respondió el pequeño
fantasma y Rodrigo repitió esto a sus abuelos.
—¿Qué es lo que más recuerdas de ella?
—le preguntó Consuelo.
—Una canción de cuna. Una que comen-
zaba así...
La piel de Rodrigo se puso eléctrica con
el canto, mientras sus abuelos parecían oír
realmente al niño abandonado. La canción
era horrible y hermosa y fue bajando de tono
hasta casi desaparecer. Su voz iba declinando
en el mismo instante que Olga retomó el final,
concluyendo la letra con u n "Buenas noches"
que fue borrando a ese prematuro espíritu de
esta tierra.

102 103
tus benditos abuelos son capaces de hacernos 15
visibles, creo que esos salvajes saldrán corrien-
do como si hubieran visto a los fantasmas de
sus peores enemigos.
—Creo que eso es lo que va a suceder
—repuso Rodrigo.
—Tienes razón. Perdona. Es que ellos me
comieron el cerebro y parece que quedé medio
gil en esta otra vida.

F a l t a r í a n palabras y siempre es mejor la


imaginación para darle cuerpo a la escena si-
guiente, pero palabras es lo que tenemos: una
aldea tranquila en medio de la selva, con una
gran fogata en su centro, con el sol cayendo
y las mujeres cocinando al son de una músi-
ca de tambores. Los colores del día se apagan
mientras cae la noche y, sin mediar aviso n i
sonido alguno, va entrando lentamente una
ordenada hilera de fantasmas al centro mis-
mo del poblado. Dan una vuelta alrededor de
la fogata, se instalan parados y se quedan m i -
rando el fuego.
El pánico ha hecho presa de todos los v i -
vos, que esperan el siguiente acto de esta ines-
perada obra macabra (en vez de correr como

104 105
si hubieran aparecido u n montón de muertos, progenitores esperaban u n oscuro destino.
lo que efectivamente estaba ocurriendo). Ese que iba a convertir a Rodrigo en huérfano,
Uno de los fantasmas eructa y se le cae la aunque el título de este libro siempre dejó en
lengua. Otro comienza a afinar la voz, que le claro que no iba a ser así, ¿entienden?
sale en parte por un tajo en su garganta. El que —¿Rodrigo? —preguntó O l i v e r — ¡¿Qué
está a su lado se saca un ojo y mira hacia atrás. haces aquí?!
Uno de los nativos sale huyendo y gritando
—Preocupándome de no quedar huérfano.
hacia la selva. El grito deja de escucharse casi
de inmediato. — A h , pero qué bueno. Y feliz cumplea-
ños, además.
Las notas de u n acordeón se acercan,
atrayendo a otro grupo de espíritus que can- —Gracias — d i j o Rodrigo—, pero deje-
tan una canción de marineros. Entran en fila al mos la ternura para luego. Ahora debemos
igual que sus antecesores y arman u n círculo correr al barco y abandonar esta isla lo más
mayor. A l completarlo, el acordeón se silencia. rápido posible.

— A la voz de tres, compañeros. Con la ayuda de Sue, abrieron las jaulas


y siguieron el ejemplo de los indígenas: ale-
Uno, y todos se giran hacia afuera. Dos,
jarse de la aldea a toda velocidad. U n grupo
y sus rostros humanos van mutando a algo
de fantasmas guardaespaldas los flanqueaba,
menos humano. O sea, M U Y feos. Y tres, se
por si algún caníbal se aparecía en el camino.
escucha el alarido de todos al unísono, mien-
tras comienzan a correr tras los indígenas, que Pero ese no fue el problema.
no se lo piensan dos veces antes de poner a lo A pasos antes de llegar a la playa, u n
menos u n par de kilómetros de distancia entre grupo de espíritus poco amigables se inter-
ellos y su aldea. puso entre los fugitivos y su barco. Eran solo
Así, cualquiera puede rescatar tranquila- unos cuantos antepasados, parece. Como cien.
mente a sus padres, ¿no? —Olga — d i j o Rodrigo—, ¿pueden ha-
Y eso fue lo que hizo nuestro pequeño cernos algo?
héroe, corriendo hacía las jaulas donde sus —Obvio que sí. Son demasiados.

106 107
—Bueno, ahora veré si el famoso regalo —¿Pero qué? —insistió Rodrigo, mien-
me sirve de algo. tras veía a todos esos sujetos con cara de pocos
amigos y muchos deseos de hacerlos puré.
Rodrigo se detuvo frente al batallón de
caníbales fantasmas. —Yo puedo ser t u intérprete.

