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TEOLOGÍA ESPIRITUAL
Profesor: fr. Marco Antonio Foschiat O.P.
Alumno: Martín Olszanowski
junio 2015
Sublime arte cristiano, la oración
Imagen de carátula:
Fotografía de vitral en la Paróquia São Judas Tadeu - Cosme Velho - Río de Janeiro - Brasil
(frente a la base del cerro Corcovado, donde se erige la imagen del Cristo Redentor)
Índice de contenidos
Introducción............................................................................................................................................................1
La oración religiosa del hombre en el plan providencial de Dios (necesidad y efectos de la oración)..................2
Naturaleza de la oración I: ¿qué pedir?, disposiciones para la vida de oración, pecado y oración.......................4
Orar “cada día” - orar “el cada día”: ¿cuándo orar, hasta cuándo?........................................................................9
La comunión de los santos (rezar por otros, con otros, intercesión de los santos, María mediadora)...............17
Conclusión............................................................................................................................................................23
Bibliografía............................................................................................................................................................24
Introducción
El hombre se ocupa de múltiples cosas en su vida. No le es dado totalizar su actividad en una sola
cosa. Cuando el hombre está ante Dios en reverencia y amor, ora. Ni siquiera entonces logra
concentrarlo todo en una cosa: en Dios; porque a él, finito y limitado, no le es dado alcanza esa meta
en esta vida. Pero al menos está ante Aquel que es el todo en lo uno, y así hace el hombre entonces
algo que pertenece a lo más importante y lo más necesario. 1 Así, va a advertir san Agustín que “no
sabrá vivir bien quien no sabe rezar bien”.
En todo caso, la oración propiamente dicha brota cuando lo divino se presenta con caracteres de
alguna manera personales, es decir, como inteligente, dorado de voluntad y de “sentimientos”, de tal
modo que el hombre puede relacionarse con él a la manera humana. Entonces la oración adquiere
propiamente la característica de un diálogo entre el Tú, muy grande, y el yo, muy pequeño, pero
ambos al fin y al cabo, personales, comunicables, aunque en planos infinitamente desiguales. 2
Sea lo primero que digamos de la oración algo completamente sencillo y vulgar, tan elemental en
todo comienzo de oración, que fácilmente lo pasamos por alto: en la oración abrimos nuestro
corazón a Dios.3
El hombre siente lo divino a la vez próximo y lejano, pero en todo caso provoca un deseo, fascinante
o apacible, de entrar en contacto con Dios. 4 Esta lejanía de Dios no sería el amanecer de Dios dentro
del muerto y hundido corazón (del hombre), si el Hijo del Hombre, que es el Hijo del Padre, no
hubiera padecido y practicado con nosotros, por nosotros y antes de nosotros, esto mismo en su
corazón.5 Contemplando su vida (terrena y eterna) podemos decir que: el mandamiento del amor no
sólo es la plenitud de la Ley, sino también la plenitud de la oración. 6
La historia de las religiones puede hoy afirmar que la oración es una constante que se da siempre en
todas las religiones. Hasta el punto de que puede establecerse la conclusión de que no es posible la
religión sin algún tipo de oración, y viceversa, cuando se da de alguna manera la oración es que, al
menos en el fondo, hay religión. 7
1
Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oración, cap.1, p. 17
2
Casciaro Ramírez, J.M. en Enciclopedia GER, Tomo XVII, p. 351.
3
Karl Rahner SJ - oc., cap.1, p. 19
4
Enciclopedia GER, íbid.
5
Karl Rahner SJ - oc., cap.1, p. 32
6
Karl Rahner SJ - oc., cap.3, p. 57
7
Enciclopedia GER, p. 355.
1
La oración religiosa del hombre en el plan providencial de Dios (necesidad y efectos de la oración)
La oración dispone a la vida religiosa del hombre, porque es ella misma un acto religioso. Santo
Tomás explica que mediante la oración el hombre muestra reverencia a Dios en cuanto que se le
somete y reconoce, orando, que necesita de Él, como autor de sus bienes. Por tanto, es cosa
manifiesta que la oración es acto propio de la religión. 8
Sigue el mismo doctor analizando antropológicamente el mismo acto de la oración con respecto a las
potencias humanas: la voluntad mueve hacia el fin propio de ella a las otras potencias del alma. Por
consiguiente, la religión, que reside en la voluntad, ordena los actos de las demás potencias a la
reverencia a Dios. Ahora bien, el entendimiento es entre las distintas potencias del alma la superior y
más próxima a la voluntad. Luego, después de la devoción, que es acto de la misma voluntad, es la
oración, que pertenece a la parte intelectiva, el principal entre los actos de la religión, y ella es por la
que la religión mueve hacia Dios el entendimiento humano. 9
Entonces, desde esta perspectiva antropológica, san Juan Damasceno (seguido también por la
Tradición cristiana occidental y por santo Tomás) precisa la oración como la elevación de nuestra
mente a Dios.10 En consonancia con ello se expresa Orígenes: orar extendiendo el alma, por así
decirlo, más allá de sus manos; dirigiendo, más allá de sus ojos, la mente hacia Dios; levantando del
suelo, no ya sus pies, sino la parte superior del alma, colocándose ante el Señor del universo. 11 Este
movimiento espiritual de elevación humana hacia su Creador se complementa naturalmente con una
acción sobre sí mismo; así lo explica Benedicto XVI: la oración siempre es un dejar espacio a Dios: su
acción nos hace partícipes de la historia de la salvación. 12
Dejarle espacio a Dios para que actúe en la vida del hombre y en la historia de la humanidad; de esta
manera -dice Benedicto- la oración es un don que pide ser acogido; es obra de Dios, pero exige
compromiso y continuidad de nuestra parte. 13 Dispuso el Señor que cuanto tiene y pueda tener el
hombre, todo lo tenga con la ayuda de su gracia. Y esta ayuda de la gracia, según la Providencia
ordinaria, no la concede Dios sino a aquel que reza. 14 Ello pone de manifiesto que la Providencia se
extiende no sólo a los resultados, sino también a los medios que se han de emplear. 15 Santo Tomás
aclara que no oramos para alterar la disposición divina, sino para impetrar aquello que Dios tiene
dispuesto que se cumpla16. Confirma lo mismo san Gregorio Magno con estas palabras: los hombres
deben disponerse por la oración a recibir todo lo que Dios omnipotente decidió concederles desde
toda la eternidad.17 Explicita aún más san Alfonso María de Ligorio la característica mediadora de la
oración del hombre a Dios: la oración es el único medio ordinario para alcanzar los dones divinos 18.
Así, a partir de estas afirmaciones, se advierte la total necesidad que tiene el hombre de elevar su
alma hacia Dios orándole, disponiéndose en la propia vida temporal a su Providencia eterna.
8
II-II, q.83, a.3, c
9
II-II, q.83, a.3, ad.3
10
san Juan Damasceno, De fide orth. l.3 c.24
11
Orígenes - Tratado de la oración, 31; p. 146
12
Benedicto XVI, Discurso, 26 de mayo 2011
13
Benedicto XVI, Audiencia, 30 de noviembre 2011
14
san Alfonso María de Ligorio - El gran medio de la oración, p. 21
15
R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, cap. XVI, p. 500
16
II-II, q.83, a.2, c
17
cit. en san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 23
18
san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 23
2
La necesidad de la oración en el interior del alma humana sería vana en sí misma si el mismo Dios no
la hubiese dispuesto Él mismo. Dios está siempre dispuesto a escucharnos: “Amo al Señor porque
escucha mi voz suplicante, porque tiende su oído hacia mí en cuando lo invoco” (Sal 116,1-2). Él recibe
nuestras aclamaciones y pedidos, nuestros llantos y agradecimientos: nuestra oración es realmente
eficaz ante su eterna misericordia; baste para ello dejar que nos conteste con su propia Palabra al
respecto:
La fuente de la eficiencia de la oración está en Dios y en los infinitos méritos del Salvador. Desciende
de un eterno decreto de amor, y asciende hasta la divina misericordia. Se trata de elevar nuestra
voluntad hasta la suya para querer con Él, en el tiempo, lo que ha decidido darnos desde toda la
eternidad.19
Sin embargo, es una experiencia común en la vida del orante que no recibe todo lo que pide;
pareciera que Dios no se dispone a procurarle todas las gracias solicitadas; pareciera que entonces la
oración pierde eficacia, que no llega a sus oídos, que su voluntad santa no acepta las plegarias del
orante. ¿Cuál es la causa de esta desgracia para el ser humano, de este silencio mortificante? La razón
la encontramos en el mismo hombre, y no en el accionar de Dios. San Basilio le habla al orante y le
explica: la razón por la que a veces pides y no recibes es porque pides de mala manera, o sin fe, o con
ligereza, o lo que no te conviene, o sin perseverancia 20.
Resuenan aquí, como ecos hermanos, las voces del Apóstol Santiago al decir “piden y no reciben
porque piden mal” (St 4,5) y de san Pablo en Rm 8,26 “no sabemos pedir como conviene”. Orígenes
aprecia aquí dos contrariedades propias del acto de oración devoto cuando es realizado
inconvenientemente: Resulta que no sólo es necesario orar, sino también ‘orar como conviene’ y
‘pedir lo que conviene’… Una de estas cosas, a saber: ‘pedir lo que conviene’ es el mismo lenguaje de
la oración; la otra, a saber: ‘orar como conviene’, es el estado del mismo orante 21.
19
R. Garrigou-Lagrange OP - oc., cap. XVI, p. 501
20
San Basilio, Const. monac., c.1
21
Orígenes - Tratado de la oración, 2; p. 24
3
Naturaleza de la oración I: ¿qué pedir?, disposiciones para la vida de oración, pecado y oración
¿Se puede pedir cualquier cosa en la oración a Dios?; ¿hay cosas más convenientes que otras?
¿Qué conviene pedir?
Puedo decírtelo todo en dos palabras: pide la vida bienaventurada.22 Cuando al orar pedimos algo
que pertenece a nuestra salvación, conformamos nuestra voluntad con la de Dios, de quien se dice
que “quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,4).23
En efecto, ¿no sería insensatez pedir a Dios lo que está al alcance de nuestras propias fuerzas? 24 Él
nos manda algunas cosas que no podemos hacer para que entendamos qué cosas le tenemos que
pedir.25
Estamos en marcha, caminantes entre dos mundos. Por estar aún sobre la tierra, oremos por aquello
que necesitamos en esta tierra. Pero como peregrinos de la eternidad que marchamos por esta tierra,
no queramos ser oídos como si tuviéramos aquí nuestra morada permanente.
Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oración, cap.5, p. 103
Por lo tanto, ciertamente es lícito pedir lo que lícitamente se puede desear. Ahora bien: los bienes
temporales nos es lícito desearlos, no como lo principal, hasta el extremo de poner en ellos nuestro
fin, sino a manera de ayudas para avanzar en el camino hacia la bienaventuranza, es decir, en cuanto
que con ellos se sustenta nuestra vida corporal, y asimismo en cuanto que nos sirven
instrumentalmente para la práctica de las virtudes. Así, pues, debemos orar para que estos bienes, si
ya los tenemos, se conserven, y si no, para poder adquirirlos. 26
Resulta tan estrecha la relación entre salvación y oración que San Alfonso afirma categóricamente
que si no nos salvamos es por culpa nuestra. La causa de nuestra infinita desgracia será una sola: que
no hemos rezado.27
¿Cómo conviene orar?; ¿hay modos más eficientes que otros?; ¿Dios nos escucha siempre, o
solamente cuando nuestra oración “cumple” con ciertos requisitos propiciatorios?