—Déjennos pasar —les dijo el niño —¿Y cómo es que sabes su idioma?
fuerte y claro. —Es que he estado haciendo migas con
Sin embargo, los fantasmas no se movie- una nativa muy simpática y algo he aprendido.
ron. A l comienzo se quedaron algo quietos, —¿Algo como qué?
hasta que algunos comenzaron a avanzar muy
—Como decir "¡Euera de aquí!"
lenta y macabramente.
—Les ordeno que se vayan —insistió. — A h . ¿Cuántas veces te lo ha dicho?

Nada. En realidad, nada bueno, porque —146 —respondió Nibaldo.


siguieron avanzando poco a poco. —¿Y me lo vas a decir?
—Soy su amo. — N o me obligues a decírtelo con tus po-
Menos. En realidad, menos tranquilos, deres raros, porque desaparezco de inmediato.
ya que iban acelerándose. —Ya, no lo haré —prometió Rodrigo—.
¿Qué quieres?
— N o te entienden, pequeño —comentó
Nibaldo. — Q u i e r o ser u n asistente, i g u a l que
como lo hace Olga.
—¿Por qué?
Eos espíritus empezaban a reducir su
—Porque no hablas su idioma —le res-
distancia con el grupo, paso a paso. Brrrrr.
pondió el fantasma.
—¿Acaso no hay u n idioma universal de —Ya, lo prometo.
los muertos? —Cracias —dijo Nibaldo—. Ahora diles
"¡Fuera de aquí!".
— N o , pero...

108 109
—¿Cómo? cubierta, donde la capitana Soto y Jeremías
habían salido a tomar aire, después de beber
—Es que esa sí que la entienden, te lo juro.
mucho ron. Los rescatados se abrazaron con
Y así fue. Se " f u e r o n de allí" mientras los abuelos y Sue le ordenó a lo que quedaba
nuestros héroes cruzaban entre sus presencias de la tripulación (el par de ebrios) que los sa-
fantasmales en dirección al barco. Subieron a cara de allí. Pero algo faltaba.
—Abuelos, ¿cómo lo haremos con los es-
píritus? —preguntó Rodrigo.
—Tendremos que llevarlos con nosotros.
El trabajo es lento, pero nos comprometimos
con ellos y en cualquier momento pueden
volver los caníbales.
—Bueno, así se hará. ¡Olga y Nibaldo,
llamen a todos nuestros aliados, que nos va-
mos con ellos!
Gracias a la lentitud de Soto y de Jere-
mías para echar a andar la nave, todos los es-
píritus alcanzaron a abordar el Atalaya justo
en el momento en que los caníbales fantasmas
se acercaban m u y poco amistosos al navio.
— N o hay problema —dijo Rodrigo—, yo
lo arreglo: ¡Fuera de aquí!
Pero los fantasmas caníbales siguieron
avanzando.
—Dije ¡Eue-ra-de-a-quí!
Y nada.

110
Entonces Rodrigo se acordó de la adver- 16
tencia del gitano, su "amigo": que el regalo iba
a estar incompleto.
Entonces lo único que le quedaba era
darse la media vuelta.
—¡Capitana Soto! — g r i t ó — ¡Huyamos
de aquí!
Y esta vez sí que resultó. Aunque la ca-
pitana parecía u n verdadero fantasma, con su
cara de u n pálido color verde vómito.

E l Atalaya logró zarpar apenas, pero zarpó.


Lenta y confiadamente se fue alejando de la
isla de los caníbales, con su singular carga de
humanos (pocos) y de fantasmas (muchos) en
dirección a Puerto Espín.
Fue una travesía llena de situaciones
por resolver, en especial para los abuelos
expertos en ayudar a los espíritus. Debieron
comunicarse con ellos uno por uno, con la
ayuda de Rodrigo, Olga y Nibaldo, que era
u n novato en este tipo de tareas, pero que
en este trance se esforzó mucho por calificar
como ayudante. Había fantasmas que querían
una peluca, porque les habían cortado el cuero
cabelludo. Otros imploraban por una ensalada
final, porque la visión de sus verdugos los
había transformado en vegetarianos fanáticos.