Orar con fe
Ser consientes plenamente de la presencia real de Dios y deponer toda duda acerca de la
Providencia.30
Orar con esperanza
“pida con confianza y sin dudar. El que duda se parece al oleaje del mar sacudido por el viento” (St
1,6)
“Repasen la historia y verán: ¿quién confió en el Señor y quedó defraudado?, ¿quién esperó en él, y
quedó abandonado?, ¿quién gritó a él y no fue escuchado?” (Eclo 2,10)
Según la opinión de santa María Magdalena de Pazzi, con este modo de orar se siente el Señor tan
honrado y halla tanta consolación cuando vamos a Él en busca de gracia, que no parece sino que Él
mismo nos agradece.31 San Agustín brinda sencillamente los fundamentos de esta confianza en la
oración: ¿Quién puede temer ser engañado cuando el que promete es la misma Verdad? 32
Orar con caridad
El deseo de caridad es la misma causa de la oración 33; y por lo tanto su centralidad. La oración debe
proceder del amor de Dios y terminar en él. 34 Es estarse amando al Amado, al decir de san Juan de la
Cruz. No subimos nosotros a Él, sino Él bajó a nosotros. Si nosotros podemos buscarlo con nuestro
amor, es porque Él nos encontró ya antes y nuestro amor no es otra cosa que el tembloroso dejar
hacer de su amor.35
Además, la oración recibe un poderoso refuerzo con el ayuno, las vigilias y toda mortificación
corporal.36
El hombre humilde, confiado y con esperanza en la divina misericordia del Señor estará así bien
dispuesto para ofrecerle sus plegarias y que estas sean escuchadas. Sin embargo, la realidad del
pecado en el corazón de ese mismo hombre humilde, confiado y con esperanzas, muchas veces hace
que él mismo se sienta tan indigno ante la grandeza y esplendor divinos, y ese sentimiento atroz lo
aleja de los anhelantes oídos del Padre.
San Alfonso argumenta que los pecadores se excusan injustamente cuando traen el pretexto de que
no tienen fuerzas para vencer las tentaciones. Qué atinadamente les replica el apóstol Santiago
30
Orígenes - oc., 8-9, p. 45.48
31
san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 93-94
32
san Agustín, Confesiones, L. XII, cap. 1
33
II II, q.83, a.14, c
34
II II, q.180, a.1
35
Karl Rahner SJ - oc., cap.3, p. 64
36
san Agustín, Carta 130, a Proba, 31
5
cuando dice: “no tienen porque no piden” (St 4,2).37 El mismo doctor recuerda las palabras de san
Juan Crisóstomo, que se refiere al gran medio que es la oración: es arma poderosa, defensa, puerto y
tesoro. Es arma poderosa porque con ella vencemos todos los asaltos del enemigo. Defensa, porque
preserva de todos los peligros. Puerto, porque nos salva en todas las tempestades. Y además tesoro,
porque con ella poseemos todos los bienes. 38
Motivados entonces por estas palabras y por las afirmaciones de la Sagrada Escritura antes
mencionadas respecto a la eficiencia de la oración, tomemos en consejo de san Alfonso que nos
alienta: que sus pecados no les impida recurrir a su Padre celestial y confiar que tendrán la salvación
eterna si de veras lo desean 39. Los profetas no cesan de anunciarnos la divina misericordia, si
confiados nos acercamos orantes: “Entonces, vengan, y discutamos -dice el Señor-. Aunque sus
pecados sean como el rojo más vivo, se volverán blancos como nieve; aunque sean rojos como
escarlata, quedarán como lana” (Is 1,18)
Y así podemos ya en Cristo y en la Iglesia, como hermanos de Cristo, hablar a Dios sin que nos haga
morir de espanto tal atrevimiento. 40 “Por tanto, acerquémonos confiados al trono de nuestro Dios,
para obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno” (Hb 4,16)
Para finalizar, según lo dicho, preguntamos con Agustín: ¿Por qué desviar la atención a muchas cosas,
preguntando qué hemos de pedir y temiendo no pedir como conviene? Más bien hemos de repetir
con el Salmo: Una cosa pedí al Señor, ésta buscaré: que me permita habitar en la casa del Señor todos
los días de mi vida para poder contemplar el gozo de Dios y visitar su santo templo (cf. Sal 26,4). 41
37
san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 30
38
san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 53-54
39
san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 104
40
Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 37
41
san Agustín, Carta 130, a Proba, 15
6
Naturaleza de la oración II: tipos de oración, partes de la oración
Se trata aquí de responder a la siguiente pregunta: ¿hay un orden determinado para orar?, ¿la
oración tiene partes? Para llegar a la respuesta, por lo pronto positiva, se ha de recurrir a los doctores
de la Iglesia ya que la Sagrada Escritura no determina un orden fijo.
Aquí vemos el común recurso al Apóstol san Pablo cuando dice: “Ante todo recomiendo que se
ofrezcan súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres ” (1Tm 2,1).
Más no todos interpretan este pasaje de la misma manera. Para unos, como santo Tomás 42, aquellas
cuatro partes de la oración devota. Otros, como es el caso de Orígenes, refiere que aquellas son más
bien distintos tipos de oración (y no “partes” de la misma); lo enuncia de la siguiente manera: El
Apóstol en su primera epístola a Timoteo ha empleado cuatro nombres para designar conceptos
afines a nuestro discurso sobre la oración. Yo estimo que las peticiones o súplicas son las preces
humildemente presentadas por alguno para conseguir aquello de que tiene necesidad; que la oración
es la que uno eleva acerca de las cosas más importantes, glorificando a Dios con ánimo más
levantado; que la intercesión o rogativa es una petición hecha a Dios por aquel que le tiene mayor
confianza; y, por último, que la acción de gracias es la confesión de los bienes alcanzados de Dios
unida a las oraciones.43
Por otro lado, R. Garrigou-Lagrange44 propone un orden que se sigue de las correlativas disposiciones
del orante en base a las virtudes teologales, hasta el culmen de la oración:
Hay en primer lugar, normalmente, en la oración, un acto de humildad… Este acto de humildad debe
ir acompañado de otro acto de arrepentimiento y de un acto de adoración.
A este acto de humildad ha de seguir un acto de fe.
Esta visión que tiene la fe de la verdad y bondad de Dios hace brotar espontáneamente un acto de
esperanza.
42
II-II, q.83, a.17
43
Orígenes - Tratado de la oración, 14; p. 62-66
44
R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, II, cap. XVIII, p. 517-521
7
El acto de esperanza nos dispone a su vez a un acto de caridad… primero en forma afectiva.
Finalmente esta caridad afectiva ha de convertirse en efectiva: “Quiero, Señor, conformar mi voluntad
con la voluntad divina”.
Y ya en este punto culminante de la oración, fruto de las virtudes teologales, el conocimiento de fe, el
amor de esperanza y la caridad tienden, conducidos por el Espíritu Santo, a confundirse y hacerse
uno en una mirada de amor, fiel y generosa, que es el comienzo de la contemplación.
Se puede apreciar así la diversidad propuesta en el orden de las disposiciones del orante en el mismo.
No puede decirse, sin embargo, que es indistinto un orden u otro, ya que, ¿quién podrá animarse a
pedirle al Padre Todopoderoso la vida bienaventurada perfecta y plena de su presencia divina si no se
arrepiente primeramente sus culpas cotidianas? Por lo tanto, como dice Orígenes, hay que comenzar
por dar gloria y gracias a Dios, luego confesarle humildemente nuestras faltas con arrepentimiento y
disponerse a manifestar nuestra fe apoyándonos en la esperanza del abrazo entre su Caridad divina y
la nuestra humana (como dice Garrigou); aquello conlleva a la misma glorificación de Dios que es
estarse amando al Amado, al decir de san Juan de la Cruz. La oración hecha así hace a nuestro
corazón más y más semejante al sacratísimo Corazón de Jesús. Así va haciéndose la oración como una
comunión espiritual prolongada, que viene a ser como la respiración del alma.
8
Orar “cada día” - orar “el cada día”: ¿cuándo orar, hasta cuándo?
La pregunta se presenta así ella misma: ¿cuándo conviene orar? La Sagrada Escritura contesta
uniformemente: siempre, constantemente, con perseverancia:
“Bendice a Dios en toda ocasión; pídele que dirija tus pasos y que todos tus caminos y todos tus
proyectos lleguen a feliz término” (Tob 4,19)
El fundamento de esto lo refiere santo Tomás cuando dice que la causa de la oración es el deseo de la
caridad. Tal deseo en nosotros debe ser continuo. La oración, según esto, debe ser continua. 46 En este
sentido explica san Agustín que la súplica sostenida es llamar con una sostenida y piadosa excitación
del corazón a la puerta de Aquel a quien oramos. Habitualmente este asunto se realiza más con
gemidos que con palabras, más con llanto que con discursos. 47
Y ¿podrá ser este tan sublime acto un menester del vivir cotidiano? ¿Del vivir de cada día con su
monotonía del eterno igual, con su tono gris de vulgaridad cotidiana, con la torpeza y embotamiento
del corazón cansado? Así es con todo; hay y tiene que haber una oración de cada día. Porque está
escrito: “Es preciso orar siempre y no desfallecer” (Lc 18,1). Y otra vez: “Permanezcan despiertos y
oren con perseverancia” (Ef 6,18). Y también: “Oren sin cesar” (1Ts 5,17); “Alégrense en la esperanza,
sean pacientes en el sufrimiento, perseverantes en la oración” (Rm 12,12).
Dos cosas diremos de la oración de cada día, que pueden resumirse en estas dos consignas:
orar cada día y orar el cada día.48
Rezando y orando cada día es como nos labramos las condiciones y el terreno propio para aquellas
horas cumbres de la oración. Si no oramos cada día, es decir, si no levantamos cada día los ojos a
Dios, si no estamos atentos cada día al rumor de su palabra y nos preparamos así cada día para las
pruebas decisivas de nuestra vida, corremos el peligro de quedarnos poco a poco ciegos y sordos,
indiferentes y perezosos.49
Orar el cada día: Una cosa es por de pronto evidente. No podemos ocuparnos ininterrumpidamente
en prácticas de oración explícita. No podemos tampoco eludir el cada día; hemos de llevarlo con
nosotros mismos dondequiera que vayamos, porque nuestro cada día somos nosotros mismos,
nuestro cotidiano corazón, nuestro torpe y flojo espíritu, nuestro amor mezquino, que aún lo grande
lo torna pequeño y ordinario. El cada día debe transfigurarse él mismo en día de Dios; la salida del
alma al mundo exterior de las cosas debe convertirse en intención de retorno a Dios. En una palabra:
el mismo cada día debe entrar en la oración, debe ser orado. 50
Entonces el cada día se hace todo él aliento del amor, aliento del deseo, de la fidelidad, de la fe, de la
prontitud, de la entrega a Dios; se hace, en realidad, el cada día mismo una oración sin palabras.
Entonces toda la múltiple variedad del vivir cotidiano se orienta hacia la unidad en el amor de Dios;
45
Benedicto XVI, Audiencia, 25 de abril 2012
46
II-II, q.83, a.14, c
47
san Agustín, Carta 130, a Proba, 20
48
Karl Rahner SJ - oc., cap.4, p. 71-72
49
Karl Rahner SJ - oc., cap.4, p. 76
50
Karl Rahner SJ - oc., cap.4, p. 83
9
toda la dispersión halla su centro de convergencia en Dios; toda la exterioridad se interioriza en Dios.
Toda la salida al mundo, al cada día, se hace así retorno a la unidad de Dios, que es la vida eterna. 51
¿Hasta cuándo hemos de rezar? Responde san Juan Crisóstomo: Hemos de orar siempre, hasta que
oigamos la sentencia de nuestra salvación eterna, es decir, hasta la muerte.