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Los menos exigentes solo pedían unas frases que se habían visto involucrados. Además
gentiles de despedida, ya que en su existencia que cargaban con la culpa de la desaparición
nunca habían escuchado una. Cada espíritu en cuerpo de Nibaldo, quien aprovechaba de
era una historia única que, pacientemente, mandarles recados al respecto cada vez que
escucharon y comprendieron los abuelos de Rodrigo repetía sus alegatos.
Rodrigo.
En el intertanto, nuestro pequeño pro-
tagonista aprovechó de conversar con sus
padres sobre muchos temas pendientes. Por
ejemplo, cómo diablos se les ocurrió arriesgar-
se del modo en que lo hicieron. Y luego de
retarlos por todo lo sufrido durante su ausen-
cia, les siguió preguntando por cuáles eran sus
planes a futuro y si lo tenían contemplado en
el equipo, considerando su grado de valentía
en el rescate y sus nuevos dones que lo con-
vertían en u n buen socio para afrontar cual-
quier riesgo del tipo espectral.
Si es posible resumir todo lo que pasó
por la cubierta del Atalaya, puede condensarse
en pocas palabras: la familia es lo que importa.
Y, por lo mismo, hay que cuidarla. Los viejos
tatuados y con experiencia dieron todo de
ellos para cumplir con la promesa hecha a los
fantasmas de la isla. Y, cansados como perros,
lo lograron. Los liberados padres exploradores
se comprometieron a ser menos arriesgados en
sus exploraciones, ya que habían preocupado
a todos sus cercanos con los peligros en los
Wf
114 V
115
El Atalaya fue perdiendo en su viaje a
sus pasajeros espectrales uno a uno gracias a
17
las labores de los abuelos de Rodrigo. Hasta
finalmente recalar en Puerto Espín.

F u e una despedida más bien rápida. La ca-


pitana Soto se puso a llorar y tuvo que usar a
Jeremías de pañuelo.
—Los extrañaré mucho —dijo la capita-
na, entre sollozos—. Los quiero y los echaré de
menos. Espero que en sus nuevas aventuras
escojan al Atalaya para que los transporte a
sus nuevos e ignotos destinos.
—Ya te pusiste cursi. Soto, ac.
— N o puedo evitarlo. Y fuiste tú el que
me recomendó que fuera más amigable y
abierta con la gente, ¿o no lo recuerdas, loro?
—Amigable sí, pero no llorona.

117
—Siento mucho concordar con el niño
Rodrigo —agregó Sue Wang.
—Es que no le tienen paciencia — d i j o
Oliver—. Cuando entiendan su forma de pen-
sar, van a saber cómo quererlo, en serio.
—^Ja —rió Rodrigo.
—Doble ja —enfatizó Sue.
El resto del viaje no fue m u y comentado
ni hablado. En especial por los puntos de vista
divergentes respecto al guardián de la M a n -
sión Almonacid. Además que todos estaban
muertos de cansancio. Y dos de ellos, muertos
de verdad.
Cuando llegaron a la puerta de su hogar,
los gatos de piedra no estaban en su sitio.
—¿Habrá entrado alguien? —se preguntó
Sue Wang, antes de abrir la puerta principal.

El grupo fue alejándose del barco y de "Hola a todos", expresó el gitano mecá-
los llantos hasta alcanzar el transporte que los nico en formato escrito. Luego expulsó otra
llevaría a casa, a la Mansión Almonacid. tarjeta rosada:

— N o saben cuánto extrañamos nuestra "Tenemos visitas".


casa durante el cautiverio —dijo Oliver—, i n - —¿Quiénes son? —preguntó Rodrigo.
cluso al macabro de Rahid y su negro sentido
"Parientes y no parientes".
del humor.
— O h , no. Ya se puso enigmático. ¿Dón-
—Yo también lo extraño, papás... Nah,
de están?
mentira, odio a ese autómata maldito.
.•MP
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"En la pieza número 10". "Los otros abuelos trataron de encontrar
una solución".
Toda la familia corrió a la pieza indica-
da. A l abrir la puerta, vieron un espejo y a los —¿Al problema de mis papás? — p r e -
otros abuelos de Rodrigo, Jenny y Pablo, sen- guntó Rodrigo.
tados en un sofá. "Sí".
—¿Qué hacen aquí, papás? —preguntó
—Pero se equivocaron.
sorprendido Olivier.
"Es obvio, ¿no?".
Entonces, la pareja de ancianos giró la
cabeza y el abuelo respondió: Oliver estaba más que nervioso, ya que
quería deshacerse de esas réplicas extrañas de
—Estamos descansando, esa es la prime-
sus papás, y recuperar a los propios.
ra respuesta, pero tú no eres nuestro hijo, lo
que es algo así como una segunda cosa res- —Rahid, ¿quién estaba en la casa cuando
pondida e implícita en t u pregunta. ocurrió todo esto?

Una situación compleja, sin duda. Porque " T u tío Walter, que nunca se va".
se parecían, pero no eran el inverso idéntico de El niño fue corriendo a la biblioteca, el
una pareja de ancianos que saludaba desde último sitio donde se había encontrado con
dentro del espejo, sin repetir los movimientos su antepasado espiritual. Nuevamente estaba
de los abuelos que estaban en la pieza número allí, leyendo.
diez. O sea, no eran sus reflejos, obviamente.
—Hola, querido tío.
Esto era u n total enigma.
—Hola, semisobrino.
Y si había alguien que manejaba los enig-
—Quería hacerte una pequeña pregunta
mas de esa mansión, ese era Rahid. Entonces
—dijo Rodrigo.
la familia corrió hacia donde se encontraba el
gitano autómota. —Dime.
—¿Qué pasó en la pieza número diez? —¿Viste tú lo que hicieron mis abuelos
—preguntó Sue, irritada. para cruzar por el espejo?