Constatamos así que no basta orar para salvarse. Hay que orar siempre hasta que recibamos la
corona que Dios ha prometido a quienes son constantes en la oración hasta el fin. 52
Orar cada día, orar el cada día, orar siempre: pidámosle al Señor este sublime arte de la vida del
cristiano, que es tan difícil, porque es tan sencillo. 53
51
Karl Rahner SJ - oc., cap.4, p. 85-86
52
san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 114
53
Karl Rahner SJ - oc., cap.4, p. 86
10
Jesucristo, maestro de oración
No hay nada en el Evangelio que mejor revele la necesidad absoluta de la oración que el lugar
central que la misma ocupa en la vida de Jesús. Ora con frecuencia en la montaña (Mt 14,23), solo
(ibíd.), aparte (Lc 9,18), incluso cuando «todo el mundo [le] busca» (Mc 1,37). Sería un error reducir
esta oración al único deseo de intimidad silenciosa con el Padre: atañe a la misión de Jesús o a
la educación de los discípulos: reza en su bautismo (Lc 3,21), antes de la elección de los doce (Lc
6,12), en la transfiguración (Lc 9,29), antes de enseñar el Padrenuestro (Lc 11,1). Su oración es el
secreto que atrae a sus más allegados y en el que les hace penetrar cada vez más (Lc 9,18). Es algo
que se refiere a ellos: oró por la fe de los suyos. El nexo entre su oración y su misión es manifiesto en
los cuarenta días que la inauguran en el desierto. 54
La prueba decisiva es la del fin, cuando Jesús ora y quiere hacer que sus discípulos oren con él en el
Monte de los Olivos. Este momento contiene toda la oración cristiana: filial: «Abba»; segura: «todo te
es posible»; prueba de obediencia en que es rechazado el tentador: «no lo que yo quiero, sino lo que
tú quieres» (Mc 14,36)55
El evangelio de Juan muestra la seguridad y confianza con la que Cristo reza al Padre: “Yo sé que
siempre me escuchas” (Jn 11,42). Este ser escuchado por el Padre lo tiene el Hijo por derecho propio;
a nosotros se nos promete como hijos del Padre y como hermanos de Cristo. Pero ambas cosas sólo
las somos en la medida en que nos adentramos en la voluntad de Dios. 56 Ahora decimos confiados
“Padre nuestro”, porque lo decimos con Jesús.57
La respuesta de Dios Padre al Hijo, a sus fuertes gritos y lágrimas, no fue la liberación de los
sufrimientos, de la Cruz, de la muerte, sino que fue una escucha mucho más grande, una respuesta
mucho más profunda; a través de la Cruz y la muerte, Dios respondió con la Resurrección del Hijo,
con la nueva vida58. Desde entonces está curada nuestra desesperación. 59
Jesucristo no nos enseña precisamente una metafísica de la oración; no nos resuelve teóricamente
los oscuros problemas encerrados en la misma oración: cómo se concilia el deseo de lo pedido con la
entrega resignada en la voluntad de Dios; la insobornable y autónoma voluntad de Dios con el poder
de la oración sobre el corazón de Dios. 60 De Jesús aprendemos cómo la oración constante nos ayuda
a interpretar nuestra vida, a tomar nuestras decisiones, a reconocer y acoger nuestra vocación, a
descubrir los talentos que Dios nos ha dado, a cumplir cada día su voluntad, único camino para
realizar nuestra existencia.61
54
Xavier Leon-Dufour - Vocabulario de teología bíblica; voz “Oración”
55
íbid.
56
Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oración, cap.5, p. 101
57
Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 38
58
Benedicto XVI, Audiencia, 16 de mayo 2012
59
Karl Rahner SJ - oc., cap.1, p. 33
60
Karl Rahner SJ - oc., cap.5, p. 98
61
Benedicto XVI, Audiencia, 7 de marzo 2012
11
La oración al Padre por medio de Jesucristo
Si entendiésemos bien qué es la oración, tal vez no deberíamos hacer oración a ningún nacido, ni
siquiera al mismo Cristo, sino únicamente al Dios de todas las cosas y Padre, a quien el mismo
Salvador nuestro oraba. Pues, habiendo oído que le decían “enséñanos a orar” (Lc 11,1), no enseña a
orar a él mismo sino al Padre. Sólo sea orado Dios Padre de todas las cosas, pero no sin el Pontífice
que fue constituido con juramento por el mismo Padre. Esto es lo que dice claramente el mismo
Jesús: “Les aseguro que todo lo que pidan a mi Padre, él se lo concederá en mi nombre. Hasta ahora
no han pedido nada en mi nombre; pidan y recibirán, para que su alegría sea completa” (Jn 16,23-24).
No dijo: pídanme; ni tampoco simplemente: pidan al Padre; sino todo lo que pidan a mi Padre, él se
lo concederá en mi nombre.62
El mismo Jesús ante tal solicitud de sus discípulos, les dice “cuando oren, digan” (Lc 11,2) y les enseña
la oración del Padrenuestro. Y según san Agustín: si vas discurriendo por todas las plegarias de la
santa Escritura, nada hallarás, según creo, que no esté contenido y encerrado en la oración
dominical.63 Santo Tomás en la Summa organiza resumidamente el contenido del Padrenuestro de la
siguiente manera64, aclarando antes que esta oración es, en cierto modo, intérprete de nuestros
deseos ante Dios.
En la oración dominical (del Señor) no sólo se piden las cosas lícitamente deseables, sino que
se suceden en ella las peticiones según el orden en que debemos desearlas, de suerte que la
oración dominical no sólo regula, según esto, nuestras peticiones, sino que sirve de norma a
todos nuestros afectos.
Lo primero que deseamos es el fin, y en segundo lugar, los medios para alcanzarlo.
2) Los medios nos ordenan a dicho fin de dos maneras: por sí mismos o accidentalmente.
- Nos ordena por sí mismo al fin el bien que es útil para conseguirlo. Y una cosa es útil para
conseguir el fin de la bienaventuranza de dos modos:
1. directa y principalmente, por razón del mérito con que nos hacemos dignos de la
bienaventuranza obedeciendo a Dios. Es por lo que aquí pedimos: hágase tu voluntad así en la
tierra como en el cielo;
2. instrumentalmente, como algo de que nos servimos para merecerla. A esto se refiere lo que
aquí decimos: el pan nuestro de cada día dánoslo hoy, ya se trate del pan sacramental, cuyo
uso cotidiano es saludable a los hombres, y en el que se sobrentiende que están incluidos
todos los demás sacramentos; ya se trate del pan corporal, de tal suerte que por pan se
entienda toda clase de alimentos.
Luego de oír a Jesús decir estas cosas, oremos a Dios por medio de él y todos digamos lo mismo para
que no nos dividamos en el modo de orar. ¿Acaso no estaríamos divididos, si unos orásemos al Padre
y otros al Hijo?65 Hay que decir con santo Tomás que el Señor no instituyó esta oración para que sea la
única, palabra por palabra, de que nos sirvamos al orar, sino porque nuestra única intención cuando
oramos debe ser la impetración de lo que en ella se pide, sea cual fuere el modo de orar o de
meditar.66
65
Orígenes - oc., 15; p. 69
66
II II, q.83, a.14, ad.3
13
Oración y vida interior del hombre
Sea cual fuere el modo de meditar, la vida interior es justamente una elevación y una transformación
de la conversación íntima de cada cual consigo mismo, desde el momento que hay en ella tendencia a
convertirse en conversación con Dios. Porque el alma no es su propio fin último. Su fin no es otro que
Dios vivo y sólo en Él puede encontrar su descanso. 67 Así lo expresa san Agustín, gran maestro de la
vida interior: Nuestro corazón está inquieto, Señor, mientras no descanse en ti. 68
Esta vida interior es una vida sobrenatural que, por un verdadero espíritu de oración y de
abnegación, hace que aspiremos a la unión con Dios y nos conduce a ella. Esta vida comprende una
fase en la que domina la purificación; otra, de iluminación progresiva, en vista a la unión con Dios. 69
Ahora nos ocuparemos en la primera fase, de la “oración mental”; según santa Teresa de Jesús no es
otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos
ama.70
El modo correcto de orar es un proceso de purificación 71. Preciso es, pues, dejarse guiar por el camino
que Dios nos señala; y aunque las sequedades se vayan prolongando, ha de comprender el alma que
no provienen de tibieza, mientras no se hayan dejado llevar por el deleite de las cosas de la tierra y
dure en ellas el anhelo de adelanto espiritual. Tales arideces son, por el contrario, muy útiles, pues
aun el fuego seca la madera antes de encenderla. Y son necesarias precisamente para secar y rebajar
nuestra sensibilidad, viva en demasía, fogosa, exuberante y tumultuosa, de arte que se calme y
guarde sumisión al espíritu; para que sobre las emociones pasajeras se acreciente en nosotros un
intenso y puro amor de caridad. En eso consiste la verdadera vida de oración, que en cierto modo
permite ver todas las cosas en Dios, y es como el preludio normal de la vida eterna.72
Para llevar esta vida interior no es necesario prodigarse mucho en el apostolado exterior; tampoco
sería necesario poseer una gran cultura teológica. Un principiante generoso, que posea verdadero
espíritu de abnegación y de oración, posee ya verdadera vida interior que debe desarrollarse más y
más.73 Solamente es imprescindible, para disponerse en verdadero espíritu de oración, abrirse a la
Palabra de Dios, de ella recibimos la voz que nos habla y el don para escucharla. La primera escuela
para la oración es la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura es un diálogo
permanente entre Dios y el hombre, un diálogo progresivo en el cual Dios se muestra cada vez más
cercano, en el cual podemos conocer cada vez mejor su rostro, su voz, su ser. Y el hombre aprende a
aceptar conocer a Dios, a hablar con Dios.74
En estos cuatro grados está contenida la perfección de la vida buena y en ellos debe consistir el
ejercicio del hombre espiritual.79
75
san Agustín, La escala del Paraíso, Capítulo 1
76
san Agustín, oc., Capítulo 2
77
san Agustín, oc., Capítulo 10
78
san Agustín, oc., Capítulo 11
79
íbid.
15
El Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos inefables
La oración cristiana nunca es, nunca se realiza en sentido único desde nosotros hacia Dios, no es sólo
una «acción nuestra», sino que es expresión de una relación recíproca en la que Dios siempre actúa
primero.80 Dios nos conoce en la intimidad, más que nosotros mismos, y nos ama: y saber esto debe
ser suficiente.81 San Pablo en Rm 8,26 advierte que “no sabemos pedir como conviene”; ¡pero el
Espíritu lo sabe!, y esto basta: no temamos. 82 Y sigue el Apóstol: “el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables”.
Pero esto no es todo. Además oramos en el Espíritu de Dios. Hay en nuestro íntimo ser algo así como
una estancia para este Espíritu. 83 La inhabitación de la Trinidad en el alma tiene lugar en y por el
Espíritu Santo, enviado al hombre para «divinizarlo». Este aspecto de la actuación del Espíritu Santo
caracteriza su obra santificadora de tal forma, que la liturgia lo invoca frecuentemente con el título de
«dulce huésped del alma»84 El Espíritu Santo es, en cierto modo, intérprete que nos hace comprender
a nosotros mismos y a Dios lo que queremos decir. 85
Cuando oramos, es como un último eco lejano de la llamada de Dios con la que se llama Él a sí
mismo, el Espíritu al Padre, en nosotros.86 Él ora en nosotros cuando nosotros oramos. Este será el
fruto de eternidad de la oración dicha en este tiempo. 87
80
Benedicto XVI, Audiencia, 23 de mayo 2012
81
Benedicto XVI, Audiencia, 7 de marzo 2012
82
Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oración, cap.2, p. 50
83
Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 38
84
Liturgia de las Horas, Secuencia Veni Sancte Spiritus, cit. en L. Mateo Seco, Revista SCRIPTA THEOLOGlCA 30 (1998/2) p.
505
85
Benedicto XVI, Audiencia, 16 de mayo 2012
86
Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 49
87
Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 51-52
16
La comunión de los santos (rezar con otros, por otros, intercesión de los santos, María mediadora)
La oración del Espíritu de Cristo en nosotros y la nuestra en él, no es sólo un acto individual, sino un
acto de toda la Iglesia. Al orar, se abre nuestro corazón, entramos en comunión no sólo con Dios, sino
también propiamente con todos los hijos de Dios, porque somos uno. 88 La oración, por una parte,
debe ser muy personal, un unirme en lo más profundo a Dios. Debe ser mi lucha con él, mi búsqueda
de él, mi agradecimiento a él y mi alegría en él. Sin embargo, nunca es solamente algo privado de mi
«yo» individual, que no atañe a los demás. 89 Esta es la razón por la que no decimos Padre mío, sino
nuestro.90
Entonces tenemos que vivir de esta forma en comunidad de oración, siguiendo el consejo de la
Palabra de Dios: “orad los unos por los otros para que os salvéis” (St 5,6). Por ello explica san Juan
Crisóstomo: la necesidad obliga a cada uno a orar por sí mismo; la caridad fraterna nos exhorta a
hacerlo por los demás91; y lo comenta santo Tomás: pero la oración más grata a Dios no es la que
eleva al cielo la necesidad, sino la que la caridad fraterna nos encomienda. 92 Ya así se ven solicitudes
en la misma Escritura; solo a modo de ejemplo:
“Recen también por nosotros al Señor, nuestro Dios” (Baruc 1,13)
“Rueguen por nosotros, hermanos” (1Ts 5,25)
Desde el claro amor evangélico de orar “por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,4), también por
los pecadores se ha de orar, para que se conviertan; por los justos, para que perseveren y progresen.
Sin embargo, no se escucha la oración que se hace por todos los pecadores, sino sólo por algunos: se
escucha a los que oran por los predestinados, (pero como) no podemos distinguir a los predestinados
de los réprobos, tampoco, por igual motivo, debemos negar a nadie el sufragio de nuestras
oraciones.93
Asimismo, es cierto es que los ángeles de Dios están presentes en nuestras oraciones: “cuando Sara y
tú estaban rezando, yo presentaba sus oraciones ante la presencia gloriosa del Señor, para que él las
tuviera en cuenta” (Tob 12,12). Lo mismo consta de los santos: “Mi siervo Job intercederá por
ustedes” (Job 42,8). Y el ángel tutelar de cada uno “siempre están viendo en los cielos la cara de mi
Padre” (Mt 18,10), al contemplar la divinidad de nuestro Dios y creador, ora con nosotros y colabora
cuanto puede en las cosas que pedimos.94
Distingue entonces santo Tomás argumentando que la oración va dirigida a alguien de dos maneras:
la primera, como para que él personalmente conceda lo que se pide; la segunda, como para que por
su mediación se impetre de otro.
Del primer modo dirigimos nuestra oración únicamente a Dios, porque todas nuestras oraciones
deben ordenarse a la consecución de la gracia y de la gloria, que sólo Dios da, según aquellas
palabras del salmo 83,12: “El Señor dará la gracia y la gloria”.
Del segundo modo nos encomendamos a los santos ángeles y a los hombres; no para que por medio
de ellos conozca Dios nuestras peticiones, sino para que, por sus preces y sus méritos, nuestras
88
Benedicto XVI, Audiencia, 23 de mayo 2012
89
Benedicto XVI, Homilía, 5 de febrero 2011
90
san Cipriano, De Orat. Dominica (ML 4,540)
91
san Juan Crisóstomo, Op. imperf. in Mt. homil.14 super 6,12
92
II-II, q.83, a.7, c
93
II-II, q.83, a.7, ad.3
94
Orígenes - Tratado de la oración, 11; p. 54
17
oraciones obtengan el efecto deseado. Por eso se lee en Ap 8,4 que “de la mano del ángel subió el
humo del incienso con las oraciones de los santos hasta la presencia de Dios”.
Y esto se pone de manifiesto asimismo por la misma forma de orar de la Iglesia, pues a la Santísima
Trinidad le pedimos que tenga misericordia de nosotros; mientras que a cualquiera de los santos, que
ore por nosotros.95
Y esto no es quitar el honor debido a Dios. Más bien es duplicarlo, ya que al rey no se lo honra
solamente en su persona, sino también, en la de sus leales servidores. 96 Proviniendo de la caridad la
oración por los demás, conforme a lo dicho, los santos que están en el cielo tanto más oran por los
viadores, a quienes pueden ayudar con sus oraciones, cuanto más perfecta es su caridad; y sus
oraciones son tanto más eficaces cuanto mayor es su unión con Dios. 97 Sin embargo, acontece a veces
que la invocación de un santo inferior es más eficaz: o porque lo invocamos con más devoción, o
porque Dios quiere darnos a conocer su santidad. 98
Sólo celebramos y vivimos bien la liturgia si permanecemos en actitud orante, no si queremos «hacer
algo», hacernos ver o actuar, sino si orientamos nuestro corazón a Dios y estamos en actitud de
oración uniéndonos al misterio de Cristo y a su diálogo de Hijo con el Padre. 102
María mediadora
Lo que se dijo de la intercesión de los santos puede decirse, con mayor razón, de la intercesión de la
Madre de Dios. Sus oraciones valen más que todo el paraíso. San Bernardo, hablando de la Virgen,
escribe estas hermosas palabras: Por tu medio logramos la entrada con el Hijo, oh Medianera de la
gracia y Madre de la salvación: de arte que por ti nos reciba quien por ti se nos ha dado. 103
95
II-II, q.83, a.4, c
96
san Alfonso María de Ligorio - El gran medio de la oración, p. 33
97
II-II, q.83, a.11, c
98
II-II, q.83, a.11, ad.4
99
Benedicto XVI, Homilía, 5 de febrero 2011
100
R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, II, cap. XVII, p. 511
101
Orígenes - Tratado de la oración, 31; p. 152
102
Benedicto XVI, Audiencia, 26 de septiembre 2012
103
cit. en san Alfonso María de Ligorio - oc., p. 44
18
Naturaleza de la oración III: grados de la oración y vida mística
Orar significa elevarse a Dios mediante una transformación necesaria y gradual de nuestro ser. 104
Esta vida espiritual comprende una iluminación progresiva, en vista a la unión con Dios. 105 De aquí
que para ir ascendiendo en este camino espiritual mediante la vida orante, es necesaria una
transición de la oración adquirida a la oración infusa inicial.
La oración se llama meditación hasta el momento en que produce la miel de la devoción; después se
convierte en contemplación. Así como las abejas recogen el néctar de las flores, del mismo modo
meditamos nosotros para recoger el amor de Dios; y una vez que lo hemos recogido, contemplamos a
Dios y nos fijamos en su bondad, por la suavidad que el amor nos hace encontrar en ella. 106
Este recogimiento (del alma en la contemplación) no lo tenemos a voluntad, pues no está en nuestra
mano tenerlo cuando queremos; ni depende de nuestras solicitudes, sino que Dios hace que se
produzca en nosotros cuando tal es su beneplácito. 107 Por eso, la contemplación merece ser llamada,
no adquirida sino, infusa, aunque al principio vaya muchas veces precedida de la lectura, de la
meditación afectiva y de la oración de súplica. 108
El paso de la oración adquirida a la oración infusa se comprende con toda claridad leyendo lo que
escribió santa Teresa a propósito de la última de las oraciones adquiridas llamada por ella “oración de
recogimiento” adquirido, y acerca de la oración infusa inicial llamada “recogimiento sobrenatural o
pasivo” (Castillo interior, IV morada, c. III). Llámase recogimiento, porque recoge el alma todas las
potencias y se entre dentro de sí con su Dios109. Y así la oración adquirida dispone a la infusa. 110 En la
Noche oscura, san Juan de la Cruz expresa aquello diciendo que: estando ya esta casa de la
sensualidad sosegada…, salió el alma a comenzar el camino y vía del espíritu, que es el don de los
aprovechantes y aprovechados, que, por otro nombre, llaman vía iluminativa o de contemplación
infusa.111
Esta contemplación tenebrosa es la teología mística que llaman los teólogos sabiduría secreta, la cual
dice santo Tomás (II II, q.180, a.1) que se comunica e infunde en el alma por amor. Lo cual acaece
secretamente a oscuras del entendimiento y de las demás potencias. Las dichas potencias no lo
alcanzan, sino que el Espíritu Santo la infunde y ordena en el alma sin saberlo, ni entender cómo sea,
se llama secreta.112
Esta apacible quietud, llamada también oración de los gustos divinos o de silencio, se ve
frecuentemente interrumpida por las sequedades y pruebas de la noche oscura de los sentidos
(Camino, c. XXXIV), y por las tentaciones que obligan al alma a una saludable reacción. Los efectos de
la oración de quietud son una virtud más fundada, sobre todo mayor amor de Dios y una paz
inefable, al menos en la porción superior del alma (Vida, c. XV). El comportamiento que se ha de
observar durante la oración de quietud es el de humilde abandono en las manos de Dios.115
Si el alma es fiel no sólo en cumplir cuidadosamente todos sus deberes ordinarios, sino en escuchar
con la docilidad las inspiraciones del Espíritu Santo, que exige más a medida que da con más
abundancia, ¿qué sucede ordinariamente? En tal caso el alma es elevada a un grado superior, que
llaman de “simple unión”. Y aun suele acaecer que todas las actividades del alma se refugian en la
porción superior, hasta el punto de cesar todo ejercicio de los sentidos externos; es decir, que hay un
comienzo de éxtasis o éxtasis propiamente dicho.116
Estas oraciones de quietud reposada, y de simple unión corresponden a aquellas que, según san Juan
de la Cruz, se hallan entre la purificación pasiva de los sentidos y la del espíritu (Noche oscura, 1. II, c.
I).117
Contemplación infusa
¿Qué se entiende por actos directos de contemplación? Son actos que en ningún concepto son
discursivos, sino que se realizan por simple mirada, por sobre el razonamiento. Y aún son tan
sosegados a veces que apenas los percibe el alma; en tal caso son lo contrario de los actos reflexivos
o conscientes. Que es la docta ignorancia de la que frecuentemente hablan los místicos. 118
Llegado a este alto grado de vuelo espiritual, se dispone el alma a recibir a Dios de manera total,
anhelando únicamente su presencia; la oración, la encuentra su cumbre y ya no hay más esfuerzos
del alma, solo se trata de un continuado disponerse para recibir al Amado.
114
cit. en R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 871-872
115
cit. en R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 873-874
116
R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 874
117
cit. en R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 876
118
R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXXI, p. 889
20
Sin embargo, dicha unión extática transformante puede estar comúnmente precedida por lo que
santa Teresa denomina “unión mística de aridez” y san Juan de la Cruz “noche del espíritu”. Ningún
consuelo se recibe en esta tempestad; ningún remedio hay sino aguardar a la misericordia de Dios. 119
Después de las penas interiores, en las que hay una dolorosa presencia de Dios, recibe el alma tan
alto conocimiento de la presencia divina, que a menudo se presenta el éxtasis parcial o también total.
Esta suspensión de los sentidos externos se manifiesta en una insensibilidad más o menos
pronunciada, retardo de la respiración y disminución del calor vital. 120 El éxtasis se termina
ordinariamente por un despertar espontáneo; mas el alma vuelve al uso de los sentidos poco a poco,
como si volviera de otro mundo. El fin del éxtasis es la vuelta al estado natural, dentro de la mayor
calma y apacibilidad, con el sentimiento únicamente de la ausencia de la visión y del celestial gozo
que produjo en el alma.121
En tal sentido pudo escribir san Pablo: “el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1Cor
6,17)
Tal unión es aquí transformante porque el alma, aunque conserva su naturaleza creada, recibe un
gran aumento de gracia santificante y de caridad, y porque es propio del amor ferviente
transformarnos moralmente en la persona amada. 124 La explicación teológica de este estado nos la da
el mismo san Juan de la Cruz, y se resume en un principio que enuncia: cuanto el alma es más pura y
desasida en su fe viva y perfecta, tanto posee más caridad infundida por Dios; y cuanto más subida
caridad posea, más la ilumina el Espíritu Santo y le comunica y sus dones, de suerte que la caridad es
causa y medio de tal comunicación.125
126
R. Garrigou-Lagrange OP - oc., IV, cap. XIX, p. 1122-1123
22
Conclusión
Santa Teresa de Jesús, en dulce poesía, alimenta el camino del orante, tanto para los momentos de
gozo espiritual como para aquellos de aridez, para aquellos que inician y para los que contemplan ya
su presencia. Nada te turbe, orante, porque sólo Dios basta.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.
El grito del corazón: “¡Dios mío, yo te amo!”, puede compendiar la más santa acción del hombre, lo
más grande del hombre, el misterio de su amor al Dios infinito. 127
127
Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oración, cap.3, p. 62
23
Bibliografía