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—Parece que sí —respondió el tío. Rodrigo abandonó la biblioteca y, usan-
—¿Y vas a decirme cómo fue? do en la pieza diez las frases que antes utiliza-
ron los abuelos, se produjo el intercambio. Los
—Parece que no. abuelos paternos de Rodrigo cruzaron raudos
—¿Por qué? a este mundo, algo arrepentidos de buscar una
solución que, finalmente, no fue necesaria.
—Es que los nuevos inquilinos me caen
mucho mejor. Son más gentiles, más suaves y
cuidadosos con los objetos que tus parientes.
Creo, sinceramente, que los prefiero. Me gus-
taría mucho invitarlos a tomar el té.
—Pero ellos no son de acá.
— N o me importa —insistió el tío.
—Lo siento mucho, pero va a importarte.
—¿Qué me estás diciendo?
—Que tienes que decirme qué hicieron
para realizar el cambio a través del espejo.
—¿Me lo estás exigiendo?
— N o , tío, te estoy sugiriendo amable-
mente que me lo digas.
—Bueno. Así sí. Solo dijeron estas frases:
"Lo hecho que se deshaga, lo par que se reco-
nozca, lo reflejo que se traslade".
—Gracias, tío.
—Vaya — d i j o el fantasma, sorprendi-
do—, fue fácil decírtelo. Extraño, ¿no?

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Les explicaron que querían saber si era y La torta para festejar nuevamente a Ro-
posible llegar a esa isla maldita y cambiar la drigo era exquisita, aunque el ratón de la casa
historia de ese lado, para que luego esa varia- que probó un trozo no se privó de opinar que
ción influyera en este plano de la realidad. era u n postre "apenas decente". Así son los
I críticos culinarios, incluso los que andan en
Sencillito. Es que esa era la especialidad
cuatro patas.
de Jenny y Pablo: los mundos paralelos. Y cla-
ro que se podía, según contaron, pero habían
llegado tarde. Su capitana Soto del otro mun-
do era tan dulce y amorosa, que demoró la
travesía para ver a los delfines que saltaban al
costado de su Atalaya. Y Jeremías era u n filó-
sofo consumado, por lo que se habían pasado
conversando todo el viaje de vuelta, una vez
que se dieron cuenta de que no había cautivos
n i problemas que resolver.
Pero hablaron tanto con el loro y recita-
ron tantos poemas clásicos en su travesía que
después no se acordaron de cómo volver. Se
les confundió todo y las frases se les perdie-
ron en la memoria. Hasta que las escucharon
desde el otro lado del espejo y pudieron saltar
de vuelta.
Con una gran familia reunida, sentada
en torno a una mesa y con una torta llena de
velas, termina esta historia singular. En m u y
pocos días transcurrió este intenso y pequeño
relato de un niño que fue casi un huérfano.

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A l seguir con este resumen, supimos en U n silencio final sería el broche de oro
estas páginas de dos pares de abuelos, con para esta historia, pero eso es absolutamente
distintas obsesiones. Sobre los que pasaron a imposible.
través del espejo, más partidarios de la m u l -
Porque recuerda que estamos en la Man-
tiplicación de realidades alternativas. Y sobre
sión Almonacid.
los otros, que se especializan en espíritus, lo
sabemos, y que son de aquellos que creen en
lo que está y lo que ya no está. Y si eso parece —¡Aún estoy esperando m i chop suey,
magia, en verdad no les parece a ellos. Conoci- tropa de humanos asquerosos! —gritaba Es-
mos a dos padres amigos del riesgo que aman dru, desde el fondo de la pélela de plata— ¡Lo
profundamente a su hijo, aunque lo hicieron prometieron! ¿Me oyen? ¿Pueden oírme?
pasar unas penas tremendas, como sentirse se-
mihuérfano justo en el día de su cumpleaños.
La atractiva Sue Wang (no lo habíamos •Bah, qué fome es esto, ¿lo sabían?
comentado, para no d i s t r a e r l o s , pero es
linda-linda) se nos presentó como una mujer
EIN
oriental muy interesante y compleja, hábil con
las armas y tóxica en la cocina. Además, es
experta en origami, por si acaso.
Y el gitano de la entrada de la casa nos
dio muchos motivos para reírnos, aunque, en
verdad, guarda secretos menos graciosos de lo
que podríamos imaginar.
N o o l v i d e m o s que aún quedan nue-
ve llaves sin usar en la Mansión Almonacid,
donde vive ese niño que puede ver y dar ór-
denes a los espíritus. Entre ellos, el fantasma
de Olga.

